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Silver moon por KeikoHikari

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Una noche más. Las agujas del reloj marcaban las 3 de la mañana y todavía no había llegado a mi casa. Cada paso que daba me recordaba lo silenciosa que estaba la calle. No era de extrañar puesto que paseaba siempre a la misma hora por allí y nunca había alguien, todos dormían. Negra y penetrante oscuridad parecía invadirme, ¿por qué me sentía así aquella noche? ¿Por qué mi casa parecía estar más lejos que nunca? La camisa me empezaba a apretar el cuello, mis piernas no parecían querer responder y mi cabeza solo apuntaba al suelo. Mi cabello alcanzaba ya mis ojos, demasiado lacio, pensé. El cansancio ya empezaba a pasarme factura, ni mis ojos querían enfocar, todo era borroso a mi alrededor. De repente el sonido de una lata me sacó de mi sueño. Froté mis ojos y me aparté el pelo de la cara con el brazo. Un gato negro como el carbón parecía ser el culpable de que la lata se hubiera caído del cubo de la basura.

-   Oye minino, ¿por qué juegas a estas horas con la basura? Está prohibido tirar cosas a la calle. - susurré. El animal ni siquiera se movió, solo parecía admirarme. - Sabes... Trabajo de camarero en un bar cercano donde tengo que obedecer todo lo que me digan los clientes, y te diré lo peor..., ¡que tengo que limpiar yo! Y tengo suficiente con mi trabajo, así que te pediría que no tires basura, tengo los huesos molidos. A penas he dormido esta semana, parece que todo el mundo quiere salir de fiesta últimamente. Creo que voy a colapsar. - Me senté allí mismo. 

El pequeño gato se acercó a mí ronroneando, parecía agradecer mi compañía. Debería de volver a casa, nadie me esperaba pero aún así, estaba deseando poder acostarme en la cama y descansar por fin. Saqué mi teléfono del bolsillo y miré la hora, ya habían pasado 15 minutos desde que había salido del trabajo.

No quería seguir andando, ni levantarme, podría haber dormido allí mismo. Me despedí de aquella bola de pelo, guardé mi teléfono y continué mi camino. Me dio pena el hecho de tener que dejarle allí, vi como sus pequeños ojos esmeraldas querían pedirme algo, que le llevara a casa probablemente. Deseché la idea instantáneamente; yo me hospedaba en un pequeño apartamento donde como máximo cabía una persona, por no hablar del mísero sueldo que ganaba, pagar las facturas, el piso, la comida... No podría haberle dado una mejor vida al pobre animal. Me di cuenta de que mi vida no podía seguir así, tenía que cambiarlo todo, aquella no era una vida digna para un chico de 19 años. 

Tan solo tenía que bajar la calle para llegar cuando noté que algo golpeaba mi cabeza sin cesar. La noche no podía empeorar, había empezado a llover, maldita tormenta de verano. Y cada vez llovía con más fuerza, lo último que quería era coger un resfriado, así que no me quedaba otra que pedirle a mis piernas que aceleraran el paso. No era buena idea correr si el suelo comenzaba a ser resbaladizo debido al agua, pero no me importó. Iba a bajar corriendo cuando uno de mis pies patinó y mi cuerpo cayó hacia adelante. Mi frente golpeó el asfalto, estiré mis brazos para intentar frenar mas no sirvió de nada. Quise utilizar mi rodilla derecha para erguirme pero fue imposible, tan solo conseguí rozarme la rodilla hasta sangrar. Ya cuando la pendiente de la calle comenzaba a ser plana de nuevo pude parar y levantarme. Mi cuerpo estaba echo un desastre... Tenía la rodilla destrozada, el golpe en mi frente comenzaba a hincharse, magulladuras y arañazos a lo largo de mis manos y brazos. ¿Aquella noche se podía tener peor suerte?

Sacudí mi cabeza para quitar el agua de mi pelo, entré en casa y decidí que antes de nada, tenía que darme una buena ducha y curarme las heridas antes de que se infectaran. Un poco de alcohol y unas vendas sirvieron para tapar la mayor parte de los golpes. Mi brazo izquierdo fue el que peor resultó y no podía vendarlo entero pues necesitaba tener libertad de movimiento para poder trabajar, eso era lo más importante de todo. 

Mientras pegaba pequeños apósitos en los cortes mas pequeños me di cuenta de que mi marca de nacimiento tenía muy mala pinta. Desde que yo tenía recuerdos esa marca había estado conmigo, tenía la forma de una luna menguante y no era más grande que una oliva. Me encantaba aquel signo, cuando era pequeño siempre creí que era descendiente de la diosa de la luna, Selene. Con forme fui creciendo me enteré de que mi madre murió durante el parto y mi padre huyó porque no quería criarme solo, o al menos eso me dijeron en el orfanato. Tras enterarme de que no era descendiente de una diosa, mis sueños de niño se quebraron al igual que una hoja otoñal cuando es pisada. Aún así, cada vez que miraba mi luna me reconfortaba, me sentía especial, pues mi marca era única. Ahora estaba negra, cortes y arañazos la habían desfigurado, ya no era la de siempre, ya no me sentía yo mismo. 

 

Los rayos del sol apuntaban a mi cama, eso ya me decía que debían de ser más de las 12 del mediodía. Hice un amago de levantarme y el dolor de mi cuerpo me dijo que eso no era una buena idea. No entraba a trabajar hasta las 8 de la tarde, por lo tanto tenía tiempo para descansar un poco más y poder reponerme del tormento que sentía. Después de haber decidido quedarme un ratito más en la cama, pude oír a lo lejos la sintonía de mi móvil. Alguien me llamaba. No tenía pensamiento de coger la llamada hasta que recordé que podía ser mi jefe. Pese al terrible dolor de mi rodilla y lo mareado que me sentía pude cojear y alcanzar mi teléfono. En efecto, no me había equivocado.

- ¿¡Por qué has tardado tanto en cogerme la llamada!? - vociferó alguien con una voz muy ronca a quien yo conocía demasiado. 

- ¡Perdone señor Evans! Pensaba que mi móvil se había estropeado por la lluvia de ayer hasta que lo he oído sonar. ¡Discúlpeme! - respondí con una voz adolorida.

- No me mientas, seguro que estabas durmiendo.  - En realidad no quería cogerle la llamada, siempre me gritaba. - A ver, te llamo para recordarte que esta noche tienes que venir una hora antes porque tenemos una fiesta en el bar. Te acuerdas, ¿verdad? 

- ¡Claro! - mentí. La verdad es que se me había olvidado por completo la fiesta. - Esta noche me tendrá allí sin falta, señor.

- Eso esperaba chico, no me falles o estás despedido. - Como odiaba que me chantajeara de aquella forma. - Ah y ponte tus mejores ropas, esta noche tienes que hacer tu mejor trabajo, ya me entiendes...

- Pero jefe, yo... - Quise decirle lo que me había ocurrido la noche anterior pero no tuve el coraje suficiente.

- No hay peros que valgan. Esta noche quiero que des lo mejor de ti, son clientes importantes. Más te vale comportarte. 

Y me colgó. ¿Cómo iba yo a poder desempeñar mi trabajo con lo mal que me encontraba y las malas pintas que tenía? Debía hacerlo, y esa noche lo mejor que pudiera.

Ni siquiera comí, dediqué mi tiempo a planchar la ropa que me iba a poner esa noche, a tapar mis heridas lo mejor posible y disimular los moratones y el golpe en mi frente. Tomé pastillas para el dolor físico, me embadurné de cremas y vendajes, arreglé mi pelo lo mejor que pude y me perfumé. Salí de casa y recorrí el mismo camino que había hecho la noche anterior. Todo había pasado tan rápido que parecía un sueño, hasta que llegué al contenedor donde había visto el gato la noche anterior. Y allí estaba, acostado agitando su esponjosa cola de un lado hacia el otro.

- Traigo malas pintas ¿verdad? Dicen que los gatos negros dan mala suerte, pero yo no creo eso. Siempre he tenido mala suerte en todo durante estos 19 años, pero ya estoy acostumbrado. Así que tú no eres el culpable de que yo esté así, ¿de acuerdo? - Acaricié su pequeña cabeza, tenía un pelaje extremadamente suave para estar viviendo en la calle. Me pregunto si llevas en este sitio mucho tiempo o solo desde ayer... ¡Pero qué preguntas! Si me entretengo más voy a llegar tarde, espero encontrarte después minino. 

Decoré el tugurio aquel donde trabajaba lo mejor posible para que la fiesta que estaba a punto de empezar fuera lo mejor posible. Intenté hacer el menor esfuerzo posible con aquella rodilla que me iba a traer problemas esa noche. La camisa blanca de manga larga tapaba las vendas de los brazos, pero eso no quería decir que el dolor y el escozor desaparecieran, todo lo contrario, lo empeoraban. Pronto empezaron a llegar los invitados junto con el señor que lo había organizado, no parecían más de 20, pero me equivoqué. Entre el chico que trabajaba conmigo y yo no podíamos ir más deprisa, cada vez entraba más gente, pero todas las bebidas tenían que salir a su respectivo 'dueño'. Me doliera más o menos, tenía que hacer mi trabajo. 

No tardé en empezar a sudar, el calor empezaba a concentrarse en el bar, me ardían los brazos y mis manos temblaban. Mi pelo empezaba a estar mojado e intentaba hacer lo posible para que mi herida de la frente no se viera.

- Hey niño, ponme una copa más. - exigió uno de los hombres que estaba sentado en la barra charlando con un par más.

- ¡Pareces un chico de instituto! ¿Cuántos años tienes? - se burló la persona a su lado. No podía dejar que sus comentarios me afectaban más lo que ya estaban haciendo.

- Échale más whisky, esta noche va a ser un desfase chicos. Tú, ponle a estos hombres alcohol del bueno. - Iba a ser una noche llena de borrachos, lo podía ver perfectamente. Alguien del fondo se acercó a la barra, de su cuello colgaba una cinta en la que ponía 'feliz cumpleaños'. Debía de haber sido él el causante de la fiesta.

- Colegas, sabéis que podéis beber todo lo que queráis ¿a que os estáis divirtiendo? - preguntó aquel sujeto a los hombres sentados en la barra.

- Muy buena fiesta. - contestó uno de ellos. 

- Estamos conversando con el camarero, parece un chico muy simpático - añadió el segundo mientras me guiñaba el ojo. Tras esa contestación el chico de la barra le susurró algo al oído y volvió a irse hacia el fondo. - Chico, acércate a aquella mesa junto a la puerta y llévale un botella de champán. - Yo obedecí, rodeé la barra y dejé la botella tal y como se me había ordenado. Cuando iba a regresar a mi sitio ese mismo hombre me agarró de la cintura y me apretó contra él mientras me murmuraba al oído. - Tienes un cuerpo muy delgado y una tez tan blanca como la de una sirena. Llevo toda la noche observando esos ojos pardos tuyos, me están volviendo loco. 

Tras aquella palabras metió dentro de mi pantalón un billete, por el color deduje que eran 50 euros.

- Vamos, menéate un poco para mí. - pidió. 

Aquel desconocido me tenía abrazado por la cintura. Con una de sus grandes manos agarró mi muñeca derecha y besó mi cuello, hice una mueca de dolor. No podía forcejear, tan solo empeoraría la herida. Eché una ojeada a mi brazo, la camisa empezaba a tonarse roja, las herida se estaba abriendo y el dolor me invadía. 'Señor, pare' intentaba decirle, pero las palabras no salían de mi boca, tan solo podía sentirme avergonzado de mí mismo. El hombre continuó acariciándome, poco a poco me desvestía, sus manos ya acariciaban mi pecho, estaba jugando conmigo. Pensaba que tarde o temprano se cansaría y me dejaría, pero se estaba haciendo eterno. Mis ojos se llenaban de lágrimas de impotencia, las demás personas silbaban, animaban al hombre que me tenía cogido a hacerme lo que quisiera. Ya daba por perdida mi dignidad como hombre, ahora era un juguete para ellos. Noté la sombra de otro hombre justo en frente de mí que me cogió y me acercó a su pecho con sumo cuidado.

- Lo siento Richard, pero es mi turno - soltó aquel varón con una voz grave pero dulce a la vez.

- Oh vamos Nea... no seas así - refunfuñó. Los demás hombres también le abucheaban. Yo tan solo sentía que estaba cambiando de 'dueño'. 

Me tomó en volandas, yo oculté mis ojos con mi brazo, todavía mi cuerpo temblaba y se estremecía. Ni siquiera le había visto el rostro, tan solo sabía que era más alto que yo. Salió fuera del bar, me llevó a la parte trasera y me dejó en el suelo cuidadosamente. Abrí mis ojos despacio, él todavía me miraba desde su altura. Tenía el pelo negro, que caía sobre sus ojos como el mío, pero lo que más me cautivó fue su mirada. Quedé estupefacto, no sabía qué podía decir en aquella situación hasta que él dio el primer paso y acercó su cara a la mía. Alcé mi brazo, quería tocarle.

- Tus ojos... - musité. Posé mi mano en su rostro, era tan cálido. Sentía como si él pudiera adentrarse en mi mente tan solo mirándome de aquella forma. - Jamás había visto unos ojos plateados.

- Te duele, ¿verdad? - Asentí con la cabeza. Él arrancó la manga de mi camisa y examinó mi brazo izquierdo, acarició con sus dedos las heridas y cuando llegó a mi marca de nacimiento sentí una fuerte punzada en el pecho. - ¿Qué te ocurre? ¿Por qué haces esa mueca de dolor?

Notas finales:

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