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El circo de las sombras por AndromedaShunL

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Notas del fanfic:

¡Hola! Cuánto tiempo hacía que no me pasaba ya por aquí y, si algun@ queda que me recuerda, sabrá que este fanfic lo empecé a escribir allá por el lejano 2012. Por tanto, sí, lo voy a resubir, ya que me gustaba mucho, y debido al enorme espacio entre capítulo y capítulo fui encotnrando grandes incoherencias y muchos errores, sobre todo ortográficos (antes escribía directamente en la página en vez de subirlo desde un word). 

No sé cuándo borraré el viejo, pero espero que nadie pase por allí para verlo, porque es terrible, jajaja, y espero que este, corregido, pueda hacer honor de verdad a esta historia que tanto me encanta y, por supuesto, espero que a vosotr@s también, lo hayáis leído en su momento o comencéis ahora.

Gracias por la comprensión y a disfrutar :).

Pd: Los personajes, como siempre, propiedad de Masami Kurumada <3.

Notas del capitulo:

Por fin llegó el día que tanto había esperado. Y se encontró con sus extravagantes ojos de hielo.

Faltaban unos pocos días para la apertura de un nuevo circo en la ciudad, llamado El circo de las sombras, y Shun, un joven de trece años de cabellos y ojos como esmeralda, tenía comprada su entrada desde hacía más un mes.

      Estaba en su habitación escribiendo en su diario lo mucho que deseaba acudir a ese espectáculo, ya que sus amigos habían ido a la primera vez que se estrenó en una ciudad cercana, y le habían hablado muy bien sobre él.

      Su madre lo llamó para que bajase a cenar, e inmediatamente cerró el diario, dejó el bolígrafo en su estuche y bajó hasta la cocina.

      No eran precisamente una familia adinerada, y lo pasaban mal para llegar a fin de mes, pero por sus buenas calificaciones en la escuela le habían permitido comprar la entrada para el circo.

      Shun tenía un hermano mayor de quince años llamado Ikki. Era muy maduro para su edad, y cuando sus padres le permitieron a él también acudir al circo este se negó alegando que era para niños, además de un gasto innecesario con el que podrían suplir otras necesidades.

      Al menor le sentó mal lo que dijo su hermano, pero no le dio más vueltas. Había conseguido su sueño y eso era lo más importante.

      Se sentó en la mesa y miró su plato. Esa noche tocaba cenar ensalada, una de sus comidas favoritas, y no tardó en terminar su parte.

      —No comas tan rápido, cariño —le dijo su madre—, que es malo.

      Shun asintió con un movimiento de cabeza, pero apenas si hizo caso del comentario. Cuando hubo acabado de cenar, lavó su plato y se volvió a su habitación.

      Esa noche soñó con el circo: un inmenso palacio de todo tipo de colores donde los niños reían y cantaban y jugaban. Él entraba a todas las estancias y con cada una se sorprendía más que con la anterior.

 

Por fin había llegado el día en que el circo abriría sus puertas y Shun estaba en el culmen de su emoción. Había cogido de su armario sus prendas favoritas: una camiseta de color verde y unos pantalones blancos con tirantes. Su madre siempre decía que no le gustaba verlo así vestido, pero se resignaba cuando veía que no podría hacerlo cambiar de opinión.

      Se abrochó los zapatos y salió como una bala de su habitación.
 

      Ikki le esperaba sentado en el salón para despedirse de él. Sus padres no estaban en casa ya que hacía un par de horas que se habían marchado a trabajar.

      —Pásalo bien, hermanito —le sonrió Ikki.

      —Muchas gracias, no dudes que lo haré.

      El mayor le dio un beso en la frente y se despidió de él. Shun salió por la puerta de la casa y bajó las escaleras del edificio con una sonrisa de oreja a oreja. Abrió la puerta del portal y caminó por la calle mientras el viento le agitaba el pelo.

 

La entrada al circo era enorme, y parecía haber infinidad de gente atravesándola. Miró hacia arriba y divisó un cartel dónde se podía leer El circo de las sombras.

      El corazón le latía muy fuerte a medida que avanzaba, y cruzó la puerta vacilando un poco, y cerrando los ojos de la emoción. Se sentía tan nervioso que no notó que el suelo se tambaleaba bajo sus pies, pensando que era otra consecuencia de su emoción. Sin embargo, y con los ojos cerrados, no pudo percatarse de que algo extraño estaba sucediendo a su alrededor.

   

Parecía haber pasado una eternidad desde que los volvió a abrir, y cuando lo hizo, se sobresaltó. El circo de vivos colores que vio antes de entrar se había transformado en un circo de colores gris, blanco y negro, y toda la gente que había visto entrar se había esfumado. Más que un circo parecía una pequeña ciudad abandonada.

      Caminó muy despacio y con cautela preguntándose qué había pasado y mirando en todas las direcciones, tapándose la boca con las manos.

      Una sombra atravesó la calle con tanta rapidez que casi no pudo verla, y la siguió, esperanzado de poder encontrar a alguien que le ayudase a salir de allí. Y aunque no sabía muy bien a dónde había ido, caminó entre la penumbra, no sin dudar.

      La sombra volvió a pasar ante sus ojos, un poco más visible, y pudo seguirla mejor esta vez. Pero no duró mucho: volvió a desaparecer de su vista entre las carpas.

      Oyó un ruido detrás de sí y se dio la vuelta. De repente, donde antes había estado la calle por la que había caminado, ahora había una carpa rojiza que contrastaba con el paisaje desolado de aquel circo. La sombra volvió a pasar a su lado tan veloz como un rayo y se metió en la carpa.

      Shun no sabía muy bien lo que estaba pasando, pero armándose de valor y de curiosidad se adelantó, separó las telas de la puerta, y entró.

 

Pensó en dar la vuelta y salir cuando todo se iluminó ante sus ojos. Por dentro era enorme, y albergaba muchas cosas que tenían extrañas formas, y otras que eran inverosímiles. En el centro había un gran cañón de colores por el que pensó dispararían a los hombres bala.

      Se aproximó hacia él y apoyó una mano en su extremo. Por un momento se imaginó siendo él a quien dispararan lejos de allí y de su vida.

      —¿Te gustan los cañones? —Preguntó una voz fría como el hielo.

      Shun se sobresaltó y ahogó un gritó. Volvió la cabeza para mirar a quien había dicho eso, pero no vio nada. La carpa estaba vacía.

      —¿No vas a contestar? —Volvió a preguntar la voz, con su tono helado.

      Shun se volvió a girar, pero siguió sin ver nada. Reunió fuerzas para contestar a lo que fuera que le estuviera hablando.

      —Me gustan los cañones si están en circos. Los aborrezco en el campo de batalla —dijo.

      —Buena respuesta.

      Esas palabras habían sonado muy cerca de su oído, como un manto de nieve cayendo sobre él. Se giró y vio, por fin, a la persona que le estaba hablando desde las sombras.

      Era un muchacho que no le sacaría más de un año. Tenía los ojos azules como el hielo, y el pelo rubio intenso le caía sobre los hombros como una cortina de oro. Iba vestido de manera muy extravagante. Llevaba en la cabeza un sombrero de copa de color negro con rombos rojos, y una carta de un as de picas a un lado del mismo. Una gabardina de color rojo y negro le caía sobre los hombros hasta las rodillas, por detrás de su espalda, con el extremo en forma de dos picos. Tenía esparcidos de manera desigual corazones y rombos. Debajo de la gabardina llevaba una camisa a cuadros rojos y negros, muy ligera. Sus pantalones eran de los mismos colores que lo demás, y los zapatos no eran una excepción. Las manos las tenía cubiertas por unos guantes de color blanco.

      Le llamó la atención el bastón que sujetaba con la mano derecha: era completamente negro y al final tenía una calavera que parecía estar hecha de plata. En su ojo izquierdo, por otro lado, llevaba pintada una estrella roja.

      Era atractivo, pero siniestro a la vez. Se alejó de él unos pasos chocando con el cañón.

      —¿Cuál es tu nombre? —le preguntó el chico rubio.

      —Shun —contestó.

      El chico asintió con la cabeza como gesto de aprobación, y no dijo palabra.

      —¿Tú tienes nombre? —preguntó el menor.

      El rubio arqueó una ceja y clavó la mirada en sus ojos esmeralda.

      —Claro que tengo nombre —dijo.

      —¿Y bien?

      —¿Y bien qué?

      —¿No me vas a decir cuál es? —Preguntó Shun, un tanto irritado.

      —Me has preguntado si tenía nombre, y te he dicho que sí, pero no me preguntaste cuál era —contestó simplemente.

      —Pues me gustaría saberlo.

      —Pues pregúntame.

      A Shun le empezaba a cansar ese juego, pero se contuvo.

      —¿Cómo te llamas? —Preguntó por fin.

      —Hyoga —dijo sin más.

      —¿Y qué haces aquí?

      —Vivo aquí —contestó, y su tono sonó más triste que frío.

      Shun lo miró unos segundos con muchas preguntas que hacerle en la cabeza, pero no dijo nada. Hyoga lo examinó con atención, y después le pasó una mano por el pecho. El joven se estremeció al contacto; aunque tenía las manos cubiertas por guantes, estaba frío como el hielo.

      —¿Por qué estás tan frío? —Quiso saber.

      El rubio sonrió, y le puso un dedo en los labios para que no hablase más. Lo cogió de la mano y lo llevó por toda la carpa.

      Era inmensa, tal y como había pensado cuando entró en ella, y a cada paso que daban los cachivaches se volvían más extraños.

      —¿Dónde estamos? —Preguntó Shun, desconcertado.

      Hyoga lo miró.

      —En El circo de las sombras —contestó, como si fuera evidente.

      —Eso ya lo sé —dijo, molesto.

      —Entonces ¿por qué preguntas? —Le sonrió el rubio, con tono burlón.

      Shun se limitó a no decir nada. Pero no pudo contenerse durante mucho tiempo. Se habían parado a un lado de la gigantesca carpa, y Hyoga miraba por el agujero del techo, donde se veía una luna llena.

      —¿Por qué hay luna llena si es de día?

      —Haces muchas preguntas —le reprochó.— En El circo de las sombras siempre es de noche.

      Shun pensaba que le estaba tomando el pelo, pero el rubio lo decía completamente en serio. Por un momento sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, y dio unos pasos hacia atrás por puro instinto.

      —No te asustes, aquí nadie puede hacerte daño —dijo Hyoga.

      —¿A qué te refieres? —Preguntó, más asustado que antes. Pero el rubio no contestó, sino que continuaba con los ojos clavados en la luna. —¿Por qué la miras tanto? —Siguió sin obtener respuesta. Suspiró y esperó.

      —¿Tienes ganas de recordar? —Habló por fin Hyoga.

      Shun se quedó mirándolo extrañado.

      —¿Recordar? —Preguntó.

      —Tú di sí o no.— Sus palabras volvieron a sonar heladas.

      —Sí— dijo, sin saber muy bien a qué se refería.

      Hyoga lo miró intensamente a los ojos, le pasó una mano enguantada y fría como el hielo por la mejilla, y sonrió.

      —Así me gusta —dijo.

      De repente, todo empezó a dar vueltas, y Shun pensó que se iba a desmayar.

Notas finales:

Espero que os haya gustado o regustado el primer capítulo. En unos días subiré el siguiente, que ya tengo 6 capítulos corregidos :D.

Un saludo.


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