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Estrella por Amelia_Badguy

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Un alma gemela era lo que había esperado cuando era joven, después de todo la raza humana nacía con aquella peculiar característica. En el dorso de sus manos, cada ser humano tenía la mitad de una estrella de cinco puntas, la cual se complementaba cuando estabas cerca de la persona que estaba destinada para ti, pero ese no fue el caso de Leonard Horatio McCoy.

Desde que la marca había aparecido su mano había sido distinta a la marca que las personas que conocía tenían en sus dorsos, después de todo su marca siempre había parecido ser un tercio de una estrella, algo que nunca había podido comprender del todo.

Cuando había sido pequeño, creciendo en Atlanta, Georgia, siempre había estado preocupado por su marca, siendo que su abuela siempre le había dicho de una forma amorosa que no tenía que preocuparse acerca de lo extraña que era su marca, porque después de todo, quizás al lado de su alma gemela se completaría su estrella del todo, pero mientras fue creciendo, su marca nunca se completo, nadie que estuviera a su lado podía completar aquella estrella.

Había sido cuando ingreso finalmente a la universidad de Misisipi que fue rechazando la esperanza de encontrar un alma gemela, concentrándose en ser un cirujano, enfadado consigo mismo, cargando siempre con la culpa de la muerte de su padre en sus hombros.

Simplemente no tenía tiempo de encontrar a su nombrada alma gemela en un maldito planeta tan grande, donde además cada día las personas abordaban naves para ir a distintas colonias repartidas por el universo.  

Se había terminado por casar con una mujer, a la cual había llegado a amar, pero ninguno de los dos complementaba la estrella del otro y, aunque lo habían intentado, no habían podido seguir con esa relación cuando ella había encontrado a quién complementaba su estrella.

Siempre veía a su pequeña hija Joanna, aquella que había estado demasiado feliz cuando su marca había aparecido en el dorso de su manito, una marca normal, no como la que él poseía, siendo que verdaderamente pensaba que no había nadie para él en aquella galaxia, en aquel universo, haciéndose eso cada vez más y más obvio.

Definitivamente en la vida no había nadie para Leonard Horatio McCoy y él tenía que aprender a vivir con esa mierda que le tocaba vivir.

Unirse a la flota estelar no había sido algo que había planeado en realidad, mucho menos enlistarse para una misión de cinco años en una maldita lata en el espacio, pero así había ocurrido la situación.

Ahora era el jefe médico de la USS Enterprise, la cual partía a su misión, a su viaje de cinco años en el espacio, recorriendo nuevos planetas, buscando nuevas formas de vida y lugares donde la federación de planeta pudiera poner nuevas colonias para los humanos y las especies que iban descubriendo.

Su capitán era el capitán James Tiberius Kirk, aquel hombre rubio era el capitán más joven existente en toda la flota estelar, siendo bastante alegre en realidad, era demasiado relajado a veces, según lo que había podido apreciar, pero aun no lo conocía más en profundidad.

Lo otro que resaltaba en la nave, además de su joven capitán, era el primer oficial asignado. Había sido el primer oficial del capitán Christopher Pike, pero la particularidad de este hombre era su origen. El primer oficial del Enterprise, además de ser el jefe del área científica de la nave, era mitad humano y mitad vulcano, una rara combinación que realmente hacía a aquel hombre algo único, algo que no podía comprender y que muchas veces, en el poco tiempo que llevaba conociéndolo, lo estaba fastidiando, pues el mitad vulcaniano se comportaba como si fuera un vulcano puro, dejando de lado su lado humano.

En ese momento se encontraba en la enfermería de la nave, debía hacer el primer chequeo a los tripulantes de la nave, pero estaba próximo a acabar, siendo que había dejado al primer oficial y al capitán para el final de todo aquel control médico, estando ahora con el rubio, que parecía nervioso estando cerca de su hypospray, pero únicamente ignoró aquello.

— Bien, capitán, en su chequeo todo aparece normal, aunque no deberá comer tanta carne ni cosas dulces — Le explicó mientras la enfermera Chapel anotaba las cosas en su pad, para salir con aquel informe médico y registrarlo con los demás.

Comenzó a revisar entonces los reflejos del hombre que estaba ataviado con su camiseta amarilla, propia de un capitán, siendo que no pudo evitar mirar con cierta curiosidad la estrella del capitán. Siempre había hecho, desde que trabajaba como médico, por lo cual no le extraño para nada ver la mitad de la estrella en la mano del capitán.

Había examinado a cientos de personas a lo largo de toda su vida y ninguna tenía una estrella como la de él y en el Enterprise parecía que no iba a ser la excepción a esa regla que ocurría en su vida.

Aunque ya no esperaba encontrar el amor ni nada de eso, estaba bastante viejo, a su parecer, para pensar en aquellas cosas en ese momento, siendo que simplemente termino por anotar algo en su propia pad, con sus guantes puestos, debido a que había estado en un examen médico.

— No me puedes pedir que deje los dulces Bones, son simplemente algo delicioso — Le dijo con un tono de humor el hombre, mientras le sonreía. De un tiempo a ese, en lo que llevaban de viaje, el capitán había comenzado a llamarlo "Bones" de una forma amigable, siendo que él no había rechazado aquel apodo, llamando muchas veces simplemente "Jim" al hombre.

— Pues sino los dejas, en unos diez años más serás un capitán con una gran barriga o la flota te dará un puesto de almirante simplemente por aquello — Le dijo con ese tono agrio que tenía, pero el rubio simplemente rio mientras se levantaba de la camilla donde había estado sentado.

— Vamos a beber algo cuando termine el turno, el oficial Scotty tiene un buen wisky — Le dijo guiñando el ojo a lo que el hombre de ojos azulados simplemente asintió.

— Cuando termine mi trabajo iré, aun me falta revisar al duende y eso llevará un tiempo, analizar si sus malditos niveles son normales o no — Bufó simplemente y su capitán soltó una risita mientras salía de la habitación, aunque claro, ninguno de los dos había estado demasiado atento al hecho de que la marca en el dorso de la mano del capitán se hacía más pequeño, volviéndose un tercio de estrella, aquel tercio que va al centro, que parece unos a los otros dos tercios faltantes.

 


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