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Guerreros de almas rotas por Luthien99

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Los colores eran nítidos bajo el espeso humo negro que empañaba la visión de Sirius. Era todo muy confuso. Él era consciente de que algo se escondía tras aquel manto negro, pero no podía verlo por mucho que quisiera. Intentaba llegar a algún lugar y no lo lograba, entonces el suelo se abrió bajo sus pies y cayó. No pensó en la caída ni el dolor de la inminente colisión contra el suelo, sino de que aquella oscuridad que se estaba abriendo paso a sus pies, lo engullera por completo. La imagen cambió y antes de que llegara al final de aquel pozo negro, su omnipresente cuerpo fue transportado a una pequeña y oscura habitación. Estaba iluminada por unas velas que flotaban a su alrededor, proyectando su luz sobre los cuerpo inertes en el suelo. Y aunque no podía reconocer los rostros de aquellos cuerpos pálidos y sin vida, supo que pertenecían a sus amigos. Algo en su interior lo sabía. Antes de que su tembloroso cuerpo pudiera reaccionar, una voz gritó a su espalda, pero no pudo volverse y la oscuridad lo engulló por completo.

Se despertó del sobresalto entre gritos de desesperado terror.

Una suave brisa lo azotó y lo sacó de su soñoliento estado. La ventana de la habitación estaba abierta y el dulce soplo del viento otoñal de aquella noche se mezclaba con el calor de la chimenea. Había una vela encendida en medio de la sala que oscilaba entre la vida y la muerte. Su luz iluminaba a duras penas las siluetas de sus amigos y los muebles de la habitación.

—¿Sirius?

La voz de Remus le estremeció de pies a cabeza. Sirius aún temblaba de puro terror cuando se giró hacía Remus, que se había erguido y lo miraba en la oscuridad desde su cama.

—Lo siento por haber gritado—dijo, intentando recomponerse—. ¿Te he despertado?

—No estaba durmiendo, no podía dormir —contesto.

Se hizo el silencio durante unos segundos. Finalmente, Sirius se levantó de la cama, caminó hasta el armario donde guardaba su chaqueta y del bolsillo derecho sacó una cajetilla de tabaco.

—¿Quieres?

Para sorpresa de Sirius, Remus asintió.

Se sentaron en el alféizar de la ventana, uno a cada banda, se encendieron un cigarrillo y dejaron que el humo flotara a su alrededor. No había luna aquella noche, las nubes tapaban su mortecino resplandor. Estaban sentados uno enfrente del otro, con la ventana a un lado. Dejaban salir el humo en silencio, distraídos en como este se mezclaba con la lejanía del oscuro cielo, como se mimetizaba en la oscuridad, pasando a formar parte de ella.

—¿En que soñabas? —quiso saber Remus.

—Más de lo mismo…

—¿Lo mismo de anoche?

—De anoche, de la anterior, del otro día y de la semana pasada… —dijo Sirius.

Remus dejó salir el humo por la boca, miró a Sirius con el ceño fruncido y entonces habló:

—No puedes dejar que esto te atormente día si y día también… Has de pararlo.

—No es algo que pueda controlar, Remus —contestó frustrado—. Cierro los ojos y simplemente aparece.

El silencio volvió a reinar entre ellos. Remus casi había acabado su cigarrillo cuando Sirius ya se estaba encendiendo el segundo. Sus caladas eran mucho más largas y profundas que las de Remus, que se entretenía contemplando como Sirius aspiraba y expulsaba el humo. Fruncía el ceño y aspiraba, ciñendo sus labios a la boquilla. Lo saboreaba y dejaba que entrara hasta el fondo de su alma, para luego dejar salir el humo por la nariz, en un acto perruno y feroz. Era un proceso que Remus apreciaba con una extraña devoción. Era una especie de arte que solo él era capaz de admirar. Pues Sirius Black es arte en estado puro a los ojos de Remus Lupin.

—¿Quieres otro? —Sirius le tendió la cajetilla a Remus.

—No, gracias —contestó.

—¿Siempre eres tan políticamente perfecto, Lunático?

—No.

Sirius sonrió.

Remus siempre conseguía hacerle sonreír en los peores momentos. Siempre conseguía sorprenderle, pues nunca acabaría de conocerle del todo. Cada día descubría algo nuevo de él, siempre tan metido en sus libros, escondido entre capas y capas de ropa, y con el humor más sarcástico e irónico que había visto nunca. Ese chico que se transformaba en una bestia fiera y salvaje una vez al mes, ese chico que bajo el efecto de la luna dejaba de existir para dar paso al lobo.

Su Remus, con quien que podía compartir y hablar de cualquier cosa.

—Hoy he hablado con Regulus… —dijo finalmente, tras un largo silencio—. El muy cabrón dejará la escuela tras las navidades. Mis padres han aceptado con la condición de que sea por una buena causa. ¿La adivinas?

—Ojala no.

—Pues eso… —dijo Sirius con desgana—. No ha especificado, pero podemos imaginarnos a que se debe —Sirius miraba la punta del cigarrillo entre sus dedos, como el tabaco era engullido por las pequeñas brasas hasta reducirse a cenizas—. ¿Has sentido alguna vez como si una oscuridad te engullera y no pudieras hacer nada, como si intentaras detener lo inevitable? ¿Has sentido la impotencia de no poder moverte, de gritar y que nadie te escuche? —Remus estaba atento a sus palabras, pero no contestó las preguntas—. Así es como me siento cuando aparecéis vosotros tres muertos frente a mis ojos.

—Sirius… ¿Eso es lo que sueñas?

—A veces son vuestros cadáveres, otras veces estoy en mi casa y aparece mi madre, otras caigo y caigo en un vació sin fondo… —esbozó una lúgubre sonrisa, que erizó el vello de Remus—. ¡Todo un variopinto de posibilidades que hacen que el puto Sirius Black se cague de miedo por las noches!

Entonces Sirius no pudo soportarlo más y el llanto estalló. Remus jamás le había visto llorar, jamás había visto una sola muestra de debilidad en Sirius, no hasta aquella noche. Lo abrazó en un acto reflejo. Se acercó a él y lo rodeó con sus brazos sin preocuparse por aquella extraña sensación del espacio personal. Lo abrazó y sus dos cuerpos se unieron como uno solo, mezclándose en una masa homogénea dentro de la oscuridad de la habitación.

Los cigarrillos se habían consumido, Sirius lloraba desconsolado y Remus lo abrazaba con todas sus fuerzas, intentado consolar aquel desespero en el llanto de su amigo. Sus cuerpos estaban más juntos que nunca, y aquel calor que ambos desprendían para con el otro era una extraña sensación a la que podrían llegar a acostumbrarse. Siempre tan distantes el uno del otro, habían aprendido a saber hasta donde podían llegar, pero ahora, tras aquel momento de fragilidad, se necesitaban más que nunca.

—Lo siento… —dijo Sirius, alejándose de golpe y rompiendo el abrazo—. Que vergüenza —se secó las lágrimas como pudo y carraspeó un par de veces—. Lo siento, Remus.

—¿Por que te disculpas, Sirius? —inquirió molesto por la reacción.

—Porque esto es vergonzoso —dijo—. Yo nunca lloro, no desde hace un tiempo al menos.

Remus se abstuvo de contestar a aquel absurdo comentario y prefirió pensar en lo cerca que estaban el uno del otro. Tras el abrazo, sus cuerpos habían decidido —más allá de su control— mantenerse cerca.

Los cigarrillos ya estaban olvidados y la luna y el intermitente bailar de la vela en medio de la habitación y los ronquidos de Peter… Todo estaba más que olvidado, todo había pasado a un segundo plano en su percepción de la realidad. Solo existían ellos dos y la cercanía de sus cuerpos. Una cercanía cada vez más evidente, y que Sirius se estaba encargando de aumentar por momentos. Remus no era consciente de que Sirius se estaba acercando peligrosamente a su boca, abriéndola con sutileza e incitándole a que él hiciera lo mismo.

Embaucado por la sensación de calor que el cuerpo y la boca de Sirius le estaban haciendo sentir, Remus sucumbió al encanto y y dejó llevarse por el momento. Y antes de que pudiera darse cuenta, y sin saber quien de los dos había acabado de matar el espacio que les separaba, sus bocas se encontraron en una feroz lucha. Eran dos contrarios luchando en una batalla sin vencedor. Dos fuerzas contrarias que no buscan ganar, solo seguir sintiendo el placer de lengua contra lengua, saliva contra saliva y labios calientes enzarzados.

La ansía y la desesperación les estaba conduciendo a un clímax emocional que ninguno de los dos había experimentado antes. Sus mentes estaban en blanco, trabajando forzosamente para entender que era lo que estaban haciendo y el porque. Buscaban una respuesta que solo encontraban si aumentaban el ansioso movimiento de sus labios y lenguas.

Entonces Remus se apartó, poniendo fin a la belicosa batalla. Se puso en pie sobresaltado, aun extasiado y con el sabor de Sirius en la boca. Lo miró asustado y caminó hasta su cama. Sirius lo miraba con la misma expresión de desconcierto y esperando desesperado que se diera la vuelta y volviera para acabar la batalla que habían empezado.

Pero no lo hizo.

Remus se metió en la cama y se cubrió con las sabanas hasta la cintura, dándole la espalda a Sirius y ocultando sus rostro. Este seguía mirándole sin comprender su posición y sin entender tampoco porque le había besado. Se quedó sentado en el alféizar de la ventana, confuso y desorientado, con los labios aun calientes y una saliva en la boca que no era suya.

La vela se apagó, pero Sirius pasó la noche junto a la ventana y calada tras calada, sentía como era el sabor de Remus lo que le bajaba por la garganta y no el amargo sabor del tabaco.

Notas finales:

¡Hola a tod@s!

Me alegra volver a la andanas con una de mis parejas favoritas. Hacía mucho tiempo que no escribía sobre Remus y Sirius, pero cuando vuelvo a hacerlo es como si volviera a casa. Me siento tan terriblemente cómoda escribiendo sobre ellos. Me atrevería a decir que son la pareja que mas me gusta para escribir. 

Aviso de que no es un capítulo único, como lo que he estado colgando últimamente. Este es el primer capítulo de lo que espero que no sea un fic muy largo. No quiero comprometerme con nada que no pueda acabar. Me he comprometido a no dejar nada mas a medias, jeje. 

Me haría muy feliz recibir algún review para saber que os a parecido el comienzo... Espero colgar el próximo muy pronto.

Gracias por leer.

Besos, Lúthien.

 

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