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Centinela por Mascayeta

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El agua caía por su espalda terminando de despertarlo. Estaba recapacitando en cada una de sus acciones de la madrugada.

No pudo ver la expresión de Yokozawa, pero no cabía la menor duda que le debió parecer la persona más estúpida y desesperada del mundo. Las palabras se repetían en su cabeza "quiero que seas mi amante". ¿En que estaba pensando? El que fuera un hombre complicaba ya la cosa, pero que se le hubiese declarado con todos los "juguetes", fue la vela en el pastel. No pudo en ningún momento recordar una ocasión con Sakura en la cual se expusiera sentimentalmente de esa manera, y pasara semejante vergüenza.

Mientras se vestía, imaginaba los escenarios posibles. El más real en su concepto, era que el administrador no le volviese a hablar, pero también cabía la posibilidad de que desapareciera por completo de la compañía como había hecho Oosaki. La diferencia la hacía el dinero que la empresa había captado en esos meses. Así que en el momento que eso ocurriera, ya podía imaginarse buscando empleo. Tomo la chaqueta y la bufanda saliendo rumbo a la oficina, prefería perder el tiempo ahí y no seguir atormentándose por la imprudencia que cometió. A las seis llamaría al ojiazul.

¿Qué era lo peor que podía pasar? Que le dijera que no. Tenía que admitirlo, de todas, esa probabilidad lo asustaba.

Chiaki, Tori y Yokozawa salían de la práctica de kendo, al no abrir los jueves el restaurante, tenían la posibilidad de compartir otros espacios. Cansados pero complacidos de los avances del menor en el poco tiempo que lo estaban entrenando, el trio comentaba los eventos de la tarde. Lógicamente, después de recibir los halagos Yoshino pidió una abundante cena, para él hacer ejercicio siempre tendría una deliciosa recompensa, la cual consistía en algo dulce. Una vez en el local, la conversación hizo pasar el tiempo de manera rápida y placentera, cuando se marcharon el reloj marcaba más de las siete.

Takafumi encendió el celular, los mensajes comenzaron a llegar uno tras otro. Todos de la misma persona.

- Hubieses al menos dicho que estabas con ellos, así no tendrías tu teléfono a reventar.

- ¡Kirishima-san! – saludo Hatori cuando lo vio detrás del pelizaul. Evitando una respuesta explosiva del interrogado, los invito a pasar al edificio. El apartamento de la pareja era pequeño pero acogedor, en cada detalle estaba la prueba de lo diferentes que eran, pero lo bien que compaginaban. – Es una sorpresa tenerte aquí.

- Los vi cuando iba a buscar a Yokozawa, esta noche teníamos que concretar unos aspectos de la reunión de mañana – en su tono reflejaba molestia e incluso algo de reproche; aunque Tori y Chiaki lo notaron, decidieron dejarlo pasar, ya que el mencionado estaba completamente pálido. – Si no veía importante reunirnos, lo mínimo era avisarme.

- Lo sentimos, acaparamos a Takafumi cada vez que tiene un respiro. ¿Quieren tomar algo? – contesto el menor del grupo al notar que el administrador quería responder a la frase lanzada por su jefe. ¿Desde cuándo tenían esa confianza? Alzando los hombros, Chiaki los dejo con la intención de iniciar una discusión, proponiendo lo mejor para concluir el día como amigos que eran: una fiesta de copas - No sabré cocinar, pero vaya que hago unos buenos cocteles. ¿A qué horas es la reunión?

- A las diez – murmuro con rabia el peliazul.

- Entonces no se diga más, - tomándolos del brazo, Yoshino los metió a la sala, mientras no paraba de hablar.

Yokozawa agradeció haberlos conocido. Esa fue su despedida, viendo películas y discutiendo de cosas tan insignificantes como el partido de futbol del campeonato, o serias como los impuestos o la violencia. El anfitrión le pidió ser su ayudante con el fin de evitar discutir con Tori por las mezclas que alegremente hacía y el desorden que estaba dejando. De esa manera, cada vez que terminaba una receta, Takafumi ejercía la labor de catador. No supo en que momento, tanto él como Yoshino, estaban riendo como tontos, uniendo todo lo que encontraban encima de la barra y bebiendo directamente de las botellas.

Kirishima y Hatori, aprovecharon a tomar tantas fotografías como les fue posible en las situaciones más ridículas que pudieron captarlos, ya sabrían cómo utilizarlas a su beneficio con esas dos joyitas. A la una de la mañana, Zen arrastraba a un ebrio de 1.80 m, por la entrada del conjunto residencial donde vivía. Difícilmente lograba coordinar las palabras, pero mascullo que lo enviara a su casa en un taxi, luego nombro la posibilidad de causar un disgusto a su esposa, y, por último, que ese día se marcharía para siempre de Mascarade S.A.

Las palabras del ojiazul dejaron frio al castaño, otra vez lo había hecho. Indudablemente para mediodía sus socios estarían firmando su sentencia de muerte. Sacando una frazada del closet se acercó a cubrir al hombre que dormía plácidamente abrazado a uno de los cojines del sofá. Al acomodarse, Zen detallo la prenda que colgaba de su cuello, la reconoció de inmediato a pesar de haberla visto solo en una foto años atrás: El zafiro del Dragón. Guardándola bajo su camisa, se dispuso a dejarlo descansar. Más por la necesidad que le produjo verlo indefenso, no resistió robarle un beso. La sonrisa que se dibujó en los labios del hombre, lo lleno de satisfacción.

Tal vez no había sido una imprudencia declarársele.


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