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Centinela por Mascayeta

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El enojo era una forma de mostrar su frustración. Inconscientemente esperaba lograr algo más con Yokozawa cuando despertaran.

En el elevador evocó lo ocurrido en la mañana. Desde que salieron de su apartamento no podía apartar sus ojos del peliazul. Debido a que se levantaron tarde por la resaca, no había alcanzado a pasar por su apartamento, por lo cual tuvo que prestarle ropa. Sin ningún recato, Takafumi se cambió ante él. Podía acordarse del abdomen bien marcado con las gotas de agua deslizándose para perderse en el borde de la toalla. Había alcanzado a salir cuando se la quito para ponerse el pantalón. Por un momento se preguntó si lo hacía adrede, pero al verlo ahí en medio de los inversionistas, absorto en su trabajo e indiferente a su presencia, concluyo que él actuaba de una manera inocente, sin malicia.

Suspirando, salió del ascensor. Con una leve sonrisa saludo a Henmi felicitándolo. El pobre muchacho temblaba como una gelatina, lo atribuyo a la sorpresa de su nuevo cargo en la empresa. Como pudo el chico le detuvo informándole que debía pasar a la sala de juntas. Fue en ese instante que se percató del hombre que se hallaba al lado del pasante. Agradeciéndole se dirigió al fondo del pasillo. Al abrir la puerta quedo atónito por la persona que allí se encontraba, alguien que durante mucho tiempo lo evadió: Su exsuegro, el padre de Sakura.

Como todos los años desde que pudo seleccionar entre los clubes obligatorios de los que debían hacer parte, ese último año eligió aquellos que se convirtieron en su pasión: El equipo de judo, del cual quería ser capitán, y el grupo de Historia del Arte. En ambos casos, no solo destacaba, sino que le permitían alejarse de la realidad que el colegio les brindaba.

Ese día no fue la excepción, algo desilusionado porque hasta el momento la clase de Historia del Arte se limitaba a un recuento histórico de los seres míticos de occidente y oriente, tuvo que escuchar como su docente contaba una leyenda japonesa de un demonio y el hijo de un samurái. A medida que los detalles se iban abriendo paso en la narración, Zen comenzó a dibujar al "malo" de la historia. Casi como por instinto la pluma se deslizaba por la hoja de cuaderno. Al finalizar, vio a un muchacho de unos 18 años, con un ojo azul y un ojo rojo. Pensó en uno de los mangas que acababan de salir al mercado. Guardando la hoja en su billetera comparo la venganza irracional del demonio burlado con las historias de los jóvenes asesinos de las escuelas, o quizás por el trasfondo del pacto y la ofrenda, se podría parecer más al suicidio colectivo de alguna secta. En fin, en su concepto la maldad en el hombre siempre había existido y no necesariamente ligada a algo mágico o paranormal.

Él mejor que nadie sabía que tanto los ángeles como los demonios existían, los había visto desde pequeño entre la gente, a su lado e incluso había interactuado con algunos, pero atribuirles lo bueno o lo malo a ellos... eso si lo discutía. El timbre de salida lo despertó de sus cavilaciones. Se levanto y guardo los útiles en su maletín; cerca de la puerta la voz del profesor lo detuvo "Kirishima -kun". Girando sobre sí, regreso sobre sus pasos.

- Puede mostrarme el trabajo que hizo en clase. – Kirishima saco el dibujo de su cartera, el docente lo miro complacido. Dejándolo encima del escritorio continuo. – ¿Cómo pudo hacer el retrato con los pocos datos?

- No fueron pocos... - estaba tentado a decirle que se había extendido al punto de parecer contando La Guerra y la Paz de Tolstoi, pero lo dejo con un simple alzar de los hombros, y elevarle el ego – usted es buen narrador.

El hombre nuevamente sonrío. Sabía muy bien que tanto había dicho de la leyenda y en ningún momento describió a los personajes. Más por comprobar su hipótesis, le volvió a preguntar:

- Muchas gracias. Por eso quiero escuchar la descripción del hijo del samurái Onodera – el castaño bufo, si iba a tener un examen oral solo tenía que avisarle. En vista de la circunstancia, abrió la boca para responder, después de un rato la cerró confundido. Bajo la cabeza, su cara ardía de la rabia. Realmente ¿solo recordaba al malo de la leyenda? Su docente le devolvió el papel, - Guárdelo, algún día esto podría ayudarle. Déjeme indicarle que será un gran centinela.

- ¿Centinela? - Zen lo volvió a meter en su billetera, por primera vez en ese semestre escucho a su sensei sin creerlo loco o un aficionado a las historias de magia y hechicería.

- Durante estos años les he hablado de los diferentes tipos de Criaturas de la Luz y la Oscuridad. Pero solo cuando estés en preparatoria, podrás entender cuál es tu papel dentro de este sistema. – Prendió un cigarrillo acercándose a la ventana para evitar disparar la alarma contra incendios – Los centinelas son los defensores de la verdad dada por el creador. Seres que tienen la posibilidad de moverse entre dimensiones y confundirse con sus habitantes. En un principio los centinelas eran incorpóreos, pero con el tiempo se vio la necesidad de compartir este poder con los humanos.

- ¿Y yo que tengo que ver con eso?

- ¿Por qué crees que pudiste dibujar a una criatura de la oscuridad, pero no al humano que le acompañaba? – tirando la colilla apagada al cesto de basura, concluyo – Zen, cuando llegue el momento podrás atacarlo en esta dimensión, destruir su cuerpo y desaparecer su esencia. Pero en tus periodos de inconsciencia, eres su víctima.

- ¿Quién es él? – Kirishima preguntó de manera involuntaria, su curiosidad era la causa de muchos de los problemas en que se metía.

- Dicen que ese ser posee lo mejor de cada criatura de la oscuridad, así como la posibilidad de sentir como los seres de la luz y los humanos. Pero... – termino el docente que lo llevaba hacia la puerta con una mirada de complicidad – es solo una leyenda ¿verdad?

Al ver a su exsuegro, volvió a su memoria la tarde en que se rindieron honores al cadáver del que fue su profesor de Historia del Arte durante tres años. Al salir de ese evento tomo la decisión de cambiar de escuela. Amaba a Sakura, adoraba los entrenamientos, pero tuvo miedo. El mismo que ahora le invadía cuando lo escuchaba acusar a Yokozawa de la muerte de varios de sus colaboradores.

Cada fecha coincidía con sus visiones. Así que allí estaba su papel en el sistema: Kirishima Zen era el verdugo del heredero de la casa del Dragón.

Notas finales:

Atenta a comentarios y preguntas. Un abrazo de oso para los lectores.


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