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Athena por Sherezade2

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Notas del fanfic:

Fanfic de Saint Seiya en AU. Todos los personajes estarán en OOC, por lo menos la mayor parte del tiempo. Advertidos. Mundo Mpreg, con donceles y varones, sin mujeres. Si no les gusta, ábranse como la yuca y no me vengan a lloriquear en los comentarios.

   Pondré las parejas aquí para que también estén avisados y no me traigan arena si no les gusta. 

Saga x Shaka

DM X Afrodita

Camus x Milo

Estas son las oficiales. A lo largo del fic se podrán formar otras a conveniencia de la historia.

Bueno, no siendo más por ahora, pasemos al fanfic. Espero les guste y les mando un besote gigante a todos los que guste leerme. ;) 

 

Notas del capitulo:

Gracias por leer.

 

                         PROLOGO

                           La noche de la bestia

 

—¡Shion! ¡Shaka! ¡Shion!

   Desesperado, Dohko recorrió el corredor central de la mansión, sacudido por el grito de su esposo. Estaba empapado de lluvia, las gotas de agua resbalaban por sus cabellos castaños pegados a su frente. Estaba viviendo la noche más espantosa de su vida. No tenía ni idea cómo había pasado todo aquello aun cuando la realidad de lo que sucedía lo golpeaba de frente. Su único hijo y su esposo… ellos…

   Un nuevo grito lo sacudió, el destello de una centella iluminó su silueta apostada al inicio de la enorme escalera. Dohko llamó de nuevo a su esposo con un grito, pero no obtuvo respuesta. Dos centellas más iluminaron su travesía hasta la gran sala de enormes puertas que se encontraban franqueándole la entrada.

   Empujó con fuerza en el centro de ambos portalones, logrando abrirlos de par en par. Su peor pesadilla se hizo realidad, iluminada por el más terrible relámpago de la noche. Shion estaba muerto sobre la loza reluciente del majestuoso salón. La sangre corría desde su pecho herido, formando un charco a su lado. Sus ojos seguían abiertos hacia la nada, vacíos, sin alma.

   —¡Shion! —exclamó, mirando hacia un lado del cuerpo caído del doncel. El traidor, el horrible criminal seguía allí, al lado de su esposo. Saga, la bestia, el asesino.

   —¡¿Qué has hecho?! ¡¿Qué has hecho, monstruo?!

   —¡Alto! ¡Detente, Dohko!

   Otra exclamación se alzó de repente en el silencioso salón. Otro varón, uno con el rostro lleno de sudor y espanto entró tras Dohko, sosteniendo un arma entre sus manos. Estudiando la situación, el hombre avanzó apuntando tembloroso hacia el muchacho que sostenía en sus manos la ensangrentada daga con la acababa de cegar la vida del doncel más querido de la ciudad. Dohko miró hacia el recién llegado, advirtiéndolo con extrañeza. Era su mejor amigo, Aioros, su confidente y padrino de su hijo. Trabajaba para el estado como jefe de seguridad.

   —No vas a impedir que lo mate —susurró Dohko a su amigo, intuyendo las intenciones del otro varón.

   —Sabes que no puedo dejar que lo hagas —respondió este, aun respirando agitado—. Athena…

   —¡Al diablo Athena! —La voz de Dohko era como el rugido de un tigre—. Lo mataré…

   Aioros apuntó su arma hacia Dohko como señal de advertencia. Dispararía. Si se veía en la necesidad de disparar lo haría. Y Dohko lo sabía. Athena era lo más importante para Aioros. Más importante que años de amistad y una sociedad de millones de euros.

   Saga, por su parte,  seguía de rodilla en el piso, junto al cadáver de Shion. Sus manos sosteniendo todavía la filosa daga. Su postura, sin embargo,  parecía lejana, ausente. Como si su mente estuviera lejos, muy lejos de allí.

   —Ese chico es el único que conoce los códigos para desencriptar Athena —volvió a hablar Aioros, tratando de hacer entender su punto, aunque su amigo lo tuviera muy claro también—. No puedo dejar que muera.

   —Asesinó a Shion… —siseó Dohko.

   —Lo sé —Los ojos de Aioros miraron el cadáver del hombre que alguna vez había amado y apretó más fuerte su arma—. Aun así…

   —Aun así, prefieres salvarlo  y traicionar al hombre que tanto dijiste amar. ¡Definitivamente hice bien en quitártelo! ¡Mátame si quieres, Aioros! Tendrás que hacerlo porque no va a ver otra forma para que me detengas. ¡Voy a matar a ese asesino! ¡Y voy a matarlo ahora!

   —¡Dohko, espera!

   El sonido de la bala coincidió con una nueva centella. Dohko se llevó la mano al hombro herido, bramando del dolor. Aioros gimió con el arma en alto y el humo de la pólvora frente a sus ojos. No había querido hacerlo, pero no había tenido opción. ¡El impetuoso y terco Dohko no le había dejado opción! ¡Era tan obstinado!

   —¡Dohko! —gritó, corriendo hacia él.

   —¡No te acerques! ¡No te atrevas a tocarme! —resopló el otro hombre, apretando con fuerza el hueco de su herida—. No me hieras más de lo que lo has hecho tratándome con lástima.

   —Nunca he sentido lástima por ti, amigo —señaló el apesadumbrado varón, cayendo de rodillas en el piso. El sonido de un grito atrajo la atención del par de amigos, obligándolos a dejar en pausa la incómoda charla.

   Saga se puso de pie, helado, aterrado; como si acabara de despertar de un largo sueño. Sus ojos exploraban lo largo y ancho del recinto, abriéndose cada vez más ante lo que veían. Por último, el muchacho miró sus manos y la ensangrentada daga entre ellas. Su corazón dio un vuelco que lo dejó mareado y de nuevo de rodillas contra el piso. El cadáver recién tibio de Shion le produjo un escalofrío como no había sentido antes. ¡No podía ser! ¡¿Qué era todo aquello?! ¡¿Qué estaba pasando allí?!

   —Yo… yo no…

   —¡Tú lo mataste! ¡Lo mataste, desgraciado!

   Dohko intentó ponerse en pie pero de nuevo fue apuntado por el arma y la tenacidad de Aioros. El hombre intentó avanzar hacia el aturdido muchacho pero lo que ocurrió a continuación los dejó helado a todos.

   Saga apuntó la daga contra su pecho y con un jadeo apagado la enterró en todo el centro de su tórax. La sangre comenzó a correr por su pecho, empapando su blanca camisa; impecable hasta ese momento.

   —¡No! —exclamó Aioros, soltando el arma para correr hacia el moribundo joven, presionando con sus manos desnudas el ensangrentado pecho.

   Parecía inútil, parecía imposible. La sangre brotaba cada vez más, imparable y brillante del agitado pecho. Dohko se puso de pie. A pocos metros del lugar, una presencia hasta el momento indetectable, abarcó de lleno todo su campo visual.

   Shaka estaba sentado en un rincón, debajo de una pequeña mesa de madera. Parecía una estatua de mármol; frío y rígido por completo. El brillo de sus ojos mostraba que todavía era un ser vivo. Pero su mente parecía tan afectada y traumatizada que se sentía a miles de años luz.

   Dohko se abalanzó sobre él, tomándolo en sus brazos. Lo acunó con afecto, llamándolo desesperado; intentado retener esa mente que parecía estar cayendo en un profundo abismo. No lo logró; los hermosos ojos azules se apagaron por completo. La luz de aquella mirada magnifica se desvaneció como la luz de una lámpara sin gas. Shaka quedó ciego, sumido en la oscuridad de su profundo trauma. Dohko bramó a la noche oscura con el dolor más terrible partiendo su alma en mil fragmentos.  La lluvia cesó, la verdadera tempestad apenas empezaba.  El ruido de las sirenas confirmó la llegada de la policía.

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1.

Despertar

 

Nueve años después…

 

   Aioria arrojó la última rosa sobre el féretro distante de su hermano. Poco a poco, el cajón terminó cubierto por la tierra que lanzaban los sepultureros y la visión de lo que alguna vez fue el hombre que más quiso y admiró, quedó oculta bajo tres metros de tierra.

   Un varón se acercó y estrechó su mano. A ese le siguió otro y luego otro. Aioria sabía que todos ellos estaban allí para obedecer un simple protocolo pero nada más. Nadie podía sentir verdadero respeto por un hombre que había muerto de aquella forma.

   “Suicidio” “Estaba vendiendo información de seguridad a nuestros enemigos” “Tu hermano es un traidor, Aioria”

   Aioria empuñó sus manos. Malditos fueran todos. Todos y cada uno de los que acusaban tan arbitrariamente a su hermano. Aioros era el hombre más leal y honesto que conoció jamás. Un hombre que nunca, nunca, se hubiera suicidado.

   El himno fúnebre sonó de fondo. Las personas se fueron retirando. Aioria soltó un suspiro, hizo una señal de respeto y dio media vuelta.

   Fue en ese momento cuando lo vio.

   Era ese hombre.

   … ese miserable.

   Dohko Deligiannis.

   —¿Usted…?

   Dohko se acercó hasta Aioria. Sabía que su presencia no era grata en ese lugar pero no podía actuar de otra manera. Aioros había sido como un hermano durante mucho tiempo. Un tiempo dolorosamente inolvidable.

   —Mis respetos, Aioria.

   —No es a mí a quien debió presentarlos —espetó secamente Aioria—. Pero ya no importa.  

   Dohko asintió y pasó a un lado del otro varón. Su escolta más cercano, uno al que llamaban “Death Mask” por culpa de una gran cicatriz que le atravesaba medio rostro, pasó también por su lado. Aioria hizo un gesto de repulsión y siguió su camino. El teléfono móvil que llevaba en el bolsillo de su abrigo sonó de repente. Una llamada inesperada que estaba a punto de cambiar su vida entera entró. El corazón saltó en su pecho. La respiración se le cortó.

   “Señor… señor… señor ha pasado algo… algo  increíble. Esa persona… esa persona, señor… esa persona despertó”.

 

 

   Kanon Gemini recorría las calles de Sicilia sin rumbo fijo. Desde lo ocurrido con su hermano, su vida se había convertido en un laberinto sin salida. Llevar el rostro de uno de los hombres más odiados de Grecia no le permitió seguir en su país y terminó exiliado vagando por toda Europa. No era que le importara mucho de todos modos. Nunca había sido ni la mitad de brillante que Saga. En el fondo lo odiaba.

   Un carro se aparcó, entorpeciendo su camino. Dos hombres muy elegantes de traje bajaron del fino Mercedes Bend y lo confrontaron. Era raro ver ese tipo de vehículos por esas calles y a esas horas, pero no lo asustaba. No era la primera vez que lo confundían con un chapero esos jodidos ricachones depravados.

   Sonrió. Unos euros no le caerían mal.

   —¿Kanon? ¿Kanon Gemini?

   Ser llamado por su nombre era otra historia. Kanon frunció el ceño y su cuerpo se contrajo en anticipación. Uno de los hombres trajeados sonrió y se acercó un par de pasos más. Tenía los ojos llenos de determinación y algo parecido al entusiasmo. Kanon lo confrontó de frente y le sostuvo la mirada. Estaba seguro ahora. Ese hombre no buscaba sexo.

 

 

   Seis meses después…

 

 

   La cena anual de caridad que realizaba la empresa Olimpos Corp  tendría como cede de ese año la ciudad de Athenas. Afrodita Deligiannis , el modelo sensación de la temporada se encargaba personalmente de la coordinación de evento. Su primo favorito iba a mostrarse por primera vez en la sociedad europea, luego de años de ostracismo, así que quería recibirlo por todo lo alto. Era un acontecimiento que no podía pasar por alto.

   No estaba de más decir que toda el Jet set local e internacional tendrían sus ojos puestos en el evento. No podía haber ni un alfiler fuera de sitio aquella noche.

   —¿Te gusta el salón, Mio bello?

   Afrodita esbozó una sonrisa antes de girar su rostro. No necesitaba mirar al varón para saber de quién se trataba. Era un atrevido que aún no entendía que no estaba en posición de cortejarlo. No importaba mucho de todas formas. Su acento italiano era demasiado sexy.

  —Me gusta —aceptó el doncel, tomando una delgada copa de una de las mesas para examinarla de cerca—. Lo que no me gusta es tu osadía de dirigirme la palabra. Y mucho más, tu impertinencia al cortejarme. Eres un criado.

   La sonrisa de Death Mask acentuó de forma fascinante la cicatriz extensa de su rostro. El hombre merodeó un poco entre las mesas antes de tomar un extremo del mantel y de un sólo movimiento sacarlo sin tirar ni una sola copa.

   —Tiene una mancha —explicó, señalando una pequeña gota de vino tinto casi imperceptible.  Afrodita estaba con la boca abierta—. Y no me gustan las cosas sucias… —remató un instante después—; bueno, algunas sí —sonrió antes de dar media vuelta.

   El doncel se quedó impávido antes de lograr comprender la implicación de aquellas últimas palabras dichas por el italiano. ¿Acaso lo había insultado sutilmente? ¿Le había llamado “sucio”?

   —¡Maldito impertinente! —susurró para sí, dando media vuelta para seguir revisando el salón. Tendría que hablar seriamente con su tío Dohko al respecto. Ya no podía seguir aceptándole más impertinencias a ese estúpido sirviente. Alguien tenía que recordarle su posición y tenían que hacerlo rápido.

   Otras filas de mesas más adelante, una presencia llamó su atención. Un hombre impecable y muy guapo acababa de llegar y lo miraba fijamente. Afrodita sabía que era cosa de horas para que los periodistas descubrieran el lugar donde el millonario heredero de Olimpos Corp volvería a presentarse en sociedad. Se acercó con paso sensual. Sabía que el hombre lo reconocía y eso le encantaba. Seguir llamando la atención pese a la expectación que se cernía en torno a la llegada de su primo era halagador; muy halagador.

   —Buenos días, ¿puedo ayudarle?

   —Buenos días —saludo el guapo varón—. Disculpa, es que me sorprendió que un modelo tan importante como tú se hubiese encargado en persona del evento de caridad de Olimpos Corp. Pensé que tenían alguna empresa a cargo del asunto.

   Afrodita sonrió, acomodando su preciosa cabellera azulada. Sus ojos coquetos escudriñaron el torso del atlético varón. Era una delicia de hombre; tal como le gustaban.

   —Por lo general la tenemos —anotó meloso—. Este año, sin embargo,  es especial. Como me imagino que sabrás, no todos los años se presenta en sociedad el heredero absoluto de un emporio multimillonario.

   El hombre asintió con lentitud, algo en su mirada brilló de forma casi imperceptible.

   —No, eso es verdad. ¿Por casualidad sabes si ya llegó a la ciudad?

   —Sólo si me dices para quién trabajas —devolvió Afrodita, apretando sus carnosos y sensuales labios. Algo en ese hombre le recordaba a alguien, pero no podía decir a ciencia cierta a quién—. No pareces un periodista del Jet Set, y definitivamente no pareces un empleado de mi tío —agrió el gesto, tomando una copa de champañe que un mesero iba llevando.

   —Disculpa, tienes razón —se excusó en seguida su acompañante, haciendo un gesto de “qué grosero soy”—. Mi nombre es Aioria Lourdanou, y soy un… bueno… digamos que soy un viejo conocido de tu tío.

   —Mi tío no tiene viejos conocidos —sentenció Afrodita, esta vez sí con tono completamente mordaz—. Los Deligianis sólo tenemos dos cosas: enemigos y sirvientes. Y ya hemos dejado claro que tú no eres un sirviente.

   —No soy un enemigo —anotó Aioria, neutralizando también el tono.

   Afrodita terminó su bebida y, llamando a un escolta de su confianza, puso la copa sobre la mesa.

   —Este señor se ha extraviado. Por favor, Tremy, acompáñalo a la salida.

   —No será necesario —siseó Aioria, inclinándose respetuosamente hacia el doncel—. La conozco perfectamente.

   Tras la salida de aquel hombre, Afrodita sacó su teléfono móvil del bolsillo trasero de su fino pantalón de lino y marcó el número de su mejor amigo, un reconocido violinista francés.

   —Mime, necesito un favor.

   Al otro lado parecieron responderle de forma afirmativa.

   —Pídele a tu prometido que investigue a alguien por mí, ¿sí? El tipo se llama Aioria Lourdanou. Y que lo haga antes de que aterrice mi primo, por favor.

  Sonriendo complacido, Afrodita colgó el teléfono. Un pensamiento cruzó su mente. Ese nombre y ese apellido le eran cada vez más familiares. No podía estar seguro pero el recuerdo, o justamente, el no recordarlo a ciencia cierta, le producía un extraño e inquietante malestar en el pecho. Algo parecía avecinarse sobre su familia; casi que podía sentirlo físicamente. Bien le había dicho a ese hombre; su familia no tenía amigos, sólo subordinados. Y desde hacía varios años, los subordinados de su tío se hacían cada vez más escasos.

 

 

   Kanon no recordaba haberse dando antes tan buena vida. Al principio había creído que moriría de aburrimiento encerrado en esa casa solitaria, fingiendo ser un moribundo en coma. Ahora sabía que sólo debía fingirlo de vez en cuando, y sólo ante la gente del común, o, como en este día, ante personajes como aquél.

   El hombre lo estaba mirando fijamente, podía sentirlo a pesar de tener los ojos cerrados y el cuerpo inmóvil por completo. La mirada sobre su cuerpo era tan fuerte, tan intensa, que si no fuera porque era físicamente imposible, hubiera jurado que le estaba quemando.

   Sabía quién era el hombre frente a él; sabía también por qué lo odiaba tanto. Aunque en este caso sería mejor decir por qué odiaba tanto a su hermano, a quien estaba suplantando.

   No podía creer que Saga hubiese despertado del coma luego de tantos años en cama. Estaba tan flaco y pálido que debió hacer una dieta rigurosa para adelgazar y lograr ocupar su lugar en esa cama. Le tomó seis meses lograrlo, él mismo tiempo que le tomó a Saga recuperar habilidades físicas y mentales.

   Era increíble que su hermano hubiese quedado tan bien luego de tantos años de estar prácticamente muerto. Ese tipo, Aioria, había contratado al mejor equipo médico de Europa para lograrlo. Se había gastado una fortuna pero lo había logrado. Un interés mucho más grande que el que le había contado lo movía para tomarse tantos trabajos. Tenía que haberlo. No se creía que un hombre hiciera tanto y gastara tanto sólo por una ridícula venganza.

   Aioros Lourdanou no se había suicidado; y su hermano parecía tan seguro de eso que no había dudado en buscarle por toda Europa para hacerlo ocupar el puesto de su hermano mientras recuperaba la salud de Saga. Su gemelo era la pieza fundamental en la venganza de aquel hombre y Kanon tenía que descubrir por qué.

   Athena. Ese nombre era todo lo que tenía. Sabía que para toda esa gente, aquella palabra iba muchos más que el nombre de la capital griega.  Athena era algo colosal; algo por lo que verdaderamente se estaban moviendo billones y billones de euros. Athena era lo que le permitía vivir en esa casa como un rey sin tener que hacer absolutamente nada. Athena era la razón por la que Saga era indispensable para un hombre como Aioria Lourdanou. Athena era lo que había destruido su vida y la de su hermano nueve años atrás.

   —¿No ha habido cambios? —escuchó que preguntaba Dohko Deligianis, seguramente dirigiéndose a su médico de cabecera. Seguramente también, el facultativo había respondido con una negación de cabeza, pues el suspiro resignado del hombre mayor fue lo siguiente que escuchó.

   —Volveré entonces el otro mes —dijeron ya más lejos de su cama—, avíseme si llega a ver algún cambio; el que sea. Sabe que siempre les atiendo.

   —Entendido.

   Los pasos del hombre se alejaron por completo. Kanon abrió los ojos y miró al cuerpo médico cerca de su cama. También habían vendido su alma por dinero. Todos en esa casa llevaban meses fingiendo que todo seguía igual.

   —Necesito un par de buenos putos después de esto —resopló Saga, estirando su cuerpo—. A veces llego a pensar que de verdad estoy muerto.

   —Pronto lo estarás si no dejas de sucumbir a tantos excesos —riñó el galeno, rodando los ojos—. Pediré que te pidan compañía, pero por favor, esta noche, no pongan tan alta la música. 

 

 

   Dohko miró su reloj mientras esperaba el arribo de su jet privado. Death mask se paró a su lado. El multimillonario magnate no parecía para nada convencido de la decisión que había tomado su hijo de regresar a Grecia. Era claro que alguien le había contado a Shaka lo que estaba pasando y ese no podía ser otro que Milo, el prometido de su hijo.

   —¿Qué le dirás cuando lo tengas de frente?

   Dohko lo miró de soslayo. Para el mundo entero el guardaespaldas era sólo eso: un sirviente. Para Dohko, Giacomo era el único amigo que le quedaba, su único confidente y leal compañero.

   Suspiró. La pregunta no era fácil. Tampoco la respuesta.

   —Le diré la verdad.

   —¿Qué estás muriendo?

   Los labios del hombre mayor se fruncieron, sus lentes de sol reflejaron la imagen del avión que arribaba.

   —Sí.

   —¿Le dirás también la verdad sobre el asesino de su papá?

   El avión empezó a tomar pista. Los puños de Dohko se cerraron en un puño.

   —Jamás —sentenció como un juramento.

   —¿Y si él alguna vez despierta? —inquirió el italiano.

   —Deseará no haberlo hecho.

   El avión aterrizó. Dohko detuvo el aliento. Veía a Shaka casi cuatro veces al año, sin embargo, era la primera vez que se encontraban en Grecia luego nueve largos años.

   La tripulación descendió, colocando la escalerilla de abordaje y abriendo la puerta delantera del Jet. Un doncel precioso, de cabellos lavanda, descendió primero, sujetando una pequeña maleta en su mano. Se quedó a dos escalones del final de la escalera y esperó. Un varón de cabellos azul bandera descendió acto seguido, permaneciendo muy cerca de la entrada del avión. Era Milo, el prometido de Shaka; lo reconocieron desde abajo.

   Dohko sollozó. Un revoleteó de seda amarilla anticipó la presencia del doncel envuelto en el más hermoso Sari dorado que podía existir. Los cabellos de oro se arremolinaron con el viento, haciendo dudar los pasos del muchacho. Parecía como si el mismo sol de oriente estuviera descendiendo de ese avión. Brillante, hermoso, pura luz.

   Shaka Deligianis había vuelto por fin a Athenas luego de nueve años. Aioria lo podía ver desde el montículo alejado que había preparado para aquella llegada. El hombre a su lado, lo miró confundido, interrogante.

   —Han llegado —anunció, rompiendo la expectación.

   Saga le quitó los binóculos, mirando fijamente la silueta de los hombres que bajaban de avión; deteniéndose por largo rato en la figura del doncel más bello que hubiese visto jamás.

   —¿Es él? ¿Es su hijo?

   —Hermoso, ¿verdad?

   Saga hizo un gesto de menosprecio.  El hijo del malnacido de Dohko le importaba muy poco.

   —No me interesa el jodido mocoso. Es al padre al que desprecio.

   —El sufrimiento del hijo es el sufrimiento del padre —siseó Aioria.

   —No es mi modo de proceder.

   —¿Cuál es entonces?

   Saga le entró los binoculares y sin decir palabra bajó por el montículo con miras a la carretera. Aioria lo siguió, seguido de dos escoltas que les acompañaban.

   —¿Tienes invitaciones para la gala de Olimpos corp este fin de semana?

   —No. ¿Por qué?

   —Porque necesitas conseguir dos: Una para mi… y otra para mi hermano.

   Aioria sonrió. ¡Rayos! Si Saga no era un monstruo antes de su casi muerte, no importaba; él lo había creado.

 

   Continuará…

 

  

  

  

   


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