Las calles desiertas contaban historias de un pasado lejano, ahora tan distantes, tan trágicas. La naturaleza poco a poco recuperaba su dominio cubriendo todo de un verde tan hermoso como aquellos ojos juveniles que tanto amaba.
Mikaela caminaba por aquellas solitarias calles recordando la vida que le fue robada pero que ahora no podría recuperar nunca más, solo quedaban los restos rotos como aquella ciudad en ruinas, tan sola y tan triste.
Aquél día soleado de primavera era perfecto para dar un paseo y distraerse de los deberes que Krul Tepes ponía sobre sus hombros, no es que se sintiera cansado físicamente, era solamente la añoranza por un cambio de aires.
Con los humanos ahora totalmente controlados en granjas y los vampiros al poder todo era más tranquilo, aunque las rebeliones no se hacían faltar eran erradicadas cada vez que aparecían.
Su capa flameaba con el frío viento de la temporada, sus cabellos rubios ondeaban y su roja mirada se posaba en el cielo azul, ese azul que desde hace mucho sus ojos no tenían.
Girando a la derecha en una esquina pudo ver el usual camino que ocupaba para sus paseos y para el encuentro tan añorado. Caminó por el sendero hecho por sus propios pies a través del tiempo, tocando con las yemas de sus manos los arbustos ya crecidos de pequeños árboles de sakura que con fuerza y delicadeza se habrían paso a través de la maleza y de sus árboles progenitores mucho más grandes que ellos, tan fuertes, tan gentiles, tan hermosos.
Llegando a su destino lo pudo ver y sus pupilas dieron con él, un ligero brillo en su mirada dio a entender lo feliz que estaba por verlo. Aceleró el paso y fue a su encuentro.
-Hola Yuu-chan, espero que no te hayas enojado por mi tardanza, he tenido tantas cosas que hacer, no sabes lo tiránica que puede volverse Krul…aunque pensándolo bien, eso lo sabes bien je…
Dio un suspiro, se sentó a su lado y lo miró con todo el amor que tenía y que nunca se había apagado, ese amor que seguía ardiendo en su pecho como una llama eterna.
Recordó como dio con aquel lugar tan apartado y tan desolado en el que estaba y una sonrisa melancólica adornó sus labios.
La guerra estaba en sus fases finales, vampiros contra humanos se debatían a muerte y la sangre a borbotones se deslizaba por los cuerpos ya inertes de los humanos que no habían podido seguir en batalla. Mika corría detrás de Yuu protegiendo su espalda ya que el peli negro combatía sin fijarse en nada a su alrededor, tal vez confiado de que su fiel guardaespaldas personal le salvara el pellejo cada vez que lo requiriera. De pronto Mika vio a Yuu gritar encolerizado y mirando hacia arriba, en la colina se encontraba Ferid Bathory con su usual sonrisa socarrona. El final de esa batalla fue tan sorpresivo que nadie lo vio venir, con Mika corriendo tras Yuu gritándole que no fuera tonto, que no lo siguiera, con Yuu fuera de sí evadiendo vampiros que iban tras su cabeza, la risa de Ferid como música de fondo y todo terminó. En una emboscada Yuu terminó con su corazón atravesado por la espada de un vampiro, tan cerca de Ferid y tan lejos, pero en un último movimiento y con sus últimas fuerzas invocando a Asuramaru y sin que nadie pudiera ya interponerse dio un movimiento rápido y la cabeza de Ferid fue a parar al césped y con su sonrisa socarrona se desvaneció en cenizas.
Mika lloró por días, por noches, por años hasta que sus lágrimas se secaron y su corazón ya no dolía tanto como en el momento en el que lo perdió, ahora lo veía desde arriba y limpiaba con cariño su lápida que guardaba lo que quedaba del cuerpo impoluto de su amado. Y mientras limpiaba el polvo la brisa ondeo sus cabellos y pensó en lo corta que fue la vida de Yuu, tan efímera y tan corta como un suspiro.
Fin.