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Romanesque por Aomame

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Notas del fanfic:

Idea original y guión: Ydiel


Narrativa: Aomame

Romanesque


El Cuervo negro


Tras la ventana cayeron copos de nieve. Era muy temprano, pero el invierno no perdonaba al cielo. Sentado en la cocina, Hideto limpiaba los cuencos de Té shino con un paño suave. Sus dedos giraron uno de ellos, le gustaba el tacto frío de la cerámica bajo sus dedos. El acabado no siempre era puro y pulido, pero esos cuencos en particular eran hermosos, su juego favorito de té dentro de la casa: blancos con flores de cerezo delicadamente pintados en torno pincelazos que figuraban las ramas del árbol. En el borde de uno de ellos descubrió el color carmesí de una barra de labios. Inundado por la curiosidad, deslizó su pulgar por aquel beso incompleto. Sintió la rugosidad en el  sello de las grietas de esos labios e imaginó el tacto de un beso en la punta de sus dedos.


—¿Cuánto vas a tardarte con un simple cuenco?


Hideto levantó la vista. La señora Arikawa le miraba con una ceja levantada y una bandeja con más cuencos de cerámica sucios. La mirada que ella le dirigía era la misma de hace nueve años, cuando él tenía justamente diez años, y le había traído a la casa de té.


"No llores" le había dicho, "todos perdemos algo cada día. La juventud, el dinero, el amor... no llores y ocupa tu mente, ocupa tus manos."


Él había perdido a su madre por la tuberculosis, y de su padre sólo quedaba la idea de que seguía en la guerra, pero cuando la guerra terminó, esa idea se disolvió y llegó la certeza de que la última vez que lo había visto fue esa madrugada en la que se puso las botas y le besó en la frente. "Pórtate bien, cuida de mamá" fueron sus últimas palabras. Hideto, siempre se portó bien y cuidó de su madre hasta dónde su corta edad el permitió. Ahora, a sus diecinueve años, a punto de cumplir veinte seguía intentado obedecer la orden de su padre.


Trabajaba en aquella casa de té como ayudante general. Ese era su trabajo: ayudar. Ya fuera a las Geishas a ponerse el kimono, a peinarse o sujetarles las peinetas mientras se levantaban el cabello en aquellos extraordinarios tocados. Ayudaba a bañar y vestir a los mozos, aquellos jóvenes bellos que se deslizaban secretamente en las habitaciones de los hombres con deseos ocultos y prohibidos. Deseos que procuraban saciar en la oscuridad, como si, no ver la piel que tocaban los librara del pecado que asumían cometer. Ayudaba a servir el té, a calentar el agua de los baños, y barrer los patios, tendía las mantas y los futónes para golpearlos después y sacudirles el polvo, y los restos de lujuria que conservaban. Por las tardes, veía a las danzas de las Gieshas, su práctica de Shimasen y sus pláticas siempre con voz dulce.


Hideto amaba escuchar el rasgado de las cuerdas y seguir los movimientos delicados de las telas de los kimonos, y muchas veces, se quedaba estático mirando, apoyado en el palo de la escoba. Y en esas ocasiones, como esta, la señora Arikawa levantaba una ceja y lo instaba a continuar su tarea.


—Lo siento—farfulló, como en otras ocasiones, y limpió del cuenco la mancha carmesí.


La señora Arikawa suspiró.


—Deja eso, necesito que vayas por tofú—le dijo y sobre la mesa dejó la bandeja honda de bamboo—, recuerda decirles que le dejen agua, no quiero que pierda la frescura... aunque con este frío...


La señora Arikawa dejó unas monedas junto a la bandeja. Hideto deshizo el lazo que ataba las mangas de su kimono y se secó las manos. Tomó la bandeja, las monedas, y tras una breve inclinación de despedida salió de la cocina.


Se puso las sandalias en el vestíbulo y corrió la puerta que daba la calle. Comprobó que la nieve que caía era apenas una brisa ligera, insuficiente aún para acumularse en la calle. Sin embargo, hacía frío. Su simple kimono acolchado no era lo suficientemente abrigador, pero no rechistó y salió de la casa con paso rápido.


Por las calles la gente iba y venía con sus compras en canastas. Hideto observó la mezcla de ropa occidental y tradicional. Más allá vio unos soldados norteamericanos fumando y riendo. La ocupación estadounidense aún era demasiado evidente, la señora Arikawa siempre decía que era bueno para los negocios. Esos hombres solitarios necesitaban compañía y además, sentían curiosidad por la cultura japonesa. Ellos eran clientes habituales de la casa de té, Hideto los reconoció, ellos siempre solicitaban la presencia de Tommy, una chica con la que él se llevaba bien, ese no era, por supuesto, su nombre real, pero los norteamericanos la habían bautizado así. Uno de ellos lo miró de reojo, lo reconoció, pero no le dirigió gesto alguno; si hubiera sido Tommy, la cosa habría sido diferente. De todas maneras, no era algo que le preocupara.


Cruzó las calles hasta el mercado, y se detuvo con la señora que vendía tofú, una mujer regordeta con el rostro moreno y arrugas prematuras causadas por el Sol. La mujer le sonrió cuando lo vio.


—Hide chan, ¿lo de siempre?—le dijo y él asintió devolviéndole la sonrisa, aunque tímidamente—Hoy es tú cumpleaños ¿verdad?


Hideto asintió de nuevo y se sonrojó un poco, era la primera persona que lo recordaba, incluso él, había pretendido olvidar el asunto.


—Hasta media noche—dijo—aún tengo diecinueve años, Momo san.


La mujer sonrió y con ello se le formaron unas arruguitas alrededor de los ojos. Le regaló un pan al vapor relleno de frijol dulce y lo dejó marchar con su bandeja de tofú. Hideto decidió comerse el panecillo antes de regresar. Se sentó en el borde del río congelado, debajo del puente y observó desde ahí la  cortina de plumas blancas que era la nieve. Masticó su dulce con parsimonia, haciéndolo rendir, pues no esperaba ningún otro regalo esa noche. Lo disfrutó. Cuando terminó recogió el tofu y comenzó a deshacer el camino anterior.


Pasó junto a los soldados extranjeros, pero ésta vez, uno de ellos le salió al paso.


Hey!—le dijo—Where is Tommy?


Él le miró y negó con la cabeza, intentando decirle que no lo entendía.


 I'm going to look for her tonight, tell her. Anyone else, ok? Only us.


Hideto volvió a negar. No lo entendía, sólo sabía que hablaban de su amiga Tommy.


You understand? —el hombre le tomó del brazo, parecía un poco frustrado, pero al hacerlo lo sacudió de manera tal que el tofú cayó sobre el suelo congelado.


Hideto miró lo que se convertiría en una paliza en cuanto le dijera a la señora Arikawa lo que había pasado.


— He can't understand you — escuchó una voz a sus espaldas, una voz grave y sutil, con un precioso acento japonés—So, let him go.


Hideto levantó la vista del tofu hecho trizas. Un hombre alto y delgado, vestido al estilo occidental, miraba a los soldados con severidad. Era japonés, pero por alguna razón los norteamericanos se cuadraron de inmediato y le saludaron marcialmente.


Mr. Sakurai, my apologies—dijo el soldado.


Sakurai asintió y se apoyó en su bastón con aire serio.


You don't have anything to do? Back to work—les dijo y los soldados se retiraron con un gesto de asentimiento.


Hideto lo miró de reojo y levantó del suelo los restos de tofu.


—¿Estás bien?—la voz había cambiado pero sólo en el idioma, el resto, su gravedad y profundidad, era igual.


—Sí—murmuró Hideto aún acuclillado recogiendo el tofú perdido.


—Eso ya no te servirá. Ven.


Hideto no tenía por qué negarse, lo siguió obedientemente con la bandeja entre las manos y el tofu desgarrado en ella. La espalda del hombre era ancha e imponente, era muy alto para ser japonés, impresionante para cualquiera que lo viera. También lucía muy bien la ropa occidental. A Hideto siempre le había parecido que los japoneses en traje lucían artificiales, pero él no.


Regresaron al mercado y Sakurai pagó por el repuesto del tofu perdido. Después, le murmuró un "ve con cuidado" y se marchó dejándolo con Momo san una vez más. Hideto no pudo agradecerle, pero se sintió aliviado de volver a la casa con el tofú intacto.


 


—¿Sakurai san?—Yasu uno de los jóvenes acompañantes le miró mientras pelaba una mandarina en el kotatsu del área de servicio.


Hideto asintió al tiempo que dejaba el kimono de su amigo en la percha y lo alisaba con las manos, para asegurarse de que no había arrugas en él.


—¿Lo conoces?


Yasu asintió.


—Es el gran cuervo negro.


—¿cuervo negro?


—Así le decimos. Es hermoso y atemorizante como un cuervo—explicó y se llevó un gajo de mandarina a los labios, mordió un pedazo y lo masticó mientras hablaba—. Viene a menudo, pero es muy discreto. Es la señora Arikawa quien lo recibe y lo lleva a su salón. ¿Sabes cuál usa?


Hideto negó.


—El de la rosa negra—ese era el salón más elegante—. Siempre pide que le canten y bailen, incluso disfruta de las historias. Él bebe té tranquilamente, o sake y en algunas ocasiones pide vino. La señora Arikawa siempre le compra una o dos botellas, que como imaginarás, cuestan un ojo de la cara. Pero él paga sin rechistar. ¿Sabes qué es lo más curioso?


Hideto volvió a negar y le miró sentado sobre sus rodillas, quieto y calmo.


—Nunca pide más. Nunca ha dormido con ninguna de las chicas, ni con los chicos. Nos ve, nos escucha, se divierte y se va. Son noches tranquilas cuando el viene y te elige. A mí me gusta, y créeme, no dudaría en acostarme con él, si lo pidiera.


Hideto ladeó el rostro. No dijo nada, le parecía inverosímil, pero la única cosa que él podía decir respecto a ese hombre era que tenía un carácter amable.


—Por cierto, Hideto chan, hoy es tu cumpleaños ¿verdad?


Él asintió.


—¿Qué te gustaría hacer hoy?


Acababa de preguntarle eso cuando Tommy y Mika, ambas Geishas, corrieron la puerta y entraron. Sus voces opacaron cualquier otra. Hideto le contó a Tommy sobre su encuentro con el soldado americano.


—Vaya, seguramente tendré cliente hoy—dijo al tiempo que le quitaba la mitad de su mandarina a Yasu.


—Oye, pela tu propia mandarina


—¿Y romperme una uña?


Mika rió del otro lado de la mesa, tenía entre las manos una revista de moda americana, se la había regalado un cliente. No entendía lo que decía pero disfrutaba de las imágenes.


—Oigan, chicas—dijo Yasu—Hide chan conoció al cuervo negro.


Ambas miraron hacia él y sonrieron deshaciéndose en halagos hacia dicho hombre.


—Siempre me he imaginado como sería que me tocara—dijo Mika—.Cada noche, cuando me pide, he intentado seducirlo.


—Es impenetrable—dijo Tommy—, nunca sabes que está pensando.


—Es atractivo... me comería su seta de un bocado—dijo Yasu sin pudor alguno.


Las chicas rieron sonrojadas.


—¿Tan bueno es?—preguntó Hideto.


—¿Qué?—preguntaron los otros.


—Ser tocado por alguien más.


Los tres se miraron unos a otros.


—No siempre—dijo Mika—, depende la persona que lo haga.


—Y como lo haga—aseguró Tommy.


—Pero, sí—concluyó Yasu y se echó a la boca su último gajo de mandarina.


—Eso quisiera hacer hoy, Yasu chan—dijo Hideto retomando la conversación que habían tenido antes de ser interrumpidos—, quisiera saber qué se siente ser tocado por alguien más.


Sus tres compañeros le miraron en silencio. La puerta se abrió, otro chico entró bostezando, su cliente se había ido apenas y estaba exhausto.


—Hoy se las arreglan sin mí—dijo sumergiéndose en los faldones del kotatsu.


—Ahí está, Hide chan—dijo Mika—, puedes ocupar el lugar de Daigo.


—Mi lugar, ¿por qué? ¿De qué hablan?


En pocas palabras lo pusieron al corriente y entusiasmado dijo que él ayudaría a Hideto a vestirse para esa noche.


—Procuraremos que vayas con alguien bueno—le dijeron—, es tu cumpleaños y debes pasarlo bien.


Escondiéndose de la señora Arikawa, vistieron a Hideto. Lo ataviaron con un kimono sencillo color azul marino con el bordado de una ola. Le levantaron el pelo en un sencillo peinado tras la nuca y decidieron convertirlo en una maiko.


—Eres tan bonito que no se darán cuenta—dijo Tommy al pasar por su frente el maquillaje blanco.


—Y como a Daigo le encanta travestirse—dijo Yasu—, nadie lo notará.


—¿Sabes qué hacer, verdad?—preguntó Mika.


—Claro que sabe—dijo Daigo—, se la pasa observando lo que hacemos, ¿a qué sí?


Hideto asintió, se sabía los cuentos, los bailes y los cantos, muchas veces había practicado con sus amigas, como parte de su trabajo de ayudante general.


Al anochecer, la señora Arikawa los llamó. Llegaron los cuatro en tropel, y la mujer los guió por los pasillos haciendo las recomendaciones de siempre. Al llegar al salón Rosa negra, se acuclilló abrió la puerta y saludó con una reverencia antes de ponerse de pie de nuevo. Todos pasaron y se sentaron correctamente en fila, después, con una mano sobre la otra tocaron con una reverencia el piso.


—Aquí los tiene, Sakurai sama—dijo la señora Arikawa sonriendo amable.


El cuervo negro los miró uno a uno cuando levantaron la vista. Hideto clavó su mirada en él. El hombre estaba sentado en flor de loto sobre el tatami, tenía un vaso de sake entre los dedos y su bastón aguardaba quieto a su lado en el suelo. Sus ojos eran profundos pozos negros, su piel clara y de rasgos duros pero hermosos, masculinos y fuertes. Su pelo era negro, tan negro que parecía increíble, lo llevaba corto de la nuca, pero con un ligero flequillo que le caía suave y elegantemente por la mitad de su frente.


Levantó un dedo largo y de nudos definidos. Señaló a su elegido, lo señaló a él. Tragó saliva, no podía ser. La señora Arikawa, sólo entonces, reparó en lo que estaba sucediendo ahí. Se dio cuenta que él no era Daigo.


—Ah, pero tú... Sakurai sama...


—¿Algún problema?


La señora Arikawa sonrió, y negó lentamente.


—Los dejamos a solas—dijo en cambio y con una seña obligó a los demás a levantarse y retirarse.


Antes de cerrar la puerta, la señora Arikawa le lanzó una mirada de reproché a Hideto, y él pudo leer la amenaza en su mirada. Sabía que, al día siguiente. le tocaría una paliza. Al parecer no se había librado de ella.


Entonces, el silencio cubrió la estancia.


Sakurai le miró otro rato y después, señaló el shamisen.


—Por favor—dijo.


Hideto asintió y se levantó suavemente del tatami. Era un poco difícil moverse con tanta ropa encima. Alcanzó el instrumento y se sentó listo para tocarlo. Estaba nervioso, muy nervioso. La garganta la sentía seca y le temblaban las manos. Sin embargo, tenía que tranquilizarse, sabía qué hacer, sólo tenía que calmarse.


—Empieza—pido Sakurai y cerró los ojos al escuchar el primer acorde, como si quisiera perderse en el sonido.


Hideto ejecutó una pieza sencilla, concentrándose tanto como podía.


—No dejes de tocar—escuchó que le decía aquel hombre—, pero contéstame, ¿de acuerdo?


—Sí


—¿Eres el chico del tofú, verdad?


Hideto dudo en el siguiente acorde.


—Sí


Es la primera vez que conozco a un acompañante que sea sirviente al mismo tiempo.


—No soy un acompañante.


—¿Qué haces aquí entonces?—Sakurai abrió los ojos y le miró fijamente.


—Yo... sólo...


—¿Arikawa san lo sabe?


—No.


Su negación dibujó una sonrisa en los labios de Sakurai.


—Para ya.


Hideto abandonó las cuerdas.


—Ven aquí.


Dejó el Shamisen sobre el tatami con cuidado y después se levantó despacio. Cruzó la estancia hasta quedar de pie frente al hombre. Y entonces, éste dio una orden que le heló la sangre.


—Quítate el kimono.


Algo dentro de su mente le dijo que si ser tocado por alguien más era lo que quería, entonces ¿por qué se sentía tan nervioso?


—¿Me harás caso?


—S...sí, Sakurai sama.


—Atsushi—lo corrigió y bebió un sorbo de sake—, llámame así. Ahora, quítate el kimono.


Hideto tragó de nuevo, y respiró profundo antes de llevar sus manos al lazo que ataba su obi, las chicas habían dejado todos los amarres flojos, porque, dijeron, así era más sencillo desvestirse uno solo, o que los americanos lo hicieran, ya que éstos eran torpes con la ropa japonesa.


El obi cayó al suelo, seguido de la fina seda del kimono. Se quedó con el suave fondo de algodón blanco.


—También eso—ordenó Sakurai—. Todo.


Hideto obedeció, no tenía opción, negarse era algo que no podía hacer, pese a su creciente nerviosismo. Entonces, sintió sobre su piel desnuda la caricia del aire tibio que circulaba por la habitación. Era vergonzoso, se encogió en sí mismo un poco y cubrió su entrepierna.


Sakurai, al verlo, sonrió suavemente de medio lado.


—Cualquiera pensaría que eres una chica, hasta que te quitas la ropa—dijo, después se bebió lo que quedaba de sake en su vaso y sujetó su bastón para ponerse de pie.


Hideto no lo había notado antes en el mercado, pero mientras se acercaba a él, notó un ligero cojeo en su pierna izquierda. Sakurai le sujetó la barbilla y le hizo mirarlo. Hideto se sabía tembloroso. De pronto, quería huir de esa mirada tan profunda.


Sakurai, sin embargo, no parecía notarlo. Con su pulgar delineó sus labios entintados de carmín. Luego, deslizó la punta de los dedos por su cuello y corrió el maquillaje blanco por la piel de su hombro. Un estremecimiento recorrió a Hideto cuando esos dedos le acariciaron el brazo suavemente, para después tentar los bordes de su cintura.


—Date vuelta—pidió y él obedeció con pequeño pasos.


Sakurai retiró con presteza la aguja que sostenía su cabello. Su media melena calló sobre sus hombros. Para ese momento todo él era un manojo de nervios. La mano del hombre cayó por su espalda suavemente hasta su cadera, la cual rodeó, para acariciar su vientre, y subir lentamente hasta su pecho y una vez más, hasta su cuello. Le giró el rostro hacia él, sus miradas se encontraron.


—Recuéstate—le pidió y se apartó para darle espacio.


Mientras Hideto obedecía, él volvió a sentarse sobre el cojín dispuesto junto a la mesita dónde reposaba el sake. Hideto se tendió en el tatami, con las piernas y brazos extendidos, la cara al techo y el corazón latiendo a mil por hora.


—Levanta las rodillas y abre las piernas—pidió el hombre.


Lentamente apoyó los pies en el tatami, sin despegar la espalada y separó las piernas un poco.


—Más.


Y Hideto aumento la distancia entre sus muslos.


Sakurai no dijo más, y Hideto se quedó tendido en el piso así, mostrándose ante ese hombre, era como ofrecerse por completo. Y sólo podía sentirse más y más nervioso.


Pasó un largo tiempo y después, Sakurai le pidió que se vistiera de nuevo. También, le pidió que se sentara junto a él y lo acompañara con un poco de sake.


Hideto sirvió cuidando sus mangas, aún se sentía tembloroso, no tenía idea de lo que estaba pasando.


—¿Sabes lo que cualquiera pudo haberte hecho?—preguntó Sakurai para romper el silencio—¿Eres un omega, cierto?


Hideto asintió.


—¿Qué edad tienes?


—Diecinueve, veinte dentro de unas horas.


Atsushi le miró y sacudió la cabeza. —Arikawa san se molestará contigo.


—Lo sé—bajó la vista.


—Pero dentro de unas horas serás adulto.


—Sí.


—Bien, será hasta entonces. Puedes irte, y dile a Arikawa san que quiero hablar con ella.


Hideto asintió y se levantó lentamente, e hizo una reverencia antes de abrir la puerta.


  —Por cierto— añadió Atsushi—, felicidades por tu cumpleaños. 


Hideto asintió y salió del salón. Sentía como si algo muy grande le hubiera pasado. 

Notas finales:

Espero que les haya gustado.


Este fic está hecho de manera conjunta, como pudieron notar al principio. La razón es que mi amiga Ydiel se la pasó hablando de un fic que se le había ocurrido sobre esta pareja, y pese a que la insté a escribirla, se negó rotundamente. Sin embargo, no dejó de hablar de la historia y cómo es que iban sucediendo las cosas. Así que, le propuse que me escribiera los guiones de cada capítulo y yo les daría forma.  


Así que aquí está. Cualquier queja con ella jaja, que ella me echará bronca a mí si algo que plasme o la manera en la que lo hice no le gusta.


XP


¡Nos estamos leyendo! 


 


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