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Perder el Alma por Mizuki_sama

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Notas del capitulo:

Fanfic AU!


Anime: Yuri on Ice


Pareja: Pliroy Jean Jacques Leroy / Yuri Plisetsky


Advertencia: Posible Occ. Yaoi. Aquí Jean es un sacerdote, y mucha mitología mal estudiada.


Descargo de responsabilidad: YOI no me pertenece, pertenece a su autora asi como el resto de los personajes –yo solo los tomo prestados un rato y no gano nada con ello –más allá de la satisfacción de escribir mis tonterías- 

 

Parte 1

Las mujeres le veían, con lentitud y dulzura escondida en sus miradas que apenas delataban las mantillas que las cubrían, los hombres en cambio apenas le miraban, le mirarían más tarde al detenerse a hablarle, o quizá cuando comentaran entre ellos alguna idiotez propia de ellos.

La iglesia del pueblo, ese era el lugar, dominando con sus altas torres la plaza de la ciudad,

Lo dominaba y como cada domingo tañía la campana llamando a los feligreses a su interior, ingresaban ellos a paso lento prestos a acomodarse en sus largas bancas para escuchar el sermón del nuevo sacerdote.

Entre todos ellos destacaba por su importancia Nikolai Plisetsky, orgulloso anciano perteneciente a una de las familias de más rancio abolengo en el pueblo, aún era rico, porque rica lo había sido su familia desde hacía cinco siglos cuando se habían asentado allí, a su paso el resto de las personas se hacían cada una a un lado para dejar que pasara.

Y a veces parecía que era por él, en el pasado sin duda era así, pero desde hacía un año, se había provocado un cambio que la gente apenas notaba, no era al paso de Plisetsky que la gente abría paso, al menos no al de Nikolai, ya no, era al muchacho de apariencia angelical que caminaba a su lado.

A él era a quién los pueblerinos abrían camino.

El nieto de Nikolai Plisetsky tenía ya dieciséis años, pero el efecto de su paso se había provocado mucho antes, cuando tenía catorce años ya parecía un ángel, había sido un niño precioso de rizos de oro, y en la adolescencia se había vuelto un efebo de riesgosa apariencia, las bocas se abrían a su paso incapaces de ignorar la blanca belleza del joven, imposibles de apartar los ojos de la piel de alabastro de su rostro, de sus manos.... Difícil no mirar con cierto anhelo mal disimulado la boca de labios de rosa del muchacho.

Pero Yuri Plisetsky era aún demasiado joven para entender lo que pasaba, incapaz era de apreciar a las personas que se volvían a verle y detenían de más los ojos en su cara, en sus ojos en su boca.

Yuri Plisetsky tenía, y eso lo decían todos, la apariencia de un hada, y como tal tenía el corazón hecho de acero fundido, protegido de las emociones humanas.

Porque su indiferencia ya no era noticia, aunque si había sido todo un golpe al principio, por aquella época en cambio, con dieciséis años recién cumplidos ya no era raro ver a doncellas de toda cuna inclinar la cara a un lado cuando este pasaba para esconder las lágrimas que su desprecio les había provocado, no era noticia ya ver en algún lado a algún hombre joven hundirse una noche de esas en alguna borrachera para luego gritar al aire por un amor despechado.

Para nadie era secreto que el adolescente había dejado a su paso demasiados corazones rotos.

Todo un año había pasado desde que al cumplir quince años empezara a llamar de más la atención y los cuchicheos aún existían, porque pocas cosas nuevas hay que hablar en un pueblo pequeño y hablar del nieto del hombre más poderoso en millas a la redonda era algo bastante entretenido, ahora sin embargo los susurros se callaban al paso del más joven de los Plisetsky y las miradas le seguían y la gente abría paso para no toparse con él.

Para no ver sus ojos de color esmeralda a la mar, ni detener más tiempo del necesario la mirada en la boca de rosa.

Porque podía parecer un ángel, un hada, una criatura de fantasía pero tenía el corazón más duro que los simples mortales.

Todo el amor que tenía se lo había dado a la única persona que podría protegerlo, su abuelo.

Y allí estaban, ingresando en la iglesia del pueblo, con la cabeza alta y la espalda recta como una vara de metal, ignorando como siempre los cuchicheos que a su paso se provocaban y callaban, las miradas se apartaron del altar, los rumores sobre el mismo se terminaron para ver con temor, envidia y admiración y un poco de odio el paso del más joven, del último heredero de los Plisetsky.

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El nieto de Nikolai Plisetsy apenas expreso interés en el resto de las personas que estaban en la iglesia, eran los mismos que el domingo anterior, los mismos salvo alguna ausencia provocada por enfermedad, viaje o muerte y no le interesaban.

Pocas personas en el pueblo eran merecedoras de su interés después de todo.

Más interesado estaba en llegar a la primera fila que en ellos por tanto, y sus pasos seguían los de su abuelo estando siempre dos pasos detrás a modo de respeto, sin dejar de pensar en las primeras filas a donde se dirigían, porque es en las primeras en las que se acomoda la gente de bien , y tomo asiento una vez lo hizo su abuelo, a su lado, para dirigir la mirada al frente, lucía encantador aun en la blancura de la su melancólica mirada, poco interesado en el sermón del día, porque no era muy religioso, iba a la iglesia porque su abuelo iba y era consciente de que una vez este muriera, cosa para la cual esperaba aun quedara mucho tiempo, no iría otra vez.

Fijo sus ojos en el altar sin ánimo de ver al resto, adivinaba en silencio a las personas que fijarían la mirada ansiosa sobre él y su piel, no era ignorante de lo que corría en el pueblo y los rumores que se decían de él.

¿Pero que podía importarle? Lo que un montón de campesinos ignorante dijeran no le importaba, Yuri iría una vez acabaran las vacaciones a la capital a estudiar y luego volvería por vacaciones a casa con su abuelo solo para mirar a la gente mirarle con miedo y desprecio que escondería la admiración por su piel de mármol, por su boca roja, por sus ojos esmeraldas, por sus manos, escondiendo el callado anhelo que sentían por él o tirándose a sus brazos con palabras torpes.

El muchacho sentía desprecio de ellos, porque no entendía lo que ocurría, era absurdo que sintieran afecto por una persona que como él apenas expresaba nada, de la que apenas conocían nada.

Porque él no era un ángel, ni un hada, tenía un mal carácter y le tenía miedo a las personas apenas soportando estar rodeado de ellos.

Prefería la soledad.

Aparto los ojos del altar cuando escucho el sonido de la pequeña campanilla del que anunciaba la entrada del párroco, miro en derredor y se paró, junto al resto de feligreses, observó listo para ver al nuevo encargado de la iglesia.

El antiguo, ya estaba demasiado viejo e incluso él tenía un poco de curiosidad por quién sería el nuevo.

Dirigió su mirada al hombre que llevaba la sotana.

Fijando los ojos esmeralda en el atractivo rostro que adornaba una sonrisa piadosa.

Y, como tragado por un tornado, la llama callada de su indiferencia eterna se deseco para dar lugar a otra llama, que habría de devorarlo todo a su paso.

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Que los Plisetsky eran devotos nadie lo negaba, no había domingo que la familia no hubiera, mientras miembros suyos vivieran, acudido a la iglesia e inclinado la tez ante el altar de cristo.

Sin duda eso impidió que en un primer momento la gente se fijara en que durante esas primeras vacaciones, el más joven de la familia había asistido con una regularidad aterradora a misa.

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Jean Jacques Leroy, ese era su nombre y era un nombre hecho exactamente para él, tan lleno de vitalidad como él mismo.

Porque Jean siempre había querido terminar siendo sacerdote, desde que era apenas un niño había descubierto, quizá por una muy elevada espiritualidad y un anhelo personal de ayudar a cuantos pudiera, que en una iglesia se encontraba una sensación de paz que no se encontraría en ningún otro lugar.

En realidad su familia había quedado bastante preocupada cuando él había expresado su decisión de entrar en el seminario, pero Jean tenía su propio estilo de vida.

Uno en el que las emociones le gobernaban.

Y había ingresado en el seminario tan lleno de fe y esperanza en el mundo que había quedado claro, que si sobrevivía a los años de política, crueldad y desesperanza del mundo, se convertiría en una luz brillante en el camino de los hombres.

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Su camino fue perfecto hasta que llego, por envió de la iglesia, a ocupar el lugar de un viejo sacerdote en un pueblo de la nación rusa.

Jean leyó cuanto pudo del lugar y se aseguró de que su dominio del idioma fuese más que simplemente aceptable, decidido a hacer bien su trabajo.

Llego a la iglesia y se puso de acuerdo con todo y con todos.

Los pueblerinos le cayeron tan en gracia como él a ellos, y decir diremos que era imposible que alguien odiara a aquel joven sacerdotes de ojos cálidos y sonrisa inocente.

Todo estuvo bien para él.

Hasta aquel domingo.

Había avanzado a dar el sermón de la mañana cuando lo noto, pasando mirada por la primera fila, una figura nueva que hasta entonces no había visto en la iglesia.

Su primer pensamiento, el cielo lo perdonara por leer libros de mitología celta, había sido el de estar viendo una de esas criaturas que aparecen en el folklore de los pueblos antiguos, un espíritu de la naturaleza, una ondina... un hada.

Piel de porcelana, y mejillas en falso tono de rosa apenas visible de tan blanco que era, rubia cabellera que rodeaba su bello rostro, un rostro... aquel rostro, aquella boca que ni el más hábil de los escultores habría podido repetir con la misma perfección.

Sus miradas se toparon y el corazón de Jean latió con una fuerza que no debía estar permitida, las manos le temblaron mientras el muchacho entreabría los rojos labios como queriendo decir algo, por un momento olvido que no estaban solos y avanzo tentativos pasos solo para toparse con la dureza del altar.

Y vio... con una suerte de horror, porque otra cosa no podía ser, como los ojos del adolescente que acompañaba a Nikolai Plisetsky, uno de los más asiduos hombres a la iglesia, se llenaban de lágrimas y apartaba el rostro con rapidez.

Años después aun le sería difícil explicar cómo fue que aquel día dio el sermón, porque su alma se había sumido en un torbellino.

Lo único que no cambiaría en su historia ni en su memoria era que la paz que le había acompañado desde que era un niño le había abandonado de manera irremediable desde el momento en que cruzo miradas con el rubio nieto de Nikolai Plisetsky.

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Con el paso de los días el nuevo sacerdote del pueblo no solo se hizo un lugar innegable en la comunidad, sino también el corazón de los pueblerinos que comenzaron a tenerle sincero aprecio, su animación, su alegría inocente y clara por momentos daba un nuevo toque a la ciudad.

Fue así como Jean logró saber más cosas de Yuri Plisetsky, el callado muchacho que siempre estaba en primera fila escuchando su sermón, día sí, día también y noche si noche también.

Las cosas que oyó sin embargo no le agradaron.

Las personas del pueblo podían ser crueles si uno les daba cuerda.

Al principio solo lo describían como el nieto de Nikolai Plisetsky, el cual era todo un ejemplo de corrección moral en el pueblo, asentían y algunos lo describían como la criatura más bonita que había pisado el pueblo.

Pero entonces, cuando los más jóvenes se iban las mujeres bajaban la voz y sus miradas se hacían oscuras.

"Tiene el corazón como una piedra" susurraba una "pero no es del todo culpa suya, su madre era una mujer despreciable, lo dejo solo con el abuelo ¡imagínese!" comentaba otra "yo he escuchado que sale por madrugadas a emborracharse con esos chicos de mala sangre" metía su cuchara otra.

Entonces un hombre soltaba una risotada y como si olvidara que el párroco estaba allí decía "eso sin contar cuantas camas ha paseado por aquí" reía "es un chico interesante" y sus ojos brillaban extraños.

"Yo escuche que Baria se le confeso ayer" comentaba una de vuelta y otra decía, con una risa "pues yo sé que el muchacho ese, Alexei, que siempre iba tras el como un perrito faldero se emborracho el otro día y estuvo llamándolo a gritos por horas"

Y esos eran los comentarios suaves, cuando los más crueles querían empezar Jean tosía levemente y les daba una mirada sola, provocando que la gente se callara y mirará entre sí.

De haber sido solo un joven más no le habrían hecho caso, pero las ropas de sacerdote le daban la autoridad moral suficiente para que la gente detuviera sus palabras.

Así de simple.

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Pero eso no impidió que su interés por Yuri Plisetsky se detuviera, de hecho lo acrecentó.

Y no fue del todo culpa suya.

El muchacho podía cargar con una mala reputación fruto de las circunstancias, pero venía cada día de misa a oír el sermón, además de que comulgaba con los otros, avanzando siempre con la mirada gacha hasta probar la hostia, en aquel ínfimo momento sus ojos, los de Jean Acques Leroy y los de Yuri Plisetsky, se conectaban, se topaban entre si y se sostenían, los del más joven con un ruego callado en ellos, un anhelo silencioso y cierta insinuación de echar a llorar en cualquier momento, en los del sacerdote en cambio... había preguntas, preguntas y anhelos callados.

Porque no podían compartir palabras.

El más joven nunca se le acercaba más que en aquellas ocasiones.

Ocasiones únicas en las que se permitía dejar hablar a sus ojos, porque en otras ocasiones, fuera del templo, actuaba como si el párroco no existiera, caminando indiferente, acompañado de una arrogancia adolescente que decía a viva voz que el mundo no le importaba.

Y a veces Jean estaba de acuerdo con eso, aunque su corazón latiera exageradamente al verlo, y anhelara poder hablar con él, compartir palabras, decir... decir tantas cosas.

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Fue entonces que las vacaciones terminaron.

Y los jóvenes que estudiaban fuera, entre ellos Yuri Plisetsky, tuvieron que hacer maletas para irse.

Fue la primera vez que el nieto de Nikolai estallo en un llanto desesperado, suplicando a los cielos y alguna divinidad piadosa que el nuevo día no llegará jamás.

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Una semana tras la partida de los jóvenes, sin haber podido compartir una sola palabra con el Ángel del pueblo....

Jean soñó con el muchacho.

"JJ" un susurro apenas, mal susurrado por unos labios delicados al tiempo que su mirada y la suya se conectaban "espérame"

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Despertó agitado.

Con la mente en blanco.

Con la frente sudada y en los ojos temor.

Ese terror silencioso que acompaña a quienes sabe que se han perdido del camino.

En aquel momento entendió que ese sería el primero de muchos sueños en los que un solo personaje tendría el dominio.

 


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