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Hijos del fuego, descendientes del hielo. por Maira

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Aún no comprendía cuándo había dado el primer paso. Una cosa era darle vueltas a una idea y dejar que tomara las riendas de la imaginación, pero otra muy diferente era llevarla a cabo. Quizá la curiosidad influyera, la necesidad de experimentar, la soledad, o una mezcla de todas. A Leoneil le gustaba meter las manos en materia desconocida, mucho más si se trataba de asuntos oscuros. Eso lo había llevado hasta allí, a las cuevas de las Montañas Lúgubres. Un lugar mágico al que pocos sobrevivían gracias a los peligros que moraban en sus recovecos, pero igual de impresionante, con sus ríos subterráneos, las pequeñas criaturas coloridas que reptaban por las rocas, los árboles enormes que creían aquí o allí gracias a la luz que ingresaba por huecos en la parte superior. Éstos últimos eran los que venían a cuento, o más bien las enormes semillas que pendían de sus ramas. Al situarse frente al tronco más cercano, miró hacia arriba para calcular la distancia. Cielos... ¿Para qué tenía poderes mágicos si no los podía utilizar? Podía invocar espíritus malignos, viajar a dimensiones inferiores, incluso poseer el cuerpo de las personas; pero para bajar una condenada semilla tenía que trepar.
Rodeó el tronco para analizar el terreno, había huesos dispersos por todas partes. Además las raíces no eran lo suficiente altas. Primero buscó un nudo lo suficientemente seguro como para darse empuje, luego se tomó de una rama pequeña, la cual le sirvió para llegar a un nudo que se encontraba más arriba. Cuándo se aupó a la primera rama gruesa, se detuvo a descansar. La actividad física no era su fuerte, pero lo iba haciendo bastante bien. Al mirar hacia arriba, se dio cuenta de que si llegaba a la siguiente, podría arrancar una semilla que se encontraba cerca del tronco. Así que se tomó su tiempo para caminar sobre la rama, buscar la zona más baja y así llegar a la siguiente.
Árboles de sangre, así se llamaban los desgraciados. Su nombre no se debía a su savia, ni a su color, sino a los espíritus protectores habitaban en torno a ellos. Leoneil jamás había visto uno antes de entrar a la cueva, pero había investigado mucho al respecto. Se decía que si alguien osaba dañar un ejemplar, los espíritus reaccionaban en cadena y despedazaban al agresor. Al final de lo que se nutría el árbol era de la sangre de sus víctimas. Por esa, entre otras razones, se preguntó cómo iba a arrancar la semilla sin que nadie se diera cuenta.
Al llegar frente a la susodicha puso las manos sobre la superficie. Era enorme, fría, rugosa, su color era similar al del tronco, el tallo que mantenía ligadas las dos partes era grueso y resistente. Miró de reojo hacia abajo, todo permanecía en una calma inquietante. Entonces sacó una cuchilla filosa de entre sus ropas y comenzó a cortar rápido, aplicando toda la fuerza que le fue posible con la mano derecha, mientras la rodeaba con el brazo izquierdo. El tallo cedió con un crujido, aunque su exclamación de victoria fue más fuerte. En ese preciso instante, un coro de voces agudas retumbó contra las paredes de la cueva e hizo que se le cayera la cuchilla. Se apresuró a guardar la semilla en la bolsa de tela colgada a su espalda, a la vez que intentaba no entrar en pánico. ¿Qué diablos acababa de hacer? Al mirar hacia abajo, vio como unos seres etéreos trepaban por el tronco del árbol hacia él. No había manera de bajar por allí, pero se encontraba demasiado alto para saltar. Maldijo a la par que se preparó para bajar a la rama inferior.
¿Qué funcionaría contra aquellas cosas? Murmuró un par de palabras mágicas, un conjuro sencillo de protección. Necesitaba ganar tiempo para ir por la cuchilla, sin sangre no había manera de invocar a nadie.
Al saltar desde la primera rama se resintió un tobillo, pero cayó justo a un lado de la raíz donde estaba el objeto. Ni bien sus dedos tocaron la empuñadura, una fuerza invisible lo azotó contra el tronco y por un momento el mundo perdió su nitidez. Un nuevo latigazo de dolor le recorrió el brazo con el que intentó cubrirse el rostro, alguna clase de elemento cortante le rasgó las ropas, e incluso la piel. Se tocó la herida con dos dedos, luego llevó los mismos a su frente donde dibujó dos signos: una línea recta, con una media luna en perpendicular. A un lado, la mitad de un triángulo. Los espíritus eran fuertes, el conjuro comenzaba a ceder y ya podía imaginar su cuerpo hecho trizas sobre el suelo. ¡Necesitaba concentrarse! No había llegado hasta allí con todos sus logros y expectativas para terminar muerto de una forma tan absurda.
–A ti, el más poderoso entre los sirvientes –murmuró, intentando ignorar el dolor de un nuevo golpe–. ¡A ti te solicito protección! ¡Hizumi! .–en ese instante, dos espíritus aunaron sus fuerzas y lo arrojaron contra una de las paredes de la cueva. Tras el impacto su cuerpo rodó hasta detenerse de lado, su larga melena le cubrió la mitad del rostro y quedó extendida en la orilla del río subterráneo, la corriente meció unos mechones hasta darle la apariencia de criaturas acuáticas. Gradualmente las imágenes se desvanecieron, lo último que vio fue la luz roja que desprendía el portal abierto. El guardián oscuro al que había invocado se erguía ante sus adversarios y no les daba oportunidad de defenderse.

«Despierta». El eco en medio de la oscuridad poco a poco fue cobrando sentido y se convirtió en una palabra, una orden. Alguien lo llamaba desde el otro lado, tenía que llegar hasta allí. Confundido, Leoneil aguardó. Ni siquiera podía ver su propio cuerpo, ¿Dónde se encontraba? La luz, los sonidos, los colores volvieron de repente, junto a un dolor insoportable en la mandíbula. Hizumi lo había abofeteado para despertarlo, su mano izquierda se cerraba firme en torno a los cabellos de su nuca. Sus ojos oscuros lo escrutaban, a la espera de que dijera algo.
–Gracias, lo necesitaba .–por supuesto se refería al golpe. Se liberó del agarre y se sentó despacio, por suerte la semilla permanecía intacta en la bolsa. ¿Por qué no lo había invocado antes de arrancarla del árbol? De repente se sintió como un idiota.
–Deja de meterte en problemas –le respondió, cortante–. Si sigues así, tendrás que pagar un precio más alto.
–Tenemos un pacto de sangre, debes acudir cuándo te llamo –le recordó, luego se descubrió el cuello y el hombro izquierdo–. Ven, por las molestias.
Hizumi era un Bahn, una criatura perteneciente a otra dimensión que gustaba de beber sangre y comer carne humana. Los Bahn eran fuertes, ágiles, sus cuerpos se regeneraban con una rapidez pasmosa. A ojos de Leoneil, eran seres mágicos muy interesantes. Lo que más llamaba su atención además de sus poderes era que poseían dos corazones, un rasgo que les daba ventaja en la batalla. Hizumi en particular era un ejemplar accesible, la mayoría era reacia al contacto con magos. Aunque estaba seguro de que la curiosidad era mutua.
Cada vez que sus dientes se enterraban en su cuello, Leoneil gemía de dolor. Le gustaba aprovechar esos momentos para examinar algún detalle físico que hubiera pasado por alto. Hizumi nunca dejaba que lo tocara, excepto cuándo bebía su sangre. Leoneil le acariciaba el cabello, palpaba el contorno de su cráneo, su rostro, contaba la vértebras de su columna. Era un ser magnífico, firme como la roca. A veces se preguntaba qué clase de órganos tendría, cómo funcionarían, qué otras cosas podría digerir. También le interesaba saber si sería capaz de procesar emociones, si tendría impulsos sexuales. En cierta ocasión se le había insinuado pero Hizumi lo había ignorado olímpicamente.
Esa vez bebió más de la cuenta. Cuándo lo liberó, Leoneil sintió que todo le daba vueltas. Se puso de pie como pudo y se recargó contra la roca, con los ojos fijos en el guardián. Siempre se iba sin despedirse, desaparecía a través de su portal y no volvía saber de él hasta la próxima invocación. Por supuesto, esa vez no fue la excepción. Ni bien se quedó solo comenzó a sentirse triste. Siempre le sucedía lo mismo. Leoneil no se caracterizaba por ser simpático, de hecho, siempre se comportaba como un bastardo con los demás. Era un sentimiento extraño, detestaba a las personas pero se sentía solo con frecuencia. Por suerte, ese problema se solucionaría pronto.
Abandonó la cueva sin más inconvenientes, pues al ingresar se había deshecho de varios obstáculos. El camino de regreso fue arduo gracias al tobillo resentido, pero logró bajar la montaña sin matarse en el proceso. Cuando tras varios días se encontró en casa, lo primero que hizo después de encender la chimenea fue comenzar a trabajar en su nuevo proyecto.
Sacó la semilla de la bolsa y la colocó sobre la mesa, una vez allí se tuvo que auxiliar con varios elementos para lograr que las mitades se separaran correctamente. Contra una de ellas se mantenía adherido un centro gelatinoso de color negro, lo tocó con la punta del dedo para comprobar que estuviera en condiciones, todo estaba perfecto.
La lista de ingredientes era pequeña, pero había que realizar el trabajo con mucho amor. Sólo así podía salir algo bueno de todo eso. Metió la mano disecada de un mago en la esfera gelatinosa, una que había robado de un cementerio hacía unas semanas atrás, eso proporcionaría la materia mágica necesaria. Como se necesitaba un corazón fresco, tomó la jaula del cuervo famélico que colgaba de manera precaria sobre la chimenea y sacó al animal de allí, el mismo luchó por liberarse, le dio un par de picotazos en los dedos, incluso le arañó el rostro, pero al fin le asestó un golpe mortal con el cuchillo y extrajo la parte que necesitaba. Lo agregó a la esfera gelatinosa envuelto en diferentes hierbas. Al final escribió un conjuro en un pedazo de pergamino y también lo agregó. Juntó las mitades de la semilla, la colocó sobre las brasas de la chimenea para sellarla y la dejó allí. Se decía que el fuego era mejor que el hielo, forjaba relaciones más estrechas, creaba personalidades más fieles.

 La espera duró semanas. A diario Leoneil se arrodillaba frente a la chimenea, posaba las manos sobre la semilla y reforzaba los conjuros. Se distraía con diferentes tareas que no implicaran abandonar el hogar, pues temía de que la ruptura de la semilla ocurriera mientras no estaba presente. Por si acaso, leía y releía el libro culpable de su actual obsesión.
«Sanguine, crianza y cuidados.». Lo había encontrado por casualidad en unas ruinas subterráneas. Al principio no comprendía de qué iba el tema, pero en cuánto profundizó sus investigaciones, los Sanguine se convirtieron en su pensamiento más frecuente. En una ocasión, tras hablar con Yasu, le confirmó que guardaba en su depósito clandestino un par de las susodichas semillas, pero el texto claramente decía que era mejor conseguirla por medios propios. Bastaba una en perfecto estado y los ingredientes correctos para crear un Sanguine. Dependiendo de los ingredientes se podía fabricar un macho o una hembra, cuyo carácter sería definido por los conjuros y el elemento con el que había sido incubado. Los había de espíritu salvaje, difícil de controlar. Aunque también existían fieles, maleables, cuyo peor temor era la soledad.
En la antigüedad los magos los veían como simples mascotas o sirvientes, pues eran seres mágicos antropomorfos. Pero Leoneil tenía muchos planes para el propio.
La superficie de la semilla comenzó a crujir una mañana, cuándo tenía las manos puestas sobre ella. En un principio se asustó, pues creyó haber provocado la ruptura a la fuerza. Pero en cuanto vio que la parte superior comenzaba a levantarse, se tranquilizó un poco. El proceso era maravilloso, nunca se había sentido tan emocionado ante un nacimiento. Como el texto explicaba que el Sanguine debía nacer solo, reprimió las ganas de ayudarle. En cambio, en cuánto vio su pequeño brazo asomarse, fue en busca de una manta con la que arroparlo. También necesitaría un poco de agua para limpiarlo, una túnica... ¡Cielos! Había olvidado conseguir ropa de su talla.
Cuándo la criatura se puso de pie sobre la cáscara inferior, se quedó viéndola. A ojos de cualquiera se veía como un niño normal, excepto que uno hubiera chillado ante tal temperatura. Al parecer el fuego no lo lastimaba, esa fue su primera observación. Se acercó con cautela para evitar que se asustara, lo tomó por una mano y lo ayudó a salir de allí. Su tacto cálido era curioso, similar a tomar una taza de té entre las manos. No estaba seguro de si los Sanguine de fuego eran así o era el efecto de la chimenea. Leoneil se tomó su tiempo para bañarlo, vestirlo con una túnica improvisada que le quedaba demasiado grande y cubrirlo con una manta abrigada. Al terminar, la criatura seguía igual de cálida. Una vez que la ubicó frente a la chimenea para que no pasara frío, fue a buscar su cuaderno de notas y escribió como un loco.
–Temperatura corporal alta... –murmuró a la vez que garabateaba–. Los Sanguine de fuego son cálidos, sensibles a temperaturas invernales. Nacen en etapa avanzada de crecimiento –continuó así hasta que se le cansó la mano. Luego cerró el cuaderno, tomó una cesta que tenía en la cocina y la llevó hasta el recién nacido–. ¿Qué nombre te voy a poner? –le preguntó mientras la dejaba frente a sus narices. La cesta estaba llena de hongos y plantas mágicas aptas para su consumo. Lo vio tomar un par de hongos de diferentes especies, probar un bocado de cada uno. La expresión de su rostro era inocente, casi como la de un animalillo. Comprendió que el camino por recorrer era largo pero valdría la pena–. ¡Ya sé! Te llamarás Hiro .–ladeó la cabeza cuándo el susodicho lo miró, el bastardillo tenía unos ojos grises preciosos. Según los textos, en un par de años se convertiría en un adulto. Aunque no estaba seguro de si quería verlo crecer tan rápido.
Caminó a su alrededor mientras lo observaba, había fabricado un ejemplar bastante interesante. Tras ver la comida, se había puesto a probarla por instinto. Los Sanguine no eran mamíferos, no necesitaban leche materna. De hecho, el único líquido que necesitaban para saciar su sed era el agua, después de todo eran materia orgánica mágica. Volvió a su cuaderno y se puso a anotar más cosas.
–Hiro –le llamó, pero ni se inmutó. Luego se acercó a la chimenea para ver el interior de la semilla. Sólo quedaban unos restos de la sustancia gelatinosa negra, las hierbas y el pergamino. En esos momentos le fascinaba absolutamente todo, incluso esa inmundicia. Volvió a un lado de Hiro y se puso en cuclillas para quedar a su altura–. ¿Te gusta comer eso, eh? Cuándo te los hayas terminado, iremos a conseguir más. El bosque te va a encantar, está lleno de comida para ti.

 

 

 

Su padre agonizaba en el lecho, ya ni siquiera deseaba que abrieran las cortinas para que entrara un poco de luz. La llama temblorosa de la vela le aportaba a su rostro un aspecto lúgubre, pero si era de sus últimos deseos, que así fuera. Atsushi lo observaba desde el marco de la puerta, lo deprimía sentarse en la silla frente a su cama. Presentía que pronto la enfermedad iba a ganar la guerra y no se sentía preparado para un funeral. Ese era el tipo de situaciones que el dinero no podía solucionar, lamentaba tanto la pérdida que apenas podía concentrarse en el negocio que dentro de poco heredaría.
La Pastelería Sakurai era reconocida, a todo el mundo le gustaba lo que ofrecían, aunque la atracción principal de los últimos cuatro años eran los Sanguine que había creado para trabajar. Eran seres eficientes, inteligentes, rara vez se cansaban. Además eran amables con la gente. Por supuesto, sólo él sabía lo que eran aquellas criaturas, todos creían que se trataba de seres que había traído de tierras lejanas. Le parecía peligroso que la gente supiera que podía crear uno en el mismísimo horno de su casa, los Sanguine no eran para cualquiera. En especial le parecía horrorosa la idea de que convivieran con niños, esos pequeños bastardos eran crueles con la mayoría de las criaturas mágicas.
Esperó a que su padre se durmiera para ir a ver cómo iban las cosas en el piso de abajo. Su hogar de toda la vida había sido la planta superior, encima de la pastelería. Desde las escaleras se escuchaban las idas y venidas de los muchachos, Atsushi miró el reloj al pie de las mismas, faltaban quince minutos para abrir. El aroma del bizcocho cocido era exquisito, se entremezclaba con el de la leña, la vainilla, los cítricos y el chocolate.
–¡Apresúrense! Abrimos en un cuarto de hora –exclamó en cuanto pisó la cocina. La hilera de pasteles coloridos sobre el mesón principal era algo muy satisfactorio de ver. A un lado, las charolas con las galletas recién horneadas se enfriaban junto al pan relleno de frutas. Había rosquillas, budines, tartas de frutas. La producción había sido excelente, venderían muy bien.
–Buen día, señor. Tengo el pedido para mañana –Kazuki era el ayudante general, se movía en todas las áreas y brindaba apoyo donde fuera necesario. La criatura más dulce, leal y hermosa que jamás hubiera criado, era el favorito de Atsushi.
–Buen día, Kazuki. Veamos... .–tomó la lista de cosas que faltaban, la leyó detenidamente mientras el contrario esperaba alguna orden–. ¿Aún hay polvos de hornear? Es raro que no estén en la lista.
Kazuki ladeó la cabeza, pensativo. Enseguida fue al almacén para corroborar el ítem que Atsushi le había marcado. Tardó un poco en regresar porque revisó una vez más cada recipiente. Al llegar junto al pelinegro, tomó la pluma y la mojó en la tinta– Agregaré un par de cosas, señor.
–Ya me parecía .–le dio una palmada en la cabeza a la vez que le entregó la lista. A veces era necesario revisar varias veces porque se le escapaban un par de cosillas, nada de otro mundo, a él también podría pasarle. Tras comprobar la actividad de la cocina, se dirigió a los mostradores para corroborar que estuvieran acomodando la mercadería. Todo estaba en orden y ya había fila fuera del negocio. Una vez las puertas abiertas, el día laboral comenzó como de costumbre.

 Era entrada la noche cuándo Kazuki llamó a la puerta de su habitación. Atsushi fumaba sentado frente a la chimenea, con su ropa de dormir puesta. Le indicó que pasara e hizo espacio en la pequeña mesa, todas las noches le traía una taza de té y un par de panecillos que hubieran sobrado. Kazuki preparaba un té delicioso, en su punto justo. Además era un buen conversador.
Lo observó dejar la taza sobre la mesa, luego el plato con dos panecillos. Sus movimientos siempre eran precisos pero tranquilos, se tomaba todo el tiempo del mundo para hacer las cosas. Esperó a que Atsushi aprobara el té, pero esa vez no se retiró. El pelinegro volvió a colocar la boquilla de la pipa entre sus labios para darle una calada.
–El señor Sakurai no quiso beber su poción nocturna –dijo bajo la mirada atenta de Atsushi. Por supuesto, se refería a su padre–. Hoy tampoco quiso cenar. Debería llamar otra vez al médico.
–Me temo que ya no tiene caso –respondió Atsushi tras soltar el humo–. Mi padre está muriendo, ¿Recuerdas lo que significaba eso? .–tras dejar la pipa sobre la mesa, tomó un panecillo y le dio una mordida.
–Desaparecer del mundo .–bajó la mirada. El tono de voz empleado fue bajo, como si decir eso fuera a matar al sujeto en cuestión. Tomó la charola con ambas manos y la sujetó a la altura de su cintura–. ¿Cuándo sucederá?
–No lo sé, pronto –terminó de pasar el panecillo con un par de sorbos de té, no tenía hambre pero no había comido en todo el día. El té estaba maravilloso, dio otro sorbo pequeño para que no se le terminara tan rápido–. Pero no debes preocuparte, no es tu culpa. Es algo normal para su edad.
–Me da miedo que los humanos vivan tan poco tiempo –murmuró, aún con los ojos clavados en el suelo. De repente su rostro se veía triste, algo inusual en él.
Atsushi volvió a beber otro poco de té. Los Sanguine jamás dejaban de sorprenderlo, eran unas cajas de sorpresas andantes. Una vez le había explicado que los de su especie eran más longevos que los humanos, el más viejo documentado había vivido quinientos años. Desde ese entonces, cada vez que hablaban de la muerte Kazuki se ponía triste– El día que yo muera, alguien más cuidará de ti. O puede que para ese entonces vivas por tu cuenta, ya sabes que eres libre de hacerlo cuándo lo desees.
–Me siento bien aquí –se apresuró a responder. Al llevar sus ojos al fuego, estos despidieron un brillo extraño–. Me gusta hacer galletas, hablar con las personas, preparar el té .–despacio fue hasta la chimenea, dejó la charola sobre el descansillo y se sentó frente al fuego con las piernas recogidas–, siento que mientras más cerca estoy de los humanos, menos solo me siento –continuó mientras alargaba una mano al interior. La giró despacio, envolviendo las llamas con sus dedos.
–¿Y qué hay de tus hermanos? –preguntó Atsushi con suma curiosidad. Kazuki era diferente a los demás. Si bien era más inteligente, aprendía con más rapidez que sus hermanos y era más resistente al cansancio, también era el que más sufría la soledad. Lo observó jugar con las llamas, los Sanguine de fuego eran inmunes a la materia con la que habían sido incubados. Los perfectos candidatos para trabajar en la pastelería, a su parecer.
–Me agradan, pero... –vaciló un poco en busca de las palabras correctas–. No lo sé, cuándo estoy con ellos no me siento tan feliz. Son buenos conmigo, me gusta ayudarlos, pero no entienden ni la mitad de las cosas que digo. Son un poco... t-tontos...
Atsushi dejó escapar una risa. Cuándo terminó el té y el panecillo que restaba, volvió a encender la pipa. El misterio de por qué Kazuki era diferente a sus hermanos jamás se había resuelto. Atsushi había utilizado los mismos ingredientes, las semillas del mismo árbol, las había colocado todas juntas en el gran horno pastelero. Y a pesar de que había sido el último en nacer, era el mejor de toda la camada. A veces se sentía culpable de demostrar que era su favorito.
–¿Usted recuerda su infancia, señor? –le preguntó, con una mirada melancólica clavada en las llamas. Colocó un poco más de leña en la base del fuego cuándo notó que comenzaba a mermar.
–Muy poco –respondió tras soltar el humo–. Lo que más recuerdo de ella es a mi padre regañando a mi hermano menor. Era algo de todos los días, Leoneil jamás se comportaba. Y también recuerdo a mi abuela decorando pasteles, eran obras de arte. A ella le gustaba pasar horas en la cocina, era buena pastelera.
–Recuerdo que cuándo era pequeño me daban miedo las tormentas –comenzó a decir. Se puso las manos sobre las rodillas, sin dejar de mirar el fuego–. Cada vez que había una, usted me tomaba en brazos y me traía aquí, me arropaba con las mantas, me acariciaba el cabello hasta que me dormía. Desde que no lo hace, he comenzado a sentirme más solo...
–¿Te quedaste por unas caricias en el cabello? Ya estás grande para esas cosas, Kazuki –en realidad no le molestaba hacerlo. De hecho, le traía un poco de nostalgia. Le dio una última calada a la pipa y se levantó del sofá, después de todo ya era tarde. Al remover las mantas para recostarse, palmeó el colchón a modo de llamarle. Quiso reír otra vez cuando Kazuki se puso de pie rápido.
Se acomodaron uno frente al otro, Atsushi permitió que lo abrazara y le posara la cabeza contra el pecho. El cuerpo de Kazuki era demasiado cálido, enseguida comenzó a sentirse sofocado, pero como lo encontró a gusto no quiso moverse demasiado. Comenzó a acariciarle el cabello de manera suave, aún olía a vainilla y leña. Era quizá la cosa más hermosa que sus manos habían creado, nunca antes su magia había dado tan buenos resultados. Como la mayoría de los magos de su familia, él también había nacido en la senda oscura. La diferencia entre él y el resto era que rechazaba sus poderes malignos.
Pasó poco tiempo antes de que Kazuki se durmiera, sin embargo continuó acariciándole el cabello o el rostro hasta que él mismo ya no pudo resistir el cansancio. Se sumió en un sueño tranquilo como hacía años no tenía, continuo, libre de pesadillas o terrores nocturnos. El fuego de la chimenea fue consumiéndose hasta teñir todo lo que hubiera en la habitación de un tenue color anaranjado: la cama, el sofá, la taza vacía, los muebles, e incluso el espejo, a través del cual la silueta misteriosa de un hombre los observaba.

Notas finales:

Hola eue/
¿Qué tal? Lo prometido es deuda y volví con una historia de la que ya estoy enamorada(?

Como siempre, aclaro que cualquier coincidencia es puramente eso, todo lo que escribo lo invento yo, no copio.
En primer lugar quiero agradecerles por leer el primer capi, espero que les haya gustado. La verdad es que estaba indecisa entre este fic y otro, pero al final se quedó éste.

Procedo a mostrarles los personajes, por si alguien no conoce a alguno, aunque mis fics son como American Horror Story, siempre las mismas caras en diferentes papeles(???

Leoneil de Vaniru: https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQ9Dphf8h7prMHCyVUFesef2i7GQCTVVvBsgksbAFRMO19SQoEIKw



Hizumi, ex-D'espairsRay: http://images4.fanpop.com/image/photos/21500000/Hizumi-despairsray-21525199-500-688.jpg

 

Hiro de Nocturnal Bloodlust, por ahora chiquito(? https://i.pinimg.com/originals/bc/fb/67/bcfb67854ee23cb25fc4ad1b207bf1cf.jpg

Atsushi de Buck-tick: https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQIw_NTxFg-61U5m9uWTfUr2XIYPRcmPbFxcFKjxtxFKBdk6aHU

Y el ex-Screw, Kazuki: https://visualioner.files.wordpress.com/2014/08/kazuki-screw-15491264-500-750.jpg

 
También se menciona a Yasu, de Acid Black Cherry: https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcSNQZHlWCKnqK_xOURN-5FmcZSEi0IdahFhu_MdK74oot64cman

 

Bueno, ya presentados los personajes, procedo a hablarles un poquito de ésta idea(?
Se me ocurrió por casualidad mientras escuchaba una canción, en un principio tenía una idea diferente de cómo se iba a desarrollar la historia, pero luego cuándo definí mejor a los Sanguine, pude darle un buen rumbo. Tengo muchos planes especialmente para Yasunori y otro personaje futuro, que ajscbjshskdk. Aunque ya desde el principio los amo a todos(?

Los escenarios serán generalmente referentes a la naturaleza, ya que estos magos viven en un universo algo así como... viejito(?. A luz de vela y esas mamaditas, no sé si me explico.


Ya habrá capítulo especial de un viajecito a la dimensión de Hizumi porque es un pj kinda interesante.

Y creo que ya escribí demasiado para ser el primer capi. Por ahora voy a dejar las notas hasta acá y cualquier cosilla me preguntan.

 

Por cierto, no sé qué pasó con las letras de este texto. Al pegarlo aquí se juntaron todas y se hizo una masa rara de letras, quedó la mayoría sin espaciado. En mi archivo está todo perfecto, con la misma letra, mismo tamaño y todo. Mil disculpas uvu/


No dejen de pasar por mi Twitter eue/ https://twitter.com/MairaMayfair



Nos leemos prontito <3


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