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Siempre por AndySnow1599

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Notas del fanfic:

¡Hola a todos!

Es una pequeña idea que surgió después de ver por octava vez el episodio final de la temporada 7 de Juego de Tronos. Espero que lo disfruten.

Notas del capitulo:

Es mi primera publicación. Gracias por leer.

 

Cuando la reunión terminó y sus amigos se fueron, ella salió al balcón. Hacía frío, una característica innegable de la época decembrina, tanto como lo son las hallacas y las gaitas. «¡Pacheco1 está inclemente! ­—Pensó mientras se apoyaba en la baranda y cruzaba brazos en el pecho. —Hace mucho que no hacía tanto fría en diciembre». Aunque cada día se convencía más de que el clima estaba reflejando el estado anímico de los habitantes, una expresión silenciosa pero contundente de  solos y tristes que se encontraban los corazones de millones de personas por la ausencia de sus seres queridos en una época tan amena. En los últimos cinco meses se habían ido 10 de amigos—incluidos Carla y Víctor, a quienes consideraba sus hermanos por elección y que estuvieron con ella en las horas ciertas como inciertas—, así como la tío Orlando y la tía Emilia junto a sus dos hijos. Con ellos ya eran 14 los familiares que se habían ido en busca de una vida mejor. «Y probablemente seré la próxima». Pero decidió no pensar en ello en ese momento. No cuando faltaban  tres días para navidad, no cuando sabía que pronto ella volvería para hablar.

Al contrario, se enfocó en el paisaje que tenía enfrente. Caracas de noche era un verdadero espectáculo, en especial en diciembre, cuando las luces de las casas agregaban una tranquilizadora aura a la ciudad y la hacían parecer un enorme  pesebre. El Ávila se alzaba imponente al norte, tranquilo y oculto por la noche, pero tan protector y reconfortante como puede ser un padre con sus hijos. La Av. Libertador estaba casi despejada, con algunos carros  recorriendo velozmente cual guepardos la larguísima arteria vial que conectaba con el este de la región capitalina. Rogó a cualquier deidad que pudiera escucharla que llevara con bien a sus amigos hasta sus hogares, porque eran tiempos duros y la noche estaba llena de temores; deseó buenas noches y dulces sueños a sus padres, pero lo más seguro es que en esos momentos ellos estuvieran muy entretenidos hablando con el tío Alfredo en su casa de Panamá. Ellos fueron los primeros en irse del país, dejando atrás su adorada Barquisimeto2 y a querida hija allí.

—Los amo—. Susurró. —Al menos no están  solos allá—.

Siguió mirando al frente, recordando con nostalgia una infancia vivida en sus dos ciudades favoritas. Miró su reloj: eran las 11:15 p. m., su anfitriona no tardaría en subir. Insistió en bajar con sus invitados para abrirles el portón del estacionamiento, tan cortés y atenta como lo era en cada momento y circunstancia. Incluso en tiempos tan difíciles, cuando tantas cosas hacían de su día a día algo tan caótico y complicado de sobrellevar, ella se mantenía optimista. Llevaba siempre una sonrisa en los labios y constantemente intentaba subirle el ánimo con palabras alentadoras.

«—Ricardo no es más que un niño bonito que tiene dinero y cree que puede hacer  lo que le dé la gana con la gente—. Había dicho cuando su ahora ex novio se fue al extranjero para conocer a Betty, una mujer española de la que se enamoró de la noche a la mañana, después de que ésta le hiciera una cordial invitación a su hogar en Andalucía. —El tipo es como huevo sin sal.3 Él se cree el papá de los helados 4, pero la realidad es que es un imbécil. Ya verás cómo lo echará de su casa cuando se entere de que sólo está con ella por la nacionalidad. Tú tranquila, que  chivo que se devuelve se desnuca5—. ».

            «Eres una loquita ». Pero la verdad es que esas palabras le habían servido de mucho en aquel momento, cuando tan sola y despechada estaba. Por esas fechas Carla y Víctor estaban en los preparativos para su partida, así que consideró inapropiado atosigarlos con sus problemas, ya que sabía ellos estaban hartos de lidiar con la burocracia para conseguir los documentos apostillados que debían tener. Lo último que necesitaban era lidiar con los enredos amorosos de su amiga con un hombre al que ellos nunca habían estimado; no era justo y lo sabía. «Pero contigo es diferente». Sólo con ella compartió su desdicha. Y ella, aunque a 400 km. de distancia, supo cómo consolarla con sus frases puntuales a través del teléfono. «Siempre has sido así conmigo». Porque desde la niñez han tenido esa complicidad a  pesar de la distancia y la edad.

« ¿Y cómo no va a ser así? Prácticamente me conoces de toda la vida». Era mayor que ella y fue de las primeras personas que la vi después de su nacimiento, ya hace 20 años. Le era imposible concebir su existencia sin ella, sin su carisma y cariño, además de ser un modelo bien claro a seguir. «Tú eres muy entendida con todos, paciente y solidaria. Ya sé por qué se te da ser profesora». La admiraba por lo firme que fue cuando impuso su decisión de estudiar música, apostando por la educación para un futuro mejor, aun cuando pudo estudiar cualquier otra cosa con fines más lucrativos. «Y Carli, Vic y tú fueron los únicos en apoyarme cuando decidí estudiar arte ». Sus amigos también estuvieron de su lado, pero sabía muy bien que era por seguirle la corriente que porque de verdad creyeran que fuera buena idea. «Tú lo hiciste porque crees en mí. Supiste lo que pensaba, como si fueras una extensión de mi cuerpo».

Pasó otros tres minutos sumergida en la contemplación de su relación hasta que escuchó la puerta abrirse. «Llegaste». Se tensó mientras la escuchaba acercarse con parsimonia. «Tranquila, sólo hazte la pendeja, la que no sabe ni siente nada». No obstante, sabía de sobra que eso sería difícil, porque hace días se había dado cuenta que su proximidad rebasaba los límites de lo sano, de lo aceptable; todo cuando ella  fue a buscarla en Maiquetía6, y su corazón traicionero palpitó con alegría cuando la vio a la salida del aeropuerto. Levantó la vista al cielo y suplicó nuevamente la misericordia de quien sea que la escuche para poder ocultar lo que sentía. —Me tienes mal y lo sabes…—, dijo a la noche.

— ¿Acaso no es una vista preciosa? Sin duda lo es —. Una figura un poco más alta que ella se paró a su lado, su vista al frente.  —Los muchachos ya se fueron. Leo dice que no quería irse, pero mañana debe salir a las 3:00 a. m. para llevar a su hermano Alfonso al aeropuerto, por las 5 horas antes debe estar para hacer el chequeo—.

—Pensé que su vuelo salía a mediodía. Es una lástima que tenga que salir tan temprano para estar quién sabe cuántas horas allá. Ojalá todo ocurra sin contratiempos—. Dijo, todavía sin mirarla. No quería, no debía.

—Sí, pero recuerda que en este país pasan las cosas más increíbles, y es mejor salir temprano y llegar con tiempo de sobra para hacer el chequeo, no vaya a ser que los agarré una cola en la Caracas-La Guaira7—. La figura se acercó un poco. —Leo no lo dice, pero sé que no está muy bien, después de todo es su hermano y no sabe cuándo lo volverá a ver. ¡Qué injusto todo esto! —.

—¿Me lo dices o me lo preguntas? —, suspiró. —Mis padres me extrañan, yo los extraño, y me da arrechera8 que tenga que ser así. Y sin embargo, estoy pensando seriamente ir con ellos—.

—¿De verdad, Lena? ¿Cuándo piensas irte? —.

—No lo sé, quizás a mediados del año que viene, no lo tengo claro aún—. Se maldijo mentalmente por no haber agarrado un suéter más grueso que ponerse. El frío empieza a calar más y más en sus huesos, pero no se atreve a moverse .Ella está a su rezándola y sabe que no puede dirigirse a dentro sin antes verla. Y no debía, no por el bien de su cordura.

—Entiendo. Bueno, si te vas te extrañaré, pero sabes de sobra que aquí me quedo, esto no será eterno—. El silencio se instaura brevemente. — ¿Estás bien? Hace un frío que jode, quizás deberíamos entrar y cerrar la ventana del balcón, ¿no crees? —.

—No te preocupes, estoy bien—. Pero no lo está y ella se percata.

—¿De verdad? No te creo—. Y sin previo aviso, su anfitriona la rodea en un abrazo—.Así estamos mejor, mucho mejor—.Susurra a su oído.

«Estás jodida, Elena». Un par de brazos cubiertos por un suéter negro la envuelven, y su pecho se desgrana. Su cuerpo está sorprendentemente cálido y eso la reconforta, de la misma manera como lo hizo en la celebración de sus XV años, cuando ella llegó de improvisto con el mejor de sus regalos: un curso intensivo de dibujo ya pagado, junto con una caja llena de materiales para crear. «Ese día sentí que algo me faltaba, sabía que no irías porque ya me habías avisado. ¡Pero fuiste y vaya que me sorprendiste!». Más tarde le confesó que para asistir a su fiesta tuvo que faltar al trabajo el día anterior, amén de así poder viajar y organizar su regalo, y que muy probablemente se ganaría una amonestación. Pero lo hizo por ella, siempre hacía esas cosas para verla sonreír.

—Lena, te quiero muchísimo—. Dice ella, y después, con su voz de mezzosoprano recita:

 

 

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte

para que tú las oigas como quiero que me oigas.

 

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.

Huracanes de sueños aún a veces las tumban.

Escuchas otras veces con mi voz dolorida.

Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.

Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.

Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

 

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.

Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

 

Voy haciendo de todas un collar infinito

Para tus blancas manos, suaves como uvas.9

               

            ¿Qué son las consecuencias para un alma presa de amor? Nada. De esa manera se lo demostró a los 12 años cuando, ocultas detrás de unos cocoteros en Chichirivihe10, ella la besó. Y Elena correspondió. No debían hacerlo, pero lo hacían. Era prohibido y sabían muy bien lo que podría pasarles si alguien las veía, pero no importaba. Todo hasta que escucharon la voz de Luis José, su padrino, que las llamaba desde muy cerca, y sólo allí se separaron. Nunca hablaron de ello, simplemente lo dejaron así por vergüenza más que por arrepentimiento, pero tras muchos años de postergar el tema, parecía que la hora había llegado. Lo supo cuando ella la giró entre sus brazos y la encaró.

            —Neruda te tiene mal, ¿eh, Agatha?—. Le dijo nerviosa.

            —No, él es mi ídolo, pero no mi inspiración. Mi verdadera inspiración está frente a mí, sus ojos son un par de avellanas, su cabello un río de chocolate y su piel tostada como una flor de Venezuela—. Aggy posó sus dedos en su mejilla y la acarició, con ese tacto tan cadencioso suyo. —Ella es hermosa, realmente hermosa, ¿no te parece? —.

            —¿Ah, sí? Tengo entendido que también a Fernanda le decías eso, ¿o me equivoco? —. Ella sabía desde hace ya mucho tiempo que Agatha tenía preferencia casi completa por la compañía femenina. Se había cuestionado ese asunto después del beso, pero nunca hablaron otra vez de ello. Fue con la llegada de Fer, una chica «amiga» suya y que venía de Valencia11  a estudiar en la UCV12, cuando se dio cuenta de la forma cómo la miraba, cómo le sonreía, cómo la trataba. A los 17 años y por primera vez en su vida supo los dañinos que son los celos. Sólo ella la hacía sentir así.

            —Fernanda es una chica bella para todo el mundo. En cambio, tú eres la mujer más hermosa de mi mundo—. Y dicho esto la soltó y se subió la manga de su brazo izquierdo. — ¿Ves? Me tatué hoy en la tarde. Es un telescopio para observar a mi estrella Polaris, a ti, porque eres mi guía cuando me pierdo en la oscuridad. Te quiero muchísimo, ¿sabes?—. Una ráfaga de viento entró por la ventana y los cabellos de azabache de Agatha se alborotaron, haciéndola lucir imponente como un león. Y Elena sabe que se ha convertido en su presa otra vez.

              —Lo sé y también lo hago—.

             —Pero no como quieres hacerlo—. Dijo Aggy con amargura.

             —Y según tú, ¿cómo quiero hacerlo? —. No podía permitirse ese querer, no con ella.

            —De la manera que los demás desaprobarían. Quiero besarte, Lena—. Exclamó.

            —Ellos jamás lo permitirán, ¿lo sabes? No es correcto —. Intentó desligarse de su tacto, pero Aggy la volvió a abrazar, esta vez con fuerza—. ¡Suéltame, esto no puede volver a pasar!—. «Porque si me besas no tendré la Santa Voluntad de dejarte y lo sabes». Empujó, pero eso sólo la apresó más.

             —No me importan ellos, me importas tú. Hace años que me dieron la espalda y puedo vivir con eso, pero no permitiré que me alejen de ti—.Sus ojos brillaban de la emoción. —Niégalo, pero sé que es así—.

              —Me voy a enojar—. Dijo aireada . —En lo que no me sueltes te golpearé la jeta13—. Amenazó.

             Agatha sonrió, puso un mechón de cabello detrás de su oreja y luego le pasó el pulgar por los labios. —Déjame que te vea hacerlo—. Sentenció y acercó su rostro al de Elena, juntando sus labios y abriendo el camino a su perdición.

             Perdición, porque cuando esos labios carnosos y suaves se posaron sobre los suyos, el tiempo las envolvió a ambas en una burbuja que las aisló de todo. Perdición, por ya no había vuelta atrás. Aggy movió la mano que tenía en su rosto y la junto con la otra en su zona lumbar. Lena, ansiosa por el contacto, le echó los brazos al cuello y acarició sus mechones de cuervo. Se separaron y miraron a los ojos. «Tú mirada canta, querida mía. ¡Bendita y maldita sea esto que siento por ti!».

            —Lena, mein schatz14—. Pronunció empalagada de deseo. —Sé mi novia—. Besó su cuello y subió hasta su oreja derecha. —Te prometo buena comida y sexo espléndido—.

—¡Boba! —. Rió Lena. —Si acepto nos metemos en tremendo lío. Dirán que es pecado—.

—No me importa, siempre que pequemos juntas está bien—. Hizo una pausa y acarició el marrón cabello—. Entonces, ¿qué dices? ¿Mía o qué? —. Preguntó.

Con las mariposas revoloteando en su estómago, Lena respondió. —Soy tuya —Volvieron a besarse, está vez con la fuerza que utiliza un toro embiste a su adversario.

            El anhelo de sus almas las condujo hasta la habitación principal, y entre besos franceses y caricias puntuales se deshicieron de sus vestimentas. Se miraron de  arriba abajo y lo entendieron: sus cuerpos desnudos ya no escondían secretos, eso había quedado atrás. Agatha la abrazó y se apodero de su cuello, alternando las atenciones entre besos y succiones, mientras  posicionaba a Elena en la cama matrimonial. La figura atlética de Aggy, la cual sin duda era producto de una juventud llena de ejercicios, recorrió con mimos su clavícula, el valle de sus senos, sus areolas, su vientre hasta llegar al epicentro de su pasión. Cuando tocó allí, Elena sólo pudo pronunciar palabras que no existían el lengua alguna.

            —Uhm…Lena…Lena, mírame—. Ordenó jadeante cuando enderezó la cara de Elena.  —Voy a introducir. Mírame siempre, cariño—.

            Ciertamente, Elena no era una chica virginal. Aventuró por primera vez en las artes maritales con Ricardo hace casi un año atrás, antes de que éste se fuera. Esto era bien sabido por Aggy, a quien le había contado los pormenores de su unión. Y a pesar de ello, cuando sintió los dedos de la otra mujer en la entrada de su vagina, no pudo evitar sentir el escalofrío que el nerviosismo le producía.

             —En…en…tra, por favor—. Imploró Lena.

             —Lo que el amor de mi vida mande—.

            Y Aggy hundió sus dedos en ella, retorciéndolos en su interior, metiéndolos y sacándolos con esmero, acoplando sus embestidas al vaivén de las caderas de Elena.

            —Sigue…sigue…sigue…—. Exclamó Lena con entrecortadas palabras. —No…no… ¡te detengas! —. Quiso cerrar los ojos, pero una vez más Aggy agarró con rostro con la mano desocupada.

             —No…¡Mírame, hazlo! —. Anunció, fijando su mirada en ella.

            Ese par de ojos marrones que brillaban como una fogata en la oscuridad le penetraron el alma. «El amor entra por los ojos». Recordó haber leído en un libro. Y esos ojos llenos de luz la vieron crecer, así como habían visto miles de cosas interesantes en sus 30 años de vida. Las separaban de 10 años de edad, pero en aquel momento, mientras el avellana y el marrón se escaneaban y sus cuerpos sudorosos se fundían, entendió que eran engranajes de reloj: una completaba y ayudaba a la otra.

            —Sí…sí—. Jadeó sin apartar su mirada de la de Aggy. —Más…más…más—.

            —¿Lo…lo ves? —. Dijo Aggy. —Sólo contigo me siento así…Amor, mi dulce amor—. La besó con entusiasmo.

            Agatha se subió sobre uno de los muslos de Elena y realizó rápidos movimientos coitales sobre éstos, haciendo que la fricción le causara deliciosas sensaciones en su centro. Apretó también el pulgar sobre el clítoris de Lena, enviando ráfagas de electricidad por la columna vertebral de ésta. La habitación se llenó de un coro de las exclamaciones de placer, promesas de amor eterno, palabras altisonantes y súplicas a infinitas deidades. Cuando el orgasmo de ambas reventó, tardaron un rato en recuperarse.

             —Eso…ha sido…—. Le costaba a Lena pronunciar palabras, estaba agotada. Lágrimas de alegría bajaban por su rostro.

            —Magnífico…especial... y…y… delicioso. Sólo…tú tienes ese poder sobre mí—. Aggy se recostó sobre ella y le secó las lágrimas con sus dedos. —Lo mejor que me ha pasado en la vida—.

            —Mi amor—. Lena le agarró el rostro y besó sus mejillas, frente, mentón, nariz y por último los párpados. —¿Qué haremos si se enteran? —.

                 —Ni idea, realmente me importa una verga si lo hacen. Esperé durante 10 años tu nacimiento, y otros 20 más para tener los ovarios bien puestos y declamarme. No estoy dispuesta a vivir sin ti a partir de ahora—. La besó. —Cuando tu mamá estaba embarazada de ti, yo le dije que siempre estaríamos juntas y quiero mantener esa promesa—. Se giró y recostó su espalda en el colchón—.

             —¿Y si me voy del país? ¿Irías conmigo? —. Preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

            —Lena, sabes que yo tengo mi esperanza puesta aquí aún. Y sé que no quieres irte tampoco, ¿o me equivoco? —. Abby se levantó y apoyó en un brazo.

            —No, y tampoco querría irme sin ti—. Admitió.

            —Hermosa, lo único que podría sacarme del país es que tú y yo nos casemos en el extranjero—.Su mano recorrió el costado de Elena y se detuvo en su cadera. —¿Qué te parece? ¿Quieres casarte conmigo? —.

            —¿Tan pronto? Vamos un poco rápido, me parece—. Sin embargo, se acercó a los labios de su novia y dijo: —Sí—.

             —Me haces feliz, Lena. Te amo. Ellos no estarán de acuerdo, pero mi mundo eres tú, sólo tú importas—. Juntaron sus labios suavemente.

             —Yo también te amo, bella. Yo también—. Correspondió a su toque.

            Las ganas se volvieron a encontrar, pero esta vez fue Lena quien decidió llevar la batuta. Miró a Agatha cuando ésta soltaba un gemido, y pensó en lo incrédula que se sentía de tanta suerte que la rodeaba al tenerla a ella. Su amiga, confidente y amor, eso y más era Agatha. «Mi alma gemela». Por lo tanto, mientras tocaba a su futura esposa, no pudo evitar pensar que debía existir un plan divino que las creara la una para la otra. Ya era cosa del pasado los temores por el qué dirán, por las consecuencias que unión pudiera producir. No importaba que Agatha fuera su prima hermana, que lazos de sangre las uniera, porque el destino había escrito que ellas serían una desde siempre y para siempre.

Notas finales:

1.- Pacheco fue un floricultor que vivió en El Ávila y que, cuando llegaba diciembre y el frío se hacía presente, bajaba a Caracas para vender su mercancía. Ante este hecho, los caraqueños empezaron a asociar la llegada de Pacheco con el frío y por ello la expresión «Bajó Pacheco» denota las bajas temperaturas durante esta época.

2.- Capital del estado Lara.

3.- Hace referencia a una persona sin gracia.

4.- Expresión que denota a alguien que se cree muy importante.

5.- Este refrán se utiliza cuando alguien ha tomado o está a punto de tomar una decisión y se arrepiente. 

6.- Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar, principal lugar de entrada y salida de Venezuela.

7.- Autopista que conecta a la ciudad de Caracas con el estado Vargas.

8.- Expresión que denota enojo.

9.- Poema extraído del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda (1924).

10.- Es una ciudad ubicada en la costa occidental de Venezuela.

11.- Capital del estado Carabobo, Venezuela.

12.- Universidad Central de Venezuela.

13.- Forma coloquial de referirse a la boca.

14.- En alemán significa «mi querido/a».


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