Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Idiota (One-shot) por Love_Triangle

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

« I know it's hot. I know we've got something that money can't buy. Fighting to fifths. Biting your lip. Loving too late in the night. Tell me I'm too crazy. You can't tame me. Tell me I have changed but I'm the same me, old same me inside. If you don't like the way I talk, then why am I on your mind? If you don't like the way I rock, then finish your glass of wine. We fight and we argue, you'll still love me blind. If we don't fuck this whole thing up. Guaranteed, I can blow your mind»


*****


Cuando el holograma, con el que había estado entrenando para mejorar mi técnica como portero, desapareció una vez completada la hora de entrenamiento con la que lo había programado, me llevé de forma instintiva los dedos a los labios sin dejar de mirar fijamente hacia donde, hasta hacía tan solo unos segundos, había estado el holograma del muñeco de arcilla que me había ayudado de entrenar.


El último tiro me había cogido desprevenido y había impactado directamente sobre mi rostro, pues para cuando me di cuenta de que todavía no había terminado el entrenamiento, el muñeco de arcilla ya había chutado el balón con violencia y no me había dado tiempo a reaccionar.


Obviamente mi guante no se manchó de sangre ya que, pese al realismo de los hologramas de la sala oscura, estos no eran más que eso. Hologramas. No podían hacerme ningún daño físico aunque mi cerebro me lo hiciese sentir de esa forma. Me sentí estúpido cuando me di cuenta que, pese a haber comprobado que no estaba sangrando, había caminado de forma inconsciente hasta un espejo para examinar mi rostro con mis propios ojos.


Riccardo me habría recriminado por un fallo tan tonto de haber estado en ese momento conmigo, tal y como solía hacer, ya que habíamos acordado estar presentes en los entrenamientos del otro para poder corregir sus fallos con mayor eficacia y rapidez. Aunque realmente era él el que me corregía a mí, poco podía decirle yo más que: «¡Muy bien!» o «¡Prueba chutando con más fuerza!»


Pero aquel día había preferido ausentarse, de hecho seguramente lo haría hasta dentro de bastante tiempo. No es que me importase, había vuelto a comportarse como el mismo idiota que fue al inicio de nuestra relación. Creí que había cambiado y que había abierto los ojos, reconocido mi utilidad para el equipo y asimilado que yo era tan válido como él para estar en el Earth eleven.


Pero al parecer me equivoqué, puesto que la noche anterior lo había oído hablar por teléfono con un tal Samguk, que al parecer fue junto a JP el portero titular del Raimon. Riccardo le proponía cambiarse conmigo, si no era demasiada molestia para él y decía que confiaba plenamente en sus aptitudes de portero. ¡Infravalorándome de nuevo!


Todavía recuerdo sus palabras antes de abandonar la habitación tras haber discutido conmigo: «¡Eres un completo idiota, Terry Archibald! No te metas en conversaciones ajenas que ni siquiera has escuchado completas si no quieres quedar como un imbécil.»


— ¡Tú eres el idiota, Riccardo Di rigo! —gruñí mientras arrojaba el balón lejos de mí, con tal maestría que lo dejé justo donde había pretendido hacerlo.


«¡Já! ¿A que tú no eres capaz de hacer un triple, Riccardo?»


— ¿Con quién hablas, Terry?


La voz de Arion llegó hasta mis oídos desde justo detrás de mí, haciéndome pegar un respingo al darme cuenta de sopetón de que no estaba solo, como había creído. En algún momento mientras me había quedado sumido en mis pensamientos, el capitán había accedido a la sala oscura para poder entrenar y me había pillado hablando solo frente al espejo. Aunque realmente no hablaba solo, hablaba con el maldito niñato de alta cuna que siempre me miraba por encima del hombro. Pero eso no iba a decírselo a Arion, que parecía sufrir por cada pequeño roce que hubiese entre los miembros del equipo como si le afectase a él directamente.


— Con nadie, repasaba en voz alta los ejercicios que haré durante la sesión de la tarde. —mentí.


— ¡Me alegro mucho de oírte decir eso! El equipo parece estar más unido que nunca y todos estamos entrenando con muchas ganas y esfuerzo ¡Así seguro que conseguiremos ganar el Gran Celesta Galaxy sin problemas! —exclamó con su característica positividad, emoción y brillo en los ojos.


— Sí, tú déjame la portería a mí.


— ¡Claro!


— Oye... ¿Dónde está Riccardo? No ha venido a entrenar en toda la mañana.


— ¿Eh, Riccardo? Ahora que lo dices... Lo oí anoche gritar en su habitación, parecía enfadado. Sé que le pidió a tía Andrea que le dejase desayunar en su cuarto. No sé qué le habrá pasado, pero parece que no quiere ni ver a la persona con la que discutió.


— ¡¿Y tía Andrea le dejó quedarse en su habitación?!


— Creo que no, pero no se presentó a la hora del desayuno. Oye, pareces preocupado.


— Me extraña que tú no lo estés, siempre te metes en todo. Sin ánimo de ofender.


— ¡Ah, ya! Es el trabajo de un capitán hacer que haya buen ambiente en el equipo. Pero conozco a Riccardo y sé que se le pasará, solamente hay que dejarle que se tranquilice y no presionarle. Él mismo le pedirá ayuda a la persona que mejor le entiende para que le haga ver la solución del problema, una vez se le pase el enfado. —declaró colocando su mano sobre mi hombro derecho y sonriéndome de forma tranquilizadora.


«¿Acaso se está refiriendo a mí? ¿Yo soy la persona con la que querrá hablar?»


— Creo que sé a quién te refieres. —sonreí con timidez al imaginarme a Riccardo llamándome por teléfono pese a estar a pocos pasos de mí, intentando mantener su orgullo y que no viese su avergonzada mirada.


— ¿En serio? ¿Conoces a Gabi?


— ¿Eh? ¿Quién?


— Gabriel García, el mejor amigo de Riccardo. Él es la única persona que conozco capaz de tranquilizarle en pleno ataque de cólera, de hacerle ver su problema de una forma totalmente diferente y de darle soluciones que Riccardo sea capaz de aceptar. Aunque a veces debo reconocer que algo obligado. Seguramente le haya llamado durante esta mañana.


— Gabriel García, no me suena...


— ¡El eje de la defensa del Raimon! El que hizo miximax con Juana de Arco, el que tiene el espíritu guerrero: Valquiria abanderada, Brunilda. El que paró tantos ataques con su supertécnica La niebla, el que está siendo capitán del Raimon en mi ausencia.


— Nada. Ni idea.


— El de coletas rosas. —suspiró.


— ¡Ah! ¡Ese!


— Sí, ese.


Si Riccardo era tan cabezota como en tantas ocasiones había demostrado ser, habría llamado a ese chico a primera hora de la mañana, pero a una hora razonable ya que no querría molestar al que era su mejor amigo. Y si era cierto que era tan difícil de hacer cambiar de punto de vista, seguramente habrían estado hablando durante por lo menos una hora. Así que, si no me equivocaba del todo, en esos momentos Riccardo estaría desayunando en el comedor completamente solo.


— Bueno, voy a ir a ver cómo le va a los demás con el entrenamiento. —mentí.


— De acuerdo, yo entrenaré en la sala oscura durante unas horas, si quieres luego podemos entrenar juntos.


— Vale. —respondí sin siquiera haber escuchado lo que me había dicho.


En cuanto la puerta de la sala oscura se cerró detrás de mí y la animación holográfica que Arion había elegido para entrenar comenzó, impidiéndole ver u oír todo lo externo a la misma, eché a correr de forma desesperada hacia el comedor. Tenía que encontrarle antes de que volviese a su habitación y echase el pestillo, quería demostrarle que allí único cobarde era él y que también era el único que evitaba al otro. Como si le diese miedo volver a enfrentarse a mí en una discusión que de sobra sabía que perdería y prefiriese castigarme con su característico silencio de desaprobación antes que aceptar que yo tenía razón.


Sonreí con autosuficiencia al imaginarme al señorito Di rigo doblando su cuerpo ante mí para disculparse y reconocer que había sido un completo idiota que no había sabido valorarme como era debido.


«Perdóname, Terry. Tienes razón, eres impresionante y no he querido reconocerlo porque... Porque tenía miedo de que me dejases atrás. Sólo soy un pobre chiquillo que no supo apreciar el verdadero talento. No me odies, por favor... Terry»


Sí, aquella imagen de él me gustaba ¡No! ¡Me encantaba! El altivo Riccardo Di rigo suplicándome que le perdonase, reconociendo su admiración por mí, sonrojándose y desviando la mirada al decirlo, perdiendo todo su orgullo y "desnudándose" ante mí. Diciendo mi nombre con esa voz suya que hacía vibrar cada rincón de mi ser... ¡Tenía que hacer realidad esa escena!


— ¿Estaba rico?


— Delicioso, tía Andrea. Como siempre. Gracias por permitirme venir a esta hora, de verdad.


— Sólo por esta vez ¿Eh? Hacerme la pelota no volverá a servirte para saltarte las normas a la torera, Riccardo.


— Pero es que eres tan buena que no puedo evitar confiar en ti para estas cosas. —sonrió con pillería.


— ¡Anda! ¡Vete a entrenar antes de que te haga ayudante de cocina por pelotas! Y te advierto que no hay supertécnica que valga para limpiar todo lo que mancháis.


Localicé a Riccardo justo donde había imaginado que estaría. Ya había terminado de desayunar y había entregado su bandeja con todo lo que había utilizado, si no me daba prisa no lo alcanzaría antes de que se fuese. Parecía estar tranquilo y con tía Andrea se había mostrado tan amable y cordial como solía hacerlo, después de todo pese a sus ataques de cólera (que casi siempre le provocaba yo) seguía siendo un señorito.


Un príncipe frío pero delicado al que le gustaba recibir cariño y darlo como respuesta, pero era demasiado selectivo con las personas a las que mostrar aprecio y su actitud a veces podía llegar a ser tan fría, estricta e incluso cruel que a muchos les daba miedo intentar ganarse su afecto y se conformaban con unas simples palabras de apoyo o consejos de su parte.


Pero yo no era Frank, ni Trina, ni Falco. Yo era Terry Archibald y no iba a contentarme con un simple: «Bien hecho» no era un perro al que estaba adiestrando, ni uno de sus sirvientes ¡No era nadie para creerse mejor que yo! Ni lo era, ni lo sería y pensaba demostrárselo de una vez por todas.


— ¡Riccardo! ¡Habla conmigo si eres lo suficientemente hombre! ¡Deja de evitarme como un cobarde!


La sonrisa risueña que había mostrado hasta aquel preciso instante, se desvaneció tan pronto como mi voz perturbó la armonía del lugar y cargó el ambiente de tensión. Tensión que sólo yo sentía al percibir cómo mi corazón comenzaba a acelerarse a cada segundo que pasaba sin que Riccardo se dignase a mirarme, siendo conocedor de que lo estaba haciendo completamente a propósito para crear esa sensación en mi cuerpo. ¡Pero no le iba a dejar salirse con la suya!


— ¡Deja de darme la espalda y enfréntate a mí de una vez!


Sus rizos color ceniza se deslizaron por su nuca y por su espalda, algunos llegando a posarse en lo alto de su hombro izquierdo o directamente cayendo por delante de este a causa del leve movimiento de cabeza que hizo. No se giró, ni siquiera movió su cuerpo, solamente colocó su cabeza de tal forma que pudiese verme sin necesidad de hacerlo. Demostrándome una vez más que no era lo suficientemente importante como para hacer que siquiera se girase para hablar conmigo.


Cosa que no hizo, su penetrante y fulminante mirada lo había dicho todo sin necesidad de que abriese la boca. Sus ojos oscuros y en aquellos momentos amenazantes me hicieron saber por el refulgir de los mismos que no quería que estuviese allí, no quería que lo molestase, no quería verme ni hablar conmigo. Simplemente quería que desapareciese de su vista y, a ser posible, del mapa.


— ¿Qué has dicho?


Su voz sonó calmada pero al mismo tiempo cargada de furor. Aquella pregunta retórica quería tener una respuesta, quería que yo dijese: «N-Nada» y me fuese con el rabo entre las piernas a esconderme en mi habitación, lejos de su mirada fulminante. Como si fuese un padre que con una sola mirada pudiese hacerle entender a su hijo que como no desapareciese de su vista iba a tener un castigo mucho mayor del que ya iba a tener de por sí. Un padre y un hijo... Otra vez quedaba por encima de mí. No lo soportaba.


— He dicho que quiero hablarlo, deja de escapar.


— ¿Hablarlo? No hay nada que hablar, Terry Archibald. ¿No deberías de estar entrenando? Se acerca un partido importante.


— ¿No deberías de entrenar tú también, maldito bocazas? ¿O es que el señorito es tan superior a mí y al resto de la humanidad que no necesita entrenar?


— Ya empiezas con tus idioteces... Sigues igual que el primer día, no te enteras de nada pero quieres hacer ver que lo sabes todo.


— ¿Qué es de lo que no me entero, Riccardo?


— ¡Déjalo! Si no eres capaz de entender una mirada, no esperes entender una explicación.


Otra vez con sus frasecitas... No lo soportaba, si tenía que decir algo que lo dijese de forma clara y directa, no haciéndome quedar como un idiota ante él completamente a propósito.


Nada más decir aquello, dejó de mirarme y se retiró de camino a las habitaciones, utilizando la puerta que justo estaba en dirección contraria a la que yo había utilizado para entrar. Desapareciendo tras su umbral, no sin antes deslumbrarme con los movimientos que su melena hacía al flotar, de forma casi preparada, detrás de él y volviendo a caer sobre sus hombros y mejillas de forma progresiva.


— Niño, como te quedes mirando su pelo Pantenne durante más tiempo, no vas a ser capaz de pillarle para hablar. —sentenció tía Andrea mientras fregaba los platos sin darle demasiada importancia, haciéndome despertar del estado de atontamiento en el que los mechones ondulados de Riccardo me habían sumido.


— ¡S-Sí! ¡Riccardo, espera!


Corrí tras él de forma casi temeraria, arroyando una de las sillas del comedor a mi paso y casi chocando contra el marco de la puerta antes de traspasarlo. Riccardo se detuvo y miró hacia atrás sorprendido ante los ruidos que se habían sucedido a mi paso, sólo para darse cuenta de que estaba casi junto a él y de que no iba a tener tiempo de meterse en su habitación antes de que le alcanzase.


Suspiró de forma derrotada y juraría que por unos instantes esbozó una sonrisa de satisfacción, pero no puedo afirmarlo porque rápidamente hizo que uno de sus rizos ocultase su rostro y me impidiese verlo.


— ¡Riccardo! ¡Voy a demostrarte que no soy un idiota!


— ¿Ah sí?


— ¡Sí!


— Bien, entonces ven.


Cuando casi había llegado a su altura y estaba a punto de rozar su hombro, de forma casi inhumana, fue capaz de echar a correr y volver a dejarme atrás con facilidad. La sorpresa ante su gesto, el cual obviamente no me esperaba, me hizo pararme en seco y darle sin pretenderlo más ventaja de la que habría tenido si hubiese continuado corriendo ¡¿Cómo demonios había hecho eso?! ¡Casi estaba sobre él! ¡Podía sentir su hombro bajo mi mano! La habilidad de Riccardo me sorprendía cada día. Se suponía que tenía que ser al revés, yo tenía que impresionarle a él, dejarle de una vez por todas con la boca abierta y, aunque suene contradictorio, cerrársela de una maldita vez.


Echó la vista atrás para comprobar si le seguía o si por fin se había conseguido librar de mí. Me estaba retando y no iba a dejarle probar el dulce sabor de la victoria una vez más. Si quería saborearlo, tendría que hacerlo de mis labios.


— ¿Eso es todo lo que puedes correr, virtuoso?


— De momento no te veo acercándote.


— ¡Ahora verás, Riccardo!


— ¿Cuántas veces me dirás eso antes de mostrarme los famosos resultados?


Corrí tras él una vez más. Riccardo no tenía un rumbo fijo, simplemente se dedicó a correr por el lugar intentando evitar los callejones sin salida como lo eran algunas habitaciones o pasillos. De seguro yo habría terminado por meterme en uno de ellos rápidamente, pero no tenía que preocuparme por ello en esos momentos. Riccardo no tenía meta, pero yo sí. Mi meta era él, debía de alcanzarlo para ganarle, antes de que diese la hora del almuerzo y tuviésemos que finalizar la carrera.


Era como un partido, tenía un límite de tiempo antes de que acabase y un rival al que alcanzar para poder quitarle el balón, solo que esta vez no había balón. ¿Me estaba ayudando a entrenar de alguna manera? Si fuese defensa, centrocampista o delantero lo entendería, pero... ¿En qué podría beneficiarle aquello a un portero? Alcanzar al rival...


«No, tengo que detenerle, como lo haría con un balón. Solo que esta vez soy yo el que corre hacia él en vez de esperarlo en la portería. Tengo que pararle y... ¿Recibirlo entre mis brazos?»


Sentí cómo mis mejillas comenzaban a acalorarse, seguramente a causa del esfuerzo que conllevaba correr durante tanto tiempo sin pausas. Pero a Riccardo pareció gustarle ver mi rostro así. Intentando disimular la sonrisa que había esbozado, me dedicó una mirada que, lejos de ser amenazadora como antes, a todas luces parecía querer decir: «Por fin lo has entendido»


Riccardo cogió una mala curva y se introdujo de lleno en el pasillo donde estaba su habitación junto a las de otros muchos, pasillo el cual terminaba con una pared y la puerta a la habitación de Arion. El señorito perfecto había cometido un error, un error que me llevaría a la victoria irremediablemente. Noté cómo comenzaba a agobiarse al no ser capaz de encontrar ningún sitio por el que huir ¡Era mío! No tenía escapatoria.


Echó la vista atrás con desesperación, ya casi le había alcanzado. Miró entonces la puerta de su habitación y su rostro se iluminó como si un ángel se le hubiese aparecido de camino al infierno.


«No irá a...»


— ¡Tramposo! ¡Ni se te ocurra entrar y echar el pestillo!


— ¡Nunca dije que en esta carrera hubiese reglas! ¡Me parece que has vuelto a perder, Terry!


— ¡No! ¡No te dejaré! ¡NO... ME... INFRAVALOREEEEES!


Lo que pasó a continuación fue algo que no recuerdo del todo bien. Simplemente aceleré para alcanzarlo antes de que le diese tiempo a escabullirse como una vil rata. Cerré los ojos y me precipité hacia él y entonces... Un grito... Un golpe... Y...


— ¡¡¡I-I-I-IDIOTAAAA!!! ¡Suéltame!


Abrí los ojos casi con miedo a descubrir qué era lo que había causado aquel golpe que había escuchado hacía unos segundos, cuando colisioné contra el... Vientre de Riccardo.


— ¿Uh?


Mi mirada se encontró directamente con la parte baja de la camiseta de Riccardo, pero eso no fue lo que me impresionó. Lo que realmente me impresionó fue verlo a él, con la espalda completamente apoyada sobre la puerta de su habitación, las piernas alrededor de mis caderas, siendo sujetadas por mis manos y su rostro, al cual para poder ver tenía que levantar la mirada todo lo que mis ojos me permitiesen, se había convertido de pronto en el receptor de toda la sangre de su cuerpo, que lo había teñido de un pronunciado carmesí mientras que sus achocolatados orbes, temblando con nerviosismo ni siquiera sabían adonde mirar y preferían ocultarse bajo su cabello.


Había ganado... Un momento ¡¿Había ganado?! ¡¡¡HABÍA GANADO!!!


— ¡¿Quién es el idiota ahora, Riccardo?!


— ¡Vale, muy bien! ¡Tú ganas! ¡Ahora déjame en el suelo! ¡Terry! ¡Por Dios! ¡Estamos en el pasillo!


— ¡De eso nada, –»—Ž–±–¾–²—Œ! ¡Me toca avergonzarte! ¡I-DIO-TA!


— ¡Terry! ¡Te juro que como alguien nos vea me encargaré personalmente de que te echen del Earth eleven!


— Eso ya lo has intentado. No creas que no oí cómo le pedías al tal Samguk que me sustituyese.


— ¿Pero qué dices?


— ¡Discutimos ayer por eso!


— No, yo discutí porque entraste en mi habitación hecho un basilisco y desvariando.


— ¿Desvariando? ¡Te oí hablar con el portero del Raimon de una sustitución! Y dijiste claramente: «Si no te importa, claro. Siempre puede ocuparse JP, pero no sería lo mismo»


— ¿Me tomas el pelo? ¿Todo este drama por una conversación que ni siquiera escuchaste entera?


— ¡Querías cambiar de portero! ¡Reconócelo!


— ¡Sí! ¡Y lo sigo queriendo hacer! ¿Vale?


— Eres... Un cabrón.


— Y tú un energúmeno que no se enteró de que hablábamos del portero del Raimon ¡Imbécil!


— ¿Por qué demonios ibais a hablar del del Raimon?


— Porque Samguk se va a graduar y le pedí que te dejase sustituirle cuando volviésemos si no le importaba, pero que también podía hacerlo JP. ¡Pero que creía que tú tenías mucho más nivel! ¡Idiota! ¡Que eres un idiota!


El impacto de aquella declaración me hizo flojear y estar a punto de dejarle caer, algo que evité recuperándome rápidamente, pero el simple amago de dejarle fue suficiente para que su cuerpo reaccionase de forma automática abrazándose a mi cabeza para evitar la caída. Algo de lo que él también se recuperó con rapidez, desviando la mirada para evitar que se encontrase con la mía.


— Y... ¿Por qué crees que tengo más nivel?


— Hmmf...


— ¿No vas a contestar?


Como toda respuesta, cerró los ojos y alzó la cabeza de forma altiva, emitiendo un pequeño ruidito con su nariz. Un gesto que hacía casi de forma cómica y que de ninguna de las maneras me podía tomar como un ataque hacia mi valía. Era un gesto que todos acostumbrábamos a hacer cuando queríamos poner fin a una conversación, pero de una forma cómica que hacía que la otra persona entendiese que ese no era el momento para hablar de ello, pero que en otro momento lo harían.


Pero en aquellos momentos Riccardo no estaba en condiciones de negarme nada, sobre todo teniendo en cuenta su timidez para ciertas cosas.


— Así que no vas a contestar ¿Eh? Tranquilo, soy jugador estrella de baloncesto. Tengo la suficiente resistencia en los brazos como para quedarme en esta posición toda la tarde.


— ¡Bah! Ya te cansarás, sólo reza porque nadie nos vea, porque te juro que mueres.


— Oye... ¿Crees que una foto nuestra en esta posición sería un bonito suvenir que enseñarle a los demás cuando volvamos a la Tierra?


— Deja de decir tonterías.


— Pues dime por qué crees que tengo más nivel que JP.


— No.


— ¡¡¡ARIOOOOOOOON!!!


— ¡¿Q-Qué haces, tarado?!


— ¡ARION! ¡SÁCANOS UNA FOTO!


— ¡Deja de gritar! ¡Nos van a ver!


— Pues que nos vean, no tengo ningún problema con eso ¡ARI...!


Riccardo colocó sus manos sobre mi boca para evitar que siguiese intentando llamar la atención de los demás. Realmente podría morir si alguien nos veía así, toda su faceta de chico frío y difícil de impresionar se vendría abajo y su título de "virtuoso" sería sustituido por "La putita de Terry". ¡Oh sí! Después de aquello no le quedaría dignidad con la que menospreciarme.


— Lo diré, lo diré ¡Pero por Dios, calla!


— Afedamte. —alcancé a decir con sus manos todavía sobre mis labios.


— Puede... Puede que no juegues tan mal... Puede.


— ¿Fueje? ¿Gomo jé fueje? ¡Foy el ejor!


— ¿Qué?


Lamí las palmas de sus manos y sus dedos para que, tal y como conseguí que hiciese, las alejase rápidamente de mi boca asqueado. Lo que no me esperaba fue que se fuese a limpiar con mi pelo en vez de con su camiseta.


— ¡Oye! ¡Qué asco!


— ¡Eres un guarro! ¡Y es tu propia saliva!


— Límpiate con tus rizos que tienen más pinta de estropajo.


— Mis rizos son más sagrados que tu dignidad ¡Dios! Iugh, necesito desinfectante.


— Exagerado...


— ¿Qué decías antes de que hicieses esta cochinada?


— ¿Qué cómo que puede? ¡Que soy el mejor!


— Y el más modesto, por lo que veo.


— ¿Entonces reconoces que me menospreciaste, Riccardo?


— Nunca te menosprecié, solo te ayudé.


— ¿Y por qué me ayudaste?


— Porque sí.


— No eres la clase de chico que hace las cosas porque sí.


— ¿Qué sabrás tú de la clase de chico que soy?


— La clase de chico sensible que aparenta ser más duro de lo que es para proteger lo que ama y...


— ¿Y?


— La clase de chico orgulloso que prefiere meterle caña a las personas que le interesan en vez de mostrarse cariñoso o cercano a ellas, para poder sacar todo su potencial a relucir y...


— ¿Y? —repitió esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción, estaba dando en el clavo.


— Y... saber si quieres abrirles las puertas de tu corazón, porque eres tan selectivo y tan cuidadoso al abrirte a los demás que casi parece que eres un robot sin sentimientos.


— Gracias por el insulto gratuito.


— De nada.


— ¿Tan horrible parezco?


— ¿Tan inútil parezco?


— No.


— Tú tampoco.


Alcé mi rostro al tiempo que cerraba mis ojos, dejando que las manos de Riccardo recibiesen mis mejillas entre ellas, transmitiéndoles una calidez que parecía emanar del propio sol. Abrí mis labios cuidadosamente, permitiendo que los de Riccardo los acariciasen con timidez. Timidez que poco a poco se fue convirtiendo en confianza, confianza que me transmitió y me hizo capaz de tomar las riendas de aquel beso e introducir mi lengua en la boca de Riccardo, acariciando la suya con cuidado y dejando que poco a poco se acostumbrase a mí. Los besos del virtuoso no eran como me los había imaginado. Creí que él besaría de forma profesional y apasionada, sin dejarse llevar pues era él quien llevaba al otro. Quizás yo le había menospreciado a él también y este era su momento de demostrármelo. Me estaba dejando comprobar por mí mismo que él también era inseguro y que a veces prefería dejar en manos de los demás ciertas cosas, como un beso. El cual nunca habría llegado de no ser porque yo le hice entender que podía dármelo sin temor, de lo contrario nunca se habría lanzado por sí mismo.


Le había demostrado a Riccardo Di rigo que ambos teníamos los mismos fallos y las mismas virtudes, solo que en diferentes contextos. Y él me había respondido de la forma más dulce, cariñosa y tierna que conocía, con un beso que me daba la bienvenida a su vida, más allá del fútbol y me invitaba a explorar su parte más adorable y sensible. Había pasado su examen, el chico frío y mandón se había roto. Ahora me tocaba disfrutar de su verdadero yo.


Cuando nos separamos, Riccardo se inclinó de nuevo para besar mis labios de forma rápida y acto seguido sonrojarse todavía más al darse cuenta de yo ya había abierto los ojos y había visto esa carita que ponía cuando su lado más caprichoso le pedía más pese a saber que había terminado.


— ¿Quieres que te dé otro, –»—Ž–±–¾–²—Œ?


Como si el Riccardo Di rigo de hacía tan solo unos minutos se hubiese desvanecido y hubiese sido sustituido por un niño pequeño al que le avergonzaba estar tan cerca del rostro de alguien más mayor que él, juntó su barbilla al final de su cuello con timidez y asintió antes de volver a desviar la mirada y clavarla en algún punto del suelo.


— Pero aquí no... Entremos.


Asentí de forma comprensiva y por primera vez accedí a dejarle en el suelo. Se me hizo raro que mis brazos perdiesen de repente su peso, tanto como a él se le hizo dejar de sentir mis manos bajo sus muslos. Pero no importaba, pronto volveríamos a estar en aquella posición si él quería. Reconocía que la intimidad era mucho mejor para cosas así, en la intimidad nunca se sabe dónde puede ir a parar lo que empezó con un beso.


La habitación de Riccardo era exactamente igual que la mía, por alguna razón había creído que la suya sería mucho mejor y que entrar en ella sería algo así como entrar en el palacio de invierno en Rusia. Pero lo cierto es que por tener, hasta tenía las sábanas del mismo color que las mías. Y no, no lo sé porque tuviese la cama deshecha. 


Todo estaba perfectamente ordenado y recogido, algo que debo de reconocer que me sorprendió ya que, acostumbrado como estaba a ser servido por sus criados, pensé que al verse en una situación en la que tendría que ser él quien mantuviese su cuarto en buen estado sí o sí, este estaría hecho un desastre. 


— ¿Y esa cara? ¿Te esperas una suite?


— Tratándose de Riccardo Di rigo no me esperaba una suite, me esperaba la suite real.


— Siento decepcionarte. Resulta que Riccardo Di rigo puede y sabe vivir sin lujos.


— Me sorprende que sepas hacerte la cama.


— ¿Me estás menospreciando?


— Obviamente ¿No conoces ese dicho plebeyo de que la confianza da asco?


— Sobretodo viniendo de Terry Archibald.


— Bueno... ¿Y ahora qué hacemos? ¿Continuamos donde lo dejamos como si no hubiese existido una pausa?


— Es una opción.


— ¿Propones otra?


— Obvio.


— No me lo digas, la tuya es mucho mejor.


— Obvio.


— ¿Vas a seguir di...?


Antes de que acabase la frase, Riccardo colocó sus manos sobre mis pectorales y, aprovechando mis segundos de confusión, ejerció fuerza sobre ellos y me derribó sobre su cama. De una forma tan sencilla que casi me sentí avergonzado por haberme dejado manipular sin oponer ninguna clase de resistencia, como un completo debilucho.


— ¡Oye! Yo dirijo.


— Cállate, te voy a hacer pagar por cada segundo que me mantuviste en aquella bochornosa posición.


— No, cariño. Yo iré arriba, se acabó quedar por encima de mí.


— Para ir arriba primero tienes que ganártelo, pequeño Terry.


Se colocó sobre mí a cuatro patas, manteniendo sus manos a ambos lados de mi cabeza y sus piernas de mis caderas. ¿El leoncito quería mostrarse dominante en su territorio? De ninguna manera.


— Ven aquí, pequeño Riccardo.


Rodeé su cintura con mis brazos y ejercí presión. La parte de mi cuerpo en la que más fuerza tenía eran los brazos gracias a años de duro entrenamiento como jugador de baloncesto, así que Riccardo no tuvo nada que hacer y simplemente le obligué a tumbarse sobre mi cuerpo sin que pudiese oponer resistencia. Advertí cómo fruncía el ceño al haber perdido todo el control que hasta hacía cuestión de segundos creía tener. Ya lo había dicho, no iba a dejar que hoy mandase él. En absolutamente nada.


Le sonreí de forma pilla y su rostro se llenó de desconcierto cuando, en un rápido movimiento, quedé encima de él y él perfectamente colocado sobre el colchón. Besé su cuello con ternura, dejando de comportarme de forma dominante. No quería que aquello se convirtiese en una especie de juego de niños que luchaban por mantenerse arriba, quería que se relajase y que me dejase demostrarle lo mucho que había mejorado como jugador... Jugando con su cuerpo. Pero me dejaría por llevar por la situación pasase por lo que pasase. Sólo quería que disfrutase y que lo hiciese conmigo.


Acaricié su pecho por debajo de su camiseta, quitándosela poco a poco a medida que avanzaba. El cuerpo de Riccardo se relajó y dejó de luchar por volver a colocarse donde estaba, sobre mí. Dándome así permiso para llevar las riendas y demostrándome que confiaba en mí. Poco a poco, nuestras prendas fueron cayendo al suelo una a una hasta que nuestros cuerpos se vieron desprovistos de cualquier tela que los cubriese.


Puede que suene un poco lujurioso e incluso lascivo, pero no pude evitar mirarle. Nunca me había fijado tanto en la anatomía del cuerpo de Riccardo, siempre había estado convencido de que su cabello era lo mejor de él, pero eso no era cierto. Tanto su cuerpo como su rostro hacían que una hermosa armonía formase su ser, desde su morena tez, sus lisos y a la vez ondulados cabellos, sus brillantes orbes, sus finos labios, sus rosados pezones y el conjunto entero de lo que era Riccardo en sí, hacían que lo que tenía ante mí pareciese haber sido esculpido con manos divinas que le habían dotado de una belleza antinatural. 


— ¿Te gusto? —susurró al tiempo que colocaba su mano derecha sobre mi mejilla y la acariciaba con suavidad con su dedo pulgar.


— Está... Bien, supongo.


— Orgulloso hasta el final ¿Eh?


— Me gustas mucho, Riccardo. ¿Mejor? Tu cuerpo es tan hermoso como hacer un triple sin mirar a canasta.— Es lo más raro y bonito que me han dicho.— Me alegro, siempre te acordarás de ese comentario.


Rio.


— ¿Qué tal mi cuerpo, virtuoso?


— Es... —murmuró mientras deslizaba las yemas de sus dedos desde mi abdomen hasta lo alto de mi esternón, buscando las palabras perfectas para superar las mías —Es como un pentagrama.


— ¿Un pentagrama?


— Ajá, un pentagrama es el lugar donde se colocan las notas que formarán una melodía perfecta. Eso es tu cuerpo, el lugar donde todos tus miembros se unen, formando un conjunto armónico de incomparable belleza donde todo está donde tiene que estar y es como tiene que ser para ser perfecto. Ni más ni menos.


Alzó la mirada una vez terminada su explicación y besó mis labios para indicarme que podíamos continuar, de una forma tan dulce y delicada que casi parecía estar disculpándose por haber provocado aquella pausa para dejarnos claro lo que pensábamos del cuerpo del otro.


Dejé una estela de besos desde su cuello hasta su pecho y lamí, besé y succioné uno de sus pezones hasta que sentí cómo se endurecía bajo mis labios y cómo Riccardo emitía breves pero dulces y apasionados gemidos al sentir el cosquilleo y el placer, que le estaba provocando, extenderse por su cuerpo. Quería hacerle sentir bien utilizando todas y cada una de las partes de su cuerpo antes de concentrarme en su miembro viril.


Quería demostrarle que no me hacía falta siquiera tocarle allí para hacer que su cuerpo reaccionase a las provocaciones del mío. Por eso, decidí estimularle con caricias, besos y todo aquello que en su momento se me ocurriese, pero siempre sirviéndome de sus pezones, su cuello, sus orejas y demás partes de su cuerpo que no fuesen su miembro, para hacerle entonar aquella dulce melodía que sólo podía cantar cuando el placer era tal que no podía sino hacerlo. Podía tocar el piano todo lo bien que quisiese, pero jamás podría crear una melodía mejor y más cargada de sentimientos que aquella.


Poco a poco, me fui deslizando por su cuerpo hacia abajo, besando su vientre, su ombligo, su pelvis... Me excitó todavía más comprobar que una parte de su cuerpo muy concreta reclamaba mi atención, mis besos, mis caricias... La parte más caprichosa del hermoso "pentagrama" de Riccardo estaba deseosa de ser acariciada por mis manos, para después serlo por mi lengua. Pero no iba a obedecerle tan rápido, le haría sentir algo más de placer antes de demostrarle todo de lo que era capaz de hacer con su cuerpo.


Besé la punta de su miembro en un gesto de maldad por mi parte, ya que le encendería a propósito y le haría mantenerse ansioso hasta que sus labios me suplicasen, luchando contra toda su vergüenza y orgullo, que le hiciese sentir bien en aquel punto. Las piernas de Riccardo estaban flexionadas a ambos lados de mis caderas, siendo el punto donde estaba ejerciendo más fuerza para intentar evitar que el placer que sentía cuando yo jugaba con su cuerpo le hiciese gemir más de lo que su orgullo le permitía. Coloqué mis manos sobre sus rodillas y juntando mis labios para poder emitir un delicado: «Shhh», le indiqué de la forma más erótica que en esos momentos se me había ocurrido que dejase de ejercer presión sobre sus piernas, pues quería jugar con ellas.


Advertí cómo sus brazos se tensaban y cómo sus manos agarraban las sábanas de forma casi desesperada a medida que abría sus piernas con una lentitud más que planificada para mantenerle en aquel estado. Dios mío, tenía al mismísimo Riccardo debajo de mí, ansioso y a la vez aterrorizado porque fuese yo, Terry Archibald, quien le diese amor en la parte más delicada y reservada de su cuerpo.Podía sentir cómo su corazón se aceleraba sólo de imaginarse lo que iba a hacer, pero por desgracia se equivocaba, no haría nada hasta que fuese él, con su voz entrecortada, me lo pidiese.


Acaricié uno de sus muslos con mi mano derecha mientras que con mis labios, besaba el otro de forma lenta y seductora, lamiendo su piel a medida que avanzaba y sintiendo cómo luchaba por mantener aquella zona relajada, pero sin poder evitar tensarla de vez en cuando e incluso hacer amago de cerrar las piernas, lo que varias veces me vi obligado a evitar ejerciendo fuerza con mis brazos. 


Podía oír cómo su respiración se agitaba a medida que me acercaba a su zona íntima para después volver a alejarme. Me encantaba, era perfecto, los ruiditos que emitía y que se esforzaba por contener era justo los que quería oír. Así que me vi en el derecho de recompensarle cada vez que los dejaba salir y me elogiaba con aquellos dulces soniditos, volviendo a acercarme a su zona íntima y lamiendo las zonas más sensibles de su muslo, para después cambiar y repetir aquel movimiento en el otro. Riccardo poco a poco fue entendiendo las reglas del juego y dejó de contenerse... 


— Buen chico. —murmuré volviendo a besar la punta de su miembro como recompensa. —¿Sabes? Tenías razón... No me entero de nada. —dije en voz alta volviendo a lamer sus muslos.


— ¿Q-Qué? Ah...


— Que... Mmm...No me entero de nada.


— ¿A-A qué vie...? ¡Ah!


— ¿Qué dices? —reí.


— ¿A-A qué viene eso ahora?


— Es que... Creo que quieres algo... —declaré pasando mi lengua por la punta de su hombría de forma erótica —pero... No creo ir a darme cuenta de lo que es si no me lo dices. Hasta entonces... Creo que le he cogido cariño a tus muslos. Tu cuerpo tiene un sabor tan delicioso como el de tus labios.


— T-Terry... Por favor.


— ¿Sí?— E-Entra, n-no puedo... Más ¡Ah!


— Como quieras, Riccardo. 


Acerqué mis dedos a sus labios y dejé que los lamiese mientras yo me entretenía una vez más con sus pezones, haciendo que tuviese que esforzarse por continuar lamiéndome y no dejarse llevar por la necesidad de gemir. Dios mío, me estaba gustando demasiado verle así, empapado en sudor, esforzándose, gimiendo, erecto, suplicándome y todo por mi culpa, porque yo era el único que podía mantenerle en ese estado hasta que me apeteciese terminar con él. Tal y como había hecho él conmigo en el campo, sin moverse de delante de la portería hasta que le apeteció, una vez cumplido su objetivo. Solo que se lo estaba devolviendo por mil. 


— Y-Ya... Ya e-está... ¡Terry!


¡Cómo me excitaba que se le escapase mi nombre en forma de gemido! Era simplemente perfecto.


Asentí sin darle demasiada importancia y comencé a acariciar su entrada sin dejar de jugar con sus pezones, hasta que pude introducir el primer dedo. Su cuerpo se tensó y advertí cómo echaba su cabeza hacia atrás y de vez en cuando expulsaba el aire por la boca. Estaba tan sumamente nervioso que necesitaba poner en práctica tales técnicas con tal de conseguir calmarse aunque sólo fuese un poco. Era demasiado hermoso.


— Voy a meter el segundo.


— V-Vale. De acuerdo...


Era hora de dejar de ser un capullo, aquella parte era importante tanto para él como para mí. No quería hacerle daño por seguir jugando a Cincuenta sombras de Archibald. 


— Tranquilo, avísame si quieres parar ¿Vale? Seré muy cuidadoso, te lo juro.


— Gracias.


Introduje el segundo dedo, tal y como le había advertido, este pareció recibirlo de forma más calmada ya que le había preparado mentalmente también para hacerlo. Coloqué la mano que me quedaba libre sobre una de las suyas, quizás si la agarraba estuviese más tranquilo.


Era su primera vez, tenía que cuidarlo y hacerle sentir cómodo y tranquilo, tenía que demostrarle que podía ser romántico y erótico y que sabía cuando quería y necesitaba que fuese casa cosa. Efectivamente, cogió mi mano tan rápido como se la puse cerca. 


Elevé nuestras manos con delicadeza y besé sus dedos para tranquilizarle. 


— Ya casi estás listo, voy a meter el último ¿Estás preparado?


— Sí.


El último lo recibió sin esfuerzo, ni siquiera apretó mi mano, simplemente esbozó una sonrisa al darse cuenta de que ya había terminado y me dedicó una mirada cargada de sentimientos. Sus ojos brillaban emocionados y su sonrisa parecía haber iluminado la estancia, contagiándome su felicidad. Me alegraba saber que lo había hecho bien y que no tenía miedo, no era mi primera vez pero aun así, siempre me daba miedo hacerlo por primera vez con mi pareja. Cada chico era un mundo y lo que para algunos no era nada, para otros era un dolor insoportable. Me había quitado un gran peso de encima comprobar que pese a su nerviosismo inicial, todo había quedado en eso, en nervios. 


— ¿Estás bien?


— Ajá.


— ¿Confías en mí? ¿Quieres que elija yo la posición?


— Confío en ti, Terry. Desde el momento en el que paraste el primer gol.


— No te haré daño.


— Lo sé. 


Besé su frente y me puse a su lado, colocando mi espalda sobre la almohada y flexionando mis piernas para ponerme en la posición adecuada. 


— Siéntate sobre mí.


— ¿Lo haremos así?


— Sí.


— Bien...


Se colocó sobre mí y le ofrecí mis brazos para que se agarrase a ellos, mientras le ayudaba a colocarse en la medida de lo posible. No quería que lo hiciese él solo, si yo mismo tenía miedo de que le doliese cuando entrase él, no quería ni imaginar el terror que él debía de sentir en aquellos momentos, aunque por supuesto nunca me lo dejaría ver, al menos no sin resistirse a ello. Coloqué sus caderas en la posición correcta y bajé mis manos hasta sus nalgas. Estaba muy tenso, demasiado, así nunca podría evitar que le doliese. 


— Riccardo, escúchame. No pienses, mírame fijamente a los ojos y vete bajando poco a poco, yo me encargo de lo demás. No te va a doler.


— Lo sé.


Creo que finalmente se nos pasó la hora del entrenamiento. No lo sé, la verdad es que tampoco me importaba. Lo único que importó fue la sonrisa que Riccardo me regaló cuando finalmente estuve dentro de él y él estaba bien, estaba y se sentía tan bien que todo su miedo simplemente desapareció, inclinó su cabeza hacia atrás y comenzó a moverse él mismo para por primera vez en la tarde poder darme placer él a mí. Lo que no sabía era que me lo había estado dando durante todo aquel tiempo, porque me daba igual si llegaba o no al clímax, me importaba realmente poco.


Para mí placer era ver su sonrisa, era verlo tranquilo y feliz de estar conmigo. No de estar haciéndolo conmigo, para mí verlo feliz por estar junto a mí era igual de importante independientemente del lugar en el que estuviésemos. Si me pedían que destacase algo de aquella tarde sería sin lugar a dudas el momento en el que consiguió reír, el momento en el que estaba tan a gusto y contento que sus respiraciones agitadas se convirtieron en una pequeña risa que se le escapó mientras me movía dentro de él. 


Era la primera vez que le veía reír y yo era el motivo, todos mis miedos y nervios desaparecieron al comprobar que estaba tan bien que estaba disfrutando de lo que estábamos haciendo en todo su esplendor, estaba disfrutando de verdad de su primera vez. 


— ¿Por qué lloras, Terry?


No me había dado cuenta de que una pequeña lágrima había asomado por uno de mis ojos y se había deslizado por mi mejilla hasta que Riccardo la había recibido sobre su dedo índice y la había hecho desaparecer. 


— ¿Lo he hecho bien?


— Terry... Lo has hecho muy bien. Pensé que no iba a ser capaz de disfrutarlo con el miedo que me provocaba hacerlo por primera vez. Pero estoy perfectamente y... Me gusta, me gusta mucho. —murmuró desviando la mirada avergonzado.


— La próxima vez que creas que soy un inútil acuérdate de este día.


— No habrá próxima vez, Terry. No eres un inútil.


— Y tú no eres un idiota.


— La próxima vez yo iré arriba.


— ¿Otra vez queriendo estar por encima de mí, Riccardo?


— Idiota, ahora mismo lo estoy, literalmente.


Me moví dentro de él con rapidez, provocando que volviese a echar la cabeza atrás y emitiese uno de sus dulces gemidos como castigo por haberme vuelto a dejar mal. Maldito Riccardo... 


— ¡E-Eso es que reconoces que tengo razón!


— Ya verás cómo te hago callar...


Agarré sus caderas y comencé a darle placer, ahora que estaba acostumbrado a mí podía moverme con más libertad y hacer que su cuerpo se volviese completamente loco por mi culpa. Pero me faltaba algo... Agarré su miembro con una de mis manos y comencé a acariciarlo con mis dedos mientras seguía moviéndome en su interior.


Su dulce cantar comenzaba a parecerme armonioso ya que sabía exactamente cómo y cuándo moverme para que emitiese aquellos soniditos de forma que casi pareciesen una melodía preparada. A él no le gustaba que hubiese aprendido cómo funcionaba su cuerpo tan sumamente rápido, pero yo me sentía muy orgulloso de poder demostrarle que aquel era mi campo. Era como un cambio de papeles, él era yo la primera vez que jugué al fútbol y yo era él la primera vez que me vio jugar... O intentarlo


 Lo había conseguido, le había demostrado que éramos iguales de la mejor de las formas posibles y me había asegurado de que jamás lo olvidase.


Finalmente su cuerpo se rindió ante mí y dejó que todo aquel placer por fin saliese en forma de líquido blanco, cuya salida fue acompañada del más precioso, maravilloso, placentero y verdadero de los gemidos que Riccardo podía emitir. La nota final había hecho que todo el concierto previo hubiese valido totalmente la pena y ambos éramos conscientes.


Riccardo se recostó sobre mis piernas flexionadas completamente derrotado y extendió sus manos para que las recibiese entre las mías y besase sus dedos para culminar el acto. 


— ¿Algo más que decir, Riccardo?


— I... Idiota. —jadeó.


 

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).