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Give me the moon (One-shot) por Love_Triangle

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Buenos días, Riccardo:


Sé que es un poco raro que en lugar de mandarte un mensaje te escriba una carta, creo que ya estoy completamente empapado del espíritu medieval.


Imagino que durante todo el mes habrás estado viendo los carteles que hay colgados por la ciudad, esos en los que se avisa de que la feria medieval o "Feria de las maravillas", que es su nombre real, empieza mañana.


Sé que no te gustan demasiado este tipo de cosas, pero... ¿Sabes? Esta feria es muy especial para mí, voy todos los años y no me canso, me encanta el ambiente que desprende, allí soy incluso capaz de afirmar que las hadas, brujas y duendes existen, es todo tan... Especial. Sé que me repito, pero es que no creo poder explicártelo sin que primero lo hayas visto.


En fin, a lo que iba. Sabes que llevo casi medio año haciendo junto a mi familia cositas artesanales, no es que yo haya hecho mucho, pero en algo he colaborado. El caso es que vamos a tener dos puestos en la feria, uno de artesanía que mi madre dirigirá y mi padre y yo llevaremos uno de comida. Será una especie de bar que imitará lo que se tomaba y el ambiente de las antiguas tabernas medievales.


Este año está siendo muy especial para mí. Empezamos a salir hace ya cinco meses, voy a estar en la feria al otro lado de los puestos que tanto me fascinan...


Por cierto, la exposición cultural de este año será de antiguos instrumentos musicales medievales. Me he informado y me han confirmado que habrá dos representaciones de los primeros pianos que aparecieron en el Medievo.


Así que sí, todo esto tiene como fin invitarte a venir a la feria. Bien es cierto que no voy a poder estar contigo mucho tiempo, sólo durante los descansos. Pero me encantaría saber que estás allí, disfrutando de lo que tanto disfruto yo, empapándote del espíritu y viendo los distintos espectáculos y sorpresas que habrá. Pero no te diré qué son ni cuándo son, sólo nosotros tenemos esa información y quiero que te sorprendas. Quiero que vengas corriendo hasta mí, con los ojitos brillantes y una sonrisa en los labios, contándome de forma emocionada lo que sea que hayas visto y no te esperabas. Eso es de las mejores cosas que hay. Y hablo de tus ojos, no de los espectáculos y las sorpresas, que también son geniales, pero no tanto.


Si decides venir, te confirmaré las horas de mis descansos, también podemos vernos a las dos de la tarde e ir a comer juntos a la zona de comida. Además, a ti te encanta el churrasco y allí lo hay a rabiar.


¡Oh! Y lo más importante y lo que realmente más espero, quiero que vayamos juntos a disfrutar de la feria durante la noche. Cuando la luna brille y los farolillos se enciendan. Habrá varios espectáculos de luces y música entre otros, además... Si vienes, cumpliré tu deseo.


Te espera.


Gabi <3


*****


No solía asistir a aquella clase de eventos, en parte porque no solían interesarme y en parte porque normalmente allí vendían productos de baja calidad y por un precio excesivamente alto para serlo. Sé que muchos me llamarían avaro por pensar así, pero el hecho de pertenecer a una familia acomodada no me hacía darle la espalda a la realidad. Muchos de aquellos acontecimientos no tenían otro objetivo que no fuese el de vender cosas inútiles o que muchas veces se estropeaban y rompían exageradamente rápido, todo eso por un precio demasiado alto, el cual excusaban diciendo mentiras que algunos ingenuos creían. Mentiras como que no iba a encontrar otro producto igual en ningún otro sitio, etc...


Sin embargo, me había llamado la atención el interés que Gabi tenía puesto en aquella "Feria de las maravillas". Me había fijado en que cuando salíamos a pasear juntos solía detenerse frente a los carteles que la anunciaban, con una tímida sonrisa en sus labios y un brillo especial en sus ojos, como si aquella feria significase para él algo más de lo que a simple vista yo podía deducir. Como si... Fuese un evento que le transmitía algo más que lo que suelen transmitir aquel tipo de acontecimientos, es decir, la necesidad de consumir.


Lo cierto era que siempre supe que le gustaba, pero nunca le había prestado atención pese a ser la única feria por la que él sentía interés, siempre creí que era una especie de tradición familiar el ir todos los años y por ello le había terminado por coger tanto cariño. De hecho, no hay año que yo recuerde en el que no viniese a la mansión y me hablase emocionado de lo que había visto en su estancia allí. Al parecer aquella especie de festividad duraba seis días, seis días en los que pasaban cosas distintas, por ello acostumbraba a ir tres o cuatro veces, todas las que podía, básicamente.


— Señorito ¿Quiere que venga a recogerle a alguna hora concreta? —preguntó el chófer una vez aparcado el coche en una de las entradas a la feria.


Había decidido asistir en un coche que no fuese la limusina de la familia Di rigo. Principalmente por no llamar la atención, me avergonzaba bajarme de la limusina y descubrir que todo el mundo me miraba expectante, deseoso de saber quién era el que viajaba en su interior y a la espera de que fuera alguna celebridad. Y lo cierto es que lo era, no había habido día en el que tras bajarme de la limusina no haya tenido que sacarme fotos con fans o dejar que los periodistas me fotografiasen. Por ello prefería utilizarla sólo cuando fuese estrictamente necesario y preferiblemente si iba acompañado.


Aunque debo de reconocer que en aquella ocasión en concreto, el motivo más importante para no utilizarla era ocultar, en la medida de lo posible, que pertenecía a una familia muy adinerada. Ya que cada vez que se celebraba una feria o mercadillo de este tipo, las noticias acababan hablando tarde o temprano de los robos que se llevaban a cabo por carteristas y demás. Por no hablar de problemas mayores que también solían ser frecuentes. En cualquier caso, estropear aquel día no estaba entre mis planes.


Le había dicho a Gabi que no iría, había sido por teléfono, pues no me sentía capaz de decírselo en persona y ver su rostro de decepción y seguramente dolor. Incluso su respuesta y el tono de voz que usó cuando me dijo que no pasaba nada, habían sido más que suficientes para hacerme una nítida imagen mental de cómo debía de estar al otro lado de la línea. Pero no importaba, lo había hecho para poder sorprenderle todavía más y que aquel día fuese del todo perfecto.


— Llamaré cuando quiera que vengas a buscarme, muchas gracias por traerme.


— Es mi trabajo, señorito.


— Ya, bueno... Pero no cuesta nada ser agradecido ¿No? —sonreí notando cómo mi chófer también lo hacía de forma disimulada al oír mis palabras.


— Tiene razón. Que disfrute de su día. Y tenga mucho cuidado, por favor.


— Lo tendré, no te preocupes.


La feria se había situado en la zona más antigua de la ciudad, tenía sentido a decir verdad. Aquel lugar era un conjunto de estrechas calles de piedra que se cruzaban unas con otras hasta llegar a una pequeña plaza central, como si de una especie de laberinto se tratase. Gabi me había mencionado que había tres entradas diferentes a la feria, entradas que a su vez eran la salida. Lo bueno de aquello es que no había entrada alguna que pagar para visitarla, bastaba con simplemente querer ir y hacerlo.


Cogí aire, quería descubrir si era cierto aquello de que con simplemente respirar el aroma del lugar te entraba el espíritu que Gabi tanto alababa. Lo cierto era que desde la propia entrada podía percibir el olor a incienso y jabón, debía de estar en una parte de la feria donde reinaban los puestos de ambientadores y todo lo que tuviese que ver con los aromas.


Comencé a caminar, empapándome de aquel ambiente de mercado en el que los compradores vestían de calle y los comerciantes como damas y tenderos medievales, por lo que era fácil distinguir a las personas que trabajaban allí de las demás. Me fijé en que uno de los hombres llevaba el rostro pintado, de tal forma que el maquillaje negro sobre su piel morena y alrededor de sus ojos y por encima de su tabique nasal, le daban un aspecto mucho más amenazante y fiero, además de sucio. Iba de guerrero, se había quitado el escudo que debería de cargar su brazo derecho y lo había dejado apoyado sobre la pared para moverse con mayor facilidad y ahora se recolocaba la armadura que llevaba en el pecho.


— ¿Te gusta algo, caballero?


El guerrero me invitó a acercarme al puesto y me abrí paso entre la gente que había a su alrededor para poder echarle un vistazo a lo que había en el puesto. Sólo para darme cuenta de que aquel no tenía que ver con los aromas, sino que vendía objetos hechos con cuero. Tenía mucho más sentido que un guerrero vendiese cuero que jabones o incienso, la verdad. Pero no había sido capaz de reparar en que los puestos estaban mezclados debido a la gran cantidad de gente que se arremolinaba alrededor de ellos.


— ¿Cuánto cuesta la pulsera?


— Siete euros, diez con tu nombre escrito con letras bañadas en plata.


Miré una vez más la pulsera, sólo para evaluar si era digna de aquel precio. Pero no me detuve mucho tiempo a pensarlo, no era tan descabellado como en otros sitios y me parecía justo que llevase un nombre escrito, además no era como si no me lo pudiese permitir.


— Bien, me llevo una con nombre.


— ¿Cuero negro o marrón?


— Marrón.


— ¿Nombre?


— Gabi.


El guerrero cogió una de las pulseras y se dirigió hasta una caja que tenía guardada al otro lado del puesto. Observé cómo iba sacando los abalorios con las letras grabadas y los iba colocando en el cuero con rapidez y precisión, para finalmente meter la pulsera en una pequeña bolsita, junto con la tarjeta de la tienda, y hacer el intercambio con el billete que yo le tendía.


— Muchas gracias, caballero. Que pase un buen día.


— Igualmente.


A medida que me alejaba, extraje la pulsera de la bolsa para poder verla bien y evaluar del uno al diez cuanto le gustaría. Esbocé una pequeña sonrisa al corroborar que según mi análisis y lo mucho que le conocía, efectivamente le iba a encantar. Creo que la emoción por tener un regalo bonito para él fue suficiente para avivar el famoso "espíritu medieval" en mi interior.


Guardé la pulsera en su bolsita de nuevo para evitar que se estropease o se manchase y la guardé en el interior de la mochila bandolera que había decidido llevar a sabiendas de que, tarde o temprano, le compraría algo.


Me acerqué a todos los puestos, intentando encontrar más cosas con las que completar el regalo. Íbamos a cumplir medio año juntos y por primera vez estaríamos los dos en aquel sitio tan importante y especial para él. Un lugar que empezaba a gustarme a mí también, comenzaba a sentir esa magia mística de la que tanto me hablaba Gabi. Los olores, las cosas, los vendedores disfrazados, la decoración de los puestos y de la calle, las paredes y suelos de piedra, el barullo de la gente, las casas más antiguas de la ciudad, la completa falta de... Actualidad.


Mi novio tenía razón, era un lugar perfecto para inspirarse y dejar que tu mente volase, me sentía como el protagonista de algún antiguo cantar, como un juglar que se adentraba en un pueblo desconocido, dispuesto a llevarles historias de tierras lejanas con su música. Porque... Si me tuviese que identificar con algún personaje medieval, sería un juglar o un trovador. No lo sé con certeza, pero tendría que estar relacionado con la música. La nobleza e incluso la realeza de la época medieval, no coincidían en nada conmigo más que en una casa grande y bienes de alta calidad y valor, por lo demás... Sí, definitivamente sería un juglar.


Música, no pude evitar querer irme a casa y sentarme al piano para componer una melodía basándome en las primeras que sonaron en Japón durante el Medievo. Quizás pudiese acompañarla de una letra... ¡Un poema más bien! Que intentase imitar el japonés antiguo. Sin duda sería de amor, de amor cortés como nos habían enseñado en el instituto que eran en la época. Un hombre que suspira por una dama de alta cuna que nunca podrá alcanzar, dama a la que le canta un poema que nunca nadie más que él podrá escuchar, pero diciéndole a quien quisiese oírle que la amaba, que la amaba y que moriría de amor por ella. Sólo que yo no le canto a ninguna dama, le canto a mi bello caballero que, pese a no ser de alta cuna, es mi príncipe.


— ¡Por favor, señor! Déjeme esconderme detrás de vos.


La voz de una mujer de acento desconocido para mí, me sacó de mi ensimismamiento. Sólo para darme cuenta de que una joven que debía de rondar los veinte y pocos años, descalza y vestida con una sábana sucia y rota que se ataba a su cuerpo por una cuerda, se arrodillaba a mis pies y me suplicaba que le ayudase. Miré a mi alrededor estúpidamente alarmado y sólo advertí que no había motivos reales para preocuparse cuando vislumbré cómo toda la gente que pasaba por allí y que no trabajaba en la feria, se había detenido a contemplar la escena, algunos con los móviles en alto incluso.


— Por favor. No deje que me encuentren, ayúdeme, señorito.


— ¿Cómo? —murmuré.


— Déjeme esconderme tras vos.


— Como quieras.


La mujer se puso en pie, dejándome observar que iba maquillada para que, como el guerrero al que le compré la pulsera para Gabi, pareciese tener el rostro sucio. Solo que ella además también se había maquillado para tener un ojo morado y que pareciese haber sido agredida.


— ¡Que Dios vos lleve en su seno!


La joven se escondió detrás de mí, si es que se le puede llamar esconderse, ya que obviamente mi altura y volumen corporal de adolescente de catorce años dejaban bastante que desear como escondite para una chica de su altura.


— ¡Ahí vienen! Por favor, no dejéis que me lleven, se lo suplico, joven.


— ¡BRUJA! ¡COGEDLE! ¡MALDITA! ¡DETENEDLA EN NOMBRE DE DIOS!


Cuatro hombres encapuchados corrían calle abajo buscando a la chica, todos en la calle se hicieron a un lado para poder abrirles paso y que además todos pudiésemos verles con claridad y así tener mayor facilidad para continuar con el rol que yo no había pedido jugar.


Advertí que los cuatro hombres encapuchados vestían algo parecido a un hábito y dejaban colgar de sus cuellos varios crucifijos. No eran monjes corrientes, había visto ese hábito o... Más bien ese uniforme, en los libros de historia que padre coleccionaba. Gabi me había mencionado algo de eso, la feria medieval o "Feria de las maravillas" era originaria de España y más concretamente de Galicia. Así que todos los roles que aquí viese, estarían íntimamente relacionados con la historia de España, solo que algo condicionados por la nuestra, ya que estábamos en Japón.


— ¿Quiénes son? —pregunté.


— La santa inquisición. Condenan a los herejes a muertes inhumanas en el nombre de Dios... Y de los reyes católicos.


Los monjes llegaron hasta nosotros y se detuvieron a inspeccionarnos, como si no estuviesen viendo como, de forma descarada, una mujer que me sacaba dos cabezas se escondía detrás de mí. Aquella debía de ser una de las sorpresas a las que Gabi se refería, en la feria todos los trabajadores seguían un rol y algunos creaban escenas como aquella en las calles para hacer partícipes a los visitantes. Me alegraba de que no me lo hubiese dicho, tal y como había previsto mi novio, tan pronto como le viese le contaría todo lo que me había pasado en apenas tres cuartos de hora que llevaba allí.


— ¡Vos! ¡Responded! ¡Responded o seréis castigado!


— Dime... Decidme. —me corregí.


— ¿Sabéis donde se esconde la bruja?


— ¿Qué bruja?


— ¡La que fue descubierta hablando lenguas prohibidas!


— Esa... Sí, se fue volando en escoba.


— ¡¿Por dónde?!


— Por allí. —afirmé señalando la dirección por la que yo había venido.


— ¡Cogedla! Vuestra ayuda no dejará indiferente a Dios ¡Gracias en nombre del rey y la reina de Castilla!


Los monjes retomaron la marcha en la dirección que les indiqué, sin pararse ni por un segundo a dudar si lo que les había dicho era falso o no. Supuse que debía de dar la escena por concluida, ya que no tendría sentido que la alargasen demasiado con una sola persona, pues el objetivo de aquello era interactuar con todos los visitantes posibles.


— Thank you so much. This is for you, my savior. —murmuró la "bruja" al tiempo que dejaba sobre la palma de mi mano unos caramelos y cerraba mis dedos con velocidad para que nadie más lo viese, como si fuese algo prohibido que una verdadera bruja de la edad media querría poner a salvo, temerosa de que le descubriesen.


— Thanks. —respondí divertido.


— Brujo... —murmuró con una sonrisa en sus labios antes de desaparecer por la calle opuesta a la que habían ido los monjes, seguramente para repetir la escena en el punto en el que ambas calles se conectaban de nuevo.


*****


Tras haber recogido cientos de muestras que los vendedores amablemente me ofrecían, tanto de jabones perfumados, como de comida y haberme encontrado con otra de las sorpresas, la cual consistía en un grupo de lo que parecían ser trovadores tocando instrumentos tradicionales, lo cierto es que conseguí hallar la zona de comida. Estaba situada en un punto estratégico donde, al igual que la plaza, era una zona por la que había que pasar sí o sí para llegar a la otra mitad de la feria que no parecía tener fin.


El olor a churrasco y a brasas inundó mis fosas nasales, Gabi tenía razón, en la zona reservada para comer y no para tomar algo, toda la comida estaba cocinándose al aire libre para llenar así el ambiente de deliciosos olores, llamar la atención de los curiosos y abrir el apetito a cuantos lo vieran.


Me acerqué a la barbacoa gigante para contemplar como los cocineros empalaban un cochinillo y lo colocaban junto a los demás para que se fuese haciendo a la vista de todo el mundo. Obviamente el aire estaba cargado del calor que el fuego desprendía, tanto que incluso comenzaba a agobiarme y me vi obligado a dar unos pasos atrás, gesto que no pasó desapercibido por uno de los cocineros, así como tampoco lo hizo mis rostro de niño que ve una piruleta.


— ¿Quieres probar un poco de chorizo? Cuidado no te quemes, acaba de salir.


El cocinero me tendió un palillo en el que había clavado una rodaja de chorizo, esbocé una sonrisa en señal de agradecimiento, pero creo que lo que a él más le importó fue mi expresión, ya que si hubiese sido humanamente posible, me lo habría comido con solo mirarlo.


Cogí el palillo y le agradecí al buen hombre antes de que este volviese al trabajo. Junté mis labios y le envié aire fresco a la rodaja, maldiciendo el funcionamiento de la comida y su incapacidad para ponerse a una temperatura razonable nada más recibir aire sobre ella. Introduje el trozo de chorizo directamente en mi boca, sin paciencia ni ganas de comérmelo a trozos, además mis padres no estaban para corregir mi comportamiento impropio de un señorito.


Nada más entrar en contacto con mi lengua, una ola de sabores sacudió mi boca y, sin perder un solo segundo más, mordí aquella tentación divina como si fuese a ser la última vez en mi vida que lo hiciera, dejando que todo su sabor y aquel jugo rojizo que lo caracterizaba se deslizasen por mi lengua. De forma tan deliciosa y sabrosa que mi cuerpo al completo dio una pequeña sacudida de placer. Incluso mi mente era capaz de imaginarse aquel jugo rojizo deslizándose de forma caprichosa por mi boca y haciendo que esta se volviese loca a su paso. Una explosión de sabor que sin duda, me dio ganas de repetir.


De haberme visto, Gabi me habría dicho algo como: «Vaya, vaya, pues sí que te gusta el chorizo» o «Deja el orgasmo en mis manos, gracias» Porque ese chico podía parecer un pequeño angelito, un alma pura e inocente, un niñito adorable e ingenuo que todavía no piensa en esas cochinadas... Pero lo cierto es que no, Gabi también tenía su mente calenturienta, aunque no la usase tanto como otros.


Por el bien de mi estómago, luché contra mi propia gula y me dirigí a la zona de tabernas, ya iba siendo hora de recibir a mi novio entre mis brazos y sorprenderle. Además, ya casi eran las dos, era hora de que comiésemos juntos.


Lo vislumbré limpiando una de las mesas que unos clientes habían abandonado hacía poco. Era increíble lo guapo que estaba con su disfraz de tabernero y sus coletas deslizándose por delante de sus hombros a cada mínimo movimiento que el chico hacía. Me fijé sobretodo en su camisa blanca y con una especie de chaleco negro encima, cuyo cuello estaba decorado en la parte delantera con un cordón que unía ambos extremos haciendo un zigzag hasta el inicio de su pecho. Realzaba su torso de una forma fascinante, lo que en contraste con sus pantalones negros ligeramente abombados y su botas de cuero negro, le hacían mucho más achuchable de lo que ya era.


Pero... No podía evitar sufrir con él cada vez que le veía llevarse una de las mangas de la camisa a la frente para secar el sudor que se deslizaba por esta sin darle tregua. Tenía que estar pasándolo realmente mal, pero ahora que nos iríamos a comer juntos le haría quitarse eso y ponerse más cómodo.


— ¿Mesa para dos?


El chico dejó el trapo sobre la mesa y se incorporó, sólo para darse media vuelta y darse cuenta de que era yo. Abrí mis brazos para recibirle y, olvidándose que hasta hacía tan solo unos segundos estaba a punto de morir asfixiado por el calor, el chico de dulces y serenos ojos azules se lanzó a mis brazos sin dudarlo y me estrechó con fuerza, dejando oír su dulce risa y dejándole ver al mundo su felicidad.


— ¡Has venido!


— Claro. ¿A qué hora termina vuestro turno, tabernero?


— En dos minutos ¿Mesa para dos decía? ¿Quién es vuestro acompañante?


— Vos. —murmuré besando sus labios con dulzura y provocando una vez más que su risueña risa, la que tanto me gustaba escuchar, impregnase el ambiente.


— Te pongo algo y voy a cambiarme, así no tienes que esperar. ¿Tienes hambre?


— Sí.


— Perfecto, entonces te invito a comer.


— No te voy a dejar pagar.


— No voy a pagar nada, puedo comer lo quiera y gratis por trabajar aquí.


— Entonces no me estás invitando a nada.


Gabi me guiñó un ojo y sacó su lengua afuera divertido, me alegraba de verle así, tan guapo, tan contento y tan mimetizado con el lugar que tanto le gustaba. No había ni un rastro de preocupación, temor o vergüenza en sus ojos, su felicidad era tan plena que ningún otro sentimiento, además del cariño y la ilusión, cabían ya en su gran corazón.


— Bien ¿Me pones un café?


— Estás en una taberna medieval, osito virtuosito.


— ¡Gabi!


— Perdón. No llamarte así en público, tomo nota.


— ¿Un zumo tienes?


— Tengo, tengo. Ahora mismito vuelvo.


— Gabi...


— ¿Qué?


— Nada, que te quiero, apúntalo también.


— Tranquilo, llevo casi seis meses en esto, creo que puedo recordarlo.


Se alejó, esta vez trotando felizmente y le cantó las comandas a su padre. Me di cuenta de que había olvidado especificar de qué quería el zumo, pero no importaba, Gabi conocía mis gustos mejor que nadie.


Me descubrí a mí mismo quedándome embobado mientras observaba cómo se llevaba las manos a la espalda y con un más que evidente sonrojo, aunque no supe identificar si era por el calor o por otra cosa, desabrochó la cremallera del chaleco y se lo quitó con facilidad. No se me pasó por alto el hecho de que su camisa no tenía botones y que por lo tanto tenía el tic de cerrársela, debió de haberlo estado haciendo muchas veces durante la mañana o durante la prueba del traje.


Mentiría si negara que me gustaba ver ese baile que la tela hacía deslizándose lentamente hasta que, sin que Gabi llegase a darse cuenta, se abriese una pequeña ranura por la que mi vista se podía colar para ver uno de sus pectorales, tan suave y delicado como siempre lo había sido, al igual que todas las partes de su cuerpo. Todas.


Volvió a la mesa en la que yo estaba sentado y me sirvió el zumo, vertiéndolo automáticamente en el vaso e ignorando el hecho de que tratándose de mí podía ahorrarse aquel trabajo que, aunque no le costara, no me gustaba que hiciese conmigo. No quería sentirme servido por él también, me gustaría que mi capacidad económica no condicionase mi forma de ver algunas cosas, pero lo cierto era que, acostumbrado como estaba a ser servido, no soportaba que Gabi se rebajase a mí.


— Déjalo, por favor. Puedo hacerlo yo.


— Ya lo sé. Pero es mi taberna y aquí puedo hacer lo que yo quiera.


— ¿No era que el cliente siempre tiene la razón?


— En tu caso, la tendrás cuando a mí me dé la gana —murmuró inclinándose sobre mí y besando mis labios con rapidez— ¿Entendido?


Al inclinarse, la tela de su camisa terminó por resbalarse en ambos extremos y abrirse por completo, haciendo que su pecho quedase completamente al descubierto frente a mí. Llevaba un rato observando cómo aquel tejido quería desprenderse, pero no me había imaginado que fuese abrirse de esa forma, ya que se suponía que una parte de la camisa estaba dentro de su pantalón y este la sujetaba.


Gabi bajó la cabeza de forma automática, haciendo que su rostro se fuese volviendo poco a poco de un tono carmesí intenso. No entendía por qué le daba tanta vergüenza, era muy atractivo y había sido justo en frente de mí, nadie más le había visto. Sin embargo, como era conocedor de su pudor cuando estaba en público, le ayudé a cerrarse la camisa una vez más sin hacer ninguna clase de comentario al respecto de su pecho para evitar incomodarle más de lo que la camisa ya lo había hecho por sí sola.


— Ya está ¿Ves? Nadie te ha visto.


— Odio esta maldita camisa con toda mi alma. El chaleco me daba calor pero por lo menos evitaba que esto pasase.


— Escucha, quítate si quieres la camisa, ponte mi chaqueta y abrochatela. Es tan fina como una camiseta, estarás mucho más cómodo.


— ¿En serio?


— Claro. —afirmé mientras me quitaba la chaqueta y se la tendía.


— Dios... Te quiero, te quiero, te quiero.


Tras regalarme otro fugaz beso en los labios, salió disparado hacia los aseos y desapareció tras la puerta del de caballeros. Sonreí para mis adentros y tomé mi vaso de zumo mientras miraba a mí alrededor, examinando los carteles de los distintos puestos de la zona de comidas y tabernas, zona la cual no había terminado de visitar. Había puestos en los que vendían chucherías y bollería de todos los días pero tres o cuatro veces más grandes de lo normal. Gabi me había recomendado no comer bollería de ese tipo, ya que la inmensa mayoría por no decir todos los productos, estaban muy secos y no terminaban de saber del todo bien, aunque su tamaño impresionase.


Observé como un niño de aproximadamente cinco años, comía un regaliz gigante, el cual tenía que sujetar con ambas manos para que no impactase contra el suelo. Me preguntaba si las gominolas y chucherías también sabrían mal, desde luego por la pinta que tenían, nadie lo diría.


— ¡Ya estoy!


Bebí lo que me quedaba de zumo de un solo trago y me levanté de la mesa, cogiendo mi vaso para llevarlo personalmente al mostrador y que Gabi no tuviese que volver a hacer algo tan horrible como servirme, aunque le fuesen a pagar por ello. Eso me molestaba incluso más, que mi novio me sirviese por dinero... ¡Horrible!


— Eres muy pesado, te dije que ya lo hacía yo.


— Y yo te dije que podía hacerlo yo.


Suspiró al ser conocedor de que no podría ganar una pelea de cabezonería.


— ¿Viste los pianos?


— ¡No! ¡Pero vi dos de las sorpresas!


— ¿Ah sí? —sonrió.


Le conté a Gabi mientras comíamos todo lo que había visto desde que había llegado, la escena de la bruja, el grupo de música, las tiendas, los olores... Todo. Él me escuchaba emocionado por mi propia emoción y de vez en cuando comentaba alguna cosa que yo mencionaba, pero normalmente me dejaba hablar o sólo me llamaba la atención para que no me olvidase de comer, pues aún teníamos muchas cosas que ver y quería acompañarme hasta que tuviese que volver al trabajo.


Hablando de las tiendas, recordé el puesto de artesanía de cuero y la pulsera que le había comprado, con tantas emociones no me había dado tiempo a comprarle nada más, pero todavía tenía la tarde para hacerlo y sorprenderle por la noche, que era el momento que más me interesaba.


— Por cierto... Tengo una sorpresa para ti.


— ¿Ah sí? Yo también.


Ambos dejamos de prestarle atención al otro y nos concentramos en buscar las susodichas sorpresas que le habíamos comprado. Yo extraje la bolsa de mi mochila y él algo que no pude ver del interior de la chaqueta, algo que llevaba colgado del cuello y que había ocultado metiendolo dentro de la misma.


— Yo primero. —sentenció.


— Como quieras.


Sonrió complacido y me dejó ver lo que llevaba en la mano.


— Mira, te he guardado este collar. Lo he hecho yo, no es la calidad a la que estás acostumbrado, pero estoy muy orgulloso de cómo quedó.


Colocó alrededor de mi cuello un cordón negro del que colgaba una clave de sol hecha con multitud de alambres que habían sido enredados entre sí y después colocados en forma de clave. Con una mano aparté mi melena de mi nuca para facilitarle a Gabi el cerrarlo y con la otra recibí el colgante, acariciando con cuidado y cariño aquella figura plateada que mi ángel había hecho para mí con tanto cariño y amor.


— ¿Te gusta?


— ¿Lo dudabas?


— Lo he llevado puesto todo el día, pero me lo quité junto al chaleco para que la maldita camisa no me traicionase en el último momento, cosa que habría hecho. El caso es que es muy cómodo, no molesta en absoluto. Puedes llevarlo puesto para jugar al fútbol. Eso sí, no duermas con él, no quiero que te lo claves sin querer.


— Vale, mami.


— Tonto... —murmuró besando mi mejilla —Me alegro de que te guste.


— ¡Ahora mi sorpresa!


Le tendí la bolsa con la pulsera y él se sentó, esta vez a mi lado en vez de enfrente, para abrirla con una sonrisa y una emoción en su rostro que apenas eran normales para una cosita tan simple como aquella ¿Qué había de extraño y emocionante en que le hubiese comprado algo? Su regalo sí que era emocionante, lo había hecho para mí y lo había guardado antes de que alguien tuviese la oportunidad de comprárselo, perdiendo así una venta. A mí con una carta de amor de las suyas me habría llegado de sobra, no quería que gastara o perdiese dinero por mí.


— A ver... A ver... —canturreó mientras lo abría y sacaba la pulsera de su interior, no sin antes pegar un pequeño grito de emoción al verla parcialmente. —¡Me encanta! Y es de cuero marrón, eres genial.


— ¿Soy genial por haber elegido el color de cuero que más te gusta?


— No, eres genial porque eres mi novio, me conoces perfectamente, eres mi mejor amigo, sabes mis gustos, mis preferencias dentro de mis gustos, me quieres, me lo demuestras día a día, siempre estás ahí, me dices cosas bonitas, me...


— Lo pillo. —murmuré desviando la mirada.


— Y me mandas callar cuando sabes que te vas a poner rojito y no quieres que lo vea, aunque sepas que me encanta. —sonrió.


Dejé escapar una pequeña risita, me había vuelto a ganar. No podía evitarlo, era Gabi, era imposible que no me ganase siempre.


— Está bien, disfruta de tu premio.


Me aparté los rizos de la cara y levanté la cabeza para que pudiese ver lo que tanto le gustaba ver, mis mejillas sonrosadas por su culpa. Es más, mirándome de esa forma, tan tierna, adorable y dulce, conseguía que mis colores se acentuasen todavía más, como a su vez esto hacía que lo disfrutase más.


— Eres malo.


Lo dije, pero el hecho de que lo dijese cerrando los ojos y alzando mi rostro hacia él, al tiempo que entreabría mis labios, hizo que mis palabras perdiesen todo su significado. Le estaba suplicando que me besase, no como hasta aquel momento, que lo hiciese de verdad. Allí y en aquel momento, con el olor, el ambiente y el barullo de la tan ansiada feria. El olor que se mezclaría con el de la dulce y delicada fragancia de su colonia, el ambiente que nos había llevado a aquel estado y el barullo que taparía todo sonido que pudiésemos hacer, dejándonos solos en lo que al espacio auditivo se refería.


No me hizo esperar, cogió mis manos entre las suyas y entrelazamos nuestros dedos, dándonos fuerza mutuamente para poder soportar todos aquellos sentimientos que nos superaban. Gabi colocó sus labios sobre los míos y me recibió en tan especial evento como era debido, acariciando mis labios, mordiéndolos con cuidado y suavidad, atrapándolos entre los suyos para después soltarlos e introducir su lengua en mi boca, invitando a la mía, a mi lengua, a bailar con la suya al son de la música que mi juglar interior había compuesto para él, un príncipe en cuerpo de mendigo. ¡Por Dios! Le quería, le quería mucho, demasiado. Me volvía loco, él, su pelo, sus ojos, su boca, su cuerpo, su personalidad... Lo peor de Gabi era que no podía estar todos los segundos de mi vida conmigo.


— Te quiero. —murmuré.


— Shhh... Calla, déjame besarte.


Una vez más, acarició mis labios, le gustaba especialmente el inferior. No sabía el motivo con certeza, pero era el que más acariciaba tanto con sus dedos como con sus labios, y era siempre el que mordía con cuidado para después tirar ligeramente de él. Me gustaba, me gustaba mucho. Me gustaría decirle cual de sus dos labios era mi favorito, pero dudaba si llegaría a decidirme algún día. El inferior era más carnoso y con el que mejor podía jugar, pero su labio superior era tan fino, tan frágil, tan dulce... Que no, simplemente no podía elegir uno.


Nos separamos por la falta de aire, pero Gabi se quedó un ratito más besando mis labios, esta vez sin hacer nada más que eso. Ambos a la vez y sin juegos, era así como siempre los saludaba y se despedía de ellos.


— ¿Me dejas ponerle nombre a tus labios, osito virtuosito?


— ¡No!


— Vale, pero ten en cuenta que el hecho de que no los sepas no significa que no los tengan.


— ¿Hace cuánto que les has puesto nombre?


— ¡Tres meses y medio!


Colocó su mano bajo mi mentón y, con su dedo pulgar, separó con suavidad mi labio inferior del superior para después volver a besarlo.


— Este es piano.


— ¿Piano?


— Sí, porque me gusta escucharte tocar el piano y de tus labios este es mi favorito. Me gusta jugar con él y escuchar lo que quiere que le haga.


— ¿Y el otro?


— Este pequeñín... —murmuró mientras lo besaba —Es adagio, porque es el que tarda más tiempo en jugar conmigo y adagio es una palabra para referirse al tempo de una composición, es un tempo lento.


Creo que cuando estoy con Gabi, él coge la poca dignidad que me queda, la hace bolita, chuta y la hace desaparecer. Pero sólo a él se lo permitía, era mi ángel, solo por mi Gabi podía rebajarme tanto como para dejar que mis labios fuesen bautizados, aunque por lo menos se había molestado en que los nombres estuviesen relacionados con la música.


— Te quiero.


— Y yo, virtuosito. Pero me temo que el trabajo me reclama. Nos vemos en la taberna cuando caiga el sol.


— ¿Y cuándo será eso exactamente?


— A las ocho y media.


— A esa hora no cae el sol.


— Bueno, ya lo sé. Pero decir a las ocho y media no queda tan épico. Además, por la noche no trabajo porque... Ya sabes, taberna, alcohol, noche... A mis padres les da miedo que siga por ahí a esas horas.


— Normal, a mí también.


— Bueno, vaaale. Intentaré sobrevivir hasta las ocho y media. Y tu cuida de mis dos chiquitines, como me entere de que han estado jugando con desconocidos me voy a enfadar.


— Tranquilo, son muy antisociales.


— Nos vemos.


— Nos vemos.


— Recuerda pensar nombres para los míos. —advirtió mientras caminaba ya de camino a la taberna.


"Este muchacho..."


*****


La tarde no fue mucho más emocionante que la mañana. Adquirí varios productos que me llamaron la atención y visité las zonas de la feria que todavía no había visto, como la exposición de instrumentos musicales, la de aves rapaces o la plaza, una zona con pocos puestos y atracciones destinadas para los niños. Norias, barcos piratas que se balanceaban, columpios giratorios... Todos de madera y de uso manual, como los de dicha época. También había talleres en los que los niños aprendían a hacer coronas de flores y otras "joyas" con materiales naturales o por el contrario a usar un arco y acertar en la diana, diana dibujada sobre un poste de madera.


Aquella zona me gustaba, no sólo por el ambiente, sino también porque era un lugar en el que cada pocos minutos había actuaciones o incluso escenas como en la que había participado durante la mañana. Dos grupos de música se sucedieron y cautivaron a los presentes con su música y sus apariencias medievales. No podía decir que fuese música clásica realmente, pero me gustaba escuchar aquel tipo de melodías, además aquel espíritu que Gabi había conseguido hacer florecer dentro de mí estaba haciendo que en aquel lugar todo fuese maravilloso.


Una de las actuaciones fueron la de dos acróbatas, una mujer vestida de arlequín que se subía y realizaba saltos y piruetas sobre una pelota rojiza casi tan grande como ella, para después dejarse caer en el suelo y hacer que, gracias a sus piernas, fuese aquella bola gigante la que danzase en el aire. Por su parte, el hombre, vestido únicamente con un pantalón rojo abombado y unas zapatillas negras de gimnasia y llevando su larga y azabache melena recogida en una trenza, se había introducido en el interior de lo que parecía ser una rueda de hámster negra y gigante, en la que, al igual que su compañera, realizaba acrobacias y movimientos temerarios que dejaban a sus espectadores con la boca abierta. Y todo al ritmo de la música rock que su radiocasete reproducía y a veces cambiando la rueda por un aro o intercambiándose entre ellos los materiales.


Al terminar la música y por ende la actuación, ambos volvieron a pisar el suelo y agradecieron a su público la expectación con la que los habían observado y sus aplausos, sólo para luego retarnos a intentarlo si alguno se atrevía, provocando las risas de muchos a sabiendas de que nadie intentaría matarse.


— ¡Pues no ha sido para tanto!


Un hombrecillo disfrazado de duende se introdujo en el círculo que los espectadores habían creado alrededor de los acróbatas. Lo había visto deambular por la feria, con su simpática apariencia y su infinita piruleta en mano, preguntándole a todo aquel que trabajase en la zona de juegos si podía subirse a las atracciones, con frases ridículas como: «¿Ya es luego, después, más tarde?» Que desde luego, cumplían su objetivo, hacer reír a los niños que pasaban la tarde por la zona y sacar las sonrisas de algunos adultos.


— ¿Quieres probar? —le retó el hombre de la rueda.


— ¡Eso lo hago yo con los ojos cerrados!


— Adelante, escoge lo que quieras utilizar.


— ¡Un momento! —el duendecillo se acercó a una niña que había entre el público y comenzó a quitarse los bártulos que conformaban el disfraz, provocando la risa nerviosa de la pequeña. —Sujétame la piruleta, el bolso, el gorro...


Tras librarse de todo aquello que le molestaría a la hora de realizar su cómica demostración, se introdujo en la rueda que hasta antaño había utilizado el hombre y, tras agarrarse con fuerza a las cintas y asegurar sus pies, le apremió para que hiciese rodar el utensilio, el cual rodó sobre sí mismo de forma lenta y tosca mientras que el duendecillo valiente emitía quejidos y gritillos de terror, que desaparecieron tan pronto como dio la vuelta completa y pudo salir de la rueda.


— ¿Lo veis? Cualquiera puede hacerlo ¡Mi piruleta!


Pasé el resto de la tarde serpenteando entre las calles de la feria, en busca del regalo perfecto para una noche junto a Gabi. Me había dado cuenta de que cada puesto tenía una inclinación a algo relacionado con la edad media. Había uno de carácter religioso, el cual vendía crucifijos, velas, estampitas, etc... Mientras que a su alrededor estaban situados puestos que ofertaban objetos esotéricos, otros objetos relacionados con la magia tanto negra como blanca, otros se centraban en las calaveras, libretas con cubiertas maquiavélicas y objetos dignos del mundo del terror... Debo reconocer que si alguien no encontraba nada que le gustase era porque no miraba con atención. Había incluso puestos que vendían colgantes con símbolos de series de televisión, libros famosos y animes bañados en plata. Por no hablar de los puestos de música.


En fin, me estaba yendo por las ramas. Gabi me había hablado incansablemente de los puestos que se basaban en la fantasía y los seres fantásticos. A ambos nos gustaban, sólo que a diferencia de mí, él sentía que los objetos que representaban este tipo de cosas eran especiales. No era que creyese en la magia, las hadas y todas esas cosas, pero sí que le gustaba poseer amuletos, collares u otros objetos relacionados con la fortuna, la magia y lo místico. Lo sentía como una forma de conectar su mundo interior con la realidad y les tenía cierto respeto.


Sonreí al recordar cómo una vez se había visto casi obligado por sí mismo a adquirir un collar cuyo colgante representaba su símbolo del zodiaco, sólo porque la descripción de dicho amuleto había acertado en gran número de rasgos al definir su personalidad. Recuerdo haberme enfadado con él por haber malgastado el dinero que su madre le había dado para que se comprase algo por su cumpleaños, pero sus palabras me hicieron callar tan rápido como había empezado a hablar.


"Ya, ya sé que nada de eso es verdad, pero... ¿Acaso no es bonito imaginar por un momento que algo así pudiese ser real? Que alguna estrella del firmamento realmente nos proteja desde el día en el que nacemos, que las hadas nos ayuden en nuestra vida diaria, que los elfos realmente habiten en los bosques... Poder llamar a un ángel"


¡Eso es! Un llamador de ángeles, era el regalo perfecto para él. Además podía darle un significado especial para nosotros, uno que no incluye ángeles imaginarios pero sí ángeles reales. Pues él era mi ángel y él solía llamarme de la misma forma cuando realmente quería halagarme con sus motes y no ser simplemente lindo. De hecho, cuando estábamos solos, al lado del otro, disfrutando de su compañía, de su imagen, de su risa, de su voz, de su mera existencia... Entonces, acostumbraba a llamarme ángel y no osito virtuosito, aquella no era más que una forma de llamarme cuando quería mostrarse dulce y juguetón conmigo.


Consulté el reloj, quedaban tres cuartos de hora hasta las ocho y media ¡Iba a encontrarlo!


*****


Los farolillos, la disminución del barullo y del gentío, la música, faunos, bailarinas, bestias, monstruos, brujas, diablos, duendes, elfos, damas y caballeros medievales. Todos ellos habían invadido las calles de la feria en cuanto el sol había dejado de ser visible y le había cedido el puesto a la luna, cuya intensidad de su brillo había inaugurado la etapa más maravillosa de la "Feria de las maravillas". Los puestos se mantenían abiertos, pero cada vez eran menos las personas que deambulaban por las calles en busca de algo que comprar. Poco a poco nos habíamos ido reuniendo en la plaza, donde muchas de las atracciones para niños habían desaparecido y habían sido sustituidas por un escenario o, en su defecto, por un pequeño teatro de marionetas que entretenía a los más pequeños, al igual que no hacían con los niños de la edad media.


Gabi había insistido en que nos colocásemos en una zona de césped, ligeramente apartados del gentío pero con vistas perfectas del escenario. Estábamos al fondo y completamente solos, ya que nadie había querido sentarse sobre la hierba mojada. Por lo tanto nadie se fijaría en nosotros y mucho menos en lo que hacíamos.


Gabi se había colocado entre mis piernas sin perder tiempo, dispuesto a disfrutar de la comodidad de mi pecho cuando la función empezase, siendo recibido entre mis brazos para evitar que cogiese frío por culpa del disfraz que de repente me parecía exageradamente fino como para llevarlo durante la noche. No quería que se enfermase, pero mi chaqueta poco o nada podía arreglar.


Había perdido la cuenta de los minutos que llevaba besándome, con pequeñas pausas para coger aire pero siempre terminando por continuar. Había comenzado por besar mis manos, después mi frente, mis mejillas y finalmente mis labios, los cuales llevaban tanto tiempo jugando con los suyos que aquellos besos había pasado a convertirse en un gesto casi automático.


— ¡Damas y caballeros! El espectáculo de luz y fuego está a punto de comenzar. Rogamos que tengan paciencia, pues nuestros protagonistas están terminando de prepararse.


— Gabi... Que... Empieza... —murmuré intentando escapar de sus labios, pero finalmente volviendo a caer en la dulce maldición que me habían lanzado. No podía evitarlo, era mi chico consentido, le daría todo lo que desease, incluso si tenía que besarle durante el resto de la noche.


— Te quiero.


— Y yo.


Volvimos a besarnos, sintiendo como nuestro aire se agotaba una vez más y apremiándonos a nosotros mismos para devorar la boca del otro antes de que esto sucediese. Sus manos entre mis rizos, sus ojos cerrados, sus juguetones labios, su aventurera lengua... Todo él, todo mi Gabi me volvía loco. Su dulzura, su timidez, su erotismo, su romanticismo, su valentía, su ternura, su amor... Sobre todo su amor. Él era mi perdición, el fuego sobre el que ardía atado a su cuerpo. Si la brujería era real, entonces aquel era el momento idóneo para afirmar que mi novio era un brujo, uno de los mejores, uno que encantaba a todo mi ser y le hacía arder en su precioso fuego. Sí, esa era la afirmación más verdadera que podía hacer, Gabi me encantaba.


— ¿Has pensado los nombres? —suspiró tras despedirse de Piano y Adagio a regañadientes.


— No pienso ponerle nombre a tus labios, Gabi.


— ¿Por qué no? Un estudio científico realizado en ninguna parte demuestra que las parejas que le ponen nombres a sus labios tienen más difícil el romper.


— ¿Y eso por qué? —Reí.


— Porque al tener nombres se les coge más cariño y te da más pena romper.


— Gabi... ¿Has pensado en ir al psicólogo? —murmuré besando su mejilla —porque debes de estar loco si de verdad contemplas la posibilidad de romper.


— Ponles nombre. Porfa...


— Vale, pero después te daré una sorpresa.


— ¿Otra? Yo también tengo otra...—canturreó divertido.


— Eres... Incorregible, Gabi.


— Lo sé, pero ahora... Bautízalos.


Cogí aire y alcé la vista a la luna. Por Dios ¿Por qué Gabi siempre me hacía hacer cosas tan raras? Seguramente no fuese más que otra de las muchas ideas extrañas que al día se le ocurren, pero era motivo más que suficiente para meterme en aquella vergonzosa situación. Lo mataría, pero lo amo demasiado como para pensar siquiera en una forma de hacerlo.


Acaricié su labio inferior con la yema de mi dedo pulgar, mirándolo fijamente y recordando todos sus matices. Su sabor, su color, su comportamiento habitual, su carnosidad, su suavidad... Tenía que encontrar el nombre perfecto para él, uno que tuviese un significado y que al mismo tiempo reflejase todo lo que sentía por Gabi y todo lo que sentía cuando le besaba. ¡Lo tenía! Estaba claro.


— Este es Té. —declaré besándolo y mordiéndolo con delicadeza antes de alejarme de él. —Se llama así porque te gusta el té y el té es relajante, delicioso, suave, cálido y está cargado de aromas. Té es, de tus labios, el que más me calma. Cuando me acaricia siento que el mundo pasa a un segundo plano, sólo estamos nosotros. Tú, yo y nuestros labios, por eso me gusta que me beses cuando estoy enfadado, cuando estoy triste, cuando estoy feliz... Quiero que me beses siempre, porque tus labios son tu instrumento para llevarme al séptimo cielo.


— ¿Y el superior? —preguntó con el mismo brillo en sus ojos que había tenido cuando me vio aparecer en la feria. Le estaba gustando aquello, puede que fuese una tontería que pronto su mente olvidaría, pero estaba siendo muy feliz y eso era lo importante.


— Este pequeñín... —dudé mientras lo acariciaba y después lo besaba. —Es Ensueño. Porque el té puede calmarte y ayudarte a dormir y tu labio superior es tan delicado y hechizante como un sueño.


— Té y Ensueño... —pensó en voz alta —Son perfectos. Si unimos las palabras... Piano y Té, eso significa una tarde Riccabi. Una tarde Riccabi de ensueño en la que tocas para mí una melodía en Adagio.


Una estela de felicidad salpicó su rostro, dejando en él la sonrisa más pura y más verdadera que Gabi me podía regalar. Me besó una última vez antes de colocarse de espaldas a mí y dejar que todo su peso recayese sobre mi pecho, al tiempo que cruzaba mis brazos alrededor de su cintura, gesto que yo tenía pensado hacer, pero que me gustó que hiciese él primero. Apoyé mi mentón sobre su hombro y flexioné mis piernas para colocarlas tal y como Gabi las tenía. Quería rodearle con mi cuerpo, que se sintiese seguro, que disfrutase de aquel esperado espectáculo en mis brazos y, a ser posible, que descansase de un día de duro trabajo en ellos. Yo le acunaría si era necesario, le cantaría, le besaría, tocaría para él, le daría calor con mi cuerpo, le halagaría, lo colmaría de regalos... Haría cualquier cosa, sólo a cambio de que se quedase a mi lado por siempre. Le amaba, le amaba de forma prohibida. Después de todo, éramos un juglar y un príncipe.


Gabi cerró sus ojos para poder apreciar mejor todos los matices de la música del inicio de la función. Se suponía que el virtuoso amante de la música era yo, pero por primera vez en la vida no me interesaban los matices de la música. Es más, podrían haber desafinado cuanto hubiesen querido, no me habría dado cuenta ni del más catastrófico de los errores, toda la atención de mis ojos, de mi mente, de mi cuerpo y de mi corazón estaba depositada sobre mi novio. Sobre sus párpados cerrados, sobre sus labios entreabiertos y sobre su respiración regular.


Me vi en la necesidad de acariciar una de sus coletas, gesto que le hizo sonreír y volver a dejar que sus orbes azules se encontrasen con los míos. Definitivamente era un ángel... Y, siendo acariciado por la luna, su rostro se hacía todavía mucho más angelical y místico. Debía de deberse a la magia medieval que desde hacía semanas bañaba su rostro en felicidad y hermosura casi divina.


— ¿Qué pasa? ¿No es de vuestro agrado la música?


Sonreí.


— Oye... Gabi. En tu carta mencionabas algo acerca de un deseo ¿A qué te referías?


— Oh... Eso. Pues me refería justo a lo que dije. Si venías cumpliría tu deseo, así que... Dime cuál es, algo que pueda cumplir aquí y ahora.


Miré a mi alrededor, buscando la inspiración que la feria me había estado brindando durante el día. ¿Qué podía desear en aquellos momentos? Tenía que ser algo especial, algo acorde con el momento, algo místico, fantástico y significativo. No podía ser algo material, desde luego, nunca le pediría que se gastase dinero. Tampoco podía ser algo que me pudiese dar cuando quisiese, no le pediría un beso, ni un abrazo.


"Piensa, Riccardo... Algo especial"


— Deseo la luna.


— ¿La luna?


— Sí. ¿Podrás hacerlo?


Gabi miró al cielo y sonrió al advertir que aquel astro brillaba con intensidad, iluminándonos como si aquel momento estuviese hecho para nosotros. Debía de ser la magia del día y del evento que tanto nos había fascinado y hecho bailar a su son. No lo sé. Lo que sí sé es que aquel día y sobre todo aquella noche no eran normales, no eran como siempre. Eran especiales, demasiado como para terminar de forma común.


— ¿Qué si puedo hacerlo? Nunca me han pedido algo tan sencillo.


— ¿Me prometes que me darás la luna?


— No, no te prometo nada. La luna es algo que no se debe prometer. Muchas parejas han acabado mal por hacerlo y después no actuar en consecuencia. No pienso hacerlo. Te la daré, directamente y sin promesas.


Se incorporó y buscó algo en sus bolsillos, su sonrisa se había desvanecido y había sido sustituida por una expresión de seriedad. ¿Había dicho algo malo? Efectivamente le había pedido la luna de forma metafórica. Yo le consentiría, le daría todo lo que quisiese. Podía permitirme el prometerle la luna porque sabía que estaba entre mis posibilidades el dársela. Por eso le pedía que él también me diese la luna. No podía prometerme que iríamos a lugares lejanos de viaje, ni que me llevaría a lugares exóticos, ni siquiera podía prometerme que siempre estaríamos juntos. Por ello, quería que me la diese. La promesa le carga la responsabilidad al futuro. Yo quería que me lo diese todo en el presente. Que fuese mi Gabi, que me diese su amor, sus besos, sus abrazos y sus caricias. Eso era lo que podía darme allí y en ese momento. No quería ninguna clase de futuro con él, quería un presente, todos los días y hasta el fin. Hasta el fin de la noche, hasta el fin de la semana, hasta el fin del año, hasta el fin de nuestras vidas. Dándonos la luna.


Gabi extrajo una bolsita de su pantalón, al tiempo que yo extraía de mi mochila la bolsa en la que llevaba su llamador de ángeles. Nos sorprendió descubrir que, nada más coger entre nuestras manos lo que había en el interior de nuestras respectivas bolsas, nos dimos cuenta de que, una vez más, nuestras mentes y corazones se habían puesto de acuerdo sin nuestro permiso.


Gabi sostenía entre sus manos un llamador de ángeles plateado con un cascabel azul en su interior, exactamente el mismo modelo y con exactamente los mismos colores del que yo sostenía entre mis manos. Había tardado mucho en decidirme entre todas las variedades de colores y formas que los distintos puestos me ofrecían, para finalmente decantarme por uno que le representase a él. Al azul de sus ojos y al plateado de la luna reflejada en ellos. No podía ser posible que de todos los llamadores que la feria ofertaba hubiésemos escogido el mismo.


— ¿Volvemos a las andadas, Di rigo?


— ¿Cómo querías que supiera que ibas a pensar lo mismo que yo?


— ¡No! Tú piensas lo mismo que yo. Siempre igual, primero eliges el mismo instituto que yo, después el mismo club, después el mismo té favorito ¡Y ahora esto!


— ¿Será quizás que estoy obsesionado contigo?


— Será... —murmuró colocando el llamador que tenía entre sus manos alrededor de mi cuello, ignorando el hecho de que todavía llevaba puesto el colgante con la clave de sol que me había regalado anteriormente.


Imité su gesto y le puse su llamador alrededor del cuello, con cuidado de no enganchar sus coletas sin querer. La expresión seria de Gabi desapareció una vez observó como aquella joya tan representativa de la feria que tanto amaba colgaba de su cuello gracias al hombre que tanto amaba. Y es que amor era la palabra más cursi y perfecta para describir aquel día, era una palabra que en el Medievo también utilizaban.


— Gabi, si te quedas embobado mirando el llamador, te vas a perder el espectáculo de fuego.


— ¿Y eso qué importa?


— ¿Cómo?


— No necesito todo esto. Tú has hecho especial el día, me has dado la luna, Riccardo. Además, mi fuego favorito es el que enciende tus mejillas.


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