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Broken rules por Love_Triangle

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Cada pitido que el silbato emitía rebotaba contra las paredes de las instalaciones de la Royal Academy y volvía a mí en forma de un ligero eco que, por primera vez, podía pararme a escuchar y apreciar. No era un sonido molesto o al menos la costumbre hacía que no lo fuese, no era más que la banda sonora de la monotonía de todos los días, el ritmo del entrenamiento, el encargado de marcar los ejercicios y de regularlos, era un pitido al que los quejidos de los miembros del equipo de fútbol acompañaban debido al esfuerzo que acatar un entrenamiento de la Royal suponía. Como decía, nada que se alejase de la rutina de todos los días, pero aún así aquella vez era distinto. Distinto... Pero igual.


Una vez más los miembros del equipo cumplían con sus ejercicios rutinarios, con la diferencia de que no eran los miembros de siempre, sino los novatos que habían entrado como ultimátum, de ahí que el comandante y el entrenador Samford me hubiesen pedido expresamente que me quedase en el instituto pese a ser mi supuesto día libre. Tenía que ayudar al entrenador a corregir los ejercicios de los nuevos para, por lo menos, encaminarlos en la dirección correcta para que aunque fuese tarde llegasen a tener el nivel que el equipo exigía.


Los imperiales habían sido expulsados sin previo aviso, hacía apenas tres semanas. El comandante había arribado al campo durante un entrenamiento cualquiera y había solicitado que todos los imperiales acudiesen a su despacho inmediatamente, sin explicación alguna, simplemente dando la orden como siempre y sin esperar preguntas directas.


Cuando terminamos el entrenamiento y fuimos a los vestuarios, las taquillas de los jugadores citados estaban vacías y sus efectos personales desaparecidos, como si nunca hubiesen estado en aquella estancia. Lo mismo ocurrió con las habitaciones de los que estaban internos, sin rastro de nada que pudiese demostrar que en algún momento fueron habitados. Como si todos aquellos meses de convivencia y duro entrenamiento junto a ellos no hubiesen sido más que una ilusión irreal, una imagen distorsionada de la realidad, una mentira que durante la ensoñación creímos verdadera.


Nadie hizo preguntas, el equipo simplemente se amoldó a los deseos del comandante y aquel asunto fue olvidado como el más banal de los posibles temas de conversación. Nadie preguntaba, nadie comentaba, nadie hablaba, nadie buscaba, nadie pensaba... Sólo aceptaban aquella decisión y continuaban la línea recta que la Royal te obligaba a seguir si querías mantener tu estadía allí.


Los imperiales no tardaron ni dos días en ser sustituidos por los mejores aspirantes que en su momento el comandante rechazó, pero no por desesperación ni por necesidad, pues actualmente tan sólo éramos diez en el equipo. Al comandante no le importaba el número, sólo el resultado, para ello recibíamos un entrenamiento de élite. Si no éramos capaces de mantener el nivel con diez jugadores, no merecíamos considerarnos miembros de la Royal.


— ¡Mantén los pies en el campo, soldado! —Corregí al ser testigo de cómo uno de los principiantes elevaba ligeramente sus pies durante la ejecución de los abdominales.


Corregí mi postura y mantuve mi espalda recta al advertir que el entrenador Samford me observaba, debía de mantener toda mi atención en los aspirantes recién reclutados, para ello me había quedado en la academia durante el domingo. El comandante confiaba en mí y debía de continuar demostrándole que yo era el que mejor entendía su fútbol, así como que también estaba totalmente implicado en la revolución y en todas las decisiones que estaba tomando. Yo quería tanto como él que el auténtico fútbol regresase y que aquel aparentemente incesante pitido de silbato fuese lo único que nos regulase. Que al salir al campo nunca más nos volviésemos a ver obligados a acatar las órdenes del sector quinto ni de nadie.


Pero había un pero... Y es que la noticia de que los imperiales habían sido expulsados de la academia fue recibida por mí con un ligero sabor agrio. Digamos que había sido una noticia agridulce y que, aunque jamás lo reconocería en voz alta, no había estado del todo de acuerdo con la decisión del comandante.


En el fondo entendía el hecho de que no hubiese compartido su decisión con nadie más que con su ayudante, pero también me sentía desplazo a un segundo plano por ello. Me habría gustado ser consciente de cómo y de cuándo aquellos traidores nos dejarían, así al menos habría tenido tiempo de asimilarlo y de actuar en consecuencia.


"Pareces un ajolote, Princeton. Lo siento si te he molestado, pero es lo primero que se me ha venido a la cabeza al verte"


Frases del pasado cruzaban mi mente de forma fugaz cada pocos segundos, haciéndome rememorar pequeños fragmentos de la que había sido una casi relación con uno de los compañeros que había resultado ser un imperial.


Un aliado del sector quinto, un rival, un enemigo a batir. En eso se había convertido el que hasta hacía apenas un suspiro había sido el defensa que todos los días se situaba delante de mí durante los partidos y entrenamientos. El eje de la defensa de la Royal, el chico el cual desde su ingreso en el equipo había estado bromeando con mi peinado y metiéndose conmigo de forma juguetona, obviando sus propios hermosos pero extravagantes cabellos.


"Tranquilo, ajolotito. Conmigo en la defensa tu trabajo como portero será más fácil"


— ¡Escuadrón 1! Cambio. —vociferó el entrenador Samford deteniendo los pitidos e indicando con un contundente movimiento de brazo que todos los novatos se dirigiesen al borde del campo para comenzar con las vueltas a la pista. —¡Aumentamos la velocidad! ¡Nivel nueve!


"¡Vamos, Princeton! Estar siempre en la portería está empezando a oxidarte, parece que corres a nivel quince"


— ¡Dorsal siete! Brazos en posición de carrera número cuatro. —Corregí de nuevo al detectar un error más en la técnica de los principiantes. Todavía no me había aprendido todos sus nombres, por eso prefería llamarles por su dorsal y no por su nombre de pila, además así mantenía las distancias que por culpa de lo sucedido me había obligado a respetar.


"Que sepas que no vas a salirte con la tuya, Preston Princeton. No pienso decirte cosas cursis cuando me lo pidas ¡Sé un soldado y compórtate!"


— ¡Dorsal nueve! Si pretendes ocupar un puesto en la línea defensiva corrige inmediatamente esa técnica de carrera, ¿quieres ser una fortaleza de papel?


Sería de mentecatos no reconocer que desde que los imperiales habían abandonado el equipo la defensa de la Royal Academy se había venido prácticamente abajo. Nadie se había quejado, pero como portero me había dado cuenta de que últimamente los balones parecían lloverme encima en vez de llegarme de muy de vez en cuando como estaba acostumbrado. Incluso mi técnica había parecido empeorar, obligándome a no ser capaz de parar chuts que antaño habría detenido sin problema alguno.


El entrenador Samford se había dado cuenta de esto y se lo había comunicado al comandante, quien me había preparado un nuevo programa de entrenamiento mucho más intensivo y completo que el anterior, desde entonces había mejorado... Pero seguía sin sentirme el mismo, había algo que no terminaba de encajar en mí y que me estaba impidiendo jugar como siempre.


"¡Vamos a mostrarles el poder de la Royal! Me encargaré de que no pasen, ajolotito."


— ¡Dorsal nueve! He dicho que corrijas tu técnica de carrera. No puedes correr en técnica de carrera número seis y colocar tus brazos en posición dos. Así en menos de quince minutos no serás más que aire para un delantero.


— ¡Lo siento! ¡Lo siento! Confía en mí, al final de esta semana lo controlaré.


"Confía en mí, Preston. ¿O es que piensas que puedo estar ocultándote algo?"


Esa frase... ¡La odiaba! Me había visto obligado a aprender que la confianza no se regala. Es más, a veces es mejor pecar de desconfiado que confiar en una persona que tarde o temprano te traicionará y herirá sin piedad alguna. Las personas mienten, hacen que confíes en ellas para luego echar todas tus ilusiones por tierra y simplemente desaparecer sin dejar rastro, sin dejar ni una nota, ni nada. Entran y salen de tu vida después de haber influido en ella, obligándote a cerrar tu mente abierta y tu corazón a forasteros si no quieres que te hagan daño. Hay personas a las que merece la pena cerrarles las puertas a ti y solamente mantener una relación de cordialidad. Si no hay acercamientos, no hay cariño y si no hay cariño, cuando esa persona se vaya no habrá dolor.


— No me hace falta confiar, soldado. Es cuestión de resultados. Consíguelo y te permitiré formar parte del equipo, falla y volverás a la lista de rechazados.


— ¡Soldados! Terminad esta vuelta e id a estirar, finalizamos el entrenamiento de hoy. Seguid entrenando de forma individual para corregir los errores que os hemos señalado. —anunció el entrenador Samford mientras les hacía una señal a los jugadores para que procediesen a ejecutar la última fase del entrenamiento.


Los novatos rompieron filas de la forma más desastrosa y principiante que había visto en mi vida. Se suponía que llevaban tres semanas entrenando con nosotros, el protocolo para entrar, salir y cambiar de ejercicio lo deberían de tener más que controlado, era lo mínimo que podían hacer para compensar su nefasto juego y su poca capacidad para mejorar. Si los hubiese visto en otro sitio que no fuese entre las paredes de la Royal Academy, sin duda habría pensado que jamás habían recibido el entrenamiento adecuado para jugar al fútbol.


Debía de volver a ser yo cuanto antes, volver a recuperar mi juego, mi fuerza... Si no, con aquella defensa y un portero debilitado, la portería de la Royal sería exactamente igual de eficaz que un colador roto y eso dejaría en vergüenza al buen nombre de la institución.


— ¡Princeton!


— ¿Sí, entrenador? —contesté de inmediato, volviendo a aterrizar y a poner los pies en la Tierra de forma casi automática.


— Gracias por tu ayuda de hoy, ya no te necesito para nada más, así que puedes retirarte y disfrutar de lo que queda de domingo.


— Muchas gracias, entrenador Samford. Que tenga un buen día, despídase del comandante de mi parte.


Tras recibir la aprobación del entrenador, abandoné la instalación destinada al entrenamiento del equipo de fútbol y, lejos de tener intenciones de salir al exterior, me dirigí hacia el edificio de habitaciones, en cuyo cuarto piso se encontraba la que era prácticamente mi segunda casa.


Debido a todo el tema de la revolución, se me había pedido mantener mi estadía en la Royal durante más tiempo del estrictamente necesario. Pues para evitar que alguien faltase a los partidos, el comandante a todos nos había hecho pedir una habitación, de forma gratuita eso sí, para que la usásemos las noches previas a dichos partidos y así asegurarse la asistencia de todos y cada uno de nosotros. Sólo que ahora, aquel pequeño y frío cuarto se había convertido en mi lugar de descanso de prácticamente cada noche, así siempre estaría disponible cuando se me necesitase. Además, no había nadie que me esperase en casa.


Eran pocos los padres de alumnos de la Royal que echaban de menos en sus casas a sus hijos, de hecho, muchos de mis compañeros habían sido apuntados en las listas de admisión precisamente por ello. Mi familia era una de ellas, como también la de... Bueno... Creo que también eso era mentira, después de todo... Ningún imperial en su sano juicio diría el verdadero motivo de su ingreso en la academia. Debía de dejar de pensar en él como un compañero y empezar a considerarlo lo que era, un rival y un traidor.


Cerré la puerta detrás de mí y caminé de forma automática hacia la cama, no había hecho nada realmente, sólo observar y corregir, pero me sentía completamente agotado y, sobre todo, abatido. Algo no funcionaba bien y no importaban las veces que me escondiese entre aquellas cuatro paredes grises, las veces que hundiese la cara en la blancas sábanas, ni las veces que escondiese los recuerdos en los cajones de la mesa del escritorio, el armario o los cajones de las mesillas. Aquellos cuatro y únicos muebles de la habitación, además de la cama, no podían esconder aquella ola de sensaciones, nostalgia y sentimientos encontrados que provocaba semejante tempestad en mi interior. El odio que intentaba sobreponerse al dolor, el rencor que intentaba matar al cariño, la tristeza que me impedía ver con buenos ojos los recuerdos felices...


Me faltaba algo... Una pieza importante que hasta ahora no sabía que lo era y, de saberlo el entrenador, seguramente me apartase de la revolución o incluso del propio equipo. Así eran las reglas, no se trababa amistad con los imperiales, no se sentía simpatía por los imperiales, no se defendía a los imperiales... Y menos todavía se les echaba de menos cuando abandonaban un instituto.


"Ajolotito..."


— Cállate...—bramé hundiendo todavía más mi rostro en la almohada y esforzándome por detener la nueva ola de recuerdos que estaba a punto de sacudirme.


Me incorporé, víctima de la frustración que sentía al ser incapaz de hallar respuestas a mis preguntas en los recuerdos. Extraje la foto de equipo que hacía dos semanas había ocultado en el interior del último de los cajones de una de las mesillas y la observé una vez más con detenimiento.


"Sigues aquí..."


Aquella imagen en la cual el chico, de rubios cabellos y violáceos orbes, miraba a cámara con una ligera y apenas perceptible sonrisa, era la única prueba que tenía de que alguna vez había existido. De que no había sido todo un sueño y de que realmente ese hombre había estado en mi vida, era real, tan real como la turbación que había sacudido a mi cuerpo y le había hecho empeorar su juego tras su marcha.


Aquel imperial al cual el sector quinto se había llevado lejos de la Royal Academy y de mí, me observaba desde el otro lado del cristal, inmutable y eterno como todos los que en el momento de la foto habíamos sido capturados por la lente de la cámara que nos apuntaba.


Ambos estábamos casi en los extremos de la fila que habíamos formado para posar, separados por una gran cantidad de personas que en su momento nos mantenían lejos el uno del otro, entrenándonos para el momento actual. Ahora no nos separaban los miembros de una fila, sino un número desconocido de kilómetros que de una forma u otra me dolían como si en vez de kilómetros fuesen kilos de culpa que recaían sobre mi cabeza.


Devolví la fotografía a su lugar inicial, sobre la mesilla de noche y levemente virada hacia el cabecero de mi cama para poder ser así lo último que viese antes de dejarme acunar por los brazos de Morfeo y después de regresar de su abrazo. Si le miraba fijamente, podía conseguir que por pocos instantes todo el odio y la rabia que sentía por su traición se disipasen y que su imagen se moviese, que mentalmente esbozase una sonrisa sincera y me guiñase un ojo antes de volver a su eterna prisión de tinta e inmovilidad. Que volviese a mostrarme una última vez aquel impresionante espíritu guerrero que en su momento había impresionado al Raimon de la misma forma en la que me había impresionado a mí la primera vez que lo sacó durante un entrenamiento.


Le odiaba y le abofetearía por ser un imperial, pero... Mi mente sabía que necesitaba verle moverse, hablar, mirarme... Acariciarme...


*****


— ¿De qué te ríes, ajolotito? —sonrió depositando un beso en la parte posterior de mi hombro al tiempo que me recogía una vez más entre sus brazos y colocaba su cabeza sobre mi cuello con delicadeza, consiguiendo que mi ataque de risa se cortase poco a poco y simplemente alzase la cabeza hacia el techo, siendo consciente de que mis ojos brillaban tanto como los de él lo habían hecho al inicio de la velada.


— Hemos roto una de las normas del comandante, nos va a caer una buena.


— ¿Es la primera vez que lo haces?


Asentí con preocupación, pero Yale me acercó todavía más a su cuerpo y me protegió entre sus brazos, defendiéndome de mis propias dudas y temores que me impedían disfrutar de lo que había ocurrido entre nosotros como debía de hacerlo.


— Bien, entonces he sido el causante de tu doble primera vez.


— ¡Drake! —me quejé liberándome de su agarre avergonzado por sus palabras.


Yale sonrió con ternura al escuchar cómo una vez más le llamaba por el nombre de su espíritu guerrero en lugar de por su propio nombre o, como todos lo hacíamos, por su apellido. Era una costumbre que, por algún motivo que escapaba de mi comprensión, me había acostumbrado a hacer. A Yale no le molestaba, pues para él era el mote cariñoso con el que yo había decidido bautizarle inconscientemente, al igual que él me llamaba ajolotito cuando estábamos solos y ajolote cuando los del equipo rondaban cerca de nosotros, utilizándolo esta vez como broma o chiste en vez de apodo.


— Como el comandante nos pille nos jugamos la expulsión.


— Pero... Reconoce que es emocionante.


— ¿El qué?


— Romper las reglas. —sonrió con ojos brillantes.


— ¿Qué dices? No puedo arriesgarme a perder la confianza del comandante. Y te recuerdo que está castigado el saltarse el horario nocturno y visitar a otro soldado durante este.


— Así que si nos pillan el que me la cargo soy yo, que soy el que ha abandonado su habitación.


— Y yo por dejarte estar aquí, el protocolo dice que...


Hastiado debido a la eterna letanía que no me cansaba de repetir, Yale ignoró mis palabras y simplemente se deslizó sobre las sábanas con elegancia y se colocó de nuevo entre mis piernas, haciendo que nuestros cuerpos desnudos volviesen a encontrarse y que, colocando sus manos firmemente sobre mis muslos y con un leve movimiento, consiguiese deslizarme sobre el tejido de las sábanas que nos envolvían hasta que prácticamente volví a encontrarme debajo de él, sólo que esta vez estábamos cara a cara.


Yale sonrió divertido al ver el nerviosismo con el que habíamos empezado la noche volver a emerger en mi rostro, nerviosismo que, tal y como había pretendido, me hizo olvidar lo que estaba diciendo y volver a perder todos mis sentidos en algún punto de su rostro.


— Eres muy cansino a veces, ajolotito. —murmuró acercando sus labios a mi oído antes de regresar su violeta mirada seductora a mis temblorosos orbes. —Si quieres que me vaya, dímelo claramente.


Negué mientras que sentía como mi corazón subía hasta mi garganta ante la sola imagen mental del rostro enfadado del comandante si descubría que Yale no estaba en su cuarto y que ninguno de los dos estaba descansando para el entrenamiento matutino del próximo día, el cual era importante pues pronto nos veríamos las caras con el Raimon y debíamos de estar a la altura de las expectativas.


— No... Vamos a poder...


Yale rodó los ojos y finalmente se decidió a hacer callar a mis labios con un tierno y apasionado beso que de vez en cuando interrumpía completamente a propósito para obligarme a seguir sus labios y demostrarle que quería que siguiese besándome, hecho que de vez en cuando le hacía no poder contener una leve sonrisa victoriosa antes de satisfacerme una vez más y volver a acariciar mis labios con los suyos.


Los de Yale eran besos intensos y caballerosos que, sin subir de tono más de la cuenta, lograban el efecto que buscaba en mí y por unos segundos, los que me acariciase con sus carnosos labios y mordiese mi labio inferior con delicadeza, conseguía hacerme olvidar que el comandante y las reglas de la Royal Academy continuaban existiendo y teniendo peso sobre nosotros.


— ¿Qué quieres, ajolotito? —rio con dulzura mientras que rompía nuestro beso, dejándome todavía insaciado. A lo que respondí de forma casi violenta, elevando la cabeza, volviendo a capturar sus labios entre los míos y obligándole a regresar, a dejarme seguir jugando con su lengua un poco más y a sentir aquellos pequeños tirones en mi labio inferior que tanto me gustaba que hiciese.


Yale comprendió que no le dejaría libre tan fácilmente y, sin romper nuestro apasionado y devorador beso, deslizó las yemas de sus dedos con delicadeza por mis gemelos, mis muslos y llegando finalmente a apresar mis nalgas entre sus manos, haciendo que fuese esta vez yo el que rompiese el beso sobresaltado y él el que se inclinase sobre mí para continuar devorándome. Sólo que aquella vez me había hecho consciente de lo que previamente había intentado decirme con palabras y me había descubierto a mí mismo colocando mis piernas alrededor de sus caderas una vez más.


Rodeé su cuello con mis brazos y abrí de nuevo los ojos con pesadez cuando ambos decidimos romper aquella unión que tan ocupados nos había mantenido. Mis opacos y sombríos orbes del color del azabache se encontraron una vez más con sus violetas iris, siendo capaces esta vez de mantenerle la mirada y no esquivándola tímidamente. Era un cálido y profundo contacto visual que, teniendo en cuenta el contexto, no tenía necesidad de ser explicado. Yo sabía la pregunta y él la respuesta.


Yale entendió y asumió una vez más su responsabilidad, volviendo a cerrar sus párpados y recibiendo a mis labios de la forma más calmada posible, preparándome de nuevo para estar tranquilo y simplemente dejar que lo que tuviese que fluír, fluyese.


— ¿Estás seguro de que quieres repetir? ¿No estás cansado?


Negué con la cabeza, demasiado extasiado y jadeante como para poder articular palabra y simplemente abriendo mis piernas un poco más para indicarle que volvía a entregarme a él.


Yale observó una vez más mi cuerpo, buscando la forma de proceder esta vez, ya que si repetía los mismos movimientos exactos temía hacerlo demasiado monótono y predecible.


— Voy a reactivarte un poco, ajolotito. Creo que necesitas una ayudita para volver a empezar.


Le miré a los ojos sin entender demasiado bien el significado de sus palabras, había tenido mi primera vez hacía poco menos de una hora y todavía no estaba exageradamente puesto en relaciones homosexuales masculinas, por lo que a veces Yale había tenido que pasar por el bochorno de detenerse y explicarme claramente lo que me haría para evitar que reaccionase de forma nerviosa o incluso atemorizada... Me daba vergüenza reconocerlo, pero... Yo era de la clase de chicos que, en el momento en el que se le saca de los campos de conocimiento que conoce, se empequeñece y se convierte en un débil e inocente niño que no puede hacer otra cosa que dejarse guiar por lo que otros saben. Y el sexo era uno de esos campos, ya que nunca me había interesado por informarme acerca de lo que mi cuerpo podría o no disfrutar, mucho menos con otro hombre.


— Shhh... Tú solo evita hacer fuerza con las piernas y agárrate a la almohada o a la sábana que cubre el colchón, puede que las primeras veces tu cuerpo intente apartarme, pero aguanta.


Asentí sin mucho convencimiento y dejé que Yale guiase a mis manos hasta la almohada, donde me agarré con fuerza tal y como me había indicado. Yale me sonrió satisfecho por mi tranquilidad que mostraba estando con él y besó mis labios una vez más antes de que su mirada se despidiese de la mía para ser ocultada tras sus párpados cerrados a medida que sus labios se deslizaban poco a poco por mi cuerpo y sus manos me ayudaban a mantener las piernas completamente abiertas.


Tal y como había previsto, mi cuerpo reaccionó tan pronto como sus labios llegaron a su destino y su lengua y saliva comenzaron a jugar con mi parte más sensible. Yale evitó que cerrase las piernas al tiempo que yo me esforzaba por mantener mis manos sujetas a la almohada. Entendí a lo que Yale se refería con reactivar tan pronto como sentí como mi miembro viril reaccionaba a su juego y se terminaba de elevar, suplicando un segundo tiempo de partido.


Me quedaba sin aire de vez en cuando y cuando lo recuperaba lo utilizaba únicamente para dejar escapar lascivos gemidos y gritillos que emitía al tiempo que arqueaba mi espalda todo lo que podía, intentando escapar de aquel placer que realmente no deseaba que terminase. Notaba cómo el ambiente volvía a caldearse, notaba cómo mi cuerpo reaccionaba al suyo y como ambos elevaban su temperatura a medida que los segundos se sucedían, cómo gotas de sudor volvían a deslizarse por nuestros cuerpos desnudos y como estos se tensaban y relajaban progresivamente con cada roce, gemido demasiado alto o ruido procedente del exterior.


Recibí a Dracon por segunda vez en la noche dentro de mí y nuestros cuerpos volvieron a agitarse y desearse como antaño lo habían hecho. Como cada día lo hacían, en realidad, pero nunca de aquella manera. Aquella noche estábamos siendo devorados por el otro sin piedad alguna y sin tregua, con los nervios a flor de piel por si alguien nos oía o llamaba a la puerta, con el pesar de haberle sido infiel al reglamento de la Royal Academy, con la emoción de la ahora segunda vez juntos y con la felicidad de que fuésemos nosotros y no otros los que acompañasen al otro en aquella noche especial.


Unos pasos que retumbaban por el pasillo en dirección a mi habitación nos hizo congelarlos de forma casi inhumana, como si todo el calor que nuestro cuerpo había retenido hasta aquel momento se hubiese extinguido para dejar paso al frío más glacial que en mucho tiempo habían sentido. Incluso mi respiración se cortó y mi mirada fue incapaz de alejarse de la puerta, a la espera de que el comandante, el entrenador Samford o el mismísimo Hillman llamase a ella y nos descubriesen. Íbamos a ser expulsados... Iba a dejar de formar parte de la revolución, iba a ser castigado...


— Princeton, tranquilo... —susurró Yale en mi oído pese a estar tanto o más petrificado que yo.


No fui capaz de responder con más que la expiración del poco aire que quedaba en mis pulmones. No me podían pillar, no podía ser expulsado, había trabajado muy duro junto al comandante. No merecía ser expulsado por el incumplimiento de una regla, estaba mal y lo sabía, pero había sido la primera vez, no volvería a pasar... No podían expulsarme.


Los pasos se alejaron en dirección al final del pasillo, pasando de largo mi habitación y cogiendo el ascensor que llevaba a las plantas de abajo y, por lo tanto, a la entrada principal del edificio de habitaciones. No había sido más que uno de los alumnos de la quinta planta, en la cual el ascensor no podía ser llamado pues el botón estaba pendiente de arreglo.


Casi se me saltan las lágrimas del terror, no sería la primera ni la última vez que el comandante venía a despertarnos, solía hacerlo cuando se aproximaba un partido importante y debía de explicarnos la nueva estrategia que había planeado o, en su defecto, enviaba al entrenador Samford a vigilar que todos nos despertásemos a la hora que debíamos.


Sentí como poco a poco Yale volvía a moverse en mi interior, tratando de finalizar lo que estábamos a punto de lograr y logrando que el calor y una pequeña marea de placer volviesen a avivarse progresivamente en mí, como si nada hubiese pasado. Me abracé de nuevo a su cuello mientras que yo mismo me movía junto a él.


— Túmbate, va a ser la hora de que comiencen a prepararse para salir. Será mejor que te pillen con la cara en la almohada... Parece que te gusto mucho, ajolotito. —se burló mientras me ayudaba a colocarme de nuevo sobre el colchón.


Yale no era tan escandaloso como yo, quizás porque al no ser su primera vez había aprendido a controlarse, convirtiendo sus gemidos en leves y dulces regalos que era imposible que nadie más que yo pudiese escuchar. Bueno... Lo cierto es que había uno muy concreto que parecía resistirse a ser acallado, me gustaba mucho ver su rostro de esfuerzo cuando ese momento llegaba y, de hecho, estaba a punto de llegar.


— ¡Prestooooooon! ¡Arriba, soldado! Tenemos media hora para arreglarnos y estar abajo.


— ¡Vamos a destrozar al Raimon!


— ¡Columbia, despierta! ¡Yale! ¡Cambridge! ¡Eton! ¡Vamos, panda de vagos! El comandante está esperando.


"E-El comandante. Mierda... No puedo moverme, estoy a punto..."


— Tranquilo... Y-Ya casi... Estás. —gimió Yale entre susurros mientras llevaba sus manos a mis rosados y erectos pezones.


Tuve que morder muy fuerte la almohada, tanto que poco me faltó para romper su recubrimiento. Aquel gemido de placer máximo que se me escapó cuando mi cuerpo llegó por segunda vez en la noche al clímax, me hizo correr el riesgo de mandar toda una noche de secretismo al traste de un solo sonido que nadie más que Yale debía de escuchar. El cual sonrió satisfecho ante el resultado y soltó mis pezones con cuidado, no tardando mucho más en terminar él también y dejar su esencia en mi interior una vez más, dejándome también escuchar como sufría por dentro tratando de retener aquel precioso sonido que a punto estaba de escapar de entre sus labios.


Ambos necesitamos unos segundos para recuperarnos antes de volver a recuperar la voz, aunque fuese de manera entrecortada. Elevé la cabeza ligeramente para poder ver su rostro aunque fuese sólo de reojo, deleitándome con la dulce visión de cara color carmesí a causa del esfuerzo y del calor, entre otras cosas varias, su boca ligeramente abierta tratando de recuperar el aire, las últimas gotitas de sudor que se deslizaban por su delicada piel y su cabeza gacha, con el cabello adhiriéndose adonde podía, para poder recuperarse cuanto antes.


— ¿Estás bien? —susurré con una sonrisa plasmada en mis labios.


Asintió energéticamente antes de levantar ligeramente la vista para mirarme también.


— ¿Te ha gustado romper las reglas por una vez?


— Bueno... No te acostumbres. —murmuré divertido.


— ¡PREEEEEEEEEESTON! —gritó Stanford desde el otro lado de la puerta.


— ¡Ya estoy despierto!


— ¡Pues contesta, hombre!


— ¡Yale! ¡Columbia! Vaya dos... ¡¡¡ARRIBA!!!


— Vaya... Parece que Yale que tiene el sueño profundo esta noche. —bromeó el propio Dracon Yale.


— ¡Déjalos, Stanford! Ya se las verán con el comandante. Es el castigo por incumplir las reglas. —vociferé guiñándole un ojo a Yale, que me castigó con una rápida estocada que lejos de dolerme me provocó una risa tonta que seguramente se oyó al otro lado de la puerta.


*****


Me vi obligado a darme una ducha fría para quitarme de la cabeza el recuerdo tan nítido que tenía de aquella noche. Era casi molesta la forma en la que mi mente guardaba ciertos episodios de mi vida, tan detallados y completos que casi parecían una película que mi mente reproducía con exactitud y precisión.


Guardé la foto en el interior del cajón de nuevo, no quería seguir viéndola mientras me ataviaba con la ropa de calle que tan pocas veces había utilizado desde mi ingreso en la Royal, ya que habían sido escasos los motivos que me habían llevado a abandonar mi zona de confort y a salir a las calles de la ciudad Inazuma. Se podía decir que prácticamente vivía entre aquellas paredes que ahora por fin estaban exentas del peligro que los imperiales suponían.


Todavía eran las ocho de la mañana, si me apresuraba me daría tiempo a llevar a cabo la locura que tenía en mente. Era un día de descanso, el momento perfecto para hacer lo que tenía pensado sin levantar sospechas a los ojos del comandante. Ya que, aunque fuese raro que saliese de la academia, lo hacía una vez al mes para despejarme y aquel mes de Agosto estaba llegando a su fin sin que todavía hubiese salido, tan solo era cuestión de cambiar la fecha. Mi determinación no aguantaría hasta el próximo domingo, si es que no me abandonaba a los pocos minutos de salir de la Royal.


"Las normas están hechas para romperlas, ajolotito. Lo entenderás cuando decidas qué es lo que quieres hacer"


Abrí mi agenda personal con prisa, pasando páginas y buscando la fecha ya pasada en la cual había apuntado la dirección que me interesaba, temeroso de que alguien me descubriese.


"Ahí está"


Arranqué la hoja con cuidado y la doblé simétricamente para poder esconderla en el interior de uno de mis zapatos sin problemas. Nadie debía de descubrir a donde iba, mucho menos alguien perteneciente o relacionado con la Royal Academy, eso sería un golpe fatal y mi pasaporte directo a la puerta de salida de la academia. Pero, pese a eso, sentía que debía de romper una regla de nuevo, al menos una última vez antes de que aquel estado de incertidumbre me ganase. Tenía que ir allí y recibir respuestas a mis preguntas.


Salí de mi habitación con la dirección nítida en mi mente, al igual que su rostro.


Santuario    


 

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