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Terror en Love Manor || TruTen por Roveldel

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En la Capital del Oeste, un grupo de cuatro adolescentes pasaban la tarde en el parque de atracciones. Lentamente, la noche caía sobre los chiquillos y la brisa marina refrescaba el ambiente, evidenciando la época del año en la que estaban, pero sin mermar las ansias de pasarlo bien de Trunks, Mai, Goten y Marron.

—Chicos, ¿qué me decís de subir a ese sitio? —Mai señalaba una atracción que consistía en una enorme jaula esférica, con capacidad para dos personas, que salía propulsada por los aires, y estaba sujeta por cables a dos enormes columnas de acero.

—Parece un tirachinas gigante —apuntó Goten, con las manos detrás de su cabeza.

—¡Voy contigo, Mai! —Trunks adoraba el arrojo de su chica.

Le tomó de la mano para llevarla corriendo a la atracción.

—Yo quiero un globo —dijo Marron, con gesto más infantil pues, en efecto, era la mas pequeña del grupo. Trunks y Mai pararon su carrera al verla tan triste—. No hemos visto ningún puesto donde vendan, y quiero uno.

—Pues te aguantas —espetó Trunks.

—¡No seas grosero! —Mai se puso en jarras al oírlo—. Yo también quiero uno, ¿vamos a buscarlos?

—Vale —accedió pesaroso el chico de cabellos lila—. Pero es lo que dice Marron, no hemos visto a nadie vendiendo por el parque.

—Mira allí, Trunks —le llamó la atención su amigo en algún punto lejano detrás de él.

Fuera del perímetro del parque, al otro lado de la deteriorada valla metálica que lo cercaba, un gigantesco manojo de globos de colores flotaba atados a un poste al pie de una casa, sin vigilancia alguna.

—¡Vamos, Goten!

El mencionado asintió y, juntos, se lanzaron diligentes hacia el lugar.

—¡Un momento, chicos! —la voz de Mai detuvo a Trunks media carrera de distancia—. ¿No te da mala espina? Esa casa es... espeluznante. 

El muchacho miró detenidamente el edificio. Era una construcción de madera atípica en su ciudad, una impresionante mole de cuatro plantas madera desvencijada, cuyo tejado a dos aguas se caía literalmente a pedazos a causa de los estragos del clima, el tiempo y la desidia. Se hallaba sumida completamente en las sombras, con la sencilla iluminación de una mísera farola que la alumbraba. A cada lado de la puerta de entrada, al final de unas escaleras que daban a un austero a la vez que decadente porche, los siniestros ojos que parecían ser los ventanales de la casa no dejaban entrever nada en absoluto de su interior, ni el movimiento de alguna cortina con el aire que corría y se filtraba a través de los cristales inexistentes. En torno a la construcción, había un descuidado jardín donde crecían con total libertad los cardos, la hiedra trepaba por una fachada lateral de la casa, y albergaba lo que en su día fue un frondoso sicomoro del que sólo quedaban sus fantasmagóricas ramas desnudas y su tronco podrido para el recuerdo. 

—No veo nada especial —Trunks se encogió de hombros y vio cómo se le adelantaba Goten—. Además, los globos están fuera de ella... Tengo que darme prisa, o Goten se quedará con todos y no pillaré ni uno. 

—¡¡Ten cuidado!! —le pidió Mai cuando retomó la carrera hasta la casa. 

Se mordió el labio inferior, preocupada. Entonces, sintió la delicada mano de su amiga Marron buscando la suya. 

—Estarán bien —le sonrió la chica de cabellos dorados—. Vamos a por un helado mientras vuelven. 

La chica morena le correspondió la sonrisa, tratando de despreocuparse de ese par de cabezas huecas que corrían a sólo unos pocos cientos de metros de distancia de ellas.

Llegando al cercado, Goten agarró los cordeles y dio un tirón para arrancarlos del poste que los sujetaba, mirando en derredor buscando al vendedor para darle el dinero. 

—¿Qué haces, Goten? Vámonos ya, las chicas estaban preocupadas, ¿te lo puedes creer? —apremió Trunks. 

Pero su amigo del alma no podía irse de vuelta sin pagar por los globos. 

—Debería estar aquí —El chico de gi naranja miró a la casa—. ¿Crees que le pueda haber pasado algo? Al vendedor, digo. 

—¿Estás tonto? Coge los globos y vámonos. Si el idiota del vendedor los ha dejado aquí abandonados es su problema. 

—Pero, está casa... —dijo embelesado. 

—Otro como Mai —se quejó su amigo entre dientes. 

—Da mucho miedo, Trunks. 

—Mira, Goten, la casa esta se cae a cachos, pero te digo que dentro no hay nada y que el vendedor de globos estará en un bar, de cañas, así que... 

La perorata del muchacho fue interrumpida por un inquietante lamento proveniente de la casa que tenían justo delante, erizando todos y cada uno de los vellos del cuerpo de los dos chicos. 

Efectivamente, dentro de ese lugar tan tenebroso sucedía algo atroz, y sólo les bastó una simple mirada al otro para asentir a la par y ponerse de acuerdo para entrar allí.

Con un agudo chirrido, la puerta cedió en cuanto pisaron los tablones del porche, misteriosamente. Una bocanada de aire cargado de polvo y humedad les azotó la cara, haciéndoles arrugar la nariz de disgusto. 

—Será mejor que no utilicemos la fuerza ni nuestro ki, Goten. 

El muchacho moreno asintió, mirando a las tinieblas que tenía en frente al igual que su amigo: 

—Podríamos destruir la casa y, si hay alguien encerrado, moriría sepultado. 

—¡Vamos allá! —dijeron al unísono para empezar a andar decididamente hacia el interior. 

Sin embargo, algo retuvo los pies de Goten pegados a la tarima y sólo cuando Trunks cruzaba el umbral se dio cuenta de que su amigo no lo seguía, dándose la vuelta sobre sí mismo y observando, anonadado, como unas ramas de hiedra emergían de entre las ranuras del suelo de madera y se enganchaban firmemente a las piernas de éste, anclándolo al piso. Los dos extendieron sus brazos para ayudarse pero, en una fracción de segundo, las enredaderas tiraron hacia abajo del chico, haciéndole atravesar la madera, y Ttrunks quedó encerrado a cal y canto dentro de la casa luego de un soberano portazo. 

—¡¡Goten!! —gritó el chico mirando a través de la ventana por la que estaba a punto de saltar. 

—¡Trunks! —Se escuchó desde algún punto de la casa, pero bajo el suelo de ésta.

"Cambio de planes", pensó el chico de ojos azules. Entre salvar a un desconocido y salvar a su mejor amigo no había color: corrió por el interior de la casa buscando una bajada a la planta inferior. 

Mientras tanto, Goten daba con sus huesos en el duro cemento del oscuro sótano de la casa, buscando desesperadamente una salida. Miró al techo para salir por dónde había entrado, sin encontrar punto de luz alguno. Estaba definitivamente encerrado. Se concentró para encontrar la energía vital de su compañero. Estaba arriba. Acumuló, entonces un poco de energía en la palma de su mano, para usarla a modo de punto de luz, e inspeccionó el lugar para encontrar una puerta, una escalera, o un simple boquete en el techo por el que ascender. 

—¿Goten? 

Apuntó con el haz de luz al lugar proveniente de la voz que lo llamaba. Era imposible. ¿Cómo había llegado su madre allí? Al lado de unas oportunas escaleras, Chichí lo miraba con el rostro compungido y las manos entrelazadas a la altura del pecho. 

—Ma... ¿Mamá? ¿Qué haces aquí?

—¿Cómo has podido hacerle ésto a tu madre, Goten? 

—¿A qué te refieres? 

Intentó aproximarse a ella para abrazarla y brindarle su consuelo, pero se envaró cuando ella le gritó: 

—¡No te hagas el tonto! Ya sé los juegos indecentes que te traes con el hijo de Bulma, y ni vergüenza que te da. 

—Pe... pero... 

—No te reconozco —volvió a sollozar la mujer—. Y yo que sólo quería que fueras un hombre de provecho, como tu hermano, casado con una bella mujer, con hijos, un buen trabajo... ¡¡Y mirada!! Ya estás crecidito y aún andas de aquí para allá con ese muchacho. 

—Mamá, te confundes, yo... 

—¡Me debes respeto, Goten! —demandó Chichi—. Por tu madre, debes dejar de verte con él. 

—¡¿Qué?! —el chico no entendía ni el que su madre estuviera allí, ni el que de pronto le pidiera tal cosa. ¿Qué tenía de malo salir con Trunks? Eran uña y carne, se conocían el uno al otro como las palmas de sus manos. Realmente, no concebía la vida sin él—. ¿Por qué me pides eso, mamá? 

—Lo amas, Goten, y eso no puede ser, no es decente. ¡Es un hombre! 

Las palabras de Chichi agitaron en su mente como un terremoto. ¿De veras pensaba eso ella? Era su madre, no tenía secretos con ella, aunque quisiera siempre sabía lo que tramaba o lo que sentía. Luego entonces, ¿era eso cierto? Pensó en su amigo, en lo feliz que era con su cercanía, en cómo se completaban el uno al otro y que ninguna chica con las que había salido habían sustituido jamás el sitio que Trunks ocupaba en su corazón. Se ruborizó al comprenderlo. 

—Es... es posible, mamá. No lo sabía, yo... 

—Tienes que dejarlo. O él o la honra de tu familia. Elige —su rostro se enfureció y cruzó los brazos en un ultimátum. 

—No. 

—¿Cómo has dicho? 

—¡Que no pienso dejar de ver a Trunks, mamá! —Con las lágrimas a punto de desbordarse de sus ojos por enfrentar el deseo e su madre. 

Extrañamente, la cara de su madre se transformó en una mueca horrenda que sonreía con dientes afilados como cuchillos. Goten dio un alarido de la impresión. Finalmente, y para alivio del inocente muchacho, no era ella. Paralelamente, un grito se escuchó desde la planta inmediatamente superior: "Trunks". Corrió raudo a la escalera para socorrer a su... ¿amor? La luz que aún salía de la palma de su mano tembló al son de las mariposas que pugnaban por bailar en su estómago contraído por la premura. 

—¿A dónde crees que vas? 

Desconcertado, vio como la que creía que era su madre se interponía en su camino, plantándole cara, transfigurada en un horripilante monstruo verdoso con tentáculos, que le sacaba más de medio cuerpo. Dejaba un reguero de babas por donde pisaba y su aliento fétido le pegaba en la cara al joven y apuesto guerrero, que aguantaba estoicamente el rugido con el que pretendió amilanarlo el engendro. 

—Monstruos a mí. 

Y le propinó un puñetazo estómago que lo atravesó de parte a parte y le llenó el puño y medio brazo de espumarajos verde. Parcialmente preocupado por haberse propasado con él, apartó el tambaleante cuerpo del monstruo de su camino y subió volando las escaleras, sin perder un segundo. Trunks lo necesitaba. 

De hecho, Trunks lo necesitaba. 

En la planta superior, su amigo pasaba por una experiencia similar. Analizando el entorno de la planta baja, abría cuanta puerta veía, buscando la puñetera bajada para el sótano, pero ninguna conducía a ese sitio. En la sala principal, una gran alfombra persa cubría el entarimado, y Trunks comprobó que sus pisadas sonaban de forma diferente en un punto concreto debajo de ésta. "Aquí está la entrada", se dijo. Levantó la alfombra, junto con una nube de polvo, y se agachó al descubrir una trampilla justo donde él sospechaba. Asió la argolla de metal de la cual tirar cuando escuchó la dulce voz de Mai llamándolo a sus espaldas: 

—Trunks, ¿qué haces? 

—¡Mai! —El chico se levantó y llegó hasta la muchacha en dos zancadas, tomándola por ambos brazos—. Tienes que salir de aquí, ¡tenías razón! Esta casa no es normal, Goten ha desaparecido y hay alguien... 

—Goten... —dijo Mai con la tristeza asomando a través de sus rasgados ojos negros. 

—¡Sí! Tienes que irte, ¿Marron ha venido también? 

—Ahora lo entiendo todo, Trunks. Te preocupas más por él que por mí. 

—¿De qué demonios estás hablando? Te digo que está en problemas y debes... 

—No lo niegues, Trunks —le cortó ella, con los ojos enrojecidos y llorosos—. Lo he sabido desde el principio, nunca te separas de él, lo compartís todo... —Una lágrima rodó lentamente por su mejilla. 

—Claro que sí, es mi mejor amigo, no podría vivir sin él —Subió una mano a su rostro y le enjuagó las lágrimas con el pulgar—. ¿A qué viene ésto? 

—Acabas de admitirlo. Porque me he dado cuenta de que lo amas más que a mí. Piénsalo Trunks, siempre lo preferiste a él. 

El muchacho se quedó petrificado ante esa resolución, con las manos sobre la piel del rostro de Mai, con la vista perdida en un punto indeterminado. Repasó mentalmente su relación con ella, los momentos que compartían, las emociones que despertaba en él. La quería, pensaba que estaban hechos el uno para el otro, sin embargo... Rememoró algunas de las muchas aventuras vividas junto a Goten, el tándem tan perfecto que formaban en batalla y en la vida, y las sensaciones tan intensas que vivía de la mano de éste. Fijó la vista en los ojos de Mai y se le secó la garganta al darse cuenta que el noviazgo con ella había sido una farsa, un juego de niños que había perdurado hasta su adolescencia. 

Era incomprensible para Trunks el motivo por el que ella  había llegado hasta allí sólo para sorprenderle con esa resolución, pero, en efecto, le hizo ver de una sola vez qué pasaba en su corazón. Tragó saliva como pudo, tratando de no herir los sentimientos de la que aún era su novia. 

—Lo siento, Mai —susurró—. T-tenemos que salvar a Goten. 

Le cogió la mano y se giró para ir con ella hacia la trampilla que los conduciría sótano. Pero no se movió. A pesar de ser una chica ruda, Mai no destacaba por tener una fuerza sobrehumana, por eso se extrañó cuando, tironeando con más intensidad de como solía actuar con ella, no lograba moverla de su sitio. Miró hacia atrás y gritó al comprobar que quien estaba a sus espaldas no era la chica, sino una bestia peluda con bastante más envergadura que la muchacha, similar a un hombre lobo. 

Los enrojecidos ojos del licántropo refulgían en la penumbra de la estancia y, gruñendo detrás de una terrorífica caja de dientes, se lanzó sobre el muchacho para asestarle un mordisco en el gaznate. 

—Monstruos a mí —dijo Trunks. 

Aprovechando el inútil movimiento del gigantesco animal y el agarre que ejercía sobre su zarpa, tensó la extremidad peluda con ese brazo y le propinó un rodillazo en la boca del estómago con la misma velocidad que el bicho se cernía sobre él. Sin aliento, el hombre lobo cayó de rodillas en el suelo inconsciente, y Trunks tuvo vía libre para buscar a su... amor

Puede que no fuera la verdadera Mai, pero gracias a ese extraño ser transformada había abierto los ojos a una realidad esclarecedora. El corazón le latía a mil revoluciones por segundo, detestando cada instante que estaba separado de Goten, sin saber qué sería de él. 

Se agachó para abrir la portezuela y ésta salió despedida por los aires, emergiendo de la oscuridad que ocultaba ese bondadoso chico por el que, sin ser consciente hasta ese momento, bebía los vientos. 

—¡Goten! 

Éste se lanzó sobre él en un abrazo desesperado, temblando de la emoción por reunirse con Trunks. 

—¿Estás bien, Trunks? Te oí gritar —preguntó el muchacho moreno separándose un poco de él y tomándolo por los hombros. 

—Y yo a ti también —Rio. Puso ambas manos en torno al cuello de Goten, notando su palpitar alocado y el calor que irradiaba su piel—. Temí que te hubiera pasado algo grave. 

—Estoy bien —le tranquilizó el otro, posando una mano sobre la de Trunks y apretándola con cariño. 

Durante un instante, se olvidaron del entorno, de la siniestra casa, del los sobrecogedores monstruos... y de los globos. Sólo estaban ellos, el destello de los ojos azules de uno y la luz cálida de la sonrisa del otro, guiándoles el camino hasta sus labios. 

—¡Ejem! 

Un carraspeo interrumpió su momento, obligándolos a ambos a mirar en su dirección. Con un par de palmadas, se hizo la luz dentro de la cochambrosa estancia y un anciano decrépito con ropajes largos, que consistía en una especie de túnica aterciopelada de color azul oscuro, apareció junto a ellos. 

Los chicos abrazados y en íntima cercanía se soltaron presos de la vergüenza de haberse visto sorprendidos, fuertemente sonrojados. 

—¡Bienvenidos a Love Manor! La casa donde encontraréis a vuestro amor verdadero —anunció el viejo con una reverencia. 

—¿Cómo dice? —preguntaron los muchachos. 

—Disculpad mis modales. ¡Soy el brujo Ketes Trujo! Hace tiempo que el parque tiene bastante abandonada está atracción, han sido muchas las veces que han tratado de cerrarla, no sé porqué razón... A lo que iba, mi función es la de hacer un par de trucos de magia para acercaros, tortolitos, y que sea quien sea el que entre en esta mansión, saldrá de aquí con la certeza de quién es su alma gemela. 

—Así que.. Goten y yo... 

—Oh, pero que parejita más tierna —el anciano sonrió y parpadeó varias veces—. ¿Es que no os habíais dado cuenta de la suerte que tenéis de teneros el uno al otro? —los chicos se miraron de reojo, completamente turbados—. Bueno, yo me voy y os dejo a solas un poco más. Apagad las luces y tirad de la puerta cuando os marchéis. ¡Ricolino! 

Y, tras ese grito que parecía ser un conjuro, una nube de humo morado lo envolvió y desapareció del lugar. 

—Vaya con el viejo —se quejó el moreno. 

—Goten. 

Éste volvió la mirada a su hasta Trunks, que sonreía cómplice. Él le correspondió y le tomó las manos para pasarlas justo donde las había puesto antes, atrayendo sus rostros, juntando las frentes, rozando la punta de sus narices. Lo siguiente fue inevitable. Sus labios se unieron tímidamente, temerosos de encontrar alguna sensación incómoda o desagradable. Por el contrario, sólo había ternura y calidez, y la trepidante sensación de estar cometiendo alguna travesura como hacían desde que eran dos mocosos. 

Sin monstruos, ni miedos, ni culpas. Solos los dos.

 

FIN.

 

 

 

 


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