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Las perlas de Agra por EmJa_BL

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Notas del fanfic:

Esta historia es omegaverse y está basada en el libro de sir Arthur Conan Doyle "El signo de los cuatro" y es la continuación de una historia anterior: "Los ópalos de Baker Street"

Notas del capitulo:

¡Hola a todos!

A los que me conozcas ya, bievenidos de nuevo, estoy encantada que que os haya gustado la historia de Los ópalos de Baker Street lo suficiente como para continuar.

Los que sois nuevos gracias por la confianza y os invito a leer la primera parte, porque si no creo que no entendereis muchas cosas de las que ocurren.

 

- ¿Oyes eso? - dijo John después de un intenso silencio en el que Sherlock le había estado clavando la mirada, expectante. Holmes frunció el ceño, la rodilla que tenía en el suelo le estaba comenzando a molestar y se le estaba durmiendo la pierna.

 

- ¿Qué se supone que tendría que oír? - respondió con otra pregunta, molesto. En el salón estaban ellos solos y llegaban vagamente los sonidos amortiguados de la calle: un carruaje pasando, un murmullo vago de gente, nada fuera de lo normal.

 

- Ella está llorando. Voy a ver si la señora Hudson necesita mi ayuda.

 

Watson se levantó de su sillón como si de repente le quemase, apartando la mirada de Sherlock, que seguía arrodillado y con la caja que contenía el anillo entre sus largas y delicadas manos.

 

- Si nuestra hija está llorando ahora es que se ha quedado irremediablemente afónica, porque yo no oigo nada. - protestó, viendo cómo era completamente ignorado por Watson quien ya estaba saliendo corriendo de la habitación. - ¿John?, ¡John!

 

Sherlock tardó unos segundos en reaccionar. ¿Qué acababa de pasar? Se preguntaba a sí mismo mientras se levantaba pesadamente del suelo y guardaba la cajita de nuevo en el bolsillo de su abrigo. Había seguido el procedimiento tal como tenía entendido que se debía hacer. Se había arrodillado y le había ofrecido el anillo mientras se lo pedía. Y John, para su inmensa sorpresa, había salido huyendo. 

 

No le cabía en la cabeza. ¿No le había gustado el anillo, sentía vergüenza? Sherlock sí que quería morir de vergüenza y estaba absolutamente indignado.

 

Se quitó el abrigo con rapidez y lo arrojó sin ningún cuidado encima del sofá para después ir escaleras abajo hasta el piso de la señora Hudson, donde tal como esperaba, encontró a John con ella y su propia hija.

 

- Los tenía guardados. Algunos se han quedado pequeños pero en cuanto supe que ibas a volver hice más trajes para Ella. ¿No te parece que está absolutamente adorable? - expresó desbordante de alegría la señora Hudson mientras alzaba a la niña a la que había vestido con una camisola de punto azul celeste que hacía juego con un gorrito hecho del mismo modo y un cubrepañales en blanco.

 

John se echó a reír al ver la cara de disgusto que ponía la niña y cómo luchaba por quitarse el sombrero.

 

- Desde luego que sí. Démela un momento, creo que debería darle una toma antes de la siesta.

 

La mujer se la pasó encantada sin quitarle los ojos de encima y sonriendo como una boba viendo como el bebé se aferraba a su madre y lo abrazaba, no sin antes conseguir quitarse el gorro y arrojarlo al suelo.

 

Lejos de molestarse, la señora Hudson se agachó a recogerlo riéndose mientras Watson tomaba asiento en uno de los sillones del salón con la niña aún encima y Sherlock sintió la sangre hervir al ver que estaba siendo totalmente ignorado.

 

- ¡Señora Hudson! ¿Verdad que Ella no estaba llorando? - se dirigió a ella con el tono de un niño exigente y el ceño fruncido.

 

- ¿Llorando? No, claro que no, pero desde luego que tiene un carácter fuerte. Me ha costado mucho vestirla.

 

Sherlock asintió satisfecho ante la confirmación de lo que él había dado por sentado y después se giró para encarar el sillón donde estaba su pareja y su hija.

 

- ¡John, exijo una explicación!

 

Nunca, en todos los años que se conocían, Holmes había conseguido nada de John exigiéndoselo. Podía haberlo manipulado o usado, pero por supuesto que nunca había podido ordenarle nada directamente.

 

- ¡Dios mío, eres insufrible, Sherlock! ¿No ves que estoy ocupado ahora? - se quejó mientras comenzaba a desabrocharse el chaleco.

 

- ¿Que yo soy insufrible? ¡Te acabo de pedir matrimonio! ¿No te parece una falta de cortesía dejarme sin una respuesta?

 

John suspiró con pesadez. Ya se había desabotonado el chaleco y estaba haciendo lo propio con la camisa mientras Ella tiraba de ella hacia abajo para intentar descubrir uno de sus pezones. La señora Hudson le acercó la manta de la niña para que se tapase púdicamente el pecho y John le dio las gracias, colocando con gran maestría a su bebé en la posición correcta y tapándole la cabeza con la manta para que no se viese como mamaba.

 

- ¿Me dejas al menos un día para pensarlo? - dijo finalmente Watson.

 

- ¡Por dios, no! ¿Qué diablos hay que pensar? ¿Sí o no, John? Es muy sencillo.

 

- Entonces no. ¡Y ahora déjame en paz! - respondió molesto y después posó su mirada en los rizos de su hija, acariciándole la cabeza.

 

Tremendamente sorprendido y a penas pudiendo contener el enfado bajo un fuerte ceño fruncido, Sherlock le clavó la mirada a John mientras decía:

 

- Señora Hudson, váyase un segundo de aquí. 

 

- ¡Pero esta es mi casa! - protestó la mujer, frunciendo el ceño a su vez.

 

- ¡Solo váyase y llévese a Ella! - gritó Sherlock.

 

- ¡De eso nada! ¡Señora Hudson, quédese donde está! - contestó Watson, alzando por fin la mirada para enfrentar la de Holmes y él también se veía terriblemente enfado.

 

- ¡No le des órdenes a la señora Hudson!

 

- ¡No se las des tú!

 

Ambos hombres se gruñían como fieras rabiosas y Ella se movió nerviosa y se separó del pecho de John levantando la cabeza y mirando primero a su padre y después a su madre mientras un puchero se formaba en sus labios.

 

- ¡Oh, cielos! ¿Querías hacer el favor de parar, caballeros? Vais a asustar a la niña.

 

Sherlock miró a su hija y se sonrojó al ver el pecho descubierto de John, ya que la manta se había caído al suelo al moverse el bebé. John siguió su mirada y se sonrojó también al ver que miraba su pezón y carraspeando se levantó la camisa para cubrirlo, pero Ella se giró para volver a mamar y al ver que lo había tapado soltó un sollozo, preparándose para llorar.

 

Watson miró apesadumbrado a la pequeña. No soportaba cuando ponía aquella cara de pena, le removía el corazón. Agarrándola con más fuerza para asegurarse de que no cayese, se echó hacia delante con la intención de coger la manta pero Sherlock se adelantó y la alzó frente a él para que no tuviera que agacharse.

 

- Esta vez, y sin que sirva de precedente, debo admitir que la señora Hudson tiene razón. - dijo Holmes.

 

John alzó su mirada oscura incrédulo que se topó con la clara de Sherlock. En su expresión quedaba reflejado que no estaba nada conforme con la inesperada respuesta que había recibido de Watson ante su seria propuesta, pero también dejaba entrever que no pensaba retomar esa conversación, al menos por el momento.

 

Un nuevo caso, pensó John, era lo que necesitaban ahora mismo ambos para calmar las cosas y olvidar el asunto y como si Dios hubiese escuchado sus plegarias alguien llamó al timbre.

 

Sherlock saltó con la emoción que le proporcionaba siempre la expectativa de un nuevo caso, si acaso eclipsada ante la perspectiva de que resultase tan solo un burdo misterio que no precisaba de ningún tipo de esfuerzo intelectual.

 

- Señora Hudson, espere un minuto y abra entonces la puerta. - dijo mientras salía corriendo escaleras arriba.

 

Martha suspiró y negó con la cabeza mientras miraba con reproche a Watson, a quien también se le había iluminado los ojos ante la perspectiva de volver a las andadas.

 

- De acuerdo, abriré ahora, pero ya que me dais tantas ordenes te exijo, John, que termines de amamantar a esa adorable criatura antes de subir.

 

- ¡Iba a hacerlo, señora Hudson! - se quejó molesto, pero la mujer decidió ignorarlo y cerró la puerta para darle privacidad, algo que sin embargo no le gustó nada a John, que quería asomarse para ver quién aparecía.

 

Con gran amabilidad, la señora Hudson abrió la puerta principal y saludó a una mujer de mediana estatura, joven, de piel fina y notable circunferencia, que iba acompañado de lo que parecía ser su guardaespaldas, una persona de aspecto sospechoso, bien vestido y con un ojo de cristal.

 

Los acompañó hasta el piso de arriba donde Sherlock Holmes ya los esperaba con una expresión serena que no reflejaba la expectación que por dentro sentía.

 

Holmes se dio cuenta en tan solo un vistazo que el hombre no era en absoluto interesante a pesar de su amenazante apariencia. En realidad su aspecto era transparente con respecto a su personalidad y ocupación, incluso a su pasado. Un traje caro no podía ocultar el clásico perfil de guardaespaldas venido de los barrios bajos, con gran fuerza pero seguramente poca técnica para la pelea, como bien dejaba entrever el ojo que le faltaba. La mujer, en cambio, sí que parecía ser una persona interesante.

 

Tenía las facciones bonachonas de un cerdito, parecido que se acentuaba al estar enfundada en un traje rosa  muy escotado. Puede que pareciera un animalito, pero no tenía desde luego expresión de muchacha inocente. No, tenía los ojos resueltos de una manipuladora que se hacía la mosquita muerta.

 

- La señora Charlotte Ehle y su sirviente. - anunció la señora Hudson antes de retirarse.

 

Entonces Sherlock sonrió muy levemente e invitó a la clienta a sentarse en la silla reservada para aquellos que venían a exponer su caso y el hombre permaneció de pie a su espalda, con las manos a los costados, alerta, con los músculos tensos.

 

- Bienvenida, señora Ehle. Mi más sentido pésame por la muerte de su marido, aunque he llegado bastante tarde, ¿cuánto hace? ¿Cuatro años, cinco, tal vez? 

 

- Cinco, de hecho. - respondió sin esconder su asombro mientras se sentaba. - ¿Puedo preguntar cómo lo ha sabido?

 

- Lleva puesta la joya que le ha regalado uno de sus amantes. No creo que se atreviese a hacerlo estando su marido con vida. Su marido era un hombre de gustos austeros, por lo que refleja su anillo de casada, no le hubiese regalado nunca una joya tan ostentosa como esa. Conclusión: el señor Ehle está muerto, algo poco sorprendente teniendo en cuenta que era un hombre de avanzada edad. Usted ya no lleva luto, lo que quiere decir que como mínimo han pasado tres años desde su muerte.

 

- ¿Cómo sabe que esta pulsera no me la regaló mi marido? Podía habérmelo comprado yo por capricho - mostró su muñeca interesada, en la que reposaba una gran pulsera de oro de filigranas con amatistas incrustadas.

 

- No me refería a la pulsera, sino a su collar. - dijo mientras su mirada volvía a bajar al cuello de la mujer. Ella miró su propia joya hecha con dientes de ciervo más sorprendida si cabía. Había pensado que Holmes le miraba el escote por el simple hecho de ver su exuberante pecho, pero de pronto se hizo claro que no era eso lo que estaba mirando. - Creo sin duda que fue mala idea por su parte intentar imitar el que el rey regaló a la reina. La fecha marcada en los dientes es tan solo de hace dos años. Tengo buena vista.

 

- ¡Oh, dios! ¡Tiene usted razón, qué descuido por mi parte! Pero hasta ahora nadie se había dado cuenta aun estando visible.

 

- Con la poca frecuencia con la que se lo pone no es de extrañar. - antes de que Charlotte preguntase, se apresuró a aclarar - El collar está como nuevo, tal vez lo sea, pero lo más seguro es que usted no lo use con frecuencia, solo para prevenir. Ha decidido ponérselo deliberadamente para ponerme a prueba. Además, teniendo tantos amantes no puede permitirse llevar las joyas que le regalan unos en presencia de otros.

 

- ¿Siempre es tan desvergonzado como para acusar a alguien de tener varios amantes?

 

- Cuando tengo razón desde luego que sí. Al principio solo era una suposición, pero al no obtener queja por ello la primera vez que le he hablado de "amantes" ha quedado confirmada.

 

- ¿Le molesta?

 

- En absoluto. No podría importarme menos. Lo que me importa ahora es saber para qué me necesita, señora.

 

Charlotte sonrió de manera encantadora y no se hizo de rogar.

 

- Anoche hubo un robo en mi casa. Mi situación, como usted bien ha apuntado es "delicada", por así decirlo. No puedo recurrir a la policía sin revelar que tres de mis amantes visitaron esa misma noche mi hogar.

 

- Pero hay algo más. Aunque pudiera recurrir a la policía sin miedo a manchar su reputación no lo haría porque dispone de medios mucho más efectivos que las ineficaces fuerzas de la justicia de Londres. Si ha decidido acudir a mi es porque algo extraño envuelve dicho robo.

 

- Así es. La diadema de perlas que guardaba en mi propia alcoba desapareció. Ni ventanas rotas ni puertas forzadas. Ninguno de mis sirvientes oyó nada y tampoco había símbolos de violencia en la caja donde lo guardaba. Quien lo sacara cerró después la caja de tal modo que pareciera que nunca se había abierto.

 

- Y está usted segura de que fue abierta. - dijo Sherlock con cierto burlón mientras sus ojos centelleaban.

 

- ¡Desde luego que sí! ¿Si no cómo hubiera sacado la diadema?

 

- Tal vez pueda responder a eso, pero no nos precipitemos. - dijo mientras se levantaba, recolocándose la chaqueta con aire digno sin dejar de mirarla y añadió. - Si me da cinco minutos tan solo para ver la escena del delito tal vez entonces considere comunicarle mis impresiones.

 

Así el señor Holmes aceptó el caso. Aunque a priori le parecía aburrido y predecible, estaba dispuesto a darle una oportunidad. No era la primera vez que un caso le sorprendía tornando su aparente sencillez en un intrincado acertijo. Naturalmente que buscar un objeto robado no era tan divertido como cuando había vidas humanas en juego, pero era mejor que estar parado esperando y dándole vueltas al rechazo que había recibido de John.

 

Watson mientras tanto alimentó a su hija hasta que esta se quedó dormida aun con el pezón en su boca. Él la separó con cuidado para volver a abrocharse la camisa y el chaleco. Desde que daba de mamar a su bebé ya no acostumbraba a llevar corbatas.

 

Después envolvió a Ella en la manta y se quedó embelesado durante unos instantes mirándola. Su piel era tan blanca y suave, y su pelo rizado le volvía loco. Le encantaba meter los dedos entre sus bucles dorados y acariciarlos con suavidad para que estos no se deshiciesen.

 

La señora Hudson lo observaba y un leve sollozo escapó de sus labios, sorprendiendo a Watson, que la miró consternado.

 

- No te asustes, querido. No me pasa nada. Es solo que estoy tan contenta de que estéis los dos aquí. Bienvenido a casa.

 

- Gracias, señora Hudson. - respondió con una sincera sonrisa mientras se levantaba con su hija en brazos.

 

- La cuna sigue montada en la habitación de Ella. - le indicó la señora Hudson.

 

- Pero no puedo subir ahora, Sherlock está recibiendo a un cliente.

 

-Oh, pero si ya se ha ido y Sherlock con él.

 

- ¡¿Qué?! - gritó más fuerte de lo que le hubiera gustado, pero por suerte Ella no se despertó, solo se revolvió molesta y cambió de postura. - ¡Maldito cabrón! ¿Hacia dónde se ha ido?

 

- Creo que tomó un carruaje hacia Oxford Street.

 

- Toma, quédese con Ella. - dijo casi con desesperación mientras se la entregaba y echó a correr.

 

La señora Hudson suspiró. Ninguno de los que habitaban en el 221B de Baker Street había olvidado la angustia y el dolor que experimentaron durante la desaparición de Ella y sabía que era un símbolo de extrema confianza por parte de John haberle dejado de ese modo tan precipitado con su preciosa hija. Sin embargo, la señora Hudson no podía evitar mirar la puerta con desaprobación antes de comenzar a subir las escaleras.

 

- Tienes a un par de idiotas por padres, Ella. No sé si compadecerte o felicitarte. - le susurró confidente al bebé y después sonrió. 

 


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