# Capítulo 35: Adam y Enrique. #
Enrique salió corriendo de casa para tomar un taxi. Con la cabeza como la tiene, no podía conducir. Le hizo la parada a uno y lo ignoró. Le hizo la parada a otro y al dar la dirección le dijo "no patrón, esta del otro lado para donde voy" y así siguió teniendo más negativas. Empezaba a ponerse de malas e incluso pensó en irse corriendo.
-¡¿Por qué?! -despeina su cabello con desesperación-. Entre más quiere uno las cosas más se le complican. Necesito llegar ya, y esto no tiene para cuando-. Finalmente le hizo la parada a un taxi y en este si pudo subir-. Muchas gracias.
-¿Se encuentra bien 'ñor? -pregunta preocupado el taxista.
-Si. No sabe como me ha ayudado en este momento -le platica mientras van en camino-. Nadie quería hacerme la parada. Y tengo la urgencia de ir a un lugar.
-¡¿Se le puso alguien mal?!
-No, pero si no voy ahora para allá, seré yo el que se ponga mal.
-¿Tan culera esta la situación patrón?
-No, en realidad es algo bueno, pero... verá, por ciertas cuestiones estuve distanciado de mi hijo. Y ahora después de muchos años puedo volver a verlo. Por eso no puedo esperar más o siento que moriré.
-Ande, entonces así está la cosa.
-Si. No sé que decirle, estoy muy nervioso. Pero ansío verlo más que nada en el mundo.
-Se ve buena onda. Yo creo que su chamaquito se va a poner feliz de verlo.
-¿Usted cree? La verdad ni siquiera le traje un presente. Olvidé ese detalle por completo.
-No se apure. Mire, póngalo desde su punto de vista. ¿Usted que es lo que más necesita de su padre?
-Su amor.
-Pus ahí 'ta patrón. Mire, los hijos siempre necesitamos el cariño, la atención, comprensión y aprobación de nuestros jefes. Si usted le da eso a su chamaco, esta del otro lado. Si, no digo que no van a haber pedos, porque esos hasta en las mejores familias, dicen. Pero si es importante respetar esos puntos en cualquier relación ya sea de padre e hijo o de pareja. No importa, cualquiera pero siempre eso ayuda un chingonal. Y con eso hasta un regalo físico pasa a segundo plano.
-Gracias, no sabe cuanto me ha ayudado, en serio. En todos los sentidos señor.
-Ya ve, uno en el taxi le hace hasta de todo. Y vendo garnachas los domingos -suelta a reír seguido de él.
Aquél buen hombre había logrado tranquilizar un poco a Enrique, era verdad. Lo que siempre había pedido de su padre, era todo aquello que él mencionó. Y tristemente nunca pudo obtener.
-Servido patrón.
-Muchas gracias -le paga con un billete grande.
-Ahorita le doy su cambio.
-No, así esta bien. Lo otro es por el servicio extra.
-No pus señor -le dice tan contento que estaba a punto de llorar-. Que Dios lo bendiga. Ya no hay gente como usted.
-Eso es lo que debería decir yo. Realmente usted me ayudó y nada quita la reciprocidad de trato.
-Patrón, pus que le vaya bien y suerte con todo. Mis chamacos van a cenar bien rico hoy gracias a usted.
-No señor, eso fue gracias a su trabajo. Y ya no le quito más tiempo, para que vaya a comprar la cena de sus hijos.
Luego de un par de frases más, el taxista se fue de lugar mientras que Enrique siguió su camino. Tocó el timbre y espero a que alguien saliera a abrir.
-¡Señor Enrique! -lo recibe alegre Alejandra-. Buenas noches.
-Buenas noches hija. Espero no molestar.
-¡Nada de eso! Pase por favor.
-Muchas gracias.
-¿Se... encuentra bien? -le mira preocupada. Él río y supuso que si dos personas le preguntaban lo mismo, era porque realmente se veía mal.
-Si, gracias.
Al entrar vio que habían varias personas en el lugar. Entre Adam, Samantha, Jonathan, Daniel, Leonardo, José, Alejandra y Damián, además de él. Esto ya parecía más bien una reunión familiar, como de esas que siempre se dan en fin de año.
-Buenas noches -saluda el señor a los presentes y todos le responden como si se tratara de un familiar más llegando al hogar.
-Hola amor -se acerca a él Samantha.
-Hola -le sonríe dulcemente y comienza a buscar a Adam con la mirada. Al encontrarlo fue como si lo viera por primera vez. Sintió como si el piso se le moviera, su corazón latía lento pero fuerte, tanto que era doloroso. Incluso podría jurar que lo oía retumbar en sus oídos. Y así el tiempo se congeló, de pronto era como si viera a un pequeño y no a un casi adulto. Y era natural, para todo padre, sus hijos siempre van a ser sus "pequeños" sin importar la edad que estos tengan.
-¿Enrique?
-Amor... lo siento, creo que estoy un poco mareado.
-Señor, ¿esta bien? -Adam se acercó a toda velocidad, estaba lleno de angustia y no era para menos. Realmente se veía mal, tanto que ya era la tercera vez que le preguntaban eso en menos de una hora.
-Si... no, la verdad creo que...
-Ale, ¿lo puedo llevar a la habitación?
-¡Claro! ¡Eso no se pregunta! Vamos.
Adam llevó a su padre hasta su cama. Allí lo tumbó y Enrique sonrió afligido.
-Tu estas mal y aún cuidas de mí. Eres un buen muchacho -toca su rostro y pica uno de sus ojos por el temblor en su cuerpo-. Lo siento.
-No, no hay tos -ríe un poco, la situación por mucho le pareció divertida. Era como un "me pago un bien con un mal," aunque claro que esa no había sido la intención.
-Soy un caso.
-Si, bueno, no -frunce el ceño- No, la neta si -suelta a reír, ahora con más fuerza. Desde que conoció a su padre le pareció un hombre de lo más divertido, gentil y amoroso. Por ello deseaba de todo corazón verlo feliz y bien-. Ya fuera de broma, lo voy a tapar, póngase cómodo e intente dormir un poco, ¿si?
Enrique se dio la vuelta y dejó caer el camafeo del bolsillo de su pantalón.
-Esto... -Adam lo tomó y sintió como si la sangre abandonara su cuerpo, estaba agitado y era notorio en su respiración.
-Tú lo sabes, ¿cierto? -toma asiento mientras observa a su petrificado hijo-. ¿Quieres saber la historia?
Adam no logró pronunciar palabra alguna. Sólo miró a su padre, quien gentilmente sujetaba su mano y le brindaba una cálida sonrisa.
-Adam, mi niño, mi bebé -suelta a llorar-. ¿Me dejarías escuchar primero tu historia?
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