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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

Últimamente, las escenas son cada vez más extensas.

X
 
Nicolás había regresado temprano a casa, cuestión poco frecuente pues su trabajo de editor lo ataba durante horas en la oficina, sumado el hecho de que a veces ni siquiera almorzaba por terminar a tiempo con sus obligaciones. Cuando llegó, se encontró con que sus padres estaban preparando la mesa para comer, y al verlo, le miraron con sorpresa.
 
–Hola hijo, que bueno que llegaste temprano, podremos comer juntos –su madre se acercó para abrazarlo y darle un beso en la mejilla–, hoy preparé algo delicioso.
 
–¿En serio?, me iré a lavar las manos y vuelvo. ¿Cómo estás, papá? –Nicolás, después de saludar a su madre, se acercó hasta su padre y le besó–, ¿te fue bien hoy?
 
–Sí, hijo, aunque llegué muy cansado, ¿y tú?
 
–Me fue bien, terminé todo el trabajo antes de lo que había pensado, por eso llegué antes.
 
–Ya, ve a dejar tus cosas y lávate las manos para que vengas a comer –dijo la madre, regresando a la cocina–. Tú también, querido, voy a servir la comida.
 
Nicolás subió a su dormitorio, dejó su bolso, se quitó la chaqueta y se encerró en el baño; se mojó el rostro abundantemente y agitando su cabellera negra, se miró al espejo y contempló su semblante: se veía cansado, las ojeras se habían marcado más debido a la falta de sueño, sumado a que no se estaba alimentando bien, muchas cosas pendientes y tan poco tiempo para hacerlas. Necesitaba un cambio. “Vacaciones”, pensó, secándose la cara.
 
La cena transcurrió en medio de breve diálogos, preguntas dirigidas por la madre hacia su hijo y viceversa, acerca del trabajo y las cosas ocurridas durante el día, en tanto que el padre se limitaba a hacer uno que otro comentario. Cuando terminaron de comer y su madre se levantó para recoger el servicio, el hombre le dirigió la palabra.
 
–Tu madre me ha dicho que piensas viajar. ¿Es cierto?
 
–Sí, papá.
 
–¿Cuándo? –continuó en tanto bebía de su copa.
 
–No todavía, tengo que preguntarle primero si puede recibirme en su casa –dijo, mirando a su padre, luego bajando la vista a su plato sin terminar. Comía despacio, razón por la que siempre quedaba de último.
 
–Es mejor que la llames antes de ir.
 
–Lo haré, pero tengo cosas que resolver antes de irme.
 
–¿Ah, sí?, bueno, tú sabes lo que tienes que hacer, son tus obligaciones, tus responsabilidades, y en eso no me entrometo, tu madre también lo sabe.
 
–Lo sé, papá. 
 
La mirada de Nicolás se ensombreció por un momento. Hablaba poco con su padre y los momentos como ese, igualmente escasos, le provocaban cierta nostalgia.
 
–¿Te sirvo un poco? –le preguntó, señalando la botella de vino de la que él mismo se había servido.
 
–Bueno –dijo, extendiendo la copa limpia que tenía a un lado del plato–. Gracias.
 
–Ahora termina de comer –dijo, acabándose su vino y después levantándose–. Disculpa, hijo, iré a ayudar a tu madre.
 
Antes de irse, su padre le besó la frente y se fue a la cocina, dejando a Nicolás solo en el comedor, acompañado únicamente por el tictac del reloj.
 
… … … … …
 
El cambio de turno se había efectuado sin problemas. Los tres muchachos llegaron con el tiempo suficiente para cambiarse tranquilamente y tomar sus lugares, sin recibir ninguna queja por parte de don Julio, quien ya estaba, con su habitual cortesía, recibiendo a los comensales que llegaban a esas horas de la tarde. Un poco atrasada fue la aparición de Francisco, con paso acelerado, pues pensó por un momento que no llegaría a tiempo. Ignacio era el único que trabajaba a tiempo completo en el restaurant, así que no fue sorpresa verlo tras la barra con su acostumbrada expresión malhumorada.
 
–Qué bueno que llegas –dijo Sebastián al ver a su amigo llegar a toda prisa junto a Cristina y a él. Francisco, quien caminaba a medio arreglarse, intentando hacer el nudo de su corbata sobre su blanca camisa, se dio por vencido y dejó sitio a Cristina para hacerlo.
 
–Gracias, si hubiera llegado antes, no tendría que preocuparme por estos detalles –dijo Francisco, luego dio un beso a Cristina y estrechó la mano de su amigo Sebastián–. Y, ¿cómo les fue con su almuerzo?
 
–Bien, aunque al final no pude almorzar con ellos –dijo Sebastián–. También me retrasé y no alcancé a llegar.
 
–Oh, entiendo, entonces Cristina, ¿almorzaste con Alejandro? –Francisco se dirigió ahora a la chica.
 
–Sí, almorzamos los dos –respondió.
 
–¿Y te dijo algo?, ¿Alejandro te habló de lo ocurrido? –continuó Francisco.
 
–Si me contó, no sé si haya sido todo, pero al menos la gran mayoría –dijo Cristina–, pero saben, no creo que sea este el lugar ni el momento para conversar el tema. Además, no soy yo la que debe explicarlo.
 
–Es verdad –comprendió Francisco–, y hablando de Alejandro, ¿dónde está ahora?
 
–Está atendiendo a los recién llegados, en la terraza –dijo Cristina, buscando con la mirada a su amigo, que estaba afuera tomando los pedidos–. Deberíamos ir también, este lugar se llenará de un momento a otro.
 
–¡Sí!, pero oigan, estaba pensando que, cuando todos tengamos el día libre, podríamos salir los cuatro, a comer o visitar algún parque de la ciudad –propuso Francisco entusiasmado–. Así podremos conversar sin tener que preocuparnos del jefe.
 
–Me parece una buena idea, quizá podamos pedirle a don Julio que nos de libre un domingo o algún día en que no nos necesite –dijo Sebastián–. Uno de esos días en que va a hablar con los proveedores o tenga que hacer limpieza al local, yo qué sé.
 
–Hablemos con él un día –dijo Cristina, tomando las bandejas y separándose de su novio y su amigo–, pero no ahora, ahí viene don Julio con más personas.
 
Los tres chicos se fueron a sus lugares y, con sus mejores sonrisas, dieron la bienvenida a sus clientes. Una de las personas que llegó era una chica que se sentó en la barra y Julio, tras dirigirle unas palabras, habló a Ignacio.
 
–Atiende a la señorita, por favor, yo regreso en un momento. 
 
Acto seguido, el administrador abandonó el local, dejando a la chica sola con el bartender.
 
–¿Cómo te ha ido? –preguntó Ignacio.
 
–Bien, como siempre la verdad, mi trabajo no es muy diferente de lo que haces tú –dijo la chica, mirando distraídamente las botellas de alcohol ubicadas detrás de la barra–. Ha crecido mucho este local, recuerdo cuando lo inauguraron, apenas si tenían cerveza. ¿Les ha ido bien?
 
–Así es, de lo contrario no me habrían contratado para este trabajo, ahora mismo paso más tiempo aquí que en cualquier otro local de la ciudad, y sabes que trabajo no me falta.
 
La chica miraba complacida a Ignacio, sabía que todo lo que el bartender decía era verdad, a pesar de su falta de modestia. Lo conocía hace algún tiempo y sabía de primera mano lo bueno que eran sus cócteles.
 
–Dime, Katerina, ¿cómo van las cosas en «la Dama Azul»? –preguntó Ignacio, ofreciéndole una delgada copa que contenía un líquido con sutil olor a menta–. La casa invita.
 
–Todo bien, mi jefa pronto cerrará un negocio importante y, cuando esté hecho, organizará una gran fiesta en el local.
 
–Qué interesante, ¿el jefe fue a hablar con ella ahora? –preguntó Ignacio, mirando la puerta por donde Julio había desaparecido.
 
–Puede ser, él también está en este rubro, tal vez le interese crear una especie de alianza con mi jefa –especuló Katerina.
 
–Debe ser eso, sabes que este no es el único local que administra el jefe –dijo Ignacio–. Julio es muy ambicioso en ese sentido, pero no por ello se deja llevar. Él también hace buenos negocios.
 
–Lo sé, por eso mi jefa lo tiene en tan alta estima –dijo Katerina, degustando su trago–. Excelente, este es nuevo, ¿verdad?
 
–No lo es –dijo Ignacio extrañado.
 
–¿Entonces?, ¿no recuerdo haberlo probado antes?
 
–Quizá el que probaste antes no era tan bueno –respondió Ignacio con una sonrisa orgullosa, a la vez que sincera, mientras sostenía otra copa idéntica–. Salud, por los buenos negocios.
 
–Por los buenos negocios –dijo ella con una sonrisa igual, haciendo sonar las copas con agradable tintineo–. Tú no cambias, ¿verdad?
 
–No hay motivo para hacerlo –respondió Ignacio y antes de que pudiera decir más, Alejandro se acercó mirando su libreta–. ¿Qué vas a pedir?
 
–Dame, por favor, cuatro cervezas para la mesa 12, dos daiquiris para la mesa 15 y un Manhattan para las 16 –dijo Alejandro.
 
–De inmediato –respondió Ignacio, volteándose para tomar las coloridas botellas, y recordando el encuentro que sostuviera más temprano ese día, le dijo a Alejandro–: Tu novio estuvo aquí hoy.
 
Alejandro se quedó helado ante el comentario y la forma tan indiferente de Ignacio para decirlo, sobre todo porque la chica con la que estaba charlando seguía ahí.
 
–¡Te dije claramente que no es mi novio! –fue la alterada respuesta que dio, pero luego cayó en cuenta de que podría tratarse de otra persona. Ilusamente quería creer que era alguien distinto–. ¿Te refieres a Nicolás?
 
–Sí, ¿seguro que no es tu novio?
 
–No lo es, bueno, ¿y qué dijo?, ¿acaso preguntó por mí?
 
–No, pero sus ojos lo delataron, cuando se sentó aquí, inmediatamente noté que te buscaba con la mirada. Es un tipo muy raro.
 
–¡Tú también lo eres! –dijo Alejandro, intentando ocultar el sonrojo de sus mejillas.
 
–¿En serio? –Ignacio hizo una mueca burlona–. En fin, solo le dije que tu turno aún no comenzaba.
 
–¿Y qué pasó?
 
–Nada, se bebió su trago y se fue. Sospecho que esperaba verte a esa hora –dijo, sirviendo las cuatro cervezas y dejándolas sobre la bandeja–. Lleva estas mientras tanto, los demás estarán en un momento. No me hagas gritarte de nuevo.
 
–Entendido, gracias Ignacio –dijo Alejandro, llevándose las cervezas consigo, y también llevándose las palabras de Ignacio, que ahora resonaban con más fuerza que antes: “¿Es tu novio?”
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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