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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia, la continuación de la escena anterior entre Ignacio y Javier.
Espero sea de su agrado.

No se preocupen, que en el siguiente capítulo volveré a hablar sobre Alejandro y Nicolás.

XX
 
La conversación fue fluida y sincera. Solo con Javier podía hablar abiertamente y de cosas tanto sencillas como complicadas. Era tranquilizador y él le escuchaba, a ratos en silencio, a ratos con un entusiasmo que se contagiaba; le hacía reír y mostrar esa sonrisa que rara vez podían ver los demás, hacía que Javier sintiera que estaba reservada solo para él. Le gustaba ver a ese Ignacio honesto y transparente, que incluso podía ser lindo sin proponérselo.
 
Pero no les estaba permitido verse con frecuencia, al menos no con la que deseaban. Estaban siempre ocupados, en eventos y fiestas, y las pocas ocasiones en que podían tomar un trago juntos era cuando alguno de los dos estaba libre y visitaba al otro, pero incluso esto era una eventualidad extraordinaria. Solo cuando la necesidad de conversar era impostergable, uno de los dos simplemente aparecía en el momento menos esperado sin representar un verdadero problema, hallando siempre el tiempo para hablar. El mismo Javier había ido a ver a Ignacio tantas veces, y de primera mano vio como esa figura brillante que admiraba podía ser al mismo tiempo un ser insufrible y molesto. 
 
Sabía que era un trabajo que exigía dedicación y podía volverse estresante, sobre todo si eres de la clase de personas que se esfuerzan por lograr la perfección. Esa era una meta que ambos buscaban cada vez que hacían su trabajo, y por eso competían por ser cada vez mejores.
 
–Así que eso fue lo que ocurrió, lo siento –dijo Javier después de oír los hechos que le narró su amigo–, pero sabes, pienso que si tu actitud fuera más agradable, podrías evitar todos esos malos ratos con tus compañeros.
 
–No tengo nada qué cambiar, ellos deberían guardarse sus comentarios y tratar conmigo lo que se refiere al trabajo únicamente –repuso Ignacio, bebiendo su trago–. No estoy ahí para hacer amigos.
 
–No, pero si fueras más inteligente, podrías evitar los comentarios, comentarios que tú tampoco te callas, y no me digas que no porque te conozco, te gusta enojar a los que te molestan o desagradan.
 
Ignacio bajó la vista con el ceño fruncido, como si fuera un niño que ha sido regañado, y ante esta vista, Javier no pudo menos que soltar una risa.
 
–Es verdad que lo hago. Simplemente no puedo callarme lo que pienso –dijo Ignacio, encogiéndose de hombros–, sobre todo cuando los demás están equivocados.
 
–Pero esta vez Cristina no lo estaba, ¿verdad?, porque de lo contrario no habrías venido a mi para desahogarte.
 
Javier dio en el clavo, como hacía de usual cuando su amigo no era claro o intentaba cubrirse las espaldas culpando a otros.
 
–¿Por qué?, ¿por qué siempre puedes ver más allá de lo que digo o hago?
 
–Porque te conozco bien, Ignacio, por eso puedo hacerlo –Javier se recostó sobre sus brazos y miró con atención las reacciones del otro–. No puedo evitarlo.
 
–¿Qué no puedes evitar? –levantó la vista desde su vaso medio vacío y miró al chico que tenía frente a él.
 
–Verte, contemplarte. Sería grandioso que pudiéramos pasar más tiempo juntos… “para tenerte a mi lado, quererte y besarte” –pensó esto último cerrando los ojos y con una media sonrisa, contentándose con vanas ilusiones. Ignacio no le veía de esa forma. Sólo él lo veía así, lo deseaba así.
 
Ante el silencio repentino de su amigo, Ignacio se preguntó qué estaría pensando, pero al no obtener respuesta, se limitó a beber de un sorbo lo que quedaba en su vaso, cosa que no pasó desapercibida para Javier, que en el acto preguntó:
 
–¿Quieres otro? –levantó el vaso vacío y lo llevó atrás, al lavadero.
 
–Sí, por favor –respondió, apoyando su cabeza en una mano. Ignacio cerró los ojos en una expresión relajada.
 
–No irás a emborracharte, ¿o sí? –Javier sonreía mientras tomaba un vaso limpio para preparar el segundo trago.
 
–No estoy de humor para eso, ¿te preocupa? –abrió un ojo como con cansancio.
 
–Claro que sí, porque seré yo el que te tendrá que llevar a casa luego.
 
–No sería mala idea, estoy solo.
 
–“¿Qué haces?, ¿me estás provocando?” –pensó Javier nervioso al escucharle.
 
–¿Tu no vas a beber algo?
 
–Todavía estoy trabajando. Te aceptaré un trago cuando vayamos a tu casa.
 
–Oh… ¿quieres ir a mi casa luego de terminar?
 
–¿Eh?, yo no… –recién había caído en cuenta de lo que había dicho. El subconsciente le había jugado una mala pasada. Respiró hondo y preguntó con duda–: ¿Está bien si voy?
 
–Sí, me gustaría tener compañía hoy. No hemos hablado demasiado aquí y aún hay demasiada gente, seguro que Katerina no vendrá por culpa del trabajo. ¿Qué dices?
 
No tuvo tiempo para pensarlo. La situación exigía una respuesta inmediata. Casi derrama sobre la barra el trago recién preparado ante la mirada expectante de Ignacio, que no estaba más como si quisiera dormir sino con la actitud brillante que tanto le gustaba.
 
–¿Vas a quedarte callado toda la noche?
 
Ignacio podía perder la paciencia, incluso con Javier.
 
–Hecho. En cuanto termine aquí iremos a tu casa y beberemos tanto que nos desmayaremos de lo borrachos que estaremos.
 
Ignacio sonrió triunfante mientras recibía de manos de Javier el segundo vaso de Mai Tai, quien no pudo evitar sonreír también.
 
… … … … …
 
Era tarde y la madrugada estaba ya avanzada. El ruido y el clamor quedaron atrás cuando las puertas de «la Dama Azul» se cerraron. Katerina despidió a sus amigos y se disculpó con Ignacio por no haberse acercado, pero en cuanto tuviera el tiempo se reunirían a conversar.
 
Ignacio solía caminar hasta su casa: un pequeño departamento en las cercanías del restaurant y de «la Dama Azul», de modo que regresaron juntos tras dejar a la encargada cerrando el local y despidiendo a los últimos asistentes.
 
–Qué lástima, de verdad quería hablar un rato con Katerina.
 
–Como pudiste haber notado, hoy estuvimos muy ocupados. Asistió mucha gente a beber y bailar –comentó Javier, soltando un bostezo.
 
–¿Tienes sueño?, apenas si pudimos hablar –Ignacio le miró con disgusto.
 
–Bueno, no es para que te molestes –respondió Javier–, y no te preocupes, no me dormiré todavía, no hasta que hablemos todo lo que quieras. Además, yo quiero beber algo, me hace falta un trago luego de terminar.
 
–Puedo prepararte algo en cuanto lleguemos al departamento.
 
–Es tarde así que no te molestes, me conformo con una cerveza helada.
 
–No tengo cerveza, ¿se te olvida que no me gusta? –Ignacio volvió a mirar a Javier.
 
–No, pero podrías tener para las visitas.
 
–No recibo visitas cuando estoy en el departamento. No hace falta.
 
–Entonces cómpralas para mí, ¿no crees que es mejor? –Javier le dedicó una nueva sonrisa y cruzó un brazo alrededor de Ignacio, atrayéndolo hacia sí–. Dime, ¿qué vas a prepararme?
 
–Tendré que mirar lo que me queda en la despensa, ¿se te antoja algo en especial?
 
–El pisco sour que preparas es bastante bueno por lo que me ha contado Katerina. Estaré bien con uno de esos.
 
–Ruega entonces que tenga limones en casa –dijo Ignacio con ironía.
 
–Lo haré, con tal de probar nuevamente algo preparado por ti, rogaré a quien sea, incluso de rodillas.
 
Javier se detuvo y retuvo a su lado al otro chico, que se le quedó viendo con extrañeza.
 
–¿Qué pasa?
 
–Es sólo que… tu significas mucho para mí, y nunca te lo había dicho.
 
–No hacía falta que me lo dijeras, lo sé, y tú también para mí. Aunque no nos veamos con frecuencia, pienso a menudo en ti –Ignacio rodeó a Javier con el brazo, pero no fue suficiente para éste y simplemente lo abrazó con fuerza… y con necesidad–, ¿estás bien?, ¿por qué actúas así tan de repente?
 
–“Porque te quiero y no te has dado cuenta” –pensó mientras abrazaba a Ignacio. No tenía el valor de confesar sus sentimientos por miedo a la reacción del otro, y aunque a veces Ignacio parecía seguirle el juego cuando hacía sus comentarios, no estaba seguro de que lo hiciera por corresponderle o solo por broma. En lo que respecta a sentimientos, Ignacio no era una persona fácil de leer, a pesar de conocerse por tanto tiempo.
 
Ignacio se sintió extraño al ser estrechado entre los brazos delgados de Javier. De pronto las ganas de ser abrazado por alguien como él, que le tenía afecto, le superaron; al principio fue sutil pero después respondió al abrazo con igual o mayor fuerza, y al percibirlo, el corazón de Javier se aceleró: Ignacio, su amigo, el chico de quien estaba enamorado, le estaba abrazando.
 
En la mente de ambos cruzaban pensamientos diversos, pero compartían el hecho de que su motivación y el objeto de estos eran la persona del otro.
 
–“No estoy solo, te tengo a ti, Javier, y no pienso dejarte ir”.
 
–“No me rendiré, Ignacio, no hasta que pueda expresarte lo que siento. No voy a renunciar a ti”.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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