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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

Originalmente éste y el próximo que publicaré los escribí juntos, pero como quedaba demasiado extenso, los dividí en dos.

XXX
 
Cansado como estaba, Adolfo permaneció encerrado en su habitación después de compartir un aburrido almuerzo con sus padres. Nicolás estaba en casa de su abuela y no regresaría hasta la noche. A eso de las 21:00, cuando volvió a despertar, se levantó al baño y pasando junto al dormitorio de su hermano, descubrió que Nicolás aún no había llegado. Bajó al primer piso, cruzó por delante de sus padres que reían ruidosamente mientras veían una película, y fue a la cocina con la intención de prepararse un té y comer algo; se alegró mucho cuando halló un paquete de galletas guardado en la despensa. Cuando estuvo listo para sentarse a la mesa, oyó la puerta principal abrirse: era su hermano. Dejando de lado la última conversación que habían sostenido, Adolfo fue a recibirlo, dándole un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.
 
–¡Qué bien que regresaste!, ¡te eché de menos!
 
–¡Hola!, sí, también yo te eché de menos –Nicolás no guardaba resentimientos hacia él, así que también le abrazó.
 
–Acabo de preparar té, ¿quieres acompañarme?
 
–Sí, tengo un poco de hambre porque rechacé la invitación de la abuela para quedarme a cenar –dijo–, y te envía sus saludos.
 
–Gracias. Entonces ven, el agua está recién hervida –dijo Adolfo, caminando hacia la cocina.
 
–Vale, me lavo las manos y voy –fue a dejar sus cosas al dormitorio, pasó al baño y volvió a la cocina, donde Adolfo había colocado ya una taza nueva en la mesa, también había un pastel de hojarasca que encantaba a Nicolás–. ¡Qué rico se ve!
 
–No sabía que había de este pastel, pero lo vi cuando revisé de nuevo en el refrigerador, y como sé que te gusta lo serví para ti.
 
–Gracias –dijo, sentándose.
 
–Nicolás, hay algo que quiero decirte –dijo Adolfo después servir el agua en las tazas.
 
–¿Sí?, dime.
 
–Sé que no pasamos mucho tiempo juntos, no compartimos demasiado salvo cuando estamos en casa y aun me parece poco –empezó Adolfo–, por eso quiero hacerte una invitación: mañana habrá una feria del libro.
 
–¿Feria del libro?, ¿y en dónde? –Nicolás sonaba interesado.
 
–Sí, una feria del libro en la vieja casa que está en la esquina a unas calles de aquí, la que tiene el amplio jardín a su alrededor, ¿recuerdas?
 
–Sí, la recuerdo –no necesitó más descripciones para saber de qué casa se trataba: era aquella que estaba ubicada en la esquina en donde se había despedido de Alejandro la noche que se conocieron, cuando se abrazaron la primera vez.
 
–Quiero que vayamos juntos y pasemos la tarde allá, que nos divirtamos los dos y bueno, ojalá encontremos algún libro interesante, ¿qué dices?
 
Nicolás guardó silencio un instante y después sonrió como a Adolfo tanto le gustaba.
 
–Iremos, sí, ayudará a distraernos y lo pasaremos bien, juntos.
 
–¡Gracias!, ¡eres el mejor! –y lo volvió a abrazar, gestos que, en otro momento, cuando eran pequeños, fueron frecuentes pero que se fueron perdiendo a medida que crecían y repetirlos traía de regreso lo agradable de la sensación, aunque también teñida de nostalgia. Cuando se separaron, Adolfo notó que las uñas de su hermano seguían sin color y recordó el ofrecimiento que antes le hiciera–. Cuando terminemos de comer, te pintaré de las uñas, ¿vale?
 
–¡Sí!, por favor hazlo, me gustaría mucho –dijo Nicolás al oírlo.
 
–Quedarán hermosas y harán juego con las mías –dijo, comparando las manos, ambas delgadas y de dedos largos, aunque las uñas de Adolfo eran más largas y pulidas.
 
–Estoy seguro, ahora, ¿me darás un trozo de pastel?
 
–Claro que sí, yo me quedaré con las galletas.
 
… … … … …
 
Había salido a caminar después del almuerzo; pensó en ir al centro de la ciudad y visitar una pequeña cafetería que le gustaba por su café helado. Salió de casa cargando solo lo necesario, y una vez decidido su destino, se puso en marcha dando la causalidad de que en el trayecto que hizo a pie pasó frente a cierta casa de madera, en cuya esquina de la calle había compartido un momento especial con cierta persona que últimamente estaba mucho en sus pensamientos. Tras unos veinte minutos de caminata llegó al centro, entró por un pasaje en el cual se hallaba la cafetería, discreta y sin decorados; Alejandro tomó asiento en una de las mesas bajo el quitasol blanco y ordenó su clásico café helado mientras tomaba el periódico que había cerca.
 
–Hace tiempo que no venía por aquí –le dijo la chica que traía su pedido.
 
–Así es. He estado ocupado con mi trabajo y la verdad es que no vengo demasiado al centro –comentó Alejandro, encogiéndose de hombros–, pero siempre que estoy cerca, paso por aquí.
 
–Entiendo, en fin, aquí tiene su orden, qué disfrute –dijo ella, dejando la copa frente al chico y se retiró.
 
–Gracias –y Alejandro, tomando la cuchara, procedió a degustar.
 
La siguiente media hora permaneció en silencio, disfrutando cada probada del postre con delicioso helado de vainilla, y leyendo el periódico. Nada interesante y página tras página llegó al horóscopo; lo leyó, pero solo una línea logró captar su atención: «El amor no debe implicar sufrimiento». “No debe implicar sufrimiento”, repitió para sí, rememorando alguna de las cosas que había hablado con sus amigos y la última vez que compartió con Nicolás. Últimamente había pensado mucho en él y con fortaleza había resistido el impulso de llamarle, sobretodo porque le sorprendía que Nicolás tampoco hiciera intento alguno de hablarle. Más de una vez pensó acerca de lo orgullosa que resultaba esa actitud, que ninguno cediera ante la tentación de contactar al otro.
 
Habiendo acabado la copa, se levantó de la silla, pagó lo consumido y se despidió. Casi de forma involuntaria recorrió el mismo camino que hiciera para llegar a casa la noche que conoció a Nicolás, cruzó las mismas calles y acabó de nuevo frente a la casa esquina, pero estando a punto de seguir adelante llamó su atención las personas que entraban y salían de ella, así que se acercó a preguntar a un grupo que se quedó conversando en la entrada.
 
–Disculpen, ¿qué hay aquí?
 
–Hay una feria del libro, puedes entrar si quieres –respondió uno de los chicos.
 
–Y está muy buena, hay cosas interesantes dentro –comentó otro.
 
–¿Hay que pagar? –preguntó Alejandro, sonaba atrayente y la idea de estar en una casa de aspecto antiguo como esa le daba curiosidad.
 
–¿Por la entrada? No, es gratis –respondió el primero.
 
–Anda, no te arrepentirás, yo encontré esto a un muy buen precio –y una chica le mostró un par de novelas que había adquirido.
 
–Oh, ya veo. Muchas gracias por la información, creo que pasaré un momento a mirar –y tras despedirse del grupo que ya se marchaba, Alejandro cruzó la reja para entrar en la propiedad caminando por el sendero señalado hasta la puerta principal.
 
… … … … …
 
Tal y como había dicho Adolfo, la feria del libro era en esa antigua casa del barrio: una construcción amplísima y hecha de madera con grandes ventanales, situada al centro del terreno por el que se extendían jardines, algo descuidados, con bancas de piedra y una fuente que no funcionaba. El lugar estaba repleto de gente, entre los cuales había amigos y conocidos, incluso familiares. Adolfo había se había enterado de la actividad gracias a algunos de los presentes y conforme a lo planeado, Nicolás fue con él, vistiendo un atuendo similar al de su hermano, luciendo las uñas en brillante negro, tanto como los cabellos de ambos con la diferencia de que Adolfo los cubría con un sombrero ancho del mismo color.
 
Los dos gustaban de los libros y en ferias como esa era probable encontrar algún tesoro.
 
A poco andar por las habitaciones, Nicolás se detuvo a conversar un rato con unos conocidos que los saludaron; Adolfo pasó de ellos y continuó mirando los libros, usados y nuevos, que se ofrecían en las salas de la casa: en una de ellas el chico se percató de la presencia de una persona que le resultaba conocida, aunque no recordaba de dónde. La persona en cuestión era un chico de pelo claro y largo hasta los hombros, con algunas mechas que le enmarcaban el rostro. “¿Dónde te he visto antes?”, se preguntaba Adolfo, siguiéndolo con la mirada, hasta que pudo oír su voz cuando estuvo lo suficientemente cerca. “¡Pero por supuesto!, ¡ya me acuerdo de ti!, ¡maldito despistado!”
 
La escena del choque entre ambos se hizo clara otra vez.
Notas finales:

Como dije arriba, en breve el siguiente capítulo.


El autor.


 


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