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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

XXXVII
 
Al igual que los demás chicos que seguían llegando a «la Dama Azul», Nicolás y Alejandro se unieron a la enorme fila que se extendía por varios metros desde el acceso principal, y esperaron su turno para entrar; para su suerte, Julio los divisó entre la multitud y como hiciera antes con sus amigos, les indicó que avanzaran hasta la recepción.
 
–Qué bueno que viniste, Alejandro, y trajiste a Nicolás contigo, qué sorpresa –dijo Julio con entusiasmo al verlos.
 
–Es un gusto verle nuevamente, don Julio –dijo el pelinegro, estrechándole la mano.
 
–Esperamos no llegar tarde, jefe –dijo Alejandro, también saludándole.
 
–Para nada, muchachos, acabamos de empezar, pasen por favor, Cristina y los demás llegaron hace rato.
 
–Gracias, jefe –dijo Alejandro, tomando de la mano a Nicolás.
 
–Gracias por la invitación –dijo, antes de ser arrastrado por el chico.
 
–De nada, gracias a ti por venir, que se diviertan –dijo Julio, pero en menos de un segundo ya habían desaparecido en el interior.
 
Fueron recibidos por la fuerte música y los gritos eufóricos de los asistentes, las luces parpadeantes que apenas permitían distinguir los rostros y un dulce aroma que flotaba en el ambiente.
 
–¿Quieres beber algo? –sugirió Nicolás.
 
–¡Sí!, y luego vamos a bailar –respondió Alejandro, mirando hacia la pista.
 
–Estás muy emocionado, ¿no?
 
–Pues claro, es nuestra cita –se volteó a verlo con sorpresa–, ¿lo olvidaste acaso?
 
Nicolás no respondió, se acercó a su pareja y lo besó, pero no fue un beso como los de antes, sino uno intenso y prolongado, alimentado por la correspondencia que había entre los dos.
 
–Como si pudiera olvidarlo, Alejandro –le dijo al separarse, con una mirada que hizo al peliclaro estremecerse–, espérame aquí, iré por unos tragos.
 
–Vale, aquí te espero –dijo, tocándose los labios con un leve temblor de manos–. “Supongo que está bien, ¿verdad?, no hay problema, estamos saliendo”. ¿Dónde estarán Cristina y los chicos?
 
Los buscó, mirando de aquí y allá, pero no pudo dar con ellos.
 
–¡Ya regresé!, aquí tienes –dijo Nicolás, trayendo consigo dos mojitos.
 
–Gracias –dijo, recibiendo su vaso–. Sentémonos aquí.
 
–Buena idea. ¿Viste a tus amigos? –preguntó, mientras ambos ocupaban una mesa a medio camino entre la pista y la barra.
 
–No. Imagino que deben estar bailando en alguna parte. No los veo desde aquí.
 
–Ya podemos ir a buscarlos cuando terminemos.
 
–Salud –dijo Alejandro, levantando su vaso–. Por ti, por nosotros.
 
–Por ti, por nosotros y esta cita. Salud –dijo Nicolás, chocándolo con el suyo.
 
Disfrutaron sus bebidas, intercambiaron miradas y risas, así como gestos más provocativos, manos que se acariciaban y labios que incitaban a besarse.
 
Ajenos a su interacción, sumergidos en la música bailaba Cristina con los brazos elevados sobre su cabeza, agitando su cabellera ondulada, sostenida de la cintura por las manos de Sebastián, que de tanto en tanto se acercaba a ella y le susurraba cosas en el oído, haciendo a la chica sonrojar visiblemente; con ellos estaba Francisco, sin pareja, bailando frente a ellos, muy pegado a Cristina al punto que casi podían sentir sus respiraciones, haciendo que frente a ojos ajenos pareciera un trío, con la chica siendo rodeada por su novio y su amigo. No muy lejos bailaban Katerina y Ariel, cara a cara, ella con movimientos rápidos y desenvueltos, él acortando la distancia cada vez más.
 
Cuando bebieron todo su contenido, la pareja abandonó la mesa que ocupaban y avanzaron hacia la pista sin saber cómo empezar a moverse, aunque el contagioso ritmo los invadió casi al instante.
 
–Eso es, sigue el ritmo –dijo Alejandro.
 
–Lo estoy intentando, ¿así?
 
Nicolás movía los brazos torpemente, haciendo que el otro se riera mucho.
 
–Tienes que soltarte más, estás muy rígido, mírame.
 
–Pero si estás haciendo cualquier cosa menos bailar.
 
–¿Deberíamos imitar a los demás? –dijo, señalando a las parejas cercanas.
 
–No es mala idea –Nicolás tomó las manos de Alejandro y las guio hasta sus hombros, mientras él llevaba las propias a la cintura del chico–, ¿qué tal ahora?, ¿lo hago mejor?
 
–Mucho mejor, irás mejorando de a poco –dijo el peliclaro, siguiéndole los pasos–, no hemos hecho más que comenzar.
 
–Tenemos toda la noche para practicar y no sólo el baile –dijo, relamiéndose los labios en un gesto sugerente.
 
–Ah, ¿sí?, ¿qué tienes en mente?
 
–Esto… 
 
El pelinegro le plantó un beso en los labios que Alejandro aceptó sin un ápice de rechazo, feliz de no tener nada que ocultar, feliz de sentirse correspondido por Nicolás; sus manos querían más y alcanzaron la nuca de su pareja, profundizando el contacto entre ellos. Sus cuerpos ansiaban ser tocados y pronto las manos estaban recorriendo de arriba abajo las espaldas con deseo. Era su momento y no iban a desperdiciarlos. Esa noche nadie iba a hacerlo.
 
El volumen de la música solo iba en aumento.
 
… … … … …
 
No supo en qué momento se había dormido, sólo que cuando despertó la habitación estaba por completo a obscuras. Ignacio se incorporó en su cama y se refregó los ojos intentando volver a la realidad, buscó su teléfono con la idea de que aún era temprano, pero su sorpresa fue grande cuando descubrió que era bastante tarde. 23:18. La fiesta había comenzado hacía mucho. Alterado, saltó de la cama, encendió las luces y se metió al baño, pero en un momento le asaltó la duda: “¿Debería ir a esta hora?, ¿no es ya muy tarde?”. No, había aceptado la invitación de Javier y cumpliría con su palabra. Se dio una ducha rápida, escogió ropa limpia, se cepilló el cabello y perfumó, para luego mirarse en el espejo y contemplar su aspecto. “Que sea lo que tenga que ser”. Tomó sus llaves y se marchó.
 
Durante el camino, Ignacio rememoró los diferentes episodios que había compartido con Javier, como ambos se habían apoyado tantas veces, acompañándose, a veces con palabras de aliento, a veces con el silencio; fue en esos momentos difíciles que el bartender de cabellos blancos se convirtió en su persona más importante, pero de ahí a considerarlo como algo más que un amigo le confundía, excepto que los sentimientos que había desarrollado por Javier estaban ahí, eran reales.
 
Recorrió las calles solitarias de los alrededores con rapidez, encontrándose con varios chicos que iban en la misma dirección, hacia «la Dama Azul»; cuando estuvo frente al recinto, avanzó hasta la recepción pasando de la fila de jóvenes que aun a esa hora esperaban para entrar. Al verlo Julio, inmediatamente miró su reloj, parecía haber dado por hecho que Ignacio no vendría.
 
–Hasta que apareciste, Ignacio, que bueno que viniste, solo faltabas tu –le dijo, dándole unas palmadas en la espalda.
 
–Lo siento, jefe, me quedé dormido.
 
–Oh, entiendo, pero no te preocupes, aún no hemos dado el discurso inaugural, a las 00:00. Julieta quiere dar formalmente la bienvenida.
 
–Ok, voy con los chicos, entonces. Gracias, jefe.
 
El ambiente dentro era increíble: la música y las luces daban a las figuras que bailaban en medio del vapor un aspecto surrealista. Buscó con la mirada algún rostro conocido, el de Javier, sobre todo, pero apenas podía distinguir a los chicos de las chicas. Fue a sentarse en la barra, decepcionado, y pidió un trago lamentado haberse quedado dormido. “Quizá me tardé demasiado”, pensó. 
 
Volvió sus ojos a la pista y pudo discernir a Nicolás bailando con Alejandro, juntos y enamorados. Algo en su interior se movió y sintió alegría por ellos: Nicolás lo había dicho, lo había hecho y lo había conseguido, pues ahora él estaba ahí, bailando con el chico que le gustaba. ¿Y Alejandro?, bueno, estaba feliz al parecer, también con el chico que le gustaba, luciendo esa sonrisa, besándose sin vergüenza en su propio mundo. Y él, Ignacio, estaba allí, celoso de la pareja, solo por culpa de su propia incertidumbre. Volvió la vista hacia el vaso que habían dejado frente a él y bebió, ignorando que una voz le llamaba desde el otro extremo de la barra.
 
–¡Ignacio!, ¿eres tu?, ¡Ignacio! –se trataba de Ariel, quien se acercaba agitado–, que bueno que llegaste, ven rápido por favor.
 
–¡No me molestes!, ¡hoy no!
 
–¡No estoy bromeando!, ¡ven conmigo!, ¡se trata de Javier!
 
–¿Qué dices?, ¿Javier?, ¿qué ha pasado?, ¿dónde está?
 
–Está allá atrás, ¡vamos!, te estuvo esperando todo este tiempo y casi se marcha de no ser porque lo detuvimos.
 
–¿Detuvimos?
 
–Sí, Katerina está con él ahora, pero no luce bien. Habla con él, por favor, Ignacio, él continúa esperando por ti.
 
Aunque se preguntaba la razón por la que Ariel sabía tanto del asunto, lo ignoró y lo siguió hasta un área del local que estaba cerrada al resto del público, en la parte trasera, donde había mesas y sillas amontonadas. Vio a Javier sentado en el suelo, recargado contra la pared de ladrillos y a Katerina junto a él, dándole consuelo ya que el peliblanco parecía estar llorando; cuando la chica vio a ambos acercarse, se levantó a toda prisa.
 
–¿En dónde estabas? –dijo Katerina alterada.
 
–Ya te lo diré luego –dijo, abrazando a su amiga y tratando de calmarla–. Voy a hablar con él, ¿vale?, nos pueden dejar a solas, por favor.
 
–Adelante, pero óyeme, espero que hayas pensado muy bien lo que vas a decirle. Recuerda lo que conversamos aquella vez –dijo Katerina, mirándole seriamente.
 
–Lo hice, voy a hacer lo correcto, te lo prometo –respondió el bartender y volvieron a abrazarse antes de ir con Javier, que seguía sin moverse, pero éste, al escuchar el rumor de su voz, levantó la cabeza y pudo ver a Ignacio. De un momento a otro el peliblanco estaba de pie otra vez, abrazando a su amigo con fuerza, sollozando como si fuera un niño pequeño.
 
–Viniste, de verdad viniste –dijo, pero Ignacio no supo cómo reaccionar y se quedó rígido, señal que Javier interpretó como un rechazo y rápidamente se separó–. Disculpa, es solo que me asusté mucho, pensé que no vendrías.
 
–No tenías que hacerlo, Javier, yo jamás falto a mi palabra, y aquí estoy –dijo Ignacio en voz baja, sosteniéndole la mirada teñida de angustia–. Sabes que tenemos que hablar, ¿verdad?
 
–Sí, y estoy listo para lo que sea –dijo, aunque su voz demostraba lo contrario: estaba cargada de dolor, del dolor que significaría perderlo.
 
–También yo. No podemos postergarlo más.
 
Se sentaron en silencio uno junto al otro y dieron inicio a aquella plática, tan dura como necesaria.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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