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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia, continuación inmediata del anterior.
Les comento que este es el capítulo más extenso hasta la fecha y espero sea de su agrado, me tomó algún tiempo escribirlo.

Advertencia: Este capítulo contiene escenas explícitas o lemon (relaciones sexuales entre los personajes). Se recomienda discreción.

 

LVI
 
El par de chicas compartió el almuerzo: sopa de entrada y lentejas con carne como plato de fondo, entre las entusiastas y graciosas historias que narraba Cristina, algunas de las cuales parecían más bien chismes, mientras que Erika se limitaba a escucharlas, soltando exclamaciones de asombro o risitas nerviosas ante las ocurrencias que decía la otra muchacha.
 
Así, Erika quedó al corriente de los acontecimientos que rodeaban las vidas de sus amigos, el trabajo que desempeñaban en el local de Julio desde hacía meses ya, las aventuras de Alejandro y su relación con Nicolás, los eventos de la fiesta contados con más detalle y, por último, los eventos más recientes ocurridos en la ciudad.
 
–Sí que ocurrieron muchas cosas, si bien algunas de ellas ya las había escuchado por boca de Fran –dijo Erika tomando la cuchara para comer su postre: un flan de fresa–. Ahora sé todo lo que necesitaba saber.
 
–Muchas, sí, ¡y la fiesta!, creo que fue lo mejor que nos pudo haber ocurrido como grupo, para la próxima que se realice tienes que venir con nosotros y conocer al resto de los chicos –le imitó Cristina, comiendo ella una ensalada de frutas–. Aunque… por tu expresión no pareces muy interesada, tu cara se mira igual como la de ese día en la práctica, ¿tanto te disgusta salir?
 
–No es desagrado, es solo que prefiero quedarme en casa, me resulta más cómodo y en tanto mis padres lo permitan, no veo necesidad de cambiar –explicó con voz pausada.
 
–¿Ni siquiera tratándose de Fran?, estoy segura de que él quisiera que compartiesen más momentos juntos, y con sus amigos.
 
–Pero sí compartimos momentos juntos…
 
–¿Todos en casa?
 
–No todos, pero sí la gran mayoría.
 
–No creo que quisiera estar en una relación contigo, Erika, y me sorprende que Fran te tenga tanto cariño y paciencia para llevar las cosas de esta manera –Cristina hablaba con toda seriedad–. A decir verdad, yo no habría aguantado mucho tiempo contigo, a mí me gusta mucho salir y pasarlo bien con mis amigos.
 
–Las cosas son así y ya, soy feliz a mi manera, como una ermitaña o como tú quieras llamarlo, pero la gente simplemente parece no entenderlo –dijo Erika con un dejo de molestia–. Fran lo entiende y admito que a veces puede ser muy insistente con el tema, pero al final siempre llegamos a un consenso.
 
–Me parece que tu comportamiento es un poco egoísta –dijo Cristina. Si bien, no estaba tan vinculada a la chica, se sentía en la necesidad de aconsejarla, sobre todo al tratarse de la novia de su amigo–. Que Fran sea paciente, no significa que esté dispuesto a serlo toda la vida y, si bien creo que te quiere mucho, no abuses de ese afecto para mantener tu propio bienestar. No vaya a ser que un día Fran se canse de la situación y termine contigo.
 
Erika permaneció en silencio, procesando lo que acaba de escuchar, disimulando la irritación que le provocaron tales comentarios.
 
–Bueno, tienes tiempo para trabajar en ello –dijo, acabando su postre y también la conversación–. ¿Qué vas a hacer después de esto?
 
–Debo reunirme con alguien más tarde –dijo Erika, mirando su reloj y frunciendo el ceño–, así que me quedan un par de horas libres antes de irme.
 
–No estás molesta, ¿verdad? Porque pensé que podríamos dar un paseo, visitar las tiendas y, no sé, compartir lo más que podamos, después de hoy ya no sé cuándo volveré a verte, qué decir de las prácticas de los domingos –dijo suavizando su tono de voz. 
 
–Supongo que sí, hará más corta la espera, y no, no estoy molesta –dijo, resignada. Acabó el postre y retiró todo su servicio. Cristina hizo igual y tras entregar todo en la cocina, se abrigaron para marcharse.
 
A pesar de sus intentos por volver al buen ánimo que tenían en un inicio, resultó imposible y durante el camino hacia el centro, Cristina se convenció de que Erika había cambiado su actitud por completo: había pasado de ser una chica agradable y recatada, a una severa y fría.
 
–“Aun existe una Erika que no conozco…” –pensó Cristina con dudas–, “…y no sé si quiero conocerla.”
 
… … … … …
 
Gracias al café y a una segunda porción de pastel, Ariel se animó a hablar, comenzando con temas relativamente triviales, a fin de conocerse mejor. Platicaron acerca de sus trabajos, pasatiempos, comidas favoritas, etc., a lo cual Katerina mostraba un interés más bien bajo, convencida en su mente de que todo ese diálogo era el preludio de un intento de Ariel para ligar con ella.
 
–Y dime, ¿vives sola? –preguntó el ayudante tras un prolongado silencio.
 
–Sí, desde hace algunos años, aunque, de tanto en tanto, voy a la casa de mis padres en las afueras de la ciudad.
 
–Entonces, no eres oriunda de aquí.
 
–No, vine a esta ciudad para estudiar y trabajar. Aquí fue donde conocí a Julieta y comencé a trabajar con ella –explicó Katerina, aquello era un viaje de vuelta a esa época en que solo era una niña, más joven que el mismo Ariel–. Uff…, hace mucho de eso. ¿Y tú?, ¿también vives solo?
 
–No, vivo con mi padre.
 
–¿Solo con él?, ¿y tu madre?
 
–Mi madre falleció –dijo en forma seca. El semblante de Ariel se ensombreció.
 
–Lo siento, no quise ser maleducada.
 
–Descuida, no es algo que me afecte mucho, aunque no es menos cierto que evito tocar el tema. Lo cierto es que yo estaba pequeño cuando ocurrió, pero mi padre fue quien más se afectó y por eso me preocupa que se quede solo. Yo soy todo lo que tiene.
 
–Entiendo, es por eso que no te has mudado, ¿verdad?
 
–Así es, y aun pudiendo hacerlo, no quiero dejarlo solo. Él hizo todo lo que estuvo a su alcance para que a mi nada me faltase, y ahora quiero compensarle todo cuidando de él. Además, nos llevamos de maravilla y le encanta mi comida.
 
–Me lo imagino, el plato que nos serviste la otra noche estuvo delicioso.
 
–Espero, algún día, ser un chef de renombre y dirigir mi propia cocina –dijo Ariel, recobrando su buen ánimo, imprimiendo sus palabras con ilusión. 
 
Katerina pudo notar un brillo en los ojos del chico, dándole una perspectiva diferente de las que tenía hasta ese momento. Ariel era diferente de todos los otros hombres que había conocido y con los que había salido.
 
–¿Pasa algo? –preguntó ante la repentina atención que la chica le dedicaba.
 
–No, no es nada, es solo que, bueno, recordé algo.
 
–¿Algo malo?
 
–Malo no, nostálgico, me recordaste a mi hermano mayor.
 
–¿Sí?
 
–Sí, él tenía algo parecido a ti, esa chispa interior, ese deseo por alcanzar un sueño, su sueño.
 
–Lo siento –se apresuró a decir el ayudante, pues sintió tristeza en las palabras de Katerina.
 
–¿Por qué lo dices?, ¡oh!, ¡no, no!, ¡no quise insinuar eso!, mi hermano está vivo –aclaró, notoriamente avergonzada–. ¡Qué pena!, no es tu culpa, fui yo quien no se dio a entender apropiadamente. Perdona.
 
Ariel se sintió aliviado por la explicación, no quería que la conversación tomara ese tumbo tan tétrico, sin embargo, no puedo evitar un nuevo silencio entre ambos. Katerina miró su taza vacía y luego al exterior, como si buscara un tema nuevo para enmendar su equivocación.
 
–¿Te gusta caminar? –se le ocurrió una idea.
 
–Eh… sí, sí me gusta, ¿por qué?
 
–¿Te gustaría que hiciéramos una caminata por los alrededores antes de que llueva?, al menos yo quisiera caminar un poco antes de irme a casa.
 
–Sí, no vine en mi auto así que está bien.
 
–Tampoco yo, por eso quiero caminar, mientras quede al menos algo de luz, sabes que más tarde puede resultar peligroso.
 
–Justamente pensaba en eso, vamos ahora.
 
Sin decir más, Katerina y Ariel se levantaron de sus lugares, pagaron lo consumido, vistieron sus abrigos y abandonaron la cafetería, justo cuando otra chica de poncho negro y bufanda roja ingresaba.
 
… … … … …
 
Acompañó a Cristina el resto de la tarde, recobrando parcialmente el ánimo que tenía inicialmente. Erika evitó hablar más de lo necesario y se contentó con seguir a la chica a todas las tiendas que se le ocurrió visitar, atraída por las hermosas prendas que se exhibían tras las vidrieras; la observó probarse vestidos, blusas, pantalones y zapatos, comprando feliz algunos de ellos, mientras que ella apenas si miró algo, salvo una bufanda de intenso color rojo con piedras negras bordadas. Fue lo único que compró.
 
Cuando se tomaron un descanso de las compras y bebieron el par de capuchinos, sentadas en una banca, Erika sintió timbrar su teléfono, una notificación de mensaje. Tomó el aparato y miró de qué se trataba, si bien ya se lo esperaba: una dirección.
 
–Cristina, ya debo irme –dijo a la chica a su lado.
 
–¿Tan pronto?, creí que podríamos regresar juntas después de mirar un poco más –la aludida manifestó inmediatamente su sorpresa.
 
–“¿Mirar un poco más? Pero si ya has visto todo lo que hay en esta maldita ciudad”. No lo creo, tengo que regresar pronto a casa, en cualquier momento comenzará a llover y no quiero caminar a obscuras –dijo guardando el teléfono, tras haber tecleado un par de cosas en la pantalla.
 
–Oh, sí. Dijiste que ibas a verte con alguien, ¿verdad? Supongo que sabes que hay un tipo atacando por las noches –le comentó, a lo que Erika solo asintió con la cabeza–. Bien, ¿caminamos juntas a la estación?
 
–No, regresaré por otro camino –se negó–. Gracias por lo de hoy, Cristina.
 
–Gracias a ti por venir, me divertí mucho y, ojalá, tengamos ocasión de repetirlo, puedes sugerirme algún sitio que quieras visitar la próxima vez, ¿vale?
 
–Vale. “Si es que hay una próxima vez”.
 
Las chicas se despidieron y se alejaron en direcciones opuestas, pero tras unos pasos, Erika se detuvo y volteó a ver como Cristina desaparecía tras doblar en una esquina; miró al cielo y respiró profundo, aliviada de librarse de la chica y su compañía tan tediosa, soportable pero cansadora. Regresó a la cafetería que visitaron antes y compró un nuevo capuchino, que disfrutó a sus anchas, para luego salir y dirigirse a su verdadero destino. No muy lejos de allí, debía encontrarse con aquel misterioso e insistente contacto.
 
La lluvia comenzó a caer copiosamente, obligando a Erika a abrir su sombrilla y apresurar el paso, aun cuando el mensaje indicaba que se encontraran en veinte minutos más. Tomó un camino angosto que más parecía un callejón, y lo siguió hasta llegar a una pequeña plaza empedrada, rodeada en dos de sus lados por una vieja iglesia, también de piedra; en otro de los extremos había un pasaje techado, en otro un pasaje abierto que daba paso a una calle más ancha, y en el centro mismo de la plaza había una pequeña fuente, rodeada de faroles.
 
Jamás había visitado aquel lugar, ni sabía de la existencia de esa iglesia, salvo que esa zona de la ciudad era una de las más apartadas. A simple vista parecía deshabitado, olvidado por los hombres, de no ser por una tenue luz proveniente del interior de la iglesia. No había árboles, de modo que Erika aguardó junto a uno de los faroles, inmóvil bajo la sombrilla, protegiéndose de la lluvia que caía incesante. Consultó su reloj y era la hora indicada para el encuentro. Miró a su alrededor. Nada. Ni un alma asomaba por el lugar, hasta que oyó pasos a su espalda. Un chapoteo apresurado.
 
–Perdona por hacerte esperar, y bajo esta lluvia.
 
Erika se volteó y vio al sujeto encapuchado que se le acercaba desde el pasaje cubierto.
 
–Descuida, me agrada la lluvia –dijo acomodándose el cabello.
 
–A mí también, sobre todo cuando es tan fuerte como la de hoy –dijo llegando junto a la chica bajo su sombrilla, quitándose la capucha y pasando la mano por sus rubios cabellos–. ¿Cómo te fue con el encargo?, ¿fue muy complicado?
 
–Para nada, la verdad es que no tardé en encontrar algo que podría satisfacer tu interés –le entregó la sombrilla un momento, para buscar en su cartera y extraer un libro grueso de empaste verde, en cuyo lomo podía leerse en doradas letras capitales «LA DIVINA COMEDIA»–. Aquí tienes, espero que lo cuides y, naturalmente, te sea de ayuda.
 
–Estoy seguro de que lo será, más viniendo de ti, muchas gracias –dio un vistazo, con alegría infantil, al interior del tomo, para luego guardárselo entre sus ropas–. Te lo regresaré apenas lo termine.
 
–Por mi está bien, no lo necesito de momento –dijo recibiéndole de regreso la sombrilla.
 
Permanecieron en silencio unos momentos, sin saber que más hacer o decir, cuando del interior de la iglesia comenzó a sonar una música: se trataba del órgano y se escuchaba con total claridad, a pesar de la lluvia.
 
–Hermosa pieza, ¿no crees?
 
–Muy hermosa, e intensa –dijo ella, complacida. El ambiente, pese a lo extraño, era delicioso, y la música, con sus notas oscuras, le daba el toque de misterio que solo conocía por las historias que leía.
 
–Ten cuidado al regresar, Erika, dicen que hay alguien rondando las calles durante las noches, atacando gente –dijo el rubio arrastrando las palabras–. No queremos que algo malo te ocurra, ¿verdad?
 
–Sé cuidarme sola, Lucas –su voz denotaba confianza, tanta que rayaba en la altanería–. Quien quiera que sea esa persona, podría estar viéndonos ahora mismo, a dos extraños hablando sospechosamente, en un lugar solitario, muy conveniente todo, ¿no te parece?, casi como un escenario.
 
–Demasiado diría yo, pero descuida, nadie nos está viendo, te lo aseguro –dijo, antes de que el órgano dejara de oírse–. Hora de irse, Erika, gracias de nuevo, y sé paciente, tendrás noticias mías cuando menos lo esperes.
 
Se cubrió con la capucha y se alejó raudo por el mismo camino de antes, desapareciendo en las tinieblas de aquel pasaje cubierto, desde el cual había surgido como si fuera una aparición.
 
–“Esta reunión jamás ha tenido lugar” –y se marchó justo cuando las campanas daban sus toques y el órgano iniciaba una nueva pieza. Erika miró a lo alto de las torres, entre las cuales se erigía la bella imagen de la Virgen María–. Tú has sido el único testigo, permite que regresemos seguros a casa.
 
Se persignó y emprendió su camino, dejando atrás la plaza empedrada, solitaria otra vez, ocupada solo por la música del órgano y el chapoteo de las gotas al tocar el suelo.
 
… … … … …
 
Desde la cómoda posición sobre la cama y gracias a las intensas caricias que ambos compartían, no hubo necesidad de calefacción extra en la habitación, por el contrario, lo primero que hicieron fue quitarse las prendas y descubrirse el torso, recorriéndose y delineándose con la punta de los dedos. Sus bocas estaban demasiado ocupadas disfrutándose, mientras las manos hacían el resto del trabajo.
 
Los cabellos de Nicolás, que estaba encima de Alejandro, caían sobre su pecho como si de una cascada se tratara, brindando al otro chico un sensual espectáculo, llevando sus manos hasta el trasero del pelinegro, excitándolo, descendiendo para tocar el cuello de Alejandro con los labios, acariciando su cabello claro, apartándolo para recorrer su pecho por entero, llenándolo de besos y gozando con los gemidos que soltaba su chico. Nicolás se deslizó hasta la parte baja del otro, desabotonándole el pantalón y bajando sus interiores, liberando su miembro erecto.
 
–Considera esto como parte del castigo, ¿vale? –dijo, y sin esperar réplica por parte de Alejandro, salvo una lasciva mirada, tomó la erección y se lo introdujo en la boca con un solo movimiento, dando paso a una felación, suave al principio, más rápida e intensa después. Incapaz de resistirse a la marea de sensaciones que le desbordaban, Alejandro llevó sus manos a la cabeza que se movía sobre su pelvis, sujetando la negra cabellera con fuerza, haciendo presión sobre ella, para que su dueño contuviera el aliento y tomara su hombría por completo.
 
–Todo…, tómalo todo… –dijo en medio de gemidos ahogados. 
 
Sintió que pronto alcanzaría ese punto, y Nicolás, advirtiendo pulsaciones, se preparó para recibir el flujo de Alejandro, quien se contrajo sobre la cama, sin soltarle los cabellos, corriéndose sin pudores, llenando la boca de su novio, el cual, tras un respiro, se relamió los labios en un gesto casi obsceno.
 
–Ahhh…, ven…, ven aquí… –le indicó con el dedo. Nicolás obedeció y se acercó hasta unir sus labios, y Alejandro, valiéndose de su lengua, limpió y compartió los restos que aun cubrían el rostro del pelinegro–. Si que me corrí mucho, ¿no?
 
–Sí, un poco, quizá bastante –soltó una risita.
 
–Debo compensarte el esfuerzo –Alejandro hizo que Nicolás se levantara, pero solo hasta dejar la entrepierna a la altura de su rostro–. Mira cómo estás, todo húmedo, ¿tan excitado estás?
 
–¿Tu qué crees? –dijo mientras veía como le abría el pantalón y bajaba la cremallera. Estaba sonrojado y la respiración se le agitaba, más aún cuando sintió la mano de Alejandro sacando su miembro fuera de los interiores.
 
–Esto te aliviará –tomó con gentileza la erección de Nicolás, ante la mirada expectante de este, lamiendo toda su extensión, de arriba abajo, desde la base hasta la punta, una y otra vez. El pelinegro, sin dejar de verle, se encendía solamente con la postura que mantenían, pasando sus manos por su cabello, pecho, abdomen, descendiendo hasta el rostro de Alejandro, tocando sus mejillas y mentón, sosteniéndole la mirada.
 
–Te ves tan sexi haciendo eso. No pares.
 
Obedeciendo, Alejandro no se detuvo, más bien aumentó la velocidad de sus movimientos, introduciendo el miembro del pelinegro por completo en su boca, derramando saliva por la comisura de los labios. Nicolás no podía resistirse más, gimiendo sin discreción y moviendo sus caderas al mismo ritmo de la felación, no sin tomarle de los cabellos como Alejandro lo hiciera antes con él. El chico se dejó hacer y, para aumentarle el placer a su novio, llevó sus dedos hasta el trasero de Nicolás, acariciándole las nalgas y su entrada; sintiendo la intromisión en un área tan íntima, la respiración se entrecortó y, arqueando su cuerpo, se vino del mismo modo que Alejandro, derramando parte de la esencia sobre el pecho.
 
Nicolás se acercó para besarlo, compartiendo y mezclando sus fluidos, acompañado por las sonrisas que se dibujaron en los rostros de ambos, enrojecidos y jadeantes, haciendo una breve pausa antes de continuar con más.  Con un par de dedos, que Alejandro lamió previamente, Nicolás los llevó hasta el trasero de este, a su entrada.
 
–Voltéate, quiero seguir con… –le dijo, pero como Alejandro no quería ser menos, le imitó con un par de dedos. Entendiendo lo que quería hacer, Nicolás también se dio la vuelta en el acto, dejando su trasero a la altura del rostro del otro chico, mientras que él se iba a su entrepierna, quedando así los dos en libertad de preparar la respectiva entrada de cada uno, humedeciéndose e introduciendo dedos, cuyas caricias les estremecían el interior de sus cuerpos.
 
–¿Vas a tomarme ya o… quieres que yo lo haga? –preguntó Alejandro, jadeando al sentir que un punto dentro de él había sido tocado–. Por favor… siento que no podré…
 
–Voy a hacerte mío…, Alejandro, voy a… voy a hacerte el amor.
 
Sin mediar más palabras, Nicolás se levantó desde su posición y fue a situarse entre las piernas de su novio, donde sus miembros se encontraron en delicioso contacto, aunque breve, pues el pelinegro lo dirigió a su entrada, rozándola antes de introducirse en él. Alejandro, con un asentimiento y mejillas sonrojadas, le indicó que continuara, sintiendo poco a poco la intromisión en su cavidad; llegado un punto, Nicolás estuvo completamente dentro, deteniéndose para recobrar el aliento, para luego iniciar con las lentas y suaves envestidas, permitiendo a la pareja acostumbrarse a la presión que ejercían el uno sobre el otro. Alejandro, disfrutando con la experiencia de ser penetrado por el pelinegro, para hacer más profundo el contacto, cruzó las piernas tras la espalda de Nicolás, que, rodeándolo con sus brazos, lo atrajo hacia sí quedando Alejandro sentado a horcajadas sobre él.
 
–Nghm… nghm… –soltó Alejandro, mirando a los ojos de Nicolás, nublados de placer.
 
Intercambiaron más caricias en tanto aumentaba la velocidad de las estocadas, incluyendo besos que solo interrumpían al faltarles el aliento. Los largos cabellos estaban revueltos y sudados, tanto como sus cuerpos, que buscaban tenerse tan cerca como podían, abrazándose cada vez más fuerte. Se sentían felices, plenos, y para Alejandro, el hecho de ser tomado en su propio dormitorio, en ese lugar tan sagrado, hacía el acto más especial aún.
 
–Nghm…, que bien… tan bien… nghm…, se siente… tan profundo… nghm…, tómame… hazme tuyo… así… 
 
–Eres mío… Alejandro… nghm…, tan cálido… tan hermoso… nghm…, te amo tanto…
 
–Te amo… Nicolás…, nghm…, mi Nicolás…
 
Los espasmos no tardaron en llegar y, aferrándose el uno al otro con todo su ser, el pelinegro se vino en el interior de Alejandro, que, echando hacia atrás la cabeza y emitiendo un sonoro gemido, atrapó al pelinegro entre sus piernas y brazos como si de candados se tratara. Permanecieron así, quietos, hasta que sus respiraciones se tranquilizaron, Nicolás salió gentilmente del interior de Alejandro en cuanto le liberó, y, como si no hubiese sido suficiente, se tendió boca abajo en la cama, con el trasero en alto, descubriendo su entrada.
 
–Yo también… quiero sentirte, Alejandro…, también quiero… ser tuyo… tómame –le dijo casi susurrando. Para el pelinegro, jadeante como estaba, no había placer más grande que aquel que se comparte: tocar y ser tocado, besar y ser besado, tomar y ser tomado. Y Alejandro, tan deseoso por conocer más de esas experiencias, se ubicó sin dudar tras Nicolás y comenzó a introducirse en su interior, con una lentitud que más parecía una tortura.
 
–Anda…, dámelo todo de una vez –dijo, antes de ser callado por la efectiva estocada que llenó su interior, haciéndole hundir el rostro sobre la cama, gimiendo como no se imaginaba hacerlo–. Nghm… nghm… nghm…
 
–Déjame oírte… déjame oír todo de ti… nghm…, quiero que seas mío… eres mío…, mi Nicolás –Alejandro lo sujetó por las caderas y se movió con más rapidez, y Nicolás, al límite de su cordura, se aferró a los barrotes de la cama, sintiendo como su propio miembro volvía a estar erecto y húmedo debajo. Más aun, Alejandro, dándose cuenta de las reacciones que provocaba, tocó con una mano el miembro de Nicolás, impregnándose con los fluidos, lamiendo sus dedos y llevándolos hasta la boca del pelinegro, para luego, ahora con ambas manos, aferrarse a los hombros de este, llegando hasta lo más profundo de su interior.
 
–Nghm…, ¡ahí!... ¡justo ahí! –exclamó, sintiendo como Alejandro se dejaba caer sobre él y buscaba alcanzarlo con sus labios, primero besándole el cuello y después encontrándose el par de bocas, mezclando fluidos en una caricia tan intima como fogosa.
 
–Nghm… nghm…, eres tan delicioso… tu interior… no puedo…
 
–Tuyo… es tuyo… Alejandro… soy tuyo… nghm…
 
–Yo… yo… nghm… voy a… ¡voy a…!
 
–Dentro… hazlo dentro… por favor… quiero… sentirte…, mío… ¡mío…!
 
Con fuerza, el chico se aferró a Nicolás, tomándole las manos, entrecruzando sus dedos, y en medio de torpes besos e hilos de saliva, Alejandro se vino dentro, compartiendo un orgasmo tan puro que sellaba el vínculo que habían iniciado. Era tanto el placer experimentado en una sola noche que ambos acabaron viendo estrellas sobre sus cabezas, antes de que los parpados comenzaran a pesar.
 
Permanecieron tendidos, uno junto al otro, tan pronto como Alejandro salió del interior de Nicolás, con las respiraciones entre cortadas, en medio de sábanas revueltas, sudados de arriba abajo, mirándose nada más, pues se pertenecían y nada ni nadie podría ya separarlos. Sus cuerpos habían probado el sabor de su virilidad y sus esencias mezcladas, compartidas.
 
Casi en un acto reflejo, Alejandro tomó las sabanas y parte de las mantas para cubrirlos a los dos, tomando de las manos a Nicolás.
 
–Nunca olvidaré este momento –sus ojos le transmitían un sentimiento diferente, ya no era el deseo de antes, sino dulzura, la misma con la que apartó unos cuantos mechones que le cubrían el rostro, brillante por la transpiración.
 
–Tampoco yo lo olvidaré, la forma en que fuimos el uno del otro, la forma en que nos pertenecemos. Ya no hay barreras ni miedos, solo nuestros corazones latiendo –llevó la mano del pelinegro hasta su pecho, aun cálido–. ¿Lo sientes?, y late solo por ti. Te amo.
 
–También lo hace el mío, ¡diablos!, como te amo, te amo tanto, con locura, con pasión, con ternura. Todo eso lo viví hoy, lo vivimos hoy.
 
Se besaron y fundieron en un abrazo, entrecruzando los brazos y las piernas. Nada era suficiente para tenerse de la manera en que lo hicieron, pero, al mismo tiempo, lo era, al fin y al cabo, podrían repetirlo todas las veces que lo desearan.
 
–Ahora que lo pienso…, nunca avisé a mis padres que me quedaría… –dijo de pronto Nicolás.
 
–¿Eh?, creí que ya lo habías hecho –dijo Alejandro–. Aun puedes hacerlo, no es tan tarde.
 
–Gracias por no regañarme…
 
Después de enviar un mensaje breve a Antonia y Mateo, las risas y murmullos, así como caricias y besos cortos los acompañaron el resto de la noche, hasta que el sueño les embargó, sin separarse ni un ápice. De la mano, habían subido al mismísimo Cielo. Plenos, libres, felices.
 
… … … … …
 
Una de las cosas que más agradaban a Lucas a propósito de su cuarto era ese toque viejo y desgastado, con paredes agrietadas y descoloridas, un olor a humedad al que estaba acostumbrado y, elemento del que disfrutaba particularmente en invierno, una chimenea con decorados ricamente trabajados.
 
Cuando regresó de su encuentro con Erika, estaba empapado, como cabría suponer, y tenía frío. Se quitó la chaqueta y la sudadera, quedando solo en camiseta, en tanto que dejaba el libro sobre una enorme pila de otros títulos, para al fin quitarse los zapatos. Buscó un poco de leña seca que guardaba, la apiló en la chimenea y con ayuda de papel periódico enrollado, encendió un fuego para calentar la estancia, en lo que él se daba una ducha rápida.
 
En breve, la temperatura había aumentado y Lucas, ya con pijama y con una taza de chocolate caliente en las manos, tomó el libro y, de piernas cruzadas, se sentó sobre la alfombra, frente a la lumbre. Dio un sorbo a la bebida antes de comenzar a revisar el volumen, en busca de su inicio; pasó de la extensa introducción y empezó a leer en el primer título que encontró en mayúsculas: «CANTO PRIMERO». En ceremonioso silencio, Lucas consumió las palabras del texto que fungía de proemio a la obra, y al acabarlo, cerró sus páginas y quedó pensativo mirando las llamas. 
 
–“La selva oscura… podría ser esta ciudad, ¡no!, esta habitación; el poeta Virgilio, un guía…, Erika podría serlo, una buena guía, aunque no creo que sea poeta; y Beatriz…, hmm…, supongo que Adolfo podría serlo, una guía en el Paraíso” –soltó una carcajada ante sus ocurrencias, tomó otro sorbo de chocolate y volvió a abrir el libro. «CANTO SEGUNDO», decía–. “No pude haber escogido un mejor guía y sabio que tu, Erika, para que me conduzca por esta ciudad, por este Infierno, y quizá con tu ayuda pueda encontrar a mi Beatriz, a mi Adolfo, y caminar con él por el Paraíso”.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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