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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

LVIII
 
Los días que siguieron fueron grises y lluviosos. Extrañamente fueron también tranquilos, pues los ataques se detuvieron sin dejar rastro alguno acerca de la identidad del «maníaco encapuchado», que desapareció con la misma facilidad con que había aparecido. Pese a ello, los vecinos de los barrios donde se cometieron los crímenes retomaron con desconfianza todas sus actividades normales, rogando al Cielo que no se volvieran a repetir.
 
Y, en efecto, no hubo más ataques.
 
Más allá de las noticias y rumores que circulaban por la ciudad, Adolfo llevó su vida con normalidad, disgustado solamente por las ausencias cada vez más prolongadas de su hermano Nicolás, convencido de que debía de haber pasado las noches recientes en los brazos de Alejandro, entregados por completo a su floreciente relación, que contaba con el apoyo de Antonia y Mateo, nada menos que sus padres. Aun recordaba la discusión que sostuvieron a causa de Nicolás. “Lo que haga tu hermano no es tu problema”, había dicho su padre. “Tu hermano merece ser feliz, ¿o es que quieres verlo triste otra vez?”, había dicho su madre. “¡Claro que quiero verlo feliz!, ¡pero no con Alejandro!, ¡me lo está quitando!”, había dicho él, pero ellos le regañaron, dijeron que se estaba comportando egoístamente, porque si tanto amaba a Nicolás, debía dejarlo ser feliz con la persona que él había escogido, inclusive se mostraron a favor de Alejandro, alegando que el chico no tenía nada de malo, era decente y educado, y por sobre todas las cosas, se notaba a leguas que amaba de verdad a Nicolás, amor que hizo del pelinegro una persona más alegre, dejando atrás al niño melancólico y callado que todos recordaban. 
 
Al final, resultó que no solo Nicolás, sino que también Alejandro contaba con el favor y aprobación de sus padres. ¿Estaban ellos equivocados?, ¿o sería él quien debía reconsiderar todo y dar una oportunidad a la pareja con tal de salvar el afecto que le tenía a su hermano?
 
… … … … …
 
Habían acabado sus clases y estaba agotado. Le gustaba la Historia, pero las lecciones eran extensas y acaban volviéndose tediosas, sumado a que volvía a llover sobre la ciudad y ansiaba regresar a casa solo para acostarse en su cama. La lluvia no era tan intensa como otros días, así que bastaba su sombrero para cubrirle la cabeza, aunque no para protegerle de los pensamientos que le invadían de tanto en tanto, como lo era el recuerdo de Lucas; si bien no era grata su persona ni su imagen, no podía evitar mirar involuntariamente y cada cierto tiempo a sus espaldas, esperando encontrarlo siguiendo sus pasos, tal y como el rubio solía hacer. Sin embargo, Lucas no estaba allí, había desaparecido igual que hiciera el «maníaco encapuchado», convirtiéndose en una débil visión que el paso de los días y las semanas acabaría por desvanecer.
 
La lluvia no fue impedimento para regresar a casa caminando. En tanto se alejaba del centro, Adolfo acabó llegando al sector residencial, el cual se extendía por varias manzanas a la redonda, incluyendo el barrio donde él mismo vivía; la calle por la que iba se caracterizaba por sus bellas mansiones, casas victorianas, casas antiguas... casas abandonadas, un espectáculo arquitectónico absolutamente hermoso como pocos se podían encontrar, donde el tiempo se había detenido irremediablemente.
 
Más tranquilo y disfrutando de la brisa que soplaba, llevando algunas gotas hasta su rostro, Adolfo ralentizó sus pasos hasta detenerse por completo cuando sus ojos se posaron sobre la heladería que estaba en la vereda de enfrente; cruzó la calle y se paró tras la vitrina para mirar qué sabores había. Independiente del clima que hiciera, comprar un helado siempre resultaba útil para mejorar su humor.
 
Distraído como estaba en la elección de los sabores, Adolfo tardó unos momentos en percatarse de la presencia que había a sus espaldas.
 
–¿Qué sabor vas a elegir?
 
Adolfo volteó y se encontró con la sonrisa altanera de Lucas.
 
–¿Cómo fue que me encontraste?
 
–Digamos que nunca he dejado de seguirte.
 
La frialdad de la respuesta era inquietante y, en cierta forma, hizo sentir a Adolfo como que no había escapatoria. Fuera donde fuera, Lucas siempre se las arreglaba para encontrarle. Pese a ello, Adolfo mantuvo la compostura, fingió indiferencia y volvió su atención a la vitrina, no sin antes soltar un suspiro resignado.
 
–Quiero un cono de tres sabores –ordenó, ante la total atención que prestaba Lucas tras él–. Quiero de frutilla, crema mora y cheesecake de frambuesa.
 
–¿Y usted? –preguntó el vendedor, creyendo que los chicos estaban juntos.
 
–Chocolate suizo, stracciatella y cookies and cream –respondió el rubio, dando una mirada rápida a los sabores disponibles. Luego, sin mediar aviso, se acercó a la caja y pagó por los dos helados, mientras que Adolfo los recibía de manos del vendedor sin pronunciar palabra.
 
Un curioso cuadro era el que estaba a la vista de los transeúntes y clientes de la heladería: una pareja sentada bajo un enorme quitasol, que más bien hacía las veces de paraguas en las circunstancias actuales, disfrutaba de sus helados con una normalidad que podría parecer genuina, pero que en realidad solo era una fachada, un telón que en cualquier momento podía caer, dando por terminada la comedia por ellos representada.
 
–Estás loco si piensas que te daré las gracias –dijo Adolfo sin mirarle.
 
–No me importa, aunque francamente pensé que serías un chico más educado –dijo Lucas, y agregó–: por otro lado, estás viendo algo que pocos, ¿sabes?, hace mucho que no tomaba un helado de estos, ¿está bueno el tuyo?
 
–Sí, obviamente.
 
–Deberíamos hacer esto más seguido, ¿no te parece?, salir juntos.
 
Adolfo le miró de reojo, procesando lo que acaba de escuchar. “Salir juntos. ¿Me estás jodiendo?, pero si eres tu el que no ha parado de seguirme desde aquel maldito día que nos conocimos. No sé cómo le haces para encontrarme siempre que quieres, y lo peor es que cuando lo haces, te me pegas como ahora”.
 
–¿Adolfo? –preguntó ante el abrupto silencio.
 
–Con una condición, que todo sea acordado previamente y no te aparezcas como hiciste hoy, acosándome, porque eso es lo que te gusta hacer, según parece.
 
–No sé a qué te refieres con eso –soltó con ironía más que evidente, porque bien sabía Lucas a donde apuntaba Adolfo con su comentario. Por su parte, este último volvió a callarse–. Vale, vale, es broma. Ya en serio, anota mi número de teléfono, o dame el tuyo, como quieras, así estaremos en contacto.
 
–Si lo hago, ¿dejarás de seguirme? –preguntó, enarcando una ceja.
 
–No –y soltó una risa estridente.
 
Adolfo, lejos de sorprenderse, suspiró y se levantó del banco que compartían bajo el quitasol, alejándose del lugar a paso lento, no molesto, pero sí cansado. “Ahora te levantarás y comenzarás a seguirme, otra vez”.
 
No se equivocó. Lucas iba detrás de él, con su helado aun sin terminar en la mano, como si nada ocurriera.
 
“Si tan solo pudiera fingir que no estás ahí, pero no puedo. Ya no puedo, aunque no te vea, sé que estás ahí”.
 
… … … … …
 
La casa se sentía especialmente sola cuando Adolfo llegó. Ninguna señal de sus padres ni de su hermano. Acabó por sentirse más solo que nunca y, desanimado como estaba, incluso más tras el encuentro con Lucas, fue a encerrarse en su cuarto, puso música y se recostó sobre la cama, aguardando en vano a que el sueño se lo llevara lejos de la realidad.
 
No funcionó.
 
Se levantó y fue a sentarse frente al escritorio, viendo a la nada, apoyando su cabeza sobre las manos; de fondo seguía tocando una suave melodía y un tazón con maní descansaba en medio de un montón de papeles, del cual Adolfo comía en un acto casi automático. Sintió de repente un frio en la espalda, obligándole a levantarse de la silla para buscar una manta y echársela sobre los hombros. Miró por la ventana hacia el cielo nuboso, la lluvia se había detenido y la luz del sol lograba tocar el húmedo suelo. Era un ambiente perfecto para acostarse, lástima que para él había resultado inútil.
 
Días atrás estuvo dando vueltas por los alrededores y en ningún momento se encontró con Lucas. Fue como si se lo hubiera tragado la tierra y aunque significó un alivio caminar sin la presencia cercana del rubio, le provocó cierto aburrimiento. Y ahora, de la nada, volvía a aparecerse con todo el descaro del que era capaz, atreviéndose a invitarle el helado que, se suponía, ayudaría a mejorar sus ánimos, pero no, acabaron intercambiando palabras… y números telefónicos, en la esperanza de acabar con su acoso. Inesperadamente, hubo un momento en el que Lucas desapareció de su vista, sin saber por cuanto tiempo había caminado sin tener al acosador siguiéndole los pasos. Lo extraño es que, después de todo lo que había ocurrido, incluyendo el segundo intento de Lucas para que le diera su número cuando por fin le dio alcance en una de las esquinas donde tuvo que detenerse por culpa del semáforo, acabó cediendo, recibiendo a cambio el número de este, guardándolo en sus contactos y ahora mirando como su perfil de WhatsApp decía «en línea». En definitiva, algo en su interior se sentía diferente tras conocer al rubio.
 
La llegada a casa de su hermano lo distrajo un momento, aunque breve pues los ojos de Adolfo volvieron a posarse en las ramas de los árboles, que se mecían ante el viento cada vez más fuerte. La llamada a su puerta terminó con sus divagaciones, cerró las cortinas y se acomodó en su silla.
 
–Entra.
 
Nicolás abrió y asomó la cabeza al cuarto. Su mirada era seria.
 
–¿Cómo estás? –preguntó.
 
–Bien, así como me ves, ¿y tú?, ¿qué te hizo recordar que sigo aquí?
 
–Nunca me he olvidado de ti, ¿cuándo vas a dejar de tener esa actitud?
 
–No lo sé, tal vez pronto, tal vez no –dijo y se volvió a mirar los papeles sobre el escritorio.
 
Nicolás quiso acercársele, pero temiendo su rechazo, fue a acostarse en la cama de su hermano menor después de entrar en la habitación con total naturalidad.
 
–¿Por qué estás aquí? –preguntó al verle.
 
–Porque me gusta –respondió Nicolás, quitándose los zapatos y acomodándose entre las frazadas, luego, le indicó a Adolfo que se fuera a sentar a su lado, más aún, que se acostara con él–. ¿Te acuerdas cuando eras más pequeño y por las noches te ibas a mi cuarto para dormir conmigo?, ¿o las siestas después del almuerzo?
 
–Claro que lo recuerdo –respondió, acercándose y sentándose en la cama; quería parecer fuerte y no el niño frágil que en realidad era–, siempre me sentí a gusto contigo, entre tus brazos, pero ahora… es Alejandro quien ocupa ese lugar.
 
–Eso no es verdad, él no puedo ocupar tu lugar, jamás lo hará –dijo incorporándose sobre la cama–. Lo que es tuyo en mi corazón seguirá siendo tuyo, tú eres y seguirás siendo mi Adolfo, sin importar con quien yo esté. Recuerda, estos brazos seguirán estando dispuestos a acogerte cuando quieras, y espero que, cuando tu encuentres a quien amar, ese lugar que yo ocupo en tu corazón, no deje de latir por mí.
 
–Tu… tu… nunca podrías ser reemplazado… jamás… –su voz se entrecortaba y la mirada desviada, pues sus ojos se humedecieron tanto mientras oía a su hermano hablar, que rompería a llorar en cualquier momento. ¿Cómo podía ser que después de todo…? Nicolás jamás le odiaría y eso le lastimaba por dentro, él era el único que sufría con esos sentimientos negativos.
 
–Ven aquí, ven…
 
Adolfo no pudo contenerse más. Los brazos de Nicolás se sentían tal y como los recordaba, y lo recibieron en medio de llantos y sollozos, que fueron pasando cuando pudo aspirar otra vez el aroma de su hermano mayor, trayendo de vuelta las memorias de cuando ambos eran pequeños.
 
–Adolfo, mírame, tú no eres el único que siente miedo, también yo estaba asustado.
 
–Yo… yo también te protegeré, ¿te acuerdas que yo decía eso? –dijo, respirando con dificultad, hundiendo su cara en el pecho de Nicolás, aliviado por el beso que era depositado sobre sus cabellos–, Nico, ¿podría… podría besarte, aunque solo sea una vez?
 
El pelinegro mayor le vio sin saber qué decir.
 
–Si me dejas, te prometo no volver a insistir más. Solo uno, por favor.
 
Nicolás suavizó su mirada y asintió.
 
Adolfo se acercó sin dudar y, en un toque suave y ligero, casi como el roce una pluma, le besó en los labios, un contacto que apenas duró, pero que le hicieron entender que esos labios no eran suyos. No eran para él.
 
–Gracias, y ahora, una promesa es una promesa –le dio un segundo beso, aunque en la mejilla, antes de levantarse, pero Nicolás se lo impidió sujetándole del brazo.
 
–No te vayas, quédate conmigo, como hacíamos antes.
 
–¿Quieres… que tú y yo…?
 
–Sí, por favor, así tu ya no sentirás frio ni yo sentiré miedo por perder a mi hermano.
 
Adolfo sonrió y su rostro se iluminó con la felicidad de días pasados, saltando sobre Nicolás y cubriéndose los dos con las mantas, compartiendo la canción que su madre les cantaba para dormir. 
 
Como los niños que fueron una vez, se sumieron en un sueño que ambos creían olvidado y, sin embargo, seguía presente en un deseo latente. Tan profundo se durmieron los dos que, ya por la noche, no se percataron del regreso de sus padres; tanto fue que Antonia, extrañada por el silencio que reinaba en la casa, subió a las habitaciones para averiguar lo que ocurría con sus hijos. No tardó en descubrir que ambos muchachos dormían en el dormitorio del menor, acurrucados el uno contra el otro, con expresiones de paz que hacía mucho no veía en ellos. Sin hacer ruido, la mujer cerró la puerta y fue a reunirse con su esposo.
 
–¿Y los niños? –preguntó Mateo.
 
–Están durmiendo –respondió ella con una sonrisa complacida. 
 
–¿Qué les habrá pasado?
 
–No lo sé, pero déjalos que duerman, hace frío para que estén en pie –dijo, y se dirigió a la cocina–. Vamos a comer, Mateo, ya lo harán ellos cuando se despierten.
 
… … … … …
 
–Si que has estado ocupada, ¿puedo saber en qué estás trabajando? –dijo Francisco llegando junto a su novia, que estaba muy concentrada frente a la computadora.
 
–Estoy organizando un evento –dijo sin despegar los ojos de la pantalla.
 
–¿Para tu grupo de literatos?
 
–En efecto, y será algo pequeño, en la vieja casa donde fue la última feria del libro.
 
–Ya veo, dime algo, ese día cuando saliste con Cristina, ¿ocurrió algo?
 
–Solo que regresé muy cansada –respondió con indiferencia.
 
–Cristina me dijo que tenías que reunirte con alguien más tarde esa noche, ¿fue así?
 
–¡Ah, sí!, es verdad, lo había olvidado, un chico que conocí en la feria quería consultar conmigo unas recomendaciones de libros y acabé prestándole uno.
 
–Ya entiendo, ¡ufff…!, qué alivio –dijo frotándose las manos en las piernas.
 
–¿Por qué lo dices?, ¿qué pasa con eso? –Erika se volteó para verle, quitándose las gafas–. ¿Estabas preocupado o algo?
 
–Un poco, sí, pensé que me estabas engañando y…
 
–¿Qué dices?
 
–… y, bueno, no sueles hacer eso tan seguido, ya sabes, salir y reunirte con otras personas así sin más.
 
–Sí, fue algo repentino, pero llevaba días hablando con este chico, y todavía debe devolverme el libro –explicó Erika, y dio a Francisco un beso suave en la mejilla–. Descuida, que mis literatos no son de interés, al menos no de la forma en que estabas pensando… aunque podría cambiar de opinión si tuvieran algo que yo quisiera.
 
–¿Y eso sería…? Un libro raro, me imagino –se respondió el chico suspirando. Ni tan siquiera debía preocuparse porque Erika le fuera infiel, ella no prestaba atención a nada ni nadie salvo a lo que estimulara sus inquietudes intelectuales. A veces, incluso se sorprendía a sí mismo pensando en las razones por las que Erika le había aceptado como pareja, considerando que eran tan diferentes.
 
–Me conoces muy bien como para dar esa respuesta, se siente bien que después de todo y el poco tiempo que compartimos, seamos capaces de seguir juntos. De que tu estés conmigo –un cálido rubor encendió sus mejillas, provocando en Francisco un sentimiento de ternura hacia ella.
 
–También yo me siento feliz, mi amada ermitaña, y dime, ¿cuándo volveremos a salir? –dijo, estrechándola entre sus brazos.
 
–Podría ser después del evento que estoy organizando.
 
–¿Y será pronto?
 
–Dentro de un par de semanas, quizá antes si es que consigo algo de ayuda.
 
–Vale, será hasta entonces, por ahora, te dejaré trabajar.
 
–¿Ya te vas?
 
–Sí, quedé con Sebastián para esta tarde.
 
–Bien, hablamos a la noche.
 
–Nos vemos.
 
Y antes de que Francisco abandonara la habitación, Erika se arrojó sobre su novio para besarle, cruzando sus brazos tras el cuello de este. El chico, más que sorprendido, solo se dejó llevar, aprovechando la ocasión para sostenerla por la cintura y degustar sus labios sabor a fruta una última vez.
 
… … … … …
 
–Nico, ¿te gustaría que fuéramos al Jardín Botánico este domingo?
 
–Hmmm… lo siento, Ale, pero no podré, ya me comprometí con Adolfo –respondió al otro lado de la línea.
 
–Oh, ¿en serio?, qué lástima, ¿y qué harán ese día?
 
–Iremos juntos a un evento, creo que es un café literario, Adolfo me invitó, espera un momento, te compartiré el enlace –dejando la llamada en espera, Nicolás buscó en sus redes la publicación que su hermano le enviara antes: se trataba de un afiche anunciando una serie de actividades, entre ellas, una sesión de lecturas públicas–. Ya está, acabo de enviártelo.
 
–Vale, lo recibí, gracias –Alejandro miró con atención el afiche, en cuya descripción se indicaba que el evento era organizado por una tal Erika y un tal Tomás–. ¿Erika?
 
–¿La conoces?
 
–Si es quien creo que es, sí. Es la novia de Francisco.
 
–Oh, ya. Entonces, no la conozco.
 
–Quizá lo hagas ese día, es una chica agradable –dijo, recordando la imagen que tenía de Erika el día de la práctica–. Viendo bien esto, parece que será muy entretenido y me gustaría ir, pero, ¿crees que esté bien?, lo digo por Adolfo.
 
–No lo sé. La verdad es que también me gustaría que nos acompañaras, sin embargo, no sabría decir si Adolfo lo tomará de buena manera. Le preguntaré de todas formas y te aviso. No perdemos nada con intentarlo.
 
–Gracias –respondió, con la esperanza de que el pelinegro menor no se sintiera incómodo por la propuesta que le hiciera Nicolás–. ¿Te diste cuenta?, es en la misma casa donde fue la feria del libro.
 
–Sí, y me llamó la atención que así fuera. Es un bonito lugar, después de todo –a su mente llegó el recuerdo de ambos sentados bajo el sauce, cuando se besaron aquella tarde; tales pensamientos le hicieron sonreír, imaginando que pudiera repetirse una escena similar–. ¿Sabes?, tengo la intención de participar de las lecturas.
 
–¿En serio?, ahora tengo más ganas de ir.
 
–Ojalá puedas venir, incluso si solo fuera por un rato –la voz de Nicolás había adquirido un tono suave, que incluso se percibía desde el otro lado del aparato–. El próximo fin de semana, sí o sí, iremos al Jardín Botánico, ese día será solo para nosotros, ¿te parece bien?
 
–Más que bien, me parece perfecto –dijo Alejandro. En ese momento habría querido lanzarse en los brazos de su novio, pero no se angustió ante la imposibilidad de hacerlo; sabía con certeza que tendrían días enteros para abrazarse y disfrutar en la mutua compañía que tanto les gustaba.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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