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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

LX
 
Así como no pasó desapercibido para nadie, y menos para Adolfo, que el rubio estaba presente en la sesión de lecturas, tampoco pudo ignorar como Martín saludaba discretamente a Lucas con un movimiento de mano, devolviéndole este último el gesto desde su ubicación. “¿Será que también se conocen?, ¿habrá venido por él?”, pensaba Adolfo, mientras el pelirrojo hacía su presentación.
 
Erika fue la encargada de poner fin a la sesión, recitando un breve poema, que tuvo el efecto de motivar diferentes sentimientos y emociones entre los presentes.
 
–Y ahora, para concluir con la actividad y dar paso al coctel, hemos preparado algo especial, nuestro amigo y también organizador, Tomás, interpretará para nosotros una pieza musical, la «Balada para piano nº 1 en sol menor Op. 23», de Frédéric Chopin –a una señal de Erika, un par de ayudantes acercaron un objeto grande cubierto por una lona negra que, al quitarla, reveló un antiguo piano de cola–. Adelante, Tomás, el escenario es tuyo.
 
El aludido, el mismo chico de cabellos y trenza cobrizos, se levantó de su lugar y se acercó hasta el instrumento, no sin antes hacer una reverencia ante el auditorio. Sin pronunciar palabra, se sentó frente al teclado y, sin ayuda de una partitura, comenzó su presentación, haciendo gala de gran destreza y talento, provocando murmullos entre el público y que las miradas estuvieran fijas sobre él. Adolfo escuchaba con atención; Martín sonreía y sus ojos brillaban de felicidad; Lucas estaba embelesado por la belleza de la música y la de su intérprete, tal y como le ocurrió la primera vez que tuvo ocasión de presenciarlo; Alejandro y Nicolás comentaban por lo bajo cuan agradable era disfrutar de una interpretación como esa en vivo.
 
Cuando hubo transcurrido diez minutos, Tomás finalizó, tornándose el silencio general en aplausos emocionados y entusiastas, una verdadera ovación. El chico se levantó del taburete, se inclinó con una actitud estoica y regresó a ocupar su lugar junto a Erika.
 
–Muchas gracias, Tomás, estoy segura de que todos han quedado deslumbrados con tu intervención. Pues bien, damos por concluido nuestro evento, como organización, agradecemos la presencia y participación de todos ustedes el día de hoy, quedando cordialmente invitados al coctel. Gracias.
 
Erika se levantó, seguida de todos sus compañeros de mesa que, después de una nueva ronda de aplausos, se separaron del mismo modo que los asistentes, algunos reuniéndose en grupos de conversación, otros yendo a por café, té y chocolate, bebidas y jugos, servidos todos al fondo del comedor, junto a los más deliciosos bocadillos; Martín también se retiró, ante la vista de Adolfo, y fue a reunirse con algunas personas que rodeaban a la anfitriona, del mismo modo que otro grupo, compuesto en su mayoría chicas, rodeaba al pianista. Adolfo buscó a Lucas entre los asistentes, pero este ya no ocupaba su lugar, sino que charlaba tranquilamente con otros chicos; pensó en ir junto con su hermano, pero él también estaba ocupado charlando, mientras que Alejandro llegaba con un par de tazas. “Sabía que debía haber escogido algo para leer, ya me doy cuenta de que eso atrae la atención de todos. Hasta Nicolás obtendrá un par de admiradores saliendo de aquí”, pensaba, y resignado ante la falta de atención, fue a por algo de beber, dispuesto a conversar con cualquiera que se le acercara.
 
… … … … …
 
–¿Qué te preguntaban esos chicos? –preguntó Alejandro en cuanto quedaron solos.
 
–Querían saber si participaba en algún grupo de lectura o club literario, o si estaba familiarizado con otras obras de Víctor Hugo –respondió Nicolás, bebiendo su té y comiendo unas galletas de chocolate–. Esto sí que está bueno, ¿las probaste?
 
–Sí, las probé, muy ricas –dijo, y tomó un par más de la bandeja–. Volviendo a lo anterior, de seguro se acercaron con motivo de tu lectura, ¿les habrá gustado mucho?
 
–Eso parece, y cuando les dije que esta era una actividad que solo hacía en mis ratos libres, me invitaron a reunirme con ellos para hacer sesiones de lectura como la de hoy.
 
–Bueno, no creo que formar parte de un club de lectura sea propio de ti.
 
–Pues no. La verdad es que tuve que rechazar la oferta, y aunque sonaba entretenida, ya sabes que mi pereza puede más.
 
Alejandro soltó una carcajada ante esto último, carcajada que acabaría contagiando a Nicolás.
 
–Oye, ¿te gustaría conocer a Erika? –propuso de pronto.
 
–¿Y ese cambio de tema tan brusco? –se sorprendió Nicolás–. La novia de Francisco, ¿verdad?
 
–Sí, confirmé que era ella en cuanto la vi, ¿me acompañas?, quiero saludarla al menos, ahora que ha quedado libre de sus fans.
 
–Bien, vamos –dijo el pelinegro, siendo ya arrastrado por su novio junto al grupo que rodeaba a los organizadores.
 
La pareja se acercó hasta el grupo que hablaba con Erika, entre ellos Martín, que estaba muy emocionado, casi como un fan que tiene ocasión de conocer a su ídolo.
 
–¿Alejandro?, vaya sorpresa el verte aquí –exclamó ella al verle, y quedó admirada del chico que venía tomado de la mano junto a él: era el mismo pelinegro que antes había leído el final de «Notre-Dame de Paris» y, haciendo un poco de memoria, supuso que debía de tratarse del novio de Alejandro–. ¿Nicolás?, ¿así te llamas, cierto?
 
–Así es, gusto en conocerte, Erika –saludó el chico.
 
–El gusto es mío, ¿sabes?, me han hablado mucho de ti –comenzó a decir Erika–. Como tal vez sepas, no suelo reunirme con nuestros amigos en común, pero aun así me entero de bastantes cosas, y una de ellas has sido tú y tu relación con Alejandro.
 
–Ya veo, me parece curioso porque tampoco he compartido demasiado con ellos, pero supongo que, al ser el novio de Alejandro, es natural que se hagan comentario acerca de mi –Nicolás se sintió un poco apenado y bajó la vista.
 
–En cualquier caso, no voy a preguntarte nada sobre la relación de ustedes, no es de mi interés –dijo Erika expresando su natural indiferencia–. Son otros temas los que me interesan, como tu lectura, que ha sido de lo más atrayente. Me gustó mucho.
 
–No fue nada, solo escogí el libro que estaba leyendo en mi casa y aprovechando la ocasión, decidí participar. La verdad es que no se organizan con frecuencia eventos similares y te agradezco la iniciativa –dijo Nicolás.
 
–La iniciativa no es solo mía, Tomás también tiene su mérito –dijo Erika, señalando con la mano al pianista, que permanecía rodeado por varias personas–. En fin, de no ser por ti y todos los que han asistido hoy y participado con sus lecturas, este evento no habría resultado. La lectura de Platón que dio Martín también resultó fascinante, sin duda estabas muy motivado, ¿no?
 
–Sí…, la verdad… sí…, muchas gracias… –dijo el pelirrojo, completamente ruborizado, jugando con uno de sus rizos, ocasionando algunas risas entre los presentes.
 
… … … … …
 
Continuaron intercambiando opiniones durante algunos minutos más, y apenas vio una oportunidad para librarse de las adulaciones que recibía por parte de los chicas y chicos, el de pelo cobrizo se alejó para buscar una taza de té y abandonar el concurrido salón, aliviado de recibir un poco de aire fresco en el rostro.
 
–Tocaste hermoso, Tomás –dijo una voz a su espalda. Girándose, pudo ver a Lucas con una expresión nostálgica–. No has perdido nada de tu talento a pesar del tiempo.
 
–Ni tú has perdido esa fuerza en tu mirada, pude sentirla desde que me reconociste, ¿cómo has estado?
 
–Bien, aunque las cosas han sido un tanto aburridas, pero el verte aquí ya me ha alegrado el día.
 
–Asumo que nadie ha ocupado mi lugar a tu lado, ¿verdad?
 
–No, todavía estoy solo, pero siempre llevo tu recuerdo en mi corazón.
 
Tomás se acercó y le acarició la mejilla con total naturalidad, a lo que el rubio respondió sosteniéndole la mano, rememorando un contacto que hacía mucho no sentía.
 
–Recuerdo bien que en ese tiempo apenas si dejabas que te tocara y solo después te volviste más apacible.
 
–Dicen que el amor puede amansar a las bestias.
 
Sonrisas tenues se dibujaron en el rostro de ambos y el recuerdo de su historia pasada volvía a hacerse presente. Una historia que no podían retomar.
 
–Martín vino conmigo –dijo Tomás, separándose del rubio y bebiendo su té.
 
–Sí, lo he visto, me saludó cuando estábamos leyendo. Debería ir y saludarlo, también a Erika. ¿Sabes?, ella fue quien me prestó el libro que leí.
 
–Debí saber que te habías hecho aconsejar por ella, porque según recuerdo tu no leías a Dante.
 
–Así era, hasta que me dieron ganas de leer algo que sonara a “infierno”, y como ves, la sugerencia de Erika resultó muy acertada, ¿me acompañas a saludarla?
 
–Sí, dame un momento para terminarme el té y tomar aire antes de volver allí dentro.
 
Sin decir una palabra más, los dos permanecieron de pie en las escaleras que daban al jardín.
 
… … … … …
 
Cuando regresaron al comedor, Tomás fue detenido por una pareja que iba de salida. Alejandro le estrechó la mano y le felicitó por su hermosa interpretación, en tanto que Nicolás agradecía la oportunidad de poder oír a un talentoso pianista, dedicándole solo una inclinación de cabeza a Lucas como saludo, a lo que el rubio respondió con un gesto idéntico.
 
Erika charlaba con un grupo diferente, pero siempre acompañada por Martín, que no se separaba ni un ápice de ella; viendo este como su hermano y Lucas regresaban, le indicó a la chica que fueran a reunirse con ellos.
 
–Bueno, ha sido un verdadero agrado compartir con ustedes esta tarde. Avisaré por medio de las redes cuando se realizará otro evento como este. Adiós a todos –dijo ella, despidiendo a los últimos invitados, solo para dirigirse a los recién llegados–. Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?, mira nada más con quien te encuentro.
 
–Sí, Lucas me estaba haciendo compañía allá afuera –respondió Tomás–. Supongo que las presentaciones entre nosotros son innecesarias, ¿no?
 
–Lo son, pues conocí a Lucas la vez pasada, en la feria del libro, pero no hablamos hasta mucho después, cuando me escribió consultando por un libro que, dicho sea de paso, leíste aquí, eso me sorprendió –explicó Erika.
 
–Para mí también lo fue, pues no estaba en mis planes hacer esta lectura, puedo decir que fue una decisión de último momento –dijo Lucas con una amplia sonrisa orgullosa–, aunque lo mejor del evento fue escuchar a Tomás, que sigue siendo un prodigio.
 
–No hace falta que sigas halagándome, ya tuve bastante con todos esos fastidiosos de antes –repuso el de la trenza.
 
–Pero es la verdad, tu dedicación es la prueba de ello –agregó Martín, abrazándose a su hermano.
 
–Y que lo digas, fue por eso que lo invité a dar una presentación para nosotros –dijo Erika.
 
–Basta, ¿quieren?, o no podré con el rubor –dijo Tomás, acariciando su pendiente.
 
–Por mi está bien, me trae recuerdos verte sonrojado –dijo Lucas, rodeándole por la cintura, a lo que Tomás respondió haciendo lo mismo.
 
–Ustedes se ven tan bien juntos –observó Martín–. Nunca entenderé por qué tuvieron que romper.
 
–Lo que está hecho, hecho está, pequeño, no vale la pena agotarnos en esas cuestiones, contentémonos con los buenos momentos que compartimos –dijo Lucas, alborotando el cabello del pelirrojo con la mano que tenía libre, sin poder ocultar la melancolía tras sus palabras–. Dime, ¿regresarán a casa luego de esto o se quedarán en la ciudad?
 
–Se supone que debemos regresar, así le dijimos a nuestro padre, pero estaría bien quedarnos un poco más, ¿qué te parece? –preguntó Martín a su hermano.
 
–Podría ser, pero no tenemos suficiente dinero para alojarnos en un hotel, ¿dónde podríamos quedarnos?
 
–¿Qué tal si cada uno se lleva a uno y lo aloja en su casa?, ¿qué dices, Erika? –propuso Lucas.
 
–¿Alojarlos en nuestras casas? –repuso ella.
 
–Claro, tú puedes llevarte a Martín y yo me llevo a Tomás. Inteligente, ¿no?
 
–¿Yo?, ¿quedarme en casa de la señorita Erika?, ¿no será demasiado? –por poco y Martín soltó su libro ante el temblor de sus manos.
 
–Mmm..., no lo sé, supongo que a mis padres no les molestaría recibir un huésped en casa, además se trata del hermano de un amigo cercano –decía la chica.
 
–Y a ti, Tomás, ¿te gusta la idea? –preguntó Lucas.
 
–Si no es un problema para ti, está bien –y en un susurro al oído del rubio, preguntó–: ¿Qué estás tramando?
 
–Pasar la noche contigo –le susurró a Tomás, que entendió perfectamente a donde iban las intenciones de Lucas.
 
–¡Está decidido! –exclamó Martín, que estaba tanto o más emocionado que Lucas, sin embargo, algo captó su atención y comentó en voz baja–: Oigan, ¿ustedes conocen a ese chico que nos observa desde la esquina?
 
Los cuatro se voltearon hacia el lugar donde Adolfo, intentando disimular con su ancho sombrero, pretendía solo estar bebiendo chocolate caliente junto a la mesa de los bocadillos, pero su esfuerzo fue en vano, pues cuando volvió a ver, todos cuchicheaba y las miradas estaban puestas sobre él. Sin embargo, lo que Adolfo no se esperaba es que Lucas se le acercara y, sin decir nada, le extendiera la mano para que fuera con ellos.
 
–“¿Quieres que vaya contigo?, ¿con ustedes?, ¿es esto una señal o algo parecido?” –pensó por un instante, antes de decidirse a aceptar la mano que le invitaba a unirse a aquel curioso grupo de extraños.
 
… … … … … 
 
Sin dejar de mirar la mano que el rubio le extendía, Adolfo se acercó con lentitud hasta aquel grupo, que no dejaba de mirarle como si se tratara de una rara gema que acaba de ser descubierta.
 
–Les presento a Adolfo, un amigo mío –anunció Lucas, con un tono que el pelinegro antes no había escuchado: educado y formal. 
 
–Gus… gusto en conocerlos –saludó, inclinándose ante los presentes de la forma más vergonzosa, pues parecía como si estuviera delante de reyes a los que no podía mirar a los ojos.
 
–Ellos son Erika, Tomás y su hermano Martín –continuó Lucas con la presentación–, ¿no los conocías?
 
–No, apenas a Martín, que estaba sentado junto a mi durante las lecturas, ¿son todos amigos? –preguntó Adolfo ante la cercanía que lograba percibir en los chicos. 
 
–No realmente –intervino Erika–. Tomás y yo nos conocemos desde hace algún tiempo, pero a su hermano lo conocí hoy, y recientemente estoy en contacto con Lucas, quien me ha sorprendido gratamente con su participación el día de hoy.
 
–Por mi parte, también puedo decir que he conocido a Erika hace bastante ya, y hemos participado en gran variedad de actividades, semejantes a esta. Sí, tenemos una buena amistad –dijo Tomás–. En cuanto a Lucas, nos conocemos desde hace años, aunque nuestra comunicación no es tan frecuente como solía serlo.
 
Estas últimas palabras revelaban en su tono un cariño, cuyo origen se difuminaba en la lejanía. 
 
–Perdón que los estuviera viendo, y también por preguntarlo directamente, pero todos ustedes se comportan y expresan de un modo que me hizo pensar que eran muy íntimos, impresión mía, supongo –dijo Adolfo, encogiéndose de hombros, apenado.
 
–¿De verdad lo crees? Me alegra tanto oírlo, porque desde hace mucho que quería conocer a la señorita Erika –dijo Martín, embelesado por la presencia de la chica y su porte elegante–. Tomás me habló mucho de ella, pero nunca tuve ocasión de asistir a los eventos que organizó. Y ya vez, hoy fue la ocasión de conocerla y estoy muy feliz.
 
–Tu hermano siempre cumple lo que promete, ¿verdad, Martín?
 
–¡Sí!, te debo ese favor de haberme traído contigo al evento, lo he pasado de maravilla –dijo, abrazándose otra vez al de la trenza.
 
Adolfo no pudo evitar verse reflejado en el pelirrojo que, como él, disfrutaba mucho en la compañía de su hermano mayor.
 
–En fin, ¿iremos a cenar saliendo de aquí? –dijo Tomás.
 
–Supongo que sí –dijo Lucas.
 
–¡Sí!, quiero comer algo rico antes de regresar a casa. Allá no hay buenos restaurantes como los hay aquí –comentó Martín.
 
–Asumo, entonces, que no viven en esta ciudad –dijo Adolfo.
 
–En efecto, mi hermano y yo vivimos en otra ciudad cercana, pero viajamos aquí con cierta regularidad –explicó el pelirrojo.
 
–Entiendo. Eh…, bueno, yo los dejo, ha sido un gusto conocerlos a todos. Espero haya ocasión de encontrarnos de nuevo –concluyó el pelinegro, pero antes de poder decir “adiós”, Lucas se adelantó.
 
–Espera, Adolfo, ¿te gustaría ir a cenar con nosotros?
 
El rubio se atrajo las miradas de todos.
 
–Bueno, ¿qué te parece?, ¡y ustedes!, no me miren como si hubiera dicho un disparate.
 
–A mí no me molesta –dijo Erika.
 
–Tampoco a mi –la secundó Tomás.
 
Martín guardó silencio, viendo a Adolfo con suspicacia.
 
–¿Qué dices tú, Martín?
 
–Está bien, que nos acompañe –respondió al fin el pelirrojo, y agregó con berrinche–: pero tiene que comportarse, ya me ha molestado lo suficiente para apenas conocernos.
 
–¡Oye!, ¡que no era para tanto! –exclamó Adolfo con las manos en la cintura.
 
–Ya me has irritado demasiado –continuaba diciendo Martín.
 
–¡Basta!, intentemos que sea una velada tranquila, ¿sí? –intervino Tomás, para luego dirigirse a Adolfo, no sin antes cruzar miradas con Lucas, que aguardaba expectante–. Y bien, ¿podrás acompañarnos a cenar?
 
–Yo…, yo… no lo sé, tendré que preguntar antes…, si me dan un momento… –intentó dar una respuesta, pero otra vez Lucas se adelantó.
 
–¿Tienes que pedirle permiso a tu hermano? –en su rostro se dibujaba una mueca burlona, que tuvo el efecto deseado.
 
–¡No voy a pedir permiso a nadie!, solo iré a avisar que no regresaré a casa con él. Por si no lo notaste, Nicolás ha venido con su novio, así que no le molestará que me ausente.
 
–Yo los he visto –dijo Martín.
 
–Todos lo vimos –dijo Erika con indiferencia–. Ya sabía de la relación de Alejandro con Nicolás, solo me faltaba conocerlo en persona, pues a Alejandro lo conozco de antes por ser amigo de mi novio y su grupo de trabajo, aunque no me da la sensación de que sienta un verdadero interés por eventos como este, a diferencia de Nicolás, cuya lectura ha sido muy buena. No creo que haga falta decir más.
 
Adolfo se detuvo para escuchar a la chica, antes de irse en busca de su hermano.
 
–Esperen, por favor, que ya vuelvo. ¡No me tardo! –y abandonó la sala.
 
–¿Qué haremos? –preguntó Martín, cruzándose de brazos.
 
–Esperaremos por él, ¿verdad?, ¿Lucas? –le dijo Tomás al rubio.
 
–Sí, lo esperaremos –respondió.
 
–Bien, eso me da tiempo para dar algunas instrucciones a los auxiliares, para que recojan y limpien todo antes de cerrar –dijo Erika, yendo a reunirse con sus asistentes, mientras que Lucas, Tomás y Martín se retiraban a la mesa de los bocadillos, en busca de más té y acabar con la comida que quedaba en las bandejas.
 
… … … … …
 
Adolfo buscó a su hermano en el exterior, esperando encontrarlo aun en el jardín, en compañía de Alejandro. Y así fue. La pareja volvía a ocupar la misma banca bajo el sauce. “Si que les gusta ese sitio”, pensó al verlos, quedándose a una cierta distancia de ellos, sin atreverse a interrumpirles; de hecho, hasta lamentó tener que deshacer la atmosfera que había a su alrededor. “¿Que estoy pensando?, ¿desde cuándo me lamento de tener que interrumpirlos?, debería ir y ya”, se dijo con molestia. Dio una mirada en torno al lugar y, pese a que las lecturas habían terminado, quedaba mucha gente paseando por el jardín o mirando los objetos exhibidos en los mesones allí instalados.
 
Como no quería perder más tiempo, resolvió ir con Nicolás y Alejandro, que no tardaron en verle acercarse.
 
–¿Has terminado de comer? –preguntó el pelinegro mayor en tono de broma.
 
–¡No estaba comiendo!, me quedé conversando con los organizadores –repuso Adolfo.
 
–Así que también conociste a Erika, ¿qué te pareció?, ¿y el pianista? –preguntó Alejandro.
 
–Me agradaron, de hecho, me hicieron una invitación.
 
–¿Sí?
 
–Me invitaron a cenar con ellos y otros amigos –dijo Adolfo, ocultando que Lucas era el promotor de la idea–. Por eso venía a decirles que no regresaré a casa con ustedes, ¿está bien?
 
–Qué repentino, ¿y qué les dijiste? –preguntó Nicolás.
 
–Quizá nos habrían invitado si nos hubiésemos quedado más tiempo conversando con ellos, ¿no crees? –comentó Alejandro.
 
–Les dije que avisaría antes, ¿o piensas que debí irme sin más? –dijo Adolfo–. Por lo demás, yo no pretendía que me invitaran, ni siquiera estaba hablando con ellos, fue Lucas el que me pidió que me acercara.
 
–¿Lucas?, ¿el chico que estaba sentado junto a ti?
 
–No, ese es Martín, hablo del rubio que estaba con el pianista.
 
–Oh, ya, al que vimos cuando íbamos de salida, el que leyó «La Divina Comedia» –dijo Alejandro, a lo que Nicolás asintió.
 
–Sí, bueno, el punto es que estaban allí y me invitaron, ¿no les molesta si voy con ellos? –insistió Adolfo, mirando hacia la casa de tanto en tanto.
 
–No, por mi está bien, solo que no regreses tarde, sabes que a mamá le preocupa cuando sales sin avisar –le dijo Nicolás.
 
–Si tú se lo dices, no se preocupará.
 
–Claro que se lo diré, pero en serio, no regreses tarde, ¿de acuerdo?
 
–De acuerdo, te enviaré un mensaje –dijo, aceptando el consejo de su hermano–. Bien, ya me voy.
 
Se despidió de Nicolás con un beso en la mejilla y de Alejandro con un apretón de manos. La pareja lo vio desaparecer dentro de la casa.
 
–Nosotros también deberíamos irnos, ¿no?
 
–Sí, no queremos llegar tarde para cenar con tus padres –dijo el peliclaro, levantándose y tomándole de la mano–, ¿vamos?
 
–Vamos.
 
… … … … …
 
Adolfo regresó a toda prisa al comedor, hallándolo desierto; solo los muebles aguardaban para ser retirados o devueltos a sus ubicaciones originales. Tembloroso y preocupado, recorrió otros salones en busca del grupo, pero no los encontró. Como último recurso frente al desespero, Adolfo tomó su teléfono y, recordando que lo había guardado entre sus contactos, marcó el número de Lucas.
 
–¿Hola?
 
–¡Lucas!, ¿en dónde estás?, ¿ya se han ido? –dijo con fuerza al aparato.
 
–¿Eh?, ¿quién habla? –la voz del otro lado parecía confundida.
 
–¡Adolfo!, ¿quién si no?, ¡respóndeme!, ¿dónde estás? –insistió Adolfo, ahora con molestia.
 
–¡Hahaha…!, ¡estoy bromeando! –exclamó Lucas, calmándose de a poco–. Estamos en la entrada. Date prisa o nos iremos sin ti.
 
Sin contestar, Adolfo cortó la llamada y salió a toda velocidad hacia la puerta principal, y desde allí los vio: Erika y Martín, viendo desde la reja; Tomás, a medio camino y con una expresión que no supo interpretar; y Lucas, recargado contra uno de los pilares, volviendo a extenderle la mano cuando le vio llegar.
 
–¿Nos vamos, Adolfo?
 
–Vamos –respondió, tomándole de la mano y con una tenue sonrisa que iluminó el rostro del rubio. Por primera vez sentía que Lucas era sincero con él.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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