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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

LXVII
 
Mientras se preparaba el desayuno, Ignacio marcó el número de Nicolás, sin obtener respuesta. «Deja tu mensaje en el buzón de voz», decía la grabación.
 
Dejó de lado el aparato y se dispuso a comer, hasta que una nueva llamada entrante lo distrajo. Provenía de una fuente inesperada. 
 
–¡Ignacio!, ¡hola!, habla Cristina –saludó la chica.
 
–Hola, vaya sorpresa que me das.
 
–Lo es, perdona si te molesto a esta hora de la mañana, pero necesitaba hablar contigo. 
 
–¿Sí?, ¿de qué se trata?
 
–Podrá sonar extraño, pero ¿has hablado con Nicolás recientemente?
 
Ciertamente era una pregunta extraña para formular de forma tan repentina, advirtiendo Ignacio que habría alguna razón tras la llamada. 
 
–¿Nicolás?, no, no he hablado con él desde hace unos días, ¿sucede algo? –dijo, intentando sonar tranquilo.
 
–Alejandro no regresó a su casa anoche, y por lo que supimos más tarde, Nicolás tampoco lo hizo. Los padres de ambos están muy preocupados. 
 
–¿Qué dices?, ¿y estaban juntos los dos? 
 
–Según lo que nos dijeron sus padres, los dos salieron juntos después del almuerzo, iban al Jardín Botánico, pero ya en la noche, a la hora que se supone regresarían, bueno, no lo hicieron –explicó Cristina–. Ninguno está respondiendo a las llamadas e incluso ahora, que he intentado contactar con Alejandro desde anoche, sigo sin poder ubicarlo.
 
Las palabras de la chica le inquietaron, más de lo que ya estaba. ¿Sería esa la razón por la cual se despertó sobresaltado la otra noche?, ¿el sueño que tuvo era indicio de que algo les ocurrió a Nicolás y Alejandro en el camino de regreso?, ¿sería por eso que el pelinegro no contestó su llamada antes?
 
–¿Ignacio?, ¿sigues ahí?
 
–Sí, disculpa, dime algo, Cristina, ¿has vuelto a hablar con los padres de ellos?, para saber si hubo noticias.
 
–Aun no, pero les hablaré en breve. Estoy muy angustiada por Alejandro, apenas pude dormir y, bueno, pensé que tu podrías saber algo, te has vuelto cercano a Nicolás ¿no?
 
–Así es, pero lo siento, no sé nada al respecto. De todas maneras, seguiré tratando de ubicarles en lo que tú llamas a los padres, para este momento quizá ya han aparecido. 
 
–Ojalá así sea, gracias Ignacio.
 
–Gracias a ti por llamarme y avísame si te enteras de algo.
 
–Lo haré, hasta pronto.
 
La llamada finalizó y el bartender se quedó viendo a la nada unos instantes. Una sensación molesta le invadió al ver que había una conexión entre su sueño y la desaparición de los chicos, mientras que al mismo tiempo se lamentó de no poder hacer algo al respecto. De pronto se sintió muy solo e inapetente, viendo su desayuno enfriarse delante de él y no animarse a probar bocado; no era eso lo que necesitaba. En ese momento quería, más que otra cosa, estar con Javier.
 
… … … … …
 
Adolfo no pudo pegar ojo en toda la noche. 
 
Habría acompañado a sus padres al hospital, pero estos le insistieron en que se quedara. Los adultos ya estaban demasiado intranquilos como para tener que lidiar con las reacciones bruscas que podría tener del chico ante el grave estado de su hermano mayor. 
 
Además de la aflicción que sentía, el corazón se le llenaba poco a poco con una furia imparable, provocada únicamente por la imagen de Lucas; aunque llevaba horas devanándose los sesos, no daba con otra solución al problema que no fuera el rubio como autor de los desafortunados hechos. En su mente, Adolfo entendía que Lucas se había cobrado en su hermano y Alejandro todos los rechazos que le hizo, y pese a que todavía no le daba una respuesta concreta a lo que fuera que el otro aspirara con sus propuestas, al menos habían tenido un acercamiento que, según parecía, no era suficiente; por el contrario, Lucas lo habría tomado como un nuevo desaire que acabó por hartarlo. 
 
Tan pronto como se encontraran nuevamente, Adolfo tomaría represalias. Le haría saber cómo se sentía, cuanto lo despreciaba por haber tocado lo más valioso que tenía en la vida. “Aun no me conoces lo suficiente, Lucas, pero no pasará mucho antes de que eso ocurra, ya lo verás”, pensaba, “aguarda a que nos volvamos a ver y sabrás si quieres o no seguir adelante. Estás loco por mí y esa será tu perdición”.
 
… … … … …
 
La mañana estaba helada y las olas rompiendo en la costa se escuchaban en las cercanías. 
 
Martín llegó al comedor para tomar su desayuno, sorprendiéndose de no encontrar a su hermano sentado a la mesa, donde solo estaba su padre.
 
–Buenos días, papá, ¿cómo estás? –dijo el pelirrojo, besando en la mejilla al hombre.
 
–Buenos días, hijo, bien, descansado, ¿y tú?
 
–De maravilla, oye, ¿y Tomás?, ¿por qué no está aquí?
 
–Tal parece que no se siente bien y se quedó en cama. No creo que se levante.
 
–Entonces, iré a llevarle desayuno…
 
–No hace falta, Gabriel está con él ahora, siéntate ya y esperemos a tu madre para poder comer –indicó don Octavio con voz autoritaria. 
 
Martín no dijo nada y ocupó su lugar, bajando la cabeza y frotándose las manos nerviosamente, aunque no por eso dejaría de visitar a su hermano tan pronto pudiera librarse de la observancia de su padre. Ágata no tardó en aparecer, seguida por una doncella que cargaba una enorme bandeja con el servicio. 
 
–Lamento la espera –dijo, besando a su marido y a su hijo. Acto seguido, ordenó a la criada que sirviera el desayuno, vertiendo té en las tazas y presentando los platos con huevos revueltos y salchichas; cuando hubo terminado, la mujer se retiró y Ágata se sentó junto a ellos sin pronunciar palabra. 
 
… … … … …
 
–¿Te sientes mejor? –preguntó Gabriel, sentado a un costado de la cama donde Tomás reposaba, bebiendo de una taza humeante. 
 
–Sí, gracias. Perdona las molestias, hoy no me siento bien y no creo que pueda levantarme –dijo el pianista, cuyo largo cabello estaba suelto y caía sobre sus hombros.
 
–¿Puedo saber qué te ocurrió?
 
–Claro, mientras no sea para después ir a decírselo al viejo. Sabes que detesto cuando vas por ahí de soplón.
 
–No, no, tranquilo, tu padre no tiene nada que ver con esto, él ni siquiera me envió aquí.
 
–Entonces, ¿quién lo hizo?, ¿acaso fue mi madre o tal vez Martín?
 
–Ninguno de ellos, vine por mi propia cuenta, quería saber cómo estabas. Eso es todo.
 
–Ya veo –dijo, haciendo una pausa para dar un sorbo a la taza y ver de reojo a Gabriel, que había desviado la mirada hacia la ventana–. Si no te importa, quisiera que me acompañaras a dar un paseo por la playa y después, por la tarde, tocaré el piano para ti.
 
–No necesitas hacerlo, ni tienes que esforzarte por salir. Podemos ir cuando te sientas mejor. 
 
–Lo sé, es posible que no vayamos hoy, pero sí mañana, y pasado mañana, y todas las veces que queramos ir a partir de ahora –dijo con una sonrisa en los labios. 
 
–Está bien, si es lo que quieres hacer, estoy aquí para servirte –respondió, haciendo una inclinación. Ese chico le parecía tan extraño a veces como todos en esa familia, pese al tiempo que llevaba al servicio de la casa–. Bueno, si has terminado de comer, me llevaré todo esto y te dejaré descansar.
 
Gabriel se puso de pie y recogió el servicio utilizado por Tomás, pero antes de poderse marchar, el pelirrojo se lo impidió al sujetarle del brazo.
 
–Me gustaría que te quedaras, por favor, aun quiero tocar el piano para ti –pidió con una voz suave.
 
–Como pidas –dijo, y apartando la bandeja con los platos y cubiertos, se sentó en la cama junto a Tomás, quien le había hecho sitio a su lado. Por último, el pelirrojo recargó su cabeza en el hombro de Gabriel, a lo que este respondió tomándole de la mano. “En verdad eres extraño”.
 
… … … … …
 
Francisco se despertó en medio de las finas sábanas de la cama de su novia, aunque sin señales de ella. Se estiró y miró a su alrededor, todo estaba en completo silencio, como si la casa estuviera vacía; se levantó y se asomó a la ventana, observando como Erika tomaba su desayuno, sentada en la terraza junto al jardín. Al verle, le saludó con una brillante sonrisa y le indicó que fuera con ella, a lo que Francisco, entendiendo el mensaje, se vistió a toda prisa, no sin antes mirar si había alguna notificación en su teléfono, notando que había una llamada perdida de Sebastián, hecha al menos una hora atrás; también notó que había recibido una llamada la noche anterior, una que no recordaba haber atendido. Extrañado, salió de la habitación y fue con Erika, quien seguía ocupada con su desayuno, sentada bajo la sombrilla que cubría la mesa.
 
–Buenos días, ¿cómo has dormido? –saludó al recién llegado.
 
–Muy bien, gracias, ¿y tú?, espero no haberte molestado con mis ronquidos –dijo, besándola suavemente en los labios y ocupando la silla a su lado.
 
–Nada de eso, extrañaba pasar la noche contigo, deberíamos hacerlo con más frecuencia, ¿no te parece? –dijo, dedicándole a Francisco una mirada de aquellas que le hacía estremecer, cuando Erika mostraba algo más que la chica dulce y sencilla que todos veían–. En fin, ¿cuáles son tus planes para hoy?
 
–Nada en especial, supongo que regresaré a casa más tarde, tampoco he hablado con Seba, así que no estoy seguro de que nos veamos hoy. 
 
–¡Oh!, ¡casi lo olvido!, anoche te llamó Sebastián, qué bueno que lo mencionaste.
 
–Ahora entiendo la llamada que había en el registro, ¿qué fue lo que dijo?
 
–Que le llamaras en cuanto pudieras, no sé para qué.
 
–Debe ser por algo importante. 
 
–Eso me supongo. Deberías llamarle ahora mismo.
 
–Sí, ahora mismo. 
 
Francisco marcó el número de su amigo, quien al poco contestó del otro lado de la línea. 
 
–¡Fran!, ¡por fin!, ya comenzaba a extrañarte.
 
–También yo, dime, ¿para qué me llamaste anoche?, Erika me dio el mensaje, ¿qué sucede?
 
–Sucedió algo terrible, Fran, no te imaginas…
 
–Habla claro, ¿quieres?, de qué se trata.
 
–Mi hermano y Nicolás, los dos fueron atacados anoche, están en el hospital.
 
–¿Qué?, ¿cómo así?, ¿quién te lo dijo?, ¿y cuál es su estado? –dijo Francisco, con la voz notablemente alterada y tomando distancia de Erika, que se le había quedado viendo–. ¡Anda!, ¡dime!, ¿cómo están?
 
–Aún no sabemos. Cristina casi se desmaya cuando supo la noticia, sin mencionar lo angustiada que estuvo anoche. 
 
–Yo habría estado igual, ¿y qué van a hacer?, ¿irán al hospital?
 
–Por supuesto, iremos cuanto antes, ¿quieres venir con nosotros?
 
–¡Claro que sí!, salgo ya mismo para allá, ¿estás en tu casa?
 
–No, en la de Cristina. 
 
–Vale, nos vemos ahí, no tardo.
 
–Te esperamos. 
 
Colgó la llamada y regresó con Erika, que aguardaba en silencio.
 
–¿Qué sucedió?
 
–Una emergencia. Sucedió algo muy grave, debo irme ahora.
 
–¿Irte?, ¿sucedió algo con los chicos?
 
–Sí. Se trata de Alejandro y Nicolás, fueron atacados anoche y están en el hospital. 
 
–¡Que terrible!, conque de eso se trataba, si Sebastián me hubiese dicho, te habría despertado y no habrías tenido que esperar hasta hoy. 
 
–Descuida, en ese momento no sabían en dónde estaban. No fue sino hasta esta mañana que Cristina llamó a la madre de Alejandro y se enteró de lo ocurrido. Todos están preocupados por ellos y no hay noticias de su estado. Por eso iré con Sebastián y Cristina al hospital, para saber si hay novedades y acompañar a los padres. 
 
–Sí, claro, ¿quieres que te acompañe?
 
–¿De verdad?, gracias. 
 
–Iré por mi cartera y vamos.
 
La pareja regresó a la casa, buscaron sus cosas y salieron rumbo a encontrarse con sus amigos.
 
… … … … …
 
Javier aún no se había quitado el pijama cuando ya estaba preparando el almuerzo. Como era su día libre, quería comer y pasarse el resto de la tarde holgazaneando, sin cambiarse de ropa, durmiendo inclusive.
 
El sonido del timbre lo distrajo de su labor, acompañado solo por la suave música que sonaba de fondo. Se asomó a la mirilla de la puerta y grande fue su sorpresa al ver que se trataba de Ignacio, apresurándose a recibirlo.
 
–¡Ignacio!, no esperaba verte hoy, pudiste haberme avisado que vendrías –dijo, dándole la bienvenida con un cálido abrazo.
 
–Disculpa, no estaba seguro de venir, pero ya ves, vine de todos modos –dijo, ocultando su rostro en el hombro del peliblanco.
 
–Aguarda, ¿qué ha pasado?, a ver, mírame –tomó con sus manos el rostro del bartender y lo examinó de hito en hito, notando en el semblante de su chico un velo opaco–. Tus ojos no me engañan, vamos adentro. 
 
Fueron a sentarse en las sillas de la cocina y Javier le ofreció un vaso de agua, antes de comenzar con una plática que, de alguna manera, resultaba útil y necesaria para los dos.
 
–Ocurrió algo grave. Nicolás y Alejandro fueron atacados anoche –comenzó a hablar Ignacio, mirando el vaso que sostenía en las manos. 
 
–¿Qué estás diciendo?, ¿es verdad eso? –su voz sonaba incrédula.
 
–Lo es, me enteré esta mañana. Cristina me llamó temprano para preguntarme sobre Nicolás, porque anoche ni él ni Alejandro regresaron a sus casas y todos estaban realmente preocupados. Yo le dije que no sabía nada, pero que le avisaría si llegaba a tener noticias. Ella me dijo lo mismo, que seguiría intentando ubicarlos y hablando con la madre de Alejandro. Hice varios intentos, sin embargo, no pude contactar a Nicolás, no atendió ninguna de las llamadas. Pasaron un par de horas y ella volvió a llamarme, esta vez para decirme que los chicos habían aparecido y que estaban en el hospital, aparentemente fueron víctimas de un ataque. 
 
–Que lamentable, y Cristina, ¿lo supo hablando con la madre de Alejandro?
 
–Sí, la policía se comunicó con ella y le dieron la noticia. Debe estar devastada y, desde luego, la familia de Nicolás también –dijo, bebiendo otro sorbo de agua–. Hay algo más que quiero decirte, anoche tuve un sueño extraño, fue como un presentimiento, una señal de que algo iba a ocurrir e incluso ahora, no dejo de sentir esta preocupación por ellos y también por nosotros. Sé que puede sonar raro, pero es lo que siento… 
 
Javier se levantó del asiento y rodeó con sus brazos la afligida figura de Ignacio, sin cuestionarle, sólo escuchando.
 
–Ya, ya, mi amor, no te angusties, ya verás que saldrán de esta, se recuperarán. Y no tienes que preocuparte por nosotros, estaremos bien. 
 
Se mantuvo en esa postura durante algunos minutos, confortándolo. Se trataba de una situación seria y estaba dispuesto a ayudar en todo lo que Ignacio necesitara; escucharlo explicar los detalles tras las llamadas de Cristina y cómo se sentía frente a eso, le hicieron entender de dónde provenía aquella nube gris que ocultaba el brillo natural de sus ojos.
 
–¿Te sientes mejor?
 
–Un poco, sí. Gracias –dijo, apartando el vaso vacío y entregándose por completo a los brazos del peliblanco–. Dime, ¿qué piensas de esto?, ¿qué deberíamos hacer?
 
–La verdad es que no sé cómo sentirme ante esta situación –fue lo que respondió–. No creo que alguien se esperara que ocurriera algo como esto. Es una pena y lo siento mucho por Nicolás y Alejandro, no se merecían sufrir de esta manera, pero Ignacio, ¿qué podemos hacer nosotros?, porque no lo sé.
 
–Desde que hablé con Cristina, no dejo de pensar en ellos y en esta situación.
 
–¿Quieres que vayamos a verlos al hospital? –preguntó, acariciándole la mejilla.
 
–Quisiera, pero el ánimo que tengo ahora me lo impide, ¿qué podría decirles a los padres?, ¿qué consuelo podrían brindar mis palabras?
 
–Ya, ya, tranquilo. Escúchame, no tienes que ir ahora. Podemos averiguar con los amigos de Alejandro cuál es el estado de ellos antes de ir nosotros. No creo que puedan recibir visitas, es demasiado pronto, deberíamos esperar. 
 
–Javier, ¿me estoy preocupando demasiado?, ¿debería dejar de prestarles atención?
 
–¿Qué dices?, ¡claro que no!, es natural que te sientas así, Nicolás es tu amigo y Alejandro es su pareja, además de ser tu compañero de trabajo. Y ese sueño que tuviste –dijo, frunciendo el ceño–. Si me ocurriera algo así, haría lo imposible por verte, estaría vuelto loco y no me tranquilizaría hasta estar contigo. Sabes que soy vulnerable cuando se trata de ti. 
 
–Lo sé, lo sé –dijo, tomándole de la mano.
 
–No quiero verte así, te acompañaré al hospital para visitar a los chicos en cuando se pueda, ¿sí?
 
–Sí, gracias. Bueno, perdona por haber venido de esta manera tan repentina. Regresaré al departamento y veré qué más puedo averiguar con Cristina. 
 
Ignacio se puso de pie con la intención de marcharse, sin embargo, Javier lo detuvo sin soltarle la mano. 
 
–No, aguarda, no quiero que te vayas, no con esa preocupación, quédate, por favor. Déjame acompañarte. 
 
–No sé si es el mejor momento…, además, no vine con el plan de quedarme…
 
–Por favor, no te vayas, déjame ser quien te proteja y esté a tu lado en los momentos difíciles, no tienes que atravesar por esto tu solo. Somos una pareja ahora, enfrentaremos juntos lo que sea, incluso si es algo que no me atañe directamente.
 
Ignacio se detuvo tras oír las palabras de su novio, que seguía sosteniéndole. Sin previo aviso, se volvió y besó al peliblanco, cruzando sus brazos por detrás de su cabeza, a lo que Javier respondió abrazándole con fuerza.
 
–Soy tan afortunado, tan afortunado. Como no amarte así –dijo al fin, separándose un poco.
 
–Eres lo más importante para mí y no dejaré que algo te pase. Estaré aquí siempre para ti.
 
El bartender sonrió con dulzura y se dejó abrazar un momento más por su chico, por Javier que, pese a sus cambios bruscos de parecer, demostraba una fortaleza mayor cuando tomaba una decisión; podía ser incluso más fuerte que él, aunque en apariencia fuera todo lo contrario, pues en el fondo era el más frágil de los dos.
 
–Entonces, ¿te quedarás?
 
–Sí, esta y todas las tardes y todas las noches que tú quieras. Siempre me haces sentir mejor. 
 
–No se diga más, hoy cocinaré para ti, y para eso… tendré que ir al mercado… porque me quedé sin alimentos…
 
–Pues vayamos juntos. Tal vez me haga bien ir y distraerme un poco, pasar el día juntos, aunque quisiera estar en pijama. 
 
–Descuida, yo te presto uno. Con tal que te sientas cómodo, haré lo que sea por ti, sabes que me gusta verte feliz. 
 
Ignacio sonrió. 
 
–Ahora, si me das un momento, iré a cambiarme para que vayamos al mercado.
 
–Vale.
 
… … … … …
 
No podía llamar a nadie. No tenía a nadie que le ayudara. Estaba solo, como era lo usual, pero esta vez echó más en falta la compañía de alguien.
 
Regresó a casa sin saber cómo. Parece que su cuerpo recordaba el camino, aunque sus sentidos estaban aturdidos por causa del dolor; un mareo constante lo hacía tambalearse y buscaba apoyo en las paredes. ¿Qué podía hacer, salvo aguantar, lavarse y tomar algo que le aliviara? Era la primera vez que resultaba tan lastimado tras una de sus incursiones nocturnas, y pese a que había intentado acabar pronto, tardó más de lo previsto. La pareja dio todo lo que tenía por defenderse hasta sucumbir presa del cansancio y las lesiones. Se defendieron hasta el final en un espectáculo asombroso y con un final inesperado. ¿Qué pensaría Adolfo cuando se enterara?, ¿cómo reaccionaría? Ya podía imaginarse el rostro del pelinegro menor, la persona menos idónea para llamar en un momento como ese. El chico no tardaría en atar los cabos sueltos y deducir que él había sido el responsable del ataque a su hermano; no, no iba a llamarlo, aunque era seguro que tarde o temprano se verían las caras otra vez. “Lo ocurrido esta noche definirá nuestro futuro”, pensó Lucas. 
 
Tras cerrar con llave, se quitó todas las prendas, fue al baño y se vio al espejo. Tenía moretones por todo el cuerpo, incluyendo el rostro, enrojecido e hinchado, con hilillos de sangre todavía fresca.
 
–Vaya mierda, y todo por una idea loca en un momento de debilidad –dijo, apoyándose en el lavabo. 
 
Fue hasta la bañera y girando la perilla, dejó que el agua caliente la llenara. Un súbito mareo casi lo hace tropezar, llevándose las manos a la cabeza y maldiciendo su suerte. “Mierda, ¿qué debería hacer?, no tengo a quien llamar”, pensó. Adolfo estaba descartado, también lo estaba Tomás por no vivir en la ciudad. “Erika”. La idea de llamar a su maestra y guía fue tentadora, sin embargo, no quería responder a las preguntas que vendrían; acabó también por descartarla. El rubio se sumergió en el agua, provocándole más dolor que antes, solo para calmarse luego de un rato, hasta relajarse tanto que podría haberse dormido allí mismo. “Ahora es cuando podría suicidarme, simplemente dejándome ahogar en la bañera. Nadie podría encontrarme sino hasta que sea demasiado tarde”. 
 
… … … … …
 
Como acordaron, Ignacio y Javier fueron al mercado, regresando al departamento del último con todo lo necesario para preparar un delicioso guisado y compartir una instancia que, en un futuro cercano, pensaban compartir a diario. 
 
Aliviado de la preocupación y como Cristina no le volviera a llamar, Ignacio se quedó junto a su pareja, aceptando tomar una siesta en su compañía, cosa que el peliblanco disfrutó enormemente e hizo todo lo necesario para que el otro se sintiera acogido y confortable. Durmieron durante algunas horas, arrullados por la suave música instrumental que sonaba por todo el lugar, hasta que recién a eso de las 17:00 comenzaban a despertar, revolviéndose con pereza entre las sábanas y los mullidos cojines.
 
–Así me imagino todos los días, cuando vivamos juntos, acostados en nuestra cama –dijo Javier, abrazándose a Ignacio. 
 
–Claro, viviremos como un par de holgazanes, sin trabajar ni nada, que vida más relajada sería esa –replicó, acariciándole los blancos cabellos–. Gracias por recibirme hoy, sé cuán feliz te hace mimarme y por ti quisieras que me pasara el día entero acostado aquí contigo.
 
–Es que no me resisto ante la idea de tenerte entre mis brazos, de besarte cuanto quiera. Nunca podría cansarme de hacerlo, te amo tanto. 
 
–Y yo a ti, jamás me he sentido más protegido que cuando estoy contigo, Javier, no cambies por nada, que yo sabré complacerte –dijo, y con su mano atrajo el rostro del peliblanco para besarlo, caricia a la que tampoco Javier podía resistirse, sucumbiendo a las ganas de poseerlo por completo.
 
–Dime, ¿te gusta este departamento? –preguntó tras un momento.
 
–Sí, me gusta y lo tienes muy bien cuidado, ¿por qué lo preguntas?
 
–Porque quiero estar seguro antes de invitarte a vivir conmigo.
 
–Espera, ¿hablas en serio? –dijo Ignacio, incorporándose sobre la cama–, ¿quieres que venga a vivir aquí?
 
–Sí, ¿y por qué no?, ya que hemos formalizado nuestra relación, podemos comenzar a hacer planes y uno de ellos es vivir juntos, ¿no esperarás a que vivamos separados el resto de la vida?
 
–No, claro que no, es solo que tendré que pensar lo que haré con mi departamento, tendría que hablarles a mis padres y decirles que no viviré más allí. No sé cómo se tomarán una noticia así, no después de tanto tiempo sin hablarnos.
 
–Tranquilo, no es algo que debas hacer hoy o mañana, me conformo con que al menos lo consideres, porque en verdad me gustaría despertar todos los días contigo a mi lado y, además, sería una forma de cortar el último lazo que te ata a tus padres. Cuando salgas de ahí, no volverás a pasar por las crisis que tanto te aquejan.
 
–Tienes razón, quizá el haber permanecido ahí todos estos años me han impedido superar del todo lo que pasó con mis padres, aunque no es menos cierto que ese departamento me gusta, lo he convertido en mi refugio y me siento cómodo viviendo en él.
 
–Un refugio, sí, pero no un hogar, uno que podemos construir entre los dos, aquí o donde tú quieras, donde te sientas feliz y a gusto. Dime que lo pensarás, ¿sí?, Ignacio.
 
–Claro que lo pensaré, nada me haría más feliz que empezar una nueva vida a tu lado –dijo, arrojándose sobre Javier, que lo recibió complacido, dispuesto a ir más allá de unas simples caricias y como el otro chico estaba muy animado, decidió continuar. 
 
Lamentablemente, sus intentos fueron en vano: el teléfono de Ignacio sonó encima del velador, rompiendo de súbito el ambiente que los rodeaba.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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