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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

Capítulo extra largo.

LXX
 
Adolfo no se detuvo ni un instante a reflexionar sobre lo que había hecho con Lucas. Si bien la calentura del momento abandonó su cuerpo, no ocurrió igual con las sensaciones, las cuales le acompañarían durante un tiempo, al punto que ni siquiera la reprimenda que recibió por parte de sus padres al llegar al hospital lograron volverlo en sí. 
 
–¿Para qué tienes teléfono si no vas a responder cuando te llaman? –cuestionaba Antonia con disgusto–. ¿En dónde estabas?
 
–¡Responde, Adolfo!, ¿en dónde estabas metido? –exigió Mateo, sujetándolo por el brazo–. ¡Adolfo!, ¿qué es lo que te pasa?
 
–Lo siento, lo que sucedió fue… –se detuvo a pensar en la excusa que daría, y aunque sabía que no podía revelar la verdad, consiguió hilar un relato que, al menos en su mente, sonaba creíble. Parte verdad, parte no–. Sucedió que me estaban siguiendo cuando me llamaban y pensé que podrían robarme.
 
–¿Tanto así como para no responder?, ¿acaso te siguieron toda la tarde? –la voz del padre denotaba duda–. ¿Y qué pasó al final?
 
–Logré despistarlo para que no me siguiera más. Para el momento en que venía de camino al hospital, ya lo había perdido.
 
–¿Fue por eso que sonabas tan agitado cuando te hablé? –preguntó la madre.
 
–Sí, estaba escondido en un callejón después de correr y perder de vista al tipo, pero qué más da ahora, estoy aquí, ¿no?, ¿podré ver a Nicolás?
 
–Podrás verlo, sí, pero no creas que pasaremos por alto tu descuido, cuando te llamamos, no es porque se nos ocurra, sino porque se trata de algo importante, ¿entendido? –concluyó Antonia.
 
Adolfo agachó la cabeza y tragó la molestia que le provocaban las palabras de sus padres. Se las merecía por irresponsable y por más que intentara engañarse a sí mismo, no podía, pues había ignorado las llamadas y mensajes de forma deliberada, sólo para ocuparse de Lucas, el atacante de su hermano, el mismísimo “maniaco encapuchado”, del que, estaba claro, no podía hablar con los adultos; tenía que pensar cómo lidiar con el rubio, pues estaba convencido de que, a partir de ahora, estaría más presente que nunca en su vida. Ya no podría pasar por alto su presencia. Lo acontecido en el callejón fue la última oportunidad que tuvo para cortar el hilo y, por el contrario, escogió enredarse con Lucas de manera irremediable. 
 
–¿Adolfo?, no van a esperar más por ti, ¿vas a entrar? –habló Mateo.
 
–¡Ya voy!, ¡ya voy! –dijo, volviendo en sí después de un momento. Debía recomponerse y no distraerse más, al menos en lo que durara la visita, no quería verse en la fastidiosa tarea de responder preguntas. 
 
La enfermera lo guió hasta la habitación en donde Nicolás reposaba en silencio, acompañado solamente por el sonido de las máquinas conectadas a él. Cerraron la puerta para dejarlos a solas y Adolfo, acercándose a su hermano, se llevó una impresión que no esperaba: el pelinegro mayor tenía el rostro amoratado e hinchado, sin llegar a desfigurarlo, pero dándole un aspecto lamentable, mientras que en sus brazos alcanzaban a verse las heridas enrojecidas que asomaban por los vendajes que las cubrían. “No pensé que fuera tan grave”, pensó, llevándose una mano a la boca, de pronto sentía náuseas de estar allí, “si supieras que me estoy besando con tu atacante, ¿qué es lo que harías?”
 
En ese momento, Nicolás abrió los ojos.
 
–Hola –le dijo, extendiéndole la mano–. ¿Dónde estuviste todo este tiempo?, te eché de menos, ¿cómo estás?
 
–Per… perdóname, estaba asustado, pensé lo peor cuando nos avisaron que estabas aquí, no quería aceptar lo que te sucedió y verte así, todo lastimado, me duele tanto o más que a ti. Y los papás, lo han pasado muy mal desde esa noche, no han podido conciliar el sueño pensando en ti –dijo Adolfo, haciendo un esfuerzo notable por no quebrarse, pero mientras más hablaba, más fuerzas perdía, sin mencionar que la mano que sostenía de su hermano y la expresión de este, serena y paciente, ejercían una presión sobre él que solo lo hacían sentir culpable a cada momento–. No me mires así, me vas a hacer llorar, ¿cómo puedes ser así?, ¿cómo puedes estar como si nada hubiese ocurrido?
 
–Te miro así porque quiero que veas que estoy bien, me siento mejor y el dolor casi ha pasado del todo. No puedo moverme, como podrás notar, sin embargo, eso no significa que debo lamentarme o rendirme, no he muerto y por eso voy a seguir adelante, me recuperaré, por ti, por los papás y por Alejandro, quien estoy seguro hará lo mismo, y aunque no nos hemos visto todavía, estaré esperando ese encuentro, ambos saldremos de esta, ya lo verás, y ustedes deben permanecer tranquilos, no quiero que se angustien ni que lloren –dijo Nicolás, que con su mano buscaba limpiar las lágrimas del menor, y este, rendido ante el contacto, la tomó entre las suyas y la besó–. Ya, ya, no llores.
 
–¿Por qué no puedo ser como tú?, ¿por qué no puedo ser más fuerte o más decidido?
 
–Tu eres tú, Adolfo, y yo soy yo. Jamás tuve intención de que te parecieras a mí, pese a que el deseo de mamá era ese, tú eres todo lo que yo no, atrevido y espontáneo, y eso está bien, te hacen un chico único. Gracias a Alejandro supe que había algo especial en mí y que él lo valora más que nadie, y tú, Adolfo, no dudes en que habrá alguien que sabrá apreciar todo lo que tienes como persona, sin necesidad de que tengas que cambiar –dijo, feliz de que su hermano no le soltara la mano. Era como una de aquellas veces que, en un momento de temor, Adolfo se aferraba a él con todas sus fuerzas hasta sentirse seguro otra vez. Entendía los sentimientos del chico y el miedo que debió pasar en esos momentos de incertidumbre. Lo amaba de forma sincera, después de todo, seguía siendo su pequeño hermano, como él seguiría siendo su hermano mayor.
 
–No me gusta cuando me hablas así, hace parecer que todo lo que hago está mal, que vivo equivocándome, ¿soy tan inmaduro?
 
–No lo eres, has vivido cosas diferentes de mí, es todo, y son esas experiencias las que forman tu carácter, sean buenas o malas. Por lo demás, lo que vivamos tu o yo no va a impedir que sigamos siendo hermanos, incluso si eso significa que estemos peleados –hizo una pausa antes de continuar–. Mírame, tuve que sentir en carne propia lo que era una golpiza para saber que hay alguien allá afuera atacando a personas inocentes. Nadie hubiera creído que nos pasaría a nosotros, y ya ves, aquí estamos.
 
–No sigas hablado así, por favor, no hay forma de que pueda olvidarme del vínculo que nos une, incluso si ocurre como dices, que no es el caso. Ya sabes lo que sucedió, sólo estaba celoso de no tener toda tu atención como antes, no quería que te alejaras de mi por recibir a otro en tu vida, pero ya ves que estoy intentando llevarme bien con Alejandro y a pesar de que todavía no me agrada del todo, acepto que es la persona que has escogido para ser feliz –dijo, sorprendiéndose a sí mismo de la honestidad que transmitían sus palabras. No le deseaba ningún mal a Nicolás ni a Alejandro, pues ninguno de los dos tenía culpa de sus padecimientos. 
 
–Muchas gracias, Adolfo, y no olvides que tú también te mereces ser feliz, estar con alguien que te ame –le dijo, sonriendo ampliamente–. Cuando eso suceda, puedes contar conmigo, como siempre lo has hecho. 
 
El pelinegro menor asintió, ignorando el nudo que sentía en el estómago. “Si supieras que me gusta Lucas, ¿me apoyarías de todos modos?”
 
Viendo la expresión de su hermano, Nicolás le tocó la nariz para sacarlo de sus pensamientos. 
 
–Antes de que te vayas, quiero pedirte una sola cosa.
 
–¿Qué es?
 
–Que te cuides. Las cosas son extrañas en estos días, no quiero pensar siquiera en que algo pudiera ocurrirte mientras yo permanezca aquí.
 
–Estaré bien, ya verás que, cuando te den el alta, yo mismo vendré a recogerte. Es una promesa. 
 
–Es una promesa –dijo, extendiéndole los brazos.
 
El chico, sin dudarlo, se arrojó sobre el mayor como solía hacer cuando éste estaba en su dormitorio, y aunque adolorido, Nicolás lo recibió como si nada, soltando un par de lágrimas por tener a Adolfo a su lado.
 
Cuando salió de la habitación y se encontró de nuevo en compañía de sus padres, ya fuera por felicidad o remordimiento, se echó a llorar en los brazos de su madre Antonia, como si volviera a ser el niño pequeño que se asustaba cuando no encontraba a su hermano para que lo cuidase. 
 
–Ya, ya, mi niño, tranquilo, verás que Nicolás se recuperará, y nosotros tenemos que permanecer unidos, demostrarle que no está solo, brindarle nuestro apoyo, así también a Alejandro y su familia –le dijo la mujer, acariciándole los cabellos.
 
–Así es, hijo, nada más de esas repentinas escapadas que haces. Tu madre y yo no queremos pasar otro susto como el que pasamos con tu hermano –dijo Mateo.
 
–Les… les prometo que no lo haré más, lo de hoy no se repetirá, tendré cuidado. Sepan que yo mismo vendré a recoger a Nicolás cuando le den el alta –dijo Adolfo con voz baja.
 
–Me alegra escuchar eso, tu hermano se pondrá muy contento cuando vengas por él ese día –dijo Antonia complacida.
 
–Lo sé, y quiero que él vea lo mucho que me preocupo por él, no quiero que piense que lo estoy descuidando. 
 
–Sé que no, hijo.
 
–Bueno, ¿regresas a casa con nosotros? –le preguntó el padre, acomodándole el sombrero en la cabeza tras separarse de su madre.
 
–Regreso con ustedes, estoy cansado –respondió. 
 
La familia abandonó el recinto hospitalario, a la espera de que, en su próxima visita, Nicolás estuviese más recuperado.
 
–¿Han visto a Alejandro? –preguntó cuando iban en el auto de regreso.
 
–Sí, lo he visto, está bien –respondió Antonia.
 
–¿Por qué lo preguntas? –intervino Mateo. 
 
–Nicolás me dijo que todavía no ha visto a Alejandro y no tiene certeza de cuándo podrá hacerlo.
 
–Ninguno de los dos está en condiciones de levantarse, pese a que Alejandro ha demostrado una mejora más rápida. No tienen permiso para dejar sus habitaciones –explicó la mujer–. ¿Quieres ver a Alejandro?
 
–Lo pensé, pero no creo que resulte apropiado llegar de la nada, después de todo, no somos tan cercanos –dijo, finalizando la plática.
 
Los padres no agregaron nada y guardaron silencio el resto del trayecto. 
 
… … … … …
 
Si bien la intención de Ignacio era visitar a Nicolás cuanto antes, los tiempos no lo permitieron, el trabajo aumentaba conforme se acercaba el fin de semana y pese a las facilidades que don Julio le dio, no pudo ir al hospital ninguno de los días que le siguieron a la noticia; por otra parte, Javier también estaba hasta arriba de trabajo, sin posibilidades de ausentarse de «la Dama Azul».
 
Tras revisar una y otra vez las condiciones, Julio ofreció dos opciones al bartender: sábado o domingo, por la mañana solamente, ya que en la tarde y la noche lo necesitaba atendiendo la barra. Sin espacio para discusiones, Ignacio eligió el sábado y antes que cualquier otra cosa, avisó a Javier, preguntándole si podría tomarse la mañana para acompañarlo; el peliblanco, afortunadamente, obtuvo el permiso de su jefa para salir ese día y acordó con su novio hacer la visita a Nicolás y Alejandro. 
 
Contando con la ayuda de sus compañeros, quienes le prometieron hacerse cargo de todo hasta que regresara, Ignacio ni siquiera tuvo que molestarse con ir al local antes de salir rumbo al hospital. Un gesto que agradeció, ya que podría esperar cómodamente en su departamento hasta que el peliblanco pasara a recogerlo. Estaba en el baño arreglándose el cabello cuando escuchó el timbre. “Debe ser Javier”, pensó y fue a atender la puerta; en efecto, el chico estaba allí, vestido semi formal, luciendo más atractivo que otras veces. 
 
–Hola, ¿ya estás listo? –preguntó el recién llegado, mirando a su novio de arriba abajo.
 
–En un momento, ¿podrías esperar? –dijo Ignacio, tomándole de la mano para hacerlo pasar, sin dejar de verle–. Para ser una simple visita, te esmeraste mucho al escoger la ropa, ¿también te vestirás así cuando salgamos a cenar? 
 
–¿Desde cuándo tan celoso?, nunca te ha importado la ropa que uso, siempre acabas quitándomela –respondió, besándole cuando ya estuvo al interior del departamento, en un modo que hacía parecer que no se veían en días. Javier no pudo evitar pasar de los labios al cuello del bartender–. Aun no te perfumas, menos mal, o de lo contrario podría comerte ahora mismo. 
 
–Como si necesitaras una excusa –dijo, riendo suavemente–. De todos modos, usaré el perfume que tanto te gusta.
 
–Me encanta, es tan propio de ti –dijo con satisfacción–. Bueno, te libero. 
 
–Que amable de tu parte, ya quisieras que nos quedáramos en casa como si fuera nuestro día libre. 
 
–Tan bien me conoces, la verdad es que quisiera que pasáramos el día juntos, pero sé que no podemos, hay trabajo por la noche. 
 
–Vayamos a almorzar entonces, al menos tengamos un momento para nosotros, hay mucho que hacer y para la noche estaremos cansados.
 
–Sí, me parece bien, últimamente llego al departamento solo para dormir. Ahora que el tiempo mejora, la gente se queda hasta más tarde, disfrutan más de la noche y es bueno para el negocio, la jefa nos lo ha dicho. Quizá hasta haga falta personal.
 
–¿Qué estás sugiriendo? –preguntó Ignacio, saliendo del baño, radiante y perfumado–. ¿Cómo me veo?
 
–Guapísimo, serás la envidia de todos en esta ciudad, ¿y aun así me cuestionabas a mí por la ropa?, y ese perfume que me encanta, ¡cielos!, de verdad que podríamos quedarnos aquí, aprovechar la ocasión y pasar un rato agradable, en lugar de ir al hospital.
 
–No te pases, incluso con lo mucho que quisiera quedarme, antes tengo que hacer esto. Nicolás no lo sabe y sólo por eso, estoy seguro de que le hará feliz verme. 
 
–Lo sé, promesas que te haces a ti mismo –dijo con resignación–. Tu corazón es noble, demasiado tal vez, y que te muestres así con él… sigue… sigue provocándome celos.
 
–Oye, no me gusta cuando hablas así, ¿tanto te desagrada Nicolás? –reprochó Ignacio.
 
–No me desagrada, en serio, es solo que… a veces temo que esa nobleza, así como la belleza de tu ser, puedan apagarse. No quiero volver a ver el rostro que tenías cuando tus padres…
 
–Javier, no tienes que temer por mi –empezó a decir–, desde que estoy contigo, he hecho un tremendo esfuerzo por superar mis crisis, todavía me cuesta trabajo, pero eventualmente lo haré. No tienes que protegerme de aquellos que se me acercan, puedo hacerlo por mi cuenta, tal y como lo he hecho hasta ahora. No cargues con esas preocupaciones, por favor, tu novio no es un debilucho que necesite…
 
Fue callado por los labios de Javier, temblorosos, pero demandantes.
 
–¿Qué tienes?
 
–Perdóname, soy una ruina emocional y aún así tu…
 
–Javier, eres lo mejor que me ha pasado en la vida, y no importa si ambos somos un desastre de personas, tu melancolía o mi malhumor, somos una pareja –dijo, abrazando al peliblanco, que le respondió el gesto con intensidad–. No te pido que aceptes a quienes me rodean, pero sí te pido que los respetes. Nicolás es mi amigo, tuvo el valor de acercarse a mí, buscarme, no puedo ignorar eso. 
 
–Lo sé, no es un extraño más, es tu amigo –dijo en voz baja, como reflexionando las palabras–. Ignacio, no volveré a comportarme así, es una promesa, y si está en mi hacerlo, tus amigos serán también los míos. 
 
–Es una promesa –dijo, extendiéndole el dedo meñique. Javier sonrió y con su meñique vinculó el dedo al de su pareja–. Bueno, ¿nos vamos?
 
–Sí, nos vamos –dijo, dándole un fugaz beso, pero que el peliblanco aprovechó para asaltarle el cuello y sentir esa fragancia a pino fresco que caracterizaba al bartender–. ¡Oye!, ¿harás eso todo el día?
 
–Esto sí que no puedo evitarlo, no me pidas que me detenga –dijo como lamentando, aunque en verdad no lo hacía para nada–. Te amo. 
 
–Yo también te amo. 
 
Tras un momento de caricias mezcladas con risas, Ignacio tomó las llaves y ambos salieron rumbo al hospital. En el camino, Javier tuvo una idea. 
 
–¿Y si les llevamos flores?
 
–¿Flores?, sí…, sería un lindo detalle. ¿Cuáles les llevamos?
 
–No sé, ¿cuál crees que sea la más apropiada?
 
–Preguntaremos en la floristería.
 
–Y a propósito, ¿qué flores te gustarían?
 
–Ninguna en especial, ¿y a ti?
 
–No sabría decir.
 
–Habrá que solucionar eso, ¿no te parece?
 
–O pensar en otro tipo de regalo.
 
Ambos rieron ante la ocurrencia. Habría tiempo más que suficiente para escoger las flores que se regalarían eventualmente en una fecha especial.
 
Con dificultad, la joven pareja resolvió comprar astromelias para presentar como obsequio; Ignacio cargaba el gran ramo de estas flores en color blanco, mientras que con su otra mano sostenía la de Javier.
 
Al llegar al recinto hospitalario, se acercaron al mesón para solicitar información acerca de los chicos, y tras un breve recorrido por los pasillos, encontraron a los padres en la sala de espera donde solían reunirse. Los adultos se sorprendieron con la repentina aparición del chico con expresión adusta y el relajado peliblanco que iba a su lado; a juzgar por el hecho de que llegaban tomados de manos, los presentes no tardaron en pensar que debían ser pareja, preguntándose si habría más personas así en el círculo de amigos de sus hijos.
 
–Buenos días, ¿quiénes son ustedes? –preguntó Felipe, saludando a los recién llegados. 
 
–Mi nombre es Ignacio, gusto en conocerlo, y él es Javier, mi pareja –se presentó el bartender. 
 
–Buenos días y mucho gusto –saludó el otro chico.
 
–¿Son amigos de Alejandro? –preguntó Olivia tras saludarles con un apretón de manos.
 
–Soy compañero de trabajo de él y nos conocemos hace un tiempo, pero decir que somos amigos tal vez sea demasiado. Soy más amigo de Nicolás –explicó Ignacio.
 
–¿De mi hijo? –preguntó Antonia–. No sabía que tuviera por amigo a un chico tan apuesto. 
 
El aludido bajó la mirada, apenado por la observación. 
 
–¿Y usted?, ¿también es amigo de mi hijo? –preguntó Mateo, dirigiéndose a Javier.
 
–¿O son compañeros de trabajo? –preguntó Felipe.
 
–La verdad es que ni soy amigo ni soy compañero de trabajo de ninguno de los dos –confesó–. Los conozco por medio de Ignacio y hemos compartido un par de veces, sin embargo, apenas si sé algo de ellos.
 
–Así que no se conocen tanto –observó Olivia. 
 
–Me supongo, Ignacio, que conoces a Cristina y los chicos, ¿verdad? –preguntó Felipe. 
 
–Sí, señor, trabajo con ellos lo mismo que Alejandro. Soy el bartender del local, igual que lo es Javier en el establecimiento donde trabaja –dijo Ignacio, entendiendo que todas esas preguntas provenían del desconocimiento de los padres. Probablemente Alejandro nunca había hablado de él, mucho menos de Javier, y tal parecía que Nicolás tampoco había mencionado su nombre.
 
–Hemos venido para hacerles una visita, ¿cómo están ellos? –intervino el peliblanco, atrayendo la atención hacia él otra vez. 
 
–Alejandro está bien, de seguro le darán el alta la semana próxima –respondió Olivia.
 
–Nicolás también lo está, su mejora ha sido significativa y pese al mal pronóstico que había, el médico cree que podría irse a casa pronto si continúa a este ritmo –dijo Antonia. 
 
–¿Podemos verlos?
 
–En un momento, Alejandro está con la enfermera y mi hijo está con su hermano, no tardará en salir –habló Mateo. 
 
–No sabía que Nicolás tuviera un hermano –comentó Ignacio sorprendido.
 
Antes de poder decir algo más, Adolfo llegó junto al grupo.
 
–Ya terminé, si quieren entrar pueden hacerlo… ahora, ¿Javier?
 
–¿Adolfo?
 
Se quedaron viendo completamente estáticos, como si necesitaran convencerse de sus identidades. 
 
–¿Ustedes se conocen? –preguntó Mateo.
 
–Sí, él es el bartender de «la Dama Azul», un bar al que a veces voy –explicó Adolfo–. No sabía que conocías a mi hermano.
 
Mientras el pelinegro menor decía estas palabras, Javier empezaba a unir algunos cabos. “Fue por eso que el nombre de Nicolás me sonaba de algo. El hermano de Adolfo y el amigo de Ignacio resultaron ser la misma persona. Pero si es así, significa entonces que la persona de la que se expresó como el causante de su tristeza, que le estaba quitando a su hermano, ¿era Alejandro?, menudo lío familiar”, pensó, volviendo en sí abruptamente cuando Ignacio hizo una observación similar.
 
–No sabía que conocías al hermano de Nicolás.
 
–Ni yo sabía que era su hermano.
 
–Pero si te dije como se llamaba –repuso Adolfo. 
 
–Pensé que se trataba de otro Nicolás, no hice ninguna conexión en ese momento, salvo pensar que era una increíble coincidencia que ambos se llamaran igual –dijo Javier.
 
–Ya ves que no, esta ciudad podrá parecer grande, pero en realidad es bastante pequeña.
 
–Sí, tienes razón, ahora, déjame presentarte a Ignacio, mi pareja –dijo, introduciendo al bartender que había permanecido en silencio.
 
Adolfo no pudo disimular el asombro. El peliblanco también estaba en una relación, “y con otro chico, ¿por qué me sigue sorprendiendo?”
 
–Gusto en conocerte, yo soy Adolfo, el hermano menor de Nicolás, ¿han venido a verlo?
 
–Esa es nuestra intención, sin embargo, después del interrogatorio al que nos han sometido tus padres y los de Alejandro, no estamos seguros de que nos dejen ingresar –dijo Ignacio.
 
–¿Interrogatorio?
 
–Es que no conocíamos a ninguno de los dos, pero ya nos han explicado todo –dijo Olivia. 
 
–¿También son amigos de Alejandro?
 
–Yo trabajo con él, aunque soy más cercano a tu hermano Nicolás –aclaró Ignacio.
 
–“Mi hermano se rodea de más y más personas cada vez” –pensó Adolfo–. Bueno, yo creo que pueden ver a Nicolás, ¿cierto?, mamá, papá. Ver a sus amigos le sentará de maravilla para mejorar su ánimo.
 
El matrimonio se miró unos momentos antes de dar su consentimiento.
 
–Pueden pasar, pero no lo hagan esforzarse demasiado, su condición todavía no le permite levantarse, ¿entendido? –dijo Mateo, indicando el camino hacia la habitación. 
 
–Sí, señor, muchas gracias –respondió la pareja. 
 
Siguiendo las indicaciones del padre, llegaron al cuarto que ocupaba el pelinegro mayor. Tocaron a la puerta, siendo recibidos desde el interior por una voz apagada. Entraron a la habitación y su dueño, tendido sobre la cama, abrió los ojos cuando vio a los recién llegados.
 
–¡Ignacio!, ¡Javier!, no puedo creerlo, ¿en verdad son ustedes? 
 
–Claro que sí, no estás soñando –dijo el peliblanco en tono de broma–, y no, tampoco somos ángeles que te llevarán al Cielo. 
 
–O al Infierno –dijo Nicolás, estirando la mano para estrechar la de Javier–. ¿Cómo están?, ¿cómo va todo allá afuera?
 
–Cálmate, ¿sí?, que no vinimos a hablar de nosotros, sino de ti –dijo Ignacio, regañándole.
 
–Así que de eso se trata, ¿podrías ser un poco más amable?, no estoy en condiciones para que…
 
–Lo sé, no te exasperes, pero es cierto que vinimos para saber de ti –dijo, también saludándole con un apretón de manos–. Me preocupaste mucho.
 
–Perdona, no creí que algo así llegaría a tus oídos –dijo, cuyo rostro se había ensombrecido.
 
–Claro que lo haría, ¿o se te olvidó?
 
–No, ahora somos amigos, debí saber que no sólo mi familia se preocuparía. Ustedes también –dijo, dedicándole una tenue sonrisa al peliblanco.
 
–No lo digas de esa manera, suena triste hasta para mi –dijo Javier–. Ignacio estuvo pendiente de ti desde que todo ocurrió y yo…, bueno, también me preocupé.
 
–¿En serio?
 
–Bueno, no tanto, Ignacio más, de todas formas, lo vi todo y no fue agradable, nadie espera que algo así ocurra, menos cuando se trata de alguien cercano –dijo, como restándole importancia al asunto.
 
–Javier, gracias por todo, aunque yo no te agrade todavía, quiero que seamos amigos. 
 
El peliblanco apartó la mirada con un suave sonrojo y haciendo un puchero que a Ignacio le pareció adorable. 
 
–Seamos amigos –dijo, empuñando la mano, a lo que Nicolás, sonriendo, la chocó con su propio puño. 
 
–Mira, te trajimos un regalo –dijo Ignacio, mostrándole el ramo de flores–. ¿Te gustan?, porque no sabíamos que traerte.
 
–Queríamos darte algo que te alegrara y pensamos, ¿por qué no flores?, digo, siempre puedes regalarle flores a otro chico –dijo Javier.
 
–¿Qué flores son estas?, son hermosas –preguntó, recibiéndolas feliz.
 
–¿Cuál era su nombre?
 
–Astromelias –dijo el bartender.
 
–Muchas gracias, necesitaremos un vaso donde colocarlas en agua, tal vez si le pides a mi madre, ella podría conseguir uno –dijo Nicolás.
 
–Iré a hablar con ella, ya regreso –dijo, saliendo de la habitación. “Que puedan aprovechar este momento para conocerse mejor”.
 
Javier y Nicolás se quedaron viendo la puerta por donde había desaparecido Ignacio, y como el primero no supo cómo iniciar la conversación, el segundo tomó la palabra.
 
–¿Cómo has estado?
 
–¿Eh?
 
–¿Cómo estás?, ¿cómo te sientes? –repitió. 
 
–Estoy bien, eh…, ¿por qué lo preguntas?
 
–Porque Ignacio se ve feliz contigo, él siempre me habló bien de ti, sin embargo, me gustaría saber más de ti, no hemos podido conversar desde aquella cena en su departamento. 
 
–Así es, ha pasado un tiempo desde esa ocasión, ¿sabes?, cuando Alejandro y tú se recuperen, vengan a cenar con nosotros.
 
–Lo haremos. Dime, ¿cómo han ido las cosas después de mi visita?
 
–Mucho mejor, él se sintió cansado por un par de días más, pero al fin pudo recobrar sus energías, en parte se debió a fui a quedarme al departamento con él. 
 
–Me alegra oír eso, creo que necesita mucha compañía cuando se siente mal, ¿no has pensado que, tal vez, podrían irse a vivir juntos?, tengo entendido que tú también vives solo, ¿no es así?
 
–Sobre eso, verás… ya se lo propuse, que vivamos juntos en mi departamento, pero Ignacio no cree que sea un buen momento. 
 
–¿Por qué?
 
–No se siente capaz de hablar con sus padres, el departamento les pertenece a ellos así que no puede irse sin más, tiene que hablarles y resolver lo que harán con él.
 
–Ya entiendo, de todas maneras, es bueno saber que ya quieras dar un paso más en la relación, para Ignacio también debe significar mucho que tú quieras empezar una vida con él. 
 
–Él se mostró sorprendido cuando se lo propuse y a mí me hace mucha ilusión tener nuestro hogar –la expresión de Javier se suavizó considerablemente–. Cuando era más chico, soñaba con tener mi propio departamento, tener mi independencia, un sitio solo para mí y llenarlo con bonitos recuerdos. Mis padres me apoyaron y tras empezar a trabajar, ahorré dinero hasta poder comprar en el lugar donde vivo ahora. Lo que no sabía es que un día iba a conocer a la persona que se convertiría en mi pareja.
 
–¿Puedo saber cómo es que se conocieron? –preguntó Nicolás, percibiendo el gran amor que el otro sentía por Ignacio.
 
–De eso ya han pasado varios años –dijo, sonriendo–. Fue una tarde, durante uno de los ciclos de música clásica que organiza el teatro de la ciudad. En esa ocasión llegué temprano para hacer la fila y cuando estaba esperando para entrar, Ignacio llegó, al principio algo perdido y de entre todas las personas allí reunidas, se acercó a mi para preguntar si era ese el acceso para la función. Le dije que sí y él, solo agradeciendo, fue a ubicarse al final de la fila. No le di ninguna importancia al asunto, las puertas se abrieron y todos fuimos a ocupar un asiento al interior de la sala de conciertos, recuerdo que lo vi sentándose en un extremo, pero después me olvidé para concentrarme en la presentación. 
 
–No fue la última vez que lo viste, ¿cierto?
 
–No, y fue una suerte que nos encontráramos en el mismo lugar. Como se trataba de un ciclo de presentaciones de diversos artistas, fui todas las veces al teatro, encontrándome con él en algunas ocasiones, mientras que Ignacio a veces notaba mi presencia y otras no lo hacía. Un día en particular, después del concierto, cuando iba de camino a la estación de buses, él venía en dirección opuesta y nuestras miradas se cruzaron inevitablemente, pese a que él siguió caminando, yo me di la vuelta y lo seguí con la vista hasta perderlo. En ese momento sentí algo extraño, como si ese encuentro fuera una señal de que debía estar allí, algo que no podía ignorar o de lo contrario me arrepentiría. Hice caso a lo que sentía, aunque preocupado, el impulso fue muy fuerte como no recuerdo haber experimentado antes. 
 
Hubo una breve pausa, en la que Javier miró a su interlocutor, y viendo que le prestaba toda su atención, se animó a continuar. 
 
–La siguiente vez que lo vi fue en la antesala de otro concierto, sin embargo, en esa oportunidad él no entró y como me resultó curioso, lo seguí hasta una exhibición de arte que había en un salón contiguo. Sí, lo seguí, no sé cómo, pero lo hice, nervioso a morir, me sentía como un acosador viéndolo desde la distancia, fingiendo que miraba las pinturas cuando en realidad lo veía a él.
 
–¿Él supo que estabas ahí?
 
–Lo sabía, pero sólo me lo dijo tiempo después. Como fuera, llegó el momento de acercarme y hablarle, era lo que tenía que hacer. Llegar tan lejos para luego no hacer nada habría sido estúpido. 
 
–Entonces, ¿qué ocurrió?
 
–Me acerqué y le hablé, sin saber de qué, no tenía ni idea. “Disculpa, te he visto un par de veces aquí y… quise hablar contigo, ¿puede ser?”, le dije. Él me miró un instante y respondió que estaba bien, que podía acompañarlo y así lo hice. Conversamos un poco acerca de las pinturas y eso fue todo, había una tensión en el aire así que lo acompañé hasta la salida, y yo me quedé ahí como en shock. No sabía cómo reaccionar frente a mi propio actuar, me desconocí por completo.
 
–Entiendo lo que es eso, aunque no me creas, cuando conocí a Alejandro, también sentí como si alguien más actuara en mi lugar, con la diferencia de que todo ocurrió en una sola noche.
 
–Quizá tenemos en común más de lo que creía –dijo, dedicándole la primera sonrisa sincera–. En fin, para no extenderme más, en la siguiente función no nos vimos, o eso pensé, porque él sí lo hizo y cuando terminó el concierto, me estaba esperando a la salida, fue una sorpresa. Luego de eso, pudimos conversar con más normalidad durante varias horas en una plaza cercana, y que divertido fue, nos reímos mucho, incluso me dijo que le gustaba mi cabello, creía que era natural. Se hizo tan tarde que tuvimos que regresarnos en taxi, no sin antes agradecerle. La última función pudimos verla juntos, pues volvimos a encontrarnos en el acceso y compartimos lugares para escuchar al artista, recuerdo que se trataba de un pianista pelirrojo y muy joven, diría que de nuestra edad. Interpretó algo de Chopin y Schumann, creo, nunca he sido muy entendido en la música clásica, es Ignacio quien me ha enseñado. Después que terminara el ciclo de conciertos, intercambiamos números para seguir en contacto y, en el futuro, salir juntos, así ocurrió: quedamos un día para ir a beber té helado y algo curioso sucedió, pues supe que ambos nos dedicábamos a lo mismo.
 
–¿Qué sucedió?
 
–Ignacio estaba esperando por mí y cargaba con una bolsa de papel, cuando le pregunté por su contenido, me dijo que eran limones, que los necesitaba.
 
–Para hacer pisco sour, me imagino, o mojito –dijo Nicolás.
 
–En efecto, eran para eso, los ocupa y sigue ocupando en su casa cuando se antoja de preparar cocteles. Y ese día, después del té, caminamos por la zona financiera de la ciudad hasta que obscureció, conversando acerca de nuestros gustos e intereses. 
 
–Sí que llegaron lejos caminando, esa zona está muy alejada, pero es muy bonita con sus anchas avenidas y jardines entre los edificios de oficinas. 
 
–Lo es y tanto nos entretuvimos que no nos dimos cuenta de la hora. Estábamos muy lejos y aún debíamos regresar. Al final, cuando regresamos a la estación, me agradeció por el paseo y me regaló algunos limones. No sabes lo afortunado que me sentí en ese momento. En adelante nos seguimos reuniendo, saliendo juntos, conociéndonos, incluso fue gracias a Ignacio que obtuve mi trabajo en «la Dama Azul».
 
–¿De verdad?, fue una fortuna para ti conocerlo.
 
–Y lo fue, de hecho, los limones que me dio los usé para preparar una bebida de prueba que él me hizo preparar, quería conocer mis conocimientos y quedó encantado, me recomendó con Julio y él me llevó donde mi jefa, con quien he trabajado desde entonces. En cuanto a Ignacio, siempre le estaré agradecido y con pequeños gestos, me di cuenta de que comenzaba a quererle, nos visitábamos y bebíamos juntos, cosas que nunca hice antes con nadie. Nos volvimos amigos, cada vez más cercanos, hablando de nuestras vidas y familias. Para entonces supe lo que acontecía con sus padres, la separación de estos y su posterior divorcio, Ignacio se fue a vivir solo y con eso, ya no nos volvimos a separar jamás. Hablábamos con frecuencia, pese a que las visitas disminuyeron a causa del trabajo, el horario resultaba agotador y, sin embargo, eso no impidió que mis pensamientos fueran todos para él y el afecto que sentía no hizo más que crecer. Hasta que, al fin, sucedió lo que tú sabes. 
 
–Llegamos al presente, no hace falta que me hables de eso, aunque sí me gustaría saber si en algún momento consideraste la posibilidad de que él te correspondiera si llegabas a confesar tus sentimientos.
 
–Al principio, no, me asustaba. La sola idea de perderlo por culpa de lo que sentía me aterraba y preferí callarme antes que arruinar lo que teníamos, pero como sabrás, lo que era una hermosa amistad, acabó de otra manera, no pude soportarlo y cedí ante los sentimientos que tenía por Ignacio. Esos fueron días terribles.
 
–Lo sé, él comenzó a hablarme de esto cuando nos reuníamos. Ambos sufrieron.
 
–Afortunadamente, Ignacio contaba contigo y con Katerina. ¿Sabes?, ella nos aconsejó y el día de la fiesta resolvimos todo. El resto ya lo conoces.
 
–Vaya historia, estoy gratamente impresionado y de todo corazón deseo que los planes que tienes con él se realicen. 
 
–Muchas gracias. La próxima vez tienes que hablarme de ti y de Alejandro, ¿sí?, ¿qué piensan hacer en cuanto salgan de aquí?
 
–Ten por seguro que lo haré, tendremos tiempo más que suficiente.
 
–Bueno, ha sido un agrado hablar contigo.
 
–Y para mí un agrado escucharte.
 
Ignacio regresó a la habitación tras la prolongada ausencia, cargando en sus manos un vaso de pálido azul, lleno de agua y con las astromelias dentro.
 
–Miren, conseguí este florero para las flores, ¿qué les parece?, ahora la habitación no lucirá tan deprimente.
 
–Que bonitas se ven, muchas gracias, puedes colocarlas aquí –dijo Nicolás, indicando la mesita de noche.
 
–La madre de Alejandro se llevó el ramillete que trajimos para él –dijo Ignacio tras dejar el vaso con las flores en el sitio señalado.
 
–¿Lo has visto?
 
–No, han entrado sus padres primero, nosotros podremos ir después. Mientras esperamos, podrías decirme como te has sentido en los últimos días –dijo el bartender, sentándose luego de que Javier le cediera su sitio–. Ya puedes ir juntando saliva, que no me iré hasta saberlo todo. 
 
Nicolás sonrió y antes de comenzar, miró al peliblanco que, para no quedarse de pie, fue a sentarse al costado de la cama.
 
–Te toca escuchar una larga historia. Sé paciente –dijo el pelinegro y, después de beber un poco de agua, prosiguió con su relato.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

 

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