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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

Información importante. Esta historia está siendo publicada de forma simultánea en mi perfil de Wattpad. Usuario. Augusto_2414
Les recuerdo también que he creado una cuenta de Instagram (@augusto_2414_oficial) para que puedan seguirla. Que se vuelva un espacio de interacción con todos ustedes, en donde podrán encontrar las ilustraciones oficiales.
Los invito a visitarme en todas las plataforma y dejar sus comentarios. Muchas gracias.

LXXV
 
Después de la conversación en el patio y antes de marcharse, Erika le dio su número a Adolfo. Éste no esperaba volver a hablar con ella, sin embargo, en menos de una semana, se atrevió a llamarla; de esa plática surgió la inesperada invitación de la chica para que le visitara en su casa. 
 
El día fijado coincidió, sin que lo supiera, con la visita que hicieron los amigos de «la Dama Azul» a su hermano Nicolás. Asistió, pues, sin saber qué esperar del encuentro o de su misteriosa anfitriona.
 
—Tienes una biblioteca muy nutrida, ya entiendo por qué a Martín le gusta tanto venir aquí —dijo Adolfo, recorriendo las estanterías.
 
—A colarse, querrás decir —aclaró Erika, viendo por la ventana—, no deja pasar la oportunidad de venir cada vez que está en la ciudad.
 
—¿Y su hermano?
 
—Tomás casi nunca sale de su casa, a menos que se trate de alguna de sus presentaciones, porque de vez en cuando toca en el teatro, ¿lo has escuchado?, es realmente talentoso.
 
—Sí, en el café literario. ¿Ya lo olvidaste?
 
—Ah, sí, qué memoria la mía.
 
—Para ser tan joven, Tomás debe practicar mucho, o haber sido un prodigio desde pequeño.
 
—Yo diría lo primero y agregaría que no lo hace por deseo propio.
 
—¿Qué quieres decir con eso?
 
—El padre de Tomás y Martín es un hombre muy severo. Les dio una educación estricta y en el caso de Tomas, cuando resultó claro que tenía algún talento para la música, su padre dedicó todos sus esfuerzos para potenciarlo.
 
—Ya veo, su talento no es innato sino el resultado de una práctica prolongada, y por como lo dices, asumo que él no siente ningún deseo de hacerlo. ¿Se lleva mal con su padre?
 
—Algo así, no conozco los detalles, es un tema del que no le gusta hablar y lo entiendo, no creo que exista alguien que vaya por la vida diciendo que se lleva mal con su padre o madre —dijo Erika, reflexionando sobre el punto. La verdad es que sabía algo más, que a Tomás le gustaba fastidiar a su padre, no darle en el gusto, pero no consideró que Adolfo fuera lo suficientemente cercano como para confiarle esa infidencia—. Como sea, sin ser un prodigio, Tomás es muy bueno en lo que hace. Si fuera posible, se habría ido de casa hace tiempo.
 
—¿Es que no puede hacerlo?
 
—No lo sé. Nunca ha querido decirme la razón, aunque creo que le preocupa dejar solo a Martín, son muy unidos esos dos.
 
—¿Crees que haya otra razón?
 
—Sí, pero sería especulación de mi parte, prefiero no hacerlo —dijo, mintiendo otra vez. La razón no era otra que su padre, sin embargo, no conocía las motivaciones de aquel hombre para mantener encerrado a su primogénito. “Ni que fuera un príncipe, que no puede relacionarse con los plebeyos”.
 
—Y, ¿a qué se dedica Martín?
 
—Estudia algo relacionado con ciencias, muy diferente de lo que cabría esperar, le gusta la literatura clásica y es de lo que hablamos cuando viene aquí, es un verdadero deleite para él acceder a mi biblioteca. Nunca habla de lo que estudia.
 
—Su situación, ¿será la misma que la de Tomás?, que su padre le exige hacer algo que se ajuste mejor a sus expectativas.
 
—Es probable. Ninguno de los dos habla de su familia, deben tener una buena razón para hacerlo. En fin, olvidemos este asunto, ven conmigo, mi madre sirvió helado para nosotros en la terraza —dijo, respondiendo con señas a la mujer a través de la ventana.
 
Adolfo la siguió escaleras abajo, hasta llegar al hermoso jardín, en donde la mujer los recibió con una sonrisa amable.
 
—Gracias, mamá. Y antes de que preguntes, Adolfo se quedará para cenar.
 
—Que bueno que me lo dices, para incluir un lugar extra en la mesa. Tu padre tiene razón, has hecho muchos amigos recientemente, me siento feliz por ti, hija. ¿Los has presentado con Francisco?
 
—No, mamá, en algún momento lo haré —dijo, frunciendo el ceño.
 
—Bueno, los dejo, que disfruten el helado.
 
—Gracias, señora —dijo Adolfo.
 
—Vamos a sentarnos —dijo, tomando un lugar bajo el quitasol. El pelinegro la imitó y ocupó el otro asiento—. Anda, prueba este helado, es artesanal.
 
Obedeció y degustó el postre. Se trataba de una combinación refrescante y novedosa: limón con menta y naranja con jengibre. Ciertamente sabían de maravilla.
 
—Erika, ¿o debo decir “maestra? —inició Adolfo, enfatizando la palabra—. Ya me has dicho que Lucas ronda por aquí, ¿qué más sabes de él?, porque es de él de quien vamos a hablar, ¿correcto?
 
—Directo al hueso, me agrada —dijo Erika con una sonrisa de medio lado—. Lo cierto es que no tengo otra información acerca de Lucas o sus movimientos, todo lo que sabía ya te lo dije.
 
—¿En serio?, porque no te creo, usas las palabras de un modo que dejan entrever que algo sabes, o que al menos sospechas. ¿O acaso fue una sugerencia inocente que Lucas estuvo involucrado con el ataque a mi hermano?, Erika, ¿hasta dónde sabes la verdad?, ¿Lucas te lo dijo?
 
—Veo que tenía razón cuando dije que eres más listo que Lucas, porque ése no se da cuenta de nada. Sí, sé mucho de la verdad, por no decir todo. Tus palabras me confirmarán esa minúscula parte que aun no logro entender. Para empezar, me resulta curioso y, a la vez, morboso que alguien como tu pueda sentirse atraído por alguien que comete actos tan aberrantes, y peor todavía, que haya atacado a tu propio hermano. No acabo de entenderlo.
 
—Él no…
 
—Dejémonos de juegos, ¿sí?, ¿querías la verdad?, pues ahí está, sé que Lucas es el maníaco encapuchado, sé que fue el responsable del ataque a tu hermano y sé que está enamorado de ti, ¿o está obsesionado?
 
Adolfo quedó de piedra. No esperaba que ella fuera tan lejos.
 
—Y lo que no sé y espero que me confirmes, ¿tienes que ver con él de alguna forma?, porque Lucas dijo que únicamente ha habido acercamientos entre ustedes, pero nada en concreto.
 
—No… no tengo nada que ver con él, es solo que…
 
—¡Por favor!, ni siquiera intentes negarlo. Tu rostro es una prueba irrefutable, estás tan interesado en él como él en ti. Son tan evidentes. Y pese a lo que hizo con Nicolás, tú prefieres seguirle el juego, porque para ustedes eso es todo esto, un juego enfermo y retorcido. ¿Hasta dónde quieren llegar?
 
Adolfo hizo caso y no discutió. Erika era demasiado perspicaz, pese a la distancia que establecía con el mundo.
 
—No pongas esa cara, ¿quieres?, me bastó con ver el aspecto de Lucas el día que vino aquí para saber toda la historia, y para confirmar lo que ya había oído en otra ocasión —dijo, tomando su helado—. Recibió una paliza, ¿no?, tu hermano y Alejandro se defendieron bien, dejaron a Lucas tan herido que una frágil y debilucha como yo pudo someterlo con toda facilidad, y lo solté solo después de que confesara todo, debiste escucharlo. Se pintó las uñas también, siguió tu ejemplo, aunque de una forma horrible, creo que nunca lo había hecho antes. Deberías ir verle y pintárselas, estoy segura de que harás que luzcan hermosas, ¿sabes cómo se refirió a las tuyas, verlas pintadas de negro?
 
El pelinegro negó con la cabeza.
 
—Sensuales.
 
Tragó en seco, bajando la mirada a sus manos, cuyas uñas estaban allí, limadas y esmaltadas como era lo usual.
 
—Como sea, ve a verle y de paso ve cómo siguen sus heridas, me dijo que eres bueno tratándolas.
 
—¿Te dijo eso?
 
—Sí. Deberían tener más cuidado la próxima vez que salgan de noche, podrían acabar peor que tu hermano y Alejandro.
 
—¡Un momento!, yo no tengo nada que ver con los ataques. Eso es cosa de Lucas.
 
—Supongo que puedo creerte de momento, él tampoco mencionó que estuvieras involucrado, sin embargo, no necesito su confesión para saber que han estado juntos, peleándose en la calle y haciendo otras cosas.
 
Otra vez ese tono que helaba la sangre. Adolfo se estremeció.
 
—¿Cómo supiste de ese encuentro? “¿Cómo es que también sabes de eso?” —la imagen de Tomás apareció de súbito en su mente.
 
—Un pajarito me lo contó y fue revelador.
 
—Un petirrojo querrás decir, porque ahora lo sé, sin lugar a dudas —dijo, haciendo memoria. Aquella tarde en el callejón, la silueta que vio fugazmente no podía ser otro que el pelirrojo escurridizo de Martín, quien, maldita sea la razón, estuvo presente en ese momento para atestiguar todo.
 
—Como podrás darte cuenta, a mi nada se me escapa. Lucas intentó pasarse de listo conmigo, pero acabó perdiendo y con una expresión en el rostro muy parecida a la tuya. La conclusión es obvia, ninguno de los dos puede hacer algo contra mi —dijo, apartando la copa vacía.
 
—Erika, ¿qué es lo que quieres?, ¿por qué haces esto? Si sabes la verdad, ¿por qué no vas con las autoridades y les revelas toda la información?, ¿no es Alejandro tu amigo?
 
—¿Y no es Nicolás tu hermano?, ¿por qué estás con Lucas a sabiendas de lo que ha hecho? Tu estás en peor situación que yo, porque tu hermano fue víctima de un ataque, y conociendo al autor, eliges callarte la verdad y quedarte con el maniaco. No estás en posición de decirme qué hacer. Por otra parte, no soy amiga de Alejandro, solo una conocida, novia de uno de sus amigos.
 
Adolfo se sintió cansado de repente, su espíritu estaba derrotado y con razón, pues si Lucas no pudo con ella en el pasado, que esperanza quedaba para él de lograr una hazaña. Erika sonrió satisfecha.
 
—¿Has entendido la situación en la que están, Lucas y tú?
 
—No del todo. Asumo que guardarás silencio, ¿verdad?
 
—Por supuesto, y ya que me preguntaste, te diré lo que quiero, divertirme, divertirme mucho con este drama, pésimamente escrito, por cierto, pero drama, al fin y al cabo, sería una desgracia acabar de forma tan anticipada sin llegar al clímax de la historia —Erika se levantó de su sitio y se apoyó en la mesa—. Dejaré que se hundan bajo el propio peso de la basura que han acumulado sobre ustedes, porque este asunto, lo quieran o no, estallará eventualmente. ¿Lo tienes claro? Prefiero esperar y ver qué harán a continuación. Ustedes a diferencia de mi, son los protagonistas y tienen solo dos opciones a partir de ahora, detenerse o continuar. Tal vez debas recordárselo a Lucas cuando lo veas.
 
—Se lo recordaré.
 
—Eso es todo, me llevaré esto —dijo, recogiendo las copas sucias.
 
—¿A dónde vas?
 
—Iré por algo que podrá interesarte, aguarda aquí.
 
Siguió con la mirada a la chica, hasta entrar en la casa, quedándose a solas en el jardín. Se puso de pie y caminó por el recinto, estirando los brazos y piernas, extrañamente cansado, como si durante la plática, Erika le hubiera robado las energías. “Quizá hizo lo mismo con Lucas”. ¿Qué significaba todo aquello?, no solo se trataba de ella, desde otro ángulo Tomás era un espectador más del drama. Harto, se agarró la cabeza con las manos, deseoso de gritar y maldecir lo que sentía por Lucas. Maldecir a Erika, a Tomás y a Martín. ¿Por qué tuvo que cruzar camino con ellos?, ¿pudo evitarlo o debía ocurrir así? Qué importaba ya. ¡Al diablo con todos!
 
—Toma esto —dijo la chica a sus espaldas, asustándolo.
 
—¿Qué es? —dijo, recibiendo de manos de ella un libro empastado de color verde. «Ars amatoria» rezaba su título—. Oh, ya. No hace falta, es Ovidio.
 
—Sí, distraerá tu mente y hasta te sacará unas risas con los consejos que da.
 
—Gracias, supongo.
 
—De nada, dime, ¿aun quieres quedarte a cenar?, ¿o se te revolvió el estómago después de nuestra conversación?
 
—Siento asco, pero ya que me comprometiste con tu madre, me quedaré.
 
—Esa es la actitud —sentenció con una sonrisa que le dio a su fino rostro un aspecto sombrío y terrible. Ante él estaba la diosa que Martín veneraba.
 
… … … … …
 
Transcurrió poco más de un mes para que Alejandro y Nicolás se recobraran de forma satisfactoria de sus lesiones. Los padres les cuidaron y tomaron todos los resguardos que sugirió el médico, quitando de a poco las restricciones que insistían en conservar, con excepción de una: que los chicos se vieran en persona, pese a que ya habían recibido la visita de sus amigos. Alejandro en particular recibió en su casa a Cristina, Sebastián, Francisco y Erika, ésta última tuvo la gentileza de preparar una serie de lecturas que resultaron ser del agrado de todos, acompañadas por los deliciosos pasteles preparados por doña Sofía, la madre de Cristina, sin mencionar que, después, jugaron videojuegos con Francisco y Sebastián. En otra ocasión fue Ariel quien se presentó en su casa, ofreciendo como regalo sus creaciones culinarias más recientes. 
 
—Ustedes quieren hacerme engordar con toda esta comida —había dicho en una ocasión, provocando la risa de todos los presentes—. Pero se los agradezco, por estar conmigo en todo momento y preocupados por mi recuperación.
 
Con el paso de los días, Alejandro resintió más y más que no lo dejaran salir, al punto que ni siquiera podía acompañar a sus padres para comprar pan. Si bien las llamadas y las visitas aliviaban el encierro, no estaba seguro de poder aguantar, por lo que resolvió hablar con los adultos y hacerles saber su sentir.
 
En el día en cuestión, su madre había salido, mientras que su padre estaba en la cocina guardando los trastos del almuerzo. 
 
—Papá, ¿podemos hablar un momento?
 
—¡Ah!, hijo, pensé que estabas durmiendo. Deberías regresar a tu dormitorio, te llevaré lo que necesites —dijo Felipe.
 
—No hace falta, necesito que hablemos. Es importante.
 
—Bien, si insistes, ¿de qué se trata?
 
—Papá, ¿hasta cuándo tendré que quedarme en casa?, quiero salir.
 
—¿Otra vez con lo mismo, Alejandro?, ¡ven!, ¡vamos a tu cuarto!
 
Al chico no le quedó más opción que acompañar al hombre antes de continuar hablando.
 
—Dime, hijo, ¿qué es lo que te parece mal de quedarte en casa?, ¿por qué estás tan desesperado por salir? —dijo, sentándose en la cama.
 
—Es obvio, ¿no?, quiero retomar mi vida, volver al trabajo, a la universidad y, por sobre todo, ver a Nicolás. Ya me siento mejor, así que al menos déjenme salir a dar una vuelta. ¿O es que quieren que permanezca aquí encerrado?, dime papá, ¿qué es lo que pasa?
 
—Solo estamos cuidando de ti, no queremos que vuelva a ocurrir algo horrible, eso es todo. Nos hiciste pasar un susto enorme, pensamos que podríamos perderte.
 
—Lo sé, y lo siento mucho, pero incluso así, no puedo quedarme.
 
Felipe guardó silencio.
 
—Papá, no sé por qué, pero siento que hay algo más detrás de sus intenciones.
 
—¡No hay otra razón!
 
—¿Estás seguro?, no será que… ¿no será que están intentando alejarme de Nicolás? —viendo como su padre no respondía y bajaba la cabeza con seriedad, Alejandro sintió como le pecho se le oprimía, al tiempo que su voz se afligía—. Papá, mírame, ¿piensas de verdad que mi relación con Nicolás fue la causante del ataque?, ¿qué él tiene la culpa? No me digas que crees eso, por favor.
 
—Hijo, ni tu mamá ni yo estamos dispuestos a que algo malo te ocurra, eres nuestro único hijo y solo queremos protegerte.
 
—Pero, papá, ¿no sabes que me están lastimando al hacer eso?, yo quiero a Nicolás y no voy a dejarlo, se llevó la peor parte por intentar protegerme, esa es una prueba de lo importante que soy para él, es por eso que quiero estar a su lado durante la recuperación. Por favor, papá, no hagan este periodo más doloroso para nosotros.
 
—Solo quiero lo mejor para ti, para nosotros tú estás primero.
 
—¿Y qué hay de mis sentimientos?, ¿quieres verme sumido en la tristeza a cambio de estar a salvo?, ¿vale la pena ese tipo de sacrificio?
 
—Claro que no, pero debes entender también lo que sentimos como padres. Nicolás es un buen muchacho, lo sé, y tiene una gran familia tras él, sin embargo, eso no es garantía de nada.
 
—¿Cómo que no lo es?, es garantía de que yo, su hijo, soy querido, por fin encontré a alguien que me hace feliz y ya sé, me dirás que todavía soy joven y no entiendo, que lo que siento ahora cambiará y conoceré a alguien en el futuro.
 
Felipe estaba de una pieza. Alejandro le había robado las palabras. Quizá era debido a sus prejuicios, los que muy en el fondo, no le permitían asumir que su hijo estaba en una relación estable y seria. No odiaba a Nicolás, por el contrario, era un muchacho que le simpatizaba enormemente, pero resentía que ese amor entre él y Alejandro haya sido más que una amistad. Y al mismo tiempo, entraba en conflicto con la promesa que les hizo de apoyar su relación cuando la anunciaron. Retractarse ahora sería pisotear sus propios valores, ¿qué podía hacer?, ¿estaba él mismo equivocado?, ¿lo estaba Alejandro?, ¿Nicolás?, ¿había siquiera alguien a quien culpar?
 
—Papá, sé que es difícil para ti hablar de estos temas, mas resulta necesario que me digas lo que piensas, así como yo lo hago —dijo, tocándole el brazo con su mano—. ¿Sabes?, me pregunto si habrías reaccionado diferente si me hubiera enamorado de una mujer.
 
—Tal vez, no lo sé. Nunca pensé que te vería enamorado, saliendo con alguien, mucho menos verte en una relación, y sumarle a todo que te gustaran los hombres, me sentí desconcertado, no podía entenderlo, incluso ahora me cuesta trabajo, cuando los veía me imaginé que algo estaba ocurriendo entre ustedes, pero pensé que sería algo efímero, una etapa de la juventud. Ya veo que no fue así, ya no son niños y verlos tomados de la mano, besarse, es algo muy diferente. Si hubiese sido una chica, creo que me habría sentido tranquilo, mas en el fondo, puede que solo haya sido una apariencia, un disfraz para darme en el gusto, haciéndola infeliz y de paso a ti mismo —hizo una pausa para suspirar—. Tienes razón, hijo, no puedo ser egoísta, eso no es lo que hace un buen padre, acepté lo que eres porque te quiero, porque fuiste valiente a sabiendas de cómo podría reaccionar. Escogiste a Nicolás y estoy feliz con tu decisión. Estoy orgulloso de ti, del hijo que he formado.
 
—Y yo estoy orgulloso del padre que me ha criado, jamás querría pelearme contigo, te quiero mucho, papá, y te agradezco todo lo que has hecho por mi y la familia. Solo te pido que, así como aceptaste mi relación, la respetes porque quiero vivir mi propia vida y si nos está permitido hacerlo, quiero compartirla con Nicolás, el hombre al que amo.
 
—Está bien, hijo, así será.
 
—Gracias por entender, papá.
 
Ambos, padre e hijo, se abrazaron como solían hacerlo, cuando Alejandro veía a Felipe como un héroe, el mismo que continuaba siendo, pero bajo cuyas alas protectoras no podía esconderse por los siglos de los siglos. Deseaba volar con las suyas propias, cogido de la mano con aquel al que había elegido por compañero.
 
—Bueno, limpia esas lágrimas —dijo el hombre, acariciando las mejillas del muchacho—. ¿Y si vamos por unos helados a la plaza?, aunque no esperes que te lleve sobre mis hombros, ya estás muy grande.
 
—¡Claro que sí, papá! —dijo para luego reír feliz y aliviado.
 
En los próximos minutos se alistaron para salir y disfrutar juntos lo que quedaba de la tarde.
 
… … … … …
 
Tanto Mateo como Felipe, cumpliendo sus promesas, dejaron salir a sus hijos para dar paseos cortos por el vecindario y los alrededores, siempre bajo una estricta observación. Esta situación se mantuvo durante la primera semana de caminatas, sin embargo, para la siguiente los muchachos no podrían resistir más las ganas que sentían de verse otra vez.
 
Fue así como, gracias a un intercambio de mensajes a través de sus teléfonos y unas palabras a sus padres para convencerlos de salir a cierta hora a la plaza, lograron su tan anhelado deseo. Los adultos no sospecharon y cada uno por su cuenta acompañó a su respectivo hijo. De los dos, Nicolás es quien más débil se encontraba, caminando del brazo de su padre, pues continuaba rehusándose a emplear las muletas.
 
Eran las 17:00 y la plaza estaba ocupada por los niños jugando a la pelota o montando en bicicleta, además de las señoras, madres seguramente, que se detenían a conversar en las bancas de madera tras ir por el pan al almacén. Tras una breve caminata y como era inevitable, Alejandro y Nicolás se encontraron frente a frente, cambiando de inmediato sus semblantes serios por miradas radiantes, no así las de sus padres, quienes vieron a sus hijos con el ceño fruncido.
 
—¡Qué casualidad!, no esperaba encontrarlos aquí —comenzó Nicolás, soltándose del brazo de Mateo.
 
—Lo mismo digo, solamente quería dar un paseo antes de la cena, no pensé que los vería por aquí —dijo Alejandro, y aunque intentó reprimir la emoción, no pudo y corrió a abrazar a su novio, incluso si su padre le veía contrariado.
 
—Buenas tardes, don Mateo —saludó Felipe.
 
—Buenas tardes —respondió, estrechándole la mano—. Supongo que no podían estar más tiempo sin verse.
 
—Eso parece —dijo, cerrando los ojos con resignación, para luego sonreír tenuemente a ver a su hijo y su novio besarse cariñosamente—. No hay remedio contra el amor, ¿verdad, don Mateo?
 
—Supongo que no —dijo, encendiendo un cigarrillo.
 
Para ambos adultos, criados a la usanza tradicional, la situación les hacía cuestionarse sus valores, los principios que les fueron enseñados o, más bien, los perjuicios hacia ciertas conductas, haciendo que se los replantearan, sin mencionar que ver a sus hijos besándose a plena vista puso a prueba su temple, sin que se atrevieran a detenerlos.
 
—¿Cómo han estado usted y la señora Olivia? —preguntó Mateo, intentando distender el ambiente.
 
—Hemos estado bien, gracias, y Olivia está mucho más tranquila desde que Alejandro regresó a casa, ¿y la señora Antonia?
 
—Lo mismo, contaba los días para tener a su hijo de vuelta, y no solo ella, mi otro hijo, Adolfo, también se alegró muchísimo de que Nicolás saliera del hospital. Usted, no tiene más hijos según recuerdo.
 
—No, solo a nuestro Alejandro, por eso nos preocupamos tanto por él.
 
—Lo entiendo, eh… deberíamos seguirlos antes de que se alejen demasiado —sugirió Mateo, señalando a los chicos que ya caminaban tomados de las manos a varios metros de distancia.
 
—¡Sí que aprovechan el tiempo! 
 
—Es natural, han sido semanas completas sin verse, y supongo que no es suficiente mantener contacto solo con llamadas. Tendremos que acostumbrarnos a verlos así, tal y como era todo antes del incidente —dijo, caminando a paso lento junto a su par, dándole espacio a la pareja.
 
—Don Mateo, hay algo que suelo preguntarme cuando los veo así, bueno, en realidad desde que anunciaron su noviazgo —comenzó a decir Felipe.
 
—¿Qué es?
 
—¿Cuánto durará su relación?
 
—¿Qué quiere decir con eso?, ¿no cree que sea algo serio?
 
—Al contrario, después que hablé con Alejandro, me quedó claro que se toma muy en serio su relación con Nicolás, así que la impresión que tengo es que van a durar, inclusive me he hecho la idea de que estarán tanto tiempo juntos que eventualmente podrían casarse.
 
—¿No estará hablando en serio, Felipe?, ¿casarse?, ¿ellos? —repuso, viendo otra vez a los chicos y reparando en las caricias que se prodigaban. Entonces, la imagen de la pareja vestida de blanco y frente al altar se volvió nítida en su mente. Cerró los ojos y sacudió la cabeza para disipar la visión—. ¿No nos estaremos adelantando a los hechos?, aunque, quizá usted tenga razón, no hay motivos para creer que están actuando de forma inmadura, ellos mismo lo dijeron así cuando hablaron con nosotros, que se trataba de algo serio, además de que conozco bien el carácter de mi hijo. No va por ahí haciendo bromas a los demás. Tampoco se lo permitiría.
 
—En efecto, así fue cuando estuvieron en nuestra casa para anunciar su relación. Solo deseo que mi hijo sea feliz, y si puede serlo junto al suyo, no haré otra cosa sino apoyarlos. ¿Está de acuerdo?
 
—Por supuesto, yo también sería incapaz de lastimar a Nicolás o de arruinar su felicidad, su semblante volvió a ser el que tenía cuando era pequeño. Parece como si hubiese vuelto a la vida.
 
—Lo entiendo perfectamente, Alejandro experimentó un cambio similar —dijo Felipe, sonriendo satisfecho—. Siendo así las cosas, don Mateo, si llega el momento, yo mismo seré quien entregue a mi hijo en la iglesia.
 
—Entonces, yo haré igual que usted, y es lo razonable, actuaría de la misma manera si hubiese sido una hija —dijo convencido.
 
Ambos hombres asentían, mientras que los chicos los miraban a la distancia.
 
—¿De qué tonterías estarán hablando? —preguntó Nicolás.
 
—Tal vez de cómo nos organizarán la boda, si es que nos permiten tener una.
 
—¿Boda?, ¿de verdad?
 
—Bueno, tu mismo me dijiste en el hospital que irías con mis padres y pedirías mi mano, además, si somos capaces de permanecer juntos, si somos capaces de lograr nuestros sueños y superar todas las pruebas que se nos presenten, ¿te casarías conmigo?
 
—Sí, ¡sí!, ¡sí!, ¡me casaría contigo!, pero no sin antes hacerte la propuesta debida.
 
—Lo sabía, algo muy propio de ti, ya puedo imaginarte, llevando músicos y flores.
 
—Con un lienzo gigante que diga “¿QUIERES CASARTE CONMIGO?”
 
—¡Ja, ja, ja!, sí, puedo imaginarlo.
 
—La verdad es que eso lo esperaría de ti, llevando a Francisco para que toque la guitarra y Sebastián para que extienda el lienzo, ¡ja, ja, ja!
 
—Lo tendré en cuenta. Quién sabe, tal vez sea yo el que se proponga primero.
 
—Pensaré en algo diferente, entonces.
 
—Eres tan cursi. ¿Me leerás tus poemas desde la calle?
 
—Claro, para que después me arrojes tomates, ¡ja, ja, ja! No, gracias.
 
Alejandro rio como no lo había hecho en semanas. Se abrazó al cuello de Nicolás y le besó con tanto ímpetu que por poco y caen al suelo.
 
—Con cuidado, precioso, no querrás que vengan a regañarnos por ser poco cuidadosos.
 
—Disculpa, es que no puedo contener mi felicidad. Te extrañaba demasiado.
 
—También yo. No volveremos a separarnos.
 
—Gracias por seguir aquí. Te amo.
 
—Yo también te amo.
 
Continuaron caminando, recargando sus cabezas mutuamente, hasta que notaron que los adultos se detuvieron muy atrás, sin prestarles más atención.
 
—Nuestros padres se llevan bien, ¿no crees? —dijo Alejandro.
 
—Eso parece, si nos casamos, ellos se volverán consuegros, ¿verdad? —comentó Nicolás.
 
—Sí, y qué suerte que se lleven bien desde ahora, es trabajo adelantado.
 
—Tienes razón, sí que somos afortunados.
 
Ambos rieron ante la vista de sus padres, los que, pese a sus diferencias, no dejaban de ser padres amorosos y comprensivos.
 
… … … … …
 
—Lo hemos decidido, nos iremos de la ciudad por unos días —anunció Alejandro a sus amigos.
 
Estos se lo quedaron viendo con asombro y un dejo de preocupación.
 
—¿Estás seguro?, ¿ya lo han conversado con sus padres? —preguntó Cristina, viendo que ni Fran ni Seba se pronunciaban al respecto.
 
—No todavía, pero ya tenemos todo planificado. Lo hemos pensado mucho con Nicolás y creemos que nuestros padres no se opondrán —dijo, pensando en su novio.
 
—¿Y a dónde irán? —preguntó Erika, atrayendo las miradas, pues parecía más interesada en la conversación que en veces anteriores.
 
—Nos iremos a la costa, a casa de la abuela de Nicolás, y como se trata de un familiar suyo, no habría razones para que se sientan preocupados.
 
—Suena como a una luna de miel anticipada, ¿será que tendremos una boda pronto? —bromeó Francisco, mirando a Sebastián, quien ya reía sonoramente.
 
—¿O tal vez están buscando lugares para celebrarla?, ¿tendremos que usar zapatos o sandalias? —preguntó este último, cuando consiguió calmarse.
 
—¡No se burlen!, ustedes dos, la próxima vez Alejandro los echará a patadas, y de paso no los invitará a la boda —dijo Cristina.
 
—Sería lindo si decidieran hacer la ceremonia en la playa, aunque la arena podría ser un inconveniente para los invitados —observó Erika.
 
—¡Esperen un momento!, esto será sólo un viaje de descanso, nada hemos hablado con Nicolás acerca de una boda, mucho menos su planificación. ¡No exageren! —dijo Alejandro, ocultando que ya habían medio bromeado al respecto. Por la misma razón, no quería adelantarse a decir algo.
 
—¿Y les gustaría casarse en un futuro? —continuó preguntando Erika.
 
—No lo sé, ya he dicho que no lo hemos conversado, ni siquiera sé si estaré con Nicolás el tiempo suficiente para hacer planes tan importantes.
 
—Bueno, no es como si nosotros lo hubiésemos hecho, ¿cierto, Cris? —comentó Sebastián.
 
—No, pese a que llevamos el doble de tiempo juntos —respondió la aludida.
 
—Tampoco nosotros, al menos yo no tengo esos planes, ¿y tu? —preguntó Francisco.
 
—No, aunque, quizá, mis padres se hacen la ilusión de verme vestida de blanco y caminando al altar —respondió Erika con indiferencia.
 
—Parece que sí has pensado algo, tendremos que conversar —dijo Francisco con una risita.
 
—¿Qué pasó, Fran?, ¿te desagrada la idea? —preguntó Cristina—, ¿o es que Erika te pone nervioso?
 
—¡Tal vez seas tú quien acabe casado primero! —volvió a reír Sebastián, contagiando a su novia y a Alejandro. Francisco, por su parte, se recargó contra Erika en un intento por ocultar su vergüenza, mientras ella le daba palmaditas en la espalda—. Pero, volviendo al tema, ¿cuándo van a hablar con sus padres?
 
—Dentro de unos días, los citaremos a todos aquí o en casa de Nicolás, lo que sea conveniente, y les anunciaremos la noticia. Será más práctico que hablar con ellos por separado, y luego, si resulta bien, nos iremos al día siguiente —explicó el peliclaro.
 
—Rápido, ¿eh? —dijo Francisco.
 
—No lo queremos postergar demasiado. Viajar juntos es un deseo que tenemos los dos y, ahora mismo, nos vendrá bien para recuperarnos completamente.
 
—Seguro que sí, a Nicolás le vendrá de maravilla pasar unos días en la costa. Me alegro mucho por ustedes —dijo Cristina, tomándole de las manos.
 
—Y hermano, mantennos informados, tal parece que no tendremos ocasión de vernos otra vez antes de que viajen —dijo Sebastián.
 
—Por supuesto, así lo haré. Les avisaré por teléfono.
 
—Siendo así, espero que pasen unos días increíbles, que el clima les favorezca y… —dijo Francisco antes de ser interrumpido por su novia.
 
—No te adelantes, aun tienen que hablar con sus padres, ¿no sería mejor desearles suerte con ellos? 
 
—Tienes razón, mi bella genio —dijo, pellizcando la nariz a la chica—. Aguardemos a que nos avisen, aunque si lo hacen desde la playa, sabremos que el plan fue un éxito.
 
—Lo será, estoy segura —dijo Cristina.
 
—Yo también lo creo —dijo Alejandro—. En fin, ya es algo tarde, ¿quieren quedarse a cenar?
 
—Supongo que sí, tu mamá nos invitará de todos modos —dijo Sebastián, encogiéndose de hombros.
 
—Por eso mismo es que me estoy adelantando. Iré a avisarles ahora.
 
El anfitrión se levantó y fue a la cocina, donde sus padres ya estaban moviendo platos.
 
—Pensé que no te quedarías —comentó Francisco, dirigiéndose a Erika.
 
—Sería descortés de mi parte rechazar la invitación, por lo demás, sé cuánto les agrada que comparta con ustedes, ¿no es así? —respondió, ahora pellizcando las mejillas de su novio. Este sonrió de oreja a oreja.
 
—Así es, me hace feliz que, de a poco, comiences a salir con nosotros, gracias.
 
Cristina y Sebastián asintieron. Erika no respondió, pero sus sonrojadas mejillas dijeron todo.
 
… … … … …
 
Gracias a un segundo encuentro “casual” en la plaza, Alejandro y Nicolás tuvieron ocasión de conversar y definir los detalles de su plan, con miras al anuncio que harían a sus padres. Acordaron que la noticia la darían en casa del pelinegro y para darle un tono serio, organizaron una comida con los adultos para el próximo día viernes, velada a la que Adolfo se excusó de asistir por tener otro compromiso que atender; si bien el hecho no pasó inadvertido para Nicolás, hubiese preferido que el menor estuviera presente, pero tampoco desconocía que, en su ausencia, las cosas se podrían desarrollar sin tensiones en el ambiente.
 
Llegado el día, nuevamente se encontraron Olivia y Felipe con Antonia y Mateo. La última vez que estuvieron reunidos los cuatro fue en el hospital y de eso ya iban para dos meses. Durante el transcurso de la cena, viendo que el momento era oportuno, los chicos se pusieron de pie y tomaron la palabra.
 
—Señora Olivia, don Felipe, gracias por venir, y a ustedes, mamá y papá, gracias por permitirnos organizar la comida en casa —inició Nicolás—. Como ya podrán imaginarse, los reunimos aquí para darles una noticia.
 
Los adultos se miraron entre ellos.
 
—Que no sea lo que estoy pensando —dijo Mateo por lo bajo.
 
—No, no, papá, no nos vamos a casar —aclaró.
 
—Al menos no todavía —intervino Alejandro, tomándole del brazo.
 
Los padres del peliclaro le vieron con seriedad. Parecía que a la madre le afectaba especialmente, porque su expresión reflejaba su desconcierto ante los comentarios.
 
—Bueno, ¿de qué se trata?, vamos al grano, por favor —exigió Antonia.
 
—Lo que queremos decirles es que, junto con Alejandro, nos iremos de la ciudad por unos días —anunció Nicolás.
 
—¿Sí?, ¿y a dónde piensan ir los jovencitos? —preguntó Olivia con sarcasmo.
 
—A la playa —respondió Alejandro—. Hace tiempo que llevamos pensando hacer un viaje juntos y creemos que ahora es una buena ocasión.
 
—¿Y en dónde se quedarán? —preguntó Felipe.
 
—Nos quedaremos en casa de la abuela —respondió Nicolás—. Y sí, ya hablé con ella y dijo que estará encantada de recibirnos.
 
—¿Es eso cierto?, ¿llamaste a mi madre para pedírselo? —cuestionó Antonia con sorpresa.
 
—¿Su madre vive en la costa? —preguntó Olivia.
 
—Sí, ella y mi padre tienen su casa allá. Nosotros los visitamos de vez en cuando, pero mis hijos suelen ir a quedarse para las vacaciones. Oye, ¿y están seguros de que ella podrá recibirlos? —preguntó, volviéndose hacia Nicolás.
 
—Sí, dijo que no habrá problemas.
 
—¿Y ustedes se sienten bien?, es un viaje que podría fatigarlos demasiado, porque llevarán equipaje, ¿cierto?, ¿podrán con todo eso? —dijo Felipe con tono inseguro.
 
—¿No preferirían que nosotros los fuéramos a dejar?, sería más seguro y cómodo para ustedes, ¿no creen? —sugirió Mateo.
 
—Supongo que sí, ¿tu qué crees? —preguntó Nicolás a Alejandro.
 
—Si con eso ustedes nos dan permiso y quedan tranquilos de que llegaremos a salvo, está bien —respondió—. Entonces, ¿podemos ir?
 
Los chicos se tomaron de las manos a la espera de una respuesta.
 
—¿Qué dices, querida?, ¿les damos permiso? —preguntó Felipe.
 
—Si tu estás de acuerdo, ni modo, yo también —respondió Olivia.
 
—Bien, yo puedo ir con don Mateo a dejarlos en auto, así nos aseguramos de que queden instalados en casa de su abuela, y de paso conocemos la dirección. ¿Qué le parece a usted? —dijo, hablándole a su par.
 
—Me parece bien —respondió.
 
—Sí, ve tú también, Mateo, así nos quedamos todos tranquilos —añadió Antonia.
 
—Está arreglado, entonces —dijo Felipe.
 
—¿Eso es un sí? —preguntó Nicolás.
 
—Sí, ¿o tenemos que decirlo en otro idioma? —dijo Antonia contrariada—. Tienen permiso de ir donde mi madre, ¿así o más claro?
 
Los novios sonrieron y se abrazaron de la emoción.
 
—¡Muchas gracias!, ¡mamá!, ¡papá! —exclamó el pelinegro—. También a ustedes, señora Olivia, don Felipe.
 
—Sí, muchas gracias, pero Nico, ¿para qué estamos con cosas?, no íbamos a pedir permiso —confesó Alejandro.
 
—Claro que tenían que pedir permiso, jovencito, usted no se manda solo, ¿o creías que los dejaríamos irse de viaje sin más? —dijo Olivia.
 
—Es verdad, ya lo habíamos hablado, ¿verdad, Alejandro?, tu seguridad y la de Nicolás es lo más importante —agregó Felipe.
 
Los chicos asintieron en silencio.
 
—Pues bien, ¿cuándo quieren irse? —preguntó Antonia.
 
—Mañana —respondieron al unísono tras un breve intercambio de miradas.
 
Los cuatro adultos no pudieron agregar nada, salvo pensar que sus hijos, además de muy enamorados, estaban locos.
 
… … … … …
 
Comenzaba a caer el sol tras los cerros. Era esa la visión que Alejandro tenía de un lado mientras el vehículo viajaba por la carretera; del otro iba Nicolás medio dormido, recargado sobre él. Con ojos tiernos vio a su amado y lo acurrucó a su lado, imaginando los días que pasarían juntos en la costa.
 
Delante, en el asiento del conductor y del copiloto, Felipe y Mateo respectivamente, intercambiaban comentarios acerca de los planes de sus hijos.
 
—Al menos estarán juntos durante un tiempo, la casa de mi suegra es segura y por lo que Nicolás me dijo, solo sus amigos saben del viaje —comentó el padre del pelinegro.
 
—Así es, Alejandro avisó a Cristina, que es su mejor amiga y siempre está pendiente de él —comentó Felipe, viendo a la pareja a través del espejo retrovisor—. No hay cómo detenerlos, ¿verdad?
 
—¿Eh?, ¿se refiere a los chicos? —Mateo miró también por el espejo y entendió a qué se refería su par—. Creo que no hay forma ya, a este ritmo no tardarán en irse a vivir juntos.
 
—¿Vivir juntos?, pero si aún son unos críos, ¿qué podrían hacer solos?
 
—No lo sabremos si no los dejamos, como dice mi esposa, hay que darles su espacio y que tomen sus propias decisiones, además, en algún momento los hijos deben dejar el nido, ¿no es así?, nuestros padres así lo creían también.
 
—Es cierto, aunque con una visión diferente, propia de sus tiempos.
 
—Que no son más los nuestros, ni los de ellos, los cambios que trae el paso del tiempo.
 
—Olivia piensa de esa manera, dice que soy el anticuado y que no me adapto a los tiempos actuales, y con más razón frente a la relación de Alejandro, ya son meses desde que está saliendo con Nicolás.
 
—Lo que cuenta, Felipe, es que hagan las cosas de forma madura y responsable, y confío en que lo harán, ambos son chicos de bien.
 
—De acuerdo, es que a cada uno de nosotros le fue inculcado un modelo de cómo se supone que sean las personas, y cuando tu propio hijo elige a otro muchacho como pareja, cuesta trabajo cambiar esa visión, incluso cuesta pensar que es algo correcto. Y pese a que lo conversamos con anterioridad, la verdad es que no consigo imaginarlos contrayendo matrimonio. Para Olivia el problema se reduce a determinar quién de los dos vestirá de blanco. Una trivialidad, francamente.
 
Mateo soltó una carcajada ante la ocurrencia.
 
—¡Hombre!, que se vistan como ellos quieran, de blanco, de negro o de gris, ¿qué mas da?, si hay que entregarlos en el altar, habrá que hacerlo. Son dos chicos, sí, pero eso no impide que puedan casarse como cualquier pareja “tradicional”. Por lo demás, quédese tranquilo, solo estamos especulando, quizá ellos estén pensando en algo por completo diferente. Lo importante es que, como padres que somos, estemos ahí para ellos. No hay cosa peor para un hijo que no sentir el apoyo de su familia.
 
—Tiene razón, don Mateo, y no dude que estaré siempre para mi hijo. ¡Cielos!, no me creo que estamos teniendo esta conversación. Ya ve por qué mi esposa me trata de anticuado, pero como ella también dice, nuestra vida está hecha, la de ellos apenas comienza —dijo, viéndolos una vez más. La pareja dormía plácidamente con expresiones suaves en sus rostros—. No se ven tan mal, después de todo.
 
—Para nada, Nicolás salió tan apuesto como su padre.
 
Ahora Felipe fue quien soltó una carcajada.
 
Las luces de la carretera comenzaban a encenderse, mientras que el sol desaparecía en el horizonte.

Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

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