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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Después de una prolongada ausencia, dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.


*Esta historia está siendo publicada de forma simultánea en mi perfil de Wattpad. Usuario. Augusto_2414

LXXVI
 
Alrededor de las 21:00 llegaron a la casa donde residía el anciano matrimonio, padres de Antonia, que aguardaban sin saber que el muchacho que acompañaba a su nieto era, en realidad, su novio.
 
—¡Hijo!, ¡qué bueno verte!, ¿cómo estás? —preguntó Elena, abrazando al pelinegro—. Tu madre nos llamó días después de lo sucedido, estábamos tan preocupados por ti, ¿te has sentido mejor?, yo estuve a punto de ir a la ciudad para visitarte, pero Antonia me dijo que no, que estabas bien cuidado. 
 
—Sí, abuela, me he sentido mejor, gracias —dijo, separándose para besar a la anciana—. La verdad es que no quería decirles lo que ocurrió, no quería angustiarlos por mi causa, ver a mis padres ha sido suficientemente doloroso como para que ustedes tengan que pasar por lo mismo.
 
—Está bien, hijo, lo entiendo, pero recuerda que siempre estamos preguntando por ti, nos importas mucho —dijo, besando a su nieto en las mejillas—. Dime, ¿cómo estuvo el viaje?
 
—Todo bien, hemos dormido durante casi todo el trayecto —dijo, para luego volverse hacia Alejandro, que aguardaba con una expresión nerviosa—. No te quedes ahí, ven, voy a presentarte.
 
—¿Es él? —preguntó, observando con curiosidad al acompañante.
 
—Sí, abuela, él es Alejandro, de quien te he estado hablando. Quería que lo conocieras —explicó Nicolás, mientras sostenía al chico de la mano.
 
—Lo recuerdo, mucho gusto en conocerte, Alejandro, mi nieto me habló muy bien de ti —dijo, dándole un cálido abrazo que le sorprendió—. ¿Cómo estás?, ¿se han reconciliado?, ¿o es que siguen peleados?
 
—Bien, señora, y sí, nos hemos reconciliado —respondió.
 
—Qué bueno, bienvenido entonces. Y una cosa más, llámame Elena o abuela, si quieres.
 
—Encantado… abuela, muchas gracias por recibirme.
 
Elena sonrió complacida.
 
—¿Han traído muchas cosas? —preguntó, viendo como su nieto ayudaba a su padre y a otro hombre a cargar las maletas dentro de la casa.
 
—Nicolás me hizo cargar todo lo necesario para, al menos, una semana aquí —indicó Alejandro.
 
—Ese niño siempre trae más cosas de la cuenta, no te extrañes, siempre ha sido así, lugar al que va lleva una maleta y una mochila, sin mencionar lo que puede cargar con las manos. 
 
En ese momento, Mateo y Felipe terminaron su labor y llegaron junto a la anciana.
 
—Bueno, ¿no vas a saludarme? —preguntó el padre del pelinegro.
 
—¿Cómo iba a saludarte si estabas ocupado?, ven aquí —dijo, besando a su yerno.
 
—Déjame presentarte a Felipe, el padre de Alejandro. Don Felipe, ella es Elena, mi suegra, la madre de Antonia.
 
—Buenas noches, doña Elena, gusto en conocerla y gracias por recibir a mi hijo en su casa —dijo, estrechándole la mano.
 
—Lo mismo digo, señor, y no se preocupe, es un agrado recibir visitas y más si se trata de los niños —dijo, sonriéndole a los dos muchachos que estaban de pie a su lado—. ¿Van a quedarse o se irán de inmediato?
 
—Nos iremos, sólo vinimos a dejarlos —dijo Mateo—. Perdona, nos queda el viaje de regreso y ya es bastante tarde.
 
—Descuida, vayan entonces, que yo cuidaré bien de estos jóvenes —dijo Elena.
 
—Bien, nos vamos. Ustedes dos, cuídense y pórtense bien, nada de hacer pasar malos ratos a su abuela, ni al abuelo —dijo, antes de despedirse de su hijo y el novio de éste—. Disfruten el tiempo aquí, descansen y recuperen energías. Llamen a la casa si sucede algo. Nos vemos pronto.
 
—Adiós, hijo, cuídate mucho y no te olvides de llamar a tu mamá, sabes que se preocupa cuando no estás en casa. Adiós, Nicolás, que lo pasen bien —Felipe se despidió de ambos con apretados abrazos—. Que tenga buena noche, señora Elena, hasta pronto.
 
Los hombres abordaron el vehículo y, agitando las manos desde las ventanas, se alejaron por la misma calle por la que llegaron.
 
—Bueno, vamos adentro, ¿quieren comer algo? —preguntó la mujer, cerrando la puerta de entrada y guiándolos por un largo pasillo que discurría junto a un gran patio, en cuyo centro se alzaba un naranjo. 
 
—No, pero aceptaré un té —respondió Nicolás.
 
—¿Y tú, Alejandro?
 
—Un té, por favor.
 
Ingresaron al comedor y saludaron al abuelo Rómulo, que estaba medio dormido frente al televisor. Nicolás se acercó para besarlo en la mejilla, pero el anciano no se inmutó.
 
—Siempre le sucede después de comer, debería irse a la cama —dijo Elena, preparando las tazas y cubiertos—. Ustedes lávense las manos y siéntense, les serviré en un momento.
 
Los chicos obedecieron y fueron al baño, mientras que la abuela fue a la cocina para traer el té y el agua hervida. Cuando llegó con la tetera, Nicolás y Alejandro ya estaban sentados a la mesa.
 
—Aquí tienen, sírvanse —dijo, tomando de la despensa un paquete de galletas que les ofreció en un plato—. Para que acompañen el té. Y bueno, ¿qué ha pasado entre ustedes?, Nicolás habló conmigo la última vez que estuvo de visita, pero después no tuve más noticias.
 
—Me disculpo por eso, sucedieron muchas cosas —inició Nicolás, mirando al peliclaro—. Después que regresé a casa, tuve mucho tiempo para pensar y, cuando se presentó la oportunidad, Alejandro y yo pudimos hablar otra vez, nos sinceramos acerca de nuestros sentimientos, tuvimos una cita y hasta fuimos a una fiesta juntos.
 
—Me alegro mucho por ustedes, niños, que todos los malos entendidos se hayan superado y puedan continuar con una relación sana, porque eso es lo que querían, ¿no?
 
—Sí, abuela, nosotros somos formalmente novios.
 
Elena levantó la vista de su taza y sonrió.
 
—¿De verdad, hijo?, ¿estás de novio con Alejandro?
 
—Así es, señora…, ¡digo!, abuela, estoy saliendo con su nieto —respondió el aludido, cogiendo de la mano al pelinegro. Este correspondió el gesto besándole en la mejilla.
 
—¿Escuchaste, viejo?, tu nieto tiene novio —dijo Elena a su esposo. Rómulo se sobresaltó y, frotándose los ojos, miró a los recién llegados. 
 
—Hooola, Nicolás, ¿viniste solo?
 
—¿Qué dices, viejo?, ¿estás ciego?, Nicolás ha traído a su novio para que lo conozcamos, ves qué guapo está —habló la mujer con tono de reproche. Alejandro no pudo evitar ruborizarse.
 
—¿Oh?, ¿te parece? —dijo Rómulo, colocándose las gafas para ver mejor a los chicos—. Ay, estos jóvenes. En mis tiempos, los muchachos cortejaban a las muchachas, las muchachas coqueteaban con los muchachos, pero ahora no entiendo a la juventud. 
 
La pareja intercambió miradas ante el curioso comentario. Elena frunció el ceño mientras que su marido sólo se encogió de hombros, tomó unas galletas y las depositó en la taza vacía.
 
—¡Oh!, mi té se acabó, ¿podrías servirme más?, por favor.
 
—¿Es todo lo que vas a decir, Rómulo? —el tono de la anciana era de incredulidad.
 
—Hummm, bueno, ¿cómo te llamas?, ¿eh?, ¿también te dejas el pelo largo?, aunque no tan largo como este chiquillo —comentó, señalando la cabellera oscura de su nieto.
 
—Me llamo Alejandro, señor.
 
—Hummm, como el otro Alejandro, ya veo, él también tenía el cabello como tú.
 
Los chicos se miraron entre ellos sin entender a qué se refería el abuelo.
 
—Supongo que ya no necesitarán dos camas, ¿verdad?, con una será suficiente. Lástima por mi espalda, todo el esfuerzo que hice por preparar el dormitorio.
 
—¿Cómo dices?, dormirán en camas separadas, sean novios o no —dijo Elena, sirviendo más té a su esposo. 
 
—Ya están bastante crecidos para saber lo que hacen, ¿no te parece, vieja?
 
—Que sean novios no significa que dormirán juntos, no bajo mi techo.
 
—Como quieras, me basta con que cierren bien la puerta, no quiero despertar en mitad de la noche por ruidos molestos —dijo, bebiendo su té.
 
—Viejo, me sorprende que seas tan permisivo.
 
—Si esta juventud fuera la de antes, no tendríamos que lidiar con situaciones así.
 
—No hay nada que entender, son dos adolescentes que están de novios y en esta casa hay reglas que respetar.
 
—¿Y quiénes son los novios?, ¿son amigos tuyos, Nicolás?, ¿vendrán a tomar el té con nosotros?
 
—¿Estás de broma, Rómulo?, el que está de novio es Nicolás. ¿Es que no oíste nada?
 
—Ay, estos jóvenes de hoy, todos los días te sorprenden con algo nuevo —sentenció el abuelo ante la incredulidad de los presentes.
 
—No hagan caso de lo que dice este viejo, niños —dijo Elena, negando con la cabeza—. Les mostraré la habitación en cuanto terminen el té.
 
… … … … …
 
Desde la ventana de su departamento, Javier miraba un punto indeterminado en el horizonte, el mismo tras el cual el sol había desaparecido algunas horas atrás.
 
—¿En qué estás pensando? —preguntó Ignacio a su espalda, cargando dos tazas humeantes.
 
—En Nicolás y Alejandro, ¿puedes creerlo?
 
—¿Tú?, ¿pensando en ellos?, esa sí que es una sorpresa.
 
—A esta hora ya deben haber llegado al sitio donde se quedarían, la casa de una abuela, ¿no?
 
—Sí, de la abuela de Nicolás, y tienes razón, ya deben estar allá o estar próximos a llegar —dijo, entregándole una de las tazas. El aroma que emanaba era dulce—. ¿Estás preocupado por ellos?
 
—No sabría decir, supongo que sí —dijo, volviendo la vista hacia Ignacio.
 
—No tienes de qué preocuparte, ahora están en un lugar seguro y les servirá para recuperarse de todo lo que ha ocurrido aquí.
 
—Lo sé, creo que han comenzado a importarme tanto como a ti y, por alguna razón, quisiera poder hacer más, ayudarlos de alguna manera —dijo, acariciando la mejilla de su novio.
 
—Eso no tiene nada de malo, yo también les tomé cariño y, sin que me diera cuenta, nos convertimos en amigos —esbozó una suave sonrisa ante el recuerdo de los primeros encuentros con la ahora pareja—. Y sobre ayudarlos, ¿tienes alguna idea?
 
—Quiero recabar información acerca del maníaco, sea quien sea, no podemos permitir que siga lastimando a las personas impunemente, hay que encontrar una forma de detenerlo.
 
—La policía lo está buscando hace tiempo sin ningún resultado, ¿crees que tendremos éxito cuando ellos no han tenido ninguno?
 
—Solo necesitamos escuchar con atención, los dos somos bartenders, muchas personas se sientan a conversar frente a nosotros todos los días, de seguro podremos obtener alguna pista que nos sirva de guía —dijo, dando un sorbo a su bebida—. Tenemos una posición a la cual podemos sacar provecho.
 
—Tienes razón, la policía carece de esta ventaja y llevar a cabo interrogatorios masivos conseguiría que el maníaco se oculte mejor.
 
—Así es, ¿qué te parece?
 
—Creo que podría funcionar, será más útil que quedarnos esperando al siguiente ataque.
 
—O a que la policía lo atrape, no me malinterpretes, confío en las autoridades, pero así como han ido las cosas, no parece que ese tipo sea detenido pronto.
 
—Tendremos que echarles una mano.
 
Javier sonrió con entusiasmo.
 
—Cambiando de tema, nosotros deberíamos pensar en hacer algo parecido a los chicos —dijo Ignacio.
 
—¿Te refieres a viajar?, sí, quizá sea una buena idea, ¿a dónde te gustaría ir?
 
—Aún no lo sé, pero no te apresures, tenemos todo el tiempo del mundo para pensarlo —dijo, tomando a Javier de la mano y guiándolo hasta el sofá para sentarse a su lado. Los días se volvían más y más cálidos, sin embargo, siempre había tiempo para compartir un té.
 
—Podríamos ir al campo —sugirió el peliblanco.
 
—¿Al campo?
 
—Sí, recuerda que Katerina viene de allá, podríamos pedirle prestada la cabaña de su familia.
 
—Me parece un poco atrevido pedirle así sin más, ¿crees que acceda?
 
—Pienso que sí, tenemos que hablar con ella de todos modos, no perdemos nada con preguntarle, ¿o deberíamos considerar otra opción?
 
—Está bien así, es una buena idea para comenzar —dijo Ignacio, apoyando su cabeza sobre el hombre de su novio.
 
—Genial, hablaré con ella en cuanto nos veamos —finalizó, recargándose a su vez en la cabeza del otro.
 
La suave música y el aroma a frutos rojos llenaban la sala que, sumado a las luces de la ciudad, creaban un ambiente suave y hogareño.
 
… … … … …
 
Se pasó noches completas meditando las palabras de Erika y Tomás. No podía dormir y durante el día se sentía fatal: le dolía la cabeza, perdía el equilibrio por causa de los mareos y las náuseas le impedían comer.
 
Su hermano se había marchado con Alejandro durante un tiempo prolongado, dejándole espacio para olvidarse de ellos y concentrarse en Lucas.
 
Desde la plática con Erika habían transcurrido unas dos semanas aproximadamente y aún no encontraba el valor para ir al encuentro del rubio, sin embargo, cuando los malestares se volvieron peores, resolvió no postergar la decisión. 
 
Cierto día, de regreso de sus clases, las cuales se sintieron más aburridas de lo usual, cambió de rumbo y se dirigió a la casa de Lucas, rogando a cada paso que éste se encontrara en ella. El sol brillaba, pero no lo suficiente como para brindar calor al silencioso y opaco cité. En su lugar, sintió frío en los brazos al entrar y pasar frente a las puertas de los otros departamentos, pese a vestir una camiseta de mangas largas con motivo a rayas blancas y negras. Cuando estuvo frente a la puerta correcta, respiró profundo y golpeó con fuerza la puerta en tres ocasiones.
 
Silencio.
 
Repitió la operación.
 
Lo mismo. Silencio.
 
Golpeó una última vez y por fin una voz se oyó desde el interior.
 
—¿Quién es?, ¿qué quiere?
 
—Soy… ¡soy yo!, ¡Adolfo!
 
Se oyó el sonido del picaporte al ser quitado y una llave abriendo el cerrojo. Lo que vio a continuación lo dejó sin palabras: Lucas, vestido solo con un short, exhibía su torso desnudo y mojado, al igual que sus cabellos, lacios y brillantes.
 
—Ho… hola.
 
—Hola.
 
—Perdona que viniera así nada más, ¿te estabas bañando?
 
—No, ¿cómo crees?, estaba reparando el grifo de la cocina —dijo con tono irónico.
 
Adolfo se creyó la mentira a causa del embobamiento, por lo que el otro tuvo que aclarar.
 
—Estaba bromeando, claro que me estaba bañando, genio, ¿acaso tenía que salir en toalla?
 
—Tal vez sí.
 
—Como sea, no te quedes ahí parado, entra —dijo y tras dar un vistazo alrededor, cerró la puerta con llave.
 
—Te tomaste tu tiempo para descansar, ¿eh?
 
—¿Por qué lo dices? —preguntó mientras se secaba el cabello con una toalla.
 
—No tuve noticias de ti, salvo por lo que me ha dicho Erika, ¿qué estuviste haciendo?
 
—Así que has hablado con ella, debí imaginar que intentarías obtener noticias mías de alguna forma.
 
—Te equivocas, no fui yo quien buscó saber de ti, fue ella quien vino a mí con la información porque, a diferencia de ti, yo no irrumpo en casas ajenas, ¿tan urgido estabas?
 
—La verdad es que sí, el trabajo no consiguió calmarme del todo, por eso estuve desaparecido.
 
—Eso es una sorpresa, ¿en qué trabajas?
 
—En una tienda de antigüedades, ¿ves todo esto?, no es mío, es del jefe, incluido este departamento. Afortunadamente, él me deja quedarme aquí a cambio de una modesta renta y ayudarle con la tienda, como no tengo otra cosa que hacer, me paso los días enteros con él, además de que me permite tener acceso a muchos de los productos que descarta.
 
—Me doy cuenta, has ordenado este lugar y hay muchos objetos que antes no —dijo Adolfo, deteniéndose en los jarrones que había sobre una mesa—. De todos modos, sigue estando lleno de cosas por todos lados. No hay sitio aquí ni para un alfiler.
 
—¿Puedo saber a qué viniste? —quiso saber Lucas, dando término al preámbulo.
 
—Quería verte, ¿te resulta extraño?, después de lo que ocurrió, no esperabas que lo olvidaría así como así, ¿verdad?
 
—No es eso, es que, bueno, no te esperaba.
 
—¿No te dijo Tomás que te estaba buscando?, estoy seguro de que se han visto.
 
—Me lo dijo, sí, y también que te invitó a su fiesta de cumpleaños.
 
—Sí, así fue.
 
—¿Y vas a ir?
 
—No lo sé. Por lo pronto, pienso que no iré. No somos cercanos, sin mencionar que toda la fiesta parece ser algo más íntimo, ¿qué razón tendría para asistir?
 
—Pasar un buen rato, divertirte, ¿no fue así como nos conocimos?, ambos estábamos en la búsqueda de un momento especial, único, conocer una persona que nos haga desear volverla a ver. Y mira, bien que lo conseguimos.
 
—Tienes razón en eso, pero no vine a hablarte del pasado, vine a hablarte del presente y, quizá, del futuro.
 
—Eso basta para captar mi atención.
 
—Qué bueno, porque Erika me pidió que te hiciera un recordatorio.
 
—Déjame adivinar, detenerme o continuar —Lucas rio y arrojó la toalla que hasta entonces llevaba sobre la cabeza—. Qué extrañas son las cosas, Tomás también me dijo eso.
 
—Debí imaginarlo, él también habló conmigo.
 
—Lo sé. Ambos hemos hablado con las mismas personas durante el último tiempo. Supongo que ellos son conscientes de que lo nuestro es importante y que deberíamos hacernos cargo.
 
—Debemos hacerlo, después de hablar con ellos cada uno por separado, estoy convencido de que no podemos dejarlo pasar.
 
—Vale, hablemos, tengo toda la tarde para ti.
 
—Perfecto, porque también voy a revisar tus heridas.
 
—Entonces no será necesaria una camiseta —una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios—. Tú también puedes quitarte la tuya.
 
—¡No hace falta!
 
—Vale, vale. Siéntate, quieres, te serviré un poco de té.
 
Pese a lo natural y fluidas que sonaban las palabras recién dichas, ninguno de los dos supo pasar a la acción. En otras circunstancias se habría devorado la boca en menos de un segundo, pero la atmósfera que se había creado entre ellos exigía otra cosa.
 
—Lucas, hay algo que quiero decirte —comenzó Adolfo en voz baja.
 
—Te escucho —dijo, entregándole una taza de porcelana sin platillo.
 
—Después de conocerte, después de todo lo que ha sucedido y después de todo lo que sé, estoy seguro de dos cosas —dijo, dando un sorbo a la bebida. Tenía gusto a limón—. La primera es que te odio, te odio tanto que no puedo perdonarte por todo lo que has hecho.
 
—¿Pero?
 
—Pero te quiero, aun así te quiero.
 
Lucas, pasmado, se dio la vuelta y se cubrió la boca con la mano.
 
—Sé que es una locura, tal vez estoy enfermo, sí, pero no quiero acabar como una vasija rota, quiero que me atesores como haces tú con esos jarrones, Lucas, quiero quedarme contigo. Quiero, aunque sólo sea una vez, amar y sentirme amado, no importa que el futuro nos depara algo diferente, no quiero pasar por este mundo sin experimentar esos sentimientos.
 
—No… no sigas, no sabes lo que estás diciendo. No te hundirás conmigo, las cosas que he hecho no me auguran un futuro siquiera, mientras que tú todavía puedes salvarte —dijo con pesar, cubriéndole ahora los ojos—. Dime, ¿qué puedo ofrecerte?, mírame, también estoy enfermo, cargo con crímenes sobre mis espaldas y, a diferencia de ti, ya estoy roto, hace años que lo estoy.
 
—Entonces, déjame ser yo quien te repare, hoy puedo curar tus heridas, tal vez mañana pueda curar algo más —dijo, tocando suavemente la espalda desnuda del rubio. Éste se estremeció al sentir el contacto, como si la mano de Adolfo fuera a atravesarlo. Ciertamente, un cuchillo habría sido menos peligroso.
 
—Tal vez no haya redención para ninguno de los dos —dijo, volteándose a verle por fin. Sostuvo la mirada del pelinegro menor y le cogió la mano, cuyo aspecto era tan frágil como la porcelana que sostenía—. Incluso si no hay futuro para nosotros, quiero que este momento dure lo que tenga que durar, si es el único que tendremos, no seré yo quien te prive de lo que deseas hacer. Quédate aquí, conmigo, cura estas heridas y este maldito corazón, que tanto te odia como te ama, te desprecia como te atesora. Lo único de lo que tengo certeza es que tú eres la causa de todo el lío que hay en mi interior.
 
Extendió ambas manos hasta alcanzar el rostro enrojecido de Adolfo, acariciando sus mejillas con inusual cuidado. Por una vez no iba a forzar las cosas, sólo dejarse llevar. El pelinegro menor sonrió de una forma que a Lucas le provocó escalofríos. ¿Debía sentirse feliz o asustado ante aquel monstruo tan hermoso?, ni todos los tesoros que custodiaba podían compararse con aquel chico.
 
—Déjame sentirte como siempre quise hacerlo —dijo Lucas.
 
Adolfo asintió.
 
Tras romper el espacio que los separaba, sus labios se encontraron en un toque tan sutil que parecía ser la primera vez que se tocaban. Las manos recorrieron sus cuerpos con libertad, dándoles un sosiego que no sentían en semanas, incluso meses. Era casi como si el yo de otros tiempos emergiera del fango: no eran el caprichoso o el arrogante, sino el tierno y el inocente, cuando ambos tenían nobleza en sus espíritus, cuando no conocían el mal.
 
Lamentablemente, ni los siglos de los siglos podrían borrar los eventos del pasado, jamás iba a ocurrir y ese instante efímero, ese beso honesto, servía como recordatorio de que siempre tendrían que cargar con sus pecados. 
 
De haberse conocido antes, la salvación habría estado al alcance de las manos, pero al final, todo lo que quedaba era una ilusión de lo que pudo ser.
 
… … … … …
 
Una vez que hubo terminado la curación, Adolfo removió con acetona el horrible esmalte de las uñas de Lucas, las dejó reposar unos momentos para luego comenzar un nuevo trabajo que el rubio jamás había hecho: le recortó y le pulió las uñas, y solo después las cubrió con dos capas del color verde limón de antes que, correctamente aplicado, le daban a sus manos cuidadas un aspecto llamativo. Lucas miró todo el proceso con atención, haciendo una que otra pregunta curiosa. Al terminar, admiró el resultado.
 
—En verdad hice un pésimo trabajo, no hay comparación —comentó.
 
—Lo hiciste, afortunadamente se podían arreglar, ahora lucen de maravilla —dijo Adolfo con satisfacción.
 
—Gracias.
 
—De nada, dime, ¿quieres que también pinte las uñas de tus pies?
 
—¿Qué? —preguntó sacado de onda.
 
—Lo que escuchaste, ¿te pinto las uñas de los pies?
 
—No sé qué decir, ¿lo haces tú?
 
—Claro, ¿quieres ver?
 
—Sí, por favor.
 
Adolfo se quitó los botines y los calcetines, dejando a la vista sus pálidos pies, cuyas uñas estaban perfectamente esmaltadas.
 
—¿Qué te parecen?
 
—Tus pies lucen igual a los de una muñeca, blancos como si no tomaran sol.
 
—Es verdad, casi no uso sandalias u otro calzado abierto, pero a mí me gustan así.
 
—También a mí, me gustan y seguiré tu ejemplo, pinta las mías, ¿sí? —pidió.
 
Ambos estaban sentados sobre la cama con las piernas extendidas y en esa posición, Lucas se sintió tentado a tocar los pies del otro, pero se arrepintió.
 
—A partir de hoy nuestras uñas irán a juego —fue todo lo que dijo.
 
—Solo espero que no seas de esos tipos con un fetiche por los pies —dijo Adolfo, apartando los suyos.
 
—De momento, creo que no, aunque no te prometo nada, quizá no me resista a las ganas de tocarlos después.
 
—Creo que los mantendré lejos de ti y de esas miraditas tuyas —dijo con recelo, mientras abría otra vez la botella de esmalte—. Bueno, extiende un pie para comenzar.
 
Lucas obedeció y ofreció el derecho.
 
Ni Tomás ni ningún otro le habían tocado de esa manera. Se sintió extrañamente bien.
 
… … … … …
 
—Esta es la habitación —dijo Elena, encendiendo la luz—. Pueden guardar la ropa aquí, los zapatos allí y el resto de cosas que hayan traído las pueden ordenar como quieran. Nicolás puede mostrarte, esta es la misma habitación donde se queda cuando viene aquí.
 
—Es muy espaciosa, gracias —dijo Alejandro, mirando alrededor.
 
—Mi otro nieto, Adolfo, también se queda aquí, y cuando vienen los dos, cada uno ocupa una cama —comentó la abuela.
 
Nicolás dirigió la mirada hasta el mueble que solía ocupar su hermano, gesto que Alejandro no pasó por alto.
 
—En fin, ordenen sus cosas y se acuestan, nada de dormirse tarde, para que mañana se levanten temprano y vayan a la playa, el clima estará bueno en los próximos días.
 
—Sí, abuela, si es que nos despertamos —dijo el pelinegro, sentándose en la cama que había estado mirando.
 
—A este niñito le gusta mucho dormir, ¿lo sabías?, se levanta tarde incluso cuando está aquí, en lugar de salir por la mañana y respirar la brisa marina.
 
Alejandro soltó una risita.
 
—Lo sabía, abuela, es un chico muy perezoso, a veces me cuesta trabajo sacarlo a pasear —dijo en respuesta.
 
—Con suerte lograrás que salga contigo a la playa, cuando está aquí va muy tarde y solo para comprar churros —agregó la anciana.
 
—¿De verdad?
 
—Sí, hay un puesto en la calle principal, bueno, es un pequeño local, allí los venden y a Nicolás le encantan, debería llevarte un día, ¿te gustan los churros?
 
—Mucho.
 
—Ya escuchaste, Nicolás, tienes que llevar a Alejandro a comer churros y a caminar por la playa, y hablando de eso, espero que hayan traído traje de baño.
 
—Sí, abuela, le dije a Alejandro que trajera uno, por si acaso —respondió Nicolás.
 
—Que bien, aprovechen entonces. Ya está, los dejo para que descansen, y Alejandro, si necesitas algo, le dices a este chiquillo que tiene cara de sueño. Buenas noches.
 
—Gracias, abuela, que descanses.
 
—Buenas noches, abuela.
 
La mujer se marchó cerrando la puerta, dejando a la pareja a solas.
 
—¿Qué te ocurre?, pareces desanimado, ¿fue por algo que dijo tu abuela? —preguntó, sentándose a su lado.
 
—No estoy desanimado, es solo que… —se interrumpió antes de seguir hablando—. Tal vez es una tontería, pero quiero que ocupes mi cama.
 
—¿Eh?
 
—Quiero que duermas en esa cama —dijo, señalando el otro mueble—. Ya que no dormiremos juntos, sería algo incómodo si duermes en la cama de Adolfo, o sea, en esta.
 
—Realmente no me importa, pero si te hace sentir mejor, entonces sí dormiré en tu cama. Es más, voy a comprobar si tiene tu olor —dijo y, de un salto, se arrojó sobre el colchón, para luego coger una almohada y recargar su rostro contra ella. Pasados unos instantes, la apartó y, mirando hacia el techo, Alejandro se estiró sobre la cama—. No me equivoqué, tiene tu olor, ¡ahhh!, es tan agradable. Lástima que no puedas ser tú quien me acompañe, te extrañaré tanto.
 
—No exageres, estaré a solo centímetros de ti, además, son las reglas de la casa. No quiero que la abuela se enoje con nosotros —dijo, también recostándose boca arriba.
 
—Es cierto, después de todo solo soy un invitado.
 
—Cambiando de tema, ¿vas a ordenar tu ropa?
 
—Supongo que sí, ¿y tú?
 
—Mañana, no tengo ganas de hacerlo ahora, tomaré sólo el pijama y el cepillo de dientes —dijo, levantándose para buscar en su maleta.
 
—Vale, oye, se me ocurre algo para solucionar lo de las camas, mira esto.
 
Nicolás levantó la vista hacia donde Alejandro indicó y vio con asombro lo que hizo.
 
—¿Qué te parece? —preguntó cuando hubo terminado.
 
—La verdad es que me sorprendes, llámame tonto o como quieras, porque a mí no se me habría ocurrido —dijo, viendo como las dos camas, antes separadas por una mesita de noche, estaban ahora juntas como si fuera una sola.
 
—No es como si estuviésemos desobedeciendo a la abuela, ¿verdad?, cada uno continuará usando su “propia cama” —dijo, haciendo el gesto de comillas con los dedos—. ¿Vamos a dormir?
 
—Claro… por supuesto. Si eres tú, jamás diré que no. ¿Me ayudas a cambiarme?, por favor.
 
—Yo tampoco puedo negarme tratándose de ti.
 
Las manos ágiles de Alejandro fueron a por cada prenda, las cuales quitó una por una hasta dejar al descubierto la piel de su novio. Era la primera vez que lo veía de esa forma después del ataque y ver que aún conservaba algunos moretones en su pecho y espalda, le provocaron abrazarle.
 
—Muchas gracias por protegerme y por traerme aquí, aunque sea la primera noche aquí, muchas gracias, de no ser por todo lo que hiciste tal vez yo no estaría aquí hoy —dijo, sintiendo la calidez que le transmitía el torso desnudo del pelinegro, quien no dudó en corresponderle.
 
—No tienes que agradecer, te amo tanto y haré que disfrutes al máximo cada segundo que estemos aquí. Nuestra aventura recién comienza.
 
Alejandro, dichoso como estaba, permaneció unos instantes más en esa postura. No quería dejar al chico que tanto había hecho por él y le prometía una placentera estadía.
 
… … … … …
 
Sin proponérselo, Lucas y Adolfo se recostaron y durmieron algunas horas. Parecía que el rubio no había pegado ojo en mucho tiempo, porque bastó que apoyara la cabeza en la almohada para caer rendido. Durmió tan profundamente que apenas se movió.
 
Esta imagen fue la que observó Adolfo en cuanto despertó, acostumbrándose a la luz amarillenta de la lámpara y el silencio de la habitación. Era la primera vez que veía al rubio en esa faceta tan vulnerable. “Podría estrangularte, podría apuñalarte, podría dañarte de cualquier manera posible y no tendrías oportunidad de detenerme, jamás te darías cuenta de lo que he hecho, salvo cuando fuera demasiado tarde”, pensó, “nadie sabría que fui yo quien lo hizo”. Se atrevió a tocar su rostro y delinearlo con la punta de los dedos, descendió por el cuello, recorrió su pecho hasta el abdomen y allí se detuvo. Lucas no reaccionó. “Supongo que duermes tranquilo porque yo estoy aquí, ¿confías tanto en mí como para olvidarte de todo?, ¿seré capaz de hacer lo mismo?, ¿quién sabe?”
 
Adolfo se levantó, fue al baño y regresó. Como no tenía la intención de despertar a Lucas, se dedicó a curiosear, deteniéndose en cada uno de los objetos que estaban esparcidos por la habitación. Sobre la chimenea había un reloj de estilo barroco y un par de candelabros. Junto a la cama había dos mesas bajas con pilas de libros encima, así como otras que estaban directamente en el suelo. Comenzó a hojearlos en busca de algo que fuera de interés, uno tras otro, hasta que encontró un volumen, pequeño y delgado, que parecía narrar cuentos infantiles, y lo confirmó al pasar las páginas, llenas de ilustraciones de animales. Estuvo a punto de dejarlo cuando notó que al final del libro había algo más, pensó que era un marcapáginas, pero en realidad se trataba de una fotografía: retrataba a dos niños, de aproximadamente trece o catorce años de edad, de pie frente a la fachada de una casa; no había que ser un genio para reconocer en ellos a Lucas y Tomás, con cabellos alborotados, ropas de verano y cogidos de la mano. En el reverso leyó que databa de hace diez años. “¿Qué significa esto?”, se preguntó, “¿cuál es la relación que sigue existiendo entre Tomás y tú?”
 
Regresó la foto a su lugar, lo mismo que el libro, y comenzó a recoger sus cosas para marcharse.
 
—¡Espera!, ¿te vas? —preguntó Lucas, sobresaltando al pelinegro menor. Éste se volteó hacia la cama donde el rubio aún permanecía con una expresión de extrañeza, como si no entendiera lo que el otro estaba haciendo.
 
—Sí, me voy, ¿qué hay con eso?, por lo demás no estaba en mis planes quedarme a…
 
—Quédate… quédate, por favor —dijo y, en un abrir y cerrar de ojos, Lucas se levantó y abrazó por la espalda a Adolfo, quien dejó caer todo lo que sostenía en las manos, estremeciéndose al sentir el cuerpo del rubio y sus brazos rodeándole—. Te estuve esperando, Adolfo, por favor, quédate, pasa la noche conmigo, no… no quiero estar solo, hoy no.
 
El aludido guardó silencio. Ahora sentía la cabeza de Lucas recargada contra su espalda y pese a no estar seguro, pensó que estaba llorando.
 
—¿Te quedarás o tendré que obligarte? —pese a sus palabras, el tono empleado no representaba amenaza alguna. En su lugar, parecía que le estaba suplicando.
 
—Es… está bien, me quedaré —respondió.
 
Se giró para ver a Lucas, quien permaneció con la cabeza gacha. Adolfo cogió su rostro con ambas manos y sin que éste lo esperara, le besó en los labios. El rubio, embargado por el remolino de emociones, profundizó la caricia tomando al pelinegro por la nuca.
 
—Gracias, gracias por quedarte y cuidar de mí —dijo cuando se separaron.
 
Adolfo, sin dejar de verle, llevó su mano hasta el pecho de Lucas, encima de su corazón, el que pudo sentir latiendo con rapidez. “¿Cómo puede ser?, ¿cómo puede ser que estés tanto o más agitado que yo?, se supone que yo soy el principiante en estos asuntos, ¿por qué parece que tú eres el que tiene la mente y el corazón revueltos?”
 
Recuperado de la impresión, Lucas tomó de la mano al pelinegro y lo guio de regreso a la cama, para recostarse como antes. Adolfo, previo a imitarle, recogió las cosas que había tirado y verificó que los vendajes del rubio estuvieran en buen estado. Cuando estuvieron ambos en la cama, Lucas quiso abrazarle, pero el otro hizo el ademán de rechazarlo.
 
—Tranquilo, no voy a hacerte nada, al menos esta vez, mi cuerpo no está en las mejores condiciones y tampoco me siento de ánimos para “hacerte mío” en este momento —dijo, restándole importancia al tema.
 
—Gracias por la honestidad —dijo, girando los ojos—. Te aprovechas de inmediato en cuanto tienes ocasión.
 
—Y no te equivocas, cuando menos lo esperes, serás mío —dijo, guiñándole el ojo—. Ahora, deja de quejarte y ven aquí.
 
Con falsa expresión de molestia, Adolfo se acurrucó en el lugar que Lucas indicaba y se dejó rodear por sus brazos. “Un niño caprichoso, qué sorpresa, igual que yo”, pensó y él mismo procedió a abrazar al rubio.
 
—¿Feliz? —preguntó.
 
—Feliz, maldita sea, como no tienes idea —respondió con una amplia sonrisa en el rostro.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

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El autor.


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