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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

*Esta historia está siendo publicada de forma simultánea en mi perfil de Wattpad. Usuario. Augusto_2414

LXXVII
 
Una vez se lavaron en el baño, los chicos se pusieron el pijama y se fueron a sus camas. O a “la cama”, más bien. La verdad es que la solución que encontró Alejandro resultó ingeniosa y Nicolás, lejos de discutirle si estaba bien o mal, aceptó dormir de esa manera, convencido de que sus abuelos no vendrían a comprobar lo que hacían. Por otra parte, y a sabiendas del estado físico de su novio, Alejandro fue quien se movió hasta quedar a su lado, no quería someterlo a esfuerzos innecesarios y si él debía tomar la iniciativa, lo haría con todo gusto.
 
—¿Estás cómodo?, ¿te duele algo? —preguntó, cubriéndolo con las mantas.
 
—Estoy bien, de verdad, no me hagas sentir como si fuera una persona inválida, mira —dijo, volteándose para quedar de lado y verle mientras hablaba—, puedo moverme por mi cuenta, hay cosas que debo hacer con cuidado, claro, pero…
 
—Es que me preocupé, no había visto tu cuerpo hasta ahora.
 
—Ale, estoy completamente sano, de verdad —dijo, dándole un beso en la frente—. Además, soy el que debería estar preocupado por ti, de que te sientas bien, cómodo. Tú eres el invitado.
 
—Bueno, ya que lo mencionas, ¿sabes qué me haría sentir bien? —preguntó con malicia, llevando una mano bajo las sábanas.
 
—¡Oye!, ¡oye!, no te pases de listo —dijo, sintiendo como le tocaban la entrepierna—. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?
 
—¿Hacer qué? —se hizo el desentendido, colando su otra mano bajo la camisa para tocar el pecho del pelinegro.
 
—Acabamos de llegar y este no es el sitio apropiado para hacerlo, sabes a qué me refiero.
 
—Sé más claro, por favor, ¿que no hagamos qué?, no entiendo.
 
Nicolás estaba haciendo esfuerzos para contenerse, pero el tono de voz y los roces que Alejandro se empeñaba en usar para provocarle comenzaban a derribar sus defensas.
 
—No es el momento ni el lugar para que hagamos “el delicioso”.
 
Alejandro soltó una carcajada por la expresión que el otro decidió emplear.
 
—Como sea, alguien aquí abajo no está de acuerdo, y yo tampoco —dijo, tomando la mano de Nicolás y llevarla hasta su miembro.
 
El pelinegro tragó saliva.
 
—Vale, vale, no haremos “el delicioso”, por ahora —dijo Alejandro con una mirada seductora, para luego susurrarle al oído—, pero no nos vendría mal jugar con las manos, ¿qué dices?
 
—Ya que has sido tú quien provocó todo esto, hazte responsable y soluciónalo —dijo, apartando las mantas y quitándose los pantaloncillos.
 
—Con placer —dijo, imitándole para quedar en igualdad de condiciones, desnudos de la cintura para abajo.
 
… … … … …
 
El día había amanecido nublado, sin embargo, después del mediodía el cielo se despejó y el sol irradió su calor sobre la costa.
 
La abuela Elena salió temprano para el mercado y los chicos, en un acto casi milagroso, se levantaron para ir con ella. Además de las cosas necesarias para el almuerzo, compraron fruta fresca para degustar por la tarde: peras, manzanas, duraznos y uvas, un poco de todo.
 
Después del almuerzo, que consistió en pescado frito con puré de patatas, acompañado de ensaladas surtidas, la abuela les insistió a Nicolás y Alejandro que fueran a la playa en lugar de quedarse en la casa, que el día estaba muy lindo y que debían aprovechar cada momento. Ellos obedecieron y, sin llevar nada más que sus teléfonos, salieron rumbo a la playa.
 
—Deberían llevar al menos una toalla, en caso de que se metan al agua —sugirió el abuelo.
 
—No te preocupes, solo nos mojaremos los pies —respondió Nicolás, recogiéndose el cabello en una larga coleta antes de salir.
 
—Bueno, ya se los dije, que disfruten su paseo y no regresen tarde —dijo Rómulo, ocupando su sillón favorito donde solía sentarse después de las comidas.
 
—Vayan con cuidado —dijo Elena, despidiéndolos en la puerta.
 
—Sí, abuela, nos vemos —dijo Alejandro, cogiendo de la mano al pelinegro, quien decía adiós con su mano libre. 
 
La calle donde estaba situada la casa de los abuelos estaba cerquísima de la costa, bastaba una breve caminata de menos de diez minutos para llegar al lugar, cruzar la avenida de adoquines y descender por unas escaleras hasta tocar la orilla.
 
La pareja vestía de una manera fresca y similar: Alejandro lucía una camisa roja con diseño floral y un pantalón beige arremangado, en tanto que Nicolás usaba una camisa negra con diseño de mariposas y un short del mismo tono oscuro. Uno calzaba sandalias y el otro calzaba alpargatas, las cuales se quitaron tan pronto llegaron al borde del litoral. La sensación que experimentaron al entrar en contacto con las cálidas arenas fue tan relajante que allí mismo se habrían arrojado para tomar sol.
 
—¡Ahhhh!, ¡qué bien se siente! —exclamó Alejandro, caminando hacia donde rompían las olas, recibiendo la brisa marina en pleno rostro—. Hace tanto que no respiraba este aire, incluso había olvidado su aroma.
 
Luego, para que el cabello no le molestara sobre los ojos, se lo recogió en un moño y, volviéndose hacia Nicolás, le descubrió viéndole con una mirada embobada.
 
—¿Qué tienes?, ¿por qué me ves así?
 
—Porque eres una visión, quédate tal y como estás, voy a hacerte una foto —dijo, tomando su teléfono para capturar tan bella imagen—. No te muevas, ¿vale?
 
—¿De verdad me veo bien? —dijo, haciendo una sonrisa ante la cámara—. ¿Está bien así?
 
—Claro que sí, espera a que los chicos vean estas fotos cuando regresemos, ¡quédate así!, luces perfecto con el cabello recogido.
 
—¿Qué te parece esto? —dijo, desabotonando la camisa de forma atrevida, dejando su pecho al descubierto y colocando sus manos detrás de la cabeza. El efecto que provocó en su novio fue inmediato.
 
—¿Seguro que no eres modelo?, porque me encanta lo que veo —dijo Nicolás, capturando cada pose que Alejandro le regalaba—. Estas fotos serán exclusivamente para mí.
 
—Adelante, todas las que quieras, aunque podría posar para ti más tarde, de una forma más privada —dijo, guiñándole el ojo muy coqueto—. Vale, es mi turno para fotografiarte.
 
Corrió de regreso hacia el pelinegro, le quitó el teléfono y le indicó donde debía ubicarse.
 
—No lo sé, ¿eh?, ¿quieres que pose para ti? —preguntó con duda en su voz. La verdad es que se sentía más tímido porque su cuerpo no estaba del todo recuperado de las lesiones.
 
—¡Claro que quiero!, ¿te da vergüenza?, eres muy atractivo, ¡anda!, hoy te ves increíble —dijo, enfocando la cámara—. Empecemos con algunas en las que no me mires directamente, mira hacia el horizonte para lograr un perfil, con una expresión pensativa.
 
—¿Así? —dijo, girándose hacia el mar.
 
—¡Sí!, podemos ir probando diferentes ángulos, ¡dame más! 
 
Nicolás rio con el comentario y Alejandro no tardó en capturar el momento.
 
—Eso es, me encanta verte sonreír, ¡continúa así!
 
Los movimientos del pelinegro se volvían más naturales y desenvueltos: los brazos perdieron su rigidez y se movían de un modo armonioso, al igual que el resto de su cuerpo. Una de las fotos captó cuando Nicolás se volteaba a ver a la cámara. Luego, se animó también a abrirse la camisa para mostrar su pecho y abdomen, cosa que su novio agradeció enormemente, confirmando que el físico no era algo de lo cual sentirse mal o avergonzado.
 
—Bueno, te hice muchas fotos, en la casa podemos revisarlas y escoger las mejores. Hay unas cuantas que me han gustado y las guardaré para mí, seguro.
 
—Tienes mejor ojo que yo, confío en que lucen bien —dijo, pasando algunas de ellas en la galería del teléfono, hasta que se percató de algo—. ¡Oh!, qué torpeza de mi parte.
 
—¿Eh?, ¿de qué me perdí?
 
—No tenemos ninguna foto juntos.
 
—Es… ¡es verdad!, ¿cómo no se nos ocurrió?
 
Sin perder tiempo, los dos se abrazaron e intentaron tomarse la anhelada fotografía, sin mucho éxito. Solo después de múltiples intentos de parte de uno y de otro, consiguieron una imagen que les gustara ambos, sin mencionar que también pidieron a unas chicas que estaban cerca que les hicieran algunas fotos de cuerpo completo.
 
—Muchas gracias —les agradeció Alejandro cuando terminaron la improvisada sesión. Las chicas se alejaron en medio de murmuraciones y miradas curiosas.
 
—¿Qué quieres hacer ahora?, ¿caminamos por la orilla?, ¿o que descansemos un momento? —preguntó Nicolás.
 
—Podemos sentarnos allí —indicó Alejandro con el dedo. Se trataba de un pequeño montículo de arena sobre el cual la pareja se ubicó.
 
—Me hace feliz estar aquí contigo, gracias por aceptar mi invitación —dijo el pelinegro, recargando la cabeza en el hombro de su novio.
 
—También lo estoy, pudimos cumplir nuestro sueño de hacer un viaje juntos, quiero permanecer de este modo todo el tiempo que podamos —respondió, apoyándose en el otro.
 
—Nos quedaremos todo lo que quieras, mi abuela puede alojarnos sin problemas, mientras que nosotros le ayudaremos con lo que necesite, tengo dinero ahorrado que puedo usar para comprar alimentos y todo lo que haga falta en la casa.
 
—Yo también tengo dinero para contribuir, no quiero aprovecharme de su buena voluntad, y ya que hablamos de eso, ¿te gustaría ir más tarde a comprar algo para la cena?
 
—Sí, podemos ir cuando regresemos.
 
—Bien, ¿seguimos caminando?, el sol me está molestando y no quiero quemarme la piel —dijo Alejandro, poniéndose de pie y extendiéndole la mano a Nicolás.
 
—No exageres, el sol no es tan fuerte en esta época, espera a que llegue el verano y sabrás lo que es quemarte la piel —respondió, aceptándola y levantándose.
 
—No quiero saberlo —dijo, quejándose—. Por lo demás, este calor ya me parece muy fuerte y no me gusta como luce la piel cuando se quema.
 
—O sea que, si me bronceo un poco, ¿dejaré de gustarte?
 
—Eso es diferente, aunque, si te bronceas demasiado, tendré que mirar a otros chicos para comparar. ¡Ja, ja, ja!
 
—¡Oye! —exclamó y salió corriendo tras Alejandro, quien se alejó a toda velocidad sin dejar de reír. 
 
La persecución duró largo rato, saltando y salpicando en la orilla, con el agua hasta las rodillas cuando las olas rompían en las cercanías. En el momento en que Nicolás se detuvo para recuperar el aliento, Alejandro le rodeó y se arrojó sobre su espalda, cruzando los brazos por delante de él.
 
—Escúchame bien, aunque te broncees la piel hasta quedar moreno, o te decolores el pelo, incluso con todas las cicatrices que puedan quedarte en el cuerpo, seguirás gustándome y jamás podría mirar a otro chico de la forma en que te miro, eres mío como yo soy tuyo —dijo, besándole en la mejilla.
 
—Tampoco yo podría mirar a nadie más, eres precioso como eres y me haces feliz como no imaginas —dijo, alcanzando los labios de Alejandro para besarlos con ganas—. Dime, ¿estás esperando a que te cargue?
 
—Un ratito, ¿sí?, ¿o es demasiado para ti?
 
—Está bien, agárrate fuerte.
 
Nicolás sostuvo al chico por los muslos y empezó a caminar por la orilla.
 
—Eres más ligero de lo que pensaba, incluso podría correr mientras te cargo —dijo.
 
—Inténtalo.
 
Nicolás aceleró el paso y, de un momento a otro, estaba corriendo, contagiando su felicidad y risa a Alejandro, quien disfrutaba como un niño pequeño. Los pasos se volvieron giros, uno sobre otro, hasta que el pelinegro erró el paso, perdió el equilibrio y ambos cayeron aparatosamente sobre la arena húmeda; antes de que pudieran recuperarse, una ola los cubrió por entero, los revolcó un poco y acabaron tendidos completamente empapados. Cuando asimilaron todo lo que había ocurrido, no pudieron hacer otra cosa, sino reír.
 
—¡Mira cómo quedé! —exclamó Nicolás.
 
—¡No te quejes!, tú no eres el único con el pelo lleno de arena —se quejó Alejandro.
 
—Al abuelo no le gustará esto.
 
—Ya puedes ir pensando en una buena excusa para que nos deje entrar a la casa.
 
Se quedaron como estaban, con el agua cubriéndoles las piernas de tanto en tanto, hasta que, de pronto, ambos recordaron que todavía llevaban sus teléfonos en los bolsillos. Preocupados, los tomaron y los encendieron, comprobando que todavía funcionaban para tranquilidad de los dos, pese a lo mojados que estaban.
 
—Qué susto he pasado, más que de la ola que nos cubrió —dijo Alejandro, sentándose lejos del agua.
 
—Y que lo digas, oye, ¿deberíamos regresar?, no sacamos nada quedándonos aquí, mojados y llenos de arena —dijo Nicolás, pero el otro lo retuvo.
 
—Olvídalo, ya nos mojamos, ¿y qué?, un poco más o un poco menos, no hará diferencia, quedémonos aquí, ¿sí? —dijo, guiando al pelinegro hacia el montículo de antes, donde aún reposaban las sandalias y alpargatas, olvidadas durante los jugueteos. 
 
Alejandro, sin decir nada, dejó su teléfono junto a su calzado seco y se quitó la camisa.
 
—¿Qué haces?
 
—Vamos a darnos una zambullida como es debido —dijo, animándole a ir con él. Nicolás, sonriendo por el entusiasmo de su novio, le imitó: dejó su teléfono y se quitó la camisa, desatando además su cabello revuelto para sacudirlo al viento. Alejandro, embelesado, se paró a su lado y sacudió el cabello de la misma manera, pues su moño se había deshecho. 
 
Se tomaron de la mano y corrieron hacia el agua, introduciéndose cada vez más, hasta que les cubrió medio cuerpo. Cuando estuvieron a una profundidad razonable, se zambulleron en aquella zona donde las olas aún no rompen en la orilla, de modo que puedes pasar por debajo de ellas, para luego emerger y sentir la brisa fresca en el rostro. 
 
Así las cosas, la pareja disfrutó durante más tiempo del que pudieron calcular, siendo el sol el único mensajero que les alertó lo tarde que era.
 
—Ahora sí que deberíamos regresar, ¿no crees? —dijo Alejandro, intentando secarse con la camisa, aún húmeda.
 
—Totalmente, un poco más y el sol se oculta sin darnos cuenta —dijo, mirando en dirección al horizonte—. Me temo que no será suficiente con esto, tendremos que irnos a pecho desnudo y llevarnos las camisas en la mano. Podría hacernos mal quedarnos con las prendas mojadas y no vinimos para coger un resfrío.
 
—No, claro que no. Vámonos ya, antes de que el viento se intensifique.
 
Ignorando las miradas que las personas les dedicaban, chicos y chicas por igual, tomaron el camino para regresar a casa, a la que llegaron tan mojados como si recién hubieran salido del agua.
 
—Pero hijo, ¿qué le pasó?, ¿y a usted también?, mírense, si parecen un par de gatos mojados —dijo Elena, sin dar crédito a lo que veía—. Tu abuelo les dijo que llevaran toallas y yo, que pensaba decirles que llevaran bañador, ¿ya ven?, por no hacer caso. 
 
Los chicos agacharon las cabezas, avergonzados por la reprimenda.
 
—Ya, está bien, entren y aguarden en el patio, iré por las toallas.
 
La mujer se retiró y la pareja quedó a la espera, quitándose los pantalones y quedando solo en los interiores. Quien regresó primero fue el abuelo Rómulo, y lejos de sorprenderse, les cubrió de regaños, como si fueran un par de niños chiquitos descubiertos en una travesura.
 
—Vaya, si seréis torpes, les dije que llevaran toallas, ¡pero no!, allá va el par de listillos a la playa, como si no fuerais a mojaros. Como si uno no supiera lo que sucede cuando vas al mar, la próxima vez lleven un bolso o algo donde guardar sus cosas, ¡mira!, hasta se han quemado un poco la piel, ¿habéis usado bloqueador solar?
 
Los dos negaron en silencio.
 
—Qué par de genios tenemos aquí —dijo, negando con la cabeza—. En cuanto la vieja regrese, vayan de inmediato a darse una ducha caliente y se abrigan. Ella les preparará algo para comer, y se dan prisa, no quiero resfríos en mi casa. ¿Entendido?
 
—Sí, abuelo —dijeron al unísono. 
 
Tan pronto como Elena regresó con las toallas, Nicolás y Alejandro corrieron hacia el baño envueltos en ellas, no sin antes recibir cada uno una nalgada con la toalla sobrante que Rómulo enrolló y utilizó a guisa de látigo.
 
—Vaya par de mocosos descuidados —dijo cuando los vio desaparecer por el pasillo—. Mi nieto encontró a un tonto tan tonto como él. Afortunadamente, es un tonto que lo hace feliz.
 
… … … … …
 
Al día siguiente.
 
Después de varios intentos, Nicolás convenció a su abuelo para que distrajera a Alejandro, invitándolo a jugar ajedrez por la tarde. Durante ese tiempo, contó con la ayuda de Elena para preparar todo lo necesario para la sorpresa que le estaba preparando a su novio. Desde la cocina emanó pronto un dulce aroma que captó la atención de los jugadores.
 
—¿Qué está cocinando la abuela?
 
—¿Quién sabe?, a la vieja le da por preparar tartas para comer con el té —dijo Rómulo con su atención puesta en el tablero—. Es tu turno.
 
—Sí, ahora muevo —dijo, distraído por lo que fuera que se estuviera cocinando y curioso por saber donde estaba Nicolás, quien hacía rato no aparecía por la sala.
 
—Pon atención, muchacho —dijo Rómulo.
 
Alejandro levantó la vista hacia el anciano.
 
—Basta que hagas un movimiento en falso para que fracase toda la estrategia.
 
—Lo sé. Es solo que…
 
—Nicolás.
 
—Sí, Nicolás.
 
—Olvídate de él por un momento, concéntrate en el adversario.
 
—Lo hago, abuelo, no se crea —dijo, moviendo el caballo hasta quedar a solo unas casillas de rey blanco—. Jaque.
 
—Bien, muchacho, bien —concedió, antes de atacar la pieza con un alfil de su ejército.
 
—¿No juega con Nicolás?
 
—Mi nieto no es tan bueno como tú —comentó con entusiasmo—. Nicolás no es buen estratega y pierde sus piezas con facilidad, mientras que tú calculas cada movimiento, no hay jugada en vano. Eso está bien, tal y como hacía el otro Alejandro. Me has animado mucho.
 
—Perdone, ¿a quién se refiere con “el otro Alejandro”?
 
—Vaya pregunta, muchacho, a Alejandro el Grande, ¿a quién sino él?, ¿sabes quién era?
 
—Creo que sí, digo, ahora que lo menciona recuerdo de quien se trataba, era un general o algo así.
 
—Rey de Macedonia, Alejandro, y también Faraón de Egipto, un muchacho jovencísimo que conquistó todo el Oriente, lástima que no vivió lo suficiente para conquistar el Occidente. Tenía treinta y dos años, toda una vida por delante —dijo esto último casi con tristeza.
 
—Por alguna razón, todos esos personajes de la Antigüedad morían jóvenes, ¿por qué sería?
 
—¿Quién sabe?, ni sus propios contemporáneos conocían las razones, pero qué importa ya, ahora estoy enfrentándome a otro Alejandro, uno pequeño al que aguardan cosas grandes en el futuro. 
 
—¿Usted lo cree?
 
—Por supuesto, ya has conquistado el corazón de mi nieto, eso habla bien de ti.
 
Alejandro se quedó mudo con el comentario.
 
—Entiendo que te hayas quedado sin palabras, también nos ocurrió a nosotros. Nicolás siempre fue un niño serio y callado, lo que no nos parecía ni nos parece mal, siempre se comportó responsablemente y participó de las reuniones familiares, pero a medida que fue creciendo, se volvió un muchacho distante, nunca tuvo amigos y a sus padres les preocupó porque no demostraba interés por tenerlos, no le importaba estar solo —hizo una pausa para mover una torre y continuó—. Mi hija y mi yerno decían que no era normal esa forma de comportamiento, pero Nicolás se hartó de que pensaran así de él, como si estuviera enfermo, y acabó por distanciarse incluso de ellos, ocupándose en su trabajo durante mucho tiempo, apenas cruzando palabras cuando se veían.
 
Alejandro continuaba en silencio, escuchando con atención lo que el abuelo decía.
 
—Por fortuna, Nicolás siempre vino aquí para hablar con nosotros, se siente cómodo cuando viene, es algo así como su lugar seguro. En parte, creo que se debe a que la vieja y yo jamás lo regañamos o lo juzgamos por las decisiones que tomaba, lo escuchamos y lo aconsejamos, por eso él nunca se cerró a contarnos lo que estaba pensando o sintiendo. Así fue como nos enteramos de que te había conocido.
 
—Él habló con la abuela durante el tiempo que estuvimos distanciados.
 
—Sí, estaba muy angustiado por los sentimientos que comenzaba a desarrollar por ti, jamás había pasado por algo así, fue triste verlo de esa manera, más para la vieja, que me dijo después como había estado llorando. La verdad es que yo no sé qué le habría dicho, ya has visto que tengo una forma diferente de hablar las cosas, algunas de ellas incluso se me olvidan, ya estoy viejo y ustedes, los jóvenes, viven una vida que es diferente a la que nos tocó vivir a nosotros —dijo, quitándose las gafas un momento y refregándose los ojos—. No entiendo realmente cómo han ocurrido las cosas entre ustedes ni por qué a mi nieto le gustan los hombres, o a ti. En mi época eso habría sido escandaloso, por decir algo, pero viéndolo en retrospectiva, es solo la educación que nos dieron nuestros padres, nuestras creencias y nuestros valores, ¿está bien o mal aferrarse a ellos?, no lo sé, son cosas que en mi época ya eran difíciles de entender, imagina lo que es ahora a mis años, ¿vale la pena cuestionarse todo eso?, creo que no. A fin de cuentas, lo que nosotros creamos o pensemos no tiene por qué ser impuesto a los demás, yo también tenía desacuerdos con mis padres acerca de lo que ellos consideran correcto o incorrecto. De una cosa estoy seguro, Nicolás seguirá siendo mi nieto hasta que me muera, lo quiero muchísimo tal y como es, sigue siendo un muchacho ejemplar y siempre nos hemos sentido orgullosos de él. Ahora está ahí, feliz otra vez como cuando era pequeño, cuánto hacía que no lo escuchábamos reír. Eres afortunado, Alejandro, no solo conquistaste a mi nieto, lo volviste a lo que era, una mejor persona, gracias a ti y a vuestra relación, enhorabuena.
 
—Gra… gracias por sus palabras, don Rómulo, y también por la confianza que ha depositado en mí para contarme algo tan íntimo —dijo Alejandro con una respetuosa inclinación de cabeza—. Su nieto es un hombre increíble, me ha hecho muy feliz y cada día que pasa me confirman los sentimientos que tengo por él, lo amo y me quedaré a su lado todo el tiempo del mundo.
 
Rómulo cerró los ojos y esbozó una sonrisa. “Jóvenes enamorados”, pensó. 
 
—Bueno, muchacho, no nos pongamos más emocionales de lo que ya estamos, esas cosas no se me dan bien. Volvamos a nuestra partida.
 
—Estoy de acuerdo, es su turno.
 
—¿De veras?, ya ves que se me olvidan las cosas —dijo, colocándose las gafas nuevamente.
 
El juego se prolongó hasta que Alejandro logró alzarse con la victoria, de forma irremediable para Rómulo, quien examinaba el tablero y las jugadas realizadas.
 
—Fue muy entretenido jugar con usted —dijo, estirando los brazos.
 
—Lo mismo digo, mañana quiero la revancha, ¿me has escuchado?, la revancha.
 
—Todas las que quiera, abuelo.
 
—Bueno, ahora espera aquí, iré a ver qué están haciendo en la cocina —dijo, retirándose de la sala.
 
El peliclaro se quedó a solas, viendo las pocas piezas que aún permanecían en pie en un intento por descifrar la estrategia empleada por Rómulo durante la partida. No lo logró. En su lugar, recordó todo lo que había dicho el anciano acerca de Nicolás, una verdad que él mismo había comprobado en los pasados meses desde que comenzaran su relación, el cambio que el pelinegro había experimentado, como había mudado su carácter y forma de ver las cosas. “No solo tú, también yo he cambiado. Conocernos esa noche fue lo mejor que nos pudo pasar”, pensó, esto último diciéndolo en voz baja.
 
—¿Qué es lo mejor que nos pudo pasar? —preguntó Nicolás, entrando en compañía del abuelo.
 
—Habernos conocido —respondió, levantándose de su silla—. ¿En dónde estabas?, te perdiste nuestro juego.
 
—Estaba ocupado —dijo, buscando algo en su bolsillo—. ¿Podrías acompañarme afuera?, tengo una sorpresa para ti.
 
—¿Qué?, ¿una sorpresa?
 
—Sí, pero tienes que usar esto —dijo, mostrándole un trozo de tela—. ¿Vamos?
 
—¿Me llevarás de la mano? —preguntó, dejándose vendar los ojos—. Ahora estoy emocionado.
 
—Como si no fuera suficiente haberme ganado —dijo el abuelo, viendo a su nieto coger de la mano a su novio y guiarlo fuera de la sala, tomar el pasillo y caminar hacia la puerta que conducía al patio—. No se vayan a caer por hacer eso.
 
Alejandro rio con el comentario mientras se dejaba llevar por el pelinegro. Pronto sintió como el suelo de las baldosas cambiaba bajo sus pies, pues ahora estaba pisando hierba.
 
Rómulo los siguió de lejos hasta detenerse en el umbral de la puerta, observando en silencio. Elena no tardó en llegar a su lado.
 
—Ojalá y le guste lo que hemos preparado —dijo, aun vistiendo el delantal de cocina.
 
—Más le vale y, por cierto, espero que hayan guardado una porción para mí.
 
—Sí, viejo, no me olvidé de ti.
 
Habiendo llegado a cierto punto, Nicolás se detuvo.
 
—Hemos llegado —anunció, soltándole la mano y ubicándose detrás—. Alejandro, esto es una demostración de lo que tú significas para mí, espero que te guste.
 
Dicho lo anterior, el pelinegro procedió a descubrirle. Lo que sus ojos verdosos vieron, tras acostumbrarse a la luz del exterior, lo dejaron sin palabras: una manta roja y dorada extendida en el suelo, y sobre ella una bandeja con un servicio de té esmeradamente dispuesto, tazas, platillos, tetera, y una colección de pasteles y galletas que completaban el despliegue de dulzura, cuyo aroma llenaba el aire. Todo a la sombra del naranjo, que a esas horas los protegía del sol, mientras las ramas se mecían por acción del viento.
 
—Esto es…
 
—Sé que hemos pasado por dificultades, bueno, llamarlo así es poco, casi nos matan —dijo, observando los moretones que quedaban visibles en sus brazos—. Pasamos miedo y también nuestras familias, sin embargo, no podemos vivir en torno a esos eventos, por eso te invité aquí, como una forma de hacerte sentir mejor, en un lugar seguro y solo para nosotros dos. Que podamos tener un momento romántico sin tener que preocuparnos por lo que suceda alrededor.
 
Nicolás, de la nada, sacó un ramo de rosas y se lo ofreció.
 
—Para que siempre te sientas amado por mí, te ofrezco este pícnic junto con mi corazón.
 
Alejandro estaba mudo y con las piernas temblando ligeramente. Entendió el porqué de la ausencia de Nicolás, estaba preparándolo todo y con un nivel de detalle que habría sido un crimen estropear el orden con que estaban dispuestas las cosas. Era hermoso y el gesto por sí solo fortalecía sus sentimientos hacia el pelinegro, amaba tanto a ese chico que, de haberle pedido la luna, él habría hecho todo lo humanamente posible para dársela.
 
Con los ojos humedecidos, aceptó el ramo que Nicolás le ofrecía y se arrojó sobre sus labios con emoción desbordada. Éste lo abrazó con tanta o más efusividad, compartiendo la felicidad que les inundaba el pecho. No había mayor dicha en ese momento que la de besar a la persona que amas.
 
—¡Es hermoso!, ¿cómo agradecerte por todo esto?, ¿cómo expresarte todo lo que me haces sentir aquí dentro? —dijo, llevando las manos de su novio al pecho.
 
—Probando todo lo que he preparado, anda, que es todo para ti, disfruta.
 
—Me gusta demasiado, tanto como tú, ¡muchas gracias!, eres increíble.
 
—No tanto como tú, precioso.
 
Los dos rieron y se abrazaron, casi como reiniciando una relación interrumpida. No es que hubiese ocurrido así, pero parecía, y con la mutua caricia que se prodigaban, dejaban de lado todos los dolores y todas las angustias, para dar paso a una temporada de suaves y, por qué no, sensuales pasatiempos.
 
—Al parecer le gustó la sorpresa —dijo Elena complacida por las reacciones que había visto.
 
—Estos jóvenes de hoy, no eran suficientes unos sándwiches y jugo, ¡no!, tenía que ser té, pasteles, ¡y rosas! —decía Rómulo, agitando las manos—. En mis tiempos nunca se habría visto…
 
—Tú también me regalabas flores, ¿lo olvidaste?
 
—Por supuesto que no, hay cosas que olvido, sí, pero de regalarte flores, jamás. ¿Acaso olvidé algún aniversario en cincuenta años de matrimonio?
 
—Nunca, viejo, nunca. Sigues siendo un romántico.
 
—Eso sí, vieja, eso sí, y por lo visto Nicolás salió idéntico a su abuelo —dijo, llenándose de orgullo—. Y su novio, ese niño Alejandro, resultó ser un excelente ajedrecista.
 
Elena, risueña como estaba, cogió del brazo a su esposo y apoyó la cabeza en su hombro.
 
—Viejo, dejémoslos a solas, ven, que vamos a tomar el té.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

Recuerden que pueden seguirme en la cuenta oficial de Instagram @augusto_2414_oficial

El autor.


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