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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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PRIMERA PARTE

TUYO

 

CAPÍTULO 1

Con gran soberbia Zwein le mostró al guardián de la entrada el medallón carmesí que lo acreditaba como un miembro del gremio de los hechiceros. Se mordió el labio inferior e intentó ocultar su nerviosismo. No le gustaba ese lugar, tanto las paredes como los recuerdos grabados en ellas le asfixiaban.

La limpieza de las instalaciones era impecable, las superficies altas y de un blanco prístino se extendían hasta donde alcanzaba la vista.

Una niña de trece años le esperaba a la entrada del pasillo, Zwein le dedicó un gesto de reconocimiento al rostro impasible de la jovencita que lo saludó con frialdad.

—Bienvenido. Seré su guía, por favor sígame. Si tiene alguna duda, hágamelo saber. ¿Tiene en mente alguna bestia en particular?

Por supuesto que la tenía, pero prefería no decirlo. El gremio no veía con buenos ojos a aquellos que se inclinaban por algún tipo de bestia en particular a menos que fueras un experto y aunque Zwein era reconocido como un joven prodigio, le faltaba mucho para considerarse un verdadero maestro.

—Me gustaría estudiar primero a sus bestias.

La joven asintió, con su hermosa trenza plateada cayendo por su espalda cautivaba a quién la observara, pero la manera imperturbable en que lo miraba a él y todo cuanto lo rodeaban le daban un aspecto intimidante. Quizás se estuviera preparando para convertirse en una hechicera de hielo, en tal caso tendría que ser despiadada. Algunos consideraban a las hadas las bestias más fáciles y difíciles de dominar a la vez, tan pequeñas, frágiles y rebeldes que cualquier movimiento en falso podía matarlas. Su maestra decía que con las hadas no se necesitaba ser cruel ni despiadado para controlar su poder, sólo se requería ser un tipo de manipulador muy especial, un talento que incluso entre los magos s era difícil de encontrar, exigía tanto fuerza como autocontrol. Y los hechiceros y brujas eran celebres por sus terribles y despiadadas personalidades, poco dados a las sutilezas.

Se encontraron con otros hechiceros, brujas y estudiantes a lo largo de los pasillos. Los estudiantes le dirigían una suave inclinación de cabeza al encontrarse ante él como muestra de respeto y miraban con desprecio a su guía de la que desconocía incluso su nombre.

Zwein se preguntó que expresión sustituiría la admiración en los ojos de los estudiantes si supieran que hacía no muchos años él había sido prisionero en esos mismos calabozos, en las partes más oscuras, sucias y de difícil acceso. Repugnancia, asco, desprecio, seguramente eso es lo que vería en las miradas impresionables de esos chicos.

—No debería causarte ninguna impresión el andar por estos pasillos. Nunca los recorriste mientras viviste aquí.

La voz de su joven guía lo sacó de sus pensamientos, no había mofa o afán de herir en sus palabras, sólo constataba un hecho.

—Yo también vengo de los niveles inferiores— añadió ella—. Una vez que te reconocen como un Hechicero o Bruja nunca más regresas allí.

La niña no se detuvo ni un minuto mientras le habló, por el contrario, continuó caminando sin mirar atrás.

Sea quien fuera el Maestro que le había sacado de ese lugar, ella no había tenido tanta suerte como él. Estaba rota y ninguna cantidad de magia podría sanarla.

— ¿Cómo te llamas? — le preguntó Zwein.

—Mi maestro me dio el nombre de Tirys.

— ¿Cuál fue el nombre que te dieron tus padres?

Zwein supo que su pregunta fue indiscreta cuando la niña se detuvo por un segundo antes de responder con su indiferencia habitual.

—Nunca tuve padres.

Deseó preguntar algo más, pero podía sentir como Tirys se envolvía en una burbuja de hielo. No deseaba hablar. No la culpaba. Había cosas que era mejor mantener en el pasado.

Las paredes blancas, frías y lisas se extendían ante ellos, pareciere que no tuvieran principio ni fin, recorridas únicamente por chicos y chicas jóvenes, algunos portaban la capa propia de los aprendices, pero la mayoría portaba el uniforme gris de los sirvientes. Los magos pocas veces andaban por los pasillos, preferían andar por los túneles interiores, rodeados de lujos que la mayoría de las personas no eran capaces de siquiera imaginar. Sólo los hechiceros y brujas tenían derechos a acceder a los cuartos interiores, no se trataba únicamente de una cuestión de protocolo, únicamente a un hechicero reconocido por el gremio se le enseñaban los hechizos precisos para abrir las aperturas correctas en las lisas paredes. Su maestra se los enseñó, pero también le explicó que evitará usarlos a menos que se lo pidieran. A pesar de sus logros y reputación, él siempre sería una lacra entre los magos, no se lo dirían con palabras, pero existían muchas otras maneras en que podrían expresarlo.

Tirys se detuvo al final de un pasillo, murmuró un par de palabras y sopló un viento frío entre sus labios. Ante ellos apareció una puerta.

— ¿Eres una bruja? — preguntó Zwein incapaz de creer que una chica tan joven ya se hubiera convertido en una hechicera y él no estuviera enterado; hasta donde él sabía con quince años él había sido el aprendiz más joven en la historia en graduarse.

—No lo soy— Tirys debió percatarse de la incredulidad en su rostro porque enseguida agregó—. Tengo cincuenta y tres años.

— ¿Cómo es posible? — preguntó Zwein incrédulo, ningún hechizo podía prolongar la vida, retrasar el envejecimiento o la muerte. Hacía milenios que los magos luchaban contra el tiempo, su más grande enemigo.

—Te dije que venía de los niveles inferiores— contestó abriendo la manija—. Soy una bestia. Una vez fue mi sirena y mi pueblo es conocido por su longevidad, puedo realizar pequeños hechizos. Soy útil.

Abrió la puerta, detrás de la cual un pasillo infinito de escaleras subterráneas le esperaba. Por primera vez desde que se presentó le Tirys miró a los ojos.

—Sino tienes en mente ninguna bestia en especial tendremos que recorrer todos los niveles subterráneos. ¿Estás de acuerdo?

Zwein asintió con determinación, lo soportaría, elegiría a la mejor Bestia y le demostraría a su Padre que había cometido un grave error al enviarlo a morir.


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