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La prohibición por Yessy Tachibana Fullbuster

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La primera vez que Sherlock Holmes vio a John Watson fue en la parada del autobús. Mientras el joven de cabello rubio cenizo estaba formado en la fila esperando su transporte, Sherlock se encontraba sentado en esa misma parada esperando a su mamá que había ido por un encargo. En ese entonces el menor de los Holmes contaba con 17 años, cursaba su último año de preparatoria, y aunque para su edad era muy pronto acabarla, los Holmes eran conocidos por la gran inteligencia que tienen cada uno de los integrantes de esa familia. Sherlock se destacaba en el arte de la deducción, simplemente con ver a una persona sin entablar conversación alguna podía deducir la vida de esta, muchos pueden llamarlo entrometido, pero a él le gustaba demostrar que podía ver cosas que los demás no, aun estando frente a sus ojos. Eso mismo hacía en ese momento, observaba a las personas de la parada del autobús y deducía sus vidas, aunque realmente le parecían demasiado ordinarias para llamar su atención, aquel joven de ojos azules lo atraía, no sabía exactamente en qué sentido, pero ese joven tenía algo especial.

La segunda vez que Sherlock Holmes vio a John Watson fue en su primer día en la universidad, mientras el de cabello azabache empezaba su primer año en la Facultad de Química, el joven Watson cursaba su tercer año en la Facultad de Medicina. En ese momento supo que lo vería tres veces a la semana, aunque el rubio ya estaba en clínica y tenía que estar tomando clases en el hospital, se había inscrito como un ayudante de los profesores de la materia de anatomía. John era conocido como una persona que siempre ha querido ayudar a los demás, y que mejor que ayudar a los estudiantes de nuevo ingreso en una de las materias más difíciles de ese año. Desde ese entonces Holmes pasaba por la Facultad de Medicina antes de entrar a sus clases.

La tercera vez que el menor de los Holmes vio al menor de los Watson fue gracias a su amigo Mike Stamford. En ese entonces ambos necesitaban un departamento cerca de la universidad debido a sus horarios, Mike aprovechó ese tema para presentarlos y que compartieran departamento. Desde ese momento hubo una química entre ambos estudiantes, y aunque sus horarios discrepaban, se las arreglaron bien para mantener el departamento. Sherlock aprovechaba los momentos en los que estaba con John para demostrar sus habilidades en la deducción, a John le encantaba escuchar cada una de las cosas sobre las que hablaba el de rizos y sin darse cuenta los dos se enamoraron. No podían hacer nada contra lo que sentían, pero eso era lo maravilloso. Disfrutaban de esos momentos juntos en el departamento.

–Sabes que esto no puede ser posible Sherlock, está penado por la ley–.

–No me interesa lo que diga la ley o la Reina de Inglaterra, nunca me había interesado en las demás personas, pero tú eres diferente. Te quiero John–.

–Lo sé, pero si se llegan a enterar nos meteremos en graves problemas, además no sé de lo que sería capaz mi papá si se llega a saber sobre lo nuestro–.

–Por ahora no te preocupes por eso, una vez que nos graduemos y consigamos el dinero suficiente, podremos mudarnos a un lugar donde no necesitemos ocultar lo nuestro–.

Pasaron los años y ambos estaban a nada de terminar sus carreras y siguieron juntando el dinero necesario para mudarse, ya Sherlock se había encargado de encontrar el lugar perfecto para vivir. Todo les estaba resultando como lo planearon, y aunque al principio fue difícil ocultar lo suyo, lograron sobrellevarlo. Pero la verdad es que no todo puede ser color de rosa, como bien dicen existe la calma antes de la tormenta, y esa tormenta tenía un nombre, Jim Moriarty.

Para mala suerte de ambos, Sherlock llamó la atención de este estudiante de matemáticas, al igual que ellos, estaba a punto de acabar su carrera. Solo que fue para mal, Jim estaba celoso, pensaba que nadie podía competir contra él, que era la única persona que poseía una inteligencia extraordinaria, pero conoció a Sherlock, un hombre igual de inteligente que él. Y aunque al principio se alegró de tener un digno oponente, su enojo fue más. No tardó en darse cuenta del amorío en el que se encontraban Sherlock y John. Y por más que trato de llamar la atención del joven químico, Watson siempre tenía la delantera.

–Disculpe, ¿se encuentra el señor Henry Watson?–.

–Soy yo, ¿para qué me busca joven?–.

–Es sobre su hijo, John Watson. Me parece que ha estado violando la ley británica acerca sobre la homosexualidad.–

–Mi hijo no es gay, ¿qué le hace pensar lo contrario?–

–Creo que tendremos un platica muy interesante acerca del tema señor–

Así, Jim Moriarty se encargó que la relación de Sherlock y John saliera a la luz pública. Todos en ese momento se dividieron en dos bandos, la mayoría que exigía que se encarcelara a los culpables de tal acto inmoral y una minoría que apoyaba a la pareja.

–¿Cómo puedes ser tan estúpido como para meterte en este lío Sherlock? De seguro ese chico Watson te metió ideas a la cabeza, ya decía yo que no podías vivir con alguien que es mayor que tú. ¿Qué cosas horribles te habrá obligado a hacer?–

–John no tiene la culpa de nada, fui yo el primero que le declare lo que siento por él. No tienes porque culparlo por algo que no hizo–.

–Ya verás, ese tal Watson se pudrirá en la cárcel, voy a levantar una demanda en su contra–.

Al día siguiente John Watson fue encarcelado, sin darle ni siquiera oportunidad de defenderse de las acusaciones. La ley era muy imparcial en ese ámbito.

–Sherlock qué vamos a hacer. En unos días será mi sentencia, no puedo dejar que me separen de ti–.

–Lo siento John, si tan solo hubiera convencido a mi madre de evitar la demanda no estarías en este lio. Igualmente no puedo estar sin ti, primero me muero antes de no verte más–.

A los dos días se llevaría a cabo la sentencia del menor de los Watson, pero esto no llegó a ser posible, ya que el acusado y la “víctima” fueron encontrados muertos esa misma mañana. Al parecer con los análisis del laboratorio, se habían autoadministrado una sustancia que terminó con sus vidas. Se llevaron a cabo los respectivos funerales a cofre cerrado por respeto a petición de los familiares. En ese momento la señora Holmes lamento no haber apoyado a su hijo y no respetar sus deseos, pero ya nada podía hacer. Pasaría la vida lamentándose no haber escuchado a su hijo.

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–Muy bien hermano, aquí tienes los boletos de su vuelo, recuerda que ahora Sherlock Holmes y John Watson no existen. Deben apegarse a sus nuevas identidades, y recuerda, no pueden volver a Londres–.

–No te preocupes hermano, no tenemos nada que hacer en ese lugar. Me saludas a nuestro padre y a la hermana de John. También agradécele a Molly, sin su ayuda no hubiéramos podido burlar los análisis de la autopsia–.

–Tranquilo, puedes comunicarte de vez en cuando con ellos, solo espera un tiempo en lo que se olvidan del dramático caso de los amantes. Eso sí, solo mensajes y una que otra llamada–.

Y así, Sherlock Holmes y John Watson vivieron felices, en un lugar donde no existía la homofobia y podían vivir tranquilos. Claro que sus vidas no fueron perfectas, pero siempre tendrán la dicha de estar el uno con el otro, no importa cuánto el mundo los tratara de separar, si no era en esa vida sería en la siguiente, pero siempre se encontrarán.

 

 


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