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Los giros que da la vida por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Escrito por amor a la pareja y sin afán de lucro.

Notas del capitulo:

Próximo capítulo:
CC: 01-mar.
SC: 15-mar.

1.- Antes de Teddy.

 

El final de una era maravillosa llegó con el correo de la mañana, en la forma de una simple carta con Remus como destinatario.

De haber sabido de antemano de qué se trataba, Sirius le habría prendido fuego con uno de sus cigarrillos y habría negado cualquier rastro de existencia. “¿Correo para ti, Moony? Nah, ni una factura”, pero por supuesto, no había sido así; de hecho había sido Sirius quien le tendió a Remus el correo junto con una taza de té para ponerlo en marcha esa mañana, y con ello selló su destino y perdición.

Media vida juntos. Ese había su saldo como pareja. Quince maravillosos años. Dieciocho si contaban el primer encuentro acaecido en Hogwarts cuando habían estrechado manos con formalidad y se habían presentado el uno al otro con sus nombres completos.

Y así sin más, ¡kaputt!, todo había terminado.

De aquello apenas habían transcurrido dos semanas, pero habían sido las dos semanas más largas y agonizantes de la existencia de Sirius, quien incapaz de lidiar con el estrés del momento, había hecho un pequeño maletín con varias cambios de ropa y se había mudado por tiempo indefinido al segundo piso de su taller de reparación de motocicletas y otros vehículos pequeños.

En perspectiva, había sido una fortuna que por fin después de varios años de trabajar para toda clase de patrones Sirius por fin hubiera ahorrado el dinero suficiente para el primer pago de la hipoteca de su local, y con la ayuda de Remus y un préstamo al banco, ahora contara con un sitio dónde alojarse mientras esperaba a que las aguas volvieran a su cauce y él y Remus se sentaran a charlar para decidir qué iba a ocurrir con ellos y lo que les unía.

Los Potter, por supuesto, se habían puesto de parte de Remus en ese asunto, y aunque a ratos el enojo se apoderaba de Sirius porque James había sido su amigo primero y Harry era su ahijado, la verdad era que entre Lily y Remus la relación era mucho más íntima, y ella como matriarca había inclinado la balanza a favor de su novio.

«Exnovio, pero casi prometido», se recordó Sirius con malestar, ya tarde en la noche y con la última cerveza de un paquete de seis en la mano.

En verdad que su vida como pareja había sido idílica, casi perfecta. Claro, eso si no tomaban en cuenta los años posteriores a su graduación en Hogwarts, con Remus compaginando la universidad con toda clase de empleos de medio tiempo para tratar de sobrevivir y llegar a fin de mes. Sirius también se había dejado la piel en esos años, convirtiendo su afición por las motocicletas en un oficio lucrativo al entrar como ayudante en un taller y conseguir así un salario que lo que no valía para poner comida a la mesa y pagar la siempre voluminosa pila de facturas pendientes a pagar lo reponía en experiencia y conocimiento para después montar su propio negocio.

Habían sido años de comer abundantes sopas instantáneas, prescindir del agua caliente en las tuberías, alguna vez irse temprano a la cama en lugar de cenar, y en una terrible ocasión… Admitir ante Lily y James (en mejor situación que ellos, aunque por poco) que necesitaban ayuda y pedirles un préstamo entre amigos cuando Sirius se cortó un dedo casi hasta el hueso con el motor de una podadora y a punto estuvo de perderlo.

Básicamente, habían sobrevivido a la pobreza extrema a base de esfuerzo, sudor, no pocas lágrimas, pero también la firme convicción de que unidos podían conseguirlo.

Y lo habían hecho.

Con gran dificultad debido a su siempre precaria salud que en los años de universidad se manifestó en los peores momentos, Remus consiguió su título y aplicó para cumplir su sueño de la infancia: La enseñanza.

Con clases aquí y allá en nivel medio superior, suplencias para casi cualquier curso, y después un posgrado para hacerse de una plaza, Remus había por fin encontrado su sitio en la docencia y con ello un empleo que por primera vez les proveyó de un sueldo con el cual pagar sus cuentas y tener un ahorro a fin de mes.

Aquel punto culminante en sus vidas coincidió con un ascenso para Sirius en el taller en el que trabajaba, y que además de sus labores habituales también incluyó tareas administrativas en donde éste aprendió a llevar la contabilidad, los impuestos, y a descifrar los pormenores de un negocio al que él tenía intenciones de acceder una vez que la oportunidad estuviera al alcance de sus manos.

La buena fortuna no les sonrió sólo a ellos dos, sino también a Lily y a James, quienes por su cuenta habían encontrado empleos en su área de interés (James como fisioterapeuta para el equipo local de rugby y con horas adicionales en un gimnasio, en tanto que Lily había tomado la decisión de ayudarles a sus suegros en la administración de su pequeño negocio de productos para el cabello) y a los pocos meses de llegar al cuarto de siglo, habían anunciado que estaban esperando su primer hijo.

De eso hacía ya casi cinco años, y la suerte no había hecho sino sonreírles a todos ellos.

O lo había hecho hasta la llegada de la carta que le puso punto final a su felicidad y marcó el nuevo capítulo de sus vidas.

Uno que por descontado, estaba destinado a incluir tragedia…

 

La cronología que Sirius tenía del Día D (por Desastroso) habían comenzado y terminado con La Carta, capitalizada y todo porque se había convertido en un ente propio que le atormentaba sin parar.

Aquella mañana Remus se había levantado con retraso luego de una noche por demás apasionada con Sirius, que para ser martes y tener los dos al día siguiente un miércoles cargado de toda clase de compromisos, poco les había importado la noche anterior mientras rodaban sobre el colchón y daban rienda suelta a sus gemidos ahora que tenían su propia casa y ningún vecino molesto a los alrededores que con golpes de la escoba les recordara contra los muros que debían ser callados.

La casa en la que ahora vivían y a la que se habían comprometido a pagar en una hipoteca conjunta era todo lo que habían soñado y más, con una habitación extra para el estudio de Remus y otra más para el hipotético bebé asiático que bromeaban adoptar y cuya procedencia variaba con cada ocasión. Además tenían un largo jardín para el perro que estaban en vías de adoptar, y su cercanía a sus respectivos trabajos y a los Potter la convertían en la fantasía de ensueño con la que habían soñado en sus momentos de mayor miseria viviendo en las partes más paupérrimas de la ciudad.

Con la suerte de su parte y en el mejor punto de sus vidas cuando recién habían cumplido treinta años de edad, Sirius le había entregado a Remus el correo, su té matutino, y sin saberlo… También su perdición en forma de un sobre blanco en el que el remitente estaba escrito a mano y se identificaba sólo como A. Tonks, sin dirección ni sello postal que indicara su procedencia.

Remus se había sentado a la mesa para comer los huevos con pan tostado que Sirius había cocinado por él, pero su concentración se había centrado en el legajo de tres hojas que de pronto capturó su atención y lo distrajo de la historia que su novio contaba.

—¿Moony? —Le llamó éste por su apodo de toda la vida—. ¿Siquiera me estás escuchando? Porque podrías fingir con un par de asentimientos, ¿sabes?

Remus lo ignoró, y al instante experimentó Sirius una punzada de angustia en el estómago, pues aquel no era su comportamiento habitual, y la carta no podía traer consigo buenas noticias a juzgar por el surco que se le hizo entre las dos cejas.

Al finalizar su lectura, Remus confirmó sus peores temores con 3 simples palabras:

—Tengo un hijo.

 

Thinking 'bout you lots lately

Have you been eating breakfast alone like me?

Have you been filling empty beds just like me?

Thinking 'bout you lots lately

Or are you moving along?

5 Seconds of Summer - Moving Along

 

En perspectiva, hacer sus maletas y marcharse de casa había sido el perfecto ‘vete al demonio, Remus John Lupin’ con el que Sirius había cerrado su discusión de esa mañana, los dos tarde para sus respectivos trabajos y la carta arrugada que inició su debacle sobre la mesa y con manchas de té. En la realidad, su gesto no había sido más que una rabieta, y una de la que continuaba arrepintiéndose por sus consecuencias dos semanas después.

En pijama, sin duchar, y con suficiente vello facial para aparentar ser un vagabundo en búsqueda del siguiente trago, Sirius contempló las dos rebanadas de pan tostado que se había hecho para desayunar esa mañana y que no hacían nada para despertarle el escaso apetito que se había hecho un constante en su existencia.

En su decimosexto día consecutivo viviendo en la planta alta de su negocio, Sirius estaba llegando a niveles de desesperación porque a) Remus no lo había contactado todavía, b) el enojo inicial estaba dando paso a la miseria, y c) estaba arrepentido, extrañaba a su Moony y quería volver a casa… A su casa, de los dos.

De la rabia que lo había invadido al enterarse por cuenta de Remus que era padre y tenía un hijo que al parecer quería conocerlo, Sirius ya no sentía la llama a fuego vivo, sino sólo rescoldos, apagados por el tiempo, pero también por las incontables lágrimas que había ido derramando en las últimas dos semanas cada vez que se descuidaba y bajaba un poco sus defensas.

Por supuesto, antes muerto que admitir cuánto le dolía la ausencia de Remus en su vida y la catástrofe en la que ésta misma se había convertido desde su separación, pero viviendo a solas y sin más compañía que los vehículos en los que trabajaba hasta tarde en la noche para tener con qué distraerse, Sirius consideraba que tenía derecho a un par de lágrimas antes que permitir que la olla de presión en la que se había convertido estallara, y con ello él hiciera algo vergonzoso en extremo como volver de rodillas y suplicar perdón por algo que ni había hecho en primer lugar.

«Porque un Black jamás suplica, y mucho menos de rodillas», pensó Sirius, repitiendo la frase que tenía engranada en la mente desde que de pequeño el divorcio de sus padres le marcó a él y a su hermano Regulus de por vida. Por demás un consejo fútil a su caso, considerando que sus padres habían tenido la culpa de su matrimonio fallido gracias a las incontables infidelidades, lo cual no era el caso entre él y Remus.

Excepto que sí lo era.

¿O lo era en realidad?

Sirius no podía estar seguro. La paternidad de Remus con respecto a ese hijo suyo que había aparecido de la nada en sus vidas era un asunto que no podía catalogarse de blanco o negro, sino que caía en uno de los tantos matices de gris que era imposible clasificarlo.

Durante su pelea, Remus no había negado la posibilidad de que el contenido de la carta fuera cierto, que en el mundo hubiera una pequeña copia suya con 50% de los genes Lupin que lo atestiguaran como su hijo, pero sí con vehemencia haberle sido infiel a Sirius, y éste había tenido una enorme dificultad para procesar aquellos dos elementos por separado, pues a su consideración, los hijos no brotaban espontáneamente por doquier como hongos después de la lluvia, y sin atender razones había hecho su equipaje y se había marchado con un fuerte portazo que en su momento le había resultado sumamente satisfactorio, y en cambio ahora…

Ahora con su vida desmoronándose y el corazón partido en dos mitades idénticas porque añoraba tanto a Remus como para sentirlo de manera física, aquel portazo sólo le resultaba como un clavo al ataúd de su relación.

Ni más ni menos.

 

Fue James quien tomó el asunto en sus manos al intervenir a pesar de las recomendaciones de Lily de darles a aquel par tiempo para recuperar la calma antes de sentarse a charlar como era debido, pero impulsivo como era su esposo, éste no lo escuchó.

Así que James se apareció en el taller de Sirius con un par de cervezas e invitó a éste a dejar el motor en el que trabajaba y a sentarse con él a beber.

—Una cerveza más en mi sistema y seré un alcohólico, Prongs —dijo Sirius, que con todo se lavó las manos de grasa y se sentó con James a beber en un viejo sofá que tenía ahí—. Remus me ha convertido en esto.

James se rascó la nariz. —No veo a Remus ayudándote a empinar el codo, colega. Ese eres tú, y sólo tú.

—Ya… Puede que no.

—Así que… —James hesitó, pero no por mucho. La discreción no era su fuerte—. ¿Han hablado?

—No. Sí. —Sirius exhaló con fuerza—. Sólo para asuntos prácticos, y nada más por mensajería. Una vez me preguntó Remus si recordaba dónde estaba el instructivo del horno de microondas, y yo le escribí para recordarle su cita con el dentista porque suele olvidarlo…

—¿Y de ese otro asunto? —Inquirió James con cautela, pues los dos intentos previos que había hecho para indagar al respecto no habían terminado bien.

—Preferiría no hablar de eso —dijo Sirius con un gruñido—. ¿Qué hay por decir? Remus de pronto tiene un hijo y lo nuestro se ha ido a la mierda.

—Exageras, Padfoot… Un hijo no es el fin del mundo.

—Lo es cuando las dos partes han estado juntas por la mitad de su vida, y a menos que misteriosamente Remus haya tenido una novia a la que dejó embarazada a los trece años y el crío sea hora mayor que eso, entonces no veo cómo solucionar esto.

James bebió un largo trago de su cerveza y masculló: —Ok, Lily me va a matar por esto pero… Teddy sólo tiene cinco años.

—¡¿Cinco?! —Repitió Sirius, más alterado de lo que creía posible—. Joder… ¿Y se llama Teddy? ¿Qué demonios, Prongs? ¿De dónde sacas esa información?

—Ya, es que… —James cerró su mano libre en un puño sobre su muslo y sus nudillos crujieron—. Remus lo ha llevado a casa. Él y Harry han hecho buenas migas, son casi de la misma edad, y pues-…

—Lo siento, no —le interrumpió Sirius—. No puedo hablar de esto. No ahora, no contigo.

—Sirius…

—En serio —repitió éste con mayor autoridad—. Yo no… Esto es demasiado para procesar.

—No es tan malo como crees —insistió James—. Deberías hablar con Remus. Él nos ha pedido a mí y a Lily mantenernos al margen porque quiere antes hablarlo contigo y solucionarlo por su cuenta, pero la historia no es tan sórdida como te imaginas. Realmente tiene una buena razón para ser padre, y no es el fin del mundo.

—No, pero quizá lo sea de nosotros dos.

James movió la cabeza de lado a lado. —Realmente no lo creo así.

—No es tu lugar para opinar al respecto, Potter —rebatió Sirius con enojo, pues detestaba cualquier intromisión en su vida romántica incluso si el consejo provenía de aquel a quien consideraba un segundo hermano.  

—Al menos prométeme que le darás una oportunidad a Remus de explicarse. Él sólo espera el momento propicio para hacerlo, pero tú te has mantenido tan distante y silencioso… No eres tú en realidad.

—Ya, disculpa si la noción de que mi novio de toda la vida es padre de un crío de cinco años no me tiene saltando de la felicidad y en los mejores ánimos —ironizó Sirius, dispuesto a pedirle a su amigo que se retirara porque prefería estar a solas.

James pareció leerle el pensamiento, pues se puso en pie y se dispuso a marcharse.

—Madura de una vez, Padfoot. Mira lo que has conseguido, lo que tú y Remus han conseguido juntos, y reflexiona si estás dispuesto a lanzarlo todo a la borda por algo que en realidad no es tan terrible para ustedes dos. Teddy no es el malo de esta historia.

—No, ese es Remus.

Con un chasquido de su lengua, James manifestó su desaprobación. —No, y ese serás tú si no sacas la cabeza del culo y te percatas de una vez por todas que vas por un camino sin retorno.

Y sin darle oportunidad a Sirius de reponerse de su lúgubre vaticinio, James se marchó y dejó a Sirius un poco más hundido en la miseria que antes.

 

Sirius habría preferido no tener que volver a casa, pues casa ya no se sentía como un sitio de él y Remus, sino sólo de Remus cuando se paró frente a la puerta y se debatió entre utilizar su propia llave o tocar al timbre como una visita más, pero en vista de que acudía por asuntos de fuerza mayor que precisamente tenían que ver con el inmueble, no le quedó de otra más que actuar antes que postergarlo.

—Y al diablo con falsos pudores —masculló para sí, haciendo uso de su llave y entrando a la casa—. ¿Moo-… Remus? —Llamó a éste, hesitando entre cruzar más allá del vestíbulo o esperar, y optando por lo segundo.

—En la cocina —respondió Remus de vuelta, y Sirius se vio tentado de dar media vuelta y marcharse por donde había venido.

A fin de cuentas, la cocina era el escenario de su caída, y Sirius no había vuelto a poner ahí un pie desde hacía ya tres semanas. Por un terrible segundo temió Sirius que al entrar ahí iba a encontrarse la misma carta arrugada con manchas de té sobre la mesa y los restos del desayuno que jamás llegaron a consumir todavía en platos y enmohecidos por el paso del tiempo, pero no fue el caso. En su lugar había dos nuevas tazas de té, y Remus aguardando frente a una con expresión demacrada.

Claramente esperando por él.

La incomodidad de no saber cómo saludarlo puso a Sirius en jaque, pues mientras que una gran parte de él quería besar a Remus en los labios como era su costumbre de una vida juntos como pareja, la otra parte prefería mantener las distancias. Para mal fue que ganó esa segunda porción de sí, y Sirius aceptó tomar asiento al otro lado de la mesa, cara a cara con Remus.

—Es… menta —dijo Remus, señalando la taza ante Sirius.

—Gracias.

Bebiendo un sorbo, Sirius se quemó la lengua, y malhumorado fue que trajo a colación el tema que los tenía ahí.

—Tengo el cheque.

—Ah.

—Pensé en enviarlo por correo, pero necesito un par de mis cosas —continuó Sirius, que con cada palabra pudo apreciar visiblemente a Remus hundir más y más los hombros.

No, aquel primer encuentro no había ocurrido como ninguno de los dos lo había imaginado. Ahí donde Sirius los había puesto a los dos unidos en un flagrante beso y con el cheque de la hipoteca olvidado en el piso, en su lugar estaba él hablando de hacer más amplia la separación al llevarse sus pertenencias.

—Podrías… —Remus se forzó a levantar la vista de su taza de té, y con fiereza vio directo a Sirius a los ojos—. Podrías quedarte, ¿sabes? Esta casa es de ambos, y… Si todavía no estás listo para hablar, entonces me moveré al cuarto de invitados.

Por orgullo, por su ego herido, Sirius quiso decir que no; pero por Remus, por sí mismo, porque incluso a pesar de todo seguía amándole incluso si le dolía, Sirius dijo que sí.

—Ok.

 

“Por amor a Harry, no la cagues, Padfoot”, leyó Sirius en su teléfono a la mañana siguiente de que volviera a instalarse en casa con Remus, él tomando el cuarto de invitados (era lo justo, había sido él quien abandonara su hogar en primer lugar, y de paso quien ahora volvía de manera condicional) y Remus permaneciendo en la habitación que apenas un mes atrás había sido de ambos.

“Hago lo que puedo con lo que tengo, Prongs”, escribió Sirius de vuelta, tapándose los ojos con un brazo y desganado de levantarse y comenzar su día.

Luego de volver a su taller para recoger sus pertenencias y regresar a casa, él y Remus habían tenido una corta cena con apenas diálogo y se habían retirado temprano a dormir sin tocar el tema que pendía sobre sus nucas como una guillotina. Ni Remus había presionado, ni Sirius había preguntado al respecto, y daba la impresión de que podían seguir así por tiempo indefinido mientras nada alterara el precario equilibrio.

Por supuesto, la caída de un plato en la cocina alertó a Sirius, quien bajó a cerciorarse de que no hubiera ningún ladrón husmeando en su casa y en su lugar se encontró a Remus arrodillado y recogiendo el estropicio de cerámica rota.

A las 6:30, que era una hora por demás extraña para él de estar en pie. Usualmente sus clases comenzaban a partir de las 9, por lo que podía pasarse hasta las 7:30 en pijama y bebiendo su té en reflexivo mutismo mientras despertaba del todo. El verlo vestido ya listo para salir y con prisa, no le pasó por alto a Sirius, quien obvió darle los buenos días y preguntó a dónde iba tan temprano.

—Oh, le prometí a Andy que pasaría por Teddy para llevarlo a la escuela. Hoy tiene un festival y-…

—Entiendo —le cortó Sirius, que entonces apreció la comida sobre la mesa y dedujo con facilidad que Remus estaba haciendo un almuerzo.

No para él, a juzgar por el sándwich cortado en triángulos, una naranja sin cáscara y en gajos dentro de una bolsa, y un cartón de jugo de uva.

Sirius soltó un pequeño suspiro, y recordando las advertencias de James fue que se forzó a decir: —Deberías incluir servilletas.

—Cierto. Gracias —fue la respuesta de Remus, que terminó de recoger los pedazos grandes del piso y se dispuso a utilizar la escoba para el resto.

—Deja, lo hago yo —se ofreció Sirius. «Porque es obvio que vas tarde y mueres ya por salir de casa», pensó para sí, el ceño un poco fruncido mientras Remus terminaba de empacar la merienda y salía con ella de la cocina a buscar su maletín para marcharse.

Creyendo que ahí había terminado ese episodio, Sirius se paralizó cuando Remus volvió a su lado, y en un acto que hablaba por sí solo, le besó la mejilla.

—Volveré tarde.

Y luego se marchó.

 

Apenas dos días después de su regreso, Sirius comprobó que sin importar cuánto se esforzara por eludir la realidad, no iba a ser posible.

Porque había terminado un par de trabajos y no tenía que entregar una motocicleta sino hasta el fin de semana, Sirius se tomó el resto del día libre y llamó a Lily preguntando si Harry estaba libre en la tarde para ir con su padrino favorito al parque, de antemano haciendo planes para acercarse al pequeño estanque que había ahí y comer unas crepas con leche condensada del puesto más cercano, pero la corta pausa que Lily hizo antes de responderle lo puso en alerta de que no sería posible.

—Verás… Harry ya tiene planes de jugar con un amigo.

—Oh, vaya…

Ahí donde antes habría supuesto que se trataba de alguno de los chicos Weasley (Ron como lo más probable, era el más cercano a la edad de Harry), ahora Sirius ya no estaba tan seguro.

—¿Se trata de… Teddy?

El crepitar en la línea lo dijo todo.

—Vale, entiendo.

—Sirius…

—No, está bien. Eso explica por qué mencionó Remus que hoy también regresaría tarde.

—¿No te dijo la razón?

—No, pero tampoco pregunté —admitió Sirius—. Como sea, tengo trabajo —mintió—, así que… Hasta luego, Lily. Manda saludos a Harry de mi parte.

Y sin darle oportunidad de reprocharle lo infantil de su comportamiento, Sirius finalizó la llamada.

 

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Notas finales:

Son sólo dos capítulos y no es tan dramático como cabe suponer, al final Sirius sabrá abrir su corazón.


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