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Gritos a puertas cerradas por Knochen Fresserin

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Notas del fanfic:

--Advertencia--
Esta historia puede contener temas y/u escenas poco actos para todo público. Si el nombre de los personajes o eventos en la historia tienen algún parecido con la realidad es mera coincidencia, esta historia fue creada como entretenimiento no para insultar y/u ofender las creencias o costumbres de los espectadores. Se recomienda discreción.

Notas del capitulo:

Advierto de antemano que no todo en esta historia es color de rosa.

 
El sonido de un pila de libros le saco de sus pensamientos, allí iba otra vez el menor, quien los tiro, a recogerlos disculpándose, sabía que estar en su despacho no era muy cómodo debido a que de tanto en tanto casi había vaciado la biblioteca en aquel cuarto, era pequeño pero eso no evitaba que apilara libros en todas las esquinas del recinto. El joven novato que se encontraba juntándolos siempre iba los fines de semana a su despacho para llevarse algunos libros de nuevo a la biblioteca y ayudarle un poco al anciano. 
 
No se quejaba por la ayuda pero esta vez el chico estaba más torpe que de costumbre. Con sus cabellos negros cubiertos del polvo acumulado de los libros y su sotana del mismo color, sino fuera porque ya conocía a Erick pasaría por alto que desde que llego estaba ido y en sus ojos color café claro se mostraban mas apagados que de costumbre o eso pensaba el anciano quien no dejaba de refunfuñar su poca ayuda, mientras el joven se encontraba acomodando los libros cerca de la puerta para así ir abriendo camino en el despacho.
 
—…Estas muy distraído.—Por fin alzo la vista de papeles el anciano para mirar a su discípulo a punto de botar otra pila de libros porque le llamo.
 
—No lo estoy padre.—
 
—¿No?, ya van como cuatro veces que te tengo que repetirte lo que te digo.—Le recordó con fastidio marcado en su voz—, y ya deja esos libros en el suelo, tal vez allí no los botes.—
 
—Solo pienso padre, es todo…— 
 
—¿Seguro?—Lo único que recibió fue un asentimiento por parte del menor, volvía a centrarse en levantar los libros que había tirado, tratando de ignorar al otro.
 
Suspiro resignado, él pocas veces hablaba de algo que no fuera el trabajo o para pedir algún consejo, era muy difícil que el muchacho hablara de lo que realmente le pasaba, pero considero que él no era nadie para exigirle hablar más que su jefe prosiguió a continuar con su trabajo.
 
Al menos eso trato: porque el menor había tirado otra pila de libros, de nuevo.
 
—Erick hazme un encargo—, dejo por fin de escribir y aparto el bolígrafo de los papeles que estaba llenando con los recursos que contaba la iglesia, en otros parámetros los haría sin problemas pero la torpeza del menor en cuanto a edad lo estaba sacando de quicio. Llevaba ya casi tres pilas de libros que había votado debido a que según creía no se concentraba—, tal vez así le pones orden a tu cabeza.—
 
—¿De qué tipo padre?—
 
—He notado que cerca de la iglesia han estado apareciendo restos de animales por las noches…—Se quito los lentes y los puso en la mesa para posteriormente pasarse una mano por el rostro, tratando de continuar con la explicación sin tener en la mente la imagen de los animales que habían sido descuartizados—. Eso está preocupando a las demás hermanas y creen que hay una plaga de coyotes pero yo ya estoy muy viejo para estar enterrando animales.—
 
—¿Quiere me encargue de los coyotes yo mismo?, a mi no se me da bien pelear ni cazar…—
 
—¡No, muchacho!, válgame dios. No, quiero que vayas con un cazador para que él se deshaga de ellos.—Agito un poco la mano dando se un poco de aire con ella, ya era medio día y ellos aun bajo techo.
 
—Se lo pediré a Fidel.—
 
—No es necesario, ve con el hijo de Aurelio.—
 
—¿Aurelio tiene hijos?—Por lo que recordaba aquel anciano ermitaño rara vez entablaba conversación con alguien que no tuviera la misma edad que él.
 
—Sí. Ve con él, los demás cazadores no son muy… ortodoxos. ¡En especial Fidel!—hizo una pausa evitando recordar anteriores ocasiones en que les había pedido ayuda a otros cazadores. Dando como resultado dos niñas en la enfermería traumadas de haber visto como le reventaban la cabeza a un perro rabioso de un escopetazo—. ¡Y no quiero que ninguno de los niños oiga como se desasen de ellos!—
 
Sentencio el anciano arzobispo: y así lo hizo o eso creía ya que solo salió del pueblo y ya se sentía perdido entre los campos y praderas que se extendían, fuera quien fuera aquel cazador debía odiar a las personas. 
No sabía bien si se había perdido o Jerónimo le dio mal la dirección, llevaba casi treinta minutos caminando entre las espesuras del bosque y todavía no encontraba esa condenada casa, siguiendo las indicaciones que el mayor le había dado, pero algo no concordaba. 
 
¿En qué momento vería la casa de ermitaño Aurelio?
 
Estaba a punto de dar media vuelta y regresar a la iglesia cuando diviso a lo lejos una casa, demasiado alejada del pueblo, guardo el papel que el arzobispo le había dado más temprano y se apresuro a llegar al recinto, estaba exhausto, no sabía cuánto en total llevaba caminando pero sabía que de cualquier forma llegaría hasta la noche al pueblo. 
 
La casa en cuestión no era tan diferente de cómo la había descrito el arzobispo, verjas de metal de casi dos metros de alto que terminaban en picos, cualquiera que tratara de saltarlas se llevaría un duro aterrizaje porque el suelo alrededor de estas estaba labrado de piedras además que si lograba recomponerse el “visitante” lo más probable es que los sabuesos que lo estaban observando se desharían de él, no había ninguna otra casa alrededor por lo que sería muy fácil.
 
“La casona negra”, recordó que entre los del pueblo le llamaban así a una casa que según ellos estaba embrujada desde la desaparición de la bruja Agatha, pensó que solo era un rumor pero allí estaba él frente a una casa en medio del bosque demasiado apartada de la civilización con un aire tétrico y decadente viera por donde se le viera y las sombras de la tarde no ayudaban a menguar el ambiente.
 
Cerca de la puerta de madera distinguió una masa con pelo que se movía entre las sombras mientras un golpeteo de garras se escuchaban contra el suelo de cemento, un gran danés de color café claro junto con un dálmata que se veía mucho más grande que los de su raza, casi alcanzaba en altura al danés, lo observaban atentos a cualquier muestra de amenaza, pensó que el dálmata había sido un perro cruzado. 
 
Seguía inspeccionando el recinto desde afuera mientras llamaba al viejo Aurelio, bajo la atenta mirada de los canes que de momento ninguno había saltado sobre el portón de metal ni ladrado, solo gruñían por lo bajo cada vez que llamaba al anciano.
 
¿Dónde estaba el dálmata?, solo veía al danés con las orejas hacia atrás preparándose para abalanzársele, la separación de las barras de hierro eran anchas por lo que el perro podría fácilmente sacar su cabeza. 
 
Un escalofrió recorrió su espalda al darse cuenta de esto, el aire se había hecho más helado, creyó que el otro perro había escapado de la casa y ahora el seria el próximo en ser parte de los rumores del pueblo, tanto era su nerviosismo que no se había dado cuenta que la dálmata se había ido dando una vuelta completa, metiéndose por la puerta del garaje y esquivando las piezas de auto que su dueño había dejado su camioneta a medias y con el capo levantado.
 
No fue hasta que escucho como la puerta de madera crujía que se dio cuenta que era observado, desde antes que el llegara a aquel lugar era vigilado. No podía ver a quien lo observaba estaba demasiado oscuro y la poca luz de la tarde no ayudaba mucho, lo único que distinguía era una pequeña luz roja y el hedor de tabaco del abano era el peor del que alguna vez sintió, solo estar allí le ponía los pelos de punta.
 
—¿Qué desea?—Pregunto con un semblante serio, aun no había salido de la casa.
 
—¿Se-Señor Aurelio?—Tartamudeo pasando su vista de la hoja de papel al sujeto que por la poca luz que había no sabía quién era, pero estaba casi seguro que esa no era la voz del anciano. Se escuchaba más jovial y viva pero tosca debido al tabaco—, el padre Jerónimo me envió a pedirle su ayuda a su hijo con una plaga de coyotes.—
 
Podía jurar que escucho un gruñido provenir del otro lado del portón, pero no sabía si era animal o humano, ahora volvía a ver el dálmata junto con el danés, quien salió por la puerta abierta, a la espera de una orden de su amo, ambos canes esperaron con las orejas hacia atrás preparados, creía que estaban a solo cinco o seis pasos de él, cuando su amo estaba a casi dos metros, fumando con total tranquilidad a diferencia de él.
 
—¿Día…?—Su voz sonó tan baja que ni el mayor en cuanto a edad pudo escucharle.
 
—¿Disculpe?—
 
—¿Qué día puedo ir sin que estén los chamacos?—Alzo un poco más la voz sacándole un susto al otro por el cambio tan repentino.
 
—Mañana mismo si tiene tiempo…—
 
—Si eso es todo le pido que se marche.—  Y sin esperar respuesta del otro cerró la puerta de su casa con fuerza dejando al otro entre consternado e irritado por el poco tacto que tenía el cazador.
 
Ambos perros desaparecieron junto con su dueño, no tenía sentido seguir allí por lo que casi llegada la noche se marcho con un mal sabor de boca. ¿A caso no sentía respeto por quien era? Recordaba que el anciano era cascarrabias y que con frecuencia solo se comunicaba con gestos, señales y gruñidos con quienes no le agradaban. Es decir: con todos en aquel pueblo era así…
 
¡El dinero!
 
Por el miedo de ser atacado olvido por completo decirle que era voluntario, Jerónimo lo mataría si luego de hacer el trabajo el cazador le exigía una paga, aun se encontraba nervioso de aquella extraña conversación. Lo que todavía no le cavia en la cabeza era la importancia de que ese dichoso hombre se deshiciera de la plaga, que justamente él tenía que hacerlo.
 
El anciano era demasiado recio a dejar que otras personas hicieran un trabajo que él ya había designado a alguien.
 
¿Qué importaba a cual cazador contratase o pidiese ayuda la iglesia? 
 
Casi todos eran unos barbaros que despedazaban a sus presas enfrente quien fuera, ya lo había visto otras veces, ninguno en aquel pueblo tenía algo de tacto por la razón o el sentido común. Y aquel cazador no esperaba que fuera distinto por lo que se aseguraría de llevarse a los hijos de la iglesia lejos de donde se llevaría a cabo la masacre.
 

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