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Encerrado, olvidado por Pandora_Von Christ

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Notas del fanfic:

Disclaimer: nada me pertenece, los personajes pertenecen a George R. R. Martin y la historia a jubah, esta es una traducción.

El original pueden encontrarlo en Ao3 como: Locked, forgotten by jubah.

Personajes/Pairing: Jaime Lannister, Eddard "Ned" Stark.

Notas del capitulo:

Warnings: sutil non-con.

La historia se sitúa durante el último capítulo de Ned en el libro Juego de Tronos.

Encerrado, olvidado por Jubah

_____

 

No supo qué le llevó hasta las mazmorras además del vago deseo de ver a Lord Stark, quien ya no era Mano del Rey, revolcándose en miseria y suciedad. Sin embargo, Jaime nunca había sido bueno en dominar sus impulsos, así que bajó, lámpara en una mano y llave en la otra, paso a paso, el traqueteo de la cota de malla resonando en el silencio a lo lejos hasta que llegó a la celda. Tras la puerta no hubo sorpresas: la débil luz reveló el cabello y la ropa sucia de Ned Stark, rostro hundido, ojos desesperados. Aún no habían pasado cinco días, pero por su aspecto parecía que hubiera pasado un mes —o por el hedor rancio de la celda, acre hasta el punto de hacerle escocer los ojos al primer contacto. Jaime le arrojó el pellejo de vino que había traído, y vio cómo curiosamente Ned salpicaba un poco en su rostro tras beber tragos largos y sedientos. Después observó a Jaime —realmente lo observó, ojos enfocados y frente arrugada. Jaime sonrió.

—De nada, Stark.

Lo que Jaime no había anticipado fue la petulancia que permitía a un prisionero en tal estado de humillación creerse aún por encima de los demás. Bajo la débil luz, los ojos de Stark estaban fríos con un desprecio más cortante que cualquier viento norteño. La fuerza de tal mirada, de alguna manera, cogió a Jaime desprevenido, y vaciló.

¿Qué era esta vergüenza en su pecho? «¿Con qué derecho juzga el lobo al león?». Fiel a su sangre Lannister, la mezquina susceptibilidad de los gustos de Ned Stark había dejado de molestarle hacía mucho tiempo. A su padre no le importó cuando le abrió las puertas de Desembarco del Rey a Robert, y a Cersei no le importó cuando le parió a Jaime un hijo tras otro. Tampoco había sentido vergüenza cuando tomó el blanco, ni cuándo lo conservó; ni siquiera al ver a Robert besando al hijo que era suyo, llamándole «heredero». Pudo haber matado a Robert mil veces, desposado a su hermana —como hicieron los Targaryen— y que alguien se hubiera atrevido a detenerlos. Si no lo había hecho, fue por razones distintas a la preocupación por su reputación, ya que tales cosas nunca podrían ofenderle.

¡Pero Ned Stark! Una mirada gélida de este oprimido norteño le envió años atrás, de regreso a la Sala del Trono. El cadáver de Aerys en el suelo, los ojos de Stark volando entre él y Jaime. Acababa de salvar la ciudad y le había dado la victoria a la preciosa rebelión de Ned, pero parecía que lo que Ned realmente quería no era el trono, sino que Jaime se comportara. Absurdamente, Jaime había recordado a su madre. ¿Se había sentido así cuando Lady Joanna le encontró haciendo algo que no debía? Pero su madre, por lo que podía recordar, nunca había sido tan fría. El violento impulso que florecía en su pecho cuando veía a Ned Stark nunca podría haber sido dirigido a ella.

Esa violencia que sentía ahora lo llevó hacia adelante; impulsivamente, dio un paso hacia el frente y pisó la pierna herida de Stark, con fuerza. El grito de Ned llenó el recinto. Agarró la pierna de Jaime con ambas manos, como un hombre ahogándose. Cuando sus ojos se abrieron de nuevo, había lágrimas y fuego en lugar de hielo. «Mejor», pensó Jaime, mientras su mano izquierda jugueteaba con el cuchillo en su cinturón.

—¿Qué quieres? —gruñó Ned Stark, pero Jaime no estaba seguro de aquello. No había venido a matar a Stark, Cersei lo necesitaba. Tampoco había venido a hablar con él, ya que no tenían nada que decirse. Iba a partir pronto a luchar contra las fuerzas rebeldes lideradas por el hijo de Stark, pero no quería decirle eso. Cersei podría querer que no lo hiciera, y él tampoco había ido a jactarse de ello.

—Echarte un vistazo —respondió Jaime, dándose cuenta de que era cierto y colgando la lámpara en un gancho en la pared. La expresión de Stark volvió a cerrarse lo mejor que pudo, a pesar de sus estremecimientos y del temblor. Jaime retrocedió y le dio espacio, sintiéndose generoso.

—¿Qué? ¿No tienes nada que decirme?

—...

—No importa. Tu estado dice bastante. Ya no eres tan noble, ¿cierto? Si te dejara salir, nadie creería que eres Lord Stark. Lo cual está bien, ya que por lo que tengo entendido, de todos modos, no lo serás por mucho tiempo.

Aún sin respuesta. Jaime se encogió de hombros y suspiró.

—Esperaba que me dijeras que la diferencia entre nobles y campesinos tiene que ver más con el honor que con la ropa, o alguna otra estupidez para niños.

—... Lo sé, Jaime.

Eso lo tomó por sorpresa. «¿Jaime? ¿Desde cuándo soy Jaime?». Se acercó una vez más.

—Crees que sabes mucho, Ned.

—No, lo sé —dijo Stark con un poco de esfuerzo—. Sobre ti y Cersei. Sobre Joffrey y los otros dos. Lo que ustedes dos hicieron... y otras cosas, también. Es por eso que tu hermana me puso aquí.

Jaime no pudo evitar reír. Y rio un poco más cuando vio lo que parecía ser sorpresa y disgusto en el rostro de Ned Stark. Se dobló un poco para tomar una profunda respiración, luego se agachó, con una mano en el hombro de Ned. Eddard se estremeció cuando un poco de escupa aterrizó en su rostro. Las comisuras de su boca se contrajeron de disgusto y dolor. Dioses, ¿cómo podía la misma cosa darle tanta satisfacción y causarle tanta rabia?

—¡Lo hiciste! ¡Le dijiste a Cersei que sabías! Ned Stark, me sorprende que hayas sobrevivido tanto tiempo. —La mano de Jaime en el hombro de Stark reptó hacia arriba, su pulgar enguantado presionándose por todo el duro músculo de su cuello—. ¿Pensaste intimidarla? ¿Todas vuestras mujeres son mansas e insípidas, y esperabas lo mismo de Cersei? —Ned jadeó, y Jaime vio que su pulgar estaba presionándose demasiado, pero no se detuvo. Esto debía ser lo que quería. ¿Estrangular a Ned Stark? ¿Hacerle sufrir? ¿Burlarse de él? ¿Ponerle las manos encima? Stark situó sus manos en el brazo de Jaime, pero su empuje fue tan débil que a Jaime casi le dio lástima. Bajó una rodilla hasta el suelo, y con la otra mano apartó el cabello de Ned hacia un costado, dejando al descubierto su cuello, porque fue fácil. Su pulgar se arrastró por la mandíbula de Ned, luego lentamente hacia el espacio entre sus clavículas. Sintió el pulso allí, rápido y tenso. Sintió a Ned tragar, sintió su aliento rancio acelerándose en jadeos de dolor —por su pierna herida, seguramente—, sintió la mano que no había dejado su brazo. Entonces Ned jadeó más fuerte, bruscamente; cuando Jaime miró hacia abajo, vio una delgada línea roja con una gota de sangre gruesa donde el anillo sobre su dedo enguantado había raspado demasiado fuerte contra su piel. Ahora había un corte allí.

Sin pensarlo, se hundió en su cuello para lamerlo.

Ned se sobresaltó como un caballo asustado, y Jaime perdió el equilibrio. Se arrodilló a tiempo para que Ned le escupiera en el rostro; inmediatamente, el dorso de su mano voló contra la mejilla de Ned y la abofeteó con fuerza. Ira ardía en él, por Stark, por él mismo, por todo el desprecio presuntuoso, por la hipocresía. ¿Con qué derecho juzga el lobo al león?

Sus manos estuvieron en Ned otra vez antes de darse cuenta: una en su cabello, retorciéndose, y la otra en su hombro para mantener el equilibrio mientras su lengua recorría ese lugar nuevamente en su cuello, rancio con sudor y suciedad y ese sabor a hierro de la sangre y «oh, tan diferente del dulce cuello perfumado de Cersei». El pensamiento lo estimuló de alguna manera, tanto como la respiración áspera en su oído o las manos débiles que trataban de apartarlo infructuosamente; una de sus rodillas estaba ahora entre el muslo de Ned, inmovilizándolo pero también presionándose, y demonios esa maldita cota de malla que llevaba puesta, si solo él...

El dolor le hizo gritar y alejarse; instintivamente llevó su mano hasta su oreja. Retiró la mano y vio la mancha oscura de sangre en el guante. Ned Stark casi le había arrancado de un mordisco la maldita oreja.

—Explícale eso a tu hermana —logró gemir Ned Stark y Jaime sintió que su frustración explotaba.

—Le diré que la bestia que tenía tu hijo lo hizo antes de destriparlo.

Ahora la confusión coloreaba el rostro de Stark.

—Mi... ¿Quién...?

—¡Robert Stark, o como sea que se llame! —Tropezó y se levantó sin gracia, lívido y haciendo una mueca de dolor por la sangre que palpitaba en su oído—. Hoy cabalgo para encontrar a ese idiota y aplastar su ejército. Y a esa bestia también, lo juro, Stark. Si estás vivo, te daré de comer estofado de lobo.

—¿Robb...?

—¿Por qué crees que vine aquí en cota de malla? ¿Porque te tengo miedo? Escupió furioso, agarrando la lámpara de la pared—. Ahora me voy a matar a ese hijo tuyo. Será mejor que le reces a tus dioses para que alguien más lo encuentre antes de que yo lo haga. ¡Te garantizo que no se unirá aquí contigo si yo lo atrapo primero!

El rostro de Ned Stark cambió. Ya no era ninguna de las máscaras que Jaime había visto antes; ni hielo, ni desprecio ni cólera, ni disgusto ni orgullo, ni siquiera dolor. En ese momento, era miedo lo que veía.

Ned Stark tenía miedo.

«Bien» pensó Jaime. Pero no estaba sonriendo.

—Espera —dijo Ned Stark con voz ronca, tosiendo y jadeando—. ¿Robb? No puedes tomar Invernalia...

—No tengo que hacerlo. Viene al Sur, Stark. Justo a la guarida del león, como un tonto. —Y luego—: De tal padre, tal hijo.

Cerró la puerta de un golpe. El ruido sonó agudo en su oído herido, y el eco permaneció vivo por más tiempo del que le hubiese gustado. En el silencio de su ascensión, Jaime escupió hacia el suelo y se entretuvo pensando en la violencia que desataría con su visita al chico Stark; en regresar a casa a brazos de Cersei, victorioso y satisfecho; en Ned Stark, despojado de títulos y enviado cojeando al Muro a cenar con violadores y asesinos y con ese ilegítimo hijo suyo. Pero incluso mientras salía del edificio y entraba a la superficie iluminada por el sol, su mente volvió a visitar el vientre oscuro de la mazmorra, y lo que había dejado allí, encerrado y olvidado.

Escupió otra vez, pero fue inútil. El sabor del hierro permaneció en su boca.

FIN.

Notas finales:

Espero que les haya gustado... Yo quería sexo con odio, pero bueno, cuando no se puede no se puede y me contento con cualquier cosa que me den que sea con ellos dos.

Gracias por leer.

¡Saludos!


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