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Fluyen mis lágrimas por chibibeast

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Notas del fanfic:

Hola, muy buen clima, querido lector.


Hace meses que no escribía y tenía abandonada esta cuenta, por suerte, mi linda -kai-chan- organizó una actividad en un grupo de facebook y me uní a la causa, junto a otras autoras.


La temática y las advertencias son a decisión del autor, pues, aquí está mi respuesta ;)


WATTPAD

Notas del capitulo:

Aclaraciones de palabras japonesas usadas en este OS: 1) Okiya= es el albergue que da alojamiento a una maiko o geisha mientras dura su nenki, o contrato. 2)Maiko = aprendiz de geisha. 3)Usé dos veces los signos de interrogación y admiración de esta manera: ¿Qué!, según las reglas ortografícas, esto está bien. 4)Sanshin = Literalmente "tres cuerdas", es un instrumento musical de Okinawa, precursor del shamisen japonés. Parecido a un laúd, consiste en un cuerpo cubierto de piel de serpiente, mango y tres cuerdas.


Es mejor saber esto, antes de leer.


¡ADELANTE!

Era una tarde fría, las ligeras ráfagas de viento y las nubes grises cerraban el vasto cielo, anunciando una pronta lluvia, que, probablemente, sería una tormenta. La gente recorría las calles buscando refugio, ya sea dentro de las tiendas o acelerando el paso para llegar a sus hogares antes de que empezara el aguacero; otros, caminaban tan campantes, como si hubiese una capa invisible que los cubría y los mantenía secos. Luego, estaba este joven, que corría por las calles, no para protegerse de la lluvia, ese era el menor de sus problemas, sino para cumplir con su misión.

Akira Suzuki, era un joven de 21 años de edad, no tenía un trabajo fijo o un local propio para vender productos, él cumplía cualquier favor que le fuese solicitado y, principalmente, remunerado. Aceptaba hasta el más loco de los favores, si eso significaba tener las monedas suficientes para comprar comida y no oír a su estómago gruñir, aunque fuese durante un par de horas. Había solicitudes que se negaba rotundamente a aceptar, como: matar o de índole sexual; prefería morir de hambre, antes que arrebatar una vida o ceder su cuerpo a personas desvergonzadas.

Su misión —a como él lo llamaba— ese día, era trasladar una caja de madera un poco más grande que sus dos manos juntas, era pesada y ancha, la tapa estaba sellada, no podía curiosear el interior sin romper el sello, prefería evitar arriesgarse a que le dieran una paliza por cometer tal falta de respeto a la privacidad de los ajena. Su imaginación era bastante activa y creativa. ¿Qué tal, si llevaba un cadáver, sin darse cuenta? Imposible, la caja era muy pequeña… ¿Podría ser un arma? No. Llegó a la conclusión de que estaba imaginando tonterías, porque el lugar al que se dirigía no permitía este tipo de cosas. Lo probable es que fuese un ornamento para el vestuario de una mujer, como una horquilla o una peineta.

Arribó a la okiya, justo a tiempo, el cielo rugía advertencias a quienes continuaban en las calles. Una mujer de avanzada edad y ataviada en un colorido kimono, esperaba al pie de la puerta principal de la casona. Una disculpa fue lo primero que escapó de sus labios al estar bajo la penetrante mirada de la mujer, ella no mencionó palabra alguna, ni siquiera cuando Akira le extendió la caja, ella la tomó y procedió a retirar el sello para revisar el contenido. Estaba en lo correcto, eran horquillas de colores pálidos (rosa, amarillo, azul) y, otras, de un rojo brillante. Las maikos se verían hermosas con sus cabellos adornados. Con un movimiento agraciado, la fina mano se movió, para dejar caen unas cuántas monedas en las palmas extendidas de Akira. Habiéndose asegurado que todo estuviese en excelente condición, la mujer ingresó a la casona.

Si esas personas eran amables o no, carecía de importancia. Él no hacía esto por placer, no le interesaban los agradecimientos vacíos, le interesaba saciar su necesidad más primitiva: el hambre.

Corrió, esta vez, en dirección contraria. La noche ya había caído y la lluvia se hizo presente a los minutos. Encontró refugio bajo el techo que sobresalía de una de las casas, miraba las gotas acumularse en el suelo, creando charcos y suavizando la tierra, convirtiéndola en lodo, que salpicaba de suciedad sus pies; notó la abertura en su pecho que dejaba al descubierto el yukata, la mantuvo cerrada con ambas manos, en un vago intento de cubrirse del frío. El sonido de la lluvia y el paisaje borroso gracias a esta, le hicieron entrar en un estado de transe, varios recuerdos de su infancia se reprodujeron en ese lapso de tiempo.

 

 

 

|*|*|*|*|

 

 

 

Durante su niñez, tuvo pocas cosas materiales, sus padres trabajaban duro para cubrir las necesidades básicas en su hogar. No sabía lo que hacían, realmente, para conseguir comida o telas para cubrir sus cuerpos. Cada vez que preguntaba, era ignorado o su madre lo llevaba hacia otro rincón de la pequeña casa y procedía a contarle historias de los dioses que protegían las tierras en las que vivían. Conforme fue creciendo, la curiosidad aumentaba. Tenía prohibido salir de la casa, si sus padres estaban ausentes para vigilarle, eso era algo que tenía en común con los otros niños; no entendía por qué, él sólo obedecía, temía ser castigado.

Le llevo tiempo comprender la razón de que estuviese restringido realizar varias de las actividades que a él le gustaban. Aquel lugar en el que vivía —cuyo nombre hubo sido borrado de su memoria— se encontraba bajo el yugo de un nuevo daimyō y su ejército, quienes derrotaron a los samuráis que antes regían el pueblo, todo ser vivo que estuviera cien kilómetros a la redonda, debía servir a los nuevos dominantes.

Una mañana, escuchó las risas de los niños con los que solía jugar, asomó la cabeza por la ventana medio cubierta por un trozo de tela roído, ellos corrían y gritaban, agitando ramas que simulaban ser katanas y lanzaban hojas secas en ‘celebración’ de la victoria. Akira, también, quería jugar, pero estaba solo y sus padres tardarían horas en regresar. Su mente infantil sopesó las consecuencias que el salir sin permiso podría conllevar, decidió que cualquier golpe dado como castigo no sería comparado al total de diversión que tendría afuera de esas aburridas paredes.

Abrió la débil puerta corrediza, salió dudoso, la cerró con cuidado y se unió al juego antes de que los pequeños se alejaran.

Todo fue risas e inocencia… La ingenuidad en su máximo esplendor. Las quejas de los adultos eran incapaces de detener su diversión.

Hasta que…

Un cuerpecito de 8 años cayó al suelo, sangre borboteaba de la herida causada por una flecha, cuyas plumas color verde delataban que pertenecía al clan de samuráis que regía. El ruido se detuvo, la respiración quedó atrapada en los pulmones, los corazones latían desbocados y el miedo paralizó sus cuerpos.

Después de procesar la situación, los niños salieron del estupor e intentaron huir, pero fueron rodeados por cuatro caballos y amenazados por flechas apuntando a sus cabezas. Ninguno entendía qué sucedía, más allá de que estaban metidos en un gran problema.

Llanto, era lo único que llenaba los oídos y los ojos de Akira, lloraban, pedían disculpas por cualquiera fuese el daño que hubiesen causado. Nadie intervenía por ellos, de hecho, las calles quedaron vacías al momento que los galopes se dejaron oír.

 

 

-/-/-/-

 

 

Esa misma noche, se encontraba siendo abrazado, fuertemente, entre los brazos de su madre, quien sentada en el suelo le obligó a ocultar el rostro contra su pecho, mientras le daba la espalda a lo que sea estuviese ocurriendo con su padre. Podía escuchar las voces de los mismos hombres que les capturaron, esa tarde. Hablaban de algo que él no lograba entender.

A su izquierda, las demás madres estaban en la misma posición que la suya, protegiendo a sus hijos de lo que sea sucediera. Todas estaban nerviosas, sollozantes, temblantes… sumamente, aterradas. Unas, mantenían los párpados cerrados, tratando de evadir la realidad. Otras, mantenían los párpados abiertos, reflejando el horror que se anidaba en sus mentes.

El primer grito, lo sintió como si sus tímpanos reventaran. Su cuerpo se tensó, el aliento fue cortado, cuando su madre le apresó con demasiada fuerza, quiso apartarse, mas, le fue impedido. “No te muevas.” Susurró, la voz de la mujer sonaba entrecortada, sus labios más pálidos de lo normal y el labio inferior era mordido, como una manera de ocultar lo que sentía. Luego, un grito tras otro se oía durante el forcejeo de los hombres, insultos, golpes y cuerpos siendo lanzados al suelo como basura.

“¡Te amo, Akira! Nada de esto es tu culpa, nunca lo olvides. Eres mi hijo, te amo.”   

Fue lo que alcanzó a oír, las últimas palabras que escuchó de su madre, quedando grabadas en su memoria, antes de que los gritos de las mujeres y niños fuesen extintos por el filo de las espadas atravesando sus pechos y abdómenes, asegurándose de arrebatarles la vida. Inclemente, observó a la muerte, una, dos, tres, cuatro, … cinco veces, reírse, pararse sobre los cadáveres sangrantes y humillarlos como sólo la escoria sabía hacer. Las espadas entraban por la espalda de las progenitoras, atravesando sus órganos hasta salir por el frente, repitiendo el exacto proceso con los hijos. La visión de Akira se tornó oscura, la temible oscuridad y el vacío ocuparon su ser.

Sin conocimiento del tiempo transcurrido, Akira, despertó. Lo primero que pudo distinguir, al haberse aclarado su visión, fue el vaivén de las hojas de los árboles; sus oídos captaron el rozar de estas, gracias al soplido del viento.

“Están muertos.” Pensó. “Yo estoy vivo, ¿Por qué?... ¿Por qué estoy vivo! ¿Por qué sólo yo!”

Las lágrimas se deslizaban a sus sienes, perdiéndose entre los ébanos cabellos. Lloró casi con la misma intensidad y angustia que hacía horas. Su vida no corría peligro, al menos ahora. Se movió debajo del cadáver de quien una vez llamó mamá, giró sobre su eje, tirando hacia el lado contrario los restos. Apenas podía estar de pie, el miedo todavía prevalecía en él. Ninguna herida —aparte de las que le hicieron cuando los acorralaron— era visible o que pudiese decirse que era de gravedad.

La respuesta a sus preguntas se encontraba escondidas dentro del kimono desgastado y teñido de carmesí, Akiko Suzuki siempre llevaba consigo un grueso diario de hojas rugosas. Le costó entender, pero lo logró: Akiko usó el diario como sustituto para que la espada le atravesara, en vez de a Akira, y movió al antedicho hacia el lado contrario, cuando identificó la dirección del ataque, al mismo tiempo que le impedía la respiración, desmayándole. Su corazón se estrujó, tan amado era… tanto amor había muerto. Volteó hacia el cadáver de su padre, Mamoru Suzuki, cayó sentado al suelo ante la impresión. Cientos, si no miles, de insectos le devoraban. Apartó la mirada, vomitó sus entrañas, las lágrimas no dejaban de caer.

 

 

 

|*|*|*|*|

 

 

 

Trece años transcurrieron desde aquel horrible acontecimiento. Ya había olvidado los rostros y las voces de su pasado, olvidó el calor de la familia, las caricias provenientes de un par de suaves manos, la seguridad de un regazo que le acurrucaba y las bromas que le hacían retorcerse de la risa.

El eco de “No es tu culpa.” resonaba, haciéndole sentir lo contrario.

Cayó una gota tras otras en su mejilla, sacándole de sus pensamientos, distrayéndole del pasado. Estaba de pie, justo debajo de una ranura del techo, la cual, el agua traspasaba por poco.

Levantó la mirada, quería ver el cielo gris, pero no alcanzó a hacerlo… sus ojos diferenciaron una figura cercándose, a paso lento, tal si fuese una tarde-noche con brisa cálida, en vez de un aguacero torrencial. La curiosidad le llevó a observarle cuánto detalle le permitía ver la densa cortina de agua. Empezó desde los pies, las getas no eran visibles, ya que el lodo las cubría; traía puesto un kimono de colores oscuros (azul y verde), seguramente, se vería precioso, si no estuviese mugriento; su rostro y cabeza eran ocultos por un sombrero de paja, muy bien armado, si todavía resistía el empuje del agua desde dónde sea que esa persona viniera.

Era una figura alta, delgada, estaba seguro que tendría un rostro bonito. Parecía un ser etéreo, su piel blanquecina y paso sereno le hicieron imaginar que se trataba de un… espíritu. Un espíritu que le robó el aliento. Le siguió muy atento hasta que, a los minutos, desapareció entre la espesura del bosque.

Akira suspiró, aun asombrado, eso era algo que no se veía a diario. Esperó paciente a que las nubes hicieran una pausa de su descarga y corrió veloz a refugiarse en aquel lugar que consideraba su hogar.

 

 

 

~*~*~*~

 

 

 

Pasaba los días recorriendo lo largo y ancho del pueblo, entregando paquetes o mensajes a cambio de monedas, las suficientes para comprar lo que necesitara.

Tenía años realizando este tipo de trabajo, nació como una idea absurda que no creyó que funcionara, gracias a cualquier ente divino al que alguna vez le oró, su esfuerzo dio frutos. Siempre veía a hombres montando a caballo, cargando consigo grandes paquetes, enviados de un pueblo a otro, quizás, más lejanos de lo que imaginaba. Así que, se le ocurrió hacerlo a menor escala, con pago reducido a comparación y con mayor amabilidad. Era una persona humilde, con mucho valor. A veces, hacía las entregas gratis, cuando eran ancianos o personas con algún impedimento.

Sentado, descansaba tranquilo, admirando el vaivén de la multitud, el ajetreo de los negocios aledaños, mientras gozaba de un platillo de dangos que aceptó como pago de parte de su más reciente cliente. No tenía un local definitivo, al cual pudiesen llegar a pedir sus servicios, simplemente, podía ser encontrado paseando en las calles. Tomó un sorbo del té que venía acompañando a los dangos, sabía delicioso.

Después de aquella tarde-noche, no había vuelto a toparse con el espíritu, eso mantenía su ánimo decaído. Creía que, tal vez, fue un invento de su angustiado cerebro, como una advertencia para hacerle saber que la realidad podría distorsionarse en un momento de debilidad. Decidió dejarlo de lado, no procurar buscarlo, mas, le era difícil, tenía esa imagen muy fresca. 

Estaba a punto de retomar el paseo, cuando las notas agudas de un instrumento de cuerdas alcanzaron sus oídos. Curioso, caminó siguiendo el sonido, encontrándose con un tumulto de gente, rodeando a alguien sentado en una plataforma baja, casi al ras de la tierra.

Sus piernas dobladas en seiza, la espalda erguida, la barbilla en alto… tenía una postura elegante. En su regazo, reposaba un instrumento que no conocía, aunque no era como si él fuese experto en ello. Los dedos de la mano izquierda se ubicaban en la parte superior del mástil, entre intervalos, dos dedos presionaban las cuerdas, luego, se unían los tres restantes. En la mano derecha, sostenía un trozo de madera, con el que se producía la triste melodía en las cuerdas. No cantaba, era innecesario, a su parecer, bastaba con verle y escucharle tocar para saber que la melodía contenía el significado de palabras silenciosas, versos que guardaban dolor y heridas abiertas, heridas que ya no sangraban, tampoco cicatrizaban.

La cabellera negra era recogida en un ordenado moño sobresaliente en la parte posterior de la cabeza. Los párpados cerrados le daban un aire sobrio y majestuoso. El kimono negro con estampados azules contrastaba con la blanca piel, tanto que la luz del sol se asemejaba a un halo brillando a su alrededor. Era la mujer más bella que había visto. No tuvo tiempo de sentirse avergonzado de sus propias fachas, porque la canción hizo emerger en él las emociones que guardó durante todos estos años, fue transportado al pasado, después de la muerte de su familia; la adolescencia llena de pesadillas, culpas, los llamados a sus familiares fallecidos, el deseo de la muerte y la cobardía para hacerle frente. Ahora, en la adultez, continuaba sintiéndose igual, con la diferencia de que ya no deseaba la muerte, anhelaba la vida para honrar el apellido bajo el que nació.

Las notas disminuían el volumen y aumentaban al cambiar la posición de los dedos, sus emociones eran arrastradas según la cadencia.

La última nota, liberó su primera lágrima, a la cual, le siguieron más.

Los párpados de la hermosa mujer se abrieron, lentamente, revelando completas cada una de las facciones. La forma de sus ojos rasgados y el ángulo de sus cejas le daban una expresión que encajaba perfecto con el ambiente, dicha expresión se acentuó al posar su mirada en Akira. La gente empezó a dispersarse, de no ser así, ella no le hubiese encontrado en tal lamentable estado.

Presuroso, secó con las mangas del yukata las mojadas mejillas, ahora, rojizas por haberlas frotado con brusquedad.

Notó la ligera sonrisa dirigida hacia él, avergonzado, apartó la cara, al instante, regresó a la posición de antes porque consideró que su gesto fue de mala educación y no quería hacer sentir insultada a la señorita. Estuvo a punto de perder el equilibrio, la señorita se acercó a Akira, esto le tomó desprevenido, pero ella misma se encargó de sostenerlo en pie al haberle sujetado de la cintura.

—¿En qué…? ¿Cómo llegó tan rápido? —Una distancia de cuatro metros, aproximadamente, les separaba.

Ella hizo un gesto, poniendo el dedo índice sobre sus labios color cereza. Akira obedeció, tragó saliva, sentía la boca seca. Fue liberado del agarre y con un nuevo gesto, la señorita se despidió. Guardó el extraño instrumento dentro de una funda color café y se adentró a las sombras del bosque cercano.

Hipnotizado, Akira le siguió, aunque nadie le dijo que lo hiciera ni le dio permiso.

Se escondió tras los arbustos, al haberle ubicado a orillas del lago. En ese instante, estaban ellos dos solos.

Utilizó una piedra para apoyar la funda, junto a un sombrero de paja, se acercó un poco más al lago, estuvo unos minutos sin hacer nada… De repente, deshizo el moño que ataba la cabellera, la peineta fue lanzada al suelo. Los cabellos negros caían en cascada, formando un manto nocturno, rozando la línea de la cintura. El obi fue desatado y puesto encima de la piedra, semejante a las capas de tela que constituían el kimono.

Akira observó maravillado la figura alta, delgada y estilizada que poseía. Sin embargo, notó algo disonante: la silueta no era delicada o lucía frágil, como se suponía debía ser el cuerpo de una mujer. Las caderas eran estrechas, no anchas; al contrario de los hombros, cuya anchura era comparable a la de…

—¡Eres un hombre! —Gritó de la sorpresa, revelando su escondite.

—No dije lo contrario. —Esa voz, era masculina, casi tan grave como la de Akira.

—¡Guardaste silencio, ni una palabra salió de tu boca! —Insistió.

—No vi la necesidad de hablar. Yo, estaba practicando con mi sanshin, en un estado de calma absoluta, ustedes perturbaron mi paz. —El silencio les rodeó. Akira estaba demasiado azorado para siquiera disculparse. —Además, no soy el único que viste así, debido a razones que no le incumben a un mocoso inmaduro como tú.

Avanzó, adentrándose a las aguas hasta que estas cubrían a dura penas sus genitales. Durante la conversación, no volteó a ver al acosador indignado, creyó se marcharía ante su indiferencia. Dio la vuelta para cerciorarse de que así fuese. Cuán equivocado estaba. El mocoso continuaba ahí, observándole fijo, provocándole una combinación de halago e incomodidad. Se agachó, sumergiéndose completo, aprovechó para eliminar el maquillaje, quizás, cuando emergiera, el mocoso habría desaparecido. Dos errores, estaba comenzando a hartarse.

—¡Eras tú! ¡Tú eres el espíritu! —De nuevo, gritó. En esta ocasión, apuntaba al sombrero de paja que siempre cargaba.

—Que yo sepa, estoy vivo.

—Bueno, no un espíritu real, quiero decir… hace unos días, llovió muy fuerte, no había nadie en la calle, excepto yo. —Relató dudoso. —De la nada, alguien apareció, llevaba puesto un kimono azul con estampados verdes y un sombrero de paja le tapaba la cara. Sospecho de ti, porque las mujeres y ancianas de este pueblo no usan este tipo de ‘accesorio’, son demasiado vanidosas, en especial las geishas y las maikos.

—Vaya. Me dejaste sin palabras, mocoso. —Era increíble que con escasas pistas haya resuelto el ¿misterio? —Independiente de lo que digas o de lo emocionado que estés, no entiendo por qué sigues aquí.

—Es que… me viste llorar, no quiero que le digas a nadie.

—¿A quién le importaría el llanto de un desconocido?

—Tienes razón, a nadie le importo. —Con los ánimos abatidos, decide retirarse. —Tenga un excelente baño, señor. —Hizo una corta reverencia, señal de respeto, antes de marcharse.

—Espera. —Ordenó. Vaya, un sujeto como él sintiendo lástima por un chico. Um, se sentía responsable de ser quien le hiciera llorar hace unos minutos. —¿Tu nombre?

—Akira Suzuki. —Detuvo su andar y volvió sobre sus pasos, esta vez, sus pies rozaban la orilla del lago.

—¿Edad?

—21 años. ¿Para qué quieres saber eso?

—Curiosidad. —Volvió a sumergirse, flotando más adentro.

—¿Cuál es tu nombre? ¿Qué edad tienes? Parecemos de la misma edad. —También, estaba curioso. Era una persona nueva, un posible mundo a explorar, … “Un amigo, por favor.

—Kouyou Takashima. 21 años. Vestir de mujer ayuda en mi trabajo. Es lo que debes saber, no necesitas más.

—Eres muy reservado para ser tan joven.

—Tú tienes alegría de la juventud, eso basta.

—La alegría, ¿eh? —Murmuró Akira para sí. Feliz, no era el término correcto para describirle. Hacía una década dejó de ser feliz. Tomó una bocanada de aire, no seguiría lamentándose. —¿Puedo entrar?

—Pues, el lago es amplio y no yo no soy su dueño. ¡Adelante!

Quitó su yukata, la tiró sin ver a dónde, sus getas tuvieron el mismo destino. Nadó hacia Takashima, le sonrió, sonrió de verdad.

»—Eres raro.

—Gracias, tú también. —Rió ante la expresión de desconcierto.

—No era un cumplido, tonto. —Takashima juntó ambas manos, dejando un hueco en medio para llenarlo de agua y lanzársela a Akira.

—¡Oye!

Dieron inicio a una guerra de agua. Se zambullían el uno al otro, retándose a aguantar la respiración, forcejeaban para medir sus fuerzas, resbalaban debido al roce sus pieles húmedas. El vientre de Akira cosquilleaba, se preguntaba si Kouyou sentía igual.

Terminaron exhaustos, flotando lado a lado, en calma, viendo las nubes pasar en el vasto cielo.

—Creo que es hora de irme. —Kouyou anunció, mas, permaneció quieto.

—¿En qué hostal te quedas? Te acompañaré.

—Me iré del pueblo, Akira.

—Hace apenas unas horas nos hemos conocido, no puedes irte así nada más.

Kouyou Takashima, nadó a la orilla y vistió su ropa, de nuevo. Akira, le seguía de cerca.

—No nos conocemos, Akira. Estuvimos haciendo travesuras infantiles, pero ya es hora de regresar a ser adultos.

—Conozcámonos… ¡Quiero conocerte, Kouyou Takashima! —Le abrazó del torso, se negaba a permitirle ir. —Al tú real, a quien se oculta bajo el maquillaje y la ropa femenina.

—Yo también quiero conocerte, Akira Suzuki. Quiero saber la razón de tu llanto… Eliminar aquello que te ha lastimado tanto. —Abrazó al muchacho, le fue imposible evitarlo. Tardó años construyendo una muralla para protegerse y este tonto, no la destruyó, sino que en sólo estas horas se atrevió a crear una puerta y proceder a entrar. No poseía tanta indiferencia u odio, como decía poseer.

Eres débil.”, Te equivocas, siempre has estado equivocado. Deseó poder decirlo de frente a aquel sujeto.

—Quédate conmigo hoy. Háblame de ti.

 

 

 

|*|*|*|*|

 

 

 

Durante el camino a casa de Akira, guardaron silencio.

El anochecer se acercaba, la temperatura descendía, sus pieles húmedas resentían la brisa nocturna.

A lo lejos, identificaron la solitaria vivienda a las afueras del pueblo, era sencilla, la madera envejecida le daba un aspecto de abandono, a excepción de la puerta y las ventanas, la madera contrastaba con el resto; era de suponer que fueron agregadas hace poco.

Akira abrió la puerta corrediza, dándole paso a Kouyou.

—No tengo muchas pertenencias. —Dijo, tímido. —Disculpa, si estás acostumbrado a ver más muebles o a un espacio más amplio.

—Las disculpas son innecesarias, he estado en lugares en los que ni un futón ha habido.

La respuesta de Takashima le hizo querer preguntar en qué clase de lugares había estado.

—¿Tienes hambre? Prepararé comida. —Se dirigió a un cántaro, ubicado en un rincón, luego tomó una olla abollada y vertió líquido en ella. Encendió el fogón, ubicado a un costado de una pared y puso la olla a hervir sobre una base de madera.

El silencio se apoderó del ambiente, de nuevo. Akira agregaba ingredientes a la olla, mientras Kouyou permanecía sentado al otro extremo, observando atento cada movimiento, el instrumento que llevaba consigo yacía a su lado, resguardo dentro la funda.   

Los minutos pasaron, la comida fue servida en dos tazas, era sopa de verduras. A pesar de que el contenido era algo escaso, el sabor era agradable.

—Cocinas muy bien.

El halago hizo sonreír al dueño de la casa, quien agradeció y siguiendo comiendo alegre.

—¿Tu familia te está esperando? No quisiera ser grosero con ellos reteniéndote aquí. —El pensar que la esposa de este muchacho estuviese sola por culpa suya, le hacía retorcer el estómago. Un hombre no debía hacer esperar a su pareja, especialmente durante la noche. —Debe estar preocupada por ti. Perdón, cumpliste mi capricho y eso podría traerte inconvenientes.

—¿Qué te hace pensar que estoy casado? —La taza vacía fue puesta en el piso, cerca de sus rodillas. Akira no supo responder. —Estoy atado a ninguna persona. Es mi elección permanecer solo. Mi trabajo… —Mordió su labio inferior para evitar mencionar lo que no debía.

—Bueno, yo… sólo lo asumí sin pensarlo, ¡Perdón! —Puso ambas manos en su cadera y agachó la cabeza. —¡Es cierto! ¿Qué es lo que haces? —Se enderezó su postura y acercó más a su invitado, un metro de distancia separaba sus rodillas. —Yo hago servicios parecido a los mensajeros del daimyō, a menor escala, claro, y con pago mínimo. —Se encogió de hombros, restando peso. —Cualquier objeto o mensaje que quieras enviar, ¡yo puedo hacerlo por ti! —Se apuntó con el pulgar y sonrió, exageradamente, confiado en lo que dijo.

—Apuesto a que eres muy bueno en ello.

—Tú también has de serlo en lo que haces. —Quiso devolver el halago, pero no obtuvo la reacción esperada. —¿Kouyou? —Le llamó, sacándole del aparente ensimismamiento.

Pasó por alto el hecho de que le llamara por el primer nombre.

—Akira, hay algo que tienes que saber, si de verdad piensas permitirme pasar la noche aquí. —La seriedad y expresión facial inescrutable con la que hablaba robó las palabras del aludido. —Soy un mercenario, asesino a gente a cambio de dinero… Si hay alguien a quien quieras matar, yo puedo hacerlo por ti. —Parafraseó lo dicho, anteriormente, adaptándolo de manera sombría.

Un jadeó de susto escapó de la boca de Suzuki. —Tú…

—Las mujeres me contratan cuando descubren las infidelidades de sus esposos, ya sea para matar al hombre o a la amante. Dependiendo del número de personas que asesine y de la economía del contratante, el pago es cuantioso. A veces, hago un tipo diferente de… actividades.

—¿Cuándo…? —Tenía la boca seca, no sabía cómo sentirse al respecto. Dio entrada a un asesino a su hogar. —¿Cuándo iniciaste a ...?

—Desde que soy consciente, mis manos están manchadas de rojo. —Enrolló los dedos a sus palmas, formando puños, ocultándolas a la vista.

—Está bien, Kouyou. —Dijo, acercándose más, pegando sus rodillas a las de su acompañante. Agarró las manos en las propias y les dio un suave apretón. —En estos tiempos, es común. Hay muchos allá afuera que matan sólo para reírse del dolor ajeno. Puedo ver en ti que estás arrepentido, aunque desconozco la razón exacta, si quieres contármelo, te escucharé, si es lo contrario, dejaré de insistir.

Devolvió el apretón, decidido a decirle a este muchacho que estaba dispuesto a escucharle. Era la primera vez que sus palabras no caerían en oídos sordos.

—Hay más. —Soltó el agarre. Dio la vuelta, dando la espalda. —Mi sanshin no es lo único que guardo en esta funda. —Del interior, saco una katana, envuelta en tela de seda a modo de camuflaje. Desajustó el obi del kimono, aflojando el cuello de este y descubriendo la parte de sus omóplatos, levantó los brazos encima de su cabeza y quitó la vaina hasta la mitad. Tanto en la línea de su columna vertebral como en la hoja de la katana, había grabados un conjunto de kanjis… ilegibles. —Pertenezco a un grupo de mercenarios, cuyo identificador es esta marca que ves. La verdad, nunca he sabido el significado; sólo el líder y los subordinados más antiguos conocen el significado de cada trazo. Es el recordatorio de que le ‘pertenecemos’.

—¿Cómo escribieron en tu espalda? ¿Por qué te hicieron esto? —La voz de Akira se oía quebradiza, no podía creer lo que sus ojos veían.

—Con hierro al rojo vivo. Me arrojaron al suelo y cuatro personas sostuvieron cada una de mis extremidades, el líder tenía una varilla con los kanjis formados al final, la presionó contra miel y la sostuvo ahí lo que me pareció una eternidad. No soporté el dolor, movía el torso, queriendo librarme, pero sólo logré que la varilla resbalara hacia aun lado, aumentando mi agonía.

—Es la razón de que se vea ilegible.

—Supongo, jamás lo he visto. —Cerró la vaina y bajó los brazos. — Llegué a él porque… mis padres me vendieron. —Un nuevo jadeo se oyó. —Me dieron como ofrenda a cambio de sus vidas, según dijeron “Un muerto no te sirve, contrario a un vivo, uno tan lindo como mi hija, te dará placer.”. Yo tenía seis años, ni se molestaron en comprobar mi género, siempre he sido de facciones femeninas. El líder me llevó consigo y ordenó la ejecución de mis padres. Debido a ellos tengo esta vida, los odio y espero que ardan en el infierno. Cuando descubrieron la verdad, el líder decidió aprovechar la oportunidad, me usó para embaucar a muchos hombres idiotas y conseguir bienes valiosos. Huir de él es imposible, créeme, lo intentado.

—Kouyou. —Susurró el nombre con pesar. El mencionado continuaba sin voltear, entonces, Akira se lanzó a abrazarle, pasó lo brazos por la cintura y apoyó la frente en la nuca expuesta. —Mis padres y otras personas murieron frente a mí, he pensado en el suicidio, pero soy cobarde. Heme aquí, existiendo en este mundo, llevando una vida vacía.

—Estoy seguro que sus muertes no son tu culpa, Akira.

—Tú vales mil veces más de lo que te han hecho creer. Eres un ser humano digno, Kouyou.

Esa noche, las almas de Akira Suzuki y Kouyou Takashima se conocieron, rieron, lloraron y lamieron sus heridas.

Al día siguiente, tuvieron que separarse. Se despidieron con un abrazo, que duró más de lo normal.

—Antes de irte, ¿podrías responder una duda que me está carcomiendo? —Preguntó el dueño de la casa. Un asentimiento por parte del otro le indicó preguntara lo que quisiera. —Esa canción que tocas en tu… instrumento, ¿tiene letra?

—Oh, en realidad, no lo sé. —Contestó confuso. —Estuve unos meses viviendo en una okiya, aprendiendo modales, este sanshin fue el regalo de una geisha, ella solía tocar uno igual y yo iba a escucharla en cada oportunidad que se me presentaba. Ella me dio este —Tomó el sanshin y acarició la caja. —, también, me enseñó a producir música, en vez de ruido. —Rió recordando un buen momento. —El título de mi canción favorita es “Nada sōsō”, porque cada que la toco, mi alma baila, danza en medio de mis recuerdos buenos y malos.

—Es mi favorita, también. Me hizo llorar, ayer.

–Lo sé. —Llevó la mano que acariciaba el sanshin hacia la cabeza de Akira y arregló los cabellos alborotados. —De los presentes, mis sentimientos te alcanzaron y me hace feliz que hayas sido tú. —Pasó el pulgar por la mejilla sonrosada, lo arrastró hacia la barbilla, dibujó el borde del labio inferior.

—Ko…

—Adiós, Akira. Si destino lo desea, nos volveremos a encontrar. La próxima vez, “Nada sōsō” tendrá letra, dedicada a ti.

Aquella sonrisa sincera y cálida, quedó cincelada en su corazón.

 

 

 

 

 

|*|*|*|*|

 

 

 

 

 

Tardó una semana para que el destino decidiera que sí, sí podrían reencontrarse.

El líder de los mercenarios le consiguió un cliente originario del mismo pueblo en el que había estado antes… ¡No podía creer su buena suerte!

Se encariñó tan rápido con ese muchacho, ansiaba regresar a él, pero no encontraba la manera de hacerlo sin que le atraparan y le castigaran.

Ahora, deseaba con cada gramo de su ser nunca haberse ido.

A caballo, galopó un día entero, emocionado. Le permitieron vestir como varón, necesitaban sus habilidades con la espada, no sus encantos seductores. ¡Era lo mejor!

A la distancia, distinguió el pueblo, tenía que atravesarlo para llegar a la casa de ese muchacho especial.

Sus ánimos decayeron, en cuanto pisó la entrada. Creyó haberse dirigido en la dirección errada, ahí no había gente y las casas estaban destrozadas, todo era ruinas. Siguió avanzando, quizá, hubiese alguien que necesitara ayuda o encontrase algo de valor. Cada paso dado, algo se retorcía en su interior. Se sentía extraño, las riendas del caballo eran apretadas en sus palmas, lastimándolas.

Miraba en todas direcciones, buscando alguna señal que le indicara qué había sucedido y si no se había equivocado de localidad. Cabalgó más adentro, ya casi atravesaba todo el terreno, debería dar la vuelta e irse, pero Akira vivía a las afueras y no se iría sin antes comprobarlo.

El miedo le embargó al ver aquella casita que le acogió dentro de sus cuatro paredes, destruida. Dos paredes continuaban en pie, el techo fue derribado y salían hilillos de humo, igual que del resto de casas en el camino. Desmontó del caballo y corrió veloz a revisar el interior. Gritaba el nombre del chico, sin respuesta. Levantaba escombro tras escombro, no había señales de vida o siquiera algún… residuo.

Los latidos desbocados de su corazón le hacían doler el pecho, las manos le temblaban y le faltaba el aliento. Gritó el nombre al máximo volumen que su garganta le permitió, soltando un sollozo al final. Rendido, llamó al cuadrúpedo, en el lomo, cargaba la ya conocida funda, el sanshin y la katana.

Estaba ajustando las riendas para tomar impulso y subir al lomo, cuando un ruido en los arbustos captó su atención. Desenvainó la katana y se aproximó cauteloso. Otra vez, el ruido, eran quejidos, quejidos humanos. Se apresuró en apartar las hojas y atravesar el arbusto.

Era imposible creer lo que ocurría frente a él. Akira estaba tirado en la suciedad, ahogándose en su propia sangre, la ropa rasgada y chamuscada.

—Akira… —Repetía, dudaba de tocarlo o no, abandonarle en esa condición era lo peor.

—Kou… —Tosió un coágulo de sangre. —you. Regresaste.

—Lo hice. El destino así lo quiso. —Se arrodilló a un costado, con delicadeza apartó los enmarañados mechones del herido.

—Vistes yukata, luces genial. —Hablaba dificultoso.

—Gracias. Ahora, me conoces completo. —Akira sonrió, las comisuras de su boca se elevaron, a pesar de la gravedad de las lesiones. El alma de Kouyou sufría al pasar de los segundos.

—Sí. —Las pupilas de Akira no estaban centradas en él, sus sentidos desaparecían.

—¿Sabes? Cumplí mi promesa, escribí la letra para “Nada sōsō”, te encantará. Eres mi inspiración, Aki. Pensé en un alías para avergonzarte, pero no pude, así que sólo reduje tu nombre. —Limpió las lágrimas que emergían desoladas. Se puso en pie para conseguir el instrumento, atento al movimiento irregular del pecho. —Tengo el sanshin listo para ti. Mi voz no es dulce, aun así, puedes cerrar los párpados y disfrutar el sonido.

Incluso antes de dar inicio, las lágrimas de Akira resbalaban amargas.

Posicionó los dedos en el mástil, alternándolos en las tres cuerdas. La clavija era movida lento, reproduciendo el sonido gustoso.

“Murmuro ‘Gracias.’,

mientras navego en mis memorias.

 

Siempre, siempre en mi corazón,

hay alguien que me alienta.

Tanto en los días claros como los lluviosos,

aparece esa sonrisa.

Incluso, cuando mis recuerdos de ti se desvanecen,

los busco en mi mente

y el día en que revives en mis recuerdos,

mis lágrimas fluyen, eternamente.”

 

Qué cínico es el destino.

 

Notas finales:

Una aclaración más y esta es especial, al menos para mí, porque fue la fuente de inspiración.

La letra de la canción es real, la cantante original es Rimi Natsukawa. Según Google traductor Nada sousou (link) significa, en inglés: Looks like tears, en español vendría siendo: Lucen como lágrimas.

Pues, ¡eso es todo! ¡Muchas gracias por haber dado clic y leer!


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