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Starter por Psychedelic Moonlight

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Notas del fanfic:

Los personajes empleados no me pertenecen.

 

Este one shot surgió gracias a una conversación donde concluí que, de ser emparejados estos dos personajes, lo más probable es que se diera una relación tóxica.

 

Las cursivas narran el pasado.

 

Notas del capitulo:

Quedará más como semi AU, principalmente porque habrán cosas que quedarán intactas de una u otra manera, como lo es la envidia de Pharaoh hacia Orfeo.

 

Hay mención de una pareja hetero, lo sentí necesario, pero no es algo muy explícito.

 

Envidia.

 

El sentimiento que corroía su existencia era nada más y nada menos que eso, principalmente porque muchas veces le era mostrado que lo preferían por encima suyo, porque en lo más recóndito de su ser, reconocía que era cierto; Orfeo era superior a él.

 

Odió esos ojos azules, la habilidad con la que era capaz de tocar hermosas melodías que no podría soñar con interpretar, sumado a ello, el hecho de que haya dejado de ser el preferido por culpa de aquél intento de músico.

 

Anteriores veces lo había visto, con la mirada serena y una tenue sonrisa en los labios, acompañado de su instrumento preferido y la compañía de una joven, que iba siempre tomada de su antrebrazo. En un principio le era indiferente hasta que eventualmente comenzó a quitarle todo aquello que tenía, y por supuesto, a tomar frente a sus ojos, aquello que soñaba con tener.

 

Pero eso iba a cambiar, tomaría venganza por lo ocurrido. Y lo hizo.

  

Esperó el tiempo suficiente hasta ver una nueva oportunidad, fingió interés y haciendo uso de su elegancia, disimuló cuanto pudo, su aversión por el peliazul. Conoció a su enemigo tanto o más que a sí mismo.

 

—El sonido que produce la lira puede ser dulce y alegre o amargo y triste, eso depende de la persona que la toca, finalmente, la música de un instrumento refleja las emociones que existen dentro del corazón.— Respondió Orfeo con una mirada soñadora, seguramente pensando en la rubia que algunas veces llegó a ver revoloteando cerca del peliazul.

 

—Ya veo. Eso quiere decir que las emociones tienen una gran influencia sobre la música.— Comentó con la sonrisa más hipócrita pero creíble que había podido realizar. En respuesta; Orfeo sólo atinó a asentir y dejar escapar un suspiro que sólo los enamorados eran capaces de dar. 

 

Rió para sus adentros, aquél recuerdo, aunque lejano y fugaz resultó significativo, con él se había marcado un nuevo comienzo, la falsa amistad que trató de entablar con el de ojos azules, quien había aceptado gustoso sin saber qué ocurriría.

 

El futuro no fue dulce para él. De hecho, para ninguno de los dos.

 

Comenzó con bromas que incomodaban al peliazul, donde su paciencia era puesta a prueba mientras el de cabellos oscuros se divertía "jugando" con cualquier situación que pudiera serle útil para provocar al contrario, quien se empeñaba en responder al moreno y sin saber por completo, comenzó a sentir rutinario y agradable, el hecho de que lo hiciera molestarse.

 

Eventualmente las bromas dejaban de ser sólo palabras para convertise en acciones, pequeñas oportunidades en que el pelinegro desconocía el espacio personal ajeno, a veces deslizando sus brazos por el cuello de Orfeo, en otras ocasiones, incluso obligándolo a sostenerle la mirada, descubriendo de la forma más placentera posible, que dentro de esas orbes azules comenzaba a surgir la duda.

 

Los resultados se volvieron notorios cuando un día, el desempeño del peliazul comenzó a disminuir, donde las dulces notas que arrancaba de su lira se habían convertido en temerosos y abatidos sonidos que se entrecortaban o solían desafinar.

 

—¿Así que es eso?— Preguntó con falsa ansiedad al contrario.

 

—Lo es.— Afirmó Orfeo, encogiéndose por el miedo que experimentaba, mordiendo su labio inferior con impotencia y forzándose a no dejar escapar un par de lágrimas que al final lo traicionaron. —¿Qué puedo hacer?— Le cuestionó nervioso y con las manos empezando a temblar.

 

Los ojos dorados entonces brillaron con malicia. Lo había logrado.

 


Un sonido parecido a un sollozo captó su atención, rió en voz baja y dirigió su vista al responsable de aquel ruido. —¿Puedes recordarlo?— Le preguntó con una enorme sonrisa en los labios. Orfeo no respondió, su silencio lo afirmaba.

 

—No hay nada que decir.— Acotó con una sonrisa enigmática, y al ver al de ojos azules arqueando una ceja, interrumpió su respuesta al unir sus labios con los de él, logrando intoxicarlo cuando sus labios se abrieron y con la lengua se abrió paso hacia la cavidad bucal ajena, incitándolo con aquél músculo a hacer lo mismo, donde intercambiaron sus miradas, Pharaoh con satisfacción, Orfeo con arrepentimiento y necesidad.

 

Riendo para sus adentros, vio a Orfeo alejándose de un solo movimiento, pero volviendo a deshacer la distancia al colocar sus manos a la altura del pecho del dueño de los ojos dorados, quién lo miraba expectante, incitándolo a más.

 


—Te odio.— Los ojos azules se nublaban por las lágrimas que ya no luchaba por contener, alejó su mirada del pelinegro al mismo tiempo que permitía a los brazos del moreno tomarle de la cintura para atraerlo hacia él. —Eres de lo peor.— Murmuró con la rabia dejándole un sabor amargo en la boca.

 

En respuesta, Pharaoh sólo rió.

 

La ropa era estorbosa, con desespero le era arrancada y él con infinita paciencia tan sólo se dejaba hacer, no iba a cooperar demasiado y lo demostraba cuando interrumpía los intentos de Orfeo para quitarse sus propia ropa al apresar sus manos y dominar sus labios con angustiante lentitud. 

 

Sin embargo, trataba de no postergarlo demasiado, y por supuesto, de siempre ofrecer un gesto o dos que dejaban al contrario deseando más.

 


—Lo sé, pero ahora ya no eres tan diferente a mí, ¿o me equivoco?— La suavidad de su voz no hacia sino provocar al ojiazul, quien apenas pudo contener su deseo de gritarle hasta desahogarse. —No sirve de nada que intentes decir que me odias, no podrías estar sin mí.— Dijo orgulloso de su más reciente hazaña, pues bien o mal, a la final tenía razón.

 

—Cállate.— Suplicó con el último jirón de dignidad que le quedaba. —¿Qué me has hecho?— Susurró con la voz rota, sintiéndose abatido y culpable pero satisfecho.

 

—Únicamente hice lo que quisiste, deja de jugar a que eres la vícitma.— La burla en su voz se quedó grabada en la mente de Orfeo, junto a la sonrisa divertida que el moreno no se molestó en ocultar. —Aunque ya deberías irte, es un poco tarde para que estés aquí.— 

 

Orfeo dirigió su mirada hacia el reloj que estaba sobre una mesita de noche que posaba a un lado de la cama que compartió con el pelinegro. Retiró los brazos de Pharaoh y quitó las sábanas de encima suyo, sólo para mostrar que su cuerpo se hallaba deprovisto de ropa pero cubierto de algunas marcas rojizas que se esparcían sobre la piel de sus brazos, muslos y caderas, dejando intacta la piel que cubría su cuello. Recuperó las prendas que yacían en el suelo y ocultó las marcas al vestirse. 

 

Una vez que terminó con aquel ritual, bajo la mirada atenta del azabache se acercó para devorar sus labios una vez más, antes de irse.

 

Abandonó el departamento sin añadir más palabras e inundó sus pulmones con el aire helado que la primera noche de otoño había traído consigo. Cerró los ojos con fuerza y dejó salir un suave quejido de impotencia mientras sus manos se convertían en puños que se cerraron con fuerza, producto de la frustración que lo invadía.

 

Al cabo de unos minutos levantó la mirada hacia el manto nocturno y dejó escapar las últimas dos lágrimas que dejaría escapar en lo que restaba de la noche. 

 

"Siento lo mismo que tú, pero ¿sería correcto?"

 

Le había mentido, o tal vez Orfeo mismo se empeñaba en creer que le mentían. Trataba de no pensarlo demasiado, al menos no estando cerca de aquél atractivo hombre de piel morena y llamativos ojos dorados.  

 

Dejó sus pensamientos a un lado y covirtió su expresión a una cansada pero alegre, comenzó a caminar rumbo al hogar que compartía con Eurídice, pensando en la mentira que le diría, esperando que ella lo creyera y le permitiera recostarse en su regazo de nuevo. 

 

Se sentía satisfecho estando con Pharaoh, y al mismo tiempo se sentía culpable por traicionar la confianza de su esposa.


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