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Perdóname por Fullbuster

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Notas del fanfic:

Aviso de spoiler. Recomendado ver el anime antes de leer si es que se desea realmente ver ésta historia.

Su mano se agarraba con fuerza al maltrecho pañuelo blanco. ¡Dolía! Todo su cuerpo estaba agarrotado, inmerso en la oscuridad de un templo que no era el suyo. Odio, ira y dolor eran los sentimientos que le llegaban a él desde su tesoro sagrado.


- Libéralo y destrúyelo – escuchó las palabras de otro espíritu.


Una niña con múltiples nombres grabados en sus brazos y cuerpo, vestida con un kimono blanco le sonreía, agachada a su lado y sin apartar la mirada. Yato… más conocido como Dios de la Calamidad, negó con la cabeza aguantando el dolor que llegaba.


¡Un Dios sin tesoro sagrado no era nada! Esa afirmación la había oído millones de veces. A él los tesoros no le duraban demasiado tiempo. Las almas ya muertas de las personas se hartaban de su modo de vivir y acababan pidiéndole que los dejase ir. Aquel día… sin un tesoro sagrado, teniendo que hacer frente a un demonio, una pequeña bolita blanca apareció bajo la farola. ¡Odiaba la oscuridad! Se mantenía a la luz y él la encontró, él le dio un nombre, él forjó aquella espada que hasta hoy le acompañaba. Sólo llevaban unas semanas juntos pero… ¡Era su tesoro!


- Cálmate… Yukine – susurró Yato, agarrándose la nuca con mayor fuerza, sin poder apartar el dolor y la infección que se apoderaba de su cuerpo.


Ese chico, de brillante cabello dorado, de ojos curiosos y sonrisa sincera, jamás recordaría lo que una vez vivió y ahora difunto… sólo Yato conocería su triste historia y cómo se aferró a la vida hasta el último suspiro. Era fuerte, sabía eso, pero también era sólo un adolescente y esa etapa de la vida hacía que ajustarse a él fuera tremendamente duro. Las emociones de un tesoro, él podía sentirlas y los adolescentes eran demasiado volubles. La peor etapa, sin duda alguna.


Su cuerpo finalmente cayó al suelo y se acurrucó lo que pudo. Las lágrimas resbalaron de sus ojos. ¡Algo estaba haciendo Yukine! Y era algo malo. Podía sentir cómo se expandía la infección. “Si un tesoro se comportaba mal, el Dios pagaba las consecuencias”. Su tesoro estaba sucumbiendo a sus emociones humanas.


- Maldita sea – se quejó Yato, teleportándose donde estaba su tesoro e ignorando a aquella niña que le daba una solución drástica a su problema.


Una habitación apareció frente a él. De noche y sin ninguna luz, le costó reconocer el lugar. Estaba en el cuarto de Hiyori, su única amiga humana, a la que debía conceder todavía su deseo de arreglar el problema que sufría por cinco míseros yens.


Ella dormía plácidamente, sin embargo, él seguía sufriendo algo peor que la propia infección. ¡Estaba excitado! Y eso no era su reacción, sino la de alguien que compartía con él sentimientos y emociones. Su tesoro debía estar en algún lugar. Al mirar a la cama, encontró otro bulto en ella. Bajo las mantas, un cabello rubio asomaba por la almohada.


La noche anterior, ese chico había dormido en el templo, acurrucado por el frío que hacía y rehusándose a utilizar su chaqueta. Yukine siempre se quejaba de que apestaba a sudor así que buscó una limpia entre su poca ropa. ¡Tampoco quiso utilizarla porque tenía un perro bordado en la espalda! Sin embargo, cuando Yato lo vio dormir, no pudo evitar acercarse a él y apartar los mechones rebeldes de su cabello. ¡Estaba helado! El sonrojo se apoderó de él. Era un chico atractivo pero con mucho carácter. Sonrió antes de sacar la chaqueta y ponérsela por encima. ¡Al instante sus dedos la agarraron! Tapándose mejor con ella inconscientemente y haciendo sonreír más a Yato.


Yato se levantó del suelo tras recordar aquella escena, aguantando el dolor que le provocaba y metió la mano bajo las mantas, agarrando la camiseta del adolescente y tirando de él hasta derrumbarlo en el suelo.


- ¿Qué narices crees que estás haciendo? – preguntó Yato ante el sonrojo del adolescente.


Por un instante, Yukine se quedó estático. Era cierto que él no tenía dinero, era cierto que dormían en el templo de otro Dios porque ni siquiera tenía uno propio al que ir, era cierto que era un desastre como Dios y que concedía deseos estúpidos a veces, pero era su manera de mantenerse con vida. Hiyori, al ver cómo malvivían, decidió darle una salida digna a su tesoro, invitándole a quedarse en su casa.


¡Era una muy mala idea! Él trató de impedirlo, porque los templos les daban protección a ellos, a las almas del otro mundo, en esa casa nada podía protegerle y por lo tanto, le obligaba a él a estar más atento de Yukine para impedir que le ocurriera algo.


No estaba enfadado sólo por eso… Ya le había dicho a Hiyori que ese chico tendría miedo a la oscuridad. Evidentemente, Yukine no recordaba nada de su vida, pero él, como su Dios, había visto toda su historia y la conocía bien. La primera vez que empuñó la espada, la primera vez… cuando le puso el nombre, él mismo lloró en silencio unos segundos cuando la historia de ese chico pasó ante sus ojos como una terrorífica película.


- No estaba haciendo nada – se defendió inmediatamente Yukine.


- ¡No me jodas! – se quejó Yato – me escuecen ciertas partes, así que no me vengas con esas.


¡Tocarla! Eso es lo que había intentado. Yato lo sabía muy bien, había intentado propasarse y al fin y al cabo… era un fantasma, para él todo estaba bien, porque nadie podía verle, porque nadie podía escucharle, nadie sabría jamás las gamberradas que podría hacer; pero él, como su Dios, siempre sabría todo lo que hacía.


- DÉJAME EN PAZ – gritó nuevamente Yukine – TODO ES TU CULPA.


¡Su culpa! Sí… era muy posible. Yato agachó la mirada. Él… que ocultaba secretos, que ocultaba su pasado como Dios de la calamidad, que intentaba ser digno y recordado, sólo era un Dios condenado al olvido y cuando todos le olvidasen… moriría. Miró a Yukine, él tenía un buen corazón, había intentado salvar el alma de aquella pequeña niña que lloraba en la calle y esperaba a su madre, sin saber que ella ya estaba muerta y nadie vendría a recogerla. Cuando se transformó en demonio… él seguía intentando salvar lo insalvable.


Le había obligado a matarla, lo había empuñado y obligado a cortar al demonio. El alma de la niña se perdió pero ese chico no entendía que ya no había nada que hacer. Desde ese momento, algo se había roto definitivamente entre ambos. Sentía el temor de Yukine cuando lo transformaba en espada y lo empuñaba, notaba sus dudas, la resistencia que oponía y cómo se desafilaba por no hacer lo que él le ordenaba.


Dejó que saliese corriendo del cuarto y entonces, sólo entonces… lloró en silencio. Jamás le había ocurrido algo así con ningún tesoro anterior. Todos le habían abandonado y sabía que Yukine no sería diferente. En algún momento querría dejarle. Ese momento se acercaba a pasos agigantados, lo sabía al ver sus reacciones.


- ¿Yato? – escuchó la voz de Hiyori, recién despertada.


- Vaya… lo siento – sonrió al instante – no quería despertarte, yo… tengo trabajo.


Tal y como había venido, se esfumó ante la conmoción de la chica que no sabía lo que ocurría allí. Yato volvía como siempre, completamente solo, al templo del Dios Tenjin. Seguramente él sabría que dormía allí, pero no le importaba demasiado. Esos Dioses jamás morirían, ellos no tenían ese miedo puesto que la cantidad de fieles que les recordaban y pedían deseos harían que revivieran una y otra vez si morían. Él no tenía esa suerte. Era un Dios desconocido. ¿Quién iba a conocer al Dios Yato? ¡Dios de la calamidad! Un Dios que se había especializado en asesinatos, un Dios de la guerra. Nadie le necesitaba ahora. Todos pedían deseos como “quiero aprobar el examen”, “quiero que mi gato regrese a casa”, “quiero que mi casa esté limpia”... deseos que no tenían nada que ver con un Dios de la guerra. Él sólo sabía pelear y asesinar.


Intentó dormir pese al dolor. Cada vez que Yukine caía en un deseo humano negativo, cada vez que sentía envidia, odio, rencor, cada vez que robaba o delinquía de una u otra forma, la maldición que sufría su propio cuerpo se extendía. Si se extendía demasiado, él moriría, sin embargo, tenía esperanzas en su tesoro, en que rectificase, en que se diera cuenta de que lo que hacía estaba mal y volviera al buen camino. ¡Es un buen chico! Es lo que pensaba Yato. ¡Volverá! ¡Sólo necesita un poco de tiempo!


Su teléfono sonaba a su lado. Tirado en el suelo, durmiendo sin siquiera una manta, ¡pobre como una rata!, miró el cielo. El sol despuntaba y era hora de empezar a trabajar de nuevo. Alguien habría visto su anuncio y quería pedir un deseo.


- Hola. Gracias por llamar. ¡Rápido, barato y de confianza! ¡Dios a domicilio, Yato a su servicio! – dijo con una gran sonrisa, casi infantil y despreocupada, con un tono amigable y casi tonto que sacaba de los nervios a su propio tesoro cuando le escuchaba.


Una luz brillante le envolvió y se teleportó a la casa de Hiyori para recoger a su tesoro sagrado Yukine. De allí, directos a hacer el encargo. ¡No era gran cosa! El hombre sólo quería que limpiasen su baño. Yukine suspiró resignado aunque se le notaba enfadado. No entendía por qué un Dios tenía que rebajarse a esos trabajos y todo… ¡Por cinco míseros yens!


Yato ni siquiera le hacía caso a él. Se había puesto a limpiar mientras él leía una revista en un extremo.


¡Un Dios de la guerra! ¡Ja! – se quejó Yukine, consiguiendo que Yato le mirase con inocencia -. ¿Guerra contra las bacterias?


- Deja de quejarte si no me vas a ayudar – le comentó Yato – así es como un Dios sobrevive.


- ¿Con cinco yens? ¿Por qué no pides más dinero?


- Es asunto mío – se guardó aquella respuesta, porque no quería ni tenía por qué sincerarse con ese chico. Él tenía sus motivos para hacer lo que quisiera, para eso era un Dios.


Yato regresó a su trabajo, observando un grifo que dejaba escapar algunas gotas de agua. Yukine observó cómo su señor tomaba algunas herramientas y trataba de arreglarlo. ¡Era habilidoso! No sólo en la lucha, él tenía la capacidad de adaptarse a cualquier trabajo y llevarlo a buen término fuera lo que fuera. Aun así, odiaba que bajase tanto sus estándares por cinco malditos yens. No podía entender por qué un precio tan ridículo por sus servicios cuando era tan eficaz. Ni siquiera le habían pedido que arreglase el grifo, pero él… lo hacía. Era como si quisiera complacer a todo el mundo y hacerlos felices.


Un intenso dolor regresó a la nuca, extendiéndose esta vez por la parte alta de su brazo. La infección bajaba por el hombro y entonces, se giró con rapidez para ver que Yukine estaba de pie, mirándose en el espejo.


- ¿Qué has hecho? – preguntó con enfado Yato.


- No he hecho nada – fue la respuesta del menor, aunque Yato, por ese dolor que sentía y el leve sonrojo de Yukine, sabía que alguna travesura habría hecho. Aun así, no vio nada raro y prefirió pasar del tema. En algún momento recapacitaría de todo lo que hacía.


***


Al terminar el trabajo, Yukine se marchó con rapidez. ¡Estaba muerto! Era una idea que no podía terminar de aceptar. Él ya no tenía nada. Paseaba por el centro comercial como alma en pena. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Cómo debía afrontar ahora la vida? ¿Qué se suponía que debía hacer? Ni siquiera quería ser el tesoro sagrado de un Dios muerto de hambre. Por eso mismo, el día anterior había intentado ir a hablar con Tenjin para que le acogiese entre sus tesoros, pero éste le dijo que no podía ponerle ningún nombre excepto “Nora”.


Al recordar ese nombre, pegó una patada al cristal de una de las tiendas. ¡Nora! Yato lo había utilizado con aquella chiquilla que se presentó frente a él. Ella se había colocado a su lado aquella noche y lo miró directamente. Sus palabras aún las tenía grabadas a fuego. “Realmente tienes unos ojos bonitos. Son como un fruto de espino que se mece al son del viento. Pero... ni siquiera los pájaros se lo comen. No son dulces, ni amargos, ni venenosos pero no tienen nada de especial. Son meras cáscaras de frutas sin valor... Nadie se molesta en recogerlos y a nadie le preocupa que se marchitan y mueran”.


Aquellas palabras le habían dolido hasta el fondo. Esa chica tenía un nombre entre muchos otros, un nombre que Yato le puso, lo que indicaba que era un tesoro sagrado errante, con muchos dueños y que Yato… era uno de ellos. Eso le dolía. Todos sabían que “Nora” sólo era un nombre para referirse a esos tesoros que podrían traicionar a sus dueños. Teniendo tantos… no era difícil de traicionar a otro. ¿Por qué Yato no había borrado su nombre? Era cierto que no había visto a Yato utilizarla, ni llamarla como su arma pero… aun así le molestaba.


Otra patada golpeó el cristal, seguida de una más y sus maldiciones. Finalmente, el dependiente salió para comprobar qué ocurría. Evidentemente, no le vio a él, sólo era un alma, un fantasma a sus ojos, no existía, ya estaba muerto, así que se sorprendió de que el cristal hiciera esos ruidos. Yukine miró entonces el escaparate. Frente a él estaba el monopatín que el otro día intentó tomar prestado, pero Hiyori lo había detenido diciéndole que ella se lo compraría, pero que no estaba bien que fuera robando. ¡Absurdo! Él era un fantasma, podía simplemente tomarlo y ya está, nadie se enteraría jamás. Sin embargo, ella se había enfadado mucho y él salió huyendo.


Ahora estaba de nuevo allí, frente al monopatín que tanto deseó tener. Su mirada se endureció y finalmente, entró en la tienda, agarró el monopatín y salió corriendo del lugar.


Por las calles, el monopatín rodaba con soltura. La brisa golpeaba su rostro y él sonreía, disfrutando de su nuevo juguete. Nadie se enteraría que lo había robado y por fin, se sentía vivo, por extraño que pareciera. Giró en una de las calles y esquivó a una viejecita que caminaba con lentitud, girando el rostro hacia atrás para observarla unos segundos y entonces… ¡Caía!


A duras penas pudo mantener el equilibrio, dando varios pasos hasta conseguir estabilizarse. Miró atrás confundido, encontrando la bota de Yato pisando la punta de su monopatín para frenarlo.


- ¿Qué coño crees que haces? – se enfadó.


- ¿De dónde lo has sacado? – preguntó con un tono serio mientras su mano se agarraba con fuerza a la nuca.


¡Robado! Lo había robado pero no podía decirle algo así. Tenía que inventarse algo coherente y entonces… recordó lo ocurrido el día anterior.


- Hiyori me lo ha regalado – dijo con total confianza en su voz, lo que hizo que Yato por un instante, se confundiera.


Unos segundos de tenso silencio se hicieron, un silencio, que sólo la voz femenina de Hiyori pudo romper. Parecía que había venido corriendo. Le faltaba el aire y trataba de recuperarse.


- Por fin os encuentro – sonrió la chica entre el sofoco.


- Hiyori, ¿le has comprado el monopatín? – preguntó Yato viendo la oportunidad perfecta para sacarse las dudas.


La chica, confundida por aquella pregunta miró a los pies del Dios de la calamidad. El monopatín seguía allí. Inmediatamente, recordó que ayer había reñido a Yukine por intentar tomarlo sin permiso ni pagarlo, pero al mirar al chico rubio y verle tan cohibido, intentando evitar una discusión entre ambos, sonrió.


- Sí, se lo he comprado – sorprendió a ambos chicos aquella afirmación.


Luego hablaría con Yukine, o eso pensó ella. Debería explicarle que las cosas no funcionaban así, y que ella no volvería a cubrirle una mentira. Los dedos de Yato se agarraron con mayor intensidad a su nuca e hizo una mueca de dolor, pero no dijo nada.


- ¿Estás bien, Yato? – preguntó la chica con preocupación.


- Sí… sólo necesito descansar un poco.


Miró el rostro de Yukine. ¡Tan angelical como siempre! Ese chico tenía algo que llamaba su atención y no quería darle por perdido. Cuando el rubio posó su mirada en él, Yato cambió la vista al instante con cierto sonrojo. No podía permitirse que viera una debilidad suya, pero… estaba orgulloso de tener un tesoro propio desde el principio. Yukine aprendería a utilizar sus habilidades, él era su primer Dios y siendo egoísta… deseaba que jamás le abandonase. Ahora mismo, la posibilidad de quedarse solo de nuevo la veía demasiado cerca y eso, le entristeció.


Un empujón fue lo que Yukine sintió. Alguien había puesto la mano en su espalda y lo apartó de forma brusca del lugar. Al girarse, observó un látigo impactar con gran violencia contra el hormigón y romper un trozo de él. ¡Yato le había empujado y apartado del impacto! Hiyori estaba paralizada en el sitio y aunque quiso ir hacia Yato para ver si se encontraba bien, éste le indicó desde su distancia que mantuviera silencio, que fingiera que no veía nada. No quería involucrarla en ese asunto.


- Dios Yato, por fin te encuentro – pronunció una voz proveniente de lo alto de una farola.


Era una mujer rubia montada en un león y que blandía el látigo en su mano. Su mirada era de odio puro, lo que confundió a Yukine por unos instantes. ¡Si era otra Diosa, ¿por qué iban a pelear esos dos?!


- Bishamon.


El nombre de la Diosa de la guerra resonó en el ambiente. Yato la había reconocido al instante. Toda ella estaba cubierta por tesoros sagrados, su arma, su montura, su vestimenta… sería imposible para ellos derrotar a alguien así.


- Tú, que mataste a mis tesoros sagrados, hoy por fin morirás aquí.


El látigo se movió una vez más, esta vez en dirección a Yato de nuevo, pero Yukine se había quedado helado. ¿Había dicho que Yato mató a su tesoro sagrado? Él era un tesoro sagrado. Un miedo se apoderó de su cuerpo y mente. ¿Qué ocurriría si Yato se cansaba de él? ¿Lo mataría? ¿Si no era útil lo asesinaría? ¡Espera! ¡Él ya estaba muerto! Pero aun así… ¿Destrozaría su alma?


- Sekki – gritó Yato para convocar a Yukine a ser un arma.


- Esp… – intentó hablar Yukine antes de convertirse en una katana blanca por la forzosa palabra de su Dios.


¡Dudas! Eso es lo que abordó de lleno a Yato, las dudas que venían de Yukine. ¿Cómo iba a pelear así? Yukine era la espada que debía cortar y defender, si su propia espada dudaba, ¿cómo iba él a poder contra una Diosa de la guerra?


- Escúchame bien, Yukine – gritó Yato – va a matarnos.


- Eres tú quien mató a su tesoro, ¿no? ¿Qué tengo que ver yo con todo esto? – gritó frustrado, enfadado y atemorizado.


- Tú eres mi tesoro sagrado. ¿Crees que te dejará ir?


- No quiero pelear contra ella, va a matarme.


Un latigazo llegó desde el cielo, lo que hizo que Yato moviera sus manos para apartar a Yukine en forma de espada de la zona, siendo golpeado directamente en las muñecas al hacer aquello. ¿Por qué había defendido con sus manos en vez de con la espada? No estaba seguro, pero… sólo podía ver el rostro de Yukine y no quería hacerle sufrir. El gesto de dolor se mostró al instante, pero él sabía que si un latigazo de esos daba de lleno a esa espada que dudaba, lo partiría por la mitad. ¡No! No perdería a Yukine. Él le protegería a cualquier coste.


- Mierda – se quejó Yato al sentir cómo temblaba de miedo su compañero.


- Yo no… no puedo… no puedo atacarla…


- Entonces defiéndeme a mí – le gritó Yato.


Aquellas duras palabras, por un instante, le hicieron reaccionar para evitar el siguiente ataque y poder echar a correr entre los callejones. Yukine no sabría jamás lo que ocurría allí o al menos, esa era la intención de Yato, no contarle su pasado, no contarle quién era él en realidad para evitar que quisiera irse de su lado, no quería estar solo y sobre todo… no contaría lo que sufría ahora mismo por su conducta, porque quería convencerse de que ese chico rectificaría por sí mismo y volvería al buen camino.


Sin embargo, estaba débil. El dolor de su cuerpo no le permitiría luchar en condiciones y Bishamon iba a aprovecharse de su debilidad. Lo que ella sentía por él era odio puro que había enquistado durante siglos. No iba a dejarle escapar ahora que estaba tan débil. Hoy era su oportunidad.


Escondiéndose como un perro callejero, como una rata en cualquier rendija que podía cobijarle durante unos segundos, eso es lo que Yato hacía, tratar de ganar tiempo y evitar la lucha directa. Pensaba dónde podría huir, cómo proteger a Yukine de la furia de la Diosa, cómo sobrevivir él mismo. Todo parecía estar en su contra.


Finalmente consiguió perderle de vista tras tener que enfrentarse en campo abierto a ella un par de veces. El bosque, aquella colina en mitad de la ciudad, sería un refugio por ahora y evitaría más daños a la ciudad pese a que incluso Bishamon había tenido cuidado de hacer el menor daño posible. Agotado, liberó a Yukine de su forma de katana para devolverle su humanidad.


Yato, con la espalda apoyada contra un árbol, respiraba con dificultad, tratando de llenar sus pulmones con oxígeno a grandes bocanadas. Estaba exhausto, sentado en el suelo y con los ojos cerrados, sin dejar de sostenerse la nuca pese a que Yukine no entendía su gesto.


- ¿Por qué mataste a un tesoro sagrado? – preguntó Yukine confuso.


- Sólo… quise hacerlo y lo hice – dijo sin más.


- ¿También vas a matarme a mí cuando no te haga falta?


- ¿De qué hablas? – preguntó Yato – tú no…


Su conversación fue cortada por otro empujón que Yato dio a Yukine, apartándole del árbol que se partía por la mitad y caía tras el ataque de la Diosa.


Amor a primera vista” es lo que Yato tuvo al ver la esfera blanca de aquel chico, solitaria bajo una farola. Nunca antes había deseado tanto a un tesoro sagrado como a ese chico, pero se lo ponía muy difícil. Todo el mundo le decía que lo liberase, que le iba a matar si seguía aguantando su carácter, pero… ¡No podía hacerlo!


Yukine se fijó en el borde derecho del bosque. ¡Nora estaba allí! Quería que Yato la llamase, pero él… se negaba a hacerlo. Con ella seguramente habría podido hacer frente a su rival, pero por algún motivo, no la convocaba como arma.


- Sekki – gritó de nuevo, volviendo Yukine a su forma de katana.


La pistola, otra de sus armas sagradas, apuntó directamente a Yato, sin embargo, cuando éste también empuñaba su katana dispuesto a un enfrentamiento directo, una brecha se abrió entre ambos mundos. Demonios saldrían de allí y todo era gracias al poder de la Diosa de la pobreza, amiga desde hacía siglos de Yato. La misma Hiyori había salido corriendo en su busca para pedirle un deseo… ayudar a proteger a Yato y Yukine.


- Esto no es nada, puedo pasar a través de él y… - comentó Bishamon, viendo cómo su león atrapaba entre sus fauces a la presa, escuchando los desgarradores gritos de Yato en el suelo, sin embargo, un quejido de dolor por parte del león hizo que le llamase para volver a su lado.


- Es mejor retirarnos – escuchó la Diosa la voz de su guía y consejero, su más valioso tesoro, un pendiente en forma de flor que llevaba en su oreja – no podemos seguir así, los otros tesoros han sufrido daños, sería mejor alejarnos por ahora y evitar que los demonios que están escapando se propaguen demasiado.


¡Disgustada! Pero pese a ello, comprendió las palabras de su guía dando la caza por finalizada por hoy. Hiyori, que miraba la escena desde un rincón del claro del bosque, observó cómo la Diosa se marchaba pero su guía, un hombre alto y con gafas, hacía una reverencia hacia Yato, quien seguía en el suelo agarrándose el hombro donde había recibido aquel mordisco del león. ¡Aquello fue raro!


***


Un estudiante más, eso es lo que era ante los ojos de Yato, otro caso de bullying. Últimamente recibía muchos pedidos para hacer algo al respecto pero este… fue particularmente diferente, era el primero que llevaba a cabo con Yukine y él se había ofuscado como nunca antes cuando dijo que ambos eran iguales. Quizá no debió decir algo así, al fin y al cabo, Yukine no recordaba su vida pasada, pero él… a él le llegaban escenas de su vida, de su padre, de monedas cayendo al suelo, de cosas que se rompían y… de su muerte. Ese chico tenía un pasado trágico y la verdad era que pensar que no le conoció, que nunca recurrió a él y que no pudo salvarle… le dolía, pero tampoco podía hacer nada por aquellos que desconocían su nombre como Dios como para pedirle un favor.


Lo único que pudo hacer por el estudiante fue darle un cúter y decirle que amenazase a los que le molestaban. Claro que también le advirtió que si cruzaba la línea… perdería su humanidad. Aquella ahora sería la decisión del chico. Acabado ese asunto, decidió salir de allí e irse a la enfermería a descansar. La maldición que Yukine había puesto sobre él le estaba pasando factura. Cada vez se sentía más débil y por más agua bendita que se ponía encima para intentar aplacar los síntomas, nada funcionaba.


Se miró al espejo unos segundos. Sus ojeras eran evidentes. Apenas pegaba ojo con ese intenso dolor. Llevaba una semana sufriendo aquellos ataques y las palabras de Tenjin y de Nora diciéndole que destruyese a su tesoro sagrado antes de que él muriera resonaban en su cabeza. ¡No quería destruir a Yukine! Era su arma y su amigo… o eso quería creer. Quizá Yukine sólo lo veía como su señor, como alguien que le daba órdenes y fastidiaba su vida.


- Vamos, Yukine… acepta de una vez que estás muerto – susurró para sí mismo – acéptame, por favor.


¡Envidia! Ese sentimiento llegó hasta él. Yukine sentía envidia de los vivos. Estar en el instituto había removido algo muy dentro de él. Agarró la chaqueta con fuerza a la altura del corazón y apretó los párpados. ¡Dolía demasiado!


¿Tan mal le hacía sentir? Las lágrimas salieron de sus ojos al instante. ¿Por qué todos sus tesoros se marchaban? ¿Por qué sólo “Nora” quería ser llamada por él? ¿Por qué no podía dejar de ser el Dios de la calamidad? ¿Tan mal Dios era para que nadie le quisiera?


- Joder, Yukine… no quiero tener que liberarte, no quiero tener que destruirte, vamos… no debes cruzar la línea, no debes dejarte dominar por sentimientos humanos – susurraba.


Lentamente, el sueño se apoderó de él. Cuando consiguió abrir los ojos era tarde y Hiyori estaba allí a su lado, levantándole la chaqueta como si registrase algo en su piel. ¿Era un sueño? Eso pensó hasta que un golpe lo sacó de la duda. Ella gritó cuando se suponía que él debía estar más confuso. ¿Por qué intentaba desvestirle? Él nunca se había pasado de la raya con ella.


- ¿Pero qué…? – preguntó extrañado.


- No es lo que crees… yo sólo…


- No entiendo nada pero… ¿Qué ha ocurrido con el estudiante ese? El que pidió el deseo.


- Pues… no lo sé. Vayamos a ver – sonrió la joven, apartando directamente el tema controvertido. A Yato ni siquiera parecía inmutarle.


Hiyori salió muy rápido en busca del estudiante, sin embargo, Yato agarró una botella de agua bendita y subió a las escaleras de incendio. El chico estaba amenazando con el cúter a su atacante, así que estaba dispuesto a derramar el agua bendita sobre el demonio que le poseía. Se sorprendió al verle tirar el cúter al suelo y alejar sus propios demonios por sí mismo.


- Vaya… y yo que estaba preparado para lo peor – sonrió Yato al ver que el chico se daba cuenta de que estaba allí arriba. Yato bajó finalmente al patio.


La brisa era agradable y Hiyori hablaba de demasiadas cosas. A él no le interesaba demasiado. El sentimiento de furia se apoderaba de él, pero no era suyo, venía de Yukine. Estaba muy enfadado pero él sólo pudo susurrar una frase que silenció a Hiyori.


- No cruces la línea… por favor… - suplicó, sin poder apartar el rostro angelical de Yukine de su mente.


Un cristal rompiéndose se escuchó y al mismo tiempo, el cuerpo de Yato cayó al suelo envuelto en una mancha marrón que se propagaba con rapidez por todo su cuerpo.


- ¡YATO! – gritó como loca al verle caer envuelto en un dolor sin igual.


Al acercarse a él y tocarle, su mano se llenó de la misma impureza. El dolor que Yato sentía, recorrió el cuerpo de la chica, dándose cuenta entonces, de todo lo que ese chico había estado soportando en silencio durante las últimas semanas. ¡Yato se moría! Y ahora entendía las palabras que los demás le habían estado diciendo, pero él… seguía negándose a liberar a Yukine.


¡Siempre te querré… Yuki! Fue el último pensamiento que cruzó la mente de Yato antes de desmayarse por el dolor. Su muerte estaba cerca.


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