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La Cacería por Lumeriel

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Yûsei recorrió los últimos metros antes de asomarse al balcón. Con una mano aseguró el antifaz que cubría la parte superior de su rostro y con la otra comprobó que el cuchillo saliera fácilmente de la vaina de cuero bordado con estrellas negras: una vanidad de su parte lucir una prenda con su escudo personal; pero las estrellas eran apenas perceptibles y los Pilares no se enfadarían por la pequeña violación. Por otro lado, era justo que el heredero del Taishõgun se diera algún gusto en esta noche.

Sonrió cuando la primera nota del cuerno se derramó por el valle a los pies del palacio. Al igual que él, miles de demonios en todo Ar-Gaelion se alistaban para la “Cacería”. Esta noche, los hilos rojos del destino serían tensados al fin.

Una antigua leyenda – muy anterior al tiempo de la Escisión – contaba que un hilo rojo unía a dos seres destinados a encontrarse. El hilo podía tensarse, torcerse, enredarse… pero al final los dos atados se encontrarían. Con el paso de los siglos, la tradición según la cual solo siguiendo el hilo rojo podía hallarse a la mitad del alma se había perdido: muchos hilos conducían a las Puertas tragadas por la Niebla y otros se desvanecían en las Sombras del Pálido Mahel. Sin embargo, el instinto permanecía en los corazones de los demonios y cada primera Luna Nueva – cuando la Diosa velaba su rostro – aquellos que se atrevían, seguían la hebra atada al dedo corazón de su mano izquierda. Al final de la hebra se encontraba tu pareja, tu igual, tu otra mitad. Durante el resto del año, el hilo rojo era invisible: solo durante siete noches era posible verlo.

Yûsei observó el delicado hilo que daba cinco vueltas junto a su nudillo, ocupando el lugar que normalmente ocupaba el Anillo Dragón. Recordó la primera vez que lo viera en su dedo – una vuelta de seda de tenue color rosa – tantos años atrás, la misma noche que su padre celebró su boda con Aislinn, la Princesa del Clan del Lobo de los Elfos. Hoy, el hilo era de un intenso color sangre y Yûsei sabía lo que eso significaba: su pareja había alcanzado la mayoría de edad y estaba lista para ser reclamada.

La segunda nota del cuerno de caza tensó los músculos de la espalda del príncipe yõkai, quien se inclinó sobre la baranda, escudriñando las sombras en que la hebra se perdía en el jardín. Sus orejas puntiagudas se movieron inquietas.

¿Cómo sería? ¿Sería una criatura hermosa? ¿Sería yõkai? ¿Sería siquiera demonio? Siete noches. Siete noches para dar caza a su pareja por todo Ar-Gaelion. Nerviosamente, volvió a comprobar el cuchillo: debía de ser rápido. En cuanto identificara a su pareja, debía marcarle y probar su sangre. Antiguamente, era costumbre morder y beber directamente de la herida; pero los demonios habían evolucionado. Al menos en apariencia. La rapidez era clave: muchos demonios se negaban a ser marcados. Encontrar a tu pareja y reclamarla equivalía a atarse para siempre: el hilo rojo se convertía en una cadena de diamante, irrompible. Si uno de los dos atravesaba la Puerta de Sombra de Mahel, el otro le seguiría. A la muerte o a la locura.

Un estremecimiento recorrió la espina dorsal de Yûsei. Todos conocían la historia de los Ked’Naar, señores de los Hinunes. Nael siguió el hilo rojo en su dedo para descubrir que le ataba a su hermano carnal, Nearis. Desesperado por el descubrimiento, Nael resistió al llamado del destino durante años. Cuando su corazón estuvo a punto de vencer a su conciencia, el caudillo Hinun se encerró en sus aposentos y se cortó la garganta. Nearis, alertado por el vínculo que desconocía que les unía, corrió en busca de su hermano y le halló agonizante. En un esfuerzo por salvarle, selló la herida con sus labios, bebiendo la sangre de su compañero. El shock impidió que Nearis consiguiera terminar el ritual de sanación: Nael murió en sus brazos; pero el vínculo había sido sellado. Nearis, atado al alma de su hermano muerto, asumió el trono de los demonios del aire y su gente fue testigo de cómo se sumía en las sombras y la locura con cada año que pasaba. En sus últimos tiempos, el que una vez fuera un poderoso guerrero vagaba por las ruinas de su palacio, hablando solo con la idea de Nael… hasta que creyendo que su hermano le llamaba, se arrojó a las llamas una noche.

Yûsei sacudió la cabeza al tiempo que gruñía para ahuyentar los malos augurios. Su destino no estaría marcado por la desgracia. Su pareja – fuese quien fuese – le brindaría solo gozo y felicidad.

La tercera llamada del cuerno resonó en la oscuridad de la noche y el Príncipe Dragón saltó por encima de la baranda del balcón. Antes de que el sonido se apagara, ya había desaparecido entre los árboles, siguiendo el hilo rojo del destino.

 

...................................

 

 

Se detuvo, olfateando el aire como un lobo. La medianoche había pasado hacía horas y Yûsei sabía que si no encontraba a su pareja antes del amanecer, debería aguardar hasta la noche siguiente para ver el hilo rojo. El olor dulzón y levemente almizcleño del sexo llenó sus sentidos. Otros fueran más afortunados que él en esta primera noche; pero el príncipe no se arredró: en dos ocasiones había avistado el fin del hilo rojo, así que su pareja no podía estar lejos.

Un leve aroma se distinguió entre los demás. Ahí. Lo saboreó en su lengua y una descarga de placer y hambre fue directa a su sexo, endureciéndolo. No era virgen, por supuesto. Yûsei había alcanzado la madurez casi trescientos años atrás y desde antes de esa fecha había gozado de las atenciones de numerosas hembras, por no hablar de algunos mancebos ansiosos de complacer al Príncipe Dragón. Sin embargo, nada que hubiera experimentado antes se acercaba a la excitación que hizo bullir su sangre en ese instante. Más que deseo – el deseo que provocaba la visión de una pierna hermosamente torneada, una boca apretada en capullo, unos ojos invitadores, una piel tersa – lo que sacudió su cuerpo fue hambre. Y sed. Como heredero del trono yõkai, Ryunnosuke Yûsei había probado la sangre de numerosas presas desde la más tierna infancia, había devorado el corazón aún palpitante de las bestias y había cubierto su rostro con la sangre de los diablos y humanos que servían a los Espectros; pero era la primera vez que sentía sed de sangre, de la sangre de su pareja.

Se humedeció los labios y un sonido – tan suave como el roce de un vestido de seda en las baldosas del palacio – hizo que sus orejas se volvieran hacia el sur. Giró en el sitio y sus ojos dorados relumbraron como topacios en la noche al percibir la silueta entre los árboles.

Estaba inmóvil, el cuerpo esbelto dibujado por los rayos de luz estelar que atravesaban la fronda. Un leve vientecillo agitó las hojas y con ellas, los cabellos de la figura ondearon, envolviéndole hasta las caderas.

Yûsei contuvo el aliento. Varón. Su pareja era un varón en la flor de la vida, apenas alcanzada la primera juventud. Yûsei se estremeció con el conocimiento de que nadie antes que él habría saboreado ese cuerpo. Un ronco rugido se formó en su garganta al tiempo que se lanzaba hacia delante.

Su mano se cerró en el vacío: su presa había desaparecido como tragada por las sombras. Pestañeó, confuso y aspiró para comprobar que el aroma seguía allí, delatando la cercanía de su compañero. Era imposible que hubiese desaparecido… a menos que el joven fuera un poderoso Artesano. El orgullo hinchó el pecho del príncipe: un compañero digno de él.

La risa burlona resonó a escasa distancia y Yûsei se dio vuelta al tiempo que se impulsaba hacia las ramas.

La cacería apenas comenzaba.

 

 

...................................

 

 

El claro se abrió ante él, bañado por la luz de las estrellas. Era la séptima noche y un escalofrío recorrió la piel de Yûsei. Si hoy no lo atrapaba, debería esperar otro año para encontrar a su compañero.

Yûsei gruñó mostrando los colmillos. Si no hubiese sido por que cada vez que perdía el rastro, el otro reaparecía, hubiera podido creer que su compañero no deseaba ser atrapado. Pero después de seis noches persiguiéndolo, Yûsei se había convencido de que su pareja estaba disfrutando de la cacería.

Estaba impaciente. Quería atraparlo, saborear su sangre, su sexo… hundirse en él hasta perder la conciencia de sí mismo. No era obligatorio casarse con la pareja predestinada, Yûsei lo sabía; pero él había decidido que este macho sería suyo.

Aunque siempre había disfrutado más de la compañía de las hembras que la de los varones – incluso sus escasos amantes masculinos habían sido de una belleza afeminada – el príncipe yõkai comprendía la justicia del destino, proveyéndole con un compañero que pudiera acompañarle a la guerra, un compañero que no retrocedería ante la fiereza de su pasión, un compañero que le devolvería mordidas y golpes con la fuerza de un igual.

Se dijo que al año siguiente el hilo rojo seguiría allí, atándolos por encima de la voluntad de los Cuatro Pilares y sabía con toda certeza que esperaría – él esperaría por este macho para celebrar el ritual de unión ante el trono de la Diosa – mas, el deseo rugiendo en sus venas lo conminaba a seguir. Seguir hasta atrapar la mitad de su alma.

Respiró para calmarse y cerró los ojos. Escuchó la noche.

La noche era el dominio de la Diosa y solo ella ataba las almas de sus hijos. Si alguien podía ayudarle, era ella.

Abrió los ojos y lo vio.

Estaba al otro lado del claro y la luz pálida de las estrellas iluminó el antifaz azul oscuro cubriéndole todo el rostro para solo dejar a la vista la boca generosa, ligeramente torcida en una sonrisa burlona. Una camisa blanca y ajustados pantalones cobalto eran su único atuendo. No llevaba armas ni joyas y sus pies descalzos se hundían en la hierba húmeda.

Yûsei respiró de nuevo, absorbiendo despacio su aroma y sus ojos siguieron el gesto con que el otro elevó la mano izquierda… hasta que la lengua rozó las vueltas del hilo rojo en el dedo corazón. Con un gruñido de ansiedad, el príncipe saltó hacia delante.

El otro rio y se lanzó a su encuentro.

Chocaron a medio camino, manos buscando apresar como garras, pechos empujando como escudos, piernas entrelazándose en una trampa.

Yûsei dejó correr los dedos por los brazos firmes, deleitándose en los músculos duros, prueba de entrenamientos y poder. Su admiración fue interrumpida por la pierna que buscó su rodilla, esperando tumbarlo. Con un ágil movimiento, se desasió de los brazos que casi rodeaban su cintura y empujó con ambas manos abiertas. El otro se desestabilizó y retrocedió de un salto, evitando la mano que buscó sus cabellos sueltos.

Por un momento, Yûsei consideró usar su poderosa magia para trasladarse al sitio en que aterrizó su compañero; pero ningún destello delató que el otro usara magia y decidió concederle la misma cortesía. En cambio, adoptó una posición de combate, con los brazos delante del rostro y los dedos curvados en la pose del tigre. Una sonrisa curvó los labios del otro varón.

 

...................................

 

El sudor corría por la espalda de Yûsei, haciendo que la camisa se pegara a la piel. La fatiga de las noches precedentes empezaba a atenazar sus músculos; pero más que eso, el deseo endureciendo su cuerpo se había vuelto insoportable. Cada vez que sus manos rozaban el torso ahora desnudo de su adversario, que sus dedos se enredaban en los largos cabellos… un estremecimiento sacudía sus entrañas.

Habían peleado durante horas. El cuchillo de Yûsei se había clavado en la tierra desde uno de los primeros choques. La camisa del otro yacía a un lado, destrozada. El hilo rojo se enredaba en incontables vueltas en torno a ellos. No podían escapar: los dos lo sabían. Solo faltaba por averiguar quién haría sangrar al otro primero.

El joven se desplazó hacia un lado con la gracia de una bailarina; sin embargo, nada en él era afeminado – desde los firmes músculos esculpidos hasta la mandíbula ligeramente cuadrada, todo gritaba virilidad. Yûsei entrecerró los ojos, percibiendo una vez más ese aire familiar que no conseguía identificar.

¿Un estudiante de la Academia? ¿Uno de los jóvenes guardias?

Yûsei intentó recordar a alguno de ellos que llevara el cabello tan gloriosamente largo; pero los aprendices solían cortar sus cabellos por encima de los hombros y los Paladines principiantes acostumbraban trenzarlo apretadamente contra el cráneo. Nadie en toda Ciudad de Jade lucía un cabello tan lujuriosamente negro y suave – excepto alguna hembra, por supuesto. Su adversario, en cambio, llevaba plumas de cuervo entretejidas en la cabellera y un colmillo de lobo adornaba la oreja derecha como única prenda. Yûsei estaba fascinado.

El príncipe saltó en el lugar cuando el ataque lateral lo sorprendió: su compañero se había movido de frente; pero en el último momento, se había deslizado hacia la izquierda y su mano emergió desde abajo para atacar la garganta de Yûsei.

En el mismo momento en que el Príncipe Dragón esquivaba el ataque, lanzó una patada por debajo para golpear la pierna flexionada del otro. El joven se dobló hacia el suelo; pero antes de que Yûsei cayera sobre él, se hizo un ovillo y rodó fuera de su alcance. Se incorporó al tiempo que giraba frente a Yûsei y la sorpresa iluminó sus ojos claros cuando el príncipe heredero le enterró una mano en el cabello, emergiendo de la derecha.

Yûsei lo había seguido mientras se alejaba de su alcance y cuando su compañero se irguió, él ya estaba allí para apresarlo.

El primer impulso de Yûsei fue buscar el cuchillo que perdiera – sus ojos fijos en esa boca que se curvaba en una media sonrisa desafiante mientras sus dedos delineaban el punto en que realizaría el corte, justo sobre el pezón izquierdo – pero entonces el otro se adelantó, mostrando los colmillos en una mueca de reto y los pensamientos se diluyeron en nada.

El beso fue brutal, una lucha más fiera que la que tuvieran hasta ahora. El sabor acre inundó la boca de Yûsei, desatando siglos de deseo y hambre.

Se apartaron bruscamente, jadeando, retándose aun como lobos al acecho. Entonces, Yûsei lo vio: la sangre que resbalaba por el mentón e inconscientemente, se relamió los labios. ¿Quién? ¿Quién había mordido a quién? ¿Quién había derramado la primera sangre? ¿Quién reclamara a quién?

No importaba. Yûsei comprendió que no le importaba y con un bajo rugido hambriento, se abalanzó en busca de lo que le pertenecía.

Otra vez se encontraron a mitad del claro; pero esta vez, sus cuerpos se ajustaron uno al otro en tanto sus bocas se buscaban, casi demasiado violentamente.

Yûsei nunca había conocido un beso semejante. Su piel ardía desde el interior, como si el fuego de Myrasar lo devorara y al mismo tiempo, donde quiera que su cuerpo tocaba al otro, la frescura del alivio se desataba. Sus manos eran como garras de bestia destrozando los pantalones, arañando las carnes de su compañero en tanto su boca exigía y ofrecía. Ninguna hembra – ni siquiera las apsaras de la Ciudad Flotante – le había regalado tal calor en sus caricias.

No supo cómo se encontraron de rodillas en la hierba. Las manos de su amante habían soltado los broches de su chaleco y ahora empujaban el cuero para desnudar la piel lisa, bronceada. Con el chaleco fuera del camino, el joven atacó decidido el cinturón mientras inclinaba la cabeza para trazar un sendero de besos desde el cuello al pezón derecho. Yûsei tragó en seco: era posible que el joven tuviera experiencia. Con toda certeza, una criatura así de bella había atraído las miradas de hembras y varones. No era costumbre entre los Altos Demonios buscar placer en los niños; pero algunos se aventuraban a infringir las leyes solo por este deleite.

A pesar de sus escabrosos pensamientos, su sexo saltó rígido fuera de la cárcel de la ropa. Las manos del joven se detuvieron y Yûsei abrió los ojos que cerrara un segundo antes para descubrirlo observando su miembro con pupilas dilatadas. En un primer instante, tomó el arrobamiento del muchacho por deseo; pero cuando su garganta se movió trabajosamente mientras tragaba, Yûsei comprendió que era miedo. Miedo, por los rostros de la Diosa! El júbilo sacudió su alma: inexperiencia. Llegado el momento, su compañero no sabía cómo continuar.

En su euforia, Yûsei agradeció directamente a la Diosa – como solo tenían permitido las Druidesas – obviando la mediación de los Pilares. Todavía con la plegaria en su mente, rodeó el talle de su compañero con los brazos y lo besó en la boca con lentos círculos de su lengua antes de obligarlo a tenderse de espaldas. Sin dejar de besarlo, deslizó una mano entre sus muslos y un murmullo de aprobación retumbó en su garganta al recorrer con curiosidad la verga dura. Era joven, sí; pero construido por la Diosa como un verdadero macho.

El muchacho respingó cuando los dedos de Yûsei exploraron su hendidura, buscando el calor de su cuerpo. Un jadeo de protesta escapó de sus labios; pero no huyó, contentándose con echar la cabeza atrás mientras se obligaba a recibir la invasión.

Paciencia. La palabra empezaba a carecer de sentido en la cabeza del príncipe, quien observaba jadeante cómo su amante se arqueaba y se aferraba al suelo para soportar la incomodidad junto al creciente placer. Paciencia. Debía prepararlo: otros varones se habían quejado de su tamaño, de su ímpetu…  y Yûsei quería que este macho en específico lo disfrutara, que quisiera más… que rogara por más. Un gemido escapó de los labios entreabiertos del muchacho y el sexo rígido se agitó contra el vientre tenso, pidiendo, demandando. Yûsei rugió, apartando la mano y con un siseo que desnudó sus colmillos, lo volteó sobre las rodillas.

Se hundió en él de una sola embestida. Esa no había sido su intención; pero era imposible resistirse al llamado de su compañero. Se preguntó cómo había podido vivir hasta hoy sin esto, sin sentirlo a su alrededor – tan apretado que dolía en su mismo eje. Nadie antes que él y nadie después de él, se juró mientras empezaba a moverse – sus dedos curvándose para clavarse en las caderas de su amante. Nadie volvería a tocar esta piel pálida, estos cabellos como azabache, estos músculos tensos de dolor y placer. Nadie volvería a verle desnudo. Nadie que no fuera Ryunnosuke Yûsei se regalaría con su belleza y su éxtasis.

El hilo rojo se tensó en torno a él, apretándole el cuello, cortándole la respiración, sembrando estrellas detrás de sus ojos. Sintió el peso de su compañero en el pecho y supo que se había incorporado para yacer contra él. Buscó con una mano el asta dura, palpitante y acalló con su boca el gemido que acompañó el manantial empapando sus dedos. Lo sostuvo contra sí mientras embestía una, dos… tres veces y lo llenaba con su semilla.

Eso era el placer. Ese dolor en el pecho que te arrancaba del cuerpo y te lanzaba a las estrellas.

Tendidos en el lecho de pasto, Yûsei buscó de nuevo la boca de su compañero, quien le respondió con lánguidos movimientos, ofreciéndose y exigiendo mientras el hilo rojo flotaba en torno a ellos, bañado por la luz de las estrellas.

 

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La reina Aislinn se detuvo en mitad del corredor al ver acercarse a su hijastro. Las ropas del Príncipe Dragón estaban sucias y rotas; pero una expresión de profunda satisfacción iluminaba sus hermosas facciones.

La reina alzó una ceja oscura como seda negra – que contrastaba con su cabello plateado recogido en trenzas torcidas en la nuca – y dijo, con tono burlón:

-          Iba a preguntarte si había sido una buena caza; pero no hace falta.

Yûsei sonrió ampliamente y se detuvo ante ella para hacerle una reverencia.

-          No hace falta -, confirmó -. ¿Me echaron de menos?

-          ¿Por qué habríamos? Fueron unas noches muy tranquilas sin ti por todo esto.

-          Sin embargo, tienes tal aire de felicidad, madre querida, que cualquiera pensaría que también el Taishõgun estuvo de cacería.

-          Irrespetuoso -, lo regañó Aislinn, golpeándolo en el hombro con su abanico de papel de seda -. Recuerda que soy tu madre.

Era difícil recordarlo cuando ambos tenían casi la misma edad, casi señaló Yûsei; pero se limitó a poner cara compungida y asentir como un niño.

-          Lo siento, venerable señora.

-          Venerable señora la… - la reina se mordió la lengua a tiempo y con un suspiro, recompuso sus facciones cuando una de las damas de palacio pasaba junto a ellos -. No, tu padre no estuvo de cacería anoche. Tu hermano llegó esta mañana.

-          ¿Ryûsei está aquí? – inquirió el príncipe, olvidando por completo la semana anterior. - ¿Dónde está? ¿Por qué no fue a buscarme?

-          ¿Hubieses querido que te encontrara? – arqueó más la ceja su madrastra. – Báñate y cámbiate, Príncipe Dragón, antes de ver a tu hermano: es muy niño para que lo perviertas.

-          En una semana será mayor de edad, madrecita; posiblemente ya ha jugueteado con suficientes chicas en el Fuerte del Tigre.

-          ¡Oh Aoimhe, ¿hay chicas en el Fuerte?! No debí dejar que fuera allá -, se quejó, con exagerada preocupación y cuando Yûsei le hizo una mueca, lo golpeó de nuevo con su abanico -. A bañarse he dicho, Príncipe Yûsei; huele usted a fiera en celo.

-          Y qué fiera, madrecita! – exclamó, abriendo los ojos con un brillo pícaro -. Hubieses tenido que verle! Puro fuego y polvo de estrellas.

-          Fuera, pervertido! – chilló Aislinn, empujándolo en dirección a sus aposentos. – Haré que las Druidesas te laven la boca con jabón de menta!

Mientras Yûsei desaparecía en la galería que conducía a sus habitaciones, riendo a toda voz, la Segunda Esposa del Taishõgun observó intrigada el hilo rojo que flotaba tras él. La reina observó que la hebra – invisible para cualquiera que no fuera un poderoso Visionario como ella – serpenteaba por el corredor para perderse en la escalinata que conducía al jardín. Aislinn contuvo el gesto de asombro: ¿era posible que la pareja destinada de Yûsei habitara también en el palacio real?

 

 

..................................

 

Después de obedecer a su madrastra, Yûsei se dirigió al jardín. Había elegido una sencilla túnica tradicional de color verde oscuro – la librea de la Casa del Dragón de Jade – combinada con la camisa blanca y el pantalón café. En lugar de las prácticas botas de montar, calzaba unas zapatillas de raso negro con bordados en oro y esmeralda. Había recogido el abundante cabello negro y rojo en una trenza que descendía hasta la cintura, sellada por un broche de jade blanco. Nuevamente lucía las insignias de su rango: el Anillo Dragón – una miniatura de un dragón de jade verde que se enroscaba en el dedo para erguir la cabeza astada -; la tiara con las tres estrellas de jade negro – su escudo personal – y el collar con el Ojo de Nephiris – símbolo de su rango de Amo de Voluntades, el único en los últimos diez milenios.

Mientras tomaba la vereda pavimentada con losas de ónix que conducía a la Fuente de Ictiala, Yûsei se dijo que esta podía ser la jornada más dichosa de sus trescientos noventa y dos años. En un solo día había encontrado a su pareja y recuperado a su hermano.

Estaba siendo injusto, reconoció. Aunque Niall llevaba veinte años fuera del palacio, Kazuhiko estaba allí y era un niño adorable. Yûsei amaba al segundo hijo de Aislinn y su padre como si fuera su hermano carnal; pero ese cariño no podía compararse con el amor que sentía por Niall, su pequeño Ryûsei.

El príncipe heredero se echó a reír al pensar en la cara que pondría su hermano si oía que le llamaba “pequeño”. Ya en el momento de partir al Fuerte del Tigre, con setenta años por cumplir, Niall era casi tan alto como él y tan hermoso que las Druidesas volteaban la cabeza para verle en el Templo. El joven mestizo había heredado la dureza de rasgos de su padre yõkai unida a la gracia de su sangre élfica. En su caso, su cabello mostraba un tono negro profundo, sin las combinaciones características de la Casa del Dragón – que sí heredara Kazuhiko – pero esa melena lacia de color azabache era el marco perfecto para sus ojos azules, motivo por el cual Yûsei lo apodara Ryûsei[1] cuando apenas levantaba un metro del suelo.

Yûsei estaba ansioso por ver a su hermano y sabía que después de ir al patio de entrenamiento, el futuro adulto se dirigiría a la fuente en que tantas horas pasaran juntos durante su infancia. A pesar de que Niall era un Vacío – no poseedor de magia – Yûsei y él siempre se habían entendido sin necesidad de hablar, cual si el vínculo de su sangre contuviera poder suficiente.

Ya sentado en el borde de la fuente, Yûsei se permitió recordar la noche anterior y una sonrisa de dicha curvó sus sensuales labios.

Su compañero había sido una sorpresa y un deleite. Después de esa primera unión – que habría de sellar el destino de ambos – yacieron recostados en la hierba conociendo el cuerpo del otro con las manos y la boca tanto como con los ojos. En ningún momento se habían despojado de los antifaces, ya que era parte del ritual conservarlos hasta la salida del sol; sin embargo, sus miradas se habían encontrado en numerosas ocasiones, diciéndose todo lo que las bocas sonrientes callaban. Las caricias exploratorias habían encendido nuevamente el deseo; pero esta vez Yûsei se propuso ser paciente y tomarse su tiempo para no dañar a su amante. El joven, sin embargo, tenía otras ideas.

Yûsei recordó, mordiéndose los labios, la determinación en la boca crispada de su compañero cuando lo empujó al suelo y se puso a horcajadas sobre él, empalándose de una sola vez en su verga dura. El príncipe había gozado de muchas hembras en esa posición; pero nunca había conocido placer más exquisito que el que le produjo la visión de ese maravilloso macho subiendo y bajando en su eje mientras se sostenía con una mano en su abdomen y con la otra en su muslo. Tan solo recordar cómo el joven se había concentrado en llevarlo a la liberación antes de permitir que su propio placer estallara casi hizo que Yûsei se corriera ahora mismo, allí sentado en el borde de la fuente, sin más estimulación que la de su mente.

Pero había más.

Al verlo jadear y estremecerse con la cabeza echada hacia atrás mientras su falo temblaba y se desahogaba en la piel de Yûsei, el príncipe decidió que también quería eso. También quería sentir el dolor colmando sus entrañas, quemando un camino de éxtasis hasta el centro de su ser. Aferrado al cuerpo de su amante, esperó solo unos minutos para que los temblores siguientes al orgasmo pasaran y de inmediato se dedicó a acariciar a su compañero con toda la delicadeza que el hambre enroscada en su bajo vientre le permitía. El muchacho lo había observado con enormes ojos desconcertados – la luz de plata de sus irises apenas ribeteando las pupilas dilatadas – cual si no pudiese creer que ya quisiera poseerlo de nuevo; pero no se quejó. Cuando Yûsei descendió por su torso, alternando pequeños besos con juguetonas mordidas, se limitó a yacer inmóvil, acariciándole las orejas puntiagudas a su pareja… hasta que Yûsei lamió su sexo blando. Un gemido ahogado escapó de los labios del chico, que se incorporó en los codos para comprobar con creciente sorpresa que su virilidad desaparecía en el interior de la boca del príncipe.

Yûsei apretó la mandíbula, recordando la deliciosa sensación de la carne endureciéndose en su boca, llenándola hasta tocar su garganta. Nunca había hecho esto, aunque sus amantes – de ambos sexos – lo habían hecho para él. Siempre había considerado humillante el hecho de permanecer de rodillas ante otro varón para darle placer con su boca; pero entonces ninguno había sido su compañero. Los gemidos que resonaron por encima de él fueron su mejor recompensa. Se apartó, saboreando en su lengua las primeras gotas del fluido del muchacho y cerniéndose sobre él, le empujó dos dedos en la boca, obligándolo a chuparlos como él hiciera con su verga un segundo antes.

Yûsei leyó en sus ojos que esperaba con ansias volver a sentirle y una sonrisa bailó en sus labios cuando se apartó de él para tenderse de espaldas y buscar su propio centro. Percibió la sorpresa de su amante al ver que él mismo se penetraba con los dos dedos mojados y luego vio el destello salvaje en sus ojos cuando comprendió la verdad. Situándose entre sus piernas, el joven demonio había descendido para lamer su sexo ya duro mientras le ayudaba a empujar los dedos más profundo dentro de sí. Yûsei se dejó llevar por la sensación de la boca que exploraba su verga y sus testículos, por la presión de los dedos… y apenas jadeó cuando su pareja introdujo un dedo a lo largo de los suyos. Aturdido, dejó de tocarse para que el otro hiciera todo el trabajo y cuando los dedos largos y delgados de su joven compañero tocaron un punto demasiado adentro de él, un gemido desgarró su calma. Despertó de su atontamiento para ver cómo su amante se cernía sobre él mientras con una mano guiaba la verga a su interior.

Al principio el dolor había sido suficiente para casi arrepentirse de su decisión; pero los labios que buscaron los suyos con suavidad, derribaron cualquier resistencia. Relajándose, Yûsei se dejó montar hasta que solo el empuje de la verga de su amante en la próstata fue suficiente para llevarlo al éxtasis. Clavándole las uñas en las nalgas, lo obligó a llenarlo con su semen cuando todavía su propio sexo temblaba y eyaculaba entre sus vientres.

Luego de un momento, el demonio más joven había rodado fuera de él, dejándose caer de espaldas para recuperar el aliento. Yûsei gruñó por el vacío en su interior mientras la noche refrescaba los fluidos en su piel. Se estremeció cuando unos dedos hurgaron en su ombligo lleno de semen, obscenamente.

“Eso fue mucho incluso para un demonio tan grande.”

La voz ronca le acarició la oreja, desatando escalofríos de deseo. Fue la única vez que le escuchó hablar. En lugar de responder, Yûsei se había erguido para besarlo vorazmente y unos minutos después, rodaban por la hierba, luchando a medias para ver quién poseería a quién esta vez.

 

 

El Príncipe Dragón apretó los párpados y respiró profundo para apaciguar su ánimo. Su sexo estaba escandalosamente erecto y tenía que hacer su mayor esfuerzo para no desnudarlo y buscar alivio en sus manos, evocando la calidez y dureza de su compañero. Niall no podía encontrarlo medio desnudo, sofocado y con las manos manchadas de semen: eso sería vergonzoso para alguien de su rango. Además, no era un adolescente sacudido por las hormonas para andar desfogando en los rincones a plena luz del día. 

Se concentró en los acontecimientos de esa mañana, cuando despertara solo en el claro del bosque. Su amante había desaparecido y por un momento, Yûsei sintió el terror y la ira anudarse en su pecho hasta hacerle jadear, mostrando los colmillos. Entonces, su mirada había caído sobre un pequeño trozo de terciopelo azul oscuro, sobre el cual se abalanzó: el antifaz de su amante.

La sonrisa encendió sus facciones y aclaró el rojo fuego de sus ojos hasta ser oro líquido. Era una señal. Se habían amado sin mediar nombres ni demandas; pero el joven demonio le estaba dando una oportunidad de encontrarle. El antifaz dejado atrás significaba que la próxima vez no habrían máscaras tras las que ocultarse: la próxima vez que se encontraran, sería la definitiva. Y su amante esperaba que él fuera a buscarlo, que lo reclamara.

Una vez más, Yûsei se estremeció de alegría al pensar en su compañero. Niall sería el primero en saber las buenas nuevas. Su hermano se alegraría por él: después de trescientos años de espera, había encontrado a su compañero, la mitad de su alma.

 

 

El olor llenó sus pulmones, haciéndole parpadear, sorprendido. El hilo rojo se tensó por debajo del Anillo Dragón y Yûsei se incorporó, girando en el lugar para enfrentar los pasos que se acercaban a la carrera.

-          Nii-chan!

La voz inundó sus oídos, borrando por un segundo el deseo que se mezclara a la sorpresa y Yûsei apenas tuvo tiempo de estabilizarse para que Niall no los arrojara a ambos a la fontana.

El hijo mayor de Aislinn se aferró a su hermano, rodeándole el cuello con los brazos y la cintura con las piernas como cuando era un niño.

Yûsei sintió la risa subir a su garganta mientras los cabellos húmedos de Niall lo envolvían con su característico perfume de lavanda y…

 

Niall percibió la rigidez de su hermano mayor y echó la cabeza hacia atrás para contemplarlo. Pestañeó, desorientado, al ver que los ojos siempre dorados de Yûsei refulgían como gemas de fuego vivo.

-          Bájate -, ordenó el Príncipe Dragón.

Niall obedeció, retrocediendo unos pasos, sin comprender.

-          Nii-san -, dijo.

-          Hueles a prostituta -, replicó Yûsei con dureza -. Si tienes edad para follarte una puta, con certeza no tienes edad para colgarte del cuello de tu hermano mayor.

-          ¿Qué dices? – balbuceó el joven, abriendo mucho los rasgados ojos azules -. Yo no…

-          Cállate. Es vergonzoso que un miembro de la Casa del Dragón se comporte como lo acabas de hacer. En una semana serás un adulto y aunque seas un demonio blanco, debes comportarte de acuerdo a tu nacimiento.

Niall pestañeó, aturdido por la humillación que las palabras de Yûsei buscaban infligir. Un demonio blanco: la forma despectiva de llamar a los que no poseían magia. Como él.

-          Lo siento. No volveré…

-          Eso espero. Pensé que al menos habrías aprendido algo en el Fuerte del Dragón.

-          Pero sí aprendí…! – exclamó Niall, alzando su hermoso rostro, ansioso por contarle a su hermano mayor sus logros en el entrenamiento con las armas.

-          Por las Cien Alas de Seamisal, ve a bañarte! – lo interrumpió Yûsei -. Ese hedor a ramera barata me está revolviendo el estómago.

Y cubriéndose la nariz con la manga de la túnica, se alejó de él.

Niall no se movió, con la vista fija en el agua transparente. ¿Hedor a ramera? ¿Era así como lo percibían los demás? Él, al no poseer magia, no era capaz de sentir el olor del vínculo; pero creía que debía de ser algo agradable, fuerte, poderoso… como la mitad de su alma. O tal vez estaba equivocado y no había tal olor en él porque no existía el vínculo. Después de todo, ¿podía un demonio blanco tener derecho a una pareja destinada por la Diosa?

Las lágrimas resbalaron por sus mejillas pálidas. Podía aceptar que no hubiese una pareja en su destino, podía incluso admitir que la semana anterior fuera una equivocación, que alguien se aprovechara de su ignorancia para seducirlo; pero lo que realmente hería su corazón era el rechazo de Yûsei, el ser que más amaba en el mundo, el único al que nunca pareciera importarle su incapacidad. Era evidente que todos esos años se había equivocado.

 

 

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A pesar del dolor que le causaran las palabras de Yûsei – o quizás por el dolor que le causaron – Niall obedeció su orden. Durante casi dos horas se encerró en el baño de su alcoba, restregándose hasta que su piel pálida estuvo enrojecida y ya no fue capaz de detectar ningún olor proviniendo de él. Esperaba que también el aroma a sexo se hubiese ido: si Yûsei lo había sentido, otros también lo sentirían. Y, en un final, su hermano mayor tenía razón: aunque fuera un demonio blanco, era un miembro de la Casa Real y debía comportarse como tal.

También desechó las ropas blancas y doradas de fiesta que había elegido para la mañana. En cambio, se vistió con el uniforme negro con dos bandas naranjas cruzadas sobre el pecho que correspondía a su actual rango y se colgó la uchitagana del cinto plano. Recogió los cabellos en una sencilla coleta en lo alto de la cabeza y como única joya se puso el pendiente de colmillo de lobo en la oreja derecha que lo identificaba como el heredero varón del Ard Ri de los Elfos. No es que él pensara que pudiera ocupar el trono jamás – los Elfos eran incluso más exigentes que los Yõkai con respecto al poder mágico de sus líderes – pero a Fionn le complacía que su nieto se declarara su heredero y no el de los Yõkai. Además, el Taishõgun Yûdai ya tenía un heredero – Yûsei -; el Ard Ri Fionn Mac Tíre podía quedarse a Niall.

El príncipe se reunió con su madre en sus aposentos para tomar el almuerzo. Aislinn no dejó de notar el cambio en el talante de su hijo mayor, quien al llegar en la mañana exudaba alegría y satisfacción, al punto de que la reina pudo oler el aroma dulzón y levemente acre del sexo a metros de distancia.

Por supuesto que Aislinn sabía que su hijo no era virgen. Tal vez por el hecho de carecer de magia, Niall había madurado más aprisa que los demonios comunes: a los cuarenta años, el comienzo de la primera adolescencia, Niall era de una belleza impresionante. El paso a la segunda adolescencia solo había acentuado su sensualidad y aunque era una ley no escrita entre los demonios que no se tenían relaciones sexuales o románticas con menores de edad, Aislinn sabía que muchos ignoraban la tradición si el premio valía la pena… y Niall la valía. Aislinn sospechaba que su hijo mayor había aprendido acerca de los placeres del cuerpo mucho antes de cumplir los setenta años. Sin embargo, esta mañana, la reina había percibido en él un olor diferente. Ahora, cuando Niall era otra vez el príncipe correcto y serio que todos conocían, Aislinn lo observaba sin disimulo, queriendo descubrir el cambio.

Por desgracia, la ausencia de magia de un Vacío afectaba también a los demás demonios. Para muchos, era casi imposible ver en el alma de un Vacío o percibir si magia ajena se cernía sobre ellos: la no-magia de los Vacíos devoraba todo el tejido en torno a ellos.

Niall, naturalmente, no le contaría qué había trocado su alegría en tristeza, comprendió la reina, como nunca le contara las burlas de que fuera objeto durante su infancia en la Academia o los maltratos de sus primeros tutores por ser incapaz de hacer magia. Aislinn recordaba la cólera de su esposo al descubrir lo que ocurría: después de que los Maestros Imperiales fueran azotados hasta que la piel colgó en jirones de sus huesos, nadie volvió a atreverse a ofender al Príncipe Lobo – cuando menos no de frente. Bajo la tutela de Kouhei, un joven maestro de Artes Mágicas, Niall pronto dominó los Principios de las Ocho Especialidades, por si un día su magia despertaba. Para su segunda adolescencia, Niall tomó la decisión de irse al Fuerte del Tigre. Muchos Vacíos elegían el camino de las armas y, a juzgar por la uchitagana colgada de su cinto, Niall había elegido bien. En solo veinte años el joven había recorrido el camino desde Iaito hasta el Tercer Rango en el Ejército: demonios más poderosos tardaban medio siglo en dejar de ser aprendices.

Finalmente, después del almuerzo, Niall se demoró un poco más en compañía de su madre y anunció que iría a visitar a Kouhei.

-          A él sí le alegrará verme -, recalcó.

Aislinn alzó las negras cejas; pero antes de que pudiera decir algo, su hijo la besó en la frente y abandonó la estancia. Solo en ese momento, la visión mágica de la Segunda Esposa alcanzó a distinguir el hilo rojo flotando detrás de él en dirección a la ventana abierta. Lo que más desconcertó a la reina fue que la hebra de Niall era de un intenso rojo sangre… el mismo color que el hilo atado a Yûsei.

 

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La Academia de Artes y Ciencias Mágicas se ubicaba en el distrito Norte de la Ciudad de Jade. Niall había recorrido este camino miles de veces durante su infancia. Él mismo se había negado a recibir las lecciones en el Palacio Real: ya que no era capaz de hacer magia, al menos debería ver a otros para saber cómo funcionaba. Kouhei había sido un buen maestro: no le importaba su incapacidad… o mejor, la había asumido como un reto. No era muy bien visto entre sus colegas de mayor edad y rango; pero el Taishõgun lo había elegido para educar al príncipe precisamente por su carácter rebelde e innovador. A pesar de que Niall sabía que su relación comenzara siendo un experimento, con los años la amistad había crecido entre alumno y maestro.

Las puertas del colosal edificio permanecían abiertas todo el tiempo. El terreno de la Academia se consideraba tan sagrado como los Templos de la Diosa sin Nombre. La Academia en cambio, era guardada por los Pilares, guardianes del conocimiento y mediadores entre los Hijos de la Tierra y la Madre Universal.

Niall pasó el alto pórtico y atravesó el atrio, ignorando las estatuas que conocía de memoria: Myrasar  - Pilar del Fuego – sosteniendo un pergamino en su mano derecha; Seamisal – Pilar del Aire – llevándose una flauta a los labios; Dara – Pilar de la Tierra – contoneándose al ritmo de una música inaudible. Vuelto hacia el sur se encontraba un pedestal sobre el que solo aparecían los pies truncados de una estatua: Arak, el Prohibido, antiguo Pilar del Agua y traidor a todas las razas, quien creara a los Espectros y los desatara sobre el mundo mucho antes de la Escisión. Por último, justo delante la puerta que conducía a las catacumbas, se encontraba la capilla en sombras de Mahel, el Pálido, Pilar del Espíritu, señor de la Muerte.

Niall se inclinó ante cada uno de los Pilares vigentes y se tocó la frente y el corazón en dirección a la capilla de Mahel. Era costumbre escupir al pie del plinto de Arak; pero el joven príncipe nunca consiguiera adaptarse a semejante tontería. En cambio, cruzó los dedos en la señal informal de saludo entre viejos amigos y ocultando la sonrisa que su pequeña travesura le provocara, continuó su camino al interior del colegio.

A esas horas, Kouhei seguramente estaría devorando un frugal almuerzo – si es que se recordara de comer algo. El Príncipe Lobo recorrió los pasillos casi desiertos al mediodía y ascendió la escalerilla de caracol hasta los aposentos privados del maestro.

-          Nunca soñé merecer tu atención, mi príncipe.

La voz de Kouhei sonaba extrañamente dulce al hablar y Niall se detuvo antes de llamar a la puerta entreabierta.

-          Kouhei-san, eres uno de los demonios más apuestos que he conocido y tu sabiduría solo es comparable a tu belleza. ¿Por qué no habrías de despertar mi interés? ¿Acaso no lo he demostrado durante todos estos años?

Niall pestañeó, aturdido, al reconocer la voz de Yûsei. Yûsei. ¿Qué hacía su hermano en los aposentos de Kouhei? No era la primera vez que los visitaba por supuesto; pero antes siempre fuera acompañándolo a él. Instintivamente, se acercó a la puerta y empujó con suavidad, solo lo justo para que sus ojos distinguieran a los dos demonios sentados en el diván de terciopelo verde oscuro.

Yûsei vestía las mismas ropas de esa mañana y la trenza en que se mezclaban cabellos negros y rojos por igual descansaba sobre su pecho, resaltando en el verde de la túnica.

Kouhei se sentaba frente a él, dándole la espalda a la puerta y usaba solo la toga roja de los Maestros. Como siempre, llevaba la cabeza rapada, excepto por la coleta que se alzaba en la coronilla. Sus orejas puntiagudas eran adornadas por aros de oro y plata.

Ante la respuesta de Yûsei, el Maestro dejó escapar un ruidito de sorpresa y dijo:

-          Creí que tu único interés en mí era como tutor de tu hermano, Yûsei-sama.

Niall contuvo la respiración.

Yûsei frunció ligeramente las finas cejas negras y su boca de sensuales labios se torció en la comisura izquierda. Con calculada sensualidad, extendió una mano y dibujó la solapa de la toga hasta la base de la garganta de Kouhei.

-          Tutor de un demonio blanco -, dijo, con ironía -. ¿Hubo alguna vez un reto ahí? Pensé que te mantenías en el puesto solo para estar cerca de mí. Fue lo que me dijeron tus miradas todos estos años -. Se inclinó hasta rozarle el cuello con la nariz -. Y tu olor.

-          No creí… - balbuceó Kouhei, aturdido al tiempo que apoyaba una mano en el hombro del príncipe para estabilizarse -. No creí que te interesaran los varones…

-          Me interesa todo lo que es bello y digno de atención, Kouhei-san -, murmuró contra su piel -. Me interesa tanto que desperdicié años de mi vida siguiendo a mi pobre hermanito solo para verte.

-          ¿No hubiese sido más fácil…?

La pregunta murió en los labios de Kouhei, devorada por el beso que Yûsei puso en ellos con vehemencia. Cuando al fin se apartaron, el Maestro apenas podía respirar y los ojos del Príncipe Dragón resplandecían como gemas vivas.

-          El Príncipe Dragón no puede lanzarse a los pies del primer varón que le atrae -, declaró mientras le separaba las piernas con una mano, posesivo -. Además, ser amable con mi hermanito incapacitado sienta bien a mi imagen pública: podía hacer dos cosas al mismo tiempo.

En otro momento, Kouhei habría reflexionado acerca de la crueldad de las palabras de Yûsei, cuando durante cincuenta años él fuera testigo del amor entre ambos hermanos; pero ahora, con las manos del príncipe explorándolo, concediéndole la posibilidad de acceder a uno de sus más profundos sueños, el Maestro era incapaz de pensar.

 

Niall retrocedió hasta apoyarse en la baranda de la escalerilla. Su corazón había dejado de latir y un dolor que desconocía que pudiera sentirse se desataba en su pecho, en su vientre, en su alma. Yûsei había sido su amigo, su hermano, su padre… Trescientos años mayor que él, el hijo del primer matrimonio del Taishõgun se había convertido en niño para jugar con su hermano. Ni los deberes principescos, ni el despertar sexual, ni la guerra… ni la evidencia de que Niall jamás sería un demonio verdadero se habían interpuesto en su relación. O eso creía Niall.

Mentira. Toda su vida era una farsa. Yûsei nunca le había amado. Yûsei solo veía en él una forma de ganar simpatía, un medio para acercarse a un varón que le gustaba… un demonio. Un verdadero demonio capaz de usar el tejido de la magia; no un demonio blanco.

El dolor en su pecho se derramó, descendiendo por su brazo hasta apretarse en torno a su dedo corazón izquierdo. Niall no lo percibió… como tampoco percibió la sangre que brotaba de los arañazos que rasgaba en su propio pecho, cual si quisiera arrancarse el corazón.

Un gemido llegó a sus oídos y tuvo que luchar contra el impulso de vomitar – vomitar hasta que nada quedara en su interior: ni comida, ni órganos, ni alma blanca.

Giró sobre sí mismo y se lanzó escaleras abajo.

 

...........................................

 

 Yûdai alzó la vista cuando su hijo irrumpió en el comedor. Una sonrisa había comenzado a dibujarse en sus labios hasta que detalló el estado de su primogénito.

-          ¿Qué rayos te ocurrió, Yûsei? – demandó, frunciendo las cejas blancas -. Parece que estuviste en una pelea.

-          ¿Dónde está? – exigió Yûsei, apoyándose en el respaldo de una silla mientras su mirada se detenía en el asiento a la izquierda de su padre.

-          ¿Quién? – se desconcertó el Taishõgun.

-          Tu hijo… Niall… ¿dónde está? ¿No viene a cenar?

-          ¿Estás ebrio, Yûsei? – inquirió su padre en lugar de responder -. ¿Qué comportamiento es ese? ¡Eres el Príncipe Dragón! ¡Debes…!

-          ¡Niall, padre! ¿Dónde está Niall? – lo interrumpió, ignorando su diatriba.

-          ¿Tu hermano? Tu hermano también está loco. Se fue. Esta tarde. Sin explicarme nada. Dijo que necesitaba volver a la Frontera, que la situación se había tensado en los últimos tiempos y que se precisaban todos los soldados posibles para detener a los Espectros, que todo parecía indicar que Cedro había situado su cuartel general a poca distancia de la Frontera Este. Todos esos preparativos para su cumpleaños y nos deja. ¡Fionn y sus dos esposas iban a venir! ¡Invité al Califa Haquim y a su hija mayor! ¡Los Cinco Rajás están invitados! ¡La princesa Amaravati vendrá a la fiesta! ¿Y qué le diré? ¡Que el homenajeado está a miles de kilómetros! Yûsei, ¿te sientes bien, muchacho? – inquirió, percatándose de la lividez de su hijo mayor, quien se aferraba con mayor fuerza al asiento.

-          Mientes -, musitó Yûsei, pestañeando -. Él no se iría así… sin hablarme. Niall me enfrentaría… me reclamaría. Él querría saber…

-          ¿De qué hablas, Yûsei?

-          Yûsei y su hermano discutieron esta mañana -, explicó Aislinn al tiempo que entraba en el comedor y se dirigía a la silla que normalmente ocuparía su hijo. – Supongo que Yûsei pensaba que Niall lo esperaba para terminar su discusión, ¿no es así, querido hijo?

Yûsei la observó con ojos turbios por el alcohol y la desesperación. Aislinn sintió pena por él y disimuladamente, le hizo un gesto para que se controlara.

-          Ah, eso -, suspiró Yûdai, calmándose -. No te preocupes, Yûsei; en cuanto a tu hermano se le pase esta emoción de ser guerrero, regresará y podrán conversar. Una discusión no cambiará el amor que se tienen. Siéntate: debes comer algo para que se pase la embriaguez.

-          No. Iré… estaré en mis aposentos.

Yûdai hizo ademán de detenerle; pero su esposa posó una delicada mano sobre la suya, obligándolo a mirarla.

-          Pero, ¡está ebrio, muchacha! ¡Ebrio como un duende que se cayó en una cuba de aguamiel! ¡No puede andar así por el palacio! Se caerá en un rincón.

Yûsei dejó de escuchar las quejas de su padre: que Aislinn lidiara con él.

Ido. Niall se había ido.

Por supuesto que se había ido. Esa fue su intención todo el tiempo: que Niall huyera, que se alejara de él, que le odiara, que dejara de torturarle con su olor y su belleza.

Cerró la puerta de su alcoba y se apoyó en ella, golpeándose la cabeza contra la madera de nogal.

Amaba a Niall. Lo había amado desde el instante en que su padre le obligó a ver al bebé recién nacido. Lo amaba más de lo que amaba a cualquier otra criatura. Nunca se cuestionó ese sentimiento: Niall era su hermano, su sangre, su carne. Nunca dudó de sí mismo cerca de su hermano… hasta esa mañana.

Niall.

El nombre dejó un surco de fuego en su pecho. El recuerdo de la seda de esos cabellos negros escoció en sus dedos. El recuerdo de ese cuerpo quemó su piel.

Con un rugido, Yûsei se arrojó contra el escritorio tocador, volcando el contenido al suelo con furiosos manotazos. Maldijo a los Pilares, a la Diosa, al universo entero. Pateó y destrozó mientras invocaba a Mahel llamándolo por su nombre completo. Se arrancó el Anillo Dragón y desesperado, arañó su dedo hasta que la sangre goteó para formar un charco en las baldosas de jade y malaquita. En vano: ante sus ojos, el hilo rojo seguía flotando, atándolo irremediablemente a un ser a kilómetros de distancia.

Vencido, se arrastró hasta el lecho y con la mano ensangrentada, buscó bajo la almohada. Sostuvo el trozo de terciopelo azul oscuro delante de su rostro antes de apretarlo a su nariz y aspirar con fuerza el olor de su amante, de su compañero. De inmediato, su sexo se endureció.

Poseer a Kouhei no había significado nada: Yûsei había eyaculado en él sin hallar el alivio que deseaba. En el mismo instante en que liberó su simiente en el estrecho pasaje del otro varón, el príncipe supo que estaba condenado, que nadie podría jamás colmar el hambre que padecía. Su seducción a Kouhei había sido una actuación para el beneficio de Niall; pero también un exorcismo. Lo primero funcionó, no lo segundo. Y ahora Yûsei se arrepentía. Debió decirle a su hermano… decirle…

Instintivamente, metió una mano bajo sus pantalones y agarró su verga rígida. Se acarició sin dejar de olfatear el antifaz de terciopelo, evocando el apretado calor en torno a él, la dureza quemando sus entrañas. Se corrió generosamente, gimiendo el nombre de su compañero… de su hermano…

Niall…



[1] Ryûsei, en japonés, puede significar “estrella fugaz” y también “dragón azul”.


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