Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Acento francés por AndromedaShunL

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Aquí les traigo un fanfic adolescente de Camus x Milo. Adoro a esta pareja y espero que les guste tanto como a mí escribirlo :3

—Venga, vamos, ¡lánzate! —Exclamó Afrodita.

            El joven de cabello lila llevaba varias semanas diciéndole a su amigo que se dejase de tonterías y se declarase, pero Milo, el más rubio de la clase, no quería ni oír hablar de ello. Camus era un chico muy frío y, aunque formaba parte de su grupo de amigos, le imponía demasiado respeto. Su cabello intensamente rojo y sus ojos azules encendían su corazón en todas las asignaturas y, en especial, en el recreo. Y qué hablar cuando salían de fiesta los fines de semana.

            —No seas pesado, Dita. No pienso hacerlo.

            —¿Te da vergüenza? Se lo digo yo, si quieres —dijo, guiñándole un ojo.

            —¡Ni se te ocurra! —Exclamó, sonrojado—. Si algún día pasa, seré yo quien lo diga.

            —A lo mejor se te adelanta.

            Afrodita se volvió a sentar en su pupitre, y le sonrió desde su lugar en el aula. Sabía que aquellas conversaciones ponían muy nervioso a Milo, y eso le gustaba. Le encantaba ver cómo su amigo se ponía tremendamente nervioso.

            Cuando sonó la campana después de una tediosa clase de matemáticas, todos salieron al recreo. Milo, Camus, Afrodita, Shura y Mu se reunieron en el patio. Mu iba a una clase diferente que el resto ese año, porque habían cambiado la lista de los apellidos, pero no les importaba.

            Milo observó de reojo a Camus mientras este hablaba con Shura. El moreno había llegado a Grecia hacía unos años por un traslado de su padre. No había tenido ningún problema en adoptar la lengua griega ya que, según decía, el español y el griego eran muy parecidos en cuanto a la prosodia. Desde luego, lo suyo eran las filologías y todo lo relacionado con la lingüística.

            Camus, por su lado, había llegado hacía un par de años a Grecia y todavía tenía alguna que otra dificultad para expresarse, pero en general dominaba bien el idioma. Su acento francés era otro de los motivos por los que Milo ardía cada vez que hablaban. Quería escucharle hablar durante horas y horas con ese acento que le volvía estúpidamente loco. Y Afrodita lo sabía, y se reía mucho por ello.

            —¿Estás enamorado de él o de su acento? —Le preguntaba a veces demasiado alto, poniéndole nervioso.

            Shura le preguntó a los demás que si querían salir esa noche, ya que era viernes, y todos asintieron. Afrodita le dio un codazo a Milo como sugiriéndole que aprovechara la oportunidad, pero Milo hizo como que no se había dado cuenta. Intentaba no mirar demasiado a Camus, como sintiendo que todos sus amigos estaban al tanto de lo que pretendía esconder. Por quinta vez en diez minutos se maldijo por haber confiado en Dita para aquello. Estaba claro que, aunque el joven sabía guardar secretos, no era muy bueno gestionándolos.

            —Por mí genial, pero llegaré un poco tarde porque tengo que hacer unos recados —dijo Camus, y Milo respondió inmediatamente que no pasaba nada, que se reuniría con ellos cuando tuviera todo listo.

            Cuando regresó a su casa, se pasó varios minutos echado sobre su cama sin saber qué pensar. Camus era un chico muy frío a veces, pero otras era un encanto. Se ofrecía a ayudarles con los deberes de matemáticas porque se le daban muy bien, y también con los de química y física. Sin embargo, cualquiera que le mirara pensaría que se trataba de un engreído y con el ego muy subido. Quizá su acento francés ayudaba con ese prejuicio.

            Su acento francés…

            Milo tuvo que ponerse la almohada en la cara para evitar que le ardieran las mejillas. Se revolvió ladeando la cabeza. Era tonto, muy tonto. ¿Cómo podía estar así de colgado por alguien? Se pasaba todo el día pensando en Camus como un obseso.

            Quizá Afrodita tuviera razón. Si se declaraba a Camus y este le decía no, podría olvidarse por fin del tema. O no… igual empezaba a lamentarse todos los días por su miseria, por no poder dejar de pensar en él y en el rechazo. Pero si no hacía nada se volvería loco. Llevaba ya dos meses sufriendo sin saber qué hacer. Al principio, todo había sido dulce y esperanzador, pero a medida que pasaba el tiempo y Camus continuaba comportándose igual que siempre, su ánimo había ido cayendo estrepitosamente. Por eso se lo había contado todo a Dita: necesitaba apoyo.

            Decidió, entones, que no podía seguir así. Tenía que hacer algo. Confiaba en el poder de Afrodita para lograr que no pasase de aquella noche para avanzar en su relación con Camus, aunque fuera con un paso diminuto.

            Sacó su teléfono móvil y marcó el número de Dita con el corazón latiéndole muy fuerte. Necesitaba hablar con él y contárselo todo, pero el joven no respondió. Recordó que su amigo solía tener clases particulares de inglés lunes, miércoles y viernes, y dejó el móvil a un lado. Ya le llamaría al ver la perdida.

            Pero no le llamó. Pasaron las horas y Milo no recibió ninguna llamada. Se estaba poniendo cada vez más nervioso.

            Habían quedado en la plaza de debajo de la casa de Mu a las 9 para ir todos juntos a El barril feliz, un pub al que solían ir todos los fines de semana. Ya casi daban las 8 y todavía no había hecho nada. Se puso, pues, a trastear con los deberes de matemáticas intentando olvidarse del tema, pero ya había tomado una decisión: le diría algo o, en todo caso, intentaría arrimarse más a Camus para ver cómo reaccionaba. Quizá así se sentiría más animado.

            A las ocho y media fue a darse una ducha. Le costó desenredarse la larga melena rubia y pensó que llegaría tarde, pero al salir aún le quedaba tiempo de sobra. Se vistió con unos vaqueros azules y una sudadera negra. Era primavera y no estaba haciendo mucho frío por las noches. Cogió una pequeña mochila de cuero sintético y se la colgó de un hombro, como solía hacer. Se despidió de sus padres, que estaban a punto de irse también para pasar unos días en el pueblo de su abuela, y salió de casa.

            Llegó al portal de Shura y se encontró ni más ni menos que con Camus. Había conseguido pensar en otras cosas mientras caminaba, pero nada más verlo se desplomó el cielo sobre él y su corazón se empezó a agitar de nuevo como un loco.

—¡Ey, Camus! Hola.

            —Buenas, Milo. Dice Shura que baja en seguida.

            —Guay.

            Milo no sabía qué decir. Normalmente no tenía problemas en entablar conversación con su amigo, pero la determinación que había tomado le había absorbido todo el pensamiento.

            —¿Y Mu? ¿Y Dita?

            —Allí están —contestó Camus señalando con la barbilla.

            Los dos jóvenes llegaron hasta ellos y aguardaron hasta que Shura bajó. La puntualidad, desde luego, no era uno de sus fuertes, pero no les importaba. Mientras esperaran en grupo nunca se aburrirían.

            Llegaron a El barril feliz y se sentaron en una de las mesas que hace esquina con las ventanas. Les gustaba especialmente ese lugar. El pub ya estaba a la mitad y sabían que, dentro de una hora aproximadamente, comenzaría a llenarse.

            —Bueno, lo de siempre, ¿no? Azulito, naranja, kiwi… —Preguntó Shura.

            —Sí, sí, y también el morado, que estaba muy bueno —dijo Afrodita.

            —Pues como yo —rio Milo.

            —Más quisieras, rubio —protestó Shura.

            —Bueno, pues vete a pedir, Shura, ya que estás tan gracioso.

            —Pues me acompañas tú, que no tengo manos para todo. Camus, ¿puedes venir también?

            —Sí, claro.

            Mu y Afrodita se quedaron en la mesa esperando. Cuando volvieron, Afrodita hizo malabares para que Milo se sentase al lado de Camus y le guiñó un ojo al rubio, que hizo como que no se enteraba.

            —Y qué hacemos, ¿el juego de la otra vez? —Preguntó Camus, con ganas de empezar a beber.

            —Dale. Empiezas tú —dijo Shura, y comenzaron a jugar.

            Para el juego tenían que elegir todos un gesto y tenían que interactuar entre ellos haciendo su gesto, dando una palmada, y repitiendo el gesto del otro sin equivocarse. Para pasarse el relevo, tenían que guiñarle un ojo al que quisieran que continuara. Si lo hacían mal, tenían que beber un vaso de chupito.

            Milo no se atrevía a guiñarle el ojo a Camus para que continuara con el juego. Sin embargo, el pelirrojo sí le había guiñado varias veces a él, ajeno a todo lo que pasaba por la cabeza del rubio.

            El alcohol fue bajando peligrosamente. Y las risas iban cada vez más en aumento. Shura no dejaba de equivocarse. Le pedían que hiciera el gesto de Camus, que era simplemente sacar la lengua, y sin saber por qué se tocaba el ojo con el meñique, repitiendo el gesto de Dita.

            —No tenéis ni idea, es el juego español —se defendió.

            —Sí, claro, y el mío el juego ruso, no te jode —respondió Milo.

            Siguieron jugando hasta que Mu se cansó. Había empezado una mala racha de la que no podía salir. Acababa de beber cinco chupitos seguidos y no le entraba nada más en la garganta. Decidieron, entonces, y tras un cuarto de hora de diferentes conversaciones, que podían jugar al “yo nunca” y, aunque todos ya sabían los secretos de todos, les encantaba jugar y reírse de las locuras de los demás.

            —Yo nunca —empezó Shura—, me he intentado chupar un pie —dijo.

            —Joder, ¿quién no? —Preguntó Camus mientras bebía.

            —De pequeño, día y noche —dijo Mu.

            —Es para darle vidilla, hombre —se defendió Shura.

            —Pues menuda mierda de vidilla —se quejó Afrodita—. Esto si es vidilla: yo nunca he querido liarme con alguien de esta mesa —dijo con seriedad, esperando a que alguien bebiera.

            Para sorpresa de todos, Shura bebió, y Camus se fijó en que Mu hacía lo mismo pero con mucho disimulo. Ninguno de los dos se había percatado de ello, y Camus pensó que de aquella noche no pasaba para que ambos se liasen.

            Afrodita, que tenía a su lado a Milo, le observó de reojo con una sonrisilla, pero este no bebió. Quizás había empezado demasiado fuerte.

            —Bueno, bueno, he visto cosas muy interesantes —comentó Camus, haciéndose el itneresante.

            El pelirrojo vio cómo Shura y Mu se ponían rojos, pero no dijo nada más. Sonrió para sí y se aclaró la garganta para decir:

            —Yo nunca lo he hecho en un sitio público.

            Shura y Afrodita bebieron bajo la mirada atónita de los demás.

            —Y fue horrible —dijo Dita con una risa y levantando más de lo debido la voz.

            —Pues lo mío fue bien, pero hacía demasiado frío y bueno… —empezó Shura.

            —No hace falta que nos des detalles, tranquilo —le paró Camus.

            Continuaron el juego y pronto Afrodita comenzó a mandar retos a los demás. Consiguió que Milo se sentase encima de Shura durante dos turnos del “yo nunca” y él mismo tuvo que restregarse contra la pared. Milo, por su parte, tuvo que fingir que le pedía matrimonio a Camus por cortesía de Mu. El alcohol cada vez estaba más bajo y Camus se ofreció a pedir un cacharro más. Al rato, volvió acompañado de Afrodita con dos más, y los otros se los quedaron mirando con sorpresa.

            —Madre mía cómo nos vamos a poner… —dijo Mu.

            —La fiesta nunca termina, chavales —dijo Milo, sonriente.

            A Camus le empezaba a fallar la vista y la coordinación, al igual que a Milo. Ninguno de los dos podía parar de reír.

            En un momento en el que estaban todos diciendo tonterías, a Milo se le escapó la mano y la posó en el muslo de Camus. Cuando se dio cuenta miró a los ojos al pelirrojo y este le devolvió una sonrisa que excitó todo su cuerpo. Apartó la mano como si no pasase nada y continuaron con los retos.

            La música del local sonaba cada vez con más fuerza y la gente tenía que alzar la voz hasta casi gritar para hacerse entender, pero no les importaba. El alcohol ya les hacía gritar mientras se reían a carcajadas.

            Afrodita cogió una botella de una de las mesas y empezó a darle vueltas sobre la mesa. Cuando paró, apuntó hacia donde estaba Shura.

            —Veamos, Shura se tiene que dar un pico con… ¡Conmigo! ¡Mierda! —Exclamó Dita con horror.

            —Te jodes. ¡Venga!

            Los dos se levantaron de la silla y se besaron levemente por encima de la mesa. Dita hizo un gesto de asco y volvió a hacer girar la botella. Esta vez le tocó a Mu y, de nuevo a Shura. Ninguno de los dos tuvo problemas en darse un pico, y Camus vio en sus rostros que lo estaban deseando.

            La siguiente ronda de besos fue para Camus y Dita. Dita dijo que no quería liarse con ninguno de ellos, que solo quería girar la botella, pero los demás le obligaron a ello y se besó con Camus.

            —Bueno, pues ahora no será solo un pico —dijo—. Ahora un buen morreo, que yo os vea.

            —Morréame el culo, mejor —dijo Shura, y todos rieron.

            —Ni en tus sueños más oscuros.

            Giró la botella y se arrepintió al instante de lo que acababa de decir. Le tocó besarse con Camus y ninguno de ellos le dio a elegir.

            —¡Te jodes! Tú lo quisiste, ¿no? —Rio Shura.

            —Aquí se cumplen las palabras —dijo Milo, que no podía dejar de reír.

            —Sois unos cabrones…

            —Ven aquí, bribón —dijo Camus, y comenzaron a besarse con pasión durante unos segundos que a Afrodita se le hicieron eternos—. Espero que te haya gustado este buen beso francés.

            —Preferiría chupar una farola —replicó, tomando un buen trago de su chupito.

            Cuando por fin les tocó liarse a Milo y a Camus, el rubio pensó que se iba a desmayar. Intentó hacerse el tonto, pero los demás no le permitieron escaquearse ni bebiendo dos vasos de golpe.

            Vio los ojos de Camus cerrarse mientras acercaba los labios a los suyos y creyó que el corazón se le iba a salir del pecho. No era la primera vez que le besaba, pero sí era la primera en que lo hacía estando enamorado de él.

            El contacto con los labios fríos de Camus lo volvió loco. Su mano volvió a apoyarse en el muslo del pelirrojo, pero este no se quejó. Sintió que, de alguna manera, Camus disfrutaba del contacto tanto como él y se le rompió el corazón cuando el francés se separó de él. Pero antes de volver a centrarse en la botella, Camus le regaló una sonrisa furtiva que le volvió loco.

            Continuaron jugando aumentando el nivel. Cada vez los besos tenían que durar más y Shura había empezado a decir que tenía que ser con lengua sí o sí. A Milo ya no le dolían las mejillas cada vez que le tocaba besarse con Camus, pero el pantalón se le estaba quedando demasiado pequeño.

            Camus se había unido al juego de las manos por debajo de la mesa. Sus dedos se deslizaban por el muslo del rubio hasta estar peligrosamente cerca de sus partes, y cuando se besaban lo hacían con una sonrisa que pedía a gritos el desenlace.

            Las horas iban pasando. Cuando cambiaron de juego Milo estaba tan excitado que no podía concentrarse en la conversación de los demás. Intercambiaba miradas lascivas con Camus, que le ponía nervioso pasando de él por momentos y por otros volviendo a jugar con una mano traviesa.

            Ya bien avanzada la noche, decidieron que era momento de ir a bailar a una discoteca. Se levantaron con dificultad. Los cinco habían bebido demasiado y sentían que las piernas no les llevaban exactamente por donde querían ir.

            Entraron en una discoteca abarrotada y se pusieron a bailar por donde pudieron. Aprovechando la muchedumbre, Camus y Milo se perdieron entre la gente y comenzaron un baile cada vez más pegados. Se besaron varias veces y quedaron abrazados, con los labios del otro recorriendo sensualmente el cuello. Y cuando no pudieron aguantar más en aquel estado de deseo, se escabulleron por una de las puertas del local y se fueron a casa de Milo, parándose en varios portales a ponerse más y más ansiosos.

            Milo cerró la puerta de su habitación sin dejar de besar a Camus. Sentía que su cuerpo iba a explotar en cualquier momento. Le quitó la camisa al pelirrojo y le tumbó en la cama. Se subió encima de él para besarle con pasión desde el cuello hasta la oreja, parándose varios minutos en sus labios fríos.

            Se dedicaron unas cuantas risas mientras se desnudaban con prisa, como si la noche fuera a terminarse de un momento para otro.

            —No sabes cuánto me excita tu acento francés —le susurró Milo en un arrebato.

            —Je le savais bien.

            —No estás ayudando.

            —Pues yo diría que sí.

            Con una sonrisa, Camus apartó a Milo de encima de sí y le puso bajo él. Se movió sensualmente encima de su cadera sin dejar de besarle el cuello, y sintió las manos de Milo apretar su trasero con ansia.

            —¿Te gusta estar debajo de un francés?

            —Me encanta.

            Continuaron rozando sus cuerpos con deseo. Los labios de ambos se juntaban y separaban ininterrumpidamente, como si estuvieran destinados a estar siempre contra el del otro. Un magnetismo difícil de controlar.

            Camus se encargó de retirar la ropa que le quedaba a Milo y empezó a jugar con su mano entre las piernas del rubio mientras este comenzaba a gemir sin poder evitarlo. Cada vez le apretaba con más fuerza el trasero, como intentando que el placer se difundiera de forma homogénea por todo su ser.

            —Pretendes… ah… ¿derretirme? —Consiguió articular Milo.

            —Quién sabe…

            Le besó los labios para calmarlo, pero solo consiguió el efecto contrario. Sintió las manos de Milo acariciando toda su espalda y volviendo a apretarle las nalgas con fuerza.

            Poco después, los dos se arrancaban mutuos gemidos mientras Camus subía y bajaba su cuerpo sobre el de Milo, quien le agarraba de las caderas y cerraba los ojos sin poder asimilar todo lo que estaba pasando. El pelirrojo no dejaba de regalarle espasmos de placer, ¿era aquello un auténtico sueño? Pero la piel de Camus era completamente real bajo el peso de sus manos.

            Cuando Milo sufrió un último y poderoso espasmo, dejó los brazos a ambos lados de la cama, respirando con dificultad, y Camus se echó a su lado besándole los labios. Él también tenía dificultades para controlar la respiración, y su cuerpo se tensó cuando la mano de Milo comenzó a acariciar su entrepierna hasta hacerle terminar a él también.

            Se quedaron una hora abrazados en la cama. El alcohol comenzaba a bajar, al igual que el ritmo de sus corazones. Ni uno ni otro se atrevía a romper el silencio que acababa de formarse entre los dos. Por fin, Milo habló:

            —Creo… que no hace falta que diga que me gustas —dijo, volviendo la cabeza para mirarle a los ojos sin dejar de acariciarle el pelo.

            —No, diría que no…

            —Bueno… pues te lo digo igual: me gustas, me pones. Tu acento me vuelve loco.

            Milo acercó el rostro para besarle con suavidad y Camus sonrió.

            — Je le savais déjà.

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer! ¡Espero que lo hayan disfrutado! <3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).