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Sospechoso por Kurenai_801

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Notas del fanfic:

Los personajes pertenecen a Shinjiku Nakamura.

 

 

 

Los pasos en la oficina, cada tecla de las máquinas de escribir, los sorbos de café, timbres de teléfonos y voces eran detenidas por una pared de humo y agua, esa sensación ahogada del adormilamiento.
El hombre, con los mocasines sobre el escritorio, cabeceó descuidadamente.


Ocho de la mañana, muy temprano para empezar a dormirse en el trabajo; también para recibir la primera llamada urgente en el escritorio contiguo.
El hombre aún dormía. Tenía su traje de sastre marrón con coderas, los brazos cruzados sobre el pecho y el sombrero cubriendo medio rostro; el compañero de oficina atendió la llamada con profesional calma; Calma que perdió al despertar al morocho.

—¡Takano! —El mencionado continuó durmiendo, el otro tomó su libreta y bolígrafo, se colocaba el saco.—¡Takano!

Takano chasqueó.

—Tenemos trabajo —dijo el hombre, ya listo. La mano en el pomo y la vista en el hombre que se desperezaba en la silla.

—¿Qué es? —La cara seria y blanca de Takano se veía claramente trasnochada. Al igual que el compañero, una libreta y un bolígrafo en los bolsillos. Caminó hacia el sujeto arrastrando los pies y bostezando abiertamente.

—Un hombre muerto en un callejón en Sirens… —Abandonaron la modesta oficina, pasando por el bullicio del resto de escritorios de los compañeros. —A metros del Burdel Rosa.

De pronto, Takano, tenía una cara lúcida.

 

 

 

Sí, era una plena mañana. Tal vez los niños recién ingresaban a la escuela y las amas de casa fregaban los platos del desayuno. Una rutina ordinaria en medio de este año de mil novecientos cincuenta, que podría ser tan simple pero que empañaba la vista con su filtro sepia, aunque  no tanto como sus faldas de puntos y vuelo y los trajes de sastre.

Era muy temprano, se suponía que gigolós y prostitutas aún descansaban de la pesada noche de trabajo… pero no esta mañana: Ellas miraban, desde las ventanas del burdel,  al callejón trasero al hombre tirado sobre su propia sangre.
Las cintas amarillas cerraban el pasaje, los peritos recolectaban pruebas. Estaban los dos detectives y varios policías, además, una ambulancia para retirar el cadáver.

Mientras su compañero intercambiaba información con un policía, Takano levantó la vista hacia los murmullos aéreos: los sexoservidores especulando sobre el hombre.

—Kirishima —llamó Takano, levantando el índice para señalar las ventanas.

—Hay que ver si alguien tiene algo que decir —dijo el compañero. Takano asintió.

 

Como pensaron: nadie quiso hablar.
De todas maneras, era momento de ir por pasos. Apenas tres o cuatro que merodeaban fueron atrapados por los dos agentes, aún así, la información era escasa.

—En esta área hay mucho movimiento… no es posible que todos veamos que dirección toman los clientes. —Cuando la travesti hizo un gesto de languidez con la mano, Takano regresó la vista a las ventanas. Allí advirtió a la cara azorada, el pelo castaño despeinado y los asustadizos ojos verde-esmeralda de unos de los gigolós más atractivos del famoso burdel.

Tenía ganas de subir enseguida, la travesti seguía hablando, tal vez cosas fuera del asunto del muerto. Mientras las demás, en las ventanas, se reían de la suerte de tener derecho a negarse al cateo; el joven castaño angustiado miró discretamente a Takano, este se reprimió las ganas de gritar su nombre en medio de la escena. Garganta seca, los ojos se le iban…

El chico miró una vez más al muerto y el espectáculo alrededor, bajó la persiana con lenta delicadeza, esperando, tal vez, que su ausencia fuera imperceptible.

Takano había rondado numerosas veces el Burdel Rosa y su popular Calle Sirens, calle de hoteles y prostíbulos. Sabía que aquel chico saldría antes del mediodía de ese lugar, sin embargo, el trabajo fue más extenso y le perdió de vista.

 

Las máquinas y teléfonos no dejaban de hacer ruido incluso en la tarde. Takano se escapó de las labores, dejando a Kirishima hecho un lío con los documentos.
En la calle el ruido de las teclas se esfumó, pero ahora venían las bocinas de los automóviles en forma de escarabajo. Mientras caminaba, encendió un cigarro, luego se detuvo en un teléfono público; al girar cada dígito, el sonido de matraca no se hacía esperar.

La ahogada voz tras la bocina respondió con un “¿Si?”, Takano exhaló el humo y el nombre:

—Oda…

—…¿Quién…?

¿Podría Oda estar fingiendo no saber? Takano ya estaba ansioso, ahora más. Era tan increíble que Takano le recordara hasta en los detalles pequeños, pero él

—Soy Takano —musitó.

Hubo ruido y un “Humm…” —Ah, sí ¿Qué sucede?

Takano jaló del cigarro dolorosamente.

—…¿Cómo estás? —Takano puso la frente en el borde de la cabina, tal vez imaginado ponerla en la frente del chico.

—…eh, bien… ¿Va a interrogarme?

—¡No! No.

Otro “Humm”. —¿Alguien vendrá a interrogarme?

—¡No! Solo llamé porque… —Su manzana de Adán se movió, como si le costara tragar. —No pude hablar contigo hoy… Yo quería decir… Quiero… saber cómo estás.

Dije que estoy bien.

Takano respondió sinceramente: —Me alegra.

 

Ambos agentes se quedaron esa noche en la comisaría.

—“Un varón, de nombre Hatori Yoshiyuki, muere degollado en el callejón A de la calle Sirens, tras el burdel Rosa…” —Kirishima lanzó el expediente y se estiró en la silla. —Por el momento nadie vio nada y no hay armas homicidas… —bostezó.

—Puede ser que su esposa le descubrió en estos sitios y decidió que…

—¿Cómo puedes suponer sin pruebas? —dijo Kirishima al joven periodista.

—De esto se trata el periodismo…

—De esto no se trata el periodismo.

—Kirishima, un policía arrestó a alguien, te incumbe —dijo un colega desde la puerta.

Kirishima se puso de pie y también el joven periodista, quien dijo con entusiasmo:

—¡Puedo ir con usted?

—No. Largo de mi oficina.

Kirishima era un agente especial, saber esto y pasar desde su oficina compartida hasta los escritorios cobrizos de sus compañeros policías le hacía sentir una especie de empoderamiento. Ajustó su saco beige y su cabello ondulado antes de bajar a las celdas. Justo antes, miró entrar a su compañero a la comisaría.

—Volviste luego —mirando la ropa limpia del otro.

—¿Qué pasó?

—¿Puedo entrar con ustedes, Señor Takano? —preguntó el joven periodista, quién aún les seguía.

—Hubo un arresto, veamos —dijo Kirishima e hizo un gesto con la cabeza.

Dejando detrás al chico, ambos bajaron a las celdas. Allí estaban dos policías: uno sentado leyendo, tal vez, una novela; y el otro custodiando a su detenido.

Sentado en una banca, en el corredor, estaba quien a Takano le parecía una belleza: los expresivos ojos verdes, su cuerpo menudo y cara de aburrido. Takano no dio ni un paso más, en cambio, Kirishima se acercó.

—Hola ¿Qué tal? Solo es rutina, no te asustes.

Y mientras pedía el expediente al policía, Takano al fin se acercó cuidadosamente.
¡Oh, Dios! Él era su… ¿No podía protegerlo?

—Oda —susurró con angustia.

Oda le miró por medio segundo, al apartar la mirada, hizo un gesto de disgusto.

—¿Usted me interrogará? —musitó Oda.

Atrás, por fortuna, estaban ocupados.

—No lo sé…

El guardia todavía leía su novela.
Oda miró a Takano con precaución.

—Y… si no es así ¿Qué diré?

Takano frunció el ceño, confundido.

—Tú solo di lo que sabes…

Oda le regresó el gesto. Inmediatamente dejó de prestarle atención.

—Ah…

Takano miró al guardia: nada nuevo, ese con su novela y Kirishima ocupado.

Regresó a Oda, ahora había una especie de angustia tras perder la atención del chico de ojos esmeralda. Este permaneció sentado serenamente.

—Oda… —jadeó Takano.

El chico le miró de reojo.

—¿Qué¡

Takano balbuceó, moviendo los labios como pez. Por un momento parecía miserable.
Oda dejó de mirarlo, cerró los ojos recostando su cabeza en la pared. Tal vez esperaba el momento de irse y continuar con su vida.

Un arresto por sospecha de alguien más. No era la primera vez que pasaba entre esas personas de trabajo, ni tampoco era la primera vez que Oda era arrestado. Sin embargo, era ahora que una especie de paranoia le hacía sentir inseguro.
Le dejaron ir pese a las acusaciones de sus no tan colegas. Al salir, a un par de metros de la estación, tuvo la sensación de escuchar su sobrenombre volar entre las bocinas de autos.

No se preocupó en verificar si tal ilusión era cierta.

 

 

 


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