Tsunade era la diosa de la agricultura y la fertilidad, una mujer hermosa, fuerte y valiente. Era apreciada por los seres humanos ya que era una diosa benevolente que procuraba a sus seguidores, y respetada por haber participado en la titanomaquia, la famosa guerra entre dioses y titanes.
Fue reconocida por una relación romántica con el mortal Dan Kato, un hombre que la hizo muy feliz, pues él la comprendía y la procuraba, pero ese amor provocó la envidia del Rey de los Dioses Jiraiya, quien provocó la muerte de Dan y sedujo a la diosa en medio de su pena.
-¡Jiraiya, eres un maldito¡- Gritaba furiosa la diosa, por todo lo que había acontecido horas antes.
-No tengo escusas Tsunade y no puedo hacer nada compensarlo- Reconoció el Dios del rayo- lo único que puedo ofrecerte es dejarte en paz en resto de nuestras vidas- y tras decir aquello desapareció del lugar.
-¡Más te vale cumplir tu palabra desgraciado!- Dijo la rubia al viento antes de alejarse de ese lugar que le traía tan malas sensaciones, sin saber que el resultado de esa noche sería aquello que más amaría.
Nueve meses después de esa fatídica noche, durante un hermoso día en la aldea de la hoja, las personas y los dioses se encontraban de fiesta, pues un pequeño hijo de la diosa de la agricultura y rey de los dioses había nacido, un hermoso niño de cabellos dorados y ojos azules como zafiros a quien llamaron Minato,quien en un futuro sería el dios de la Primavera. Gracias a la dicha que el bebe trajo, el par de Dioses decidieron dejar atrás esa triste historia en el pasado.
Desde el momento de su nacimiento, Tsunade decidió que nada ni nadie la alejaría de su pequeño, por lo que se estableció en la aldea de Konoha para mantenerlo escondido y protegido de los demás dioses. Con el pasar de los años Minato creció como un niño muy bello, inteligente, alegre y amable, características que despertaron el interés de muchos dioses, pero que Tsunade mantenía alejados de su querido hijo. Entre esos dioses se encontraba Madara, rey del inframundo, quien vio al niño una vez cuando su madre visitaba el Olimpo, hogar de los dioses, para cumplir sus deberes como deidad. Pese a verlo por un solo instante quedo embelesado por el chico, quien al regalarle una pequeña pero hermosa sonrisa, termino por flechar el corazón del Dios.
Durante los siguientes años lo observo a la distancia viendo como aquel precioso niño se volvió un hermoso joven que arrancaba suspiros de divinidades y mortales; cuando el chico cumplió 18 años, Madara decidió pedir su mano en matrimonio a su madre pero ella se nego rotundamente, por lo que decidió hacer algo drástico para tener a su hermoso rubio.
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Un día cualquiera, Minato se encontraba dentro bosque cercano a la aldea en un hermoso claro junto con otras dos diosas: Anko, diosa de la caza y Shizune, diosa de la sabiduría. Tsunade se encontraba de viaje para supervisar las cosechas en otras aldeas, por lo que había encargado a ambas chicas cuidar de su pequeño tesoro, sin saber que todo terminaría mal. Ese día parecía perfecto, y cada dios estaba concentrado en una actividad disfrutando del cálido sol; Anko estaba recostada sobre un árbol saboreando de algunos dangos, Shizune estaba leyendo unos cuantos pergaminos para ampliar sus conocimientos en medicina; y Minato se encontraba simplemente disfrutaba del paisaje.
Todo iba de maravilla hasta que Minato vio un pequeño conejo y tal como un pequeño niño no pudo evitar seguirlo alejándose, ya que sus dos acompañantes estaban perdidas en su mundo, no notaron que el chico se adentro en el bosque. Al pasar unos cuantos minutos el chico se había perdido de vista de aquellas dos, justo como Madara estuvo planeado durante mucho tiempo, cuando lo creyó pertinente siguió con la parte más importante.
El chico estaba viendo como el pequeño animal que perseguía entraba en un tronco, lo que daba por terminado su pequeño juego. Estaba listo para regresar con sus amigas cuando empezaron a crecer unas flores hermosas a su alrededor.-¡Hermosas flores mamá!-Dijo creyendo que Tsunade estaba de regreso, no se preocupó ni se molesto cuando no recibió ninguna respuesta, pensando que era un juego de su madre, decidió simplemente a recoger las flores. Sin embargo, cuando se agacho para tomar una de esas flores, sintió un temblor que estaba haciendo que la tierra se abriera, ante el miedo y la sorpresa no pudo evitar soltar un fuerte grito justo antes de sentir que alguien le sujetaba la cintura, por lo que volteo el rostro rápidamente.-¡¿Quién...?!-Fue lo único que alcanzo a decir, pues al voltear solo vio un par de ojos rojos, antes de quedar inconsciente.
Madara estaba sonriendo de oreja a oreja, al fin tenía a su hermoso rubio en sus brazos y eso lleno de una gran alegría. Sujeto fuertemente al muchacho justo antes de saltar al interior de la grieta, la cual era una conexión con el mundo de los muertos, cuando la atravesó, la tierra se cerró con un nuevo temblor.
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Anko y Shizune recién notaban la ausencia de Minato, cuando sintieron un temblor y escucharon el grito del chico en el fondo del bosque. Las dos chicas voltearon a verse asustadas, justo antes de salir corriendo al bosque para buscar al chico. Ambas gritaban con desespero el nombre del joven cuando sintieron una nueva sacudida que las hizo caer al piso. Aquello solo logro asustarlas más de lo que estaban, y rápidamente se levantaron para seguir buscando a su amigo; buscaron por varias horas en todo el bosque sin descanso y sin ningún resultado.
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Mientras las diosas buscaban en el bosque, Madara estaba llegando al gran castillo que estaba en el inframundo, al llegar a un hermoso cuarto preparado especialmente para Minato, lo recostó en la gran cama que se encontraba ahí para dejarlo descansar.
-!Finalmente eres mío!.-