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Anonymous (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

 CAPÍTULO 1:

ANÓNIMO

 

Y aunque mi corazón no latía desde hacía mucho, aunque mi vida se había convertido en un constante desapego desesperanzado, bastó aquella simple carta para volver a encender la chispa en mí.

Sus palabras, desconocidas hasta ese momento, fueron el mínimo parpadeo en la llama de la vela: escasas para apagarla o avivarla, pero lo suficientemente poderosas para despertar mi ansiedad y producir una corriente de cambios.

Que ridículo y frustrante era comprender que había necesitado de un completo anónimo para ponerme nuevamente en marcha.

 

(Rivaille Ackerman, Autómata).

 

 

 

—¡Bastardo, abre ahora mismo la maldita puerta o te juro que la echaré abajo de una patada!

Ignorando con maestría adquirida por largos años de práctica los gritos de Farlan, quien aporreaba la puerta de su casa casi al borde de la desesperación, Levi acabó de servirse su sexta taza de té de la mañana y se dirigió hacia la sala, llevando también una para que este pudiese beberla en el momento en que al fin entrara a la vivienda.

Nada más sentarse en el sofá de dos cuerpos que se hallaba frente a la chimenea encendida, cerró los ojos y suspiró satisfecho, momento que Milo, su gato, aprovechó para dejar su puesto favorito frente al hogar y así echarse a ronronear felizmente sobre su regazo, sin inmutarse en absoluto por las imprecaciones de Farlan ni mucho menos por estar llenándole de pelos gris azulados sus negros vaqueros y el suéter blanco que llevaba ese día.

Aquel animal, un precioso ejemplar de azul ruso, había sido un obsequio de Hange, hacía tres años atrás. Luego de la ruptura de su compromiso con Petra, esta llegó con aquella cría de gato alegando que él se encontraba demasiado solo en aquella casa, y aunque Levi nunca en su vida había tenido una mascota, acabó aceptándolo y convirtiéndolo en su única compañía habitual.

Como la mayoría de los gatos de aquella raza, Milo era tranquilo y bastante obediente, pero con un sentido territorial enorme y una timidez extrema, por lo que no solía sentirse a gusto con nadie más aparte de él. Cada vez que alguien iba de visita a la casa, este solía echarse a su lado en el sofá, estudiando con sus afilados ojillos verde esmeralda al desagradable intruso, de seguro pensando en mil formas rápidas y eficientes para librarse de ellos, algo que Levi comprendía perfectamente bien porque se sentía igual.

Mirando con detenimiento el elaborado y antiguo reloj de péndulo —labrado en oscura madera de nogal— que descansaba en la pared junto a la chimenea, bebió un sorbo más de su infusión y acarició el lomo de su gato con parsimonia, esperando con paciencia a que pasasen los cinco minutos exactos que faltaban para que la primera hora se cumpliese y así descubrir que tan listo había sido su amigo esa vez.

Desde hacía más de un año atrás, Levi había descubierto que le encantaba poner a prueba la paciencia de Farlan. Este, tan listo y carismático como un demonio, siempre presumía sobre lo bien que le iba a la hora de lidiar con los autores que estaban a su cargo y de lo hábil que era obteniendo resultados de estos, por lo que él había decidido darle una lección y bajarle un poco los humos, convirtiendo cada una de las visitas a su casa en una auténtica odisea donde, o bien su amigo se armaba de paciencia y esperaba a que Levi decidiese abrirle, o encontraba él mismo el modo de ingresar a la casa por alguno de los escondrijos que esta tuviese y él hubiera dejado abierto para tal propósito.

Antes de que el tiempo límite hubiese llegado a su fin, oyó pesados pasos bajando por la escalera de clara madera a toda prisa. Nada más volver el rostro para mirar hacia la entrada de la sala, Levi se encontró con un muy enfadado Farlan que se dirigía hacia él.

—Felicitaciones, bastardo, hoy has sido bastante rápido. Tardaste menos de una hora —le dijo él con solemnidad a su amigo, ganándose una profunda mirada de indignación en respuesta.

Con el corto cabello rubio ceniza despeinado cayendo sobre su cara enrojecida y sudorosa, Farlan Church se paró ante él y le quitó sin miramiento alguno su taza de té para dejarla sobre la rústica y redondeada mesilla de centro de madera de cedro. Sus celestes ojos relucían con indignación y sus labios eran una fina línea a causa del disgusto, pero antes de que pudiese decirle algo desagradable, este vio a Milo en su regazo y se ablandó, tomándolo entre sus brazos para cargarlo con cariño, a pesar de que la cara de disgusto del felino era evidente.

Como ya era habitual en él, su amigo iba vestido de manera casual pero elegante, con impecables vaqueros negros ajustados, una blanca camisa hecha a medida y un abrigo azul oscuro que ahora lucía algo arrugado y con algunas hojitas de hiedra trepadora pegadas a la tela. Su negra bufanda iba colgada con todo descuido del asa de su maletín de cuero, pero lo que más llamó la atención de Levi, fue que los impecables mocasines negros de este lucían llenos de barro, producto de la pequeña lluvia que los había sorprendido esa mañana de principios de diciembre, la cual no solo había dejado un cielo blanco pálido, sino que también unos horribles charcos de lodo que amenazaban con arruinar su pulido piso de madera.

—Oi, cabrón; tus pies. Esta misma mañana he pulido el piso y-

—¡Que le den a tu piso! ¡Me dejaste la ventana de la biblioteca abierta, Levi! ¡La puta ventana de la segunda planta! —le reclamó Farlan, cortándolo, mientras volvía a dejar a Milo sobre el sofá y se quitaba a continuación los sucios zapatos y el abrigo húmedo, dejándolos cerca de la chimenea para que se secasen—. Eres un total malnacido, Levi Ackerman.

—Joder, que llorón eres. Además, te dejé una escalera cerca como pista —se defendió él, levantándose para reacomodar las prendas de este e intentar así que causaran el menor daño posible en su impecable orden.

Al volverse, Levi se encontró con que los celestes ojos de Farlan estaban clavados en él, dotando su atractivo rostro de un aire de total incredulidad.

—¿De verdad? —le preguntó este con apenas un hilillo de voz.

—Claro, no te iba a obligar a escalar usando solo las manos y la hiedra como soporte, ¿verdad? —Al ver como el rostro del otro enrojecía hasta lo imposible tras oírlo, de inmediato comprendió lo que había ocurrido y no pudo evitar soltar una carcajada—. ¡Joder, Farlan, que idiota eres! ¡Realmente lo has hecho!

Era increíble lo muy tonto que ese inteligente hombre podía llegar a ser a veces, se dijo.

—¡¿Y qué querías que hiciera?! ¡Llevo más de una hora rogándote para que me abrieses la puerta!

—Fue menos de una hora. Te tomé el tiempo —recalcó él con solemnidad—. Además, ya deberías estar acostumbrado, ¿no?

—Si tenías tiempo para hacer eso, entonces me hubieses abierto, desgraciado. ¡Y nadie se puede acostumbrar a algo así! —gruñó su amigo por lo bajo, dejándose caer en una de las dos butacas y soltando un pesado suspiro antes de coger la taza de té que él le había preparado con anterioridad—. Aun no comprendo por qué demonios me dejaste una copia de la llave de tu casa si al final siempre acabas poniendo el seguro a la puerta y no puedo entrar.

—Quien sabe —respondió Levi bebiendo nuevamente de su taza de té, sonriendo apenas cuando Milo regresó a su lado y se aovilló una vez más sobre sus piernas.

—Y entonces —comenzó Farlan con cierta reticencia, como si ya se temiese lo peor—, ¿cómo vas con el libro, viejo amigo?

Nada más oír aquella temida pregunta, Levi sintió que la jaqueca incipiente, que había intentado controlar durante buena parte de la mañana, finalmente lo atacaba con violencia.

—Igual —fue su escueta respuesta, sintiendo de inmediato como una horrible punzada de culpa le atravesaba el pecho al ver como una preocupación dolorosa enturbiaba los claros ojos del otro hombre.

El principal motivo por el que había insistido tanto a Farlan para que no fuese aquel día a su casa, no era porque no desease verlo, sino porque sabía que de manera inevitable acabarían teniendo aquella desagradable conversación. Por supuesto, este no había hecho ni puñetero caso a su petición, por lo que él ya comenzaba a vislumbrar el inicio de la tormenta que se vendría para ambos.

Por más que lo había intentado, por más que se había forzado hasta lo imposible, por primera vez en su vida de escritor, Levi estaba completamente bloqueado. Hasta hacía cosa de solo seis meses atrás, escribir lo había sido todo para él, tan necesario como respirar, mantener un entorno limpio debido a su TOC o beber té; sin embargo, una vez su último libro, Elipse, salió a la venta y las críticas comenzaron a llegar, se sintió tan aterrado y asqueado consigo mismo, que el solo hecho de sentarse ante la computadora lo ponía enfermo.

Levi era muy consciente del enorme compromiso que tenía hacia Erwin Smith, el dueño de la editorial para la que trabajaba, y se sentía todavía más en deuda con Farlan, que no solo era su mejor amigo desde la adolescencia, sino que también su actual editor, pero era que simplemente no podía. Lo había intentado, joder que lo había hecho, pero cada vez que pensaba en como comenzar su nueva historia, las palabras, que antes siempre abundaban en su cabeza hasta casi desbordarse, de la noche a la mañana parecían haber desaparecido.

—Levi, sabes que detesto meterme en tus cosas y siempre intento dejarte vivir tu vida como desees. ¡Qué demonios, casi todos los escritores con los que trabajo son unos totales excéntricos! —explotó su amigo, tironeando sin piedad del pálido mechón de cabello rubio que caía por el centro de su frente—. Pero, aun así, quizá… deberías plantearte el salir más de casa, ¿sabes? Sé que no te gusta mucho socializar y que… bueno, crees que el resto de los mortales valemos mierda, ¡pero hace casi un año que te la pasas encerrado aquí, solo con Milo! Y no estoy diciendo con eso que él sea una mala compañía, pero es un gato, Levi. Un gato. Descontándonos a Hange y a mí, que viajamos desde Shiganshina para verte un par de veces al mes, y a Petra, que te trae las compras una vez a la semana, no hablas con nadie más; y eso, amigo mío, no es normal.

—Si estás intentando insinuar que sufro de agorafobia o alguna de esas mierdas, te voy a sacar a patadas de mi casa, Farlan.

Su amigo dejó escapar un suspiro de puro agotamiento mental y posó su taza vacía de té sobre la mesilla de centro.

—No digo que sea exactamente eso, pero no puedes negarme que llevas meses encerrado aquí, Levi, y no me quieres decir por qué. Tu libro se vende bien, ¡Dios, si es un auténtico éxito! Nunca habías obtenido tan buenas críticas en todo el tiempo que llevas escribiendo, ¡y eso que ya tus críticas de por sí eran excelentes! Entonces, por favor, explícame que es lo que está mal. Solo deseo ayudarte.

—Ese es el problema —masculló él con desgana, confesando finalmente lo que llevaba tanto tiempo guardándose.

—¿Perdón? —preguntó Farlan, extrañado—. ¿Qué el libro tenga buenas críticas y ventas es lo que te tiene tan desanimado?

Levi asintió.

Elipse es lo peor que me ha pasado en la vida; después de que mi madre muriese, por supuesto.

Nada más reconocer aquello, ambos se quedaron sumidos en un pesado silencio, oyendo el suave crepitar de las llamas de la chimenea y el tictac interminable del reloj de péndulo que marcaba el paso de los segundos sin pausa alguna.

Levi, demasiado perdido en sus propios pensamientos sombríos, no supo con exactitud cuánto tiempo pasaron así, solo reaccionando al sentir que Farlan se sentaba a su lado y chocaba su hombro contra el suyo, como cuando eran mucho más jóvenes y la vida a veces se volvía especialmente difícil para alguno de los dos.

—¿Así que aun piensas que ese libro es lo peor que has escrito? —le preguntó su amigo con medida cautela.

—Lo es. Y lo que más me frustra, es que siento que al escribirlo me fue robado algo imprescindible, pero no logro saber el qué —admitió él, tamborileando sus pálidos dedos sobre la blanca taza ya vacía—. Anoche, cuando me llamaste y me dijiste que vendrías hoy para ver el avance de la nueva novela, simplemente no pude dormir, Farlan. Me pasé horas intentando descubrir que era lo que me ocurría con ese jodido libro, por qué no puedo quitármelo de la cabeza y me consume como si fuese un puto veneno. Lo odio como ni siquiera puedes imaginar, sin embargo, a todos quienes le pregunto su opinión sobre él, solo dicen lo muy brillante y original que es, lo mucho que les ha gustado y como he avanzado en mi carrera de escritor, cuando no es más que un completo fraude.

Agotado y emocionalmente desanimado, Levi se recostó en el respaldo del sofá y esperó con paciencia a que su amigo comenzase a regañarlo o darle falsas palabras de aliento, porque era la rutina a la que llevaba meses acostumbrándose desde que su trabajo se vio interrumpido debido a la falta de inspiración.

Lo cierto era que, para él, Elipse resultaba un tema sumamente complicado. Cuando comenzó a escribir la novela, casi dos años atrás, venía saliendo del enorme éxito que había tenido Trampa de Mariposas, el sexto libro de su corta carrera literaria y el cual había ahondado en el tema de la difícil vida de un chico que, a pesar de tener una vida prácticamente perfecta a ojos del resto, se sentía por completo ahogado por su propia familia y las expectativas que estos tenían sobre él.

La idea para aquella novela había nacido debido a la carta que recibió de uno de sus lectores, un mocoso de apenas doce años que decía amar sus novelas y quien, tras un sinfín de comentarios al mismo tiempo infantiles y agudos, le dejó entrever lo horrible que al parecer era su vida familiar en ese momento.

Durante semanas, aquella maldita carta había estado dando vueltas en su cabeza, no solo porque el chico estaba demasiado lejos del rango etario para el que él escribía, sino porque de alguna manera la sintió casi como un ruego de ayuda por parte de este, tanto que incluso se planteó el responderle, algo que Levi nunca jamás en su vida de escritor había hecho. Aun así, al final acabó desistiendo de la idea y en su lugar se decidió a escribir Trampa de Mariposas, sintiendo que de esa forma podría transmitirle de mejor forma al mocoso todo aquello que no se sentía capaz de decirle de una manera mucho más directa.

Sin embargo, lo que vino tras la publicación de ese libro fue una total locura. Su éxito como escritor, que hasta el momento había sido bueno y moderado —tanto como para haber logrado firmar un contrato de exclusividad con la Editorial Maria, de la que Erwin era dueño—, se disparó en ese momento, con él teniendo apenas veintiocho años recién cumplidos y sin saber cómo lidiar con aquella repentina fama.

Por ese motivo, cuando comenzó a escribir Elipse, la presión que Levi sintió sobre él fue enorme; ya no solo tenía que contentarse a sí mismo y a sus lectores habituales con lo que escribiese, sino que tendría un montón de ojos desconocidos que leerían su libro solo debido al éxito del anterior, y quienes estarían más que dispuestos a arrancar su cabeza ante el menor error o disconformidad, para demostrar que su repentino éxito no era bien merecido.

Durante los once meses que demoró en acabar de escribir Elipse, muchas veces Levi se sintió a punto de colapsar. Farlan, por primera vez desde que había comenzado a trabajar como su editor, seis años atrás, tuvo que luchar para obtener los avances y el manuscrito de él, así como luego tener que presionarlo hasta lo imposible para que se apresurase con las correcciones pertinentes antes de comenzar a preparar la publicación de la novela. Levi le había insistido una y otra vez a su amigo que la historia estaba mal, que no se sentía satisfecho con el resultado de esta, pero Farlan tan solo calmó sus temores asegurándole que era lo mejor que había escrito hasta el momento, y que incluso Erwin, con lo exigente que era, estaba satisfecho con el resultado y convencido de que sería un éxito de ventas.

Lo peor, no obstante, fue que sus peores temores no se hicieron realidad. Hasta el mismo día del lanzamiento, él había temido que su carrera terminase con aquel maldito libro. Sentía que Elipse era algo tan mediocre, tan falso, que los críticos acabarían por destrozarlo durante la primera semana de ventas; sin embargo, su novela ya llevaba seis meses, seis condenados meses vendiéndose a una velocidad alarmante, y aun no había recibido ninguna mala crítica al respecto.

Años atrás, Levi incluso podría haberse alegrado de ello, aunque por lo general la opinión del resto le importaba una mierda la mayor parte del tiempo, pero veía tantas fallas en la novela, la sentía tan vacía en esencia debido a la enorme carga comercial que puso en ella, que no lograba explicarse como nadie, aparte de él mismo, notaba aquellas falencias.

Cada vez que había discutido con Erwin sobre Elipse, este tan solo le insistía en que era un libro excelente, mientras que Farlan, ya fuese por no querer llevarle la contraria y disgustarlo más aun, se permitió un pequeño margen de duda. Ni siquiera Hange, que era una experta en destrozar siempre sus escritos, había dicho nada malo de la novela en esa oportunidad, y Levi simplemente ya no podía más.

Escribir se había convertido en una tortura para él.

—Entonces, viejo amigo, ¿vas a dejarlo por un tiempo?

Aunque la pregunta de Farlan no lo sorprendió del todo, sí lo hizo sentir algo incómodo, tal vez porque él mismo llevaba ya un tiempo con aquella idea rondando por su cabeza.

Levi escribía desde los ocho años, mucho antes de que su madre falleciese y su tío se hiciera cargo de él, llevándolo consigo a Mitras. Nada más cumplir los dieciocho, antes incluso de acabar la escuela y entrar a la universidad, había conseguido publicar su primer libro, y durante los últimos doce años de su vida todo su mundo había rondado en torno a la escritura y prácticamente nada más. Su relación con Petra —su novia desde la secundaria— había acabado prácticamente debido a lo mismo sumado a otros inconvenientes, y aunque todavía ambos se llevaban muy bien y tenían una buena amistad, Levi sabía que le había fallado mucho a esta en ese aspecto.

La escritura había sido su vida, tal vez porque era lo último que le quedaba de su madre junto con aquella casa; por ese motivo, al sentirla ahora casi como a una enemiga, no sabía qué hacer.

Tal vez, se dijo, poner un poco de distancia entre esta y él sería lo mejor para comprender sus fallos y volver a enamorarse de plasmar en palabras las historias que rondaban por su cabeza y su corazón, pero al mismo tiempo le aterraba la idea de que una vez dejándolo, no pudiera regresar nunca más.

—Voy a pensármelo durante un mes —le dijo finalmente a Farlan, sin atreverse a mirarlo aun—. Lo intentaré durante un mes más; pero si para finales de diciembre nada ha cambiado, devolveré a Erwin el dinero que me ha dado de adelanto por el siguiente libro y rescindiré mi contrato con la editorial.

—Levi, no… —comenzó su amigo, pero él lo detuvo con un gesto.

—Si decido tomarme un tiempo, puede que no regrese a escribir nunca más, Farlan. No es una amenaza, ni siquiera una broma desagradable para hacerte pasar un mal rato, tan solo que… creo que necesito un cambio. Si no hago algo u ocurre algo que desestabilice mi mundo y vuelva a hacerlo avanzar, me temo que Rivaille Ackerman simplemente llegará a su final como escritor.

La mirada que Farlan le dirigió estaba llena de un profundo pesar, pero, pese a ello, su amigo posó una mano sobre sus negros cabellos y le propinó una caricia reconfortante, que, si bien Levi en otra ocasión hubiese odiado, en ese momento casi agradeció.

—Entonces, esperemos porque el milagro ocurra —le dijo este con una ligera sonrisa que no alcanzó sus ojos.

Él asintió.

—Esperemos que lo haga —fue su respuesta.

Lo que no le dijo, era que prácticamente ya no le quedaban esperanzas. Levi llevaba mucho tiempo sabiendo que los milagros no existían.

 

——o——

 

A pesar de que no era su plan original —y a que su repertorio culinario era bastante pobre—, Farlan había aceptado quedarse a almorzar con él para hacerle un poco más de compañía antes de emprender su viaje de regreso a Shiganshina.

Tras acabar de beber su décima taza de té negro del día, Levi decidió que era buen momento para dejar que Milo diese una vuelta por el jardín para que estirase las patas e hiciese algo de ejercicio. Ya pasaban de las cuatro de la tarde y un débil sol había comenzado a asomar tras las nubes, por lo que parte del frío invernal y la humedad dejada por la lluvia mañanera habían desaparecido finalmente. Además, él mismo sentía que necesitaba con urgencia despejar la cabeza. Su plática con Farlan le había dejado inquieto, previendo un futuro que se auguraba muy negro ante sus ojos.

Demonios, si no podía seguir escribiendo, ¿qué iba a hacer entonces con su vida?

Desde que fue consciente de que debía trabajar para ganarse el sustento en un futuro, Levi siempre supo que sería un escritor, por lo que jamás existió nada más para él. De pequeño había devorado libros e historias que su madre se inventaba, y cuando fue lo suficientemente mayor, comenzó a crearlas él mismo, en una imitación a lo que esta hacía. Cuando tenía trece y Kuchel Ackerman cayó enferma a causa de un cáncer terminal que acabó matándola en menos de seis meses, Levi escribió y escribió; escribió por ella, por él, y por aquel deseo de preservar aquella conexión que siempre sintió los unía, aunque ya no estuviesen juntos; por eso, saber que la estaba perdiendo, dolía terriblemente, y asustaba.

Mientras terminaba de poner orden en la sala, se preguntó si era que acaso Farlan tendría razón y sería una buena idea cambiar de aires; a lo mejor no de manera permanente, pero tal vez sí durante un tiempo. Quizás el mudarse a otra ciudad, conocer a otra gente, podría ayudarlo a recuperar la inspiración y las ganas de escribir, y aunque odiase admitirlo, Levi debía reconocer que durante el último año prácticamente se había convertido en un ermitaño, y eso no estaba para nada bien.

Aun así, la idea de abandonar una vez más ese sitio le resultaba dolorosa. Aquella pequeña casa de estilo campestre a las afueras de Stohess, había sido el hogar de su infancia desde que nació. Un hogar que, al igual que la escritura, estaba lleno del recuerdo de su madre, porque cada pequeño detalle que allí existía había sido reconstruido por ella.

En vida, Kuchel Ackerman había sido una restauradora de antigüedades, como lo había sido su padre y su abuelo antes de ella. Su madre había amado encontrar cosas que ya casi nadie consideraba útiles y volverlas a la vida. Tenían historias, le había dicho ella en más de una ocasión, cada vez que él le preguntaba porque hacía aquello. Historias no muy diferentes a las que ellos creaban y que, pacientemente, esperaban porque alguien desease oírlas.

Observando ahora a su alrededor, Levi se preguntó cuál sería la historia de cada una de las cosas que allí se encontraban, porque por más que lo había intentado, estas jamás le hablaban.

Al ser una pequeña casa de dos plantas, con solo una diminuta sala de estar y una cocina que al mismo tiempo fungía de comedor, así como dos habitaciones en el piso superior, más la biblioteca donde trabajaba y un cuarto de baño de dimensiones moderadas, la decoración que la componía debería haber sido muy simple y sencilla, pero por algún motivo desconocido para él, su madre acabó abarrotando la vivienda de cosas que ella misma había restaurado.

Por ejemplo, la sala de blancos muros encalados donde se encontraba, contaba con una chimenea de ladrillos revestidos en bronce —que él mismo ayudó a pulir cuando era pequeño— y una redonda mesilla de centro de madera que había sido algo irreconocible cuando llegó a manos de su madre. El sofá y las dos butacas orejeras, también habían sido retapizados por ella, siendo cubiertos por una bonita tela gris salpicada de florecillas rosas, que aún se mantenía en el tiempo, al igual que la alta lámpara de lectura que ocupaba un sitio frente a la ventana que se ubicaba tras el sofá y la mesilla esquinera de largas patas a su lado. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de aquella estancia, eran las estanterías repartidas por aquí y por allá, llenas de elaborados portarretratos con fotografías familiares y pequeños adornos, así como innumerables tomos de libros desgastados de tanto ser leídos.

Kuchel, a diferencia suya, nunca había sido una fanática del orden propiamente establecido, por lo que muchas veces Levi, debido a su TOC, se sentía algo inquieto y sofocado al contemplar tantas cosas juntas de manera aleatoria; aun así, desde su regreso a la ciudad nunca se había atrevido a cambiar nada de aquella habitación. De cierta manera, el que se mantuviese inalterable al paso del tiempo, le hacía sentir como si su madre aun permaneciera allí.

Una vez Milo y él estuvieron fuera, se sentó en una de las blancas sillas del pequeño juego de terraza que tenía en la parte posterior de la casa, permitiendo que los débiles rayos solares lo calentaran mientras contemplaba como al mismo tiempo arrancaban un débil resplandor a las verdes hojas de enredadera —que cubrían los muros de claro ladrillo y parte del techo a dos aguas de la casa—, así como también a las blancas y rosas camelias que se intercalaban entre los cuidados setos y decoraban el jardín por esas fechas.

Tras observar durante unos segundos como Milo se agazapaba contra el césped para intentar cazar a una incauta mariposa monarca, Levi levantó el rostro y contempló con detenimiento su difusa imagen reflejada en el cristal de la ventana de la cocina.

A pesar de que él siempre había sido todo pálido y un poco ojeroso, el estrés de los últimos meses parecía haber acentuado aún más aquellos rasgos, restándole casi todo el color a su piel y logrando que sus claros ojos grises lucieran apagados debido al oscuro enmarcado bajo ellos. Con su cabello profundamente negro cayendo como una lisa cortina sobre la zona rapada de la nuca, orejas y parte de su frente, además de su falta habitual de colores al vestirse, Levi tuvo que reconocer que parecía casi un espectro. No era de extrañar que Farlan se mostrase tan preocupado por él.

Dejando escapar un suspiro cansado, apartó la mirada del cristal y encendió su móvil, comenzando a revisar los mensajes pendientes de esa mañana.

Los tres primeros eran de Hange, su mejor amiga, y la cual trabajaba como laboratorista médico en el hospital de Shiganshina. Esta, como hacía habitualmente, le informaba que se pasaría aquel fin de semana por allí junto a Moblit, su novio, por lo que le aconsejaba alistarles la habitación de invitados. De inmediato él le respondió diciéndole que se fuese a la mierda con su visita, pero en el fondo sabía que no tendría más remedio que aguantarla.

Otro de los mensajes recibidos era de Petra, avisándole que se pasaría por allí al día siguiente para llevarle las compras de la semana, por lo que le pedía le enviase la lista de todo lo que iba a necesitar.

El último, sin embargo, era un mensaje de Erwin, exigiéndole que lo llamase. Levi no necesitaba ser un genio para saber que seguramente Farlan ya había hablado con este sobre el avance inexistente de su nueva novela, por lo que su jefe debía estar temiendo que su gallina de los huevos de oro acabara abandonando el barco.

Oh, demonios.

Decidiendo que haría aquella llamada más tarde, cuando lograra inventarse una buena excusa que dar al otro sin acabar discutiendo por teléfono, comenzó a revisar sus correos. La mayoría de estos eran bien de grupos literarios, en los que había participado alguna vez en el pasado, o de ofertas de productos de limpieza, a los que era adicto; sin embargo, un correo en particular acabó por llamar su atención, ya que parecía de carácter personal, aunque él no conocía al remitente.

Más por curiosidad que por otro motivo, decidió abrirlo y leerlo, ya que desde hacía más de diez años que no recibía correspondencia electrónica de desconocidos.

A pesar de que en sus principios como escritor solía interactuar un poco más con sus lectores a través de diversas plataformas en la red, luego de un par de malas situaciones ocurridas tras la publicación de Autómata, Levi se volvió casi un paranoico a la hora de dejar a la vista del resto su información personal. Por ese motivo, en cuanto firmó su contrato con Erwin, una de las primeras cosas que le exigió a este fue que ningún dato sobre él fuese publicado en su ficha de autor aparte de su bibliografía: ni edad, ni lugar de residencia o estudios, ni siquiera una fotografía. Además, aunque a regañadientes había aceptado recibir las cartas que a veces le enviaban sus lectores a la editorial, Levi jamás las respondía, cortando de ese modo las ilusiones que sus fanáticos pudiesen llegar a tener creyendo que al comunicarse con él tendrían un trato especial. Joder, si ni siquiera trataba bien a sus propios amigos.

Tal y como temía, tan solo las primeras líneas de aquella misiva le bastaron para saber que quien escribía era uno de sus fanáticos, por lo que de inmediato decidió cerrar el correo y borrarlo; no obstante, algo en aquel mensaje llamó su atención y siguió leyendo, provocando que su corazón se acelerase de forma casi dolorosa.

El lector que le escribía partía explicándole detalladamente por qué le gustaban tanto sus libros y el cómo había llegado a conocerlos, por lo que a Levi solo le bastó sumar dos más dos, para caer en que aquel anónimo era el mismo chico de la carta que había dado forma a Trampa de Mariposas, tres años atrás.

Aun así, ese no fue el principal motivo que hizo a su corazón enloquecer y resecó su boca hasta que le fue difícil respirar, sino que se debió a lo que este le decía sobre Elipse. El chico había comenzado hablándole de los puntos fuertes del libro, como la mayoría de quienes lo habían leído, pero a medida que más y más ahondaba en los detalles, Levi pudo notar su evidente disgusto por el mismo. Llegando casi al final, aquel mocoso idiota le hacía saber que su novela era una completa mierda, lo peor que había escrito en su vida; prácticamente exigiéndole saber que le había ocurrido y por qué terminó escribiendo algo así cuando no era para nada su estilo.

Al acabar de leer, vio que el muy cobarde solo había firmado con un escueto «E.J.», dejando a su imaginación la identidad de su anónimo, aunque él no tenía dudas sobre quien era este. Aun así, por más que rebuscó en su memoria, no pudo recordar como demonios se llamaba el mocoso de años atrás, pero estaba seguro de que aún conservaba la carta en alguna parte e iba a encontrarla.

Tomando a Milo en brazos, a pesar de sus protestas por ver interrumpido su paseo, apuró el paso e ingresó una vez más a su hogar.

Finalmente, se dijo, había ocurrido la colisión que tanto esperaba, poniendo su mundo en marcha una vez más. Aquel chico anónimo pensaba como él, y Levi iba a exigirle que le ayudase a encontrar las respuestas que necesitaba.

 

——o——

 

Nada más enviar aquel correo, Eren no pudo evitar preguntarse si quizá se habría pasado un poco. No era que creyese que lo que acababa de exponer en su mensaje fuese una mentira, para nada, incluso intentó ser mucho más cortés de lo que era habitualmente, pero… demonios, ¡llevaba demasiados meses guardándose todo aquello y estaba harto! Del mismo modo en que lo estaba de una cantidad considerable de cosas en su vida.

El repentino peso de un brazo cayendo sobre sus hombros no solo lo sorprendió, sino que también lo obligó a inclinarse hacia adelante, haciendo que su cabeza casi chocara con el blanco pupitre y logrando que el móvil estuviese a punto de escapársele de las manos.

Al levantar su verde y enfurecida mirada, se encontró con la alargada y fea cara de Jean. Este, como casi siempre, lo miraba enarcando sus delgadas cejas con altanera socarronería, intentando parecer un chico genial solo por llevar el claro cabello castaño tan corto bajo la nuca y las orejas que parecía decolorado, y una horrible sudadera morada que no combinaba para nada con la blanca camisa, el pantalón verde oscuro y el suéter gris que eran parte del uniforme escolar.

Apartando la roja silla del puesto a su lado, que habitualmente ocupaba Armin, el chico se sentó sin pedirle permiso, tendiendo una cajita de leche chocolatada en su dirección junto a un paquete de patatas fritas, las cuales él le quitó de un manotazo.

—¿Y bastardo, ya has decidido finalmente si vas a venir a comer algo con nosotros cuando terminen las clases de hoy? —le preguntó su compañero, con una sonrisilla pintada en el rostro.

—No iré —respondió Eren escuetamente, librándose con un movimiento de hombros del brazo de Jean y volviendo a concentrarse en la pantalla de su móvil mientras bebía de su leche, aprovechando que el aula estaba vacía por el receso del almuerzo para leer los comentarios de algunos lectores sobre una novela de suspenso que acababa de comprar el día anterior.

—Mierda, Eren, ¡no seas así! —le imploró este en un susurro—. Si no vienes con nosotros, Mikasa no va a querer venir tampoco.

—¿Y tengo que ser yo tu excusa para que ella sepa que existes?

La clara mirada castaña de Jean de inmediato lo enfrentó, retadora como casi siempre, pero al final este solo dejó escapar un suspiro entre sus delgados labios y se recostó sobre el asiento del pupitre, cruzando los brazos sobre el pecho y estirando sus largas piernas casi en su totalidad para balancearse hacia atrás y hacia adelante, distraídamente.

Haciendo un enorme esfuerzo por controlarse y no patear la silla para que el otro cayese, él abrió el paquete de patatas y comenzó a comer despacio, concentrándose en el amargado reflejo de sí mismo que le devolvía el cristal de la ventana a su lado.

A pesar de tener solo quince años, Eren muchas veces sentía que ya había vivido tres vidas debido a lo defraudado que se sentía de todo. No era un chico mal parecido, o por lo menos eso le decían quienes lo conocían, con su corto cabello castaño oscuro, su piel acanelada y unos enormes ojos verdeazulados bajo sus cejas ligeramente pobladas, los cuales a la mayoría le resultaban impresionantes. Le hubiese gustado ser un poco más alto y fornido, como Jean u otros compañeros de su clase, pero de momento seguía siendo solo delgaducho y esbelto, aunque Zeke lo tranquilizaba todo el tiempo asegurándole que se debía a que aún no acababa de crecer. Al contemplarse bajo toda aquella capa de amargura y descontento, pudo vislumbrar el enorme parecido que aún mantenía con su madre, y eso, de cierta forma, lo tranquilizó.

Ella seguía allí.

—No quiero que vengas solo para que Mikasa nos acompañe, lo hago también porque estoy preocupado por ti, bastardo —soltó repentinamente Jean, casi atragantándose con las palabras—. Desde el lunes pareces desanimado, y ya estamos a jueves.

Para eterna desgracia y desconcierto de Eren, ambos llevaban siendo amigos y rivales desde más o menos los diez años, justo después de que su madre falleciera y la familia de su padre se hiciese cargo de él, obligándolo a abandonar su pequeña casa en la zona rural de Shiganshina para ir a vivir con ellos a la otra punta de la gran ciudad.

Si llegar en esas circunstancias a su nueva escuela ya había sido malo debido a las constantes burlas de los otros niños, su carácter demasiado huraño y belicoso tampoco ayudó demasiado, lo que le ocasionó innumerables peleas, muchas de ellas con Jean Kirstein. Lo cierto era que Eren aún no comprendía como Mikasa y Armin habían decidido ser sus amigos, pero aparte de ellos dos, Jean y Annie, el resto de sus compañeros simplemente no existían para él. Ya llevaba cinco años asistiendo a aquel centro educacional y solo deseaba acabar la secundaria y la preparatoria de una buena vez. A pesar del tiempo transcurrido, todavía se sentía demasiado fuera de lugar allí, del mismo modo que le ocurría también en su casa.

—Dina me ha castigado, otra vez. Tengo prohibidas las salidas después de la escuela hasta final de mes, cuando ya estemos de vacaciones —masculló sin mirar al otro, echándose una patata a la boca y sintiéndose demasiado avergonzado al reconocer aquello, a pesar de lo habitual que era. Lamentablemente, siempre le resquemaba del mismo modo.

—Mierda, ¿tu madre ha seguido dándote problemas por lo del otro día? —oyó preguntar con angustia a Jean.

Apartando finalmente los ojos de la ventana que daba hacia uno de los patios del establecimiento, Eren lo miró.

—Sí, Dina me ha dado problemas —respondió, remarcando el nombre de la esposa de su padre para dejarle claro al otro que aquella mujer nada tenía que ver con su verdadera madre—. Le dijo a mi padre que, si seguía relacionándome con ustedes, solo iba a terminar convertido en un delincuente. Que quizá fuese una buena idea meterme de interno en alguna escuela privada, en Mitras de ser posible, para que curse la preparatoria y así me reformen.

—¡¿Estás bromeando?! —le preguntó Jean, abriendo sus afilados ojos con espanto al oírlo—. ¡Pero si solo nos robamos un gato! ¡Y además lo tenían abandonado! ¡Lo robamos para salvarle la vida y ahora vive muy feliz con Annie!

—Lamentablemente, la señora Jaeger no piensa lo mismo —respondió alguien más en su lugar—. Pero al final Zeke intervino y logró solucionar el asunto, ¿no, Eren?

Armin, tranquilo y amable como siempre, luciendo impecable en su uniforme como el estudiante modelo que era, se sentó en el asiento frente a ellos, seguido por Mikasa, quien plisó con delicadeza su verde falda bajo ella antes de ocupar su lugar.

Al contemplar a sus dos amigos, Eren no pudo más que pensar en lo muy diferentes que ambos eran entre sí, casi como el día y la noche o el cálido verano y el duro invierno.

Armin Arlert, a sus dieciséis años, no solo era el chico más listo en su clase y su grado, sino que también de la escuela entera. A diferencia de Jean, Mikasa y él, que eran bastante altos, su amigo era bajito y de contextura delicada, lo cual parecía acentuarse aún más debido a su corto cabello rubio, el cual dejaba al descubierto su rostro aniñado de facciones pequeñas y redondeadas, así como sus grandes ojos azules de expresión sincera y algo tímida.

Mikasa Ackerman, por otro lado, era casi tan taciturna como él mismo, sino era que más. La chica hablaba poco y socializaba aún menos con el resto de sus compañeros, siendo solo Armin y él sus únicos amigos declarados, aunque Jean y Annie habían acabado por hacerse cierto huequito en su corazón, aunque esta se negase a admitirlo.

Alta y esbelta, con una brillante melena negra como la tinta que rozaba sus hombros y oscuros ojos grises que hacían resaltar su perfecta piel pálida, Mikasa era una de las muchachas más bonitas de su grado, motivo por lo que un montón de chicos, como Jean, por ejemplo, estaban un poco colados por ella. Aun así, esta los ignoraba por completo, totalmente, y aunque Eren intentaba fingir que desconocía el motivo de su actuar, sabía bien que tarde o temprano llegaría el día en que tendría que decirle a su amiga que nunca podría corresponder a sus sentimientos románticos por él.

—¿Así que fue tu hermano salvándote el trasero otra vez, Jaeger? —oyeron preguntar a Annie, quien, llegando adonde ellos se encontraban, se unió a la conversación.

Bajita y menuda, con el pálido cabello rubio sujeto en una coleta desastrada que hacía destacar sus enormes ojos azules y su prominente nariz aguileña, esta llevaba como siempre las manos metidas dentro de los bolsillos de una blanca sudadera abierta sobre el suéter del uniforme y la verde corbata tan floja que Eren estaba seguro de que le bastaría con solo darle un tirón para desatarla. A diferencia del calzado negro estándar que la escuela les exigía, la chica llevaba botines negros de aspecto recio, los cuales apenas dejaban ver las medias grises que cubrían sus blancas piernas. Ya muchas veces desde Rectoría le habían advertido a Annie que si no mejoraba su apariencia iban a expulsarla, pero esta recibía los regaños con el mismo entusiasmo con el que recibía las buenas noticias, ignorándolos y fingiendo que no le importaban nada.

—Mmm… algo así —reconoció él, volviendo a fijar la vista en la azul portada de su libro, recorriendo con una uña esmaltada de negro la plateada figura de la elipse que se apreciaba en ella—. Zeke siempre es mucho más convincente que yo cuando se trata de hablar con nuestro padre, y su madre, así que le pedí que me ayudara.

—O sea, que le lloraste como una niñita asustada para que papi no te enviase lejos —lo molestó Jean, ante lo que Eren le propinó un fuerte codazo en las costillas que lo hizo resoplar de dolor.

—Solo le dije que me iban a mandar a la capital, algo que mi querido hermano mayor no va a permitir, nunca —replicó él con una sonrisa cargada de sarcasmo, la cual de inmediato encendió un retador brillo de pelea en los ojos de su amigo, por lo menos hasta que Annie pateó a Jean, casi botándolo de la silla.

—Fuera, Kirstein. Quiero sentarme —exigió esta, pero Jean la miró molesto.

—¿Y por qué tengo que ser yo quien te ceda el asiento, Leonhart? ¡Pídeselo a Eren!

—Puedes sentarte aquí si gustas, Annie —ofreció de inmediato Armin, poniéndose de pie con toda rapidez y dejando libre el puesto frente a Jean para que esta lo ocupase.

La cara de su amigo estaba tan roja al mirar a la chica, que Eren sintió un poco de pena ajena por él, algo muy similar a lo que de seguro le ocurría a Mikasa, ya que esta escondió la mitad inferior del rostro en su bufanda roja y lanzó una mirada cómplice en su dirección. Que Armin estaba enamorado de Annie desde hacía dos años atrás —cuando esta lo salvó de que unos chicos mayores le diesen una paliza—, era evidente para todo el mundo, menos para la responsable de aquellos sentimientos, claro.

—Gracias, Arlert —masculló la rubia chica, regalándole apenas un atisbo de sonrisa a su amigo y ocupando el puesto libre, apoyando a continuación su cabeza sobre el hombro izquierdo de Mikasa—. ¿Entonces que, Jaeger? ¿Te libras de la amenaza de tu madrastra o aún seguimos en espera?

—Creo que de momento me libro. Zeke convenció a mi padre de todos los problemas que podría tener si me metía a un internado en Mitras, recalcando sobre todo mi largo historial de mal comportamiento, el cual, seguramente, generaría que él tuviese que ir una semana sí y la otra también a la capital para responder por mí ante la escuela —admitió, torciendo los labios en una mueca de fastidio—. Pero supongo que de alguna forma eso sirvió. Además, papá no tiene quejas reales. Mis calificaciones son buenas, y no me he vuelto a meter en muchas peleas en la escuela ni me he escapado de casa últimamente.

—Pero las discusiones con tu madrastra no acaban —añadió Armin por él, ante lo que Eren acabó asintiendo.

—Dina me quiere fuera de casa y yo deseo irme, pero con quince lo tengo difícil —admitió, mordisqueando sin piedad su pulgar izquierdo hasta descascarar el esmalte negro que lo cubría.

—Podrías quedarte conmigo —ofreció Mikasa, solícita—. A mis padres no les importaría tenerte un tiempo con nosotros.

—Pero al mío sí. Anoche nuevamente le pregunté a Zeke si podía irme a vivir con él y Frieda, pero dijo que mi padre no quiere ni oír hablar del tema, por más que le ha insistido.

Después de la muerte de su madre en un accidente automovilístico, y de que tuviese que ser su padre quien se hiciera cargo de él, la vida de Eren se acabó convirtiendo en algo muy complicado.

Con diez años, le había sido muy difícil comprender que su misma existencia era una enorme fuente de conflicto para la vida de otros. Él quería a su padre y su padre lo quería a él, a pesar de que no vivieran juntos y se viesen solo un par de veces al mes, por lo que, a pesar de su enorme pena, no se sintió preocupado cuando este fue a buscarle para llevarlo a su casa; sin embargo, para lo que no estaba preparado, fue para encontrar tanta animadversión a su llegada por parte de Dina, la esposa de su padre, y todo por el simple hecho de que Eren era el hijo de la mujer con la que Grisha la había engañado durante más de doce años.

Decir que su llegada al hogar de los Jaeger fue penosa, ciertamente era quedarse corto. Desde un comienzo Dina había dejado muy claro que no tenía la menor intención de ocuparse de él, y su padre, siendo médico, no solía pasar mucho tiempo en casa. Curiosamente, fue su hermano mayor, Zeke —quien le sacaba diez años y era el único hijo de Dina y su padre—, el que se hizo cargo de su cuidado. A este no le importó nunca quedarse a hacerle compañía por la noche cuando Eren estaba asustado, ni ocuparse de él si se enfermaba. Zeke lo regañó cada vez que se metió en peleas con otros niños de la escuela, curando luego sus heridas y escuchando sus motivos para hacerlo. Fue Zeke quien le ayudó con los deberes cada día al volver de la universidad y quien dejó siempre libre los fines de semana para que jugasen juntos o vieran películas; y aunque Eren no había logrado nunca sentirse feliz en aquella casa tan fría ni quería a su madrastra, sí estuvo contento de tener un hermano mayor.

Sin embargo, como la mayor parte de las cosas buenas en su vida, aquel periodo de su vida acabó demasiado rápido.

Cuando su hermano cumplió los veintidós y sus estudios de Medicina lo obligaron a pasar más tiempo fuera de casa debido a sus prácticas, su vida volvió a ser penosa y sus conflictos con Dina enormes. Esta vivía acusándolo a su padre por mil cosas diferentes, desde su comportamiento protestón y rebelde, hasta hechos tan insignificantes como que no hubiera querido comerse toda la cena o hiciese demasiado ruido mientras jugaba, logrando que él pasase más tiempo castigado en su cuarto que rondando por el exterior de la casa. Aun así, aquello nunca le importó en absoluto a Eren, ya que en el fondo le alegraba tener una excusa válida para no tener que convivir tanto tiempo con aquella mujer y fingir que eran una buena familia, como al parecer todo el resto de los adultos le querían hacer creer.

—Bueno, si pensamos en positivo, ya solo nos resta medio año para acabar la secundaria y una vez entremos a la preparatoria, podrás comenzar a trabajar para ahorrar y largarte en cuanto cumplas los dieciocho, Jaeger —señaló Annie, con una ligera sonrisa mordaz en sus labios—. Esta vez te falta mucho menos que cuando tenías diez y te escapaste por primera vez, ¿no?

Aunque en el fondo él sabía que su situación no era nada divertida, Eren no pudo evitar reírse al recordar aquello, logrando que sus amigos también lo hicieran. La mayoría de los días sentía que su vida era una completa mierda y la odiaba, realmente, pero si de algo se alegraba con sinceridad, era de al menos poder contar con sus amigos y su hermano mayor en ella. En verdad eran lo único que valía la pena para él.

—Oh —murmuró de repente Armin, quien ahora se hallaba de pie junto a los pupitres y contemplaba con emoción el libro que Eren hojeaba distraídamente—. ¿Aun sigues con él?

—Sí, lo estoy releyendo por quinta vez —reconoció, ante lo que Jean bufó con desprecio.

—Joder, bastardo, ¿es que planeas memorizártelo?

De inmediato él pateó la pata de la silla de este, casi haciéndole desestabilizarse y caer al piso. En cuanto el otro logró recuperar el control, le pegó una patada en respuesta.

—Lo estoy analizando, idiota. Que tu cerebro equino no sea capaz de comprender algo más complicado que un par de órdenes simples, no es mi culpa.

—¡¿Qué es lo que has dicho, Jaeger?! —explotó Jean, haciendo intento de sujetarlo por la pechera de la blanca camisa; no obstante, rápida como siempre, Mikasa estiró un brazo y sujetó el de Jean con fuerza, quien enrojeció en el acto.

—Suelta a Eren —le advirtió esta con tono neutro y frío al otro chico.

Levantando las manos ante su pecho en señal de inocencia, Jean se encogió de hombros y sonrió ligeramente.

—Ni siquiera lo había tocado.

—Aun —señaló Annie con desapasionada malicia, logrando que Armin soltara un gemidito de puro sufrimiento ante lo que se avecinaba. Afortunadamente, fue esta misma quien rompió la tensión del momento, arrancándole a Eren el libro de las manos para mirarlo con curiosidad y preguntarle—. ¿Realmente es tan bueno como dicen?

—¡Mucho! —saltó Armin de inmediato, con los ojos brillantes de emoción; lo que ocurría cada vez que hablaba de algo que le apasionaba—. De todo lo que Rivaille ha escrito hasta ahora, es lo mejor.

—¿Y de qué trata? —preguntó Jean, que ahora observaba de reojo a Mikasa, con un interés muy mal disimulado, mientras esta seguía fulminándolo con la mirada por lo que casi acababa de ocurrir.

—Relata la historia de un físico matemático, quien durante los últimos diez años de su vida se ha sumergido tanto en su trabajo, desesperado por conseguir demostrar que la teoría que ha elaborado es correcta, que acabó por dejar a su familia y amigos de lado; sin embargo, cuando se da cuenta de ello y desea dar marcha atrás, comprende que ya no tiene mucho a lo que a ferrarse. Entonces, estando en su peor momento emocional y laboral, conoce a una persona que lo cambia todo.

—¿El amor de su vida? —preguntó con cierta ironía Annie, logrando que Armin enrojeciese hasta lo imposible y Jean riera por lo bajo, burlón.

—No, un chico que también es físico y llega a tirar por tierra todo en lo que este ha estado trabajando con tanto ahínco. Son completamente opuestos, tanto en pensamiento, forma de ser y el cómo enfrentan la vida, por lo que el protagonista lo odia, o por lo menos lo hace hasta que ambos comienzan a conocerse un poco más y descubre que no son tan opuestos después de todo —continuó Eren por su amigo—. Ya saben, como una elipse: no importa desde que distancia sumes dos puntos, siempre tendrán el mismo valor.

—Bueno, eso no suena del todo mal. Parece interesante —reconoció Mikasa, pero él volvió a torcer los labios con disgusto y cruzó los brazos sobre el pecho.

—El libro es una mierda —profirió con terquedad, ante lo que todos sus amigos lo miraron como si no pudiesen creer lo que acababa de decir—: ¿Qué? ¿Por qué esas caras de extrañeza?

—Porque prácticamente tú adoras a Rivaille —señaló Mikasa con calculada tranquilidad.

—Tanto que parecías un poco obsesionado con él —continuó Annie.

—Tanto que incluso parecías más que un poco obsesionado con él, casi enamorado —dijo Jean con sorna en su dirección, por lo que Eren acabó dándole un pisotón que hizo al otro soltar un alarido de dolor—. ¡Mierda, bastardo! ¡¿Por qué siempre te desquitas conmigo?! ¡¿No es verdad acaso?! ¡Hasta Armin lo dijo!

De inmediato sus verdes ojos se fueron furiosos hacia su amigo, quien lo observó de vuelta lleno de pánico.

—E-eren, yo de verdad no he dicho nada de eso. Yo nunca…

—Es verdad —intervino Annie, con indiferente calma—. Arlert nunca ha dicho nada de eso, pero yo sí. Tu obsesión con ese sujeto es insana. Y que ahora digas que su libro es una mierda, aunque realmente lo sea, suena casi a novio despechado.

Nada más oírla, Jean volvió a reír, pero se calló en cuanto él lo miró con ardiente molestia.

—Eso es ridículo. Eren solo lo admira —intervino Mikasa al fin, desafiando a Annie, quien tan solo se encogió de hombros.

—Yo solo señalo lo evidente —insistió esta.

—Lo que yo no comprendo —comenzó Armin, intrigado—, es porque el último libro de Rivaille no te ha gustado. Prácticamente la crítica enloqueció tras su salida. Ninguna de sus otras novelas había tenido tanta popularidad antes; ni siquiera Trampa de Mariposas.

—Porque no es él —respondió a su amigo, volviendo a tomar el libro de manos de Annie para dejarlo sobre su pupitre—. Nada en esta novela tiene la esencia del autor que admiro. Puede que sea el nombre de Rivaille el que aparezca en este libro, pero de alguna forma no fue él en realidad quien lo escribió. No como sus otras novelas. No como Trampa de Mariposas.

Al pensar en aquel libro, Eren no pudo más que sentir que su estómago se encogía a causa de una emoción extraña, la cual, como siempre, llenó de un cálido sentimiento su corazón.

Lo cierto era que él había conocido los libros de Rivaille gracias a Armin, hacía tres años atrás. Debido a lo mucho que su amigo amaba leer y aprender, siempre estaba sumergido en cosas nuevas que deseaba compartir con ellos, por eso, cuando la situación en su casa comenzó a resultar horrible para él, Eren aceptó todos los libros que Armin insistía en prestarle, agradecido por tener una excusa para no salir de su cuarto y compartir tiempo con Dina, prefiriendo sumergirse en otros mundos y otras vidas muy diferentes a la suya.

Fue de ese modo como llegó a sus manos Autómata, la primera obra de aquel autor. Nada más leerlo, Eren había sentido que era absolutamente comprendido. Mucha de la tristeza que aquel hombre narraba, sobre la enorme soledad que significaba estar sin sus padres a una edad temprana, en un mundo donde no encajaba del todo y no le aceptaban por completo, era lo mismo que él sentía. Leyó tantas veces Autómata, que tal como Jean le había dicho antes a modo de burla, realmente acabó memorizando párrafos completos de la novela. Luego de eso, Eren compró con sus ahorros todos los libros de aquel autor, cinco hasta ese momento, y tras acabar Agreste, su obra más reciente, reunió todo el valor de sus cortos doce años y le escribió una carta.

Hasta ese momento, él jamás había escrito a nadie, y mucho menos pensado en hacerlo a alguien que no conocía en absoluto, pero, inesperadamente, volcó en aquella carta mucho de lo que sentía, de lo que ansiaba; quizá mucho de lo que llevaba sufriendo y guardándose durante dos largos años. Casi como un ruego.

Por supuesto, no obtuvo respuesta alguna de Rivaille, tampoco la esperaba, pero cuando un año después este publicó Trampa de Mariposas, Eren sintió que aquel libro estaba escrito para él, lo que era una completa estupidez por donde se le mirase; aun así, una parte suya, quizá la más ingenua, la más necesitada, siguió sintiéndolo de ese modo, precisó creer que era así. Que, aunque jamás hubiese recibido una respuesta directa de este, de alguna manera aquel hombre había querido transmitirle algo importante.

Y fue por ese motivo que su decepción con Elipse resultó tan enorme, ya que a diferencia de los trabajos anteriores de Rivaille, aquel le pareció completamente vacío. La novela era perfecta a nivel estructural: divertida, aguda, emotiva y con escenas y frases que dejaban al lector expectante y sin aliento; sin embargo, no era Rivaille. Aquel con quien él había conectado desde su primera novela, no estaba allí entre las páginas, ni un poco, y Eren se sintió profundamente defraudado por ello, casi como si este también lo hubiese traicionado; y estaba furioso.

Así que, por ese motivo, decidió saltarse la hora de almuerzo de aquel día y aprovechó el descanso antes del inicio de las clases de la tarde para poder escribirle. La noche anterior, vagando por la red en grupos literarios, había encontrado una dirección de correo electrónico de casi doce años atrás perteneciente al autor, y aunque sabía que era enormemente probable que esta ya ni siquiera estuviese en funcionamiento, de todos modos, decidió guardarla y utilizarla ese día para enviarle sus descargos.

Dios, realmente era un idiota.

—Entonces, bastardo, ¿ahora tenemos que curar tu corazón roto? —se burló Jean.

Harto de la estupidez de su amigo, Eren le enseñó el dedo medio, con tan mala suerte que justo en ese momento el timbre sonó y Hannes, su muy puntual maestro de Historia Universal y el encargado de su clase, entró al aula, dedicándole una mirada de suave advertencia con sus amables ojos ámbar antes de dirigirse hacia su escritorio.

De inmediato la bullente cacofonía de las pláticas y risas de los alumnos cambió por completo cuando ingresaron a la sala, siendo remplazadas por susurros y cambios de pupitres, así como del sonido arrastrado de las sillas al moverse de un lado a otro cuando sus respectivos dueños llegaban a ocuparlas.

Jean, al ser uno de los más altos de la clase, se sentaba en la última fila del centro, por lo que se puso de pie con pereza para ir a su lugar, no sin antes tirar de un mechón de su corto cabello castaño, logrando que Eren lo fulminara con la mirada.

Armin, que por fin tuvo su puesto libre, se sentó a su lado y comenzó a rebuscar dentro de su bolso sus materiales de estudio, mientras que Annie y Mikasa tan solo se volvieron y les dieron la espalda, quedando correctamente sentadas antes de comenzar a cuchichear entre ellas de algo que él ya no fue capaz de oír.

—¿Sabes, Eren? Realmente no creo que Elipse sea un mal libro —prosiguió su rubio amigo, dejando su cuaderno y libros sobre el blanco pupitre con perfecto orden—, pero de alguna forma comprendo lo que quieres decir.

—¿También piensas que no se siente como Rivaille? —preguntó esperanzadamente a este.

Tras meditarlo un momento, Armin negó.

—Creo que sigue siendo muy él en el fondo, pero al mismo tiempo tengo la impresión de que está cambiando, que está confundido y necesita algo más. Quizás este libro es un grito de ayuda. Tal vez Rivaille también se ha sumergido demasiado en su propio mundo y ahora se siente solo, necesitando encontrar a alguien al otro lado de su elipse.

A pesar de su enfado y su decepción, las palabras de su amigo le dieron a Eren algo en lo que pensar. Él había leído muchas veces aquel libro desde su publicación, intentando encontrar desesperadamente algo a lo que aferrarse para no sentirse traicionado por quien admiraba; sin embargo, jamás había pensado en aquella posibilidad que Armin acababa de mostrarle. Se sentía tan enojado con Rivaille, que nunca pensó siquiera en ponerse en su lugar.

Su móvil sonó avisándole que acababa de recibir un nuevo correo, pero antes de que pudiese revisarlo, Hannes levantó su rubia cabeza y clavó sus ambarinos ojos en él.

—Ya sabes cómo son las reglas, muchacho. Apaga eso ahora mismo o te lo requisaré. Lo mismo va para el resto —advirtió a toda el aula alzando la voz, obteniendo desganadas palabras de aceptación mientras uno a uno sus compañeros comenzaban a apagar o silenciar sus teléfonos.

Soltando un suspiro de resignación, Eren se apresuró a hacer caso a su maestro; sin embargo, antes de apagar el móvil aprovechó de revisar el correo que acababa de llegarle por si era de Zeke, ganándose una mirada de pánico por parte de su amigo por no estar obedeciendo de inmediato como se esperaba que hiciera.

Para su sorpresa, el mensaje no era de su hermano como esperaba, e incluso apenas era una escueta frase que no pasaba de once palabras y ni siquiera tenía remitente; aun así, nada más leerla, Eren sintió que su mundo se desestabilizaba, su corazón latía al doble de su fuerza y amenazaba con salirse de su pecho en cualquier momento.

Armin, que seguía pendiente de él, frunció el ceño al ver su consternación, y, sin pedirle permiso, le quitó el móvil de las manos para leer él mismo lo que este decía. Como presintiendo que algo ocurría, tanto Mikasa como Annie se volvieron para verlos.

—¿Qué pasa? —preguntó su rubia amiga, mirando a Armin que observaba la pantalla del teléfono con el ceño fruncido—. ¿Qué dice?

—«¿Por qué demonios crees que mi libro es una mierda? ¡Explícate, mocoso!» —leyó Armin con confusión—. ¿Quién te ha enviado esto, Eren?

Sin poder creérselo aún, él dejó escapar una risita nerviosa y sonrió a los otros tres, apagando de inmediato con dedos temblorosos el aparato cuando Hannes volvió a mirar en su dirección.

—Rivaille. Es de Rivaille. Le he escrito hoy hace un momento, y… me ha contestado.

Notas finales:

Lo primero, muchas gracias a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Realmente espero que el primer capítulo de esta historia haya sido de su agrado y que por lo menos quede un poquito de curiosidad por lo que se viene.

Para quienes no me conocen, soy Tessa, ¡un gusto y gracias por la oportunidad! Si alguien ya se ha topado con alguna otra de mis historias, ¡un gusto nuevamente y muchas gracias por darme la oportunidad, otra vez!

Bueno, después de mucho, vuelvo a arriesgarme a publicar una historia larga de capítulos extensos, tanto porque esta ya llevaba más de un año preparándose y tomando forma en mi mente, como porque otra de mis historias largas ya está cercana a acabar y creí que era un buen momento para ello.

Aun así, algo que prefiero aclarar de entrada para evitar malos entendidos posteriores, son algunos puntos importantes de la historia.

El primero de ellos, es que yo escribo EreRiren, así que no me decanto por ninguna pareja en especial, y aunque debido a la edad de Eren esta historia pueda sentirse quizás un poco RiRen al comienzo, eso no significa que seguirá del mismo modo hasta el final, porque él va a crecer y madurar en el transcurso del relato. Ambos protagonistas son chicos, así que igualdad de oportunidades para ambos. Muy justo.

Lo segundo, es que dada la temática (con Eren muy joven en comparación a Levi), su relación en esta historia será más que nada de amistad y platónica, por lo menos hasta que Eren crezca un poco más. Este relato comienza con él teniendo apenas quince y con Levi cerca de cumplir los treinta, pero al acabar Eren tendrá unos dieciocho/diecinueve, mientras que Levi estará entre los treinta y tres/treintaicuatro años. Esto lo explico de antemano para que no se ilusionen pensando que aquí tal vez pueda llegar a ocurrir algo a nivel sexual entre ellos, porque no será así. Quienes ya me han leído con anterioridad, sabrán que mi estilo de escritura dista bastante de ese tipo de escenas, y en este caso será menos probable aún, porque aunque me encanta jugar con el asunto de la diferencia de edad y creo con firmeza que una relación en estas circunstancias, bien llevada, puede mantenerse en el tiempo, el asunto del estupro es algo complicado, por lo que siempre intento ser muy, muy cuidadosa al respecto.

Otra libertad que me he tomado con esta historia, es respecto a las citas que casi siempre utilizo a los inicios de un capítulo. Para mí, tanto estas como el título, siempre marcan el ritmo que el capítulo tendrá, por lo que son muy importantes y los elijo con cuidado; en este caso, no obstante, teniendo en cuenta de que Levi es un escritor, todas las citas utilizadas corresponderán a fragmentos de sus libros. Por ese motivo, estos fueron creados casi como otra historia aparte, y jugarán un papel muy importante dentro del relato, como ya habrán podido notar en ese primer capítulo. Así que abajo del todo dejaré una lista con ellos y la edad en la que Levi los publicó, por si a alguien le interesa o se sintió un poco confundido con tanto título.

Y bueno, sin más solo espero que este primer capítulo les gustara y que quedasen con la intriga suficiente para esperar por el siguiente. Vuelvo a recalcar que esta historia tendrá un avance un poco lento, pero antes de lo que parece, Eren y Levi se estarán conociendo.

Para quienes leen el resto de mis historias, aviso que la siguiente actualización será para In Focus, y luego una vez más para La Joya de la Corona, que se adelantará un poquito en esta ocasión.

Una vez más, muchas gracias por la oportunidad brindada. Un abrazo y mis mejores deseos para ustedes. Hasta la siguiente.

 

Tessa.

 

Libros de Rivaille Ackerman:

Autómata (18 años).

Travesía a la Luna (20 años).

Resiliencia (22 años).

Un cielo teñido de Carmín (24 años).

Agreste (26 años).

Trampa de Mariposas (28 años).

Elipse (29 años).


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