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El espía nocturno bajo la luna blanca por AlbaYuu

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Notas del capitulo:

Capítulo único

Esa noche tuve que salir a prisa al pueblo a por plantas medicinales para preparar medicinas para Albafica. Había caído en unas fiebres terribles desde hacía unos días y por más que no intentaba no conseguía hacer que bajase. Me estaba desesperando ya, lo había dejado con el Patriarca Sage hasta que pudiese volver con las hierbas, antes de ir a llamar a mi hermano. Bajé a Rodorio y me dirigí hacia las pueblas del pueblo donde había una anciana que suministraba dichas medicinas, todos en Santuario acudían a ella en caso de emergencia.

Llegué la pequeña casa y allí llamé a la puerta rezando que no hubiese salido a atender a otro paciente. Esperé por unos segundos y luego la puerta se abrió dejando ver a una anciana de unos 65 años, pero muy bien cuidada. Me miró algo confusa y luego me hizo entrar, sabía de mi identidad y en cierta medida los del Santuario teníamos una cierta prioridad. Entré y ella cerró la puerta. 

—Gracias a Atenea—expresé mi alivio y ella solo caminó con el candil en la mano.

—Dime ¿qué necesitas? —preguntó ella con su voz algo áspera por la vejez.

—Necesito algo para bajarle la fiebre a Alba, no ha dejado de agonizar estas dos noches…

—Insensato, ¿por qué no me lo has traidor? —me golpeó la cabeza con el bastón y yo solo pude emitir un leve quejido.

—Pensé que le bajaría. —dije en mi defensa.

Ella solo soltó un leve suspiro y rebuscó entre los botes de una de sus estanterías y cuando encontró lo indicado se giró y caminó hacia a mí. Me lo puso en la mano y mirándome con una mirada sebera me riñó:

—La próxima vez ven aquí con él, por favor. Tienes a ese niño sometido además a tus rosas, aún el veneno de estas se está adaptando a su pequeño cuerpo. —me dijo con una expresión algo preocupada. —Lugonis, es solo un bebé.

—Le encontré en mi propio jardín, soportaba el aroma de estas. —dijo formando una leve sonrisa en mis labios. —No te preocupes, si mañana no ha bajado estaré aquí por la mañana.

Ella suspiró y tomó mi palabra. Si mañana mi hijo no estaba mejor vendría a verla y si ella no podía hacer nada llamaría a mi hermano.

La di las gracias y la dejé unos dogmas, a pesar de su negación, también tenía que comer.

Salí de allí para dejarla dormir el resto de la noche. La luna estaba más brillante otras noches, estaba en su máximo esplendor de luna llena. No pude evitar detenerme unos segundos y contemplar su belleza. Fue entonces cuando un sonido llamó mi atención. Giré mi cabeza hacia unos matorrales justo al lado del río. Me acerqué a ellos para ver si era un animal y llegué hasta casi la orilla del río. Busqué con la mirada y de repente mis ojos se fijaron en un cuerpo masculino que emergió del río de la nada. Justo debajo de la luz de la luna. Vi como un apuesto joven rubio salía con un cuerpo desnudo, tonificado y brillante. Las gotas de agua resbalaban por aquellos músculos. Mis ojos se iluminaron y mis labios se abrieron contemplando cómo se retiraba el cabello hacia atrás. Estaba de espaldas a mí, por ende solo le vi su ancha espalda y aquellos musculosos brazos. Fui siguiendo cada gota de agua hasta sus nalgas. ¡Por Zeus! Quien ligó más que ningún dios en el Olimpo. No pude evitar pensar lo magníficas que eran y lo perfectas que se veían. Pero no solo eso, en sí aquel joven. ¿Quién sería ese desconocido? Mi corazón había acelerado de sobre manera y me llevé la mano a la boca. Jamás había reaccionado de tal forma. Estaba acostumbrado a la vista de cuerpos masculinos en el Santuario, pero nunca había llegado a suspirar por alguno de ellos. De repente el misterioso joven giró la cabeza mirando hacia donde estaba yo. Su mirada fue hechizante y jamás olvidaría aquellos ojos ambas tan profundos y que brillaban en la oscuridad. Sentí que penetraban en mí. Fue un flechazo. Me llevé la mano al pecho y caí hacia atrás sobre el agua haciendo algo de ruido. Fueron unos instantes, pero cuando alcé la vista ese misterioso joven estaba delante de mí, la luz de la luna estaba detrás, por eso no pude ver su rostro al completo. Sus ojos me miraban con firmeza. Caí en su red. Ahora los míos no podían dejar de mirarlos. Su mirada era agresiva. Acaba de descubrir que alguien le estaba espiando. Se volvió amenazante y extendió su brazo hacia a mí y por unos instantes pensé que me cogería del cuello, pero en vez de eso me agarró de mi túnica y me levantó hasta acercarme a su rostro. 

— ¿Qué hacías espiándome? —sentí un aura muy poderosa y por unos segundos el miedo me invadió. Tragué saliva y traté de estar tranquilo.

—Lo siento, oí ruidos y…—traté de defenderme.

El solo pareció bufar molesto por mis palabras. Tal vez no debería haberme quedado más de la cuenta. Parecía haber interrumpido su momento de paz. Apreté un poco los ojos y luego escuché como chasqueaba la lengua con un tks y me soltaba. Caí al agua de culo de nuevo y el frasco se cayó de mis manos a un lado. Alcé la mirada para ver como aún me seguía mirando. Su mirada se mantuvo en mí por unos segundos y luego la apartó cerrando los ojos y se alejó. Llegó hasta la otra orilla y vi como tomaba lo que parecía ser un libro y una pluma de escribir junto a su ropa y desaparecía en la espesura del bosque oscuro.

Tarde más de medio minuto en soltar todo el aire contenido y jadeé con fuerza tosiendo. Me había olvidado de respirar. Agarré mi túnica y me quedé hacia donde había desaparecido. No olvidaría ese encuentro y se convertiría en una frecuencia el ir a ver a la anciana solo para ver si él regresaba. Tomé el frasco del suelo y volví al Santuario. Pasé a por Albafica y lo llevé de regreso a Piscis, allí le di aquella infusión de hierbas y esperé a que se durmiese. Mecí la cuna y mi mente se perdió en mis pensamientos. 

Durante el resto de la noche no dormí y solo ejecuté la misma acción por varias horas: mecer la cuna de Albafica. El sol entró por la ventana y yo seguía en el mismo lugar de antes sin moverme. Así estuve hasta que Albafica emitió un sonido lo bastante fuerte como para sacarme de mis pensamientos. Bajé la mirada y vi a mi niño sonriendo y alzando sus manitas para tratar de alcanzarme. Sonreí y lo tomé en brazos. Lo mecí y lo abracé con todo mi amor. Albafica tenía solo 7 meses. Cogió uno de mis mechones rojos y lo mordió. Se veía tan adorable cuando lo hacía. Fui a preparar el biberón de por la mañana y me di cuenta de que no me quedaba leche. Suspiré. Me tocaba bajar de nuevo. Coloqué a Albafica en mi pecho con una tela para sujetarlo y cogí una cesta. Aprovecharía y haría una pequeña compra en el mercado local. 

Según iba andando veía los puestos y compraba fruta, verdura y un par de pescados y carne para ese día. Albafica estaba sobre su pecho y ya emitía algunos leves sollozos, los cuales se convirtieron en llanto. Aún no le había dado de comer. Fue de inmediato a la tienda donde solía comprar la leche. Entró y la buena mujer le sonrió.

—Buenos días Lugonis, veo que te has quedado sin leche de nuevo. —sonrió al ver como trataba de calmar al pequeño infante que solo lloraba pidiendo comida. La mujer se acercó y le dio un biberón ya preparado.

—Gracias, aún soy primerizo. —sonreí manteniendo una cierta distancia.

Tomé el biberón y se lo enganché a Albafica en la boca. Como ya lo sujetaba con ambas manos sabía que por unos segundos podría sostenerlo solo. Compré el resto de leche y salí de allí para ahora estar pendiente de que se lo tomaba y no se le caía. Me aparté a un lado de la calle para dejar a los demás pasar y sonreí  con ternura viendo a mi hijo comer. Pasaron unos segundos y Albafica ya se había tomado toda la leche. Le puse sobre mi hombro y le di leves golpes en su espalda hasta que escuché aquel eructo. Y de nuevo le volví a poner en su lugar y decidí volver al Santuario.

Pero de forma inconsciente llegué a parar a donde la noche anterior había visto a aquel espectacular y misterioso joven bajo la luna. Mis mejillas se pusieron rojas y mi corazón se aceleró. Mi mente viajó hasta ese momento donde vi a aquel misterioso hombre emerger de las aguas del río. ¿Qué haría allí en mitad de la noche? ¿Sería del pueblo? No me sonaba de nada. Deseaba volver a verle. Albafica alzó su manita y tiró de mis cabellos para llamar mi atención. Era muy listo aquel infante.

 

Y así, esta misma noche, cuando mi amado hijo se hubo dormido, volví a bajar hacia el pueblo de Rodorio, pero giré hacia la casa de la anciana. No, no iba a verla a ella, iba al río. Llegué y me oculté tras un árbol. Es noche la luna empezaría su descenso hacia la luna nueva, pasando por el cuarto menguante. Observé unos segundos, parecía no haber llegado aún. Mi corazón estaba ansioso por verle de nuevo. Me había amenazado la noche anterior, pero quería verle de nuevo. El silencio de la noche se hizo un susurró calmante, que acompañado de los grillos, era como una melodía que te incitaba a dormir. Había pasado un largo rato o eso era mi impresión. Estaba apoyado en el tronco del árbol, arropado con mi capa blanca que hacía el conjunto del todo con mi túnica de entrenamiento. Si cabeza se caía un poco y mis párpados querían bajar y cerrarse, pero no podía. Tenía que ver a ese hombre. De solo pensarlo mi corazón se aceleraba y me costaba respirar un poco. Entonces unos pasos me hicieron reaccionar y miré por el árbol para ver como un cuerpo masculino desnudo entraba en las aguas del río. Había oído el agua moverse, nada más. Pero ahí estaba. Mis ojos brillaron y vi como el agua cubría hasta sus caderas. Su mirada estaba orientada hacia la luna. Solo me quedé ahí, observando sin hacer nada. Creo que se me olvidó parpadear. Estaba casi de espaldas a mí, pero podía sentir en el ambiente un sentimiento muy familiar. En ese momento no supe cómo explicarlo, pero de repente la tristeza me invadió. Él dejó de mirar la luna y volvió sobre sus pasos para tomar sus pertenencias y desaparecer de nuevo en la oscuridad. Me quedé allí unos segundos mirando exactamente el lugar en el que se había ido. ¿Vendría aquí todas las noches? Se me había hecho muy corto esa vez. Suspiré y volví al Santuario.

A la noche siguiente volví, así sucesivamente hasta que la luna acabó siendo un perfecto cuarto menguante. Habían sido unas cuatro noches más. Todas ellas habían visto el mismo comportamiento. El misterioso joven llegaba, se quitaba la ropa y luego se metía al río. En ocasiones se metía hasta mojar su cuerpo sumergiéndose en el agua, otras simplemente observaba la luna. La última noche observé que tenía un cuaderno y se encontraba escribiendo en la orilla que él frecuentaba. ¿Era escritor? No lo sabía entonces. Solo le observé como en las noches anteriores había hecho. Su cuerpo era pura perfección y cada vez me fascinaba más. Esa vez traté de acercarme más. Llegué a meterme en el agua un poco y avancé entre las altas hierbas hasta llegar a estar varios metros más cerca. Quería verle más. Era mi único deseo. 

Me quedé allí en silencio otro largo rato hasta que vi como parecía irse ya. No, aún no podía irse. Quería saber quién era ¿a quién espiaba yo todas las noches? La última vez recibí una advertencia, pero poco me importaba. Mi deseo de saber de quién se trataba era mucho mayor que mi razonamiento. También me olvidé de los rumores que corrían sobre él. Algunos pueblerinos afirmaban que el río estaba maldito por el alma de una mujer que falleció en una tormenta y desde entonces había habido desapariciones. Pero en ningún momento yo ví algo, había estado allí varias noches anteriores y no vi nada. Que ingenuo fui. Según me iba adentrando en el agua la profundidad se iba haciendo notar y a los pocos segundos ya no hacía pie. De repente algo agarró mi pie y me hundió hacia dentro. Nadé hacia arriba abriendo los ojos, pero no podía avanzar. Los rayos de la luna atravesaban el agua como si nada. Miraba fijamente la luna tratando de alcanzar su reflejo. No podía morir. Tenía a alguien a cargo. ¿Me iría sin saber el nombre del hombre que me flechó? Parecía que sí. Ya apenas me quedaba aire en los pulmones y el miedo y el pánico se apoderaron de mí. Mi cerebro en plena ansiedad dejó de pensar. Pronto dejé salir las últimas burbujas de aire antes de que mis pulmones se llenaran de agua y me hundí.

No fui consciente de lo que pasó después. Lo siguiente que vi fue que estaba en otro lugar. Era frío y hostil. Pero yo no sentía nada. Una corriente de aire empezó a arrastrarme hacia una dirección. A mi alrededor aparecieron más personas. En una gran fila avanzamos. Mis pies pisaban aquel suelo. A lo lejos divisé lo que parecía ser un agujero muy grande en el suelo. Las siluetas espectrales a mi alrededor se dejaban caer. Un segundo, estaba rumbo al infierno. ¡Imposible! Traté de girar mi cuerpo, pero no pude. Morir ahogado. Mi destino no podía ser ese. Extendí la mano tratando de alcanzar algo. Seguí avanzando hacia aquel agujero aunque no camise en esa dirección.

—No, no puedo caer ahora… Por favor, que alguien me ayude…

Prácticamente estaba suplicando por mi vida. No quería morir. Albafica, mi hijo se quedaría solo en este mundo. Apreté los ojos derramando algunas lágrimas ya dándome por vencido. Mis pies llegaron al borde y entonces ocurrió caí.

No, no caí. Mi cabeza miraba hacia atrás logrando divisar la oscuridad que me esperaba. Me di cuenta que estaba suspendido en el aire. Miré al frente y abrí los ojos asombrado. Alguien o algo me estaba agarrando la mano. Era una silueta oscura de grandes alas. Su mano sujetaba la mía impidiendo que cayera al fondo del cráter. Sus ojos me eran muy familiares. Tiró de mí hacia él y me rodeó con sus brazos pegándome a su cuerpo. Me sonrojé un poco, pero permanecí sin alzar su cabeza. Su mano se posicionó en mi nuca para impedir que lo hiciese. 

—¿No le has dejado caer?—preguntó una voz.

—No, no es el momento.—respondió mi salvador.

—No puedes interponerte así.—replicó con disgusto la primera voz.—Va en contra de las normas.

—No me vengas con las normas.—bufó la segunda.—Haz la vista gorda por esta vez. Ya llegará su turno de caer.

—Y cuando eso pase no podrás hacer nada…

La primera voz desapareció. No hice ningún movimiento. No entendía nada. Solo quería volver y ver a Albafica. La silueta que me había salvado y que me tenía entre sus brazos me sujetó de la cintura y pronto sentí como se elevaba dejando aquel desolado lugar atrás. Solo me abracé a ella y oculté la cara en su pecho. En esos momentos donde me sentía seguro era en sus brazos.

Abrí los ojos tosiendo y escupiendo gran cantidad de agua. Jadeé y noté una mano en mi espalda dándome algunos golpes. Cuando acabé de escupir todo el agua miré hacia un lateral para dar las gracias a mi salvador.

—G-gracias...cof.—Me quedé callado al ver la cara de aquel joven, el misterioso joven que había estado espiando hasta ahora.—Tú…¿me has salvado?

Hubo unos minutos de silencio. El rubio cerró los ojos parpadeando de forma larga y luego los abrió para dedicarme una mirada seria, pero de preocupación.

—Sí, te habías ahogado en el río. ¿Es que acaso no sabes que cruzar así es muy peligroso?—sus últimas palabras sonaron a reprimenda, pero me la merecía. Había sido un auténtico idiota.

Miré al frente y me dejé caer al suelo de nuevo mientras me llevaba las manos a la cara. El llanto salió sin quererlo dejando al rubio sin palabras. Estoy seguro que me preguntó que si estaba bien, pero yo no pude responder. Necesitaba tiempo para asimilar que había vuelto de la muerte. Fueron unos segundos luego ya me aparté las manos y vi que me miraba fijamente, una de sus manos acariciaba mi mejilla y limpiaba mis lágrimas con su dedo pulgar.

Nos miramos unos segundos hasta que me preguntó:

—¿Puedes levantarte?

—Sí, creo que sí...—respondí.

Sentía todo mi cuerpo cansado. Me tendió la mano y se la cogí. Al ponerme en pie me caí hacia delante y él me sujetó de los hombros. Alcé la cabeza y pude apreciar sus ojos ámbar desde más cerca. Eran realmente una pasada. Jamás unos ojos me habían atraído tanto. Mis colores salieron a la luz de nuevo y me alejé un poco tambaleándome un poco. Me apoyé en el árbol y vi su cuaderno y parte de su ropa que aún parecía no haberse puesto. Era él, quién tenía mis pensamientos ocupados. Era un momento muy incómodo, al menos para mí. No estaba acostumbrado a estar cerca de los demás. Mi ansiedad salió y me acurruqué en mi capa mojada. No quería hacerlo notar, pero tal vez él se había dado cuenta.

—¿C-cómo me has reanimado?—pregunté.

—Te saqué el agua haciéndote el boca a boca.

La sangre se me heló. Me giré y le miré con pánico en los ojos.

—¡¿Estas loco?!—exclamé mientras él solo se limitaba a alzar el extremo de su única ceja.—¡Puedes morir!

Su reacción me sorprendió dejándome petrificado. Una carcajada salió de sus labios. ¿Le parecía divertido estar envenenado?

—Ay, que gracia me hacéis los mortales…

Acortó la distancia hasta dejarme acorralado en el árbol. Me quedé sin oxígeno por segunda vez. Era más alto que yo y por ello se inclinó un poco hacia mí.

—Tu insignificante veneno no me matará.—dijo serio a mi oído.

Me estremecí y apreté los ojos. Él siguió pegado a mi oído, parecía que iba a hacer algo, pero solo se limitó a coger mi mentón y le miré a los ojos. Su mirada había cambiado, era más penetrante, como un dragón acechando a su presa. Se había calmado. Su dedo pulgar acariciaba mis labios. Mi corazón se estaba acelerando. Quería besarlo, me moría de ganas, pero no hice nada.

—Eres toda una belleza.

Abrí los ojos por la sorpresa. Solía ignorar dichas palabras, pero en sus labios sonaban sinceras. No puede evitar sentirme halagado. 

—Tu eres quién me ha estado estas noches atrás, ¿estoy en lo cierto?—preguntó.

Yo aparté la mirada, había sido descubierto. Me avergoncé de inmediato. Nuestro primer encuentro había sido muy rudo y me dejó con cierto miedo. No dije nada, no me atrevía. Volvió a cogerme del mentón y me obligó a mirarle.

—Me molesta que no me miren a los ojos cuando estoy hablando con alguien. Responde, ¿tú eres el espía nocturno?—volvió a preguntar.

Ahora imponía, su masculina figura imponía y me dejaba sin aliento. Tragué saliva y asentí con la cabeza. 

—Sí, yo soy ese espía del que hablas.—admití.—Pero desde que te vi no puedo quitarte de mis pensamientos. ¿Quién eres? Dime tu nombre, por favor.

Él se quedó callado y una sonrisa se formó en sus labios, pícara y burlona.

—¿Y si no lo hago?—dijo.—me has espiado sin mi permiso. Deberías ser castigado por ello. Asique no te diré mi nombre.

Me quedé sorprendido. ¡No! Me moría de ganas por saber su nombre. Lo deseaba con todas mis fuerzas. Él se giró y tomó sus cosas dispuesto a marcharse. ¿Se iría así sin más, sin decirme nada más? No, no lo permitiría. Por instinto saqué una rosa piraña y la lancé. Esta se clavó en un árbol llamando su atención, lo que hizo que girase la cabeza a verme.

—Quiero saberlo, a cambio me iré y no te molestaré más.

De repente apareció delante de mí de nuevo y sostuvo mi muñeca en alto, con la otra mano me tomó de la cintura y me pegó a él. Sus labios se posaron sobre los míos y empezó un potente beso. Yo me quedé sorprendido y no me dio tiempo a corresponder ni a rechazarlo. Me besó de una apasionada y dominante. Lo supe porque me controló desde el primer segundo. A cada segundo lo iba intensificando más y más hasta el punto que su lengua se coló en mi cavidad bucal y pasó por cada rincón explorandola en su totalidad. Me pegó al árbol del todo y metió una de sus rodillas entre mis piernas; me había inmovilizado. Se apoderó de mi lengua. El beso parecían pulsaciones cada vez más fuertes. Aguante hasta que el oxígeno era necesario, y aún así no me soltó hasta que mis piernas llegaron a flaquear. La saliva había llegado a salir por la comisura de mis labios. Al fin cortó el aire por la falta de oxígeno de su parte. Al hacerlo varios hilos de saliva se formaron y se rompieron. Jadeé tratando de tomar aire y con las mejillas más rojas que nunca. No quitó su agarre y me miró a los ojos mientras sonreía y se lamía los labios para degustar el sabor de mi saliva.

—Radamanthys, grabatelo muy bien, porque en un futuro te reclamaré. Te he salvado la vida. Tu alma me pertenece.—dijo mientras yo solo podía asentir.

Había sucumbido a él. De repente deseé otro beso como ese. Su sabor era único, me había enamorado. Y si para ello tenía que vender mi alma lo haría. Mi alma pertenecía al demonio de los avernos. Me agarré a él y esta vez le besé yo, deseoso y tratando de imitar ese beso. Pero lo hice mal y eso pareció molestarle porque me mordió haciendo que mi labio inferior sangrase. Me alejé un poco y llevé mi mano a mi boca. Su mirada era de pura diversión, su lengua tenía gotas de mi sangre y solo vi como la metía en su boca y tragaba. Se lanzó contra mí para mirarme a los ojos.

—No acepto los fallos, si fallas serás castigado.—dijo mirándome con los ojos rojos.

Y ahí lo supe, ese hombre era un demonio. Me había entregado a un demonio. Pero ¿qué importaba? El deseo estaba ahí y ya no podía ser apagado. Le necesitaba.

Alcé los brazos y los puse alrededor de su cuello.

—Entonces no cometeré más fallos.—dije mientras me besaba por segunda vez y esta vez de forma más brusca.

Mi espalda chocó contra el árbol pero aguanté el dolor. Sus besos eran una auténtica adicción, era lo único que deseaba en aquellos momentos.

Tal vez fui un ingenuo y desconocía la auténtica identidad de mi nueva adicción, pero eso no era importante para mí. 

El beso duró unos minutos. Ahí agarré su sedosa cabellera con ambas manos y le pegué más a mí. Abría la boca siguiendo su ritmo para no ser mordido por segunda vez. Nuestras salivas pasaron de una boca a otra y yo tragué llevándome su veneno conmigo. Al separarnos me miró.

—¿Cuál es tu nombre?—preguntó deseoso por saberlo.

—Lugonis, Lugonis Sinclair.—dije con orgullo y claridad.

Radamanthys pareció sentir una gran emoción al oírlo.

—Lugonis, digno nombre para una bella rosa envenenada. Ahora eres mi rosa…

 

Fin

 


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