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Pequeño final feliz por Herr

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Notas del fanfic:

Es desde la perspectiva de Sísifo. 

 

Notas del capitulo:

Todos los derechos reservados a sus respectivos autores.

Luego de verlo en terrible estado tuvo miedo. Su compañero, aquel con el que había pasado muchos momentos que nunca llegó creer disfrutar o al menos merecer, se encontraba al borde de la muerte. Su cosmos era lo único que tenía para saber si estaba bien, si la vida del caballero no había sido arrebatada por esos dioses que ellos investigaron juntos. Cosa que ahora no pasaba, estaban separados, lo estaba dejando pelear algo que debían enfrentar juntos. No dudaba del poder de su diosa, pero no sabía si la flecha iba a ser suficiente.


 


No podía mostrarse nervioso frente a la divinidad que estaba presente, no podía. Aun así, se tronó los dedos después de guardar el arco, miraba al cielo esperando alguna señal de que la vida de ese español aún estuviera en esta tierra. Cuando el anciano maestro y la diosa entraron de nuevo, él se excusó de necesitar un poco de aire, pues estar encerrado en el mundo de los sueños lo había agobiado.


 


Enterarse de la muerte del patriarca y del caballero de cáncer no aumentó sus esperanzas, quería creer que el poder que la constelación de Capricornio le ofrecía a El Cid, sería potenciado por la determinación que su amigo mostró cuando habló con él. Sabía que el manejo de cosmos que poseía era muy bueno, por los largos entrenamientos que se imponía, además de todas las batallas que libró en las misiones, le ofrecían experiencia en combate.


 


No estuvo tranquilo el resto del día, no podía concentrarse en las órdenes que el anciano Hakurei le daba. Tuvo que disculparse para salir del templo del papa, agradeció que la diosa lo había entendido y le dejó ir con la excusa de que debía tratar las heridas, aunque estaba bien. Al bajar iba frotándose las manos, los nervios de no saber nada del caballero capricornio le estaban consumiendo y no podía dejarse llevar por eso. Iba a liderar a todo el ejército y ahora más que nunca debía ser firme. Pero toda aquella decisión que iba ganando se rompió al llegar a la décima casa.


 


Cayó de rodillas antes de entrar, tuvo que sostenerse de un pilar cuando sintió que la respiración le faltó. No se dio cuenta cuando las lágrimas recorrieron su rostro, se había prometido no llorar, pero no podía reprimirlo. No quería perderlo. El llanto parecía querer salir con fuerza, pero no debía, si El Cid se había ido entonces debía honrarlo.


 


Ya era de noche y se encontraba en el templo del papa, estaba mucho más tranquilo e incluso había comido. Discutían sobre la táctica que usarían para atacar el castillo de Hades y deshacerse de la barrera del sueño. No había tiempo que perder y por eso sería esa mañana. Escuchó los pasos de los caballeros de plata y vio salir al anciano maestro con el traje del patriarca. No pudo creer lo que decían, la adrenalina que recorrió su cuerpo sólo le indicó ponerse de pie y correr hacia donde ellos indicaban. Su corazón latía con fuerza, aunque su deber era permanecer en esa reunión.


 


Respiró profundo, debía ser paciente, cumplir con los protocolos y ser digno del puesto asignado. Si querían ganar la guerra debía priorizar las cosas y seguir ahí. Para su mala suerte la reunión duro un par de horas más, se le ordenó descansar, pero era una orden que no iba a cumplir.


 


Salió y caminó entre las casas con calma, excusándose de que hacía una ronda para asegurarse de que todo estaba en orden. Su alumno lo miró durante todo el trayecto, al pasar el templo de Leo y las escaleras que conectaban con Cáncer. Incluso sentía la presencia de su hermano y no sabía cómo tomar aquello, quizá ante ellos era demasiado transparente. Al fin tuvo que dejar de fingir su tranquilidad al poner los pies fuera de la última casa, caminó unos pasos, los cuales poco a poco fueron acelerando hacia la cabaña donde las doncellas trataban las heridas.


 


Al ver la puerta se detuvo, un par de doncellas salían. Las vio inclinarse y agachar la mirada, les preguntó sobre el estado del herido y las respuestas no fueron favorables. Pidió que los dejaran solos y vio a una chica regresar para hablar a la que faltaba por salir. Una vez las tres estuvieron fuera de su vista, respiró profundo y caminó hacia la puerta.


 


La habitación estaba a oscuras, seguro que el español había apagado las velas cuando la última chica salió, lo conocía. La poca iluminación que la luna ofrecía, era perfecta para delinear la silueta tumbada en la cama, le dejaba ver cómo la respiración le era difícil. Tragó saliva antes de cerrar la puerta y poder estar sólo con él.


 


—¿Sísifo?


 


 Escuchó su voz tan apagada y luego vio como intentaba alzarse, se acercó para detenerlo. Negó con un movimiento de cabeza para que se quedará quieto, su voz no salía. No podía asimilar que su compañero estuviera así. Se arrodilló a un lado de la cama y tomó la mano entre las suyas, sentir su piel le hizo comprender que no era un sueño. Ver la magnitud de las heridas y la mano faltante lo trajo a la realidad. Ya no resistió más las ganas de llorar.


 


Lloró abrazado al brazo sano, frotó una de sus mejillas contra el mismo. Estaba vivo, estaba ahí y se iba a recuperar.


 


El Cid le acarició una mejilla en cuanto alzó la vista para asegurarse de que esos bonitos ojos aún estaban tan serios como la última vez que lo vio. Es que no podía aceptar que estuvo a punto de perderlo y menos de no poder verlo antes. Las lágrimas seguían saliendo, su pecho dolía tanto de verlo en ese estado y aun así estaba orgulloso de que fuera el de Capricornio quien derrotó a los dioses del sueño.


 


Se alzó para sentarse en la orilla de la cama, sin soltar la ahora única mano de su compañero. Se inclinó para besar sus labios, no intentó besarlo de forma lenta, no. Estaba desesperado y aún temeroso por lo que había sucedido, tuvo que apoyarse de la cama para no dejar caer su peso y así continuar el beso. Sólo cuando sintió la mano del español apretar la suya se apartó.


 


—El miedo se apoderó de mí al pensar de que ya no estarías conmigo —susurró. No pudo decir nada más porque el llanto volvió apoderarse de él.


 


Se quedó junto a su amante toda la noche. Durmió en el piso por si pasaba algo, sería el primero en asistirlo y asegurar su bienestar. En la mañana lo observó mientras dormía, disfrutó de él hasta que las doncellas entraron y tuvo que apartarse para dejarlas trabajar. Aún era muy temprano para molestar a los demás que se preparaban para lo que hoy ocurriría, así que permaneció ahí hasta que las chicas se retiraron para ir por el desayuno de ambos.


 


Dedicó las últimas horas de su estancia en el santuario para estar con él y antes de que alguna chica llegara, le robó más besos pues no iba a irse sin que ambos estuvieran enterados de lo que iba a pasar y él conforme con los besos.

Notas finales:

Gracias por leer, espero fuera de tu agrado.


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