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Los tres reinos: La concepción por Cat_Game

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Notas del capitulo:

¡Muy buen día / tarde / noche a todos por aquí!

Espero que se encuentren muy bien... Y que se cuiden mucho en esta época.

¡Nos seguimos leyendo!

Parte Uno


XIV


 


—Las líneas de ataque están listas, mi Lord —el General Osthar usó una voz casi mecánica. Su rostro era ancho y con tres cuernos, dos tradicionales y uno en el puente de su nariz. Sus alas eran un tanto pequeñas y estaban desgastadas, lucían de un tono gris como el resto de su tez.


Samael se encontraba cerca de la entrada del norte, en la zona Roja. Su legión estaba organizada en formación de combate a distancia y contraataque. La mayoría de los arqueros eran demonios arpía que sobrevolaban cerca del campo de batalla. La legión de Leviathan usaba otro tipo de armas recién creadas por los ingenieros de Mammon; eran como bastones muy gruesos y poco largos que tenían una esfera brillante en medio. Esas armas disparaban una especie de dardos gruesos que explotaban al contacto con los enemigos.


De un momento a otro, las artillerías de los ángeles se adentraron al territorio del extremo norte; traían unas ballestas gigantescas que lanzaban redes y cuchillas llenas de magia blanca. Samael reconoció los cañones de plasma que había visto en la pelea pasada; también encontró al General Abaddon en la línea principal, aunque esta vez iba acompañado de otro ángel.


El combate estalló al son de los cañones y el choque de las armas blancas. Los ángeles  guerreros usaban armas capaces de modificarse con rapidez y tomaban ventaja sobre la pelea. Los demonios usaban hachas, espadas y lanzas todavía comunes; y sólo unos cuantos podían emplear magia.


Durante horas la escena mostró batallas de todo tipo y resultados variados. Los ángeles organizaban con precisión sus líneas frontales; obedecían la estrategia de sus líderes y se sacrificaban sin titubeos. Por otra parte, los demonios luchaban con ferocidad y usaban sus ventajas de sus tamaños y fuerza bruta. Aunque había una desorganización más notoria en las líneas del Infierno, con ayuda de los demonios más poderosos y de clase ‘elite’, podían resistir las arremetidas de los enemigos.


Los generales se enfrentaron con elegancia y brutalidad. Samael había encarado a Abaddon y usaba su arma mítica para intentar matarlo. Belphegor se había interpuesto en el camino del otro ángel; un sujeto de cabello corto y castaño, con alas inmaculadas de un blanco hermoso y una armadura dorada. Samael y Belphegor habían escuchado referencias sobre ese sujeto, uno de los Seis Arcángeles más poderosos: el Juez Raphael.


Aunque la maestría de combate de Belphegor los había puesto en un momento a la delantera, los ángeles habían llevado algo nuevo que deseaban probar con sus odiados enemigos. De entre las líneas de defensa, unos grupos de ángeles arrastraron unas máquinas de tonos dorados. Todas eran iguales. Todas tenían un diseño de una hoja de trébol en tercera dimensión; en el centro se apreciaba una hendidura ovalada que mostraba negrura en su interior. Los dos pétalos a los costados tenían unas pequeñas aperturas que mantenían unos picos de agarre con tres sujetadores metálicos.


Cuando los ángeles prepararon los motores de sus máquinas, las armas lanzaron unas cadenas que se incrustaron en el campo de batalla. Una parte de los demonios fue aniquilada por aquellas cadenas gigantescas. De forma pronta, la parte central de las máquinas giró hacia abajo y se separó unos centímetros de la base, provocando que las bocas de los cañones quedaran sobre la tierra.


Los generales, algunos soldados y los tres Lores se percataron de aquella acción; empero, no fueron capaces de ordenar una retirada defensiva a tiempo.


Entonces, de las máquinas angelicales, se dispararon unos rayos hacia interior de la tierra. Sin previo aviso, en las áreas marcadas por las cadenas, unas bolas rojizas de electricidad salieron del subterráneo y explotaron. Aquél poder era capaz de matar a los demonios, pero dejaba un poco dañados a los ángeles. En unos minutos las cuatro legiones infernales perdieron a más de la mitad de sus soldados.


—¡Tenemos que reagruparnos y destruir esas cosas! —sugirió Samael una vez se quedó junto a Belphegor.


Los ángeles ganaba territorio y ya habían comenzado a construir unas bases improvisadas para su ventaja. Aquellas armas eran un verdadero peligro y quizás una forma de aniquilar a la raza de los demonios. ¿Cómo había sido permitida la creación de máquinas así? Samael sabía que el Cielo y el Infierno tenían prohibido crear armas que pusieran en desventaja a una de las dos razas y dejara en peligro el Balance; el Consejo A Cargo prohibía a los dos reinos utilizar un poder masivo sin antes ser cotejado.


—Samael —Belphegor rompió los pensamientos de su homólogo de la Piedra Negra—, los soldados élite y los demonios de batalla son los que resistieron el ataque. Así que escucha con mucho cuidado; tú y Leviathan distraerán a los generales y atacarán con todo el resto de las legiones. Yo destruiré las ocho máquinas en las líneas de defensa.


—¿Estás loco? —inquirió Samael con enojo.


—Lord Belphegor, las defensas de ellos están alineadas y poco dañadas. No será capaz de llegar hasta las máquinas —aseguró Leviathan con consternación.


—El niño tiene razón, Belphegor. Morirás antes de alcanzar la primera máquina.


—Ésta es una orden directa del Gran General del Infierno, así que obedezcan —Belphegor aseveró su tono al dar la orden.


Una vez Belphegor expandió sus alas y se alejó, Samael y Leviathan reorganizaron a las legiones.


La zona de guerra era un desborde masivo de matanzas y ataques sanguinarios. Samael había conseguido ganar la atención de ambos generales y usaba su magia para cubrir embestidas bestiales de ambos arcángeles. Su espada chocaba con fuerza contra el arma de los otros dos y usaba el método de aparición y desaparición para sorprender a Abaddon y Raphael. Por otro lado, Leviathan ya había notado que las máquinas habían tocado el suelo nuevamente.


La superficie denotada por las cadenas cubría casi la mitad del terreno donde ocurría la masacre. Leviathan cortó la cabeza de dos ángeles y conjuró su hoz larga con un filo elegante; buscó la mejor posición y se preparó. Su magia elemental de agua era la única opción para defender a sus tropas y a su gente. Con ayuda de la nieve, Leviathan transformó el líquido en una capa mágica que cubrió el campo de batalla.


Otra vez los ángeles dispararon los cañones hacia la profundidad de la tierra. La explosión salió y rebotó contra la barrera de agua; esto provocó que el subsuelo resintiera el estruendo de poder.


Belphegor, en la otra mano, ya había matado a una buena parte de la línea de defensa y estaba por llegar a la zona done las máquinas estaban asentadas. A pesar de que ya habían disparado, el demonio Lord detectó que los ángeles controlaban los dispositivos y hacían que los cañones se enfriaran. Cuando Belphegor se colocó frente al primer artefacto gigante, suspiró y utilizó a Kin. El arma mítica se impregnó del poder de su amo y brilló de un color rojizo intenso; a continuación, Belphegor arrojó a Kin con potencia hacia las máquinas alineadas y consiguió perforarlas a todas. Empero, uno de los ángeles élite disparó su cañón de plasma y dañó al demonio Lord.


En la zona de guerra el suelo entero se tambaleó y se sumergió de manera irregular debido al poder de las explosiones subterráneas. Tanto ángeles como demonios se vieron afectados por ese problema. Sin embargo, los ángeles tenían la ventaja de poder volar, mientras que los demonios de clase común no poseían alas.


Samael había notado que las máquinas habían comenzado a explotar, pero no veía a Belphegor en las cercanías. Su atención se centró otra vez en los dos ángeles frente a él.


—Destruyeron los cañones —informó Raphael con una voz jovial.


—Encárgate del otro demonio. Yo puedo enfrentar a Samael —aseguró Abaddon.


De forma repentina, Abaddon conjuró unas rocas que se elevaron y rodearon a Samael. El demonio Lord cubrió gran parte del ataque con sus alas; luego voló hacia Abaddon y lo asaltó. Las dos espadas chocaron con fuerza y causaron estruendos de poder en los alrededores. Abaddon usaba una espada delgada y larga casi como una catana; Samael prefería su arma mítica con un aspecto robusto y un adorno demoniaco y calavérico en el mango.


Los ángeles todavía tenían una ventaja por sus armas de largo alcance y sus cañones de mano; esto era visible en las líneas de ataque. Leviathan, a pesar de sus esfuerzos, era incapaz de destruir cada uno de los cañones de plasma. También había notado que otra legión angelical se acercaba y estaba por arribar al lugar donde las máquinas habían anclado. Si no hacían algo pronto, los enemigos alcanzarían la Zona Negra y la Zona Alta del reino.


Cuando Belphegor recuperó la postura, ya había sido aprisionado por unos lazos de luz que usaban los enemigos. Comenzó a reír con seguridad y se liberó con una explosión de poder carmesí que desprendía de su propio cuerpo. De pronto tomó uno de los cañones de los ángeles y disparó con precisión; allí descubrió que esas armas también podían ser utilizadas en contra de sus rivales. Los cañones de mano de los ángeles eran muy pesados, casi dos toneladas, y sólo disparaban tres plasmas gruesos por cada tres segundos; debían esperar casi uno o dos minutos para que el arma permitiera otros tres ataques. Belphegor suponía que la mecánica del cañón estaba diseñada para no quemar los motores que transformaban la energía.


—¡Mi Lord! —uno de los demonios élite se acercó a Belphegor y señaló la vista cercana.


—Mierda —Belphegor expresó con precaución al divisar a los enemigos—, ¿dónde rayos está Astaroth? Creo que es hora de usar nuestro ataque sorpresa.


—¿Qué haremos, Señor?


Belphegor tocó el hombro de su soldado y le mostró una sonrisa cálida y llena de consternación. El Lord de la Piedra Roja no estaba dispuesto a perder a su legión en una guerra en la cual ya habían perdido la batalla, así que su única opción era una retirada.


—Reúnete con el General Azahrim y espera por mi comando.


—Señor, pero, si nos retiramos las legiones de Lord Mammon y Lord Baphomet no serán capaces de proteger a los civiles.


—Descuida, tengo un plan —mintió Belphegor.


Sin embargo, de entre las líneas militares de los ángeles, un grupo de soldados arrastraban otras máquinas iguales a las pasadas. Tanto Samael como los otros dos Lores notaron esto. Todas las posibilidades de ganar habían desaparecido en un instante. Las tres legiones estaban reducidas a un tercio del número inicial y los ángeles apenas habían perdido un cuarto de su gente. Otro asalto de esa magnitud significaba una muerte segura.


De modo imprevisto, los ángeles se alejaron de la batalla y rehicieron las líneas frontales. Los demonios aprovecharon y se reorganizaron también. Los generales y Lores se quedaron al frente de su guerreros.


—¿Alguna sugerencia? —Leviathan preguntó con una voz opaca.


Samael no replicó y sólo mostró un rostro vacío de esperanza. Belphegor notó de inmediato aquella mueca en su homólogo y se posó un paso frente a ellos.


—¡Demonios, escuchen bien! —Belphegor parló con solemnidad—, esta es la primera guerra que algunos de ustedes y de nosotros peleamos. Sí, es una batalla sin igual y los enemigos frente a nosotros son aquellos que juraron destruirnos. Pero no nos quedaremos de brazos cruzados, ¡no! Vamos a pelear y utilizar todo lo que tengamos. ¡Les daremos una verdadera razón a esos ángeles para temernos!


Las filas militares de los demonios se llenaron de gritos de excitación y coraje. El Lord de la Piedra Roja inspiraba a cualquier guerrero a continuar; incluso si eso significaba la muerte.


No obstante, antes de iniciar, ambos grupos fueron embestidos por algo sumamente extraño. Había sido como una ola de poder no detectable a la vista; como una fuerza que había empujado a los cuerpos, animales y objetos unos centímetros. Demonios y ángeles cayeron al suelo y escucharon un sonido constante en el ambiente; un pitido pequeño y casi ahogado que impedía otros ruidos. Ese suceso inusual había causado una sensación de despojo en cada uno de los seres que poseía un alma.


Samael dudó una y otra vez. ¿Qué había ocurrido?; ¿había sido eso el elemento sorpresa del que había hablado Astaroth?


El Lord de la Piedra Negra se puso de pie y contempló todo el panorama. De una forma u otra sentía que algo faltaba en todo ese lugar; algo había dejado de percibirse a simple vista. Samael rondaba una y otra vez con su mirada, pero no podía identificar qué era lo que ya no podía detectar. Empero, aunque no se percataba de lo que había desaparecido a la vista desnuda; todavía creía que sentía aquellas presencias o existencias que habían sido arrancadas de ese plano.


—¡Mi Lord! —la voz de Azahrim se escuchó como un estruendo—, ¡el enemigo se retira!


¿Qué?, Samael se cuestionó con prontitud. ¿Por qué?, ¿por qué se van?, insistió el demonio Lord. No tenía sentido. Los ángeles habían ganado la primera parte de la guerra sin importar los esfuerzos de los tres Lores. Pero ahora salían del territorio con una prontitud alarmante.


—¡Defendimos nuestra tierra! —Belphegor incitó a los soldados a celebrar.


El Edén, de manera repentina Samael comprendió. Astaroth está en el Edén y ahora los ángeles van a defender la tierra que creen que es Sagrada. Fue una jugada maestra o un maldito golpe de suerte; pero no pudo asegurarlo con exactitud el demonio.

Notas finales:

Próxima actualización: 20 o 21 de diciembre.

¡No olviden dejar sus comentarios, me encantaría leerlos!

:)


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