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Los tres reinos: La concepción por Cat_Game

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Notas del capitulo:

En esta semana podré actualizar un poco más rápido!

Nos estaremos leyendo!!

:D

Parte Uno


IV


La imagen que reflejaba el espejo era muy distinta a lo que el joven demonio-arcano recordaba; aunque ya había recuperado una gran parte de su vista, todavía no era capaz de distinguir objetos en la lejanía o detalles minúsculos cercanos. De pronto, el joven pasó su mano sobre su cabello sin forma y aceptó que no volvería a lucir su hermosa melena larga y rubia. Astaroth mojó su rostro y cabellos, luego utilizó una de sus cuchillas para cortar toda la cabellera con cuidado desde la raíz. Una vez terminó su actividad, volvió a contemplar su rostro y aceptó que una parte de su esencia se había perdido; su imagen era ahora aterradora.


De forma repentina, el príncipe escuchó unos pasos cerca de la puerta, pero no alcanzó a ver quién de los dos demonios había espiado por la apertura que había entre el marco y la puerta. Suspiró y colocó la máscara teatral, dio una media vuelta y abandonó el baño.


La sala de la casa estaba casi vacía a excepción de la mesa rectangular restaurada, dos sillas improvisadas y una especie de banco de tres patas. Sobre la mesa había un mapa que Belphegor había traído consigo; en éste se mostraban las Zonas y los caminos que la rebelión había usado durante el último ataque.


Cuando los tres jóvenes estuvieron cerca de la mesa, la primera reunión secreta comenzó. Belphegor explicó con seguridad cómo podrían asaltar la Zona Alta del reino y rodear el palacio; mientras que Samael y Astaroth escucharon expectantes.


—Las defensas del castillo estarán bajas si provocamos un ataque aquí en la Zona Negra y en la Zona Blanca.


—¿En la zona Blanca? —inquirió Samael con duda genuina.


—Sí. Es el lugar donde más excavaciones y explotaciones hay.


—No —interpuso Astaroth—, la Zona Blanca no nos servirá como distracción. Estoy de acuerdo en que la Zona Negra sí sea una preocupación para mi abuelo, puesto que es la que más alimento y comercio da. Sin embargo, si queremos sorprender al ejército imperial, les sugiero ir a la Zona Gris.


Samael y Belphegor mostraron rostros de incredulidad. Las Zonas del reino se dividían en colores de acuerdo a lo que poseían en mayoría y para lo que el gobierno usaba las tierras. Por ejemplo, la Zona Negra, próxima al este, cerca de la Zona Alta, era el lugar donde existían poblados comerciales, grandes granjas e invernaderos para la producción de alimentos. Por otra parte, la Zona Gris, ubicada al sur, era un lugar frío, donde la nieve se extendía a sus anchas; no había mucho qué obtener de ese lugar, ya que los únicos tres poblados que había se dedicaban a la tala de pinos altos y la recolección de algunos minerales que existían en las montañas.


—La Zona Gris es un lugar estratégico para el imperio, debido a su ubicación y lo que se ha construido allí —explicó Astaroth una vez señaló las coordenadas en el mapa—. Les aseguro que si queremos emboscarlos, este lugar es nuestra mejor opción.


—Espera un momento —Belphegor arrebató la palabra y contempló con disgusto a Astaroth—. ¿Cómo puedes asegurar que no será el ejército imperial el que nos estará esperando allí?


Aquella cuestión había sido acusatoria, pero Samael estaba de acuerdo en que no podían fiarse del príncipe aún.


—En la Zona Gris se está construyendo una especie de palacio subterráneo, cerca de las montañas rocosas de piedra blanca. Si una verdadera guerra ocurre, la familia imperial será trasladada hasta ese lugar por un portal que usa el poder de un artefacto de los proto-demonios. Ustedes invadirán una parte de la Zona Alta y utilizarán armas de poder masivo para destrozar el castillo, esto levantará la alerta y el resto de la rebelión esperaremos en la Zona Gris. Allí encararé a mi padre, abuelo y hermano y los mataré.


—¿Tú irás en compañía de la rebelión? —otra vez Belphegor cuestionó con enojo.


—Uno de ustedes dos atacará el castillo imperial y el otro emboscará al resto de la guardia en la Zona Gris —replicó Astaroth con un tono calmo.


—¿Qué hay de las armas? —Samael se atrevió a intervenir en la explicación.


—En la Zona Blanca hay un grupo de ingenieros que se dedican a la transmutación de reliquias para hacer armamentos y escudos para incrementar los poderes de otros. Los contactaré y ustedes podrán obtener estas armas y entregarlas a los Generales de la Rebelión.


—A mí me parece que todo lo tenías muy bien planeado. —Belphegor caminó hacia el otro lado de la mesa y se acercó a Astaroth. A pesar de que era menor que el príncipe en edad, medía casi treinta y seis centímetros más que él; sin contar una diferencia entre sus musculaturas—. ¿Sabes? Es como si un golpe de suerte nos hubiera llegado cuando nuestros padres fueron asesinados; cuando Samael fue tomado prisionero. Como si tú hubieses tomado esta ventaja  para convertirte en ‘nuestro aliado’ al rescatarlo.


Detrás de Astaroth se posaba Samael, de modo que el príncipe no podría actuar con rapidez si era necesario. Sin embargo, Samael no buscaba pelear con la única persona que podía ayudar a ganar esa guerra; el joven demonio colocó las bolas oscuras sobre la mesa y agachó la cabeza.


—No voy a traicionar a la rebelión —aseguró Astaroth con un tono serio.


—No puedo dejar de preguntarme cuáles son tus verdaderas intenciones, archidemonio —recriminó Belphegor.


—Ayudarlos.


—Él tiene razón, Astaroth —Samael dijo con un tono inseguro—, ha sido muy extraño todo; el tiempo, tus palabras y estos objetos.


Astaroth suspiró y dio unos pasos hacia la pared para obtener la atención de los dos adolescentes; a continuación, llevó su mano hasta la máscara y la retiró. De pronto, Belphegor y Samael contemplaron el rostro de Astaroth; Samael estaba tan impresionado ya que no recordaba esa cicatriz enorme en la cara del demonio-arcano.


—Bien, tienes el rostro deforme —incitó Belphegor a una discusión—, eso no me dice nada.


—¿Te hicieron esto? —Samael se acercó un poco más al demonio-arcano y denotó preocupación en su mueca—. ¿Por haberme ayudado?


—Sí. Por haberte rescatado y por haber encarado al rey y decir que estoy aliado con la rebelión, y por decir que lo mataré. Es un castigo que se da a los traidores del más alto crimen. El que No Ve, No Escucha, No Respira y No Habla; hasta terminar el sufrimiento del traidor con una ejecución pública. Yo recibí ese castigo, aunque logré proteger mi vista, pero mi piel resintió todo. Esto es una prueba de lo que ahora soy. Pienso ayudarles, y hacer que la rebelión gane. Por eso les estoy entregando toda esta información.


—Belphegor… —Samael dirigió su mirada al otro adolescente y sólo lo contempló.


De un momento a otro, el demonio de tez oscura suspiró y regresó a su lugar del otro lado de la mesa. Analizó el mapa y comenzó a señalar los lugares de interés.


—Samael, tú irás con Astaroth a la Zona Gris y emboscarán a los enemigos por la ruta que sea más conveniente. Yo comandaré a la otra mitad de los generales y destrozaremos en un ataque frontal el castillo imperial.


—Entonces —Astaroth colocó su máscara de vuelta en su rostro y se acercó a la mesa para continuar con sus palabras—: Mandaré traer las armas aquí. Yo tengo el contacto directo con la familia de ingenieros. Sin embargo, en la Guardia Imperial existen guerreros de un potencial que sólo pueden ser dañados por un tipo de armamento especial.


Los adolescentes escucharon con interés. Ambos sabían que los mejores guerreros eran archidemonios y que eran imposibles de derrotar por otros que no fueran de la misma raza.


—Para matar a estos soldados necesitaremos crear armas con capacidad superior y de un poder arcano —Astaroth explicó con serenidad. Luego, sacó la bolita negra que él resguardaba en su poder, la mostró a los otros dos jóvenes—. Éste puede ser el núcleo de un arma tan poderosa que podrá aniquilar archidemonios y arcángeles. Incluso hasta Nefilinos si es utilizada al máximo.


Samael tomó las dos esferas que había puesto sobre la mesa y las contempló como si fueran un tesoro de lo más irreal. Belphegor, por su lado, no estaba muy enterado de lo que eran esos esféricos.


—¿Son ‘corazones de proto-demonio’? —se atrevió a cuestionar Belphegor.


—Sí —Samael replicó con seguridad—, sí. Son ‘corazones de proto-demonios’. Son piezas modificadas que contienen la sangre y esencia de entes que alguna vez vivieron en un cuerpo de un proto-demonio. Creí que habían sido destruidos, pero…


Astaroth notó que el adolescente de tez roja lo miraba con duda y terror. Era normal, o así lo creía Astaroth, ya que los demonios-arcanos habían hecho cosas tan atroces como usar a los seres vivos en experimentos por obtener algo en los conflictos bélicos. De pronto, el príncipe asintió de forma positiva.


—No tienen un cuerpo. No tienen esencia y no han absorbido ningún poder. Por eso te di dos, Samael —reveló Astaroth—, para que utilices estos ‘corazones’ y forjes tu propia arma capaz de aniquilar a cualquier enemigo. No estaba seguro de que hablarías con Belphegor, pero es por eso que tienes dos. Yo me quedé con una, pero si no las cambiamos y las empleamos como núcleos, serán inútiles en unos pocos años más.


—¿Cómo vamos a forjar un arma aquí? —añadió Belphegor con un tono realista.


—Yo puedo —aseguró Samael—, conozco la teoría sobre la creación de armas tan poderosas como un mito. Mi padre tenía mucha información sobre esto y me enseñó todo lo que sabía. Necesitas un ingrediente base y dos externos. Un ‘corazón de proto-demonio’: lo que se convertirá en el núcleo. Los otros dos deben ser un tipo de metal o piedra y la energía del portador.


—¿Cuánto tiempo te tomará? —agregó Astaroth con prontitud.


—Dos o tres días. Necesitaré de su esencia, ya sea sangre o algún objeto que posea su energía.


—Cuenta con ello.


 


 


Durante el primer día, Belphegor y Astaroth se encargaron de buscar metales y algún tipo de material rocoso o mineral que pudieran usar en sus armas. Ambos habían tenido muy pocos temas de conversación puesto que ninguno de los dos confiaba plenamente en el otro. Por una parte, Belphegor creía que aquella imagen madura y arcana que el príncipe tenía no era más que una fachada para ganarse a la rebelión. Todavía sospechaba respecto a que Astaroth buscaba quedarse como el nuevo gobernante de ese reino, así que ya había considerado un plan alterno para matarlo una vez terminara la guerra. Astaroth, en la otra mano, no confiaba en Belphegor porque no tenía idea de las reacciones irracionales que podría tener; empero, sabía que era un líder nato y que sus habilidades para el combate eran algo que no podía dejar desperdiciarse.


El segundo día, los tres jóvenes trabajaron unidos en los procesos de fundición de los elementos y creación de las armas. Samael prefería espadas gruesas y pesadas para su combate. Belphegor era un guerrero tan habilidoso que podía usar casi cualquier arma como un maestro, pero había optado por una lanza de chacos con cadenas capaz de contraerse y desprenderse. Astaroth había preferido una espada fina con una hoja poco gruesa, pero elegante y marcada por un tono blanco casi plateado.


Para el tercer día, las armas estaban listas. Sophitia: una espada recta de doble filo, con un mango blanco adornado por un cristal azul en el centro que resguardaba su corazón; era un arma mítica que resplandecía con la esencia de Astaroth. Lieruz: una espada gigante adornada en su filo por unos cristales y rostros demoniacos como acabados filosos y poco estéticos, con su mango grueso con un simple sujetador encordado en tonos negros; era un arma mítica que contenía la magia y el poder que Samael poseía como una de sus habilidades más únicas. Por último, Kin: una lanza de doble filo, con un final de flecha adornada en el centro con una piedra roja que resguardaba su corazón mientras que el cuerpo del objeto era capaz de deslindarse en pequeños chacos sujetados por cadenas; era una arma mítica inusual que había sido impregnada con la esencia de Belphegor y se adaptaba a su combate versátil.


Con la creación de aquellos objetos, los tres jóvenes habían hecho los arreglos necesarios y habían contactado con el Consejo de Capitanes de la Rebelión. Los grandes generales habían sido informados del plan y aguardaban por recibir los armamentos que utilizarían para derrotar al impero.


Astaroth había usado su influencia para pedir ayuda a los demonios de la Zona Blanca; sin embargo, para su sorpresa y fortuna, el único que quedaba con vida era un demonio joven de nombre Mammon, quien había sobrevivido a los ataques continuos de la rebelión y el imperio. Samael y Belphegor habían aceptado la unión con ese adolescente, casi un niño de hecho, con la condición de que trabajara exclusivamente para ellos.


De pronto, en la Zona Negra, el pantano y la cabaña ya se habían convertido en un refugio y el nuevo centro de comando de la rebelión. Había algunas modificaciones como la expansión de la cabaña y la construcción de torres de seguridad. Los generales habían aceptado a Samael y Belphegor como los nuevos líderes y se habían trasladado a la nueva base de comando. La rebelión peleaba algunas batallas necesarias antes de confrontar al rey y al resto de los demonios-arcanos.


 


 


La noche anterior a la batalla final, los líderes y generales habían hecho una reunión para repasar el plan. Astaroth había estado presente, pero no había dicho mucho; deseaba involucrarse lo menos posible con el papel de líder, ya que tenía otro objetivo en mente. El príncipe estaba listo para aniquilar a sus enemigos, pero todavía dudaba sobre una de sus acciones.


No tengo otra opción, ¿o sí?, se cuestionó en silencio el príncipe.


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