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Atemporal por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Nota: este escrito fue redactado a partir de un sueño que tuve en 2008, siendo modificado varias veces durante este tiempo.

Tenía que ser una excursión a las montañas normal y corriente.


No hacía buen día, para empezar. Parecía que una tormenta fuera a caer justo allá donde fuéramos nosotros. Yo había advertido a mi padre que muchas ganas de mojarme no tenía.


Mi padre no escuchó. Tenía muchas ganas de ver a sus amigos y a su hermano, porque hacía una buena temporada que había estado inmerso en su trabajo, así que en cuanto tuvo ocasión, y aprovechando que el mundo del senderismo era algo que tenían en común todos ellos, les llamó a todos.


—Sara, nos vamos ya.


—¿Viene Guille? —pregunté mientras me ponía la chaqueta de invierno.


—Al final sí.


Dudo que pudiera haber sobrevivido un día de senderismo sin mi primo. Mi pasión no se encontraba precisamente fuera de casa, pero él conseguía que me lo pasara bien. Tenía pasión por el motocross y solía tener en su casa un montón de cachivaches motorizados que probábamos juntos, o nos íbamos con bici por el pueblo.


En otras palabras: con él, conseguía ser una humana sociable, y no la ermitaña que tanto me gustaba ser. La sensación de que mi lugar no estaba en este mundo era enorme. Me figuraba que a mucha gente le pasaba eso, pero ¿cómo lo solucionaban?


Recordando amargamente que el senderismo no consiste en llevar un montón de trastitos divertidos como karts caseros, abrí la puerta de casa y salimos.


El grupo, que sería de unas diez personas, se reunió al inicio del camino que mi padre había preparado. Estaba en el centro de una región montañosa y llena de bosque que no se solía frecuentar. De hecho, había bastantes señales sobre no cruzar propiedades privadas que me hicieron sospechar de qué clase de información se había valido mi padre para organizar su recorrido.


—Está todo señalizado —nos explicó a todos, mientras mostraba el mapa por el grupo de Whatsapp—. No nos podemos perder.


Mi primo Guille se rio y me susurró:


—¿Te acuerdas de una vez que dijo eso y tardamos media tarde en llegar al cámping?


—Se lo recordé durante semanas —le acompañé.


Nos pusimos en marcha. Sin preocuparnos en exceso, y siempre mirando al cielo encapotado, Guille y yo disfrutamos burlándonos a distancia de las manazas abofeteadoras de nuestros padres sobre cuándo y en qué bizarras condiciones nos íbamos a perder por la montaña y dónde acabaríamos.


Las risas se terminaron cuando algunos del grupo empezaron a decir que cada vez veían menos señales de guía, y que las de propiedades privadas habían desaparecido.


—Bueno, hemos hecho un buen rato de camino —dijo uno—. ¿Qué tal si lo dejamos y volvemos por donde hemos venido? Siempre podemos ir a comer por ahí.


—Pero es una pena que por una vez que quedamos para hacer senderismo… —suspiró mi padre.


—Yo creo que por lo menos podríamos acabar el camino. No tiene pinta de ser mucho más largo. Y parece que empieza a salir el sol —añadió mi tío.


Guille y yo no dijimos nada. Internamente mi cerebro me daba claras señales de que prefería el restaurante con su estufita a un día indeciso con un camino poco marcado.


—Hagamos algo —dijo otro de los amigos de mi padre—. Voy a ver qué encuentro un poco más adelante y cuando vuelva decidimos si volvemos.


El grupo pareció contento con la propuesta.


—Vale, nosotros te esperamos —dijo mi padre—. Si ves que hay mucho camino, vuelve, y buscamos otro camino quizá.


Su amigo asintió y nos saludó mientras echaba a andar.


Suspiré. Mi padre no quería rendirse con la maldita excursión. A pesar de las brechas de sol que empezaban a aparecer, el día era de todo menos seguro para ir caminando por ahí pisando charcos. Mi primo, a pesar de que por su hiperactividad necesitaba salir y hacer cosas de mucha energía, tenía cara de estar pensando lo mismo.


Esperamos un buen rato. Pensábamos que en diez minutos habría vuelto, porque los vistacitos los solíamos hacer así, pero pasó el doble de tiempo y nuestro colega no volvía. Nos decidimos rápidamente a seguir el camino que había empezado.


Caminamos aquellos diez minutos que pensábamos que tardaría. El bosque se apartaba lo suficiente como para poder echar un vistazo a la colina que teníamos cerca y el descenso brusco que había al lado opuesto. Parecía que no, pero nos habíamos metido en la ladera de la montaña.


Al cabo de un par de minutos más, el camino torció a la derecha, aprovechando el final de la colina, que acababa allí. Eran más de noventa grados de giro que nos ocultaba un paisaje que no pensaba que encontraría allí.


—Vaya, es impresionante… —dije.


Escondida y resguardada por una altura moderada y dos acantilados que la encerraban por encima y la pendiente de la montaña por el lado de donde veníamos, una pequeña cuenca parecía haberse protegido del mundo exterior. Un salto de agua abría espacio para un riachuelo que discurría hasta perderse pendiente abajo, cruzando antes un bosque y un pequeño prado de un verde intenso e hidratado. A pesar del mal tiempo, no circulaba una sola nube por encima del pequeño valle y el sol bañaba tibio aquel pedacito de tierra paradisíaca.


Nosotros estábamos entrando por el camino al final de la cuenca. Si nos despistábamos, rodábamos ladera abajo. Nos apresuramos a acercarnos al lado opuesto. El camino seguía hacia el interior del valle, pegado al final del acantilado que desde el otro lado se percibía como colina.


Era como si alguien hubiera atacado con una excavadora gigante toda la montaña, hubiera sacado toda la tierra y la roca necesaria y hubiera rellenado el agujero con el prado, el bosque y el riachuelo con la cascada.


—Sigamos —dijo mi padre. Casi me olvidé de que estábamos buscando a su amigo.


Empezamos a adentrarnos al pequeño valle, y algunos detalles empezaron a hacerse más evidentes: el riachuelo serpenteaba un poco en el pequeño prado; cerca de la no muy alta cascada había un puente para cruzar el río y llegar hasta una pequeña casa de madera que había cerca.


—¡Cuidado! —gritó mi padre, haciendo que prestara atención al camino—. No os mováis.


Todos nos paramos, pero no supimos para qué hasta que un ciervo escaló con un par de saltos la diferencia de altura del prado hasta subir al caminito. Sin siquiera reparar en nosotros, se marchó al trote hacia el puente, dándonos la espalda. Nosotros nos quedamos inmóviles hasta que el ciervo llegó al puente y se puso a pastar por el prado al alrededor de la cascada.


—Vamos —dijo mi tío.


—Nunca había visto a un ciervo de cerca —le susurré a Guille—. Qué impresión…


—Yo tampoco.


Nos acercamos al puente, caminando con cautela. El ciervo yacía ahora en la hierba, aunque con la cabeza alta, pendiente de nosotros, pero sin ninguna intención de volver a levantarse. Nuestro tío nos aconsejó que no nos acercáramos, pero tampoco se me hubiera ocurrido hacerlo.


Buscando a nuestro compañero perdido, decidimos cruzar el puente para llegar a la casa. Solía haber refugios en las montañas por si el temporal pillaba a excursionistas como nosotros desprevenidos, así que supusimos que el amigo de mi padre habría ido hacia allí.


—Id a mirar en la casa, nosotros esperamos aquí —dijo mi padre, haciéndonos esperar a mí, a Guille y a mi tío.


El resto asintió y empezó a dirigirse hacia la casa, pero justo entonces una voz resonó en todo el valle:


—¡¿Cómo osáis interrumpir la paz de mi valle?!


El eco retumbó por toda la cuenca y me dio un dolor de cabeza impresionante. Guille y mi tío se giraron hacia el salto de agua, quizás creyendo que venía de allí. Yo perfectamente podría haber creído que venía de mi espalda.


—¿Habéis oído eso? —preguntó mi tío.


—Sí, venía de la cascada, ¿no?


Si había alguna posibilidad de que me lo hubiera imaginado, había desaparecido.


—¡¡VOLVED POR DONDE HABÉIS VENIDO!! —gritó la misma voz. Era de una mujer.


—Au, mis orejas… —solté.


Vi que nuestros amigos volvían sobre sus pasos. Mi tío decidió tomar la delantera:


—No sé quién habla pero… si hemos traspasado una propiedad privada lo sentimos mucho. Buscamos a un amigo nuestro que se ha perdido. ¿Nos puede ayudar a encontrarlo?


—Un hombre ha venido aquí y ha intentado beber agua de mi río sin mi consentimiento —explicó con menos volumen. Su tono tenía la misma cantidad de cabreo—. ¡Y he decidido castigarlo! Ahí le tenéis, detrás de vosotros. Podéis intentar llevároslo, pero no se moverá.


Todos buscamos, pero no le vimos por ninguna parte. Sólo había el ciervo.


A pesar de lo imaginativa que puede ser la mente joven, tardé todo un minuto en darme cuenta de que estaba hablando de ese animal. De repente, mi cuerpo dejó de obedecer y se quedó quieto, mirando al ciervo y deseando desaparecer de aquel idílico y de repente aterrador lugar. El ciervo nos miraba como si no supiera qué estaba pasando con nosotros. Uno de los amigos del grupo se acercó a acariciar al ciervo y de nuevo ni se movió.


—No te hemos hecho nada malo —dijo mi padre, con más aplomo que yo—. Sólo queremos volver a casa con nuestro amigo tal como estaba.


—No confío en los hombres cuando dicen esa clase de cosas —espetó casi al instante—. El último que me dijo eso y se libró, me engañó, me dejó con nuestros hijos sola y me abandonó.


Mi terror se intensificó: esa mujer estaba castigando a todos los hombres que encontraba por un hecho del pasado, probablemente personas inocentes que sólo pasaban por allí. Qué debía de pasarle y cuantas víctimas se había cobrado por ello…


Cuando miré a mi alrededor, todos los compañeros que se habían acercado al ciervo estaban retorciéndose en silencio. Perdieron su ropa, cambiaron de forma, de color y les salió pelo por todas partes. Ahora, en vez de cuatro personas, había otro ciervo, un jabalí y dos zorros. Igual o más aterrorizados que nosotros, empezaron a corretear sin control por la pradera. Mi padre y mi primo consiguieron moverse para intentar detenerlos, pero escaparon en cualquier dirección.


—No lo intentéis —dijo la voz, más calmada, aunque igual de furiosa—. Nunca se irán del valle.


Mi padre, cansado de perseguir a sus amigos, volvió a enfrentarse a la voz de la cascada. Justo entonces los animales empezaron a calmarse y a volver poco a poco hasta el primer ciervo.


—¡Devuélvenos a nuestros amigos! ¡Si nos vamos, volveremos con más gente y nos los llevaremos a la fuerza! ¡Nunca tendrás ninguna tranquilidad!


Mi cuerpo decidió entonces que era un buen momento para protestar.


—¡Papá, no digas tonterías, no la amenaces! ¡Vas a hacer que nos transformen a nosotros también!


—Eso, escucha a tu hija. Ella por lo menos sabe algo de diplomacia. Además, ¿ves tú alguna salida al valle?


Los que quedábamos nos giramos hacia la pronunciada curva que habíamos hecho justo antes de encontrarnos con el primer ciervo. En vez de un camino había unos robles enormes y algunas rocas en la ladera. El camino por aquel lado del río había desaparecido.


—Podíais haberos ido y dejar a vuestro amigo, pero habéis decidido enfrentaros a mí. Ahora estáis todos atrapados aquí.


Nadie consiguió decir nada. Mientras pensábamos algo para por lo menos recuperar a nuestros amigos en su forma humana, una mujer salió de detrás de la cascada. Tenía el pelo rizado muy largo y un vestido largo que tapaba del cuello a los pies y estaba bien atado a la cintura.


Mi tío y mi padre dieron un paso adelante hacia ella, mientras se acercaba a nosotros, pero no se atrevieron a avanzar más.


—Os quedaréis aquí hasta que yo lo diga.


La mujer me miró a mí, específicamente, aunque no entendí por qué. ¿Quizás porque no la había amenazado? Y no había usado ningún tono amenazador tampoco.


Antes de plantearnos ningún otro movimiento, los dos zorros transformados se acercaron a ella y los tres desaparecieron de nuevo bajo la cascada. Antes de que protestáramos por el secuestro dentro del secuestro, los dos zorros salieron de nuevo con paso más relajado y se hundieron en el bosque que había al fondo del valle.


—Buscaremos la manera de salir primero —decidió mi padre—. Primero vamos a ver ese refugio. Necesitamos descansar.


Se oyó a la mujer reírse de lejos. No me quedó duda que lo había oído, a pesar de que para cualquier persona normal detrás de una cascada sería imposible oír sus propios pensamientos. Miramos un segundo la cortina de agua caer sin decir nada y luego nos giramos hacia el refugio.


Antes de que llegáramos, la puerta se abrió. De dentro salieron dos mujeres que probablemente eran madre e hija, por las edades que aparentaban. La hija debía tener mí edad, o la de mi primo (que era un año más pequeño). La madre quizás era más joven que mi padre. Ambas tenían el pelo castaño ondulado, la madre largo y la hija corto. Cuando estuvimos cerca, vi que las dos tenían los ojos verdes. Eran realmente parecidas.


—¿Quiénes sois? —pregunté yo, algo embelesada por la apariencia de la chica.


—No os preocupéis por eso —dijo la madre, casi llamándome la atención—. Tendremos tiempo para hablar de todo lo que necesitéis. Pasad dentro.


Pensaba que mi padre protestaría enérgicamente por nuestro secuestro, pero la sorpresa de ver que ahí había más personas quizás le había mantenido callado. Mi tío y mi primo tampoco dijeron nada.


Entramos en la cabaña, pero pensé que tenía que tirarme de una mejilla o algo por el estilo. Guille no fue más elocuente:


—¿Qué clase de magia es esta? Era un refugio enano de madera y ahora es…


—De mármol —dijo la chica joven—. Traído de una época tan antigua como la persona que controla el valle. No encontraréis nada igual.


La chica se olvidó de mencionar que además de ser de mármol, el refugio era ahora una mansión. Quizás una de pequeña, pero lo suficiente como para meter allí dentro una docena de refugios. Por lo menos. Era la versión inmueble de los infinitos payasos que salen de un coche enano.


El pasillo era ancho y el brillo del mármol daba la sensación de que fueras a resbalar en cualquier momento. En las paredes, algunos tramos estaban interrumpidos por mosaicos de trocitos muy pequeños de piedra pintados. Formaban escenas que parecían rituales muy antiguos, con mujeres y animales por todas partes. Teniendo en cuenta lo que acabábamos de presenciar, temí que todos esos animales hubieran sido hombres en otro tiempo.


Llegamos a un patio interior en el que no había techo. En el centro, además de una pequeña piscina de agua, había una estatua de unos dos metros y medio de alto. Se parecía demasiado a la mujer que había transformado a nuestros amigos.


—Os presentamos a Circe, de Eea. Una maga que tiene más de tres mil años de existencia.


Mi primo y yo nos miramos. Guille era el hablador:


—¿Cómo que tres mil años? Eso es imposible…


En vez de preguntarme cómo era posible, pensé que porqué era necesario que alguien viviera tanto tiempo. Me parecía algo triste no poder morir. Al final sólo quedaría la persona, sola, perdiendo a sus allegados constantemente y probablemente sin objetivos claros en su vida. Me preguntaba si Circe era consciente de ello.


—Nosotros tampoco lo sabemos —admitió la chica joven—. Pero hace mucho tiempo que vive aquí, y todo el que ha intentado invadir o destruir este valle de cualquier modo ha acabado convertido en animal y ha pasado el resto de su vida aquí.


Mi padre y mi tío se pusieron rígidos: estaban a punto de exigir de nuevo que soltaran a sus amigos. A juzgar por las caras de las dos mujeres, que lo esperaban, no era algo que ellas pudieran controlar.


En cambio, yo recordé. En secundaria te hacen leer bastante literatura y yo conocía a Circe. Salía en la Odisea. Odiseo, o Ulises, había perdido años encerrado dentro de la casa de Circe, con sus amigos convertidos en animales pero disfrutando él de su compañía. Un día se acordó de que tenía un hogar al que volver y la amenazó de muerte usando uno de sus famosos golpes de ingenio para que le devolviera a sus compañeros, le soltara y le indicara el camino a casa con una profecía.


Pero para entonces ya tenían hasta hijos, algo que no todo el mundo sabe. ¿Dónde estaban? No parecían ser las personas que teníamos delante. ¿Ellos sí murieron?


—Después de haber sido amenazada en su propia casa decidió huir —siguió la madre—. No sabemos exactamente cuando decidió quedarse aquí, pero su magia la mantiene con vida y al valle protegido.


—¿Y vosotras dos? ¿Cómo llegasteis aquí? —pregunté. Mi padre y mi tío me miraron mal para que me callara, pero no iba a acelerar las cosas hacerlo.


—Fuimos de excursión solas y estábamos pasando una mala época. Nos perdimos igual que muchos y descubrimos este lugar. Circe nos observó y decidió acogernos. Nos ofreció su refugio, que ya tenía esta forma, y como nadie nos esperaba al otro lado… nos quedamos.


La madre parecía no querer recordar lo que había en ese otro lado. Su hija simplemente parecía feliz con esa decisión.


Nos quedamos mirando la estatua de Circe un rato mientras ellas dos iban y venían de las habitaciones. La estatua sonreía, un buen contraste con lo que acabábamos de sufrir de ella. Yo me estaba acordando de otras cosas que sucedían en su mito y empezaba a darme cuenta de que estábamos en un aprieto mucho mayor.


Pero la chica joven interrumpió mis pensamientos cuando nos dividió por habitaciones. A mí me dejó apartada de los demás porque, de todo el grupo sin transformar yo era la única mujer. Hizo bien, yo necesitaba mi espacio, daba igual quién fuera.


Me quedé algo embelesada con la sencillez y tranquilidad que desprendía la habitación. La chica esperó.


—Circe hizo esta casa hace mucho —comentó—. Le añadió magia para que siempre fuera cómoda y nunca hiciera frío o calor.


—Perdón que no, eh… no sé. Quizás mi cabeza estalle en cualquier momento —admití. Ella se rio con aire de comprensión—. Me llamo Sara, por si sirve de algo. Así Circe sabrá mi nombre cuando me convierta en gatito para toda la eternidad.


—Dana —se presentó ella. Su risa fue como si me pusieran dos tapones en las orejas para no escuchar nada que tuviera con lo que acababa de presenciar fuera—. Te esperamos en la estatua.


—¡Oh, sí! Voy.


A pesar de que era la casa de Circe, sentí que estaba protegida de ella allí dentro. Su magia era poderosa. Quizás por eso Dana y su madre se habían quedado allí a vivir.


Nos volvimos a reunir todos delante de la estatua. Guille le estaba sonriendo a Dana muy descaradamente. Yo rodé los ojos.


—Circe os mantendrá aquí hasta que ella quiera. Habéis bebido del agua de su río sin su permiso, poniendo en riesgo su integridad, y luego la habéis desafiado sin motivo. No es una persona que pase eso por alto.


—Sólo dinos lo que hay que hacer para salir de aquí y nos iremos —soltó mi padre, cabreado, y con razón—. Con todos nuestros amigos a salvo.


Madre e hija nos hicieron seguirlas fuera de la casa de nuevo hacia el puente. Todo el grupo se detuvo de la impresión de ver a nuestros amigos transformados de nuevo. Era como si al salir todo lo poco bien que podía ir nada de nuestra vida se hubiera desvanecido.


Circe esperaba delante de la cascada con el mismo aspecto de intentar partirnos con un rayo, nada que ver con su estatua. Aquello hizo que me enervara también, y supongo que tuvo un efecto parecido con mi familia, porque aceleramos todos el paso como si su magia nos empujara a enfrentarnos a ella otra vez.


—¿Qué hay que hacer para salir de aquí? —repitió mi padre.


—Pedir perdón. Y tenéis que prestarme ayuda.


Lo primero no era propio de mi familia, no.


—¿En qué?


—El río no es solo un cauce de agua cualquiera. Tiene propiedades mágicas relacionadas con el paso del tiempo y que necesitan reconstituirse de vez en cuando. Cada vez que alguien sin preparación toca el agua, ésta queda contaminada. Es lo que ha hecho vuestro amigo. Se tarda semanas en poder recuperar su pureza.


Y era nuestra culpa. Mi cuerpo me gritaba «¡es injusto que lo paguemos nosotros!», pero había intentado proteger su casa.


Lo peor es que me di cuenta de lo que había dicho sobre el tiempo, y yo conocía las particularidades de su mito:


—El tiempo pasa más lento aquí que en el resto del mundo, ¿verdad?


Mi familia me miró como si les acabaran de lanzarles un fogonazo de esos de coche para asustar a los animales de carretera.


—Vaya, alguien ha estudiado mitología aquí, me gusta —admitió Circe, con un asomo de sonrisa—. No, ya aprendí la lección la primera vez. Después de todas las amenazas de muerte quise hacerlo al revés: el tiempo pasa más rápido aquí. Un día en el valle equivale a diez minutos en el exterior. Podéis relajaros.


Me deshinché como un globo, pero en el buen sentido. Fuera lo que fuera lo que teníamos que hacer para Circe no significaba perder años de nuestra vida, como pasaba en su mito original. Ulises pasó un año sin saberlo. Al verme, Circe sonrió. No podía ver a lo que empezaba a temer que eran sus dos sirvientas, pero seguro que me sonreían también.


—Como muestra de buena voluntad, y para acelerar vuestro retorno… —dijo la maga, dejándolo al aire.


A continuación, todos los animales transformados empezaron a acercarse al río y empezaron a beber del agua. Sus cuerpos cambiaron poco a poco al de los humanos que eran habitualmente. Todos corrimos hacia ellos cuando empezaron a preguntar que qué había pasado y dónde estaban. Nuestro explorador no fue capaz de decir nada a parte de maldecir y escupir hierba que su forma animal había estado masticando hasta entonces.


Cuando me volví, Circe ya no estaba. Dana y su madre sí que esperaban con un aspecto más animado, como si hubieran estado cargando con mucha tensión ellas también. Yo no acababa de entender del todo su papel en ese lugar.


—Os recomiendo que descanséis por hoy, ya tenéis las habitaciones preparadas —dijo la madre de Dana, cuando los diez nos calmamos—. Mañana por la mañana empieza el primer día de ritual. Durante dos semanas os bañaréis en el río al lado del refugio muy temprano. Os dejaremos comida preparada y os iréis a dormir a las mismas horas.


Mi grupo murmuró con cierto miedo aún, después de toda la experiencia. A mí me daba la impresión de que aquello se estaba volviendo una visita a un balneario, solo que el agua de los ríos solía estar congelada. Sólo esperaba que ese sol que nunca era bloqueado por las nubes calentara lo suficiente cuando nos tuviéramos que bañar.


Las dos mujeres guiaron al grupo hacia la casa, pero yo me quedé cual ciervo ex-humano pastando al alrededor del puente cuando vi que Guille se presentaba muy enérgicamente a Dana y empezaba a sacarle tema. Ya no recordaba que mi primo era un tío y que estaba acostumbrado a tirarle la caña a cualquiera. Nunca me había importado hasta ahora.


—No te preocupes, no pasará nada entre ellos.


Pegué tal bote que podría haber salido del valle volando.


—¡¡Pero qué susto, joder!! —grité, girándome. Circe se había aparecido a mi espalda con todo sigilo para susurrarme aquello en el momento preciso. Mi corazón estaba corriendo su propia maratón en esos instantes—. Bueno, ¿y qué tiene que importarme? Mi primo hace eso constantemente.


Circe sólo se rio con ternura y me dejó sola delante del estanque de la cascada. Yo me miré en el escaso reflejo que podía ver a través del agua cristalina. Mi pelo negro dividido en mechones y corto por los hombros me bloqueaba la visión de un rostro que se preguntaba qué estaba pasando, y si estaba siendo un sueño.


Cuando volví me encontré con Guille entrando en su habitación y de su tío, que estaba al lado de la mía.


—Oye, la chica esa, Dana, es guapa, ¿eh?


—Supongo, no sé…


—Ah, ya, la que no se fija en nadie —se burló. Yo le saqué la lengua como protesta—. Pero Ariadna no me quita ojo.


—¿Ariadna?


—Su madre.


—Ah —dije. Me pareció anecdótico que su madre tuviera el nombre de otra mujer atormentada por los hombres—. Si dejaras de ligar con su hija quizás no te fulminaría con la mirada.


—Bueno, paga la pena —dijo, sin mucha preocupación.


Lo malo de estar encerrados en aquel sitio era los compañeros que me habían tocado. Guille quería amarrarse a Dana para que le contara todo de la casa, los mayores me hacían el mínimo caso por sus propias preocupaciones… ¿qué tenía yo por hacer? ¿Pasear? Aquello era muy aburrido.


No me atreví a salir de la casa, ya que estaba oliendo comida. Luego miré al exterior y me di cuenta de que era de noche. ¿Cuándo se había puesto el sol? Me preguntaba si Cronos, el dios del tiempo en la mitología griega, tenía algo que ver con aquel valle o si era la propia magia de Circe, que simulaba un entorno acelerado o algo por el estilo.


Durante la cena hice lo posible para comportarme como un ser social, pero el único que hablaba cerca de mí era mi primo, puesto que los mayores seguían desconfiando. Dana le explicaba lo que su madre le permitía sobre mitos y detalles de la casa. Yo atendía todo lo que podía para que no sintiera que Guille le estaba acosando o algo así.


—Y oye, ¿vosotros sabéis del mundo exterior? —pregunté, con curiosidad. Saber cómo funcionaba la magia de Circe me intrigaba—. Si lleváis años aquí según el calendario de Circe, quizás no hace tanto que os fuisteis en el mundo real.


Dana no supo responder del todo. Creo que ni ella entendió lo que dijo, y yo menos. En su lugar, su madre respondió:


—Hemos estado fuera del valle otras veces, y solo habían pasado unos meses desde nuestra ausencia. Pero aquí ha pasado mucho más. Circe siempre nos guía de vuelta a su casa.


—Entonces… no sé… ¿envejecéis más rápido?


—Eso no nos preocupa, si realmente lo que queremos es quedarnos a vivir aquí —comentó Dana—. Pero Circe dijo que su magia había cambiado, ¿no, mamá?


—Sí. Dijo que para evitar conflictos, el cuerpo humano envejecía al mismo ritmo que en el exterior. Desde su encuentro con Ulises y la muerte prematura de sus hijos decidió no interponerse con el desarrollo de la naturaleza. Construyó este lugar con su magia con la voluntad de educar a los humanos en el respeto de la naturaleza y como lugar de reposo.


Eso respondía casi todas las dudas y temores que tenía. Recordaba que Circe al encerrar a la tripulación de Ulises en su casa, lo hacía transformándoles en animales y haciendo que el tiempo en su isla pasara lento en todos los aspectos. Me figuré que había volcado toda su magia en crear un entorno menos hostil. El agua parecía que era la forma que tenía de conservar la belleza de ese entorno.


Aquella noche no dormí demasiado. Me seguía preguntando si todo era obra de Circe. Me estaban apareciendo dudas, pero no las entendía. Mi estómago me estaba diciendo que esas dudas tenían una razón de ser, pero no podía juntarlas en una frase. Un lugar en el que el tiempo pasaba más rápido sólo en apariencia. Me preguntaba cómo sobrevivirían allí. La comida que habíamos cenado había sido muy real.


—No había nada de carne en la cena… —murmuré, recordando.


Yo no tenía problema con eso, comía de todo, pero eso quería decir que en algún lugar tendría que haber un huerto, como mínimo.


—Ojalá pudiera quedarme aquí —dije, sin pensar demasiado.


Me dormí poco después.


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