Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Las consecuencias de no decirte que te amo (EDITADO) por Mariela

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Los personajes de este fanfic no me pertenecen sino a su respectiva creadora.

Notas del capitulo:

Autora: Mariela.


Fandom: Sekai Ichi Hatsukoi.


Pareja: Trifecta.


Género: Drama.


Derechos: Los personajes de este drabble no me pertenecen sino a Shungiku Nakamura.


Advertencias: Tragedia, Suicidio, Muerte de un Personaje, Romance.


Clasificación: Mayores de 13 años.


Notas de la autora:


¡Hola! Ha pasado mucho desde la última vez que me pare por aquí, en el fandom de Sekaiichi Hatsukoi, recuerdo que era muy joven cuando inicie y ahora, ha pasado tanto que aquellos días parecen tan lejanos jejeje.


Pero bueno, estoy aquí ahora para evocar viejos tiempos con una versión editada de uno de mis primeros trabajos con la que entonces era mi pareja favorita: KirishimaxYokozawa.


Recuerdo haberlo escrito en una noche de profunda tristeza influenciada mayoritariamente por mi tragedia personal y la canción de Porta Palabras Mudas, aunque de eso se darán cuenta ustedes mismos jejeje.


Espero que les guste esta nueva versión y puedan dejarme sus lindos comentarios o críticas constructivas.


Ahora, sin más que decir, los dejó leer.


Enjoy!


 

Las consecuencias de no decirte que te amo

...
...

Oscuridad y silencio, eso era todo lo que percibía. Desesperado, gritó hasta desgarrar sus cuerdas vocales y su voz hizo eco sin obtener respuesta.

La frustración pronto se apoderó de su mente mientras la incertidumbre hacía mella en su cordura. No sabía quién era, no recordaba su nombre ni si tenía uno, tampoco recordaba cómo había terminado así ni por qué, y mientras desesperaba por ello, la negrura a su alrededor poco a poco comenzó a aclararse hasta que breves detellos de luz le dieron de lleno al rostro.

Ahora podía verlo, aquello que llenaba a los hombres de terror por saberlo inevitable, permanente, irremediable, pero que a él le supo a alivio al entender por fin el panorama.

Mas el alivio se desvaneció tan rápido como el humo de un cigarrillo cuando entendió el significado de estar del otro lado del velo de la muerte.

En el más allá de donde no hay retorno.

Y gritó, lloró hasta que sus lágrimas se secaron.

Estaba muerto.

Y la muerte, la única certeza de la vida, era lo último que uno espera al salir de casa.

.
.
.

"Hay tantas cosas que quisiera decirte y al no poder hacerlo, deseo que llegues a la conclusión de que te amo por encima de todo y de todos, que lo hice y lo haré siempre, y lo creas y te aferres a ello como yo me aferré a tí.

En vida pasamos por mucho, tantos obstáculos y diferencias, tantas discusiones que no hicieron mas que hacer más fuerte nuestro amor, porque, al final, contrario a lo que siempre dijiste yo sé que no fue suerte lo que nos unió sino el destino que quiso que nos encontraramos.

Y no me alejaré de tí aún en la muerte."

.
.
.

Tembloroso, acercó su mano hacia el velo y lo acarició con la misma delicadeza con la que se trata un lienzo, para luego atravesarlo con la esperanza de sentir algo del otro lado.

Pero no sentía nada y no sentiría nunca más, porque ya no estaba vivo, y el envase que se le había prestado desde su concepción se había destruido, quedándose donde se queda el polvo que al polvo regresa.

En vida.

Del otro lado, no halló más que anhelos y frustración, un espejo de lo que había dejado atrás y que no recuperaría de nuevo.

Ansiedad. No había otra forma de describir lo que sentía ahora.

.
.
.

"Nada fue tu culpa, por favor, deja de llorar. Sé que fuí un idiota y te fallé de tantas formas que no puedo creer que te quedaras conmigo a pesar de eso.

Quisiera que supieras que me arrepiento de todo cuanto dije esa noche, que te amo y no deseo verte sufrir por siempre, que no te culpo de nada sino que al contrario me atormento por lo que hice, pero no sabes ni lo sabrás porque no me ves ni me oyes.

Y me desespera tenerte tan cerca y tan lejos a la vez que preferiría solo no tenerte, pues me duele más reconocer que nunca volveré a besarte aunque te tenga enfrente de lo que dolería no volver a saber de tí nunca más."

.
.
.

Había lluvia en las ajetreadas calles y no se mojaba. Hacía frío y no lo sentía. Había ruido y no lo escuchaba. Había gente y no se la topaba. Estaba muerto, nadie lo veía ni lo oía, y él no los sentía ni los oía. Pasaba a su lado como una ligera vestisca fría que todos atribuían a la estación, caminaba con rígidez por las resbalosas aceras sin fijarse hacia donde lo llevaban sus pasos ni preocuparse por chocar con alguien, porque a todos y a todo lo atravesaba.

Era un alma después de todo. Sin envase, no había forma de coexistir en el mundo de lo material de nuevo.

Por eso, le sorprendió darse cuenta que había llegado a su departamento donde desde el exterior fue capaz de vislumbrar la silueta de su pareja en el interior.

Entró.

.
.
.

"El tiempo no transcurre aquí, pero ya no hay muros en el mundo que puedan separarnos como tampoco los hay senderos que nos unan, y aunque la impotencia me pesa como el mundo en los hombros de Atlante, sé en mi corazón que habrá un día en que esto se acabe, por eso paso infinidades preguntándome si podrás perdonarme algún día por las lágrimas que he puesto en tus ojos y el dolor en tu corazón, sabiendo que mi castigo ha sido correspondiente a mis pecados, pues no hay mayor condena que estar contigo cuando ya no puedes ser mío….”

.
.
.

Si aún quedaba algo que romper estaba seguro que en ese preciso momento ya se había desquebrajado para dejar atrás pequeños trozos que lastimarían su alma atormentada por eternidades. Jamás quiso que eso pasara, pero ¿quién puede elegir morir? De ser elección humana nadie habría de perecer, por eso, el universo quiso que la vida del hombre durase tanto como un parpadeo, pero también que brillara como las estrellas en el firmamento.

Y Kirishima, de entre todos, era el que menos deseba morir teniendo una vida tan brillante como la que tuvo cuando aún formaba parte de los vivos. Una vida perfecta en todo sentido que no supo valorar lo suficiente como la mayoría de los hombres, y como ellos, recién haberla perdido comprendía lo buena que había sido. Era duro afrontarlo, pero donde otros enloquecerían de desesperación él se mantenía tan firme como podía con las pocas fuerzas que le quedaban a su miserable alma azotaba por la realidad del destino de los hombres. Tenía que, por sí mismo y por su pareja que yacía en el rincón de su antigua recámara con el rostro mojado y los ojos rojos. 

El hombre que había descrito en vida como una montaña imperecedera, tan firme y fuerte para resistir cualquier tempestad, se había derrumbado como un castillo de naipes tras perder a la otra mitad de su alma. Yokozawa, el hombre fuerte, no hallaba consuelo para su dolor ni salvación para su desesperación como Kirishima tampoco la hallaba del otro lado.

Vida y muerte sin sentido, condenadas a existir separadas por un fino velo.

Kirishima no quería verlo llorar, sufrir, hundirse en un mar de arrepentimiento, dolor, culpa, y recuerdos brillantes cuya luz había dejado de ser acogedora para ser lacerante.

¿Cómo darle consuelo? Si al intentar envolverlo en sus brazos lo atravesó como si abrazara al vacío, y al intentar reconfortarlo sus palabras cayeron al mismo saco. Él no le oía ni lo veía, y no pudo evitar evocar el triste momento en que lo había hecho por última vez tres semanas atrás cuando en su cena de aniversario devoró sus labios sin pudor y lo guió a la cama donde besó cada centímetro de su piel y dejó su huella atrás, acariciándolo y dándole placer, para después, hacerlo arquearse cuando lo penetró y lo embistió con tanta pasión que su cama se meció con ellos.

Cada gesto, gemido, cada frase sin censura y cada suplica le supo a la gloria, mientras le susurraba palabras hermosas que derramaban amor y placer tanto sexual como espiritual. El clímax nunca se sintió tan bien hasta antes de aquella noche, y jamás olvidaría la mirada de alivio y satisfacción que su amante le dedicó cuando se vació en sus entrañas.

Kirishima recuerda haberse reído del pensamiento que atravesó su mente en aquel momento, uno que dictaba que se habían unido como si fuera la última vez. Ahora se pregunta si acaso los pensamientos y las palabras tienen ese poder sobre las cosas o si solo fue algo más a lo que llamar casualidad.

Aún así, casualidad o destino, estaba seguro que nada pudo haber previsto lo que pasó una semana después cuando permitió que su amante acudiera a una reunión aparentemente de trabajo con quien consideraba su rival de amor, Iokawa, quien aprovechó la oportunidad para drogarlo y casi ultrajarlo si no hubiese llegado a tiempo.

Lo reconocía, haber ido en primer lugar había sido producto de sus celos enfermizos, pero nunca agradeció tanto su paranoia como aquella vez, porque de solo pensar en lo que le pudo haber pasado a su pareja en manos de ese hombre aún lo hacía ver rojo de la rabia.

Una ira que no supo manejar cuando tuvo la oportunidad de reprocharle a Yokozawa su descuido, de culparlo, acusarlo de haberlo traicionado cuando bien sabía que no había sido su voluntad, y cuando él se defendió, cuando lo enfrentó y le marcó los dedos en la mejilla por la bofetada que le plantó cuando se atrevió llamarlo ramera, fue cuando perdió el control.

Lo golpeó, no una sino tres veces, loco de rabia, enfermo de celos, tan herido en su orgullo que no reparó en dejarlo a su suerte cuando lo envió al suelo tras el tercer puñetazo.

Hubo lágrimas, Yokozawa lo miró con los ojos anegados de ellas y la decepción brillando en sus iris azules, gritándole luego que se marchara y no volviera.

Y claro que se fue, no porque se lo hubiese pedido, casi ordenado, sino porque simplemente no sintió ganas de quedarse en el mismo lugar que él, a quien miró como solo se mira a una prostituta.

Luego de eso todo se volvía nebuloso en sus memorias.

Recordaba haber estado tan fuera de sí que conducía a toda velocidad sin respetar semáforos ni señalamientos, desesperado por alejarse de a quien había jurado amar, para después sentir el peor dolor de su vida recorrerlo de pies a cabeza en medio de espasmos y dificultades para respirar. Las imágenes frente a él se volvieron borrosas cuando escuchó voces y jadeos de asombro a su alrededor, murmullos que taladraban sus oídos al punto de causarle punzadas, las cuales, acabaron cuando en un parpadeo todo frente a él desapareció y se sumió en un profundo silencio.

Comprendía ahora que el tiempo que tardó en parpadear fue suficiente para morir.

Tan repentino, tan rápido, tan inesperado, justo como es la muerte.

Y Yokozawa se culpó por ello, su amante al parecer no supo lidiar con el dolor de otra forma que no fuera culpándose por lo sucedido, pero él no quería que se culpara porque el responsable era él y solo él.

Hubo tanto que le dijo cuando discutieron, cada palabra, cada insulto, ofensa, las sentía ahora, ¡qué ironía que justo cuando ya no podía sentir nada sintiera el verdadero peso de sus palabras proferidas en vida! Pero eso era la vida, una serie de ironías resultantes de nuestras acciones mal encaminadas.

Se arrepentía de todo de cuanto lo había acusado, dicho, y hecho, y las consecuencias no hacían más que aumentar su dolor.

Yokozawa, que había sido un buen compañero y un buen padre, no merecía pasar la vida lamentándose por sus errores.

Y lloró, sollozó más que cuando comprendió que había muerto, gritando en un intento vano de ser escuchado sin éxito.

Y no era para menos.

Había tenido una magnífica vida, tuvo una esposa a la que amó más que a sí mismo y quien le había dejado un hermosa niña que llenó sus días de luz cuando la perdió, tuvo un buen empleo que le gustaba y donde reencontró el amor y formó una bella familia con la que creó maravillosos recuerdos que alimentaban su felicidad cada día, incluso tuvo la dicha de entregar a su preciosa hija en el altar, y había albergado la esperanza de conocer a sus nietos, un anhelo que ya jamás se cumpliría porque la esperanza le había sido arrebatada así como todo lo bueno que tenía.

.
.
.

“Cometí  tantos errores, lo sé, lo admito, pero, amor, nunca quise verte sufrir por ellos. Nadie debería pagar por los errores de otros y menos tú.

No llores, no meresco tus lágrimas, te aseguro que si fueras tú, mi amor, yo no lo habría soportado, perderte habría sido perderlo todo, pero estando tú vivo y yo muerto, simplemente me atrevo a decir que no has perdido mucho.

Porque soy indigno de tu amor.

Maldigo las palabras que te dije aquella última vez que te ví, maldigo el momento en que levanté mi puño contra tí, maldigo cada segundo que has pasado sufriendo por mí, y maldigo estas palabras que jamás llegarán a tí aún gritándolas hasta quedarme sin voz.

Sé que te has preguntado si sufrí en el último momento, y aunque hubiese querido que así fuera para compensar el daño que te hice debo decirte que sentí el dolor solo un instante, pero en ese instante ya te extrañaba.

Porque había y hay tanto que quería decirte, tantas cosas que pensé el tiempo era mi aliado, pero éste nunca espera a ningún hombre.

Si hay algo que debo confesar de esta experiencia es que cuesta y es duro aceptar que todo se acabó ya, que el final llegó y no aún te queda mucho por hacer….¡Que vida injusta! Lo sé, es doloroso saber que lo que más quieres lo puedes perder en menos de un instante, de forma tan repentina que no lo asimilas, no lo aceptas, nunca.

No sabes cuánto desearía una última oportunidad, un día más, un segundo más antes de ver como todo mi mundo se desmorona.

Solo para decirte que nunca te dejaré solo aunque no me escuches.

Y es que quiero decirte que mi muerte no fue dolorosa como crees, y odio no poder comunicarme, a pesar de saber que lo merezco cuando esa noche me atreví a salir por la puerta sin decir que te quería".

.
.
.

-¡¡Estás enfermo!!

-¡¡No me cambies el tema, ramera!! ¡¿Con cuántos me has engañado?! ¡¿EH?!

-¡¡Con nadie maldita sea!!

-¡¡Mientes!!

-¡¡Lárgate!! ¡Si no confías en mí no tienes nada que hacer en esta casa!

-¡¿Eso te gustaría, verdad?! ¡¡Que me vaya para que puedas meter a tus amantes aquí y revolcarte con ellos en mi propia cama!!

-¡¡Estás loco!!

-¡¡Cállate!!

Cegado por la rabia, Kirishima lo mandó al suelo con otro puñetazo que impactó en su ojo derecho, aturdiéndolo y sorprendiéndolo por la fuerza que había aplicado esta vez.

-Lárgate…-murmuró con un hilo de voz-¡Lárgate!-gritó observándolo con toda la decepción y el dolor que podía reflejar en su mirada.

-¡¡Con mucho gusto, ramera asquerosa!!-respondió azotando la puerta al salir.

Si hubiera sabido que esa sería la última vez que lo vería no habría dudado ni un instante en volver con él, suplicarle su perdón, besarlo, envolverlo en sus cálidos brazos y jurarle hasta el cansancio su amor, pero no pudo predecirlo, no pudo evitarlo, y para cuando lo volvió a ver, él ya no podía escucharlo.

.
.
.

“No sabía lo que pasaba, estaba solo, y oscurecía.

No entendía nada hasta que ví mi cuerpo en el suelo del otro lado del velo que separa la vida y la muerte. No podía creerlo, no quería creerlo, ¿por qué el destino tenía que ser tan cruel? Luego ví tu cara al recibir la llamada, pálida, sin alma, y sin nada, las lágrimas cayeron por tus mejillas, y gritaste, sufriste, colapsaste.

Y aunque habría reaccionado igual, amor, no quiero verte así, por eso aunque me duela, quiero que sigas, vivas, sonrías, y encuentres a alguien más que te haga felíz.

Y sé que ya es tarde para corregir mis errores, pero una vez me lo juraste, por eso…..¡Joder! ¡Suelta esa cuchilla! ¡Prometiste que no lo harías!"

.
.
.

¿Qué es la victoria cuando te has cansado de luchar? ¿Qué pasa cuando ya te cansaste de levantarte una y otra vez? Tan simple suena tener el valor de levantarte después de tu peor caída, pero nadie sabe lo difícil que es en realidad. Kirishima suponía que, entonces, no había más salida que caer en la desesperanza de un ciclo sin fin cuando has librado mil batallas y no pareces estar más cerca de la paz.

Su amante lo sabía, estaba seguro de eso, el hombre fuerte, la montaña imperecedera no se había erigido de la nada, pues mil tempestades tendría que haber enfrentado antes de hacerse resistente a ellas, y nadie como su Yokozawa para hablar de tragedias.

Sin padres, sin hermanos, sin amigos, ni familiares, y una primera y última decepción amorosa que comprobó su destino a experimentar siempre el abandono.

Y cuando parecía que al fin tenía algo bueno, algo que prevalecería, le era injustamente arrebatado.

No, Kirishima no lo juzgaba por cansarse de pelear, de levantarse, tarde o temprano, la infinita impermanencia de la vida regresa para recordarte que nada es constante, nada es eterno, aunque puede durar eternidades, infinidades, tarde o temprano, todo te es arrebatado.

Pero que no lo juzgara no significaba que lo apoyara. No, definitivamente no quería que hiciera eso, no quería que lo alcanzara, quería que viviera, aunque ese fuera un deseo egoísta.

-¡No hagas una tontería!

Incluso si hubiera podido tocarlo o escucharlo, sabía que nada habría podido detener a su amante de lo que hizo a continuación, cuando, ahogado por la amargura y la desesperación, cortó sus venas y se dejó caer en el suelo del departamento que habían compartido por casi quince años, cansado, frustrado, dolido, Yokozawa simplemente permitió que la muerte lo tomara en sus brazos y lo llevara a su lado.

Kirishima no pudo reprimir el llanto.

.
.
.

"Todo está oscuro ahora, no veo mi reflejo, pero sí las imágenes de lo que pasó, cada detalle, cada suceso, todo se reproduce frente a mí como un cruel bucle creado específicamente para atormentarme, pero, amor, contrario a lo que pensaba, no son mis errores los que me torturan sino el hecho de verlos contigo a mi lado mientras contemplo tus ganas desesperadas de volver al ver que nuestra hija llora, y por más que desearía cumplir tu deseo, cariño, nada puede disolver lo que hicimos.

Y aunque quisiera que estar a mi lado sea un consuelo, sé que no habrá consuelo para tí jamás por todo lo que dejamos atrás.

Por eso, toma mi mano, y vámonos.

La luz nos está esperando..."

.
.
.
.

Fin.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).