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Todos los nombres del Tajo por AndromedaShunL

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Notas del fanfic:

Un fanfic que llevo un tiempo queriendo escribir. Yo, que también estuve de Erasmus en Lisboa hace ya dos años... no me puedo sacar esa bellísima ciudad de la cabeza. ¡Espero que les guste!

Notas del capitulo:

Los personajes son propiedad de Masami Kurumada.

Si las aguas del Tajo hablaran, querría preguntarles cuántos nombres les ha puesto la gente a lo largo de la historia. Para mí, sin duda, esos nombres están relacionados con el amor, con tu cabello rubio y tus ojos azules. Con tu sonrisa traviesa. Con los momentos en los que pensé en decirte cuánto te quiero. Pero el viento siempre tiene otro plan y se lleva mis palabras.

Aquellas noches en las que nos reuníamos todos en la orilla, ahí con las gaviotas de los postes, en esa plaza que tanto recuerdos guardará de nosotros, puede que nunca encuentren el final que yo estaba buscando. Un final que tiene mucho que ver con un beso, con tus labios, y conmigo enredando los dedos en tu pelo. Pero ya quedan pocos días para que vuelvas a Grecia, a tu hogar, y yo al mío en Francia. Lisboa se quedará con todas esas posibilidades que he ido recolectando en cada madrugada, y yo cruzaré la puerta de mi habitación con las manos vacías.

Y ¡qué puedo hacer! Estamos dando un paseo en tranvía, sacando fotos con el móvil a todos los edificios, como si fuera la primera vez que pisamos este barrio. Tú hablas con Shaka y con Mu, y yo te miro discretamente mientras te saco fotos con la excusa del paisaje, para pasártelas más tarde y tener un pretexto para hablarte. Me miras y sonríes, y yo te sonrío también y le doy al botón para enmarcar cómo me sacas la lengua.

―¿Queréis bajaros en la siguiente y damos un paseo por donde la catedral? ―preguntas, y yo asiento casi al instante.

Llegamos a la próxima parada y nos apeamos. Las calles de adoquines irregulares son todo un peligro para una persona enamorada que prefiere mirar hacia adelante que hacia abajo, pero consigo no tropezar ninguna vez. Quizá hasta eso haya perdido la gracia, tan cerca del final.

―¡Camus, sácanos una foto! ―exclamas, cogiendo a Shaka del brazo, frente a la catedral―. Genial ―dices cuando la ves en la pantalla de mi móvil y, de pronto, tiras de mi camisa y juntas tu cara con la mía, apuntándonos con la cámara de tu teléfono―. Hacía mucho que no nos hacíamos una juntos.

Aunque sea difícil de apreciar a esa distancia, has conseguido poner nervioso a mi corazón para el resto de la tarde. Ojalá lo supieras.

Decidimos explorar un poco más a fondo el barrio de Alfama, pero siempre terminamos en la discoteca a la que solemos ir los viernes. Ahora está cerrada, pero los recuerdos se abren ante mí como si pudiera desprenderme de mi cuerpo y ver cómo entra por la puerta y baja las escaleras hasta donde tantas noches soñé besarte. Bajamos la cuesta y, un rato más tarde, cuando ya se está escondiendo el sol por el horizonte, más allá del puente, llegamos a la Praça do Comércio. Otro lugar donde veo mi fantasma por todas partes: sentado en la estatua, mirando el Tajo y haciéndose mil preguntas… Nunca olvidaré cuando, antes de que empezara el Erasmus, me pasaba horas y horas mirando esta plaza en el Google Maps, imaginando qué se siente al tener los pies en sus adoquines. Ahora lo sé.

―¿Por qué no nos sentamos un rato allí? ―pregunto, señalando el otro lado de la carretera, en la rampa donde cascan las olas diminutas del río.

Todos asienten y ponemos rumbo. Esperamos a que los coches dejen de pasar y miramos a ambos lados de la calle, donde se extiende la inmensidad de la ciudad hasta donde alcanzan los ojos. Llegamos y la música de un grupido de jóvenes con rastas nos da la bienvenida. Tienen tambores, un micrófono, una guitarra acústica y muchos curiosos alrededor.

―Hay sitio en el muro, ¡milagro! ―exclamas, y vas corriendo hasta él antes de que algún turista nos lo quite.

Nos sentamos a ver el tiempo pasar. Desde aquí se aprecian los cruceros gigantes que dentro de unos días se irán para cruzar el Atlántico. Todo parece un sueño. Ni siquiera soy capaz de acordarme del examen que hice ayer, el último de todos.

―Yo no puedo estar mucho más tiempo ―dice Shaka―. Qué pena me va a dar subir al avión…

Aunque al principio el hindú se hacía el frío, ahora es uno de mis mejores amigos, sin duda. Quizá porque nuestras respectivas frialdades se complementan. Aun y con todo, está claro que esta ciudad vuelve cálido a cualquiera. Casi puedo tocar esta luz con las manos.

―Espero que nos envíes postales desde la India ―sonríe Mu―. Y que me reserves una habitación para cuando vaya a visitarte en agosto.

―No te preocupes, ya hablé con mis padres. Podéis venir todos cuando queráis.

Le damos las gracias y continuamos a lo nuestro, perdidos entre las luces que se adivinan desde la otra orilla. Milo está sentado a mi lado, mirando las fotos que nos sacamos en la catedral. Alargo el cuello para verlas, y él se recoloca en el asiento para que pueda ver mejor.

―Esta es una pasada ―dice, enseñándome la selfie que se hizo conmigo.

Saco el móvil del bolsillo yo también y nos ponemos a ver un montón de fotos que hemos ido recolectando del Erasmus. Nos prometemos, también, que algún día volveremos, más maduros, cambiados, y haremos el mismo recorrido que hoy.

Cuando la luz del sol ya se ha convertido en una bruma rojiza que llega desde Belém hasta nosotros, Shaka y Mu se levantan y se despiden. Han quedado para cenar con otros compañeros de residencia, una comida en la que se despedirán del rubio y le desearán un maravilloso viaje. Nosotros ya hicimos una fiesta el oro día, llena de globos y alcohol, de lágrimas y canciones, en el jardín de mi residencia.

―Yo me quedaré un ratito más ―dice Milo, sonriente.

―Yo también. Quiero recordar todo a la perfección ―le sigo.

Los cuatro nos damos un profundo abrazo y, antes de poder darme cuenta, ya están cruzando la carretera, muy juntos, dirección a la boca del metro.

Vuelvo a mirarte por el rabillo del ojo, con el corazón amenazando con salirse del pecho. Te pones los cascos y buscas una canción en el teléfono, una del último álbum de Taylor Switf, Evermore. Compruebas que todo está en orden y me tiendes uno de los audífonos, y disfrutamos juntos de esta música que tantas conversaciones nos sacó. Nunca hubiera imaginado que tú, tan rudo como te veía siempre, tuvieras un lado tan tierno.

―Joder, ¡se me ha pasado volando! ―exclamas.

―¿La canción? Puedes volver a ponerla.

―No, la canción no. El Erasmus. Me lo estaba pasando de puta madre y ahora tengo que volver a mi uni ―dices con fastidio―. Allí no apruebo ni una a la primera, pero bueno, espero volver lleno de energía.

―Estoy seguro de ello. ¿No habías conseguido un siete de media o así?

―Al final sí. Menos mal que hice el curso intensivo de portugués, que si no ni de coña iba yo a entender las clases…

―Parece que ha pasado una eternidad desde ese curso ―río.

―¡Qué va! Yo siento que todo ha pasado muy rápido y se me amontonan los recuerdos.

Empieza una nueva canción y nos quedamos callados unos segundos. Sonríes y tarareas unas estrofas, con esa voz que tantas veces he escuchado en las jam sessions de los sábados. Pasan las canciones y te las sabes todas. Yo apenas escuché el álbum unas tres veces. No necesité más para darme cuenta de que me desgarraría el corazón.

Cuando la última canción termina, el cielo está ya salpicado de estrellas, cada una con sus mil nombres. Te miro, pero tus ojos están clavados en el agua, unos metros por delante. Es uno de esos domingos en los que el Tajo está lleno de turistas descubriendo las profundidades de sus aguas y de muchos portugueses deseando redescubrirlas.

―Oye, Camus… he estado pensando, y hay una última cosa que me gustaría hacer antes de volver a Grecia ―dices, apenas un susurro.

―¿Qué cosa?

Levantas la mirada del río y una mano se apoya en mi mejilla. Lentamente, muy lentamente, siento tu respiración cada vez más cerca, y mi pecho cada vez más enloquecido.

Me besas.

Oh, dios mío, me estás besando. ¡Me estás besando! ¿Qué ocurre aquí? ¿Por qué tengo tus labios en los míos, moviéndose como una brisa de seda?

Te separas, rojo y con una sonrisa tímida. No sé qué cara tendré ahora mismo, pero mis manos me traicionan y te atraen de nuevo a mi lado, en un beso que está lejos de ser inocente.

Al final, después de tantos meses, ¿estoy comiendo perdices? No, tiene que ser un sueño. No, tú eres real. Lo eres, te estoy tocando, lo sé. Eres realidad, la realidad que más deseo ahora mismo.

―Es que… ―empiezas―. Bueno, creo que es evidente que me gustas.

―No me hubieras besado si no, ¿no? ―río. No sé qué demonios estoy diciendo.

―Puede ser ―ríes también, esbozando esa sonrisa que tanto me derrite―. Espero que respondas que sí a esto: ¿quieres ser mi novio?

Creo que he desfallecido. En sus brazos. O, mejor, en su buca. Sí, creo que he sido bastante claro al respecto.

Aquí nos quedamos, un par de horas más, contándonos esas cosas íntimas que no se le cuentan a cualquiera, relatando esos intentos estúpidos de cada uno, esas miradas que no llevaban a ninguna parte pero que escondían todo un universo en su interior.

Cuando nos levantamos, por fin, cogidos de la mano, viendo las luces de Lisboa frente a nosotros, descubro que acabo de ponerle un nombre definitivo al Tajo. Un nombre que es como un recuerdo en forma de beso y de promesa.

Sí, Milo. Quiero ser tu novio. Ahora, antes y para siempre.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. ¡Espero que les haya gustado y comenten si así ha sido! :)


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